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Capítulo Trece
❝ Museo ❞
La rutina diaria de KiHyun —que involucraba todo aquello después del horario de clases— se resumía en estudio, un poco de ejercicio, más estudio y tal vez intentar una nueva receta de cocina que haya llamado su atención en los últimos días. Todo eso después de cambiarse el uniforme escolar por ropa cómoda que últimamente consistía en un pantalón holgado de algodón y un bonito suéter de color menta (el cual había pasado a ser de sus prendas favoritas).
Sin embargo, ese viernes, KiHyun cambió la rutina. Después de comer se dio una ducha, y mientras preparaba su vestimenta para aquella tarde especial podía sentir cómo su corazón latía rápidamente; la pequeña fierecilla se encontraba igual de emocionada, corriendo de un lado a otro, acicalando sus orejitas para verse lo más presentable posible. Había leído cientos de blogs y artículos en internet sobre cómo vestirse para una primera cita, aunque al final terminó por seguir el consejo de YoonGi.
Sobre la cama descansaban prendas muy bonitas que rara vez veían la luz del sol debido a la agenda académica del castaño: Unos pantalones de color crema se encontraban acompañados por una linda playera de color verde, de una tonalidad tan suave como el té de hierbabuena; sobre la alfombra estaba ese par de zapatillas blancas que KiHyun cuidaba de mantener tan limpias y brillantes como el día en que las compró.
Todavía recuerda la adorable mirada de HyunWoo cuando conversaron esa misma mañana; había ocurrido un ligero cambio de planes respecto a su cita y es que originalmente irían a la cafetería de la señora Lee, donde HyunWoo trabaja después de clases, pero algo le había dicho sobre unas pequeñas remodelaciones que le harían al local. En realidad mentiría si dijera que recuerda perfectamente sus palabras pues se encontraba preguntándose si los ojos marrones de HyunWoo se volverían de un suave color miel con la luz del sol y en ese tímido rubor en sus mejillas que se asemejaba a los pétalos de cerezo.
—Pe-pero hay una exhibición de Van Gogh en el museo de arte, podríamos ir ahí. Mi mamá dice que es una exhibición muy agradable y además es interactiva —dijo él, llevándose una mano a la nuca. KiHyun encontraba adorable el hecho de que intentara ocultar sus nervios. Parecía un osito—. Aunque podemos ir a donde tú quieras. Yo... sólo quiero que pasemos una tarde agradable juntos.
La pequeña fierecilla comenzó a brincar de emoción. KiHyun sintió cómo su pecho se llenaba de las dichosas mariposas ante el simple recuerdo de esa conversación. HyunWoo era diferente, HyunWoo lo hacía sentir cosas lindas, de verdad lindas.
—Ardillita, ¿Puedo pasar? —llamó YoonGi al otro lado de la puerta. KiHyun terminó de abrocharse los pantalones cuando dijo: «Adelante, pasa.»
YoonGi entró al dormitorio, cerrando la puerta tras de sí. No pudo evitar sonreír al ver los ojitos rebosantes de emoción de su hermano menor. Era como si aquella tarde lluviosa nunca hubiera existido en la vida del menor y se hubiera ido con la misma lluvia, y eso le daba gusto porque, desde entonces, lo único que quería era que su hermano fuera feliz.
—Te ves muy bien, Kiki. ¿A dónde irán?
—Al museo de arte —respondió, acomodándose un pequeño y rebelde mechón rizado. YoonGi soltó una risita y se acercó para ayudarlo; KiHyun se dejó peinar, tal y como en los viejos tiempos—. ¿No es demasiado?
—¿A qué te refieres?
—A mi atuendo, mi cabello... todo.
—Para nada, te ves muy bien. Si la abuela estuviera aquí te diría que te ves como un muñequito de pastel, en el buen sentido, claro. —KiHyun esbozó una sonrisa tímida que YoonGi percibió a través del espejo—. ¿Cómo te sientes?
—Nervioso.
—¿Por qué?
«Porque HyunWoo me gusta mucho...» pensó.
—Todo estará bien —dijo YoonGi con voz suave.
—¿Cómo lo sabes?
