Epílogo
Antes...
Sargas estaba sentado en su trono rodeado de oscuridad. Cuando sus guardias escoltaron al interior a un hombre de túnica estrella y trenzas en su largo cabello.
—Roshar Rah'Odin —saludó Sargas, quien no se sentía tan tranquilo como había esperado. No sonaba como un gobernante entre sus sombras, sino como alguien que todavía se atemorizaba por ellas.
—Pidió verme, alteza.
—Es más correcto decir que eres tú quien quería verme a mí, ¿o me equivoco? Mi padre lleva buscándote demasiado tiempo, y bien te has escondido. Si quisieras, podrías con mucha más facilidad escapar del heredero escondido.
—Tenía curiosidad, su alteza, de ver a la cara al heredero del que tanto se dice, y poco se sabe.
—¿Qué tal tu primera impresión?
—Lógica.
Sargas no supo cómo interpretar eso. Casi estaba esperando que aquel hombre hiciera comentarios sobre sus ojos y cabellos, sus manos apretando los brazos del asiento como si ansiaran la oportunidad de desquitarse con alguien.
—¿Soy lo que esperabas? —insistió al astrólogo.
—¿Me esperaba descender a lo más hondo de la infraestructura del castillo, serpentear entre cadáveres de escorpiones y libros malditos, naufragar entre sombras y encontrarme al futuro rey de Áragog ahogado en ellas? Pues no, alteza, pero una vez ese es el contexto, sí, es usted exactamente lo que esperaba ver al final de este camino.
Sargas frunció el ceño.
¿Qué se supone que quería decir aquello, y por qué de repente se sentía tan desesperado por encontrarle un trasfondo insultante? Tal vez porque le había parecido gracioso, y porque en el fondo se rehusaba a reírse con un desconocido.
—¿Ha valido la pena el viaje? —preguntó Sargas.
—No hubo tal travesía, si es lo que imagina. Digamos que estaba oculto bastante a la vista.
—Soy incapaz de dudar del alcance de mi padre. ¿Dices que estabas a plena vista, y aún así no pudo encontrarte?
—Ya entenderá, alteza. No soy como otros astrólogos.
—Eso lo sé. —Sargas miró el brazalete en la mano de Roshar Rah'Odin, era una especie de artefacto lleno de gemas entretejidas desde su muñeca hasta cada uno de sus dedos. No hizo preguntas al respecto, no de momento—. Te he hecho llamar, Rah'Odin porque dicen que eres el mejor astrólogo, que las estrellas te susurran el futuro solo a ti, y que conoces el pasado como si de hecho lo hubieras vivido.
—Sandeces. Las estrellas no conocen el futuro.
—¿No? Porque dicen que tú... fuiste quien predijo la muerte de la reina, y que has visto otros acontecimientos que se han cumplido. Pero es de ese en particular del que quisiera que hablemos.
—He aconsejado a su familia desde hace generaciones, alteza. Dejo que piensen que les sirvo, porque de alguna forma así ha sido, pero siempre he tenido una sola lealtad, y no es con los escorpiones. Es con su reino. Con «nuestro» reino, y su historia.
—¿Por qué me cuentas esto a mí, si soy el heredero?
—Usted me inspira complicidad, me alienta a ser honesto.
Roshar entornó los ojos hacia Sargas, sus ojos enfocándose más allá de las sombras.
—Qué falta de juicio —sentenció Sargas como despectiva respuesta.
Roshar sonrió. No agregó una sola letra a aquella conclusión.
—Y ahora has decidido abandonar tus votos al rey —retomó Sargas—. Huir del servicio que has prestado por lo que tú llamas «generaciones», y aparecer de improviso cuando el heredero decide buscarte.
—Mi consejo ya no es necesario para el rey. Tiene sabiduría de sobra.
—Es eso, o tal vez quiere más que solo consejos, quiere que repitas tus predicciones como hiciste con...
—Yo no hago predicciones.
—Bien, pues tus estrellas.
—Las estrellas no ven el futuro.
—¡Pero sabías que mi madre moriría!
—Como cualquier persona en Áragog que prestara la suficiente atención.
—Quieres decir que... ¿Solo lo dedujiste?
—No, alteza. No puedo atribuirme ese mérito. Fueron las estrellas las deductoras, pero no por ello las profetas.
—No te entiendo. No entiendo una sola palabra de esas que salen de tu boca —se quejó Sargas.
—Yo me limité a repetir lo que las estrellas asumieron como el futuro más lógico, lo que no significa que vaya a pasar. Son cinsciencias poderosas, pero no por ello adivinas. El destino es, tal vez, el único mito en el que todavía no creo.
