6: Hazme tu villana

La música es un lenguaje que no se traduce, se siente. A Shaula le enseñaron que el canto tiene la finalidad de ser agradable, de imponer la felicidad sobre cualquier otro sentimiento ante quienes te escuchan. Pero ella no podía componer sin ira.

Gracias a su doble cultura, su mente era un desastre entre pensamientos en lengua áraga y bahamita, pero a la hora de escribir prefería hacerlo en el idioma de Baham. Era una lengua que expresaba más en menos, difícil de traducir, ambiguo de interpretar. Le daba mayor libertad de expresión.

Ese día, en la intimidad de su habitación, su voz combinó sonido y tiempo hasta tejer una canción que hablaba sobre el dolor en las grietas de un sueño infantil.

Y lloró. Ella decía ser fuerte, ser el veneno sin colmillos, pero era tan frágil como querían hacerla sentir. Era menos que una mujer: era una niña.

El llanto tiñó de rojo su rostro y formó en su nariz una humedad delatora. Cada nueva lágrima la hacía airar todavía más, porque confirmaba su blandeza.

«No sirves para esto», le decía su mente.

—Claro que sirvo, solo no me dejan demostrarlo —respondía ella entre dientes con los brazos abrazando sus piernas y las rodillas bañadas de lágrimas.

Cuando tocaron la puerta de su habitación supo que había acabado su brecha de paz. A partir de ese momento su intimidad sería compartida, su privacidad erradicada. Volvería al custodio constante que tenía desde el momento en que nació.

Hasta llorar sería un privilegio a partir de entonces.

Secó sus ojos, acomodó el velo y el cubre bocas y se adelantó a abrir la puerta con el estómago reviviendo el ardor de la impotencia.

—Tus damas —ladró la preparadora apenas abrió la puerta.

Shaula se hizo a un lado y señaló al interior de la habitación.

—Que pasen.

—Cuida el tonito conmigo, Scorp —espetó la mujer—. No soy tu amiguita.

—Pero no usé ningún...

Una bofetada silenció el reclamo de la princesa, que tuvo que morderse la boca con todas sus fuerzas para evitar llorar de nuevo.

Había sido su error. Ella sabía que replicar a los adultos estaba mal, que los peros los tenía prohibido. Sin embargo seguía sin entender por qué debía callarse y aceptar las reprimendas cuando le decían que había hecho algo que estaba segura de no haber hecho.

Esa preparadora era peor que las que tuvo en Baham. Más arisca, menos accesible, menos permisiva.

Shaula tenía dieciséis, pero entendía cómo funcionaba el mundo. Se aprende rápido cuando tienes que crecer en una posición como la suya. Su discernimiento sobre la escala social le hacía entender el desprecio injustificado de la preparadora hacia ella: corregir a Shaula era el único poder que tendría en la vida, por ello abusaba de el.

—Me disculpo —dijo Shaula apenas contenida.

—No acepto tu disculpa. ¿Así piensas mostrarte ante la nobleza luego de faltarles al respeto? Por Ara, estás peor de lo que me advirtieron. ¡Hazme sentir que te arrepientes!

Ese se estaba convirtiendo en el peor día de la vida de la princesa. No había pasado una noche en la capital y ya extrañaba la tierra a la que jamás se atrevió a llamar casa porque esperaba con añoranza ese maldito castillo.

Cerró los ojos, convenciéndose en vano de que estaban solas, que no estarían sus tres damas detrás de la preparadora presenciando cómo humillaban a su princesa. Respiró, y recitó:

—No sabe cuánto lo lamento, mi lady. A veces no mido mis impulsos, pero por suerte la tengo a usted. Sé que me enseñará en este camino, sé que me ayudará a ser mejor.

Una nueva bofetada le demostró lo poco convincente que había sido. Eso, o las ganas que tenía la preparadora de volver a pegarle.

—Ni si quiera te molestes en volver a intentar —escupió la preparadora—, no te creo nada. Te dejo con tus damas, vendré a supervisar cuando lo crea pertinente. No me busques a menos que sea por alguna emergencia.

«Ni porque esté quemándose mi alma la buscaré, descuide».

—Sí, mi lady.

Cuando la preparadora se fue, Shaula se alejó de la puerta y esperó hasta que una a una las damas fueron ingresando a la habitación.

La primera en entrar fue la mayor de las hermanas Merak, Altair Merak, seguida inmediatamente de Isamar Merak. Piel aceitunada, cabellos largos, espesos y oscuros. Lo típico del gentilicio de Antlia, una más bronceada que la otra.

Pero a Shaula no le importaba la apariencia de esas dos. Le horrorizó lo que llevaban puesto.

Antlia era el único extremo del reino habitado que colindaba con los inmensos mares que rodean Áragog. Debido a sus tardes soleadas la moda diaria había evolucionado hasta volverse una cuestión de horror para la nobleza de Ara. Las mujeres de Antlia llevaban torso cubierto solo por un corsé sin mangas, separado de la falda de modo que mostraban parte del vientre. Las faldas además eran confeccionadas a parte, y algunas eran tan cortas que mostraban hasta las rodillas.