—Sólo lo sé. Es una de las habilidades que tenemos nosotros los hermanos mayores —dijo él, encogiéndose de hombros—. Listo, cabello peinado.
KiHyun miró el reloj; HyunWoo pasaría por él después de terminar sus actividades con el club de natación. Los viernes los clubes terminaban sus actividades más temprano de lo usual por lo que HyunWoo tenía tiempo suficiente para ir a casa y arreglarse para su cita.
Sin embargo, KiHyun sintió que el tiempo pasó volando en cuanto llegó de la escuela y ahora podía sentir el tamborileo de su corazón a pocos minutos de la hora acordada. YoonGi conocía esa sensación porque la seguía sintiendo hasta el día de hoy cuando salía con HoSeok.
YoonGi se puso de pie y le dijo a KiHyun que estaría en la sala leyendo por si necesitaba algo.
A pocas calles de la residencia Yoo, HyunWoo se encontraba buscando el número que le había hecho llegar KiHyun por medio de un mensaje de texto. En un principio se encontró asombrado por las elegantes fachadas y hermosos jardines que adornaban el vecindario, mas todo eso pasó a un segundo plano cuando se dio cuenta de que se acercaba el número que rezaba el mensaje de texto de KiHyun. El resto del camino se dedicó a ser cortés y corresponder a los saludos de las agradables —y muy bien vestidas— señoras que transitaban por la vereda.
Las mariposas aleteaban cada vez más fuerte.
—Es aquí —dijo para sí mismo en voz baja, deteniendo su andar frente a una puerta de color marrón de apariencia pesada; arbustos perfectamente cortados resaltaban y lámparas que hacían juego con el color de la puerta.
Del lado derecho de la entrada se encontraba un intercomunicador que parecía ser un poco más sofisticado que el qué había en su edificio. En la pantalla se podía ver la imagen de una mujer de mejillas suaves y una nariz pequeña.
—Buenas tardes, soy Son HyunWoo y...
—¡Ah! Debe estar aquí por el joven KiHyun. Pase, por favor —dijo ella con voz cálida.
La puerta se abrió lentamente y HyunWoo pudo divisar un extenso jardín de un precioso color verde y una casa en la que predominaba la madera de una tonalidad oscura, ventanales que permitían la entrada de luz natural y un recubrimiento de piedra que combinaba con el color de las cortinas. Era, sin lugar a dudas, una residencia clásica y elegante. Al final del sendero de piedra esperaba una mujer de vestimenta elegante, probablemente la misma que se comunicó con él momentos antes.
—Bienvenido, joven Son, por favor pase y póngase cómodo. Le avisaré al joven KiHyun que está aquí.
—Se lo agradezco —dijo con voz educada y haciendo un ligero movimiento con la cabeza para después escuchar el taconeo de la mujer en las escaleras que llevaban a la planta alta de la casa.
HyunWoo respiró profundo y tomó asiento en el pequeño sillón del recibidor, escuchando algunos ruidos provenientes de algún lugar más al interior de la casa.
Mentiría si dijera que no estaba nervioso. Decidió relajarse un poco, dio un vistazo rápido a su cabello en el espejo del recibidor. Entonces escuchó pasos suaves y algo perezosos que se dirigían hacia donde él estaba; un muchacho de ojos felinos y cansados se apareció frente a él, llevaba un libro en la mano y un vaso de jugo en la otra. Se parecía mucho a KiHyun.
—Tú debes ser HyunWoo —dijo él, su voz era suave y profunda.
—S-sí, mi nombre es Son HyunWoo. Estudio en la misma escuela que KiHyun, somos compañeros del consejo estudiantil.
El muchacho lo miró de arriba a abajo; HyunWoo sentía como si estuviera analizando hasta el más mínimo detalle de su apariencia.
—No imaginaba que fueras tan alto. Aunque debí hacerme a la idea tomando en cuenta lo mucho que Kiki habla sobre ti —dijo él de repente, sorprendiendo a HyunWoo—. Soy YoonGi, el hermano de KiHyun. Es un placer.
—Mucho gusto —dijo HyunWoo con una pequeña sonrisa.
—Así que... Vas a salir con mi hermano. ¿A dónde irán?
