31: Maldita lengua

Llegaron a Deneb con un carruaje menos, pues dispusieron de este para llevar de regreso a los niños huérfanos con las vendidas, algunos guardias y la preparadora.

Al fin, Shaula tendría unas vacaciones de su zorridad: lady Hija de Canis Briane, como llamaba para sus adentros.

Shaula en serio esperaba que, si Ara leía los pensamientos, perdonara los suyos dadas las circunstancias.

A quienes mantuvieron a su lado fue a las doncellas, pues esta era una gran oportunidad para las tres de mostrarse en sociedad, exhibir sus encantos y tal vez captar la atención de un noble dispuesto a cortejarlas.

Para lo que no estaban preparadas ninguna de ellas, en especial la princesa escorpión que tanto de su vida había pasado entre fuego y brasas, era el frío.

Shaula empezó a pensar en Ara como un desierto en cuando las primeras oleadas del viento norteño caló en sus huesos.

Tuvo que decir adiós a la cultura de Baham en lo que respecta a la vestimenta, vistiendo por primera vez los ostentosos vestidos de piel, cuero, vellos y pedrería que el gran sastre real había confeccionado únicamente para ese viaje.

Sus damas tuvieron que vestirla dentro del mismo carruaje, aprovechando el lujo de este, que contaba con compartimentos cual camarote en navío. La pieza del día era un enterizo blanco de cuello alto; en el área donde iría el escote, llevaba pedrería para aportar lujo, elegancia y distinción. Encima, iba una especie de chaqueta larga del mismo tono y tela, era lo que daba ese efecto de falda. Con apliques de perlas en las solapas del pecho y las mangas; y un cinturón de oro, diamante y plata que cerraba el conjunto con los colores reales: blanco, platino y dorado.

Isamar tenía su mano entre las suyas, delicada pese a sus propias emociones, mientras deslizaba el anillo de una serpiente en el dedo enguantado de la princesa.

La doncella la miró, y parecía muy inconforme con su posición: odiándola en silencio, sirviéndole en público.

Por primera vez, Shaula sintió empatía por una de sus damas. Se imaginó en su lugar, y sufrió con la perspectiva de tener que servir a quien no quieres ni saludar.

Shaula mordió su labio mientras lady Altair colocaba el prendedor de la capa —con el símbolo del escorpión coronado— en la parte frontal de su cuello.

Isamar entonces seguía con la otra mano, colocando el guante de cuero blanco con una expresión en su rostro que era una huelga en sí misma.

Shaula quería decir algo, lo que fuera. Tal vez una disculpa, o mejor una orden; pero nada salió. Solo pudo seguir mirando a Isamar, que vestía de negro, gris y borgoña; la única oscuridad entre tanta pureza.

La princesa podía asumir el puesto de una soberana y manejar una situación que involucrara lords poderosos de frágiles egos, custodios de dudosa lealtad y plebeyos en situaciones precarias; pero a la hora de lidiar con una insignificante doncella, flaqueaba su astucia, menguaba su seguridad, tembaleaba su orgullo. Con Isamar, Shaula era una simple y basta humana.

~•☆♡☆•~

Rumbo al castillo de Deneb, se hizo una pausa en el mercado. Lo primordial era mostrar la diferencia entre esos lugares en Ara y el norte, pero muchos lords aprovecharon para adquirir su próxima vendida y darle variedad a su colección.

Por motivo del clima, los mercados en Deneb no exhibían las mujercitas en el exterior como sucedía en la capital, había que ingresar a las tiendas donde estas aguardaban cual maniquíes. Cada lord que se interesaba en alguna, se acercaba a examinar su físico, mientras las preparadoras explicaban sus carencias, virtudes y la utilidad para la que habían sido instruidas desde su nacimiento.

El mercado era enorme en Deneb. Cada casa de preparación tiene una vendedora en jefe y tantas preparadoras como sean necesarias, y cada administración tenía al menos una tienda para exhibir sus aprendices de vendidas.

Algunas casas de preparación eran tan prósperas y pobladas que poseían más de una tienda en el mercado céntrico. Una de las más populares, sugeridas por el embajador de Deneb para la corte de Ara, era Ana Frank.

