Alma Congelada #2
Espero que les guste~
MK no tenía muy en claro en donde se encontraba pero le recordaba mucho a una película que alguna vez había visto, el de la princesa con poderes de hielo. No estaba seguro de que era pero creía que era un castillo, con techos altos y pasillos amplios, aunque si estaba seguro de que las paredes a su alrededor estaban hechas de hielo. Tenía un cuarto grande, con muebles de verdad para su sorpresa y una cama de gran tamaño, junto a unos cuantos detalles más que le daban la pista de que ese lugar, había sido el hogar de ella alguna vez.
Raro pero incluso con las paredes frías, parecía acogedor, demasiado para un espíritu que había intentado asesinar a tantos para cumplir su destino. Recorrió el lugar, distrayendo lo mejor que pudo su mente de lo que había sucedido pero todo volvió cuando un día, por accidente, se vio al espejo. Su ropa ahora tenía tonos blancos y azules, incluida su bandana y zapatos, mechones visibles y múltiples ahora blancos resaltando en su cabello castaño pero lo que más llamo su atención era el ojo azul brillante que ahora tenía. Se sintió terrible y antes de poder detenerse, movió bruscamente las manos, un trozo grande y puntiagudo de hielo atravesando ahora el espejo, rompiéndolo en miles de pedazos.
-Oh...- se miro las manos, quitando la escarcha que tenía en la punta de los dedos y se decidió, practicando todo lo que podía. No quería hacerle daño a nadie, mucho menos por accidente, así que debía tener un buen control antes de decidir volver con sus amigos y a la cuidad...si es que lo decidía en algún momentos.
Aun no tenía muy en claro lo que había sucedido pero si entendía que ella había hecho algo, algo lo suficientemente fuerte como para cambiarlo de alguna manera, para dejarle sus poderes y quitarle los del dios. No estaba de acuerdo con nada de lo sucedido, no le gustaba y había momentos en los que odiaba los poderes que ella dejo atrás, aunque se negó a dejar que eso lo detuviera, haciendo lo mejor que sabía hacer: levantarse después de un golpe y seguir.
Le tomo un poco de trabajo, aunque no estaba muy consiente del tiempo que pasaba, pero logro entenderlo. Logro el suficiente control como para no dejar salir escarcha sin intención e incluso logro usar el hielo a su favor, aunque no va a negar que se cayo unas cuantas veces en el intento. Le tomo otros cuantos intentos descubrir como salir de donde sea que estaba, terminando el medio del bosque con una ráfaga helada. No pudo evitar sonreír, su animo en aumento al estar fuera y rodeado de color, empezando a caminar a paso lento.
-Cálido...- no se sentía como lo recordaba pero después de estar entre paredes frías durante un tiempo, estar bajo los rayos del sol era la mejor sensación, incluso si no era lo mismo que alguna vez fue. Entro a la ciudad antes de pensarlo mejor y camino entre la gente, aliviado de verlos descongelados y viviendo su vida normal nuevamente, notando que algunos edificios se estaba reconstruyendo y algunas partes de la calle o vereda se estaban arreglando.
Para su absoluta sorpresa, alguien muy familiar se paro frente suyo, su mirada llena de desespero siendo la razón por la que se detuvo.
-Tu...te la llevaste- Mayor se vean mal, la ropa desprolija y el cabello enmarañado, con ojeras bajo sus ojos. Estaba sorprendido de que este hombre fuera el mismo que alguna vez le sonrió enormemente y con los ojos fríos. -Ella ya no esta...¿no es así?- se veía dolido y perdido, tanto que le daba lastima pero no había nada que pudiera hacer por él, no cuando todo ya estaba hecho.
-No- iba a decir "me temo que no" pero se sentía como una mentira, así que fue más directo. Dudo un poco pero terminó por avanzar, pasando por al lado de él solo para seguir su camino. Se sentía mal dejarlo allí, especialmente cuando podía escucharlo sollozar pero él había decidido su camino, había decidido seguirla ciegamente y cumplir con todas sus órdenes, ahora le tocaba enfrentar las consecuencias.
Camino un poco más, sonriendo al ver que la ciudad no había cambiado mucho, cuando pudo notar la sombra que se estaba agrandando bajo suyo. Tarareo y, aunque tenía esa pequeña parte de sí que quería huir, se quedó allí y se dejó hundir en la oscuridad. No podía atrasar lo inevitable.
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