5: El príncipe oxidado

A la mañana siguiente, Isamar se había ido por su cuenta junto a los carruajes de Hydra. Aunque tenían el mismo castillo por destino, habían tomado rumbos separados.

Shaula no lloró más en todo el camino que quedaba hasta Ara, así como tampoco le quedó ni el intento de una sonrisa. Del amor marchito en su pecho solo quedaban virutas contaminadas. En eso se había convertido: en el ataúd de sus sentimientos.

Al llegar al imponente salón del trono de los escorpiones, les recibió en el aire un aroma que resultaba una mezcla de vino derramado, sudor y la fragancia dulzona de los bocadillos abandonados.

«Por la santísima vagina de Ara...», pensó Shaula, y por poco no tuvo la compostura de dejar ese comentario solo para ella.

La familia real entró con pasos cautelosos sobre la alfombra que, una vez impecable, ahora estaba manchada con huellas embriagadas y migajas de un banquete caducado.

Al lado de la princesa, el rey portaba una expresión severa; observaba la escena como si cada fragmento de esta fuera un golpe directo a sus dientes.

Habían esperado encontrar el salón en perfecto orden para recibirlos, pero aquello ni siquiera podía catalogarse como desastre. Era un horror.

El príncipe dorado, Antares Scorp, yacía en el suelo sin más prenda de vestir que las calzas que deberían ir debajo del pantalón. Su pecho relucía bajo pegostes de algo que, internamente, todos rogaban que se tratara de alguna salsa. Sus hebras de cabello platinadas tenían un tinte rosáceo gracias a la cantidad de vino que las bañaba, y su rostro, normalmente radiante de galantería, estaba entonces divagando entre la inconsciencia y el enrojecimiento.

Shaula habría querido reírse de él, de no ser por lo grave de la situación. No es como si hubiera amanecido ebrio en su alcoba privada; lucía como un borracho en el suelo del salón del trono al que había transformado en su taberna personal.

Cualquier hombre sería encerrado por desvirtuar de esa manera el lugar más sagrado de la monarquía; tratándose del príncipe ejemplar en esa situación, en especial si quedaba impune... Prácticamente acababa de deshonrar el apellido Scorp.

Solo con su ebriedad y la putrefacción del banquete desautorizado bastaba, pero no para la creatividad de Antares. A su alrededor había al menos cuatro vendidas inconscientes. Parecían muñecas deshechas por el mal uso, con sus vestidos rasgados, sus peinados desastrosos y sus rostros pintados grotescamente.

La mujer que había sido designada para cuidar al príncipe, su preparadora, miraba al rey con genuina súplica y temblor en sus manos.

—Majestad, le aseguro que esto no ha sido mi culpa. Hizo todo lo que estaba en mis manos...

—Sin duda hizo todo lo que estaba en sus manos, pero para ser destituida —dijo la mano del rey, que estaba casi tan rojo como el mismo Lesath Scorp.

—¡No! Lo juro, majestad, intenté por todos los medios detener al príncipe, pero, ¿cómo se le dice que no al único representante de la Corona en Ara? Yo no era nadie contra sus deseos.

En gran parte, los sentimientos de Shaula mudaron del asombro a la impotencia. Había una ira constante que la acompañaba, como una vieja amiga que te daña, pero que es mejor tener cerca antes que a la soledad; y con esa ira en ella, toda injusticia hacía mella mucho más fuerte.

Ahí estaba su hermano, tumbado sobre sus propios desperdicios en el lugar más sagrado para la familia real después del templo de Ara, y su preparadora no había podido hacer nada para impedirlo. Aunque él tampoco era el heredero, y era incluso menor que Shaula. A ella la hubiesen hecho a lamer cada migaja hasta...

Un latigazo de la podredumbre del lugar la arrastró al recuerdo de sus castigos pasados. Pasó de estar interesada en la escena a luchar por reprimir una arcada, su nuca llenándose del sudor que evocaban las imágenes de ese día.

«¿Por qué, Ara? ¿Por qué me has hecho esto a mí, que he sido buena?». Shaula ya ni siquiera estaba molesta. Estaba triste por su mera existencia.

Shaula miró a su padre de reojo, como esperando a que este hablara, y pensó que debía ser terrible lo que pretendía decir si tanto tardaba en pronunciarlo.

