6: Toda la verdad

La luz blanquecina de la mañana en Ara invadió la penumbrosa habitación de la primogénita de los Scorp. Alguien había abierto las cortinas.

—Alteza, levántese, tiene un...

—Cierra esas cortinas, todavía me restan seis horas de sueño —gruñó Shaula enterrándose más profundo en las sábanas.

—Tiene un compromiso hoy —insistió la doncella. Era la voz de Altair.

—No asistiré, mi padre que se las arregle sin mí.

—Pero debe...

—Yo decidiré lo que debo, Isamar.

—Altair —corrigió la doncella en un tono que perdió todo el calor de su voz.

Shaula pasó un instante sin reaccionar bajo las sábanas. No se movía, parecía que ni respiraba, hasta que borró la importancia del asunto escribiendo sobre ella su indiferencia.

—Sí, ya conozco tu nombre.

—Incluso así, me ha llamado por el de mi hermana.

Shaula salió de su sábana y se sentó. Sostuvo la mirada de la doncella sin rastro de una sonrisa, sin la calidez de una relación como la que habían llegado a construir.

Altair —rectificó Shaula haciendo énfasis—, quiero estar sola. Puedes irte en paz y ocuparte de tus asuntos.

—Si tiene algo en mi contra, alteza, tal vez es momento de que me lo aclare.

Solo quería dormir, solo quería escapar de cada rincón de su vida tan habitada de opiniones, docmas y protocolos que la hacían parecer una huésped de sí misma.

Pero ni siquiera eso podía.

Hasta las doncellas se creían con la autoridad de hablarle como a una escoria. Y sí, Shaula se refería así de sí misma, pero nadie más tenía derecho a ello. Al menos eso le quedaba.

Lo que había sido la ausencia de una sonrisa empezaba a torcerse en el sentido contrario, mientras que una ceja formaba un arco pronunciado.

Ya no era falta de amabilidad, era tiranía lo que había en su mirada.

—Tu hermana se compromete y te crees con derecho a hablarle de ese modo a tu princesa —declaró.

—Usted no es mía, ¿o sí? Y no tiene nada que ver con el compromiso de mi hermana el que le hable así. Estoy siendo respetuosa, pero también honesta, como creo que merezco dada la amistad que...

—No te confundas, yo no tengo amistades.

—Eso es más que obvio.

La primogénita de los escorpiones había imaginado que no existirían nuevas cosas que pudieran dolerle. Ese comentario le demostró cuán equivocada estaba.

—Con su permiso —dijo Altair, pretendiendo marcharse.

—No te he dicho que te muevas.

La mayor de las Merak la miró como si no pudiera creer lo que oía. En absoluto concebía la idea de ser tratada de ese modo por la princesa.

—Alteza, hace un momento me dijo que me marchara...

—Y no obedeciste.

—Tenía que...

—Lo único que tienes qué, es lo que yo te ordene. Para tener tan claro que no tengo amistades, te atribuyes demasiados beneficios, ¿no te parece?

Shaula bajó sus pies descalzos de la cama y se desprendió de las sábanas con brusquedad.

—Tiende la cama —ordenó a la dama—. ¿Dónde está Jabbah? Necesito que me arregle.

—En el recibidor.

Se le quedó mirando con frialdad hasta que esta agregó:

—En el recibidor, alteza.

~☆♡☆~

Shaula tuvo un desayuno privado y silencioso en su alcoba, pero para el almuerzo decidió asistir al organizado en los jardines del palacio.

No tenía caso causar un conflicto gratuito.

Además, las palabras de su padre no salían de su cabeza.

—«Te dejaré pasar tu luto en paz.»

Lesath no había dicho nada ni remotamente parecido luego de enterrar a su madre. ¿Por qué entonces?

Y por cómo había tratado a Isamar... ¿lo sabía? ¿Estaría al tanto del defecto en el corazón de Shaula? ¿De la dependencia que había llegado a contraer a las caricias de una mujer?

No.

¿En qué pensaba Shaula siquiera considerando algo así?

Si Lesath lo supiera, sería el primero en mandarla a la horca. ¡Era el rey de Áragog!

