43: El carnicero
¡Díganme que no provoca que esa gente se bese! Gracias de nuevo a Betty por las imágenes.
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Shaula estaba enferma. Al menos algo muy malo debía estar pasándole a su cerebro, pues, aunque pensaba —y hacía— muchas cosas, todas estaban relacionadas en una misma estela cual estrellas de una constelación.
Un hombre mencionaba Antlia, y ella recordaba que de ahí provenía la mujer que la mantuvo prisionera entre los muros del castillo y su boca.
Veía el cielo, y recordaba a la perfección lo que se siente besar las estrellas.
Cualquier atisbo de cabello negro y ojos verdes eran relámpagos a su memoria.
La mermelada en el desayuno, el pescado en el almuerzo, los libros en su despensa: todo evocaba un nombre.
Ninguna mujer era tan hermosa. Ningún hombre tan elocuente.
Isamar había arruinado a toda la humanidad a los ojos de la princesa.
Se creía drogada, hambrienta, febril, o las tres juntas: lo único indiscutible era que aquella aprensión en su pecho al no estar cerca de Isamar —a la vez ser incapaz de alejarse de su recuerdo— era tan intensa que la generaba un ansia por levantarse cada nuevo día.
Gracias a su nuevo desnivel mental, tenía algo qué añorar, y un motivo para acostarse pensando en las palabras que le diría. Leía imaginando ese rostro en el de las protagonistas, fantaseaba con el momento en que volvería a probar su constelación favorita.
Algo malo había sucedido en su psique desde que Isamar se incrustó en ella.
Una dolencia parecida, solo podía ser comparable a la intensidad del odio. Pero qué manera tan adictiva de odiar. Shaula quería seguir haciéndolo toda su vida.
Recibió una buena reprimenda por su resaca la mañana después del baile. Aunque le habían hecho asistir hasta bien entrada la madrugada, no le permitieron dormir hasta tarde. Tuvo actividades durante todo ese día, y el siguiente, y el que vino después.
Tenían que aglomerar todas las responsabilidades pendientes en menos horas, ya que el repentino despertar del príncipe Antares significaba una razón de peso para que la familia real regresara a la capital lo más pronto posible.
Shaula había querido preguntar sobre el estado de su hermano menor, el motivo de su despertar, el estado de su salud, pero su padre la evitaba como a una plebeya hambrienta de caridad.
En la semana venidera, apenas tuvo tiempo para intercambiar saludos lejanos con sus doncellas ya que estas también tenían actividades, principalmente relacionadas con cenas, paseos y teatro como parte del cortejo de sus respectivos pretendientes. Los de Jabbah y Altair cambiaron un par de veces más, salvo el de Isamar. La seguía cortejando su excelencia, el barón de la casa Caelum.
Shaula tenía que ser atendida por vendidas e incluso las tutorías se pospusieron para que pudiera aprovechar mejor el tiempo en Deneb.
Una tarde, la preparadora provisional pasó a buscarla antes de tiempo para llevarla en presencia del rey. El monarca estaba en un descanso breve de una audiencia donde se decidiría el destino de un desertor, un hombre que en la frontera asesinó a su colega de patrulla asegurando que este intentó «comerse su alma».
Era un juicio delicado, pues el soldado era de intachable registro y de gran valor militar, pero aceptar su defensa implicaba reconocer como reales ciertas criaturas.
La preparadora entró al despacho de descanso junto a la princesa, los guardias de Shaula se quedaron custodiando la entrada.
—Majestad —saludó Shaula al rey con una reverencia. Era extraño recibirlo en un despacho del salón de justicia, como si de una consulta con su asesor real se tratase, mientras al otro lado, en el podio de la ley, estaban quienes importaban: jueces y jurados, que no eran otros que el consejo, la asamblea y la Iglesia.
Y Shaula ahí, a puerta cerrada, con su preparadora al lado como una niñera.
El rey estaba sentado junto a su usual torre de papeles, el expediente entre ellos, pero ese no era el archivo que tenía abierto.
Bebía una especie de té hecho con muchas más hierbas que líquido, característico de Deneb; junto a su taza había otra idéntica, pero intacta, y abierto justo frente a Lesath Scorp estaba un tomo primera edición de las Sagradas Escrituras de Ara.