—Al museo de arte.
—¿Y después?
—¿Después...? —dijo el moreno, no comprendía la pregunta del mayor.
De manera oportuna, KiHyun se encontró bajando las escaleras, observando curioso la conversación entre su hermano y el chico que le gusta.
—HyunWoo —llamó con voz suave, ganándose la atención del moreno cuya mirada no podía apartarse de él; sintió cosquillas en la boca del estómago y YoonGi pudo divisar una sonrisa en los rostros de ambos parecida a la que ponía cada vez que le decía algo lindo a HoSeok. KiHyun bajó las escaleras, sus labios conservaban aquella delicada sonrisa—. Gracias por esperarme. Veo que ya se conocieron.
—S-sí, sí, estábamos conversando un poco sobre... ya sabes... —dijo él. YoonGi de pronto podía sentir la tensión entre aquel par y no pudo evitar sentirse tranquilo.
—KiHyun —llamó, haciendo que los más jóvenes dejaran de mirarse—, no regreses muy tarde a casa, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—¿Llevas todo lo necesario? ¿Teléfono, cartera, paraguas?
—¿Paraguas?
—Nunca se sabe.
—Estaremos bien, YoonGi. Tranquilo. Volveremos para la hora de cenar.
YoonGi asintió y miró a HyunWoo.
—Cuida bien de mi hermanito.
—Lo haré.
—Nos vemos más tarde, YoonGi —se despidió KiHyun mientras tomaba la mano de HyunWoo y salían de casa.
El clima era agradable y el castaño disfrutó de ver la luz del sol acariciando la piel de HyunWoo; soltó su mano luego de unos segundos.
—Di-disculpa a mi hermano, a veces suele ser un poco... protector —dijo, su mirada fija en el camino de piedra en un intento por esconder el evidente sonrojo que decoraba sus mejillas y que HyunWoo claramente notó.
—Creo que es bueno. Se ve que te quiere mucho, se preocupa por ti.
—Sí, es un buen hermano —dijo KiHyun con voz suave, girándose hacia el moreno una vez se encontraron en la vereda—. ¿Tú tienes hermanos?
—No —negó HyunWoo—. Aunque me hubiera encantado tener un hermano menor, creo que nos divertiríamos mucho.
KiHyun sonrió.
—Estoy seguro de que serías un gran hermano mayor —agregó con voz suave, sus ojitos observando la preciosa y tímida sonrisa que se dibujó en los labios del moreno.
🐻 ☀️ 🐹
Azul oscuro. Añil. Cobalto. Azul marino. Índigo. Lapislázuli. Celeste. Verde azulado. Se atrevería a decir que incluso había pinceladas de color zafiro en el cielo estrellado que se plasmaba sobre su piel.
Veía las estrellas, olía la suave caricia del café que recién salía de la máquina en la pequeña cafetería de junto; oía las conversaciones que lentamente parecían perderse en el infinito a medida que identificaba más tonalidades de azul.
MinHyuk estaba consciente de que aquella exhibición no era más que un conjunto de píxeles de color que se proyectaban en una habitación; de cierta manera se sentía algo banal, como si todo aquello no fuera más que una producción teatral, una versión diluida y animada de las mismas pinturas que se encuentran en internet. Sin embargo se dijo a sí mismo que debía respirar profundo y tratar de alcanzar el objetivo de la exposición.
Cerró los ojos. Y mientras estaba sentado en la seguridad del círculo dibujado en el piso de la galería, MinHyuk se puso a pensar en las estrellas que se mostraban galantes en el cielo nocturno del siglo diecinueve.
Pronto se encontró a sí mismo surcando los cielos del infinito; sus brazos extendidos y la brisa marina acariciándole los cabellos color chocolate. Si miraba hacia el frente se encontraría con un fiordo preciosamente iluminado por bellas farolas y por las estrellas de Van Gogh. Y si miraba hacia abajo se encontraría a sí mismo volando sobre el espejo natural que era el océano y que se animó a tocar con la punta de sus dedos haciéndolo soltar una risa al verse salpicado por las pequeñas gotas de agua salada.