Pero...

Era su padre. Jamás estaría de acuerdo con una blasfemia semejante, jamás. Sin embargo, existía una gran posibilidad de que prefiriera resolverlo por su cuenta y encubrirlo, que ejecutar a su propia hija. Lesath había jugado ajedrez con Shaula desde su niñez, le mostró el archivo árago, esa biblioteca secreta del castillo, la instruyó como a un hijo más... Tal vez no era el mejor, tal vez ni siquiera era bueno, pero tenía su forma muy particular de amarla.

Sería incapaz de ejecutarla. Shaula estaba segura de muy pocas cosas, pero esa... Esa era una de ellas.

En ese caso, si su padre lo sabía todo, ¿qué habría sido capaz de hacer para encubrir el crimen de su primogénita?

Y si...

Shaula sintió su corazón retorcerse de tal forma que estuvo tentada a gritar por ayuda médica.

Isamar había actuado extraño la mayor parte del viaje a Deneb. No como alguien que oculta la felicidad de un compromiso ventajoso, sino como alguien atrapado, solo, incapaz de desahogarse con nadie.

Ni siquiera había asistido a la fogata por el cumpleaños de Gamma Cygnus, donde Shaula hizo ese maldito acuerdo para el baile con el ahora lord Volant.

¿Habría su padre intervenido de alguna forma?

¿Fue Lesath quien obligó a Isamar a casarse?

Eran demasiadas preguntas a las que jamás tendría respuestas. No podía simplemente enfrentar a su padre, no si quería mantener sus defectos como un secreto, y no había forma de que eso ocurriera si llegaba a presionar al más astuto de todos los escorpiones.

Y con Isamar... No la había dejado hablar. La llamó arrastrada, insinuó que era una cualquiera, y ahora ya ni siquiera era su dama. ¿Cómo podría iniciar una conversación con ella después de eso?

En todo caso, siempre quedaba la otra opción, la peor y más factible de todas: tal vez, todas esas preguntas solo eran un intento desesperado por escapar de su realidad: Isamar iba a casarse, y no con ella. Jamás con ella.

La mesa del almuerzo aguardaba mientras sus damas le hacían compañía.

Era duro adecuarse a la nueva realidad. Dos damas en lugar de tres, y la que faltaba era la única que tenía una importancia íntima para ella.

El resto del mundo se podía rapar, mudar o morir; Shaula no se enteraría. La ausencia de Isamar abarcaba tanto en la mente de ella que no le quedaba espacio para nada más.

Antares ocupaba una mesa más centrada con los nobles que importaban. A Shaula la sentaron junto a las ladies en sociedad para entretenerlas. Con su hermano menor de vuelta en la corte, Shaula valía todavía menos del lugar que le dieron en Deneb, que ya le resultaba ínfimo.

Isamar ya había terminado de comer para entonces y paseaba por los rosales agarrada del brazo con su marido. Se veía como toda una dama aceptada en sociedad, con el bonete sobre su cabello recogido en trenzas intrincadas, y la red oscura que caía como un flequillo sobre parte de su rostro. Los labios rojos, los guantes negros y el vestido que combinaba ambas tonalidades con el corsé más distinguido y un escote pronunciado. Era una visión que agregaba gotas de lluvia a la melancolía de la sonata que ambientaba la vida de la princesa.

¿Cómo pudo Shaula atreverse a llamarla insípida?

Solo así perdió lo que le quedaba de apetito. ¿Qué mas daba que su estómago sufriera? Si ya padecía de una anemia emocional.

Shaula solo dejó de mirar hacia ellos cuando la vendida llegó con su plato.

Alzó su mano para rechazarlo sin siquiera echarle un vistazo, pero la mujer le dijo que por favor lo mirara antes de despreciarlo, ya que se trataba del arreglo de un admirador.

Volteó de sopetón, como si su corazón lo supiera entonces.

Miró la bandeja y primero que notó fue que lo único comestible era un melocotón.

Como si se tratara de un sol, habían rodeado el plato con pétalos blancos y amarrillos; en un extremo había, además, un girasol, y al otro una margarita. El símbolo de la doncella sencilla que decidió enamorar al sol.