¿Por qué leer las Escrituras en el descanso de un juicio?
—Hija mía —saludó Lesath cerrando el libro.
Shaula a duras penas alcanzó a distinguir, antes de que se cerrara del todo, que a media página había una nota pegada con comentarios manuscritos. Solo las palabras «origen» y «reino cósmico» quedaron grabadas en la princesa.
—Esto será lo último en lo que te pediré colaborar antes de volver a Ara —siguió el rey—: te pido que me asistas en un almuerzo, y una cena.
—Debería dar un repaso a sus matemáticas, majestad.
Shaula veía la taza extra, al igual que la silla libre, como considerando si estaban a su disposición. Según su educación, debía esperar a ser invitada de ambas cosas, incluso con su padre.
—El almuerzo va por añadidura —dijo el rey quitando importancia con un gesto de su mano—, pues comer debes. La cena, una cortesía. Ambas vienen en el mismo combo de petición. Lo que pretendo de ti es que te dejes acompañar por sir Volant, no que comas.
Shaula abrió los ojos con sorpresa. No solo no se esperaba eso, sino que no entendía por qué era un asunto de peso para que su padre exigiera su presencia.
—¿Lo ha solicitado él?
—Correcto.
—Padre...
—Hija.
Shaula enlazó las manos tras su espalda y miró al rey con sus ojos entornados en un gesto suspicaz.
—¿Por qué me has hecho llamar? Estás a mitad de una audiencia, tu tiempo es mas valioso que el mío, esta generosa sugerencia podrías haberla hecho llegar con cualquier lacayo.
—Y henos aquí.
—Y el motivo es...
—Toma asiento.
Su padre ni siquiera señaló la silla, solo pronunció la orden. En eso consistía su autoridad, pero poco derroche hacía de esta. La guardaba como una herramienta para casos muy específicos que lo ameritaran, siempre con un trasfondo más allá de la simpleza de sus palabras y la calidez de su expresión.
No era un viejo amigable, ese solo era su personaje como rey; Lesath era todo lo que Shaula y Antares habían adquirido individualmente, con el perfeccionamiento de la madurez, y la letalidad que dan los años coronado. Shaula aprendió eso a regañadientes, y así mismo intentaba combatirlo: en los pequeños detalles.
Tomando la taza de la que no se le invitó a beber, y rechazando la oferta del asiento. Porque sí, Lesath había probado su punto al demostrar quién da las órdenes y quién las recibe, pero Shaula tenía el privilegio de poder hacer su trabajo más difícil.
«Besas a una persona a la que quieres besar, y ya eres toda una rebelde, Shaula Scorp». Tuvo que morder sus labios, pues, contrario a las palabras, su sonrisa no había sido mental.
—De hecho, quisiera dar un paseo por el juzgado —contradijo—. Si no le importa, majestad.
—Hay un juicio en curso. Shaula.
—En receso.
Lesath sonrió.
¿Por qué sonreía?
—Nada podría complacerme más, hija mía.
Reanudaron la conversación mientras caminaban entre los bancos de la audiencia con la preparadora siguiéndoles de cerca. Shaula sintió una similitud que en su cuerpo ardía, el juzgado no era distinto de una congregación eclesiástica, donde justos y pecadores se reunían bajo la autoridad de Ara, y los santos decidían quién se salva y quién se condena.
Observó el atril del acusado, y el área de deliberación de los nobles. ¿Cómo podía añorar tanto algo que jamás había estado a su alcance?
—Un día —dijo su padre deteniéndose un paso detrás de ella— seguirás estando en el despacho, o tal vez entre el público, pero jamás con la limitada información que tienen ellos.
—Y jamás en el podio —murmuró derrotada.
—Cuidado con el podio que deseas, Shaula, que el de jurado está justo al lado que el del acusado.
Mordió su lengua para no comentar nada al respecto. Isamar, un mero susurro de su voz, pasó por su mente como una estrella fugaz. Tuvo que enfocarse en dejar sus pensamientos en blanco. Si su padre leía en sus ojos... Si cualquiera viera siquiera un atisbo del crimen...
Su saliva pareció solidificarse en su garganta, y aun así se obligó a no tragar.
