9: Tormenta de sentimientos
—Majestad, su hija está sangrando —dijo la preparadora a la reina con voz temblorosa.
—¿Ya sangró? Gracias a Ara. Al menos ahora tiene un valor, ya podré buscarle un compromiso digno.
La expresión de la preparadora era la traducción perfecta de la incredulidad, aunque su boca permanecía sellada cual santuario.
La reina Sawla no se preocupó por cómo se escandalizaba la joven al cuidado de su hija. Era tan nueva en la corte que aún le faltaba curtirse en el oficio. Ya escucharía comentarios peores, y con frecuencia.
—Majestad, esta no es una edad normal para que una niña sangre.
—No todas las niñas son iguales, querida.
La preparadora estaba seria, su preocupación evidente.
—Insisto, majestad, en que estoy preocupada.
—Pues llama a un médico. ¿Qué más podría hacer yo?
—Como su madre... La princesa la necesita. Está desconcertada, adolorida y turbada...
—¿Qué? —la reina se rió con sorna—. No caigas en las manipulaciones de ese demonio. Hasta hace unos días se regodeaba por ganarle a su padre en ajedrez. No es ninguna niñita indefensa.
La paciencia de la preparadora había llegado a su fin.
—¿Cómo no va a ser indefensa si tiene ocho? Y necesita a su madre.
—¿Sabes qué necesitaba yo? Un varón. Le hago un favor a la niña. Es mejor que aprenda temprano que no siempre se tiene lo que se desea.
Sawla no sabía que Shaula había estado escuchando toda la conversación, motivo por el cual la preparadora había sido tan insistente en pedir su ayuda. De hecho, Shaula jamás habló al respecto con su madre. Fingió con tal vehemencia que aquel evento no había ocurrido, que acabó por dejar de recordarlo.
Al menos, la mayoría del tiempo.
Salvo en terribles excepciones. Como esa mañana, cuando se levantó llorando, con el recuerdo en su corazón y los sentimientos callados erupcionando de sus ojos, cuando la sábana se llenaba de sangre nuevamente, porque su ciclo había llegado.
Y no lloraba solo por ello. Había mucho más, como el odio reprimido hacia lord Volant porque había tenido la osadía de pedirle al rey Lesath a su hija como dama de honor para su boda.
O, lo que era todavía peor, la cruel certeza de que el día de dicha boda había llegado.
Una tormenta azotaba la habitación, el temperamento de dos pasiones que se negaban a diluirse bajo la voluntad del cielo. Las doncellas tuvieron que unir fuerzas para ganarle al azote del viento y cerrar las ventanas.
Una sola vela sobrevivió al ímpetu de la naturaleza; a medio consumir, solo iluminaba el reflejo de la novia y su dama de honor, en aquel espejo que ambas se esforzaban por ignorar, pues temían recorrerlo y sucumbir a un cruel intercambio de miradas furtivas.
La vela, ignorada, sobrevivía como una representación de la chispa sofocada en el interior de las dos amantes silenciosas.
—Déjennos —dictaminó la novia a sus doncellas con firmeza.
—Mi lady, debemos asegurarnos de que no le haga falta nada.
—Y lo que me hace falta es que me dejen en paz. Ya tendrán suficiente tiempo para atosigarme luego de la boda, ¿no les parece?
—Sí, mi lady.
—¿Desea que hagamos pasar a su hermana? —indagó otra.
—Dejemos a lady Altair ocuparse de sus propios preparativos.
—Por supuesto.
Todas abandonaron la habitación, mientras la princesa Shaula reprimía una sonrisa. Aunque no hacía falta, porque no había nadie para atestiguarla.
—El título de lady ya le sienta —dijo la princesa mientras ayudaba a colocar las mangas del vestido.
—Lo que jamás va a sentarme es el apellido de quien me lo concede —bramó la novia con tal inconformidad que se traspasaba a sus manos, a la rudeza con la que acomodaba el armador de su falda.
—En ese caso, tal vez necesitarás un lugar propio donde torturar a tus damas.
—Los Sagitar concedieron a lord Volant todo el señorío de Acrux para mantenerlo en Hydra. Así que, aunque mi marido tendrá suficientes tierras, por desgracia, también muy pocos asuntos por los que viajar, ahora que es lord, y no caballero. Teniendo eso en cuenta, alteza, dudo de la cantidad de privacidad que me conceda.
—Lord Vómito podrá escoger qué concederte, mas...
La princesa Shaula se alejó por un momento, hacia la mesa donde la llama improbable seguía ardiendo y fluctuando. Cuando regresó con Isamar, llevaba un pergamino en las manos.