Fue como ver llover sobre las dunas de Baham.

Sus dedos rozaron los pétalos, sintiendo espinas invisibles. La añoranza se anidó en su pecho. Recordó las sonrisas robadas, la poesía susurrada en la penumbra contra su piel.

Por algún motivo, comenzó a comer distraída. Parecía el fantasma del escorpión que alguna vez pretendió ser.

—Prima —dijo Jabbah, cautelosa como nunca. Eso enturbió todavía más las nubes del humor de Shaula. Debía parecer moribunda para provocar tal consideración de parte de su prima.

—¿Sí, Jabbah?

La doncella le tendió una carta y la acompañó con una sonrisa extraña.

El papel era amarillento y el sello estaba marcado con el emblema de los Nashira.

Shaula contuvo el aliento.

Su abuelo al fin había respondido a su misiva.

Rompió el sello y leyó las palabras encriptadas.

Luego guardó el mensaje en la fortaleza de su mente y, sin titubear, se acercó a las parrillas del jardín y prendió fuego a la carta. Las llamas devoraron las letras y sus enigmas, pero antes de que las cenizas se dispersaran, alguien carraspeó detrás de ella.

No hizo falta que la princesa se girara para confirmar que se trataba de la mujer encargada de su preparación: lady Briane.

—¿Puedo preguntarle qué se supone que hace, alteza? —preguntó la mujer.

Había llegado el momento de retomar uno de sus peores miedos, y ya no tenía a la pescadora imprudente para ayudarla a sobrellevar la preparación.

—Me provocaba algo más de carne, lady Briane.

—¿Y pretendía hallarla en las cenizas?

Shaula se encogió de hombros fingiendo inocencia.

—Las chispas me provocaron curiosidad.

—Más le vale sofocarla pronto, alteza, antes de que esa curiosidad sea quien la sofoque a usted.

—Agradezco el consejo.

—No es un consejo. Y vuelva a la mesa, estar aquí parada sin socializar le da muy mal aspecto.

No discutió, no tenía intención de molestar a la preparadora.

Agradeció poder dejar atrás la mesa solo con la compañía de sir Lencio. La preparadora no demostraba su intensidad habitual, aunque había algo en su mirada... Era como si sonriera sin curvar los labios.

Al inmersarse en el corredor rumbo al corazón del castillo, todavía llevaba el sabor amargo de las margaritas y los girasoles. Pero antes de que pudiera alcanzar la siguiente puerta, una voz tensa al otro lado del corredor la detuvo.

Eran las dos últimas personas que quería ver.

Lady Isamar y su prometido, quien la tenía aprisionada contra la pared. Shaula no tuvo ni el impulso de sentirse desdichada por la situación, cuando las espinas en la mirada de Isamar eran tan evidentes.

No estaba cómoda.

—Tienes que comportarte —escuchó Shaula que dijo Volant. Sus ojos, normalmente apacibles, ardían como brasas al voltear para confirmar si alguien los estaba oyendo.

—No tienes derecho a decirme qué hacer, no todavía —respondió ella. Su vestido se arrugaba bajo el agarre de sus manos.

—Si quieres casarte conmigo, yo tendré derecho a todo desde este momento. ¿Es eso lo que quieres? ¿Que rompa este compromiso? Porque puedo hacerlo de inmediato, lady Isamar. Puedo hacerlo si es lo que suplicas.

Shaula sintió un atisbo de esperanza mezclado con aprensión.

Isamar volteó huyendo de la mano de lord Volant que la buscaba. Así, su rostro pegado a la pared sin escapatoria, sus ojos verdes se encontraron con los de la princesa. Eran un llamado de auxilio al que Shaula no supo cómo responder más que quebrándose.

¿Qué le había pasado a su Isa para transformarse en ese despojo de mujer?

Lord Volant volvió a tomarla del rostro, esta vez más firme, y le dijo:

—No me has respondido... ¿Quieres que acabe este compromiso?

Isamar le sostuvo la mirada un momento, resistiendo cómo los dedos del hombre lastimaban sus mejillas.

—No —respondió. Parecía al borde del llanto—. No quiero, mi lord.