Tal era el prestigio de Ana Frank, que sus tiendas no estaban hechas de tela. Tenían una verdadera construcción con habitaciones donde clasificaban sus aspirantes a vendidas. Cada una tenía su cotización prendida a la ropa, y su nombre por ningún lado, lo cual decía mucho en tan poco rato.

En el centro del comercio de Ana Frank, había mesas donde podías sentarte a comer con las aprendices si no estabas seguro de comprarlas, solo había que pagar una pequeña suma por hora, que variaba dependiendo de la cotización de la joven.

Un sistema agradable y hasta modernizado para lo que se veía en la capital, donde el clima permitía tener a las jóvenes al aire libre y llevaba a los mercados a dar poca importancia a la comodidad y el lujo, escatimando en los costes, exhibiendo a las jovencitas como se hace con los frutos.

Y sin embargo, lo que escaseaba era el buen producto. Se veía muy poco de lo que es considerado belleza en Ara, pues la mayoría de las jovencitas tenían ojos negros o cafés, con pieles carentes de bronceados y marchitas por el frío. Sus cuerpos eran más robustos y sus curvas casi inexistentes. Al menos había más rubias que en la capital, donde costaban el doble.

Sir Aztor se mantenía firme en su posición junto a la princesa, lejos de la tentación de observar mercancía que no podía costear. En cambio, sir Lencio llevaba al menos media hora en una conversación que parecía extenderse en medio de sonrisas y rubores, con una joven de cabello cobrizo y ojos marrones. Solo su cabello podía ser considerado atractivo, pues sus labios demasiado finos y nariz ganchuda, apenas dejaba algo qué admirar en su rostro.

—Es de esas desafortunadas poco agraciadas a las que no nos queda más opción que instruir para conversar —explicó la vendedora en jefe de Ana Frank, quien por supuesto estaba más concentrada en guiar a la familia real que al resto de la corte, así que notó el interés de la princesa en su custodio.

—¿Cómo funciona eso de «instruir pafa conversar», mi lady? —cuestionó Shaula con interés.

—A cada niña que compramos, se le da una utilidad desde el día en que sus rasgos se hacen lo suficientemente evidentes para decidir qué tan agradable será a la vista. Las que serán indudablemente hermosas —siguió la vendedora señalando el atril donde exhibían a las más costosas—, esas las preparamos para complacer a sus dueños de la manera tradicional. A las que no son tan prodigiosas en su físico pero tampoco desagradables, se les añade algún otro talento: cocina, piano, pintura... Necesitamos variedad, nunca sabes con qué fin puede llegar un hombre a estos mercados.

—¿Y las que sí son desagradables a la vista?

—A esas las instruimos en trabajo pesado, limpieza y... libros. Los eruditos, raros y aquellos que tienen muchas vendidas pero se sienten solos, siempre buscan alguien para conversar. Para eso están ellas.

—Comprendo.

Shaula no pudo evitar sentirse algo triste por esas desafortunadas. Aunque era la voluntad de Ara que nacieran como vendidas, era desalentador que por aspectos físicos fueran todavía más marginadas y menospreciadas entre su nicho.

Sacudió de su cabeza esos pensamientos, pues no era su responsabilidad cuestionar el orden divino, y se aproximó hasta donde sir Lencio conversaba con la aprendiz de vendida.

—Sir... —saludó la princesa poniendo su mano sobre el hombro del caballero—. ¿Puedo unirme?

A Shaula no le preocupaba hablar delante de las vendidas, le habían explicado desde pequeña cuál era el lugar de cada mujer, y entendía que nadie jamás creería en la palabra de una vendida, si es que alguien siquiera las escuchaba.

La pirámide era clara:

Primero la reina, luego la princesa del linaje Scorp, luego las princesas de las distintas regiones de Áragog, luego las esposas nobles; al mismo nivel se puede poner a las vendedoras, aunque muchos discuten este hecho, excepto Shaula. Ella sabía que, mientras esas mujeres tuvieran dinero, no había discusión sobre su lugar. Más abajo en la pirámide, van las esposas casadas con plebeyos que pierden sus títulos, en el fondo las vendidas y luego las preparadoras —a las que se pone por debajo de todo, ya que vienen a ser vendidas fracasadas, aspirantes a las que nadie compró—. Y —lo único por debajo de estas— son las que venden su cuerpo a placer, esas infames sin perdón de Ara a las que algunos conocen como prostitutas.