«¿A esa cochinada llaman vestido?», pensó Shaula mirando a las hermanas Merak con los ojos muy abiertos.

Además del diseño horroroso, los colores típicos de Antlia iban del beige al marrón, y algunos corsés estaban hechos de un cuero que los hacía parecer parte de una armadura. El emblema de las pescadoras a las que informalmente se les llamaba «piratas».

Al menos esas habían tenido la decencia de cubrirse las piernas.

Shaula se volteó directamente hacia la mayor de las Merak, Altair, y le dijo:

—Perdone, mi lady, pero... ¿Podría explicarme qué llevan puesto?

La dama asintió con respeto y le dijo a la princesa:

—Lo que ve representa nuestra cultura, mi lady.

—Mas no la de Ara, ¿o sí? —inquirió la princesa.

—Usar la vestimenta de Antlia es nuestra manera de honrar nuestras tradiciones, mi lady —siguió Altair Merak—. Su padre ha sido muy comprensivo y generoso, nos ha dicho que mostrar nuestra riqueza en variedad de culturas en la corte será beneficioso y refrescante.

—Y no ha pensado, lady Altair —dijo Shaula con un gesto desdeñoso, una altivez sin edulcorar—, que mostrarse en mi corte vistiendo los harapos de su tierra podría resultar... ligeramente insultante. Algún noble descontextualizado podría tomarlo como una muestra de falta de interés, un gesto aversivo, un mensaje sobre lo poco que les importa incorporarse a esta corte... ¿De eso se trata?

—No, mi lady, nosotras solo...

—Le pregunto ahora, ¿cómo vería que la nobleza de Deneb se paseara por el castillo vestida con todo ese pelaje, capas, abrigos, cuellos altos y guantes de cuero?

—Se sofocarían. Dependiendo de la hora, claro.

—Es decir —continuó Shaula con una sonrisa condescendiente oculta detrás de la tela— que es inequívoco alegar que estarían fuera de lugar.

—Dado el clima, mi lady.

—Dadas las apariencias, apariencias que irrespetan al venir vestidas como pescadoras. Y no soy tu lady, soy tu princesa. He de ser llamada «su alteza» en lo que respectivo a dirigirse a mí.

—Sí, su alteza.

Por primera vez en lo que iba de su llegada a Baham, un leve cosquilleo de satisfacción tentó sus labios a una sonrisa.

Podía seguir así. Podía vivir con ser esa persona.

—¿Entiende por qué yo mantengo en la medida posible las costumbres de vestimenta de Baham? —preguntó entonces.

—Porque es usted la princesa de Áragog, embajadora de Baham, hija del escorpión, ¿quién sino? —contestó Altair con una reverencia—. Me disculpo, su alteza. Nos cambiaremos...

—No lo harán. Mantendrán sus costumbres mientras estén al servicio como mis damas. Sin embargo en la corte espero que demuestren, a mí antes que a nadie, que han venido a formar parte de, no a insultar nuestras costumbres.

—Sí, su alteza.

Altair finalizó aquel diálogo con una reverencia más, y entonces entró en la habitación la tercera dama: Jabbah II Elioth Scorp.

—Prima —saludó.

—Lady Jabbah —saludó Shaula con un escaso asentimiento en saludo—. Tengo entendido que de lady Elioth ha manifestado su deseo esperando que pueda tomarte como mi pupila.

—¿Pueda? —preguntó Jabbah perdiendo su sonrisa con nerviosismo—. ¿No has accedido ya?

Al ver la impunidad de Shaula a sus palabras, se apresuró a rectificar:

—Su alteza.

—No he decidido nada porque nada me ha sido demostrado. ¿He de tomar por pupila una analfabeta? No. Es mi deber cerciorarme de tus conocimientos antes de acceder a la petición de mi querida tía.

—¿No es la finalidad de una pupila aprender? ¿Es relevante cuánto sepa antes de ello?

Shaula se volvió a mirar por encima de su hombro a la dueña de esa voz que no había escuchado hasta entonces. La habían preparado para entender que los labios no eran desnudez en otras culturas, pero en ocasiones todavía se sonrojaba con algunos y por ello evitaba mirarlos. Pero con Isamar Merak fue difícil no mirar esa mueca sin maquillar. Destacaba incluso más que el verde de sus ojos.

Shaula se volvió al frente sin dirigirle ni una palabra a la que recién hablaba, lo que hizo que ella se preocupara más.

—No malgastaré mi tiempo, prima Jabbah —aclaró Shaula—. Lectura, historia y geografía son el trabajo de una institutriz. El deber de una mentora no es enseñar, es ampliar el conocimiento. Política, erudición y filosofía no se enseñan a quien no sabe leer.

Lady Jabbah se sintió francamente empequeñecida a pesar de que era cinco ciclos mayor que su prima.