—Entonces ve a lavarte la cara. No quiero que nadie piense que hago infeliz a mi mujer, ¿queda claro?

—Sí, mi lord. Enseguida.

Isamar huyó, su falda ondeando como pétalos que se desprendían de su alma.

Y Shaula no lo pensó, fue tras ella.

Llegaron al cuarto de escobas, un rincón olvidado donde las arañas tejían sus redes.

Isamar se encerró dentro, sus sollozos resonando en las paredes desnudas.

Shaula no se molestó en tocar la puerta y entró tras ella, escontrándola hecha un ovillo en el suelo.

Lo que veía era aterrador. Jamás había visto a Isamar en ese estado, sollozando como si acabara de ver morir a un ser querido. Estaba tan absorta en su llanto que el hipo se interpuso en todo el torrente de lágrimas que bañaban su rostro, y no parecía importarle.

Estaba roja, sin aliento, destruida por el dolor tan genuino que brotaba de su pecho arrasando con todo lo demás.

¿Qué le había pasado?

Se pasó la mano por el cabello, tumbando el bonete y la red, y emitió una exhalación como de ahogo sin importarle la muda espectadora.

¿Siquiera la veía?

—¿Qué te hizo, Isa? —preguntó en un hilo de voz.

Ella alzó los ojos, hinchados y enrojecidos, el verde se veía casi marchito.

Y seguía tan hermosa...

—Lo besé.

—Tú... —Shaula se detuvo, como si no entendiera esas palabras—. ¿Te besó?

Isamar asintió lentamente.

El mundo de Shaula se nubló, las lágrimas de Isamar llamando a las suyas como antes eran sus labios los que ejercían ese magnetismo. Decayó moralmente hasta que su cuerpo la acompañó, y con sus manos se ayudó a no caer con estrépito en el piso.

Acompañó a Isamar en el suelo, sus huesos resintiendo el frío de la realidad.

Ella sabía que Isamar no volvería a ser suya, pero ahora debía convivir con el dolor de entender que los besos que debían ser para ella se los quedaría otro.

Isamar negó con la cabeza, las lágrimas desbordando por sus mejillas.

—Dime que te lo arrancó de la boca —rogó Shaula, un océano de lágrimas reprimidas llenando de sal sus palabras.

—No...

Isamar casi no tenía voz.

Shaula hizo un ruido como de ahogo, y presionó sus labios con el dorso de su mano. Miraba al cielo, sus ojos batallando con el resquicio de sus fuerzas por no dejar ir esas lágrimas que quemaban desde dentro.

—Quisiera que hubiera sido así, pero yo lo besé. Él... es bueno, ¿sabe? Bueno siendo el peor. —Isamar tragó y dejó escapar una exhalación temblorosa—. Me pidió que lo besara. Yo a él. Y él disfrutó cada maldito segundo que tardaba en hacerlo, riéndose sobre el temblor de mis labios, profundizando el beso en tanto sintió la primera lágrima...

Shaula la miró, su alma temblando por lo que oía.

—¿No querías besarlo?

Otro sollozo fue su respuesta. Isamar escondió el rostro entre sus piernas, y Shaula se quedó viendo hacia la puerta con la mirada vacía.

—Isamar...

—¿Por qué está aquí? —exigió ella alzando el rostro—. ¿No debería estar ocupándose de sus asuntos?

—No seas agresiva, yo estoy aquí por ti.

—Muchas gracias, alteza. Yo estoy bien, puede regresar a su itinerario.

—Isamar.

—¡¿Qué?!

—¿Por qué te casas con un hombre al que no podrás amar nunca?

Isamar sonrió con ironía, una imagen lamentable dadas los surcos de lágrimas en su rostro.

—¿A quién conoce usted que se case por amor?

—Esto es diferente... Le temes.

—¿Que le temo? ¿Esa es su conclusión? —Isamar de limpió ambos ojos con su guante—. Lo que siento por ese hombre no es temor, es asco.

—Pero tú...

—¡No!

Shaula quedó petrificada por el grito. No era capaz de acostumbrarse a un trato semejante por alguien que no fuera superior en rango.