Mas allá del asombro inicial, quedaban las preguntas. ¿Qué había sucedido en ausencia del rey? ¿Cómo había llegado al salón tal caos?

—Saquen inmediatamente a todos de aquí. —Aunque el rey había mantenido el control de su tono, cada palabra que pronunció estaba cargada de una tensión tal como para estallar e incendiar todo el palacio—. A los lores háganles esperar en un ala alejada de esta estancia.

—¿Y con todo esto que quiere que haga, majestad? —preguntó la preparadora, a lo que el rey, en lugar de responder, se desplegó hasta donde su hijo agonizaba de sueño.

Shaula quedó absorta al ver cómo su padre enredaba sus dedos en la cabellera de Antares y la asía como a las riendas de un caballo. Sin compasión alguna, lo arrastró por ese anclaje para que lo siguiera fuera del salón. No le dio tregua al muchacho ni al verlo tambalearse o quejarse de dolor, hasta que el chico acabó tomando con humor su desgracia y soltando chistes pesados durante toda la procesión.

Porque el rey no escogió el camino más corto, ni el más privado. Salió por las puertas del pasillo principal y llevó consigo a su hijo sin importar los guardias, sirvientes e incluso los escasos nobles que los vieron marchar en tan extraña situación.

Shaula y la preparadora los siguieron de cerca, siendo testigos de primera mano de las burlas de los espectadores y el miedo que proyectaban algunos al ver a su rey así.

Murmuraban, no tan alejados de la razón, que los hijos del rey acabarían con él.

Al llegar a la habitación real, Lesath Scorp soltó a su hijo con tanta brutalidad que no sería exagerado decir que lo tiró a la alfombra.

Shaula y la preparadora entraron detrás, cerrando la puerta.

—¡¿Cómo se te ocurre, Antares Scorp?! ¿De quién fue la idea de profanar mi salón de esta manera?

—¡Bienvenido de vuelta a casa, padre! ¿Qué tal el congelador? Espero hayas protegido tus testículos, mira que probablemente te pidan otro heredero antes de que la tumba de mi madre se enfríe... Porque sí era mi madre, ¿o no? Te prometo que no le diré a nadie si no es así.

—Joven príncipe, no hable más, está ebrio... —intentó interceder la preparadora.

El rey rugió sus siguientes palabras, su voz resonando en las altas paredes mientras pedía a la preparadora que no se metiera en esos asuntos porque ya bastante mal había hecho al permitir esa atrocidad.

Luego de eso la preparadora de Antares se marchó.

La princesa, que pretendía permanecer reservada, no pudo evitar la sorpresa. Sus ojos se abrieron al ver a su padre en ese estado y a su hermano en uno peor.

Lesath se adelantó hacia el príncipe, su ira palpable.

—¡Levántate, condenado holgazán! —dijo, agarrando al joven por el hombro y zarandeándolo—. ¿Cómo te atreves a deshonrar nuestra casa de esta manera?

El príncipe murmuró incoherencias en medio de una risa pastosa, su aliento a vino caliente.

—¿Quieres jugar a ser un inútil, Antares? Pues un inútil serás.

Su padre lo soltó con asco, a lo que el joven se arrastró hasta quedar indebidamente sentado con la espalda recostada de la cama. Cada hendidura de su abdomen era visible en esa incómoda posición.

—No tienes que irte siempre al extremo de todo, Lesath. ¿Un hijo te molesta? Lo encierras en las mazmorras. ¿Tu esposa te regala un bastardo? Vamos a matarla. ¿Tu hija nace con vagina? Vamos a deprimirnos de por vida. ¿Y ahora quieres sacarme de tu buena voluntad? A este paso va a terminar reinando el alto sacerdote.

Shaula disfrutó esas palabras sonriendo libremente tras su velo. Pero sus ojos no tenían ese escudo, y Antares vio la diversión encendida en ellos. Así que le guiñó un ojo a la distancia mientras su padre despotricaba sobre todos sus ancestros.

—¿Por qué? —insistió el rey.

—Porque estaba aburrido. Extrañaba a mi familia, ¿qué hay de malo en eso?

—Eres un imbécil.

—Eso debiste pensarlo antes de dejarme a cargo de tu reino.

—Tú no estabas a cargo, Antares, estabas en recuperación. Has pasado por encima del embajador que delegué...