Haciendo alusión a ese lado infantil que se había permitido despertar por un momento (o por cortesía de la pequeña cafetería de junto) MinHyuk percibió un aroma dulzón por sobre el del agua salada del océano. ¿Qué era? ¿Manzana? ¿Peras? Quizás eran moras.
—¡MinHyuk! —escuchó en la distancia.
Miró en derredor, pero no había nada más que el océano, el fiordo y una noche estrellada.
Aún así, ese perfume dulce se hizo más fuerte. Y MinHyuk pensó en las flores de primavera. En un jardín lleno de rosas y margaritas. Pensó en...
—¡MinHyuk!
«Moras... Huele a moras...» pensó.
Entonces la brisa marina se encontró con una nueva corriente de viento proveniente del Este que trajo consigo algo más que una travesura dirigida al cabello del muchacho; pétalos de rosa comenzaron a volar a su alrededor. No parecían obedecer a la brisa marina sino a la propia corriente de viento que los trajo, creando una hermosa danza y risas suaves que nacían de los labios del muchacho.
—¡MinHyuk!
Y como un actor que espera indicaciones del director, los pétalos trazaron, de manera danzarina, su propio camino hacia el fiordo. MinHyuk. Y entonces lo supo.
El perfume de las moras se hacía cada vez más presente y una sensación de calidez comenzaba a rodearlo. Estaba seguro de que era ella.
Pero algo lo frenó. Todo se detuvo y lo invadió una vaga sensación de impotencia al no poder moverse en lo absoluto.
—¡MinHyuk! —la escuchaba claramente. Sabía que era ella— ¡MinHyuk! ¿Dónde estás?
—¡Aquí estoy! —dijo él desde lo más profundo de su pecho— ¡Aquí estoy! ¡Ya voy!
—¡MinHyuk!
Pero MinHyuk no podía moverse, algo lo estaba deteniendo. Y ese algo estaba por debajo de él. El agua del océano. De aquel espejo que reflejaba las estrellas del cielo nocturno brotaba una mano helada —tan fría que le caló hasta los huesos— que se aferraba con fuerza a su pierna, halándolo consigo. Un grito nació de su garganta. El miedo lo estaba invadiendo poco a poco. Intentó zafarse. De pronto no era sólo una, eran varias; se afianzaron a sus piernas, sus brazos, tenía otra alrededor del cuello.
—¡MinHyuk!
MinHyuk quería responderle, decirle que ahí estaba y que pronto estaría con ella, pero dolía, el frío dolía tanto que le estaba quemando donde el agua tenía contacto con su piel. Resistió. Creía que mientras más resistencia pusiera más difícil sería liberarse de aquello que quería ahogarlo. Resistió y siguió resistiéndose, moviendo sus extremidades en un intento por liberarse de aquello que lo lastimaba.
—¡MinHyuk! ¡Ven, ya es hora de cenar!
—Ya voy... —dijo con las pocas fuerzas que le quedaban— Ya voy...
Resistió un poco más.
Sus pies comenzaron a sumergirse en el agua. Otro grito salió de su garganta.
—Por favor, no... Déjame ir...
(¿Por qué debería?)
El agua le llegaba a las caderas. Estaba helada. Quemaba, aunque eso era algo que sus músculos comenzaron a ignorar. Ya no podía sentirlos.
—Quiero ir con ella. Por favor... Déjame ir...
Ya no podía sentir nada para cuando el agua le llegó hasta el cuello. No tomó aire, ya no hizo nada. No podía moverse. No podía hacer nada. El agua salada se coló entre sus labios y su vista encontró nublada entre las estrellas del cielo y la abrumadora oscuridad del océano.
—¡MinHyuk!
Se dio el lujo de respirar por última vez el aroma dulzón de las moras. Era un pastel de moras. Ahora estaba seguro de eso.
—Aquí estoy... Aquí... Estoy...
Abrió los ojos. No había océano. No había fiordo. No había estrellas. Miró a su alrededor y respiró profundo al recordar dónde estaba. Se puso de pie y se sacudió el pantalón antes de caminar hacia otra parte de la exposición. Sintiendo escalofríos de vez en cuando que pudo calmar al frotarse ligeramente los brazos, esperando sentir un poco de calor (o algo).