—¿Le molesta si se nos une? —cuestionó sir Lencio, quien miraba a la joven con ojos devotos y protectores.

—¿A usted le importa? —cuestionó la aprendiz de vendida, sus ojos desorbitados, su boca entreabierta.

—¿Que si me importa, qué?

—Si me molesta. ¿Realmente le importa, o es solo una formalidad?

Sir Lencio sonrió, al borde de una risita. Shaula no lo había visto así de auténtico desde... Jamás.

—En este caso, lamento confesar que se trata de un mero formalismo. Es la princesa de Áragog quien nos interrumpe, mi lady, a ella no puedo decirle que no.

—Oh —la futura vendida se levantó, haciendo una profunda reverencia a su princesa.

Shaula comprendió que, si no fuera por la lealtad hacia ella, a sir Lencio realmente le importaba lo que pudiera o no molestar a esa vendida sin dueño. Desconcertada, la princesa entendió que también le importaba.

—Siéntese, mi lady, realmente no quiero molestarles. Volveré en un momento con mi caballero, solo espere aquí.

Shaula se llevó aparte a su guardia, y solo cuando estuvieron solos le preguntó:

—Sir, si ha de pagar por hablar con alguna de estas jovencitas, ¿por qué no hacerlo por una más agraciada? ¿Qué tanta ha de ser la diferencia de costo?

—Princesa, no me di cuenta de que debía pagar algo hasta que ya estaba hablando con ella, y me descubrí envuelto en la conversación. —El caballero sonrió—. Me preguntó por el broche de la guardia, el de las espadas cruzadas. ¿Sabía que tiene una historia? Ella me la narró.

—Lea un libro, es más barato.

—¿Es esa una orden, princesa?

Shaula escudriñó en los ojos de su custodio, y vio que él obedecería, así como también percibió que no quería hacerlo.

—Si le gusta, ¿por qué no comprarla?

—Dudo que esté tan cómoda al hablar, si siente que he pagado para ello. De todos modos, soy un soldado a su entero servicio, alteza. No he de tener posiciones.

Ella suspiró, pero no continuó con ese tema.

—Sir, quisiera hablarle de lo sucedido en Ceto.

—Lo lamento, alteza, sé que no debí alterarme al punto de tratar de ese modo a la mano del rey, pero... —El hombre hizo gestos de estrangulamiento con sus manos—. Detesto ver cómo se regodea. Es un hombre con poder, comprendo, pero ese poder viene de la familia real, ¿qué sirios le cuesta cumplir con los malditos título correspondientes? ¿Por qué encuentra placer en humillar a una niña? Y no es por ofenderla, princesa, he visto lo capaz que es, pero debe entender que así es como la ven ellos, lo que solo fortalece mi impotente ira.

—Sir...

—Tenía que hacer algo. Lo lamento, no se repetirá. Espero no vea pertinente castigarme por este arrebato.

—¡Sir! ¿Cómo podría castigarle por algo así? Al contrario, quería agradecerle.

El hombre abrió mucho sus ojos, la sorpresa pronto dando paso a una sonrisa en su rostro.

—¿Lo dice en serio, alteza?

—Dijo lo que yo debo callar, pues pese a mi posición de supuesto poder, los hombres de esta corte me imponen vivir con una mordaza al respecto.

Entonces el guardia sonrió de verdad, abiertamente, y gracias a la princesa a la que parecía temerle tanto.

—Le agradezco, sir. En serio me siento en deuda con usted.

—Pero no debe —expresó el guardia—. Si cada persona que le sirve correctamente, que actúa como debe hacerse con respecto a nuestros monarcas, siente de su parte que usted no cree merecerlo, perderá credibilidad. Le acepto su gratitud, por lo que una vez me dijo: somos amigos. Pero, por favor, no repita eso. No muchas veces, no con cualquiera. Y no me debe nada.

Shaula asintió, y descubrió que, en realidad, ella también sonreía.

—Discúlpeme por llamarlo sir Lencio. Fue infantil de mi parte.

Él se encogió de hombros.