—Él no podrá impedirte cumplir con tu deber real.
Isamar alzó la vista al espejo arrebatada por una taquicardia que bramaba más que los truenos persistentes.
—¿Mi qué carajos?
—Dado tus servicios médicos prestados a la princesa de Áragog durante su visita a Deneb, y teniendo en cuenta que tu intervención fue lo que le salvó la vida, la Corona reconoce tu labor y te implora desarrolles tus conocimientos. Para facilitarte esto, el rey te concede una estancia privada en el principado de Antlia, donde se exige tu asistencia una semana al mes, para cumplir con tu educación impartida por el mejor mentor en medicina que el reino puede pagar.
Con sus ojos tan llenos de lágrimas que realmente era incapaz de distinguir a la princesa frente a ella, Isamar volteó.
—Shaula... ¿Estás jugando conmigo?
—Jamás contigo.
—Tu padre no parecía siquiera considerar tal reconocimiento una vez me echó de tu servicio.
—Es posible que yo haya robado su sello, momentáneamente.
—¡Shaula! Sin la autorización genuina del rey, aceptar esto sería igual a robarle.
—Es por ello que no lo has de aceptar tú. Esto se le presentó a lord Volant como un honor que se le hace tanto a él como a su esposa, y una vez lo hice así, mi padre ya no podía desmentirme sin ofender a tan intachable noble, ¿o sí?
El estruendo del cielo acompañó las palabras de la princesa, contribuyendo al sobresalto de Isamar al llevar los dedos a la boca, mortificada.
—¿Qué...? —Isamar carraspeó—. ¿Cómo actuó el rey en cuanto se enteró de lo que hiciste?
—Trágicamente, me condenó a pasar el resto de mi tiempo previo a la mayoría de edad en las terribles tierras de mi abuelo.
—¿Baham? ¿Te confinó a donde pretendías ir en un principio?
—Podría decirse que ese detalle él no lo sabía.
Shaula fue arrastrada a un abrazo tan turbulento como el cielo en esa velada, estrechada en el lugar en el que más añoraba estar, pero que más se le prohibía habitar.
El cielo y la vela seguían como únicos testigos del momento entre ambas; uno arreciando, otro desvaneciéndose, pero ambos como un presagio de sus propias tempestades.
—Tienes una mente extraordinaria —murmuró Isamar en medio del abrazo, tan cauta como si elogiara de la princesa la parte más sensual de su cuerpo.
—No creas eso. Mi padre me ha creado y formado, que haya llegado a entenderle lo suficiente como para labrarme algunas libertades a su costa no hace de mi mente algo extraordinario.
—No puedo creerlo —contestó Isamar poniendo fin al abrazo—. Shaula Scorp conoce la modestia.
—Calla, y déjame terminar de arreglarte antes de que concluyan que me demoro demasiado y manden media corte para ayudarte.
Isamar le dio la espalda, alzando sus brazos para que la princesa colocara el corsé que luego ajustaría.
—Nadie me creerá que tuve a la princesa de Áragog atendiéndome.
—Al contrario. Luego de que despidieras a tus damas, toda la sociedad murmurará precisamente de ello. Por cierto, ¿le cobrarás a las pobres doncellas lo que no puedes hacerle a la princesa que por tanto te torturó?
—Si se pregunta si pretendo abrirles las piernas en mi balcón y besarlas hasta que se desmayen gritando mi nombre solo porque no puedo hacerlo con usted, pues no, princesa. Tendré que conformarme con tenerla en mis sueños.
Las manos de Shaula se congelaron en el corsé, su aliento la abandonó con la misma eficacia con que su corazón intentaba asesinarla en ese preciso momento.
La habitación se llenó de un silencio que apenas se rompía por el roce de las telas y el eco de dos corazones disonantes. Los dedos de la princesa Shaula temblaban, incapaces de culpar al frío, mientras ajustaba el corsé de Isamar.
Podía sentir el calor emanando de Isamar, un calor que olía a flores y melocotón, incitándola a probarla, aunque significara un grillete en su cuello.
Bajo sus pieles, cargas tensas se extendían de manera nociva, formando un resplandor magnético, esperando solo un roce para estallar.
Isamar temblaba, un mero peón bajo las terribles fuerzas de la naturaleza que la asediaban.
—Estás agitada. Quiero que respires, mi vida —conjuró Shaula, apartando el cabello de la espalda de Isamar para revelar la piel que ansiaba tocar.
Isamar luchó contra el impulso de voltearse, conocedora del peligro de los ojos de Shaula, la condena de caer en su mirada ponzoñosa, y ya demasiado sumida en la adicción resultante: un guiño más, y habría cedido su alma.