—Lo que he intentado decirte, Shaula, es que un día tendrás a tu marido allí, sentado junto a las voces de la ley, hablando en nombre de la justicia. Y tú podrías ser la voz que susurre al oído sus decisiones.
Ella lo miró.
—¿Es tan degradante, padre, tan retorcido que mi corazón no acepte ser un susurro como consuelo? Si es ese el estándar, me esforzaré en ser un grito para que mi voz sea escuchada.
Su padre buscó sus ojos, un debate que la llevó de vuelta a meses atrás, cuando compartían otra mirada con un ataúd entre ellos. El día del funeral de la reina.
—Regresemos al despacho, ya están permitiendo la entrada al público y quiero mantener esta conversación tan privada como sea posible.
—¿Una charla para invitarme a una cena amerita tantas precauciones?
Otra sonrisa, una de calma, justo lo que Shaula no sentía entonces.
Entonces el rey echó a andar de vuelta, dando por echo que su hija lo seguiría, cosa en la que no se equivocó.
—¿Por qué estás de acuerdo con esto? —preguntó Shaula al alcanzarlo—. Sir Volant es un teniente condecorado de una de las guardias de más prestigio, la de Hydra. Es casi mano derecha de la gran lady. Como caballero no puede casarse, y no renunciará a su gloria por nada. Lo sabemos. Que me deje cortejar por él a sabiendas de esto, además del hecho de que sigo sin ser presentada en sociedad, podría arruinar mi reputación.
—Su reputación no corre peligro, alteza, yo seré su chaperona en todo momento que esté en Deneb —contestó la preparadora, de la que Shaula erróneamente se había olvidado. Ni siquiera en presencia de su padre dejaba de ser monitoreada.
—Sigo sin ver el motivo de seguir alentando una unión que no sucederá.
Lesath esperó hasta estar dentro del despacho para responder.
—Bien has dicho, Shaula. Sir Volant es una figura importante en Hydra, principado con el que muy bien relacionados no estamos. Y es bastante cercano a lady Indus Sagitar, con la que estamos en peores términos todavía. Sabré agradecer y aprovechar no solo tu alianza momentánea con sir Volant, sino la publicidad que genera su cortejo, suficiente para que el pueblo se centre en su relación mientras me encargo yo de lo que realmente importa.
—Quisiera...
—Sé lo que quisieras, Shaula.
Shaula rara vez veía a Lesath ser tajante. No hacía falta que elevara la voz, ni diera indicios de querer sucumbir a ello, solo cortar la discusión en el punto preciso para no admitir más resolución que la suya.
Esos eran los momentos en los que Shaula sentía que tenía un padre, y no un rey, que le reprendía personalmente.
—¿Quieres saber qué quiero yo? —remató el rey.
Shaula al fin tragó, y cómo dolió hacerlo, pues sintió estar reconociendo su desventaja e inferioridad absoluta.
—Quiero que pienses, no que sientas. Desconozco el motivo que te llevó a negociar con sir Volant, como ignoro el porqué accediste a que el joven Circinus te corteje, pero en ambos casos has cometido el error de una adolescente, Shaula.
—Tal vez se deba, aventuro, a que lo soy.
—Y al fin lo reconoces. Antares con dos años menos ha sabido comportarse como un escorpión.
Shaula apretó los puños, encajando a duras penas el golpe.
—Dame la mitad de su trato, padre, y no seré un buen escorpión, seré el mejor.
—Esto es lo que tienes, y es lo que siempre tendrás. Tus quejas, aunque conmovedoras, no te sirven más de lo que pueden servir a un mudo, un manco o a un ciego.
Shaula dio un paso atrás, su boca entreabierta.
—Aunque me trates como discapacitada, jamás me aceptaré como tal.
—Aceptar es el primer paso para superar.
—Empieza por aceptar la desigualdad de tu trato. ¡Yo soy tu primogénita! —exclamó, señalando su pecho—. Y es a Antares al que preparas para gobernar. A mí me vendes por unos pocos aliados.
—No elevarás la voz ante tu rey.
—¿Qué respeto le debo a quien no he elegido servir?
La preparadora ahogó un grito, pero el rey solo afiló su mirada en silencio.
