Prólogo
Falta una semana. Siete días más y cumplo 14 años. Estoy tan emocionada que no puedo ocultar mi sonrisa al caminar por las calles rumbo a mi hogar. Al llegar, saludo efusivamente a mi mamá con un fuerte abrazo y subo las escaleras para dirigirme a mi cuarto. Paso toda la tarde hablando con mis amigas sobre qué voy a hacer para mi cumpleaños. Luego de hablar sin parar con ellas, miro mi reloj para saber la hora, son las... 21:00. Está todo oscuro y unas lindas estrellas iluminan la noche éste día.
—¡Jazzlyn Carter! ¡Baja a comer que se enfría la comida! —grita mi mamá desde la planta baja. Me levanto rapidísimo.
—¡¿Comida?! ¿Dónde? ¡Ya bajo! ¡No se coman todo sin mí! —bajo las escaleras de dos en dos. Adoro la comida y tengo el soñado privilegio de no engordar con cada cosa que como. Al llegar saludo a mi padre con un gran beso en la frente, para luego sentarme a comer. Mi madre es de tez blanca al igual que yo y mi padre, sus grisáceos ojos soñadores son lo que la caracteriza como fuerte y a la vez dulce, mientras que su pelo muy bien cuidado es de un castaño muy oscuro, y depende de cómo le de la luz, fácilmente podría confundirse con el negro azabache, y eso refleja el orden y responsabilidad que ella posee. Es una mujer amable y muy observadora; me conoce como ninguno jamas lograría conocerme. Mis rasgos físicos son casi iguales a los de ella, excepto por los ojos. En cambio, mi padre es pelirrojo y tiene unos hermosos ojos verdes como los míos, es alto y lleva una gran sonrisa siempre consigo. He sacado un poco de su personalidad carismática mientras que de mi madre saqué la amabilidad y el insistente recordatorio de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Ambos son grandiosas personas que estuvieron a mi lado todo el tiempo. Sin ellos, hoy en día no sería nada ni nadie.
La comida estuvo deliciosa. No hay mejor comida que la que cocina mi padre. Si, mi padre. Casi siempre suelen ser las madres las que cocinan pero en mi caso no, es al revés.
Me despido de mis padres con un feliz "buenas noches" y subo a mi habitación. Quedándome dormida apenas me acuesto.
(...)
Una luz cegadora entra por mi ventana despertándome. Tallo mis ojos en busca de ver mejor. Mi perro, como todos los días viene a saludarme entrando por mi puerta. Se sube a mi cama y yo por instinto lo acaricio. Apenas mis dedos rozan su suave pelaje... todo su cuerpo se empieza a cubrir con una capa firme de gris. Por miedo, grito y dejo de tocarlo. Cuando todo su cuerpo está cubierto de esa capa gris de no sé qué cosa, lo toco. Es... una superficie dura y sólida, es... roca. ¿¡Se convirtió en piedra!? ¿¡Que rayos está pasando!?... voy corriendo al baño y me miro en el espejo con los ojos de par en par. "¿Qué me está pasando?, ¿Qué es esto?" Pienso mirando mis manos asustada. "Mi perro... él... ¿No está muerto... o si?" Pienso con más miedo que antes y me acerco lentamente a él. Lo toco como si fuera la primera vez, cuando llegó en los brazos de papá, escondido detrás de una caja. Dos lágrimas gruesas salen por mis ojos. Lo abrazo tratando de sentir el calor que siempre me daba cuando dormía conmigo en mi cama, — aunque mamá nunca me había dejado— lo abrazo como lo abracé siempre en año nuevo cuando se escondía en el baño por los fuegos artificiales.
—Max... —digo sollozando. Él sí que era mi más leal amigo... era... esa palabra me duele demasiado. "Estos... poderes... ¿Qué haré con ellos? ¿Y si mis padres deciden encerrarme en un manicomio por ellos? ... Esperen, ¿Qué digo?, ni siquiera están aquí, seguramente deben estar en el trabajo y no sé exactamente dónde es cómo para ir con ellos. ¿Y ahora qué haré?... lo único que quiero ahora es tener el abrazo reconfortante de mamá y ella no está aquí para dármelo... Quizás sólo sea algo mal en mi cuerpo... alguna enfermedad extraña que salió de la nada en mí... tal vez un doctor pueda ayudarme a mi y a mi perro... ¡Eso es! ¡El hospital!..." Sin pensarlo dos veces me pongo unos guantes y voy corriendo al hospital con mi perro en brazos. Entro al hospital todavía en shock y me acerco a la secretaria.
—Hola linda, ¿En qué puedo ayudarte? —dice amablemente aquella señora de cabellera roja como el fuego y anteojos grandes.
—¿P-puedo ver al doctor?