Así que cerró los ojos para protegerse del demonio del que los mitos hablaban, y que solo ella había besado.
—No me pidas respirar cuando estoy a un suspiro de que me arrebaten mi oxígeno.
Entre ellas, el aire se cargó con la densidad de las palabras no dichas, de ansias y poesías que jamás conocerían su musa. Pero no hacían falta las palabras, no cuando cada ajuste del corsé las unía más, aunque las estrellas ya habían dictado su separación. En ese momento, en la intimidad de la alcoba, eran tan solo dos cosmos buscando formar una constelación de una conexión prohibida.
—Sé que debe ser duro para ti, y no sabes cuánto te agradezco que aquí permanezcas, pero no tienes por qué hacer esto.
La melancolía se instaló en Shaula mientras la lluvia resucitaba, el ruido de las gotas golpeando las ventanas fue todo lo que se oyó por un instante.
—Ya que no puedo desvestir a la novia, al menos déjame hacer lo contrario —bromeó.
Isamar la miró, y un deseo vehemente impactó en su estómago. Deseaba arrancar el velo de Shaula hasta que solo quedaran trizas de él, por el crimen insoluble de impedirle acceder a los labios que se había ganado.
Y de hecho, en medio de algún arrebato irracional le quitó el velo, con más delicadeza de la que creía poder reunir. Acercó tanto su rostro al de Shaula, que podía tocar su boca con tan solo dar rienda a su lengua.
—No soy la novia, Shaula —susurró agarrándole el rostro—. Soy tuya.
—Entonces hagamos de este momento nuestro —dijo Shaula pegando sus labios al cuello de Isamar, tanto como para que su aroma se percibiera incluso más fuerte que la humedad que se filtraba en la habitación.
—Shaula... no empieces un juego del que pretendas salir rindiéndote... —Sus palabras perdieron coherencia por el jadeo que resultó una vez la princesa escorpión empezó a trazar círculos con su lengua.
—Sigo resentida —maldijo la princesa, besando su cuello con más profundidad—. Siento envidia, Isamar Merak, envidia de que me hayas probado, pero yo no a ti, cuando luces tan deliciosa.
Isamar abrió la boca para responder, pero no hubo nada que pudiera decir cuando las manos de Shaula se deslizaron por su cintura, pegándola a su cuerpo y deslizándose lentamente hacia arriba, en dirección a su escote.
—Tengo la impresión de que pretendía decir algo a su princesa, ¿ya lo ha olvidado, mi lady? —Mientras Shaula hablaba, sus dedos jugaban cerca del borde del escote de su Isa—. ¿O abrió su boca con otras intenciones que quiera explicarme?
—Mi dulce princesa... Pare, me envenena.
Ambas, en su cercanía, burlaron a Ara y a sus reglas naturales. Vencieron la lógica, al encender sus pieles mientras el cuarto convalecía de frío.
Se miraron, el café de los ojos de Shaula parecía refulgir por la perversidad que imperaba mientras se mordía su propia sonrisa.
—Esto no es veneno, Isa, siquiera has visto el frasco.
Isamar correspondió esa sonrisa pecaminosa con una idéntica.
—Solo para contribuir a su envidia, alteza, debo confesarle que el suyo sigue siendo mi sabor favorito.
—Isa... —se lamentó Shaula retomando su rostro. Y cuando estuvo a punto de darle el beso por el que moría, se alejó, dejándola aun más tentada.
La princesa se alejó, quedando ahora de frente. Y sucumbió al peso de la tentación de ojos verdes, permitiendo a sus rodillas doblarse hasta que quedó hincada, por primera vez en su vida, ante alguien que no la superara en rango.
—Shaula... ¿Qué haces?
—Si este momento es nuestro, Isa, estos son mis votos: solo tú podrás tenerme de rodillas.
Tomó las zapatillas y, con delicadeza, las deslizó en los pies de Isamar. El acto era un servicio, un honor, una rebelión contra el futuro que les esperaba.
La mirada esquiva de Isamar casi podía confundirse con desinterés. Y era mejor así, preferible a que se supiera su deseo por quebrarse en llanto.
—Mis votos... —Su voz se fracturó a media frase, así que la novia tuve que aclarar su garganta y respirar—. Mis votos le serán enviados a Baham, su alteza. Espero no se ofenda.
—No necesito que...
—Cállate, no digas una maldita palabra que arruine nuestro día, ¿quieres? —Isamar respiró tan profundo, que sonó a que se ahogaba. Shaula quería ir al reino cósmico en ese preciso instante, y enfrentarse a Ara por condenar sus corazones a sufrir de tal manera—. Quiero que mis votos sean algo muy específico, y por desgracia no cuento con los recursos en este momento. Pero llegará, su alteza, cuando esté en Baham.