—Sé leer, alteza —dijo no sin cierta vergüenza y a regañadientes.

—Es el primer paso. Yo te enseñaré qué leer. Mientras... ¿Tocas?

—Piano.

Shaula la dejó donde estaba y salió por la puerta de la habitación donde dos de sus guardias custodiaban.

—Sir Petyr —le dijo a uno—. Acompañe a lady Jabbah en busca de un pianoforte. Reclute a los hombres que haga falta, pero vuelva con el instrumento cuanto antes.

—Sí, alteza.

Shaula regresó a su habitación sin dedicarle ni una palabra más a las damas, queriendo por primera vez una tela más oscura sobre sus labios, que fuera imposible adivinar la curva satisfecha.

En Baham no generaba esas reacciones. «Nadie es profeta en su tierra», leyó alguna vez, y eso lo explicaba bien. En Baham tenía amigas, vendidas —que debían obedecer a cualquiera—, familiares y admiradores. Pero no súbditos. Nadie que reaccionara a su voz como lo habían hecho sus doncellas.

Luego de la humillación en el consejo, un poco de respeto le sabía a gloria.

No es que intentara justificarse. No había nada qué excusar. Era la princesa escorpión, no intentaría fingir que no le tentaba el sabor de la tiranía.

Su habitación era inmensa, eso debía destacarlo. Entrar a su librería personal era como atravesar el más grande de los salones. Con una ventana abierta, el aire fresco acariciando las cortinas, una mesita y un sillón, tenía todo lo que le hacía falta para sentarse a leer.

Y eso hizo.

Hasta que una de las doncellas la interrumpió.

Lady Altair, nuevamente, porque al parecer su hermana era muda cuando le convenía.

—¿Y ahora, su alteza?

Shaula arqueó una de sus cejas.

—¿Debo decirles, además, cómo hacer su trabajo? No he conocido vendidas que lo ameriten, ¿por qué mis damas sí?

Altair lució avergonzada y corrió a recoger lo que estaba fuera de lugar en el área dormitorio. De inmediato su hermana menor, habiendo escuchado a la princesa, fue por un peine.

Pero cuando se acercó a Shaula, esta alzó su mano para detenerla.

¿Cómo se le pudo ocurrir que el momento de su lectura era el indicado para cepillarle el cabello? ¿En serio era lo que pensaban que hacía una princesa todo el día?

—Tú eres... —Shaula hizo gestos de estar pensando el nombre, pero desistió en su intento—. La menor.

—Isamar, su alteza.

—Las jóvenes tardan más en aprender cuándo no abrir la boca.

—Tengo entendido que supero su edad.

—Mas no mi instrucción.

—No, definitivamente.

—¿Tú qué haces?

La dama se encogió de hombros, como restándole importancia.

Shaula la miró de arriba a abajo, pretendió que fuese un gesto despectivo, pero había analizado con disimulo su torso, cintura y la piel expuesta de su vientre. Se le hizo fácil envidiarla, aunque su cuerpo fuera mejor. No quería competencias, ella también tendría que buscar marido pronto.

—Si te digo que estoy aburrida... —Empezó a decir Shaula con el cosquilleo de la mala intención en sus inmensos ojos marrones—. ¿Qué sugerirías, como mi dama?

—Conseguirle un bufón, su alteza.

Si quedaba rastro de amabilidad en el rostro de Shaula, desapareció entonces.

Cerró el libro y arregló su postura al sentarse, sus manos una encima de la otra elegantemente posicionadas mientras sus ojos se volvían intolerantes.

—Si consiguiera un bufón para distraerme, ¿cuál es el propósito de tener tres damas, no? En caso de que el bufón me diera a basto, tú sobrarías. Regresarías a tu charco a destripar pescados, y tendrías que esperar a que alguien más te acepte como su dama. Pero nunca será Shaula Scorp, princesa de Áragog. Jamás te dará la posición aventajada que consigues con mi influencia, ni la posibilidad de un matrimonio como el que ahora podrías ostentar. Así que, si te digo que bailes, bailarás para mí. Si te digo que cantes sin que sepas ninguna canción, la improvisas. Si te digo que estoy aburrida...

Shaula se dejó caer en el respaldo de la silla con la irreverencia de un rey, e hizo con sus manos la floritura de una serpiente envenenada al decirle:

—Hazme reír, Isamar —finalizó Shaula acentuando en el nombre de la susodicha el acento bahamita.

Humillada, lady Isamar tragó todas esas objeciones que temblaban en su garganta. Le habían hablado de una princesa a la qué añorar, no temer. Shaula Scorp Nashira, y sus ojos envenenados, fueron la única tiranía de la corte para la que no le habían puesto sobre aviso.

Nota de autora:

Ya conocieron a las damas, ¿qué piensan de cada una de ellas?

¿Qué les parece la actitud que Shaula ha tomado en este capítulo y del trato que le da su preparadora?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top