—Mi nombre anterior era inmemorable. Sir Lencio me gusta más: tiene una historia digna de repetir.

—Sir... Si he sido tan mala como para que me tema, ¿por qué me ha ayudado?

—Corrijo: ha sido tan buena como para merecer respeto. Recuerde que estoy aquí por su misericordia. Sir Aztor también lo sabe, solo que prefiere ignorarlo, por lo que queda del orgullo que usted destruyó.

Shaula mordió su labio avergonzada, recordando cómo había adquirido al segundo guardia en la ceremonia de cobro de impuestos.

—No sé qué es lo que recuerda —dijo sir Lencio, como leyendo la vergüenza en la expresión de Shaula—, pero él la agredió y usted le perdonó la vida. Eso es lo único que importa, es lo que debe recordar. Usted, y él.

Asintiendo, Shaula decidió que tal vez era momento de cuestionarse si era justa la manera en que se demonizaba a sí misma.

De todos modos, ya fuera por blanda o por maquinadora, prefería a sus custodios contentos que conspirando en su contra.

—Una cosa más, sir. Sé que usted viene de una guardia con muchas reglas y condiciones, pero eso ha cambiado ahora. No es usted un guardia del reino, ni siquiera uno de la Corona, es el guardia de Shaula Scorp, al igual que sir Aztor, y yo he de decidir su reglamento. Por ende, escoja una vendida. Yo la compraré, la cuidaré como mía y le daré alguna actividad en el castillo, y durante esa estancia, usted tendrá plena libertad de cortejarla si así le parece. Tal vez eso solucione lo de sentir forzada la conversación al estar pagando por ella.

—Alteza, eso no es...

—Algo discutible. Escoja, y hágame saber cuando esté seguro de su elección. Y dígale lo mismo a lord Aztor.

Sir Lencio hizo la reverencia más entusiasta que había dedicado a la princesa hasta el momento, luego fue a cumplir sus órdenes.

~•☆♡☆•~

Los Cygnus recibieron a la familia real en su castillo. Rápidamente les dieron sus mejores habitaciones y pusieron sus necesidades al servicio de las mejores vendidas.

Y aunque todas ansiaban con entusiasmo el clásico paseo para conocer las tierras nevadas, las zonas turísticas, la gastronomía e ir a —lo que venía a ser la principal atracción de Deneb— las exhibiciones de patinaje en el lago congelado; todas tuvieron que atenerse al apretado itinerario para los preparativos previos al cumpleaños de la princesita Cygnus.

La que cumplía años era la menor, Gamma Cygnus, quien a pesar de ser prácticamente una bebé, demostraba maravillarse por actos más del estilo masculino.

Por ello habían escogido que las damas de honor participaran de un acto bárbaro donde fuego, arco y flechas serían los protagonistas.

Más que algo impecable, se esperaba poder mantener los heridos al mínimo. Era el motivo por el cual Shaula y sus damas llevaban toda esa tarde practicando tiro al blanco en las lindes del inhóspito bosque de Deneb.

Lady Lyna Cygnus era la esposa del alto lord de Deneb y, junto a él, la protectora del norte; la única mujer presente más alta que Shaula, con dos intimidantes metros sin necesidad de tacones. Su cabello tenía el rubio de la paja seca, su piel la palidez marchita que procedía al frío.

—La pequeña Gamma es un alma salvaje, se los advierto —explicó lady Cygnus mientras las damas de Shaula practicaban—, por lo que la idea es hacer dos filas con las damas de honor, cada fila a un lado de la alfombra, y cada dama lanzando una flecha incendiada al aire para crear el marco de fuego por donde ha de pasar la princesa cumpleañera.

—¿Su otra hija comparte estos indómitos gustos, lady Cygnus?  —cuestionó Shaula.

—Freya es la de siete, pero ella salió más a su padre. Es la tranquilidad y obediencia hecha humana, un cisne como ningún otro. Gamma es la perdición, el suicidio de la maternidad. Revoltosa, chillona y quiere hablar más que los adultos cuando apenas y sabe pronunciar las palabras que emplea.

Shaula se preguntó sobre la hija que faltaba, la princesa prometida que fue secuestrada al nacer. Si estuviera ahí, ¿qué papel jugaría en esa familia en apariencia tan equilibrada?