—Claro, ¿Es una urgencia? ¿Dónde están tus padres? —me pregunta preocupada mirando un poco extrañada a mi perro que llevaba bien sujeto a mi pecho y cubriéndolo con mi campera para que nadie lo vea.
—S-si... Mis padres me esperan afuera.
—Okay, el guardia te llevará a la sala de espera para que luego te llame el doctor.
El guardia se acerca a agarrarme por la espalda para que lo acompañe y muy asustada, me alejo de él, manteniendo distancia entre los dos. Cuando llego hay mucha gente esperando y me siento en una silla apartada tratando de no tocar a nadie...
—¡Jazzlyn Carter! —grita el doctor y me acerco corriendo al lugar. Adentro hay un señor un poco más viejo que mi padre con pelo marrón y ojos claros— Entra, entra... y dime, Jazzlyn, ¿Qué te ocurre? —le cuento lo sucedido hoy a la mañana entre tartamudeos y temblores. Le muestro al perro y él me mira con una ceja alzada. Pero igualmente escucha atentamente cada palabra que sale de mi contínuo parloteo.
—¿Qué hago d-doctor?
—Bueno, primero que nada, vayamos a lo importante... ¿Con quién has venido? —pregunta de repente cambiando de tema. Yo niego varias veces "¿Porqué todos me preguntan lo mismo? Primero la secretaria y ahora él. Genial" pienso con sarcasmo y frustración.
—No he venido con n-nadie, vine sola —le respondo automáticamente. Él levanta una ceja pero de todas formas deja de lado el tema.
—Bueno, yo te diría que te contactaras con un amigo mío que es psicólogo. Es muy bueno escuchando, puedes contarle todo lo que deseas y hablarle sobre aquello que me contaste... —dejo a un lado a mi perro. Empiezo a negar con la cabeza con lágrimas en los ojos... ¿No me cree?
—¿Qué? No, señor enserio me está pasando esto, no es una b-broma —el doctor me mira raro y se da la vuelta para irse por la puerta y llamar a otro paciente.
—Lo siento niña, no tengo todo el tiempo del mundo. Tengo que atender a otras personas que en serio me necesitan —sin querer, para evitar que se vaya, lo agarro de su brazo pero me arrepiento al instante. Se convierte en piedra en menos de dos segundos quedando totalmente inmovilizado. "No puede ser... yo... ni quise..." niego con la cabeza sin poder creer que se vuelva a repetir el mismo episodio otra vez. Más lágrimas siguen saliendo de mis ojos. Asustada, salgo corriendo de ese lugar y llamo a mis padres.
—¡Mamá! —digo agitada por la corrida apenas me atiende.
—¿Qué pasa hija? ¿Dónde estás? Justo estábamos en una reu...
—Ven al hospital, tenemos un enorme problema, se los contaré en casa. No puedo más sin ustedes... los necesito —digo con la voz entrecortada y temblorosa a punto de romper en llanto de nuevo.
—No te muevas de ahí, enseguida llegamos —me corta la llamada y yo me siento en la pared con la cara entre las piernas; llorando. Cuando llegan mis padres vamos a casa y les cuento absolutamente todo, detalle por detalle. Ellos me escuchan y hablan conmigo. Luego me voy a dormir todavía asustada y shockeada por todo lo que pasó hoy. "Pff... qué día... Ojalá mañana cuando despierte todo haya sido un sueño..." Digo antes de quedarme dormida.
(...)
Pasa la semana que tanto ansiaba que pasara y llega mi cumpleaños. Estos días ni siquiera he salido de casa. Cuando me despierto lo primero que veo es a mis padres con una inmensa sonrisa de oreja a oreja que los delata.
—¡Feliz cumpleaños Jazz! —dicen a coro. Me dan su regalo que está envuelto en una linda cajita de papel de todos los colores. La abro lentamente y saco lo que había dentro. Unas lindas pulseras con un dije de fuego y otro de tierra son lo que me espera. Son hermosas. Parece como si brillaran con luz propia.
—Ponte las dos —dice mi madre feliz. Me las pongo y se cierran mágicamente como si tuvieran un candado. En menos de dos segundos mis padres me están abrazando hasta asfixiarme. Abro los ojos desmesuradamente; asustada.
—¡¿Que hacen?! ¡No puedo tocarlos! —digo asustada. Mi madre se separa de mí y me mira muy contenta.
—Tranquila Jazz. ¡Ahora puedes tocar a quién quieras! Lo único que debes hacer es no sacarte nunca estás dos pulseras. ¡Por que son lo que te protege de no convertir en piedra a nadie! —empiezo a analizar palabra por palabra cada cosa que me dijo y sin poder evitarlo sonrío completamente feliz. Así es como empezó todo... hasta que un día pasó algo que no debía haber pasado....
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