—Yo ya estoy muerta, ¿entiende? Y sabía que este día llegaría, el día en que usted lo supiera y tuviera que verme enfrentada a su tristeza, y tal vez a su distancia. Pero, ¿qué fue todo eso que me dijo? Éramos amigas. Por el amor a Ara, princesa, usted era lo más cercano a un hogar para mí. Y la manera en que se expresó de mí... —Isamar negó con la cabeza—. Ni siquiera me dejó explicarme. Usted no quería escuchar, porque usted es ciega. Solo puede ver su dolor y el de nadie más. Y yo gritaba... con todas mis fuerzas gritaba, y si usted, que dijo amarme, nunca me oyó... ¿Quién lo hará?

Una triste sonrisa fue el trágico final a sus palabras.

—Estoy condenada.

Shaula tragó en seco y dejó su mano sobre la rodilla de Isamar.

Inspiró fuerte, se armó de valor para ser débil, y dijo exactamente lo que sentía.

—Mi corazón está en ruinas desde que solo lo habitan los escombros de tus besos, Isamar.

Isamar la miró, en silencio.

—He actuado como una persona herida, y lo lamento. Si tan solo supiera... Yo no sé nada, yo... Tú siempre has tenido las respuestas, yo soy la que pregunta, la que duda, la que hace comentarios ingenuos en momentos inadecuados. Tú has guiado mi corazón hacia el tuyo, Isamar, y yo he sido ciega, pero no es contigo. Siempre he estado ciega hasta que llegaste tú.

Shaula respiraba con dificultad, pero no iba a detenerse. Solo cuando empezó a hablar entendió que ese era el camino, que necesitaba librarse de esas palabras para hacer espacio al oxígeno en sus pulmones.

—Dime que hago ahora —suplicó sin verla—. Tú enseñaste a mi corazón a latir, Isamar, no puedes simplemente alejarte y pretender que no me quede sin pulso.

Entonces sí la miró.

—Yo necesito saberlo.

—Princesa... Ya no soy su doncella, ya no puede exigirme nada.

—No te exijo nada, Isamar... Te lo imploro. Dime qué sucede, déjame ayudarte. Me niego a... No puedo. —Shaula expresaba su frustración con ademanes de sus manos—. No puedo volver a verte llorar así en la vida y sentir que no puedo hacer absolutamente nada para evitarlo, porque ni siquiera conozco el motivo.

—Es que no quiero... —La voz de Isa se quebró a la mitad. Tuvo que hacer una pausa para serenarse—. No quiero que me perdone, alteza. Será más fácil para usted ser feliz después de mí si me odia.

—Esa no es tu decisión —espetó la princesa—. Quiero recuperar tus recuerdos. Estoy cansada de sufrir con lo único que me ha hecho feliz en tanto tiempo.

Isamar asintió.

—¿Hace cuánto? —preguntó Shaula, ahora que Isamar había accedido.

—El día en que... El día de lo ocurrido en la biblioteca. Ese fue el día en que me lo propuso formalmente y acepté.

—Por eso no te quitabas los guantes. Porque tenías... Su anillo.

Isamar solo asintió.

—Actuabas extraño desde que decidiste saltarte la fogata y participar en el tiro con arco para llamar la atención del barón. ¿Por qué? ¿Acaso mi padre...?

—¿Su padre? No creo ser tan importante para que el rey de Áragog haga nada con respecto a mí.

—Él... —Shaula sonrió con tristeza—. Era tu suegro.

Isamar la miró a los ojos.

—No diga eso, alteza, por favor. Quisiera tanto que hubiera sido así... Me habría dedicado a cambiar su calzado y organizar su guardarropa toda mi vida si eso me mantenía siendo... lo que sea que fuimos.

—Pero llegó sir Volant a salvarnos en esa maldita noche nevada —maldijo Shaula.

—No todo es culpa de él. Los problemas empezaron antes. Él solo se aprovechó... y vaya que lo hizo bien.

—¿Qué problemas?

Isamar asintió con firmeza, como sellando el acuerdo. Le contaría todo.