Sargas entendía entonces todavía menos, pero decidió exponer sus dudas en orden.
—¿Ellas te hablan?
—No del todo. Sé interpretarlas. Aprendí con los años, muchos, más de los que me gustaría admitir en nuestra primera reunión.
—Me ayudaste con el veneno de Antares. Yo no te busqué a ti, buscaba a un buen alquimista. Ni siquiera sabía que eras astrólogo.
—No lo llame veneno, alteza, suena a traición. Lo que le indujo fue un coma inofensivo. Usted pidió mi consejo en nuestra correspondencia, yo se lo ofrecí.
—¿Por qué?
—Porque deseaba que confiara en mis habilidades, y que tuviera cómo contactarme en adelante. Imaginé que lo iba a necesitar.
Sargas no se sintió más alentado, ni menos receloso. De hecho, todo su cuerpo vibraba en temor. Indefenso como estaba, solo tenía su confianza como escudo, pero no por ello no temía estar metiéndose en un agujero negro que terminaría por absorber su alma.
Deseaba con todo su ser poder pedir consejo a su padre, el hombre más sabio en todo el reino... Si tan solo lo aceptara como hijo, aunque fuera como el peor de todos.
—Traicionaste al rey, ¿cómo puedo confiar en ti? —debatió Sargas, temblando por dentro.
—No he traicionado a Lesath Scorp, solo detuve mi colaboración, que siempre fue arbitraria. Ninguno de los consejos que dediqué para él fueron subterfugios. Asimismo, si usted aceptara de mí mis conocimientos, lo más que debería temer es que, de un día para otro, decida dejar de proporcionárselos.
—Mi padre está buscando el antídoto por todo Áragog. Me preocupa que pueda hallarlo, llevo mucho negociando con él. Dependo de que siga dependiendo de mí.
—Descuide. Las posibilidades de su padre encontrar dicho antídoto son igualmente proporcional a las probabilidades que tiene de encontrarme a mí.
—De acuerdo.
Sargas asintió.
—Si yo te pidiera una de esas lecturas inciertas del futuro...
—No funciona así. Soy un mero emisario. Puedo leer en el cielo solo lo que es visible en el momento en que esté estudiándolo, puede ser algo de interés, como puede ser la misma lectura que hice hace tres décadas. No controlo yo lo que se manifiesta del reino cósmico.
—¿Y entonces para qué sirios sirves tú?
—Para observar.
Sargas se llevó la mano a la cabeza, a punto estuvo de insultar al astrólogo y pedirle que se fuera. Su paciencia no tenía tanto alcance.
Pero inspiró, acomodó sus brazos a los lados del sillón, ahora menos tenso, y dijo:
—A ver, sabes del reino en el firmamento, dices que has aconsejado por mucho a mi familia, que has vivido años que no quieres confesar, que lees las estrellas y las entiendes como ningún hombre... Debes tener un conocimiento basto.
—Eso depende.
—¿De qué?
—Del conocimiento de "qué" hablamos.
—De todo. Todo más allá de nosotros, al menos. Todo en el reino que no conocemos más que por versiones contradictorias de mitos, leyendas y viejos cuentos infantiles.
—Yo no...
—No tuve lo que Antares, Roshar Rah'Odin. No tuve ese padre atento que te explica el origen del reino, la razón de la humanidad y el por qué de las estrellas. No aprendí a usar mi cosmo con la facilidad de Antares, a quien lo aleccionaban cada noche. Yo tuve que oír a hurtadillas, escaparme por la noche, saquear las bibliotecas, sobornar eruditos... Aprendí de autodidacta, y a día de hoy no confío en mis propios conocimientos. Solo tengo la certeza de que es real. Sirios. Cosmos. Ambos confirman la existencia del reino cósmico, el poder de las estrellas. Pero saber que existe no es comprenderlo. ¿Tú lo comprendes, Roshar Rah'Odin?
—Hago mi mejor intento de ello.
—Entonces ayúdame a mí. A entender por qué, y cómo, y qué fue antes, y qué vendrá después...
—¿Por qué le interesa la cosmología, alteza? Me refiero a una parte más teórica. ¿No se conformaría con entender su cosmo y ya está? ¿Dominarlo?
—Yo domino mi cosmo. Aunque sea defectuoso.
—¿Usted?
—El cosmo —espetó Sargas, seguro de haber sido ofendido. Pero necesitaba al hombre—. Estoy convencido de que no funciona bien. Sargas, la estrella, me escogió, me nombró... y es como si luego me hubiera abandonado.