—¿Ese? —Antares hizo un gesto despectivo con su mano—. Lo ejecuté.

Lesath hizo silencio, y Shaula tuvo que morderse la boca para que su sonrisa no se tornará en una carcajada.

—Limpiamente —aclaró rápidamente Antares, como si eso resolviera todo. Entonces se puso de pie, a duras penas, mientras se tambaleaba—. Obviamente no pretendía empezar una guerra ni nada. De hecho, es tu culpa. Debiste dejar a cargo a alguien más maduro. Ese hombre aceptó una apuesta conmigo, un duelo a muerte. ¿Y yo soy el imbécil?

—¡¿Apostaste tu maldita vida, Antares Scorp?! ¿Eres tan arrogante como para pensar que tu vida te pertenece?

—Relájate, no iba a perder.

—Por supuesto. ¿Qué podías perder? Si es claro que el juicio ya no lo tienes.

—En ese caso, de haber muerto, te habría ahorrado un problema.

—De haber muerto, te regreso a la vida convertido en sirio solo para poder matarte yo. ¡Tenía planeado un banquete para honrar tu regreso! Pero nos hiciste quedar en ridículo. Si no logro sofocar el rumor, se hablará de tu osadía hasta que las paredes de este castillo se caigan. ¡Tenía planes para ti!

—Te encanta engañarte, ¿no? Y todos debemos creernos tus engaños. —Antares se reía como si disfrutara de lo irónico—. ¿Mi regreso? ¡¿Mi regreso?! Quiero hablar con Sargas, ¿de acuerdo? Soy imbécil, pero tengo memoria suficiente para recordar su maldita risa. No me intoxiqué con ninguna comida como dicen los doctores.

—No hay nada que pruebe lo que insinúas. ¡Y no! No verás a Sargas, y no exigirás nada más en lo que te queda de vida hasta que enmiendes lo que has hecho.

—¿Y qué se supone que hice? Solo me divertía un rato con las vendidas, ya que me regalas tantas...

—No tienes edad para tener ese tipo de vendidas, te las regalo para que te ayuden como doncellas, no como... lo que sea que hayas hecho con ellas anoche.

—No les entregué mi virtud, si eso te preocupa —contestó Antares con tono de burla—. Solo nos divertíamos.

—Si lo que deseas es diversión, vete lejos de esta corte y haz lo que te plazca... ¡Pero no permitiré que sigas manchando el nombre de esta familia por tus berrinches!

—¡NO SON BERRINCHES! —Antares estaba rojo, sus dedos amenazando a su padre como si quisiera asesinarlo con ellos—. Me dejaste aquí para ir a hacer de rey con la preciada hija de la mujer que te hizo un payaso ante tu corte. Te olvidaste de mí, sin saber si algún día despertaría... Y le perdonas la vida a él. A un bastardo. Aunque puso en peligro la vida de tu único hijo legítimo. Y ella... ¿Es cierto? ¿La mataste?

—Antares Scorp, para antes de que tus palabras te condenen.

—No me interesa —espetó a Antares casi escupiendo—. Si la mataste o no, no me importa. Pero si tuviste la corona bien puesta para deshacerte de ella... ¿Por qué Sargas sigue siendo tu heredero? ¿Para qué sirvo yo ahora? ¿Qué se supone que haga si te la llevaste antes de que...?

Antares desvió su rostro. Sus labios emitían una risa amarga, pero sus ojos ardían. Tuvo que detener sus palabras antes que derrumbaran mucho más que solo esas lágrimas represadas.

Shaula desconocía la situación de su madre y Antares. Había sentido celos de la libertad con la que él podía expresarse ante su rey, pero en ese punto casi sintió lastima por el príncipe herido que se tambaleaba frente a ellos.

—Mis hijos se han vuelto contra mí, y en medio de su revancha cada uno ha enloquecido —dijo Lesath, y aunque parecían palabras para si mismo, no lo eran. Los estaba mirando a ambos—. Piensen, por el amor a Ara. Piensen más allá de sus sentimientos iniciales. Piensen más allá del dolor. Solo nos tenemos unos a otros, y yo... No podré seguir llevando esta carga solo mucho tiempo. Si lo que quieren es que los deje bajo la tutela de la Iglesia, les concederé su maldito deseo. Pero no me torturen más, porque el daño se lo hacen a ustedes mismos. Dejen de ensuciar el nombre de esta familia por asuntos personales...