—Mantenemos una correspondencia constante con mi padre. Siempre está pendiente a nuestros avances, pero de un momento al otro empezó a ejercer más presión. Supe que algo no estaba bien e hice la pregunta. La maldita pregunta.

»Su misiva llegó a mí justo antes de la ceremonia de tiro con arco en el cumpleaños de la princesita Cygnus. Mi padre me reveló que estamos atravesando una crisis económica. Resulta que el negocio se ha visto bastante afectado por la competencia, y mi padre ha tenido que hacer algunas inversiones drásticas como también pedir unos préstamos arriesgados... Y no ha salido bien. De hecho, el plazo para pagar se venció y estamos en nuestra segunda prórroga.

»Debemos hasta la casa, princesa.

—Y quería que tú... —Shaula empezaba a entender, se reflejaba en su rostro—. Quería que ustedes resolvieran sus problemas con las dotes de matrimonio.

—Podemos conseguir un acuerdo ventajoso con la idea de nuestra economía justo ahora. Pero si nos quitan la casa, si se descubre que prácticamente estamos en quiebra, entonces tendríamos suerte si alguien da por nosotras el precio de una vendida.

—Isamar... Yo no tenía idea. Si tan me lo hubieses dicho. Puedo ayudarte, económicamente no me falta nada, y aún si no pudiera conseguir el efectivo hay tantas pertenencias que podría vender...

—Princesa... —Isamar mordió su boca. Parecía a punto de echarse a llorar nuevamente—. Ojalá hubiera confiado en usted entonces. Yo sé que no habría aceptado su dinero bajo ningún concepto, pero si tan solo hubiese sabido lo que sucedería después...

—¿Hay más?

Isamar se limpió la mejilla antes de proseguir.

—Después de esa noticia supe que mi tiempo para encontrar esposo se agotaba, así que decidí hacer todo lo posible para conseguir un buen acuerdo matrimonial. Así me fijé en el barón. Tenía que hacerlo por mi familia. Por mi hogar. Por el hogar de mis hermanas. No podíamos quedarnos en la calle.

»Luego vino lo peor. Sir Volant se acercó a mí diciendo cosas que le juro no quise creer, pero en el fondo siempre supe que no estaba jugando. Hasta que mi padre me envió ese cuervo urgente.

—¿Qué? ¿Qué decía?

—Mi hermanita.

—¿La menor? —Shaula buscó la mano de Isamar y la apretó. Quería ese dolor como si fuera suyo, no podía dejarle toda la carga a la mejor persona que había conocido jamás—. ¿Qué le sucedió a tu hermana, Isamar?

Isamar se notaba convaleciente. Cuando al fin le dijo la verdad, solo se oyó el residuo de sus palabras, los que no se habían adherido a su garganta.

—Está embarazada.

Eso era imposible. Eso no podía ser por el sencillo hecho de que...

—Tu hermana es menor.

Isamar se encogió de hombros, sus lágrimas empapando su sonrisa fragmentada.

—Iba a casarse con un obrero, eventualmente, para cumplir el edicto de demanda por esposas. Estábamos bien con eso, es natural y... hemos tenido años para asimilarlo. Pero esto...

Isamar se mordía tan fuerte la boca que Shaula tuvo que interponer sus dedos, acariciando su labio inferior, para que no se dañara.

Todavía con los dedos en su boca, ambas se miraron. Casi podía sentirle el pulso solo con tocarle el labio, como si sus latidos hicieron eco en el pequeño cubículo.

¿O era el corazón de Shaula?

Isamar tragó en seco y llevó su mano a la de la princesa, manteniéndola contra su boca el tiempo justo para darle un pequeño beso a la punta de sus dedos.

—De mí también quedan solo escombros desde que barrí sus pétalos de mi corazón —susurró Isamar contra su mano.

—Mentirosa —musitó Shaula temblando por dentro—. Nadie que bese una mano de esa manera puede carecer de pétalos, ni de poesía.

Dicho eso, Shaula arrastró a Isamar hacia sus brazos. Lo hizo con ira al principio, aunque no contra ella. Solo cuando ya estaban inmersas en el abrazo se permitió relajarse, soltando todo peso, quedándose solo con la fuerza para soportar el sollozo de la mujer que le había robado el corazón.