—¿Por qué?
—Antares tiene una conexión con su cosmo, tanto que se comunican. Lesath tiene tanto poder que no puede ni invocarlo, por lo que lo esconde en su sombra. Yo tengo el poder, pero no su consciencia. Como si me hubieran concendido una parte muerta... —Sargas no ahondó en esa explicación. Sabía que los cosmos eran asumidos como el alma del portador, y a él ni siquiera su estrella le había concedido la compañía de una—. Es veneno puro, y se limita a mis manos, como una limosna. Soy incapaz de expandirlo.
—No puedo interferir en su proceso con su cosmo, alteza, pero si cree que el saber más de cosmología le puede ayudar a descubrir en lo que falla, entonces pongo a mi disposición todos mis conocimientos.
—Incluso si se me ocurriera preguntar cosas tan... cercanas a la anatema, como el género de Ara.
—Las deidades no tienen género. Son fuerza.
—Pero esa fuerza fue humana una vez.
—Eso dicen.
—¿Y no lo fue?
—No en ese orden. Ara siempre fue, pues la creación se le atribuye. Ara es el altar del cielo, pero como cualquier artista, quiso ver de cerca una obra que se le salió un poco de las manos, y consumió completa el alma de uno de nosotros, la sofocó y habitó para vivir en la mortalidad todo lo que durase su nuevo cuerpo.
—¿Era un cuerpo de mujer, o de hombre?
—¿Importa?
—No logro ambientarme sin todos los detalles.
—Por desgracia, yo no tengo todos los detalles —contestó Roshar con una sonrisa.
—¿Y Canis?
—¿Qué con él?
—ÉL. —Gritó Sargas golpeando el sillón, como seguro de haber descubierto algo—. Hombre. No lo representas como una fuerza sin más.
—Es la imagen que le ha dado la mitología áraga, y déjame despotricar un poco de nuestra lengua, que nos impide expresarnos con algún pronombre más neutro que el masculino.
—Como fuere... estuvo vivo, ¿no?
—No, Canis, no.
—¿De dónde sale entonces la mitología de que se reveló a Ara?
—Sucedió en el reino cósmico. Fue el único opositor al imperio del altar del cielo. No conforme con el papel que se le daba y creyéndose con un poder superior, fundó su propio gremio en el cielo. Emisarios, seguidores, constelaciones enteras que se inclinaron ante su demonio y que todavía le sirven. Jamás ha pisado el plano terrenal. Tiene a sus sirios, sí, el culto humano a los que dota con el poder de la estrella sirio (la más brillante en el cielo, y su más leal soldado) a cambio de sus almas. Pero esas no son más que bestias que se reparten fragmentos de un cosmo corrompido, algunos ni siquiera tienen la suficiente tenacidad como para conservar su consciencia humana luego de esta transformación. Le sirven a Canis, sí, pero no tienen nada que ver con el poder y la Identidad de este.
»Aunque... Dicen que por siglos ha estado observando, pero jamás ha encontrado un recipiente lo suficiente resistente para su poder. Los humanos, simplemente, no están preparados para él.
Algo brilló en los ojos de Sargas desde las sombras, algo parecido a una curiosidad infantil, que sofocó antes de que el astrólogo pudiera percatarse.
Volvió a mirar el brazalete del astrólogo, y eso sí que lo vio Roshar, que de inmediato dijo:
—No está listo para entender un arte así, alteza. En adelante, tal vez. Llegará el turno de ese secreto.
—Mi padre me ha pedido no una, sino dos garantías de mi reinado para permitirme conservar, digamos, su beneplácito. Me he negado a tener una vendida, Roshar Rah'Odin, y también a una esposa. No espero que lo entiendas, pero mi situación en cuanto a las mujeres en este punto va muy cerca del desprecio nauseabundo. No me veo congeniando con una sola de ellas de aquí a lo que me queda de vida.
—Entiendo. ¿Y su padre insiste en que debe casarse?
—Y comprar una vendida. Para honrar las tradiciones. Roshar... ¿le puedo llamar por su nombre de pila? En conjunto con el apellido, hasta parece un trabalenguas.
Roshar reprimió las ganas de reír pese a que Sargas había dicho aquello muy serio, un planteamiento sin intención de ser tomado como broma.
—Me honra que lo cuestione, alteza, si es usted la autoridad aquí. Sí, llámeme como quiera.