No podía regresar a casa, al menos no todavía. Quería estar fuera por un par de horas más. «Hasta el ocaso. No le gusta cenar después de las siete, entonces volveré», se dijo a sí mismo mientras caminaba por la galería sin un rumbo fijo. Aunque últimamente se había vuelto a acostumbrar a eso y aquello siempre abría una disputa consigo mismo porque una parte de él sabía que no estaba bien.
(Tal vez ahora las cosas sean diferentes...)
(No lo han sido en mucho tiempo y dudo que ella haya cambiado siquiera un poco desde la última vez que nos vimos...)
(¿Pero cómo vamos a saber eso si no la escuchamos?)
(No necesitamos escucharla... Estamos bien así, créeme...)
(Ambos sabemos que no es así...)
MinHyuk siguió caminando por la galería, tratando de concentrarse en las voces de los visitantes o dejándose envolver por la iluminación del lugar. Recordó el fiordo y el perfume de las moras; las rosas y el jardín de su abuela; la primera vez que horneó galletas y cuando montó la bicicleta por su cuenta sin las rueditas de entrenamiento. Esos recuerdos le provocaban más que los muros vacíos de la galería, que aquellos píxeles que imitaban los trazos de Van Gogh y todas las tonalidades de azul de la noche estrellada.
Algo que no pudo evitar sentir fue un ligero golpe en su rostro.
—Discúlpeme. Debí de fijarme mejor por dónde iba —dijo MinHyuk, aún con la mirada hacia el piso. El perfume de las rosas seguía ahí, haciéndole compañía al aroma de la cafetería. Entonces supo que había llegado hasta el distribuidor del museo.
Un espacio tan amplio e iluminado con los matices propios del atardecer que se reflejaba en las baldosas blancas y se permitía disfrutar de las elegantes estatuas que daban la bienvenida a los visitantes del museo. MinHyuk siempre había sentido una gran fascinación por ellas y, en algún punto de su niñez, quizás en las primeras visitas que hizo al museo, se planteó la duda de cómo es que alguien podía lograr que un material tan pesado y rígido luciera suave y ligero, cómo se le daba vida a algo que carecía de la misma.
—No se preocupe, no hay problema —dijo la persona frente a él. Su voz era particularmente suave, pero no era como la voz de HyungWon. La voz de esta persona era dulce, suave. Se sentía como una cálida taza de té de miel. MinHyuk se permitió levantar la mirada convenciéndose en el proceso que lo hacía por educación y para poder disculparse apropiadamente—. Disculpe, ¿Se encuentra bien?
—¿Eh?
—Permítame —dijo él, buscando entre los bolsillos de su chaqueta. Le tendió un pañuelo con un precioso diseño bordado, en él se podía leer «Moon» y la delicadeza en las puntadas hicieron dudar a MinHyuk sobre si una máquina de coser podría lograr un resultado tan exquisito.
¿Por qué le daba aquello? MinHyuk reparó en su dulce mirada cargada con matices de preocupación. Se llevó una mano hacia la mejilla y entonces fue consciente de las lágrimas que recorrían su rostro.
—Se lo agradezco.
Estaba llorando frente a un desconocido. Aún así no sintió vergüenza, no sintió la necesidad de ocultarse detrás de una máscara ni de salir corriendo como se le había hecho costumbre durante la secundaria. «Claro que no importa que llore frente a él. Es un completo extraño que no volveré a ver —pensó—. ¿Por qué habría de importarme lo que piense de mí?»
—¿Qué le ha parecido la exhibición? —preguntó él.
MinHyuk lo miró, en parte sorprendido y en parte porque gustaba de mentirse a sí mismo sobre muchas cosas, como el hecho de que aquella sonrisa no era de las más bonitas que había visto.
—Está bien, supongo... Aunque se disfrutaría mejor si te haces a la idea de no sobrepensar lo que estás viendo para simplemente pasar un buen rato.
—Y de seguro tomar un par de fotos que se verían geniales en Instagram, ¿no es así?
MinHyuk sonrió mientras asentía con ligereza.