—Extrañaré...

—Tú no te has muerto —cortó Shaula—. No tienes nada qué extrañar porque yo jamás voy a dejarte, ¿me entiendes?

Se separó de ella apenas lo justo para tomarla por el rostro.

—No me importa cómo termine esta historia, qué decisiones tomaste o los motivos que tuvieras... Yo no volveré a abandonarte. No volveré a cegarme a tu dolor. Te escucho, ¿de acuerdo? Ahora te escucho gritar, y no hay marcha atrás a eso.

—Shaula...

—Sshh...

Volvió a estrecharla entre sus brazos, y permanecieron así un rato hasta que el llanto de Isamar menguó lo suficiente para que terminara su historia.

—¿Cómo sucedió? —preguntó Shaula para ayudarla a retomar, ya que ella se veía perdida.

—Dicen que no quiere hablar del padre porque está enamorada.

Por la expresión de Isamar, a esa historia le faltaba un enorme pedazo. Y sin embargo, Shaula no pudo evitar decir lo que pensaba.

—Tienes otra hermana, Isamar. ¿Por qué no se casa Altair?

—Princesa...

—¡Ella es la mayor!

—Shaula.

Se miraron.

—Yo tengo otros pensamientos al respecto. Quiero decir, ¡es una niña! ¿Cómo puede siquiera pensar en...? No. Es todo demasiado conveniente. Yo creo que... Sé que suena descabellado, pero... es que... ¿Sino...?

—Isa, por favor, cálmate y cuéntame todo en orden, porque no estoy entendiendo a lo que te refieres.

—Volant no solo me hizo una propuesta a mí, Shaula. Él vino con dos perfectas y convenientes propuestas de matrimonio: una para mi hermanita, de un fiel lacayo suyo, y una para mí. Literalmente con eso nos salva la vida, la reputación, nuestra situación económica y futuro. Mi hermanita se casará con un lord, sus hijas ya no serán vendidas...

—Él lo hizo —convino Shaula con su mandíbula tensa—. ¿Es lo que dices? ¿Dices que de alguna forma estuvo involucrado en el embarazo de tu hermana?

—Es mucha coincidencia que él se enterase incluso antes que yo, y que tuviera tal interés en ayudar a mi casa. Y encima, dijo que revocaría la oferta de matrimonio para mi hermana si no accedía yo a casarme con él.

—Él... hizo que alguien embarazara a tu hermanita para obligarte a casarte con él —repitió Shaula, como para terminar de entenderlo.

—No tengo opción... Cuando se sepa del embarazo de mi hermana, nuestra reputación estará arruinada. Nos sacarán de la corte, los prestamistas le quitarán su beneplácito a mi padre y, al no tener más tiempo para pagar sus deudas, perderemos todo. Y todo porque... Él lo sabe. Él sabe que mi corazón es tan suyo que jamás podría ser feliz lejos de usted. Y quiere hacerme tan miserable...

—Quiere que sufra —concluyó Shaula—. El mendigo era un espía o algo. Él sabe sobre nosotras y... Quiere que sufra, por la humillación que le hice pasar.

—¿Cree que lo hizo entonces? ¿Mandar a alguien a hacerle quién sabe qué a mí hermanita? ¡¿Por qué?! ¿Qué pretendía hacer entonces, antes de que usted lo rechazara? ¿De qué clases de perversidades es capaz ese hombre? ¡Tengo que casarme con ese monstruo!

—No —Shaula negó—. No lo harás, ¿me entiendes? Si es como dices y tenía esta perversa movida desde antes, entonces tal vez él quería usar esa situación para presionar a que me case con él. Pero yo lo ofendí y cambió a un plan de venganza, pero él me quiere a mí, ¿me entiendes? No te casarán con él, yo...

—No. —Isamar agarró a Shaula con fuerza del brazo—. Ni siquiera se te ocurra, Shaula Scorp. Sería capaz de matarte si te atreves, ¿me entiendes? No permitiré que hagas esto, que desgracies tu vida y tu futuro de este modo. ¡Tú eres la primogénita de los Scorp! Y este es un problema de mi familia, yo soy quien debe dar la cara. Soy mayor que tú, no permitiré que te sacrifiques. No. No. Y no. A todo lo que digas. ¡No!