—Bien, Roshar. He aquí tu primer trabajo como mi consejero: quiero ser rey, no por ello la marioneta de Lesath. Y una parte de mí quiere tan solo llevarle la contraria, verlo retorcerse de impotencia mientras ejerce todas sus influencias sobre mí y aún así termine yo haciendo lo que me plazca. Solo por verle exasperarse, pasaría mi vida célibe. Pero por otro lado... ¿y si este capricho mío me cuesta la corona? ¿No sería mejor ceder, por el bien de mi propia estabilidad en la monarquía?
—¿Se refiere a hacer lo que dice Lesath, a ceder a sus peticiones?
—Sí.
—No puede comprar una vendida.
—¿Perdón?
—No lo haga, alteza. Apacigue a su padre, dele la satisfacción casándose con quien él diga. Por el amor a Ara, complázcalo en todo lo demás, pero jamás pague por una mujer...
—No pagaría por una mujer, compraría una vendida.
Roshar se dio cuenta de que hasta ahí se había exaltado un poco, perdiendo los cabales y hablando de más. Así que se recompuso para ese punto.
—No puede —retomó.
—¿Vas a decirme lo que puedo hacer?
—Voy a ser enfático en mi consejo, Sargas Scorp, por nada de este maravilloso mundo... Lesath Scorp podrá ordenarle lo que sea, pero aunque bajara Canis personificado a secundarlo, no debe adquirir una vendida. Jamás.
—Bien, sirios. ¡Bien! No compraré una maldita vendida. ¿Podrías decirme al menos el por qué?
—Es que no lo sé, alteza —mintió Roshar—. Solo lo sé.
~☆♡☆~
Ahora...
Jalas'tar Nashira estaba recostado disfrutando del viento resultante del batir en los abanicos. Dos vendidas le alimentaban con uvas mientras otra leía su correspondencia.
Casi no prestaba atención a las lecturas, hasta que llegó aquella que narraba la carta de su nieta.
A Shaula Scorp Nashira le negaban su derecho a ejercer como embajadora de Baham, lo que era lo mismo que decir que el desierto de Áragog no tenía quien velara por sus intereses en el consejo real. Y, todavía peor, que habían hecho caso omiso a la voluntad de Jalas'tar.
Jalas'tar le arrancó la carta y se levantó, volteando la mesa de bocadillos en el trayecto.
Estaba ardiendo más allá de la sombra y el viento, soltando improperios que alertaban a sus serpientes, que empezaron a inquietarse a sus pies.
Una de ellas reptó por su cuerpo y subió a su hombro, acariciando con su cabeza el cuello de su dueño.
Esa caricia apaciguó a Jalas'tar, al menos lo suficiente para que no retomara su sarta de maldiciones, entonces con la tercera generación de antepasados de Lesath Scorp.
—Mi señor —dijo su consejero ahora que ya era seguro intervenir—. ¿Por qué le molesta tanto lo que han hecho a su nieta? Era de esperarse dadas las tendencias de esa corte...
—¡No! No era de esperarse. De esperarse habría sido que fueran tan inteligentes como para no desatar mi ira...
—¿Ira? Un mal humor se entiende, pero... ¿por qué ira?
—Sensato habría sido que me escupieran. Después de lo que sucedió con mi hija, esto es como una declaración de guerra. —Jalas'tar arrugó en sus manos la carta de su nieta—. Pero Lesath no tiene idea de con quién está disputando su orgullo. Regulus Scorp me tuvo tanto respeto como para comprar a mi hija para su heredero. Lesath no me ha pagado con el mismo respeto. Lesath el sabio, dicen que así lo recordarán. Pero yo digo que es Lesath el insensato.
—Con esto en mente, ¿qué quiere que ordene, su excelencia?
—Busca papel y tinta. Voy a dictar una misiva para mi nieta.
—¿Con qué palabras?
—Muy pocas. Lo importante es que entienda su color en este tablero. Dile que ya me parece momento para una reunión familiar.
Continuará...
~~~
Nota:
Ay, por las nalgas de Ara... ESTO SE PONE BUENO.
Si has leído Vendida y Vencida, entenderás perfectamente todo el trasfondo que tiene este epílogo, y muchas cosas de esa trama te habrán sido esclarecidas aquí. Así que quisiera saber tu opinión.
Si no has leído la bilogía principal, no te asustes, descubrirás de primera mano, paso a paso, todo lo que acarrearán estas dos escenas que parece que nada tienen que ver entre sí. Igualmente quisiera saber tu opinión, tus teorías, tus dudas, y si te ha gustado este epílogo.
Ahora...
¿Preparados para Monarca 2?
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