—Es sólo que... es curioso, ¿sabe? Van Gogh murió siendo un artista pobre y ahora otras personas se hacen de dinero exhibiendo sus obras —dijo MinHyuk. Sus dedos, tímidos y con algunas manchas de pintura que requerían de días para abandonar su piel, acariciaban el bordado en el pañuelo—. A veces me pregunto qué pensaría si viera todo esto. Tantas personas admirando su trabajo después de todos estos años.
—También me he hecho la misma pregunta —dijo él—. Y honestamente, por más vueltas que intente darle al asunto, siempre termino llegando a la misma respuesta.
—¿Que es...?
—Estaría feliz. Porque creo que, al final, logró algo que sólo los grandes artistas logran y que prevalece en el tiempo: transmitir sus emociones, la esencia de lo efímero y de lo que consideramos ordinario —respondió con simpleza, mirando los ojos llorosos de MinHyuk y sus mejillas sonrojadas a causa del llanto.
—Es una buena respuesta.
—Soy Moon Bin. Encantado.
—Lee MinHyuk.
«Seguimos siendo un par de extraños. Decirle mi nombre no significa nada, ¿verdad?»
Moon Bin sonrió.
—¿Qué te parece si seguimos esta conversación con un café? Claro, si estás de acuerdo y tienes tiempo.
MinHyuk quería negarse. Lo que él quería era irse a vagar por ahí, comprar un helado y sentarse en algún lado hasta que pudiera volver a casa, pero incluso él sabía que aquello no era del todo cierto. Al menos no después de que había tenido lo más cercano a una interacción social que no incluyera preguntas sobre su estado emocional o después de haber visto a KiHyun y a HyunWoo caminando por la vereda con pequeños corazones revoloteando a su alrededor.
—Me encantaría —dijo, esbozando una pequeña sonrisa que contrastaba hermosamente con sus pestañas húmedas.
Moon Bin seguiría siendo un extraño al final del día, una taza de café no iba a cambiar eso.
🐶 🎨 🐱
Una de las cosas favoritas de HyunWoo es, sin duda alguna, la sonrisa de Yoo KiHyun. Le encantaba verlo sonreír por cosas tan pequeñas como cuando revisaba la bitácora del consejo y la encontraba perfectamente ordenada. También estaban las sonrisas que se dejaban ver cuando estaba con sus amigos o cuando en una conversación se dejaba llevar por un tema que le apasionaba tanto que sus ojitos parecían brillar como pequeñas estrellas en el cielo nocturno.
Pero sobre todo a HyunWoo le gustaban las sonrisas que él mismo provocaba en KiHyun porque eran las más preciosas, porque sus mejillas se coloreaban de un color rosa que sin querer se había vuelto de sus colores favoritos; porque sus ojos parecían decirle todo aquello que no podía expresar con palabras y porque lo hacía sentir cosquillas en el abdomen.
Esa tarde, mientras estaban en el museo, KiHyun le mostró otro lado sí mismo; uno que parecía más relajado, sin preocupaciones y sin tener que pensar en complicados ejercicios matemáticos o en elaborados ensayos escritos en lenguas extranjeras. Parte de eso se debía a que KiHyun siguió el consejo de su hermano y no lo que había leído en blogs de internet o en los artículos de revistas que leía en la fila del supermercado.
HyunWoo estaba conociendo más de KiHyun y eso le gustaba. Le gustaba KiHyun, el presidente del consejo estudiantil, y le gustaba KiHyun, el chico que amaba la cocina, los perros y las novelas de ciencia ficción (en especial las de viajes en el espacio).
Habían reído, habían debatido sobre las intenciones de los artistas que se exhibían en el museo, habían compartido un croissant relleno de chocolate; se encontraron hablando de cualquier cosa y de nada a la vez. También se habían tomado fotografías que después serían el fondo de pantalla de sus teléfonos (pero aquello sería un secreto).
Al salir del museo ambos compartían la idea de que era muy pronto para dar por terminada aquella cita, pero sabían que no faltaba mucho para que KiHyun regresara a casa y HyunWoo le había dado su palabra a YoonGi de dejarlo en casa sano y salvo, y a tiempo para la cena.