—Padre... —Shaula tocó el brazo de su padre con benevolencia, mientras su rostro permanecía medio inclinado en sumisión—. ¿Me permite hablar con mi hermano a solas? Siento que nos hará bien.

Al principio, Lesath miró a Shaula con extrañeza. Al final pareció decidir que la idea no haría daño a nadie, y besó la frente de su hija en gratitud.

Esa mera acción resquebrajó todo en Shaula. Era la primera muestra de afecto filial que recibía en mucho tiempo. Su corazón resintió tanto aquel beso, porque iluminó todas sus carencias. Y eran muchas. Fatalista, con ganas de deshacerse en llanto, Shaula no recordaba ni un solo instante de su vida en el que hubiera sido amada.

Y lo más doloroso era que ese gesto afectivo parecía genuino. Pero tenía tantas razones para estar molesta con Lesath, que no quería permitirse extrañarlo como figura paterna.

Cuando el rey salió, Antares se tiró a la cama y dijo inmediatamente a su hermana:

—Pierdes tu tiempo si pretendes sermonearme.

—¿Por qué lo haría? —preguntó Shaula sin máscaras—. Cualquier enemigo del humor de mi padre es inmediatamente de mi agrado.

Antares se le quedó mirando sin ninguna emoción plausible en su rostro. Duró tanto en ese silencio extraño, que Shaula tragó en seco temiendo su reacción.

—Estás hablando de tu rey —dijo Antares sin ninguna inflexión en sus palabras, era casi sombrío escucharlo así.

—Soy su hija... —Shaula emitió una risa combinada con un bufido—. Prácticamente lo acusaste de asesino, y también es tu rey.

—Yo soy hombre.

—No es ese verdaderamente el problema, ¿o sí? Que tú seas hombre no condiciona nada tanto como el que yo sea mujer. Ese es el inconveniente.

—No voy a juzgarte por tus pensamientos, siempre que sean solo eso. Shaula, sigo siendo el reclamo más fuerte a este trono, no puedo consentir que digas cosas que... me pongan en una situación complicada.

Shaula asintió, comprendiendo la posición de su hermano, aunque odiando el mero hecho de que esta existiera.

—Lo lamento.

—No te disculpes conmigo. Solo... sé más precavida.

—Pero... tú eres mi hermano. Debería poder... ¿confiar en ti, tal vez?

—Si te parezco una buena persona para depositar tu confianza, entonces tienes un gran problema de juicio.

«Y aún así, me lo advierte», pensó Shaula, concluyendo que de todos modos Antares no era una mala persona. Aunque sus estándares tampoco estaban tan altos, dadas las personas que acostumbraba a conocer.

—¿De verdad tú...? ¿No lo odias por lo que crees que hizo?

Antares lo pensó un momento hasta que decidió negar con la cabeza y suspirar, como si estuviera exhausto.

—Lo odio por lo que no ha hecho.

—Pero ella era...

—Tu madre, Shaula, no la mía.

Shaula tenía que hacer esa pregunta, aunque no quisiera, aunque doliera. No podía confiar en la visión de su padre, necesitaba una opinión imparcial.

—¿Qué te hizo...?

El desvió el rostro, y pasó tanto tiempo en silencio que Shaula se convenció de que no respondería.

Pero sí lo hizo.

—Nada, absolutamente nada. Ni siquiera me miró. Ni una vez.

—Eso es mucho decir —bromeó Shaula para no cargar el peso que conllevaba la declaración—. Con lo extravagante que sueles ser, es difícil no verte.

Antares sonrió, muy a su pesar. Parecía molesto consigo mismo por haberlo hecho, pero Shaula se sintió animada por primera vez en semanas. Ella ya no podía sonreír, pero todavía podía regalar una sonrisa.

Shaula se dio la vuelta para marcharse después de un rato de silencio, pero se detuvo al escucharlo decir:

—Shaula.

—¿Sí? —preguntó ella girando solo su rostro.

—Bienvenida de vuelta.

~~~

Nota:

¿Qué piensan de este capítulo? ¿De Antares y de la conversación familiar que hubo entre el rey y sus hijos?

Sé que extrañan a Isa, no se alarmen. Falta un capítulo todavía del maratón. No se olviden de comentar ♡

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