—Tú naciste con la corona —siguió Shaula—, y a mí me la niegas. ¿Dónde queda en mi caso el derecho de nacimiento?
—Tú naciste mujer.
—Y maldita sea Ara por ello.
Lesath no reaccionó al momento, pero los huesos de su mandíbula estaban a punto de quebrarse por la tensión. La preparadora sollozaba en medio de la quietud, y mientras la ausencia verbal entre rey y princesa se extendía, llevó las manos a su rostro y empezó a temblar. Ni siquiera ella sabía qué hacer en una situación como esa, y en medio de aquel desconocimiento preveía la muerte para sepultar lo que había oído.
—Puede retirarse.
La preparadora no necesitó su nombre para saber que la orden iba dirigida a ella.
Una vez la mujer se retiró, Lesath volvió a mirar a su hija.
Y no decía nada.
Shaula estaba tiritando por el resquemor que dejaron sus palabras y la agria incertidumbre por las represalias.
Lesath permitió que el silencio se prolongara un poco más, hasta que se le antojó tomar su taza de té denebita y verter su contenido sobre la mesa.
—¿Majestad?
El título salió como un impulso, fracturado a mitad de camino por la garganta de la princesa. Un último intento por remediar lo antes dicho.
—Limpia.
—No... no tengo con qué —balbuceó. Ella no era consciente, pero estaba retorciendo las tiras de su vestuario hasta que sus dedos se volvieron morados.
—Te he dado una orden.
Shaula miró el charco de té, y recordó uno distinto. El desastre de su propio vómito que lady Briane le hizo limpiar con su rostro y cabello.
El impulso de vomitar se mantuvo cerca, en compañía de lágrimas que se asomaron a sus pupilas para contemplar la vista.
Deshizo los entresijos del velo en su cabeza, quitándose incluso el cubrebocas sin considerar el decoro, hasta que tuvo la pieza libre en sus manos para limpiar el reguero en la mesa.
Sorbió por la nariz, y su mente le jugó en contra intercambiando el aroma de las hierbas por la fetidez de su bilis.
Una arcada la atacó. Presionó el dorso de su mano fuerte contra su boca y respiró profundo hasta calmarse.
Miró a su padre, sucumbiendo a la debilidad infantil que todavía apelaba a la misericordia de su creador, pero él estaba impasible.
Evitando conectarse con sus sentidos para no tener más arcadas, terminó de limpiar la mesa y se apartó, conservando el paño sucio entre sus manos.
Cuando volvió a mirar al rey, sintió que lo veía desde un hoyo muy profundo, estando él en el más alto de los podios.
La jerarquía había sido probada.
—Confío en ti, hija mía —dijo Lesath, su voz edulcorada, su rostro habiendo borrado todo rastro de ira. Era como si esa conversación nunca hubiera existido para el—. Entiendo que si escogiste relacionarte con sir Volant en un principio, es porque tienes todo bajo control. ¿Me equivoco?
Shaula tuvo miedo.
—Imagino que sabes por que le dicen «el carnicero», ¿no, hija mía?
—Yo...
Y luego no pudo decir nada.
—Entiendo que no lo parezca —consoló su padre—. Es un hombre amable.
Las manos de Shaula empezaron a sudar.
—Esos son los peores —finalizó.
Ella quiso salir corriendo no solo del despacho, sino del reino mismo. De pronto se sentía poco preparada incluso para estar viva. La ingenuidad hecha mujer.
—Pero tienes todo bajo control, eres una princesa íntegra que podría hacer no solo su trabajo, sino el mío, hasta mejor que yo.
Ahí cayó la primera lagrima.
—Te has vendido tú, Shaula, ahora hazte cargo.
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Nota:
Bueno, bueno... Esta familia es la vaina más intensa existente. La madre un desastre que escogía amar a un hijo antes que a otros, el padre que de alguna forma asesinó a su esposa, el bastardo envenena a su medio hermano, el menor que (ustedes saben, si leyeron Vendida) y la Shaula que no puede tener una conversación con su padre sin que sea icónica y desastrosa... En fin, amo esta familia JAJAJ
¿Qué les ha parecido el capítulo? Les subo otro en unas horas, que lo ando editando. Los amoo
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