Teniendo eso en mente, y conversando sobre una colorida caricatura que a ambos les gustaba, emprendieron el camino de regreso al vecindario de la familia Yoo acompañados del color púrpura del cielo y mirando el vuelo de las aves que resultaba tranquilizante de alguna manera. Otra de las cosas que ambos tenían en común, pero con la pequeña diferencia de que ahora no lo hacían desde la ventana de sus recámaras, sino juntos, sintiendo el agradable calor del cuerpo ajeno y con un helado en las manos que minutos antes había provocado una divertida conversación sobre la choco menta.
—En eso te equivocas, la pasta de dientes no sabe tan bien como la choco menta. Aunque no lo pensaría dos veces si encuentro una en el supermercado —dijo KiHyun entre risas
—Sigo creyendo que son la misma cosa, pero con diferente textura. Además no creo que una pasta con chispas de chocolate sea la mejor opción para limpiar tus dientes.
—Pero sería deliciosa, los niños la amarían.
—Los dentistas la amarían. Dejarían de recomendar la pasta de siempre si eso les llena el consultorio.
—Sigue siendo mejor que la pizza con piña.
—¡La pizza con piña es lo mejor que puede existir! No la ofendas de esa manera.
—Su mera existencia es una ofensa para las pizzas, es decir, ¿por qué poner fruta en algo que ya sabe delicioso por sí mismo? Si funciona, no lo toques. Es la regla.
—¿Al menos la has probado?
—Comería una ensalada de frutas en su lugar, es lo mismo.
—Veamos si dices lo mismo después de que la hayas probado.
—¡No pienso probarla! Ni hoy, ni nunca.
KiHyun tenía las mejillas sonrojadas y ligeramente adoloridas después de sonreír por tanto tiempo.
—La próxima vez iremos a un lugar donde preparan las mejores pizzas y entonces veremos si sigues pensando igual.
KiHyun soltó una risa. El que HyunWoo haya dicho «la próxima vez» le había encantado. La fierecilla daba pequeños brincos de emoción de allá para acá y no podía esperar para que eso ocurriera.
Sintió una calidez creciendo en el interior de su pecho acompañado de un ligero cosquilleo en la punta de sus dedos que confundió con escalofríos. HyunWoo se dio cuenta de eso y colocó su chaqueta sobre los hombros de KiHyun logrando cubrir su cuerpo lo suficiente para protegerlo de las traviesas corrientes de aire fresco que acompañaban el ocaso.
—Gracias —enunció en voz baja.
HyunWoo estaba tan cerca de él que pudo escucharlo perfectamente.
KiHyun tenía unos ojos preciosos que a veces escondía detrás de un par de anteojos con los cristales ligeramente tintados para proteger sus ojos de la luz azul de los dispositivos electrónicos. HyunWoo lo sabía, lo había visto usarlos en un par de ocasiones cuando JiHyo convencía a los miembros del consejo de hacer una videollamada para poder discutir temas pendientes después del horario de clases. Le gustaba cómo se veía con ellos y cómo combinaban con su cabello ondulado.
En ese momento la distancia entre ellos le dio a HyunWoo una vista del lindo color que guardaban los ojos de KiHyun y de las palabras que el menor se moría por decir en voz alta, de las pequeñas pecas en sus mejillas y de aquellos labios color durazno que estaba seguro de que guardarían un sabor a choco menta.
Por un segundo sintieron que todo a su alrededor transcurría en cámara lenta; el color del ocaso, el vuelo de las aves, el alumbrado público que iluminaba la vereda. HyunWoo le provocaba mariposas en el estómago y eso, sumado con la eterna curiosidad de si sus labios se sentirían tan suaves como aparentaban, no estaba ayudando mucho a KiHyun en ese momento.
Bastaba un movimiento, un pequeño movimiento, para que las primeras estrellas de la noche fueran los únicos testigos de algo que sus corazones pedían a gritos, de algo que la fierecilla quería desde que HyunWoo había dejado de ser un compañero más del consejo estudiantil.
Pero eso no pasó.
La burbuja se rompió y las estrellas sólo fueron testigos del simpático tono de llamada del teléfono de KiHyun y de las sonrisas tímidas que le siguieron a eso.