—Pero... —Shaula estaba temblando, su semblante provocaba pavor. Pero no en su Isa, ella estaba firme en lo que había dicho—. No puedo permitirlo.

—Soy fuerte. Sobreviviré a esto.

—Ese hombre es demasiado para ti. Fue demasiado para mí, no pude preveer lo que haría y mira la tragedia que resultó.

—¡Shaula! Voy a casarme con ese hombre, ¿me entiendes? Puede que yo no sea un escorpión, pero mi voluntad está blindada por esta guerra en la que nací inferior y ahogada en desigualdades. ¿No lo ves? —Con esas palabras, volvió a invocar un nudo en su garganta—. Logré que la princesa escorpión me mirara.

—Isa...

Shaula rompió en llanto.

—Yo estaré bien, alteza. Lo juro.

—No quiero, no puedo...

—Tiene que ser fuerte, tiene que ser tan fuerte como yo lo seré. ¿Me lo promete? ¿Me promete que volverá a sonreír? ¿Me promete que se convertirá en la monarca que nació para ser? Porque no importa quién lleve la corona, usted... usted gobernará a su modo. Yo lo sé. Falta que usted lo entienda.

—Isa, para, no te despidas...

—Es que no puedo dejar pasar la...

Shaula se aferró a sus manos.

—Que te ame.

—¿Cómo dice?

—No hiciste que la princesa te mirara, hiciste que Shaula Scorp te ame. Porque te amo, Isamar Merak... —Shaula estaba llorando con una desolación que le desgarraba por dentro—. Te amo y no creo que pueda sobrevivir a este sentimiento.

Isamar rompió en llanto, y en medio de sollozos le dijo:

—Amarás después de mí. No sufras, no ahora. No por mí.

—¿Qué? —Shaula le soltó las manos—. No lo haré. ¿Cómo puedes decir eso?

—Lo harás. Vas a olvidarme por un amor más fresco. Me destroza pensarlo, mi egoísmo no convive con mi anhelo por tu felicidad.

—¡Jamás! —En ese momento Shaula reemplazó su tristeza por ira—. No amaré a ningún hombre...

—No a un hombre, Shaula. Amarás a otra mujer, porque eres poder en esencia. —Isamar tragó y condujo su vista, hinchada y enrojecida, al techo atestado de telarañas—. No es tu naturaleza conformarte con nada, y a eso me he reducido yo por salvar a mi familia. Conocerás a una que tenga más clase, más inteligencia, más imponencia, y quedarás perdida por ella como yo lo estoy por ti. Porque sí, Shaula, para mí no hay cura...

Entonces la miró a los ojos, sin importarle cuánto protestaba para que se callara.

—Estoy condenada a la resequedad de un sentimiento marchito, deambularé entre migajas esperando que algún día algo me haga sentir un atisbo de lo que fue ser amada por la serpiente entre los monarcas escorpiones.

»Siempre será mi gran amor, princesa; en cambio yo quedaré como el tropiezo antes de que usted descubra el suyo.

—Cállate, no me hagas afobetearte yo a ti. Te lo demostraré, no haré promesas vacías. Te demostraré con acciones que has robado mi corazón. ¿Cómo podría entregar a nadie lo que te llevas contigo? Cállate, y ahora escucha.

»Voy a hacer una lista, Isamar. Tal vez no soy heredera de nada pero te prometo que me haré poderosa, así me tenga que casar con Canis y seducirlo hasta que ponga las constelaciones a mis pies. Entonces, haré sufrir a todos en esa maldita lista. El nombre de lord Volant Aldebarán... Su nombre lo he escrito mil veces, en letras rojas para jamás ignorarle.

»Eso sí te lo prometo.

Nota:

Creo que, luego de leer este capítulo, ya pueden entender por qué tardé tanto en subirlo. Era especial, y muy delicado.

Espero me cuenten absolutamente todo lo que piensan, lo que sienten, y lo que creen que va a pasar en Monarca.

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