—Primero me maldices y luego me tratas de «alteza» —Shaula alzó el pie de Isamar, y posó sobre ellos sus labios—. Cómo me encantas.
Isamar todavía perseveró luego de esas palabras. Incluso hasta que una dama entró, y le recordó que el novio esperaba. Solo sucumbió a los sollozos cuando Shaula abandonó la habitación, y cerró la puerta detrás de ella.
~☆♡☆~
La ceremonia se efectuó como cualquier otra entre los privilegiados de la sociedad. Nada destacó, salvo la dama de honor, fracturada por dentro, que deleitó a los invitados con una pieza original en honor a la pareja de cónyuges.
Con los dedos danzando sobre el marfil, inició una melodía que parecía nacer de las profundidades de la tormenta. Cada nota un rugido de desesperación que solo la música podía expresar.
Isamar comenzó su caminata hacia el altar, arrastrando su vestido como si este pesara tanto como su destino. A través de la distancia que los separaba, sus ojos se encontraron, acto que maldijo la garganta de Shaula con un nudo absoluto.
Fue cuando, tocando el piano que perteneció a su abuela, y sin otro instrumento acompañante más que su voz, Shaula se aprovechó de su lengua materna para arrancar de sus cuerdas vocales la canción que había escrito para su Isa al entender que lo que sentía por ella no era ni ira ni admiración.
Tu nombre vino a mí de puntillas,
como sombra que solo mi estrella desvelaba.
Me asusté mientras me desarropaba, porque desnuda me hallaba.
Sin cobertura,
no sentí frío,
pero igual temblaba.
Guardé en secreto su llegada,
como se calla una traición,
negándome la dulzura probada.
Mas mi lengua recorrió las curvas de sus letras,
quedando prendada,
y de pasión hambrienta.
Reprimí mi hambre,
sostuve el aliento,
por pavor a que,
al exhalar,
escapara tu nombre.
Con cada paso que Isamar daba, Shaula sentía cómo el peso de la realidad caía sobre ella. La pieza que tocaba se tornaba más apasionada, más desgarradora. Era como si cada acorde fuera una firma sobre el destino estipulado por las constelaciones.
La voz de Shaula se elevó, robando toda la atención que debía tener el novio en el altar. Aragog nunca había escuchado mas que rumores de la voz que poseía la princesa escorpión, la pequeña serpiente de Baham que podía hechizar, torturar y hasta sanar con su canto. Y en cada palabra, el vigor de Shaula se vertía en la piel de los presentes, haciendo llorar incluso a aquellos que antes parecían aburridos, conmovidos por el temblor genuino de su voz, reflejo de su fragilidad, y maravillados por cómo de alguna forma se sostenía con ímpetu en las notas más altas.
Isamar avanzaba, y cada paso resonaba con el latido de un corazón que se partía. La princesa tocaba el piano con una pasión que rozaba la violencia, su voz una confesión que buscaba consuelo en la inmensidad de aquel dolor.
Me negué toda salida,
pues temí que,
entre los susurro del viento,
tu esencia se dispersara,
y a mi corazón sombrío,
transformara.
Mas ahora, en la noche del juicio, confieso tu nombre como mi abrigo,
y aunque el destino nos despoje,
en tu boca, mi veneno,
yacerá eternamente contigo.
Y cuando Isamar finalmente llegó al altar, cuando se giró para enfrentar a su futuro, Shaula tocó la última nota, una nota que pareció suspenderse en el aire, vibrando hacia las constelaciones. Una lágrima, sigilosa, se deslizó como el pacto de un amor que viviría y moriría en la música que había creado para su, siempre suya, Isamar Merak.
Y entonces, los labios de Isamar articularon solo para Shaula un «te acepto».
Nota:
"No puedes llorar tanto con un capítulo que escribiste tú misma" El capítulo:
Comenten mucho, por favor, estoy cansada de este sufrimiento y quiero llegar ya a un capítulo feliz porque así no se puede vivir, gente.
Pero en serio, este capítulo ha sido demasiado íntimo. Acabo de volcar mi alma en cada oración porque quería que este capítulo se sienta, se viva. Además, la canción de Shaula me costó horrores porque tenía que reflejar en muy escasos versos el proceso de negación, deseo y pavor que fue para Shaula entender que estaba sintiendo cosas por su doncella, una mujer. Y ahora la releo y me la quiero tatuar, así que espero que les guste porque hay mucho trabajito con amor por aquí ♡
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