—Disculpa, es mi hermano —dijo KiHyun mirando la pantalla, girándose un poco para esconder el color favorito de HyunWoo—. Hola, YoonGi... Sí, dile a mamá que estamos cerca... Uh, tal vez no. Compramos helado en el camino... Sí... Sí... De acuerdo, nos vemos.
KiHyun suspiró y se giró hacia HyunWoo.
—¿Está todo bien? —preguntó él.
—Sí, sí. Sólo llamaba para preguntar cómo estábamos.
HyunWoo sonrió con timidez. KiHyun lo encontró adorable.
—Estaba viendo el jardín de allá. La fuente es linda, pero los arbustos necesitan arreglarse un poco.
—Debe ser la casa de la señora Kim. Mamá dijo que está de viaje, pero que un jardinero viene los domingos a cuidar de sus plantas. Eso y sus perros son su mayor adoración.
—Suena agradable.
—Mientras no pises el césped y le halagues el vestido es una buena compañía para tomar el té.
Compartieron una risita antes de seguir caminando. Durante los breves minutos que estuvieron en silencio ambos encontraron difícil el hecho de ignorar el cosquilleo de las mariposas y el calor del cuerpo ajeno; HyunWoo de vez en cuando veía las fachadas de las casas de junto mientras KiHyun tocaba la tela de la chaqueta del mayor. Era de esos silencios que las novelas (y tal vez también HoSeok) describirían como romántico. Y en realidad lo era.
Al llegar a casa de KiHyun, HyunWoo trataba de encontrar las palabras correctas para despedirse y agradecerle por una tarde que fue, sin lugar a dudas, especial y que deseaba que se repitiera.
—Yo... —dijeron a la vez.
Rieron. Al parecer HyunWoo no era el único que intentaba encontrar las palabras correctas.
—La pasé muy bien, HyunWoo. Muchas gracias por todo.
—Yo soy el que debería agradecerte.
—¿Por qué?
—Por haber aceptado salir conmigo.
—Y lo volvería a hacer —dijo KiHyun con voz suave—. Dijiste que me harías cambiar de opinión respecto a la pizza con piña y espero que tus argumentos sean buenos.
HyunWoo soltó una risa suave y KiHyun deseó poder grabar ese sonido para poder escucharlo siempre.
—No se preocupe, presidente. Prepararé una buena defensa en lo que respecta a mi postura sobre la pizza con fruta.
—Asegúrate de entregarme una copia.
—¿Con códigos de colores?
—Preferentemente.
Se quedaron en silencio por un momento, mirándose a los ojos. Una fierecilla que se negaba a despedirse de Son HyunWoo.
—Buenas noches, HyunWoo.
—Dulces sueños, KiHyun.
—¿Te veré el lunes?
—¿Puedo verte antes de clases?
—¿Es por algo del consejo?
—Tal vez sí o tal vez sólo estoy buscando una excusa para verte.
KiHyun sonrió. Y dejándose guiar por su corazón y por la insistencia de la fierecilla, hizo algo que, de momento, le bastaría para dejar de cuestionarse algo de HyunWoo.
Fue algo rápido, al menos lo suficiente para que el castaño se despidiera nuevamente con voz suave. Un tono de voz que HyunWoo había sentido como una caricia que se quedaría grabada en ese lugar.
Regresó a casa con una sonrisa en los labios y dispuesto a cambiar su opinión sobre el helado de choco menta.
Mientras tanto, KiHyun, sin saberlo, había comenzado una pequeña colección de la ropa de HyunWoo y —antes dormir y después de prometerle a su hermano que le contaría sobre su cita— le confesó un secreto al pequeño oso de peluche que lo acompañaba durante las noches: Las mejillas de HyunWoo son muy suaves.
🐻 ✨ 🐹
¡Hola, solecitos!
Después de tres meses (creo) por fin tenemos la primera cita ShowKi. 🥰
Disfruté mucho escribir este capítulo, aunque a veces sentía que era demasiado y otra veces sentía que le faltaban cosas, pero al final creo que resultó muy bien y espero que les haya gustado tanto como a mí. ❤️
No olviden dejar un comentario o una estrellita porque me hacen muy feli.
Besitos de mariposita.
No olviden tomar agua. ✨
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