—¿Quién sirios tuvo la maravillosa idea de ponernos a trabajar con artefactos letales? ¿Dónde quedó eso de llevar flores y obsequiar pañuelos? —se quejó Isamar luego de fallar su décimo quinto intento de acertar al tronco del árbol señalado.

Shaula resopló, su aliento golpeando el cubrebocas que ya no era una tela colgante; dado el frío, el nuevo diseño era más sofisticado, sin transparencia, como parte de una armadura.

Se adelantó a la línea de partida que habían trazado en el suelo para hacer su primer intento luego de perder interés en regodearse en el fracaso de las demás.

Cuadró su arco, y encajó su campo de visión a la posición de este; tomó la flecha y tensó la cuerda hasta que el plumaje del arma rozó su mejilla.

Se quedó allí, esperando a que lady Lyna Cygnus, protectora del norte, corrigiera su postura.

Una mano presionando su espalda, otra acomodando la altura de su hombro, y tenía la aprobación para disparar.

Un tiro limpio que a conciencia desvió del centro del tronco, pues la voz de su madre seguía murmurando en su memoria, pidiéndole mantener en secreto las habilidades que había adquirido en una década de entrenamiento.

Lady Altair era tan descoordinada como su hermana, mientras que Jabbah aprendía mucho más rápido. En tan solo una instrucción y dos correcciones, ya estaba acertando al árbol señalado.

La princesa no tenía ningún interés en elogiar a su prima por logros mediocres, pero entendía que no le favorecía una enemistad con ella, no mientras esta siguiera adulando a la mano y a la preparadora, no mientras desconociera qué era lo que Jabbah había interpretado de la cercanía entre Shaula e Isamar.

Así que se dibujó una sonrisa en los labios que esperaba pudiera reflejarse en sus ojos, y fue hasta donde Jabbah seguía acumulando aciertos con cada vez menos correcciones.

—Parece que me he adelantado al juzgarte como alguien de lento aprendizaje, prima. Entiendo ahora que, simplemente, no había encontrado aquella destreza en la que estarías destina a destacar.

—¿Le parece que lo hago bien? —cuestionó Jabbah con los ojos brillantes de ilusión.

—Mejor que ninguna aquí.

—Pero, alteza, usted lo ha hecho perfecto...

—No del todo, y solo fue un acierto. Tengo la dicha de que lady Cygnus supo acoplar mi posición a la adecuada para no fallar, pero de ahí en más no tengo mucho mérito.

—¿Cree que puedo ser buena?

Shaula sintió el impulso de poner los ojos en blanco. No tenía un motivo para que Jabbah le desagradase, pero si algo aborrecía era tener que repetir adulaciones con el fin de convencer al adulado de habilidades que ya había resaltado suficiente.

Siguió agregando elogios, y un par de correcciones para no ser muy evidente en su hipocresía, y se retiró para seguir observando el plano general de las prácticas... Fue cuando notó a Isamar, que la agredía con su mirada. Shaula intuyó que algo había hecho para ofenderla, pero al no encontrar un motivo lógico, concluyó que su doncella se había decidido a odiarla desde la última discusión.

Pese a ello, no quería dejar el veredicto de su relación a lo que su mente fabricara. Quería mantener la paz con su doncella, lo quería tanto, que quebró su orgullo para acercarse y preguntar si le había hecho daño.

—Merak —llamó cuando esta se alejó lo suficiente de las demás. Isamar era la única de todas que llevaba el cabello sin acomodar, recogido en un moño improvisado que dejaba muchos mechones fuera de este—. ¿Puedo hablarte un momento?

—¿En qué le puedo servir, alteza? ¿Desea un cáliz con agua, o tal vez un cuenco con fruta? ¿O necesita, tal vez, que masajee sus dedos?

Las palabras estaban en orden, el tono sardónico fue lo que irritó la buena voluntad de la princesa.

—¿A ti qué sirios te sucede? Me canso de adivinar, así que, si no es mucho pedir, agradecería que me dijeras cuál es tu problema.

—Usted.

—¿Yo? —repitió ella, riendo con sátira.

—Sí, princesa, usted es mi problema.

—Tu ingratitud no tiene mesura —espetó Shaula.

—Ya me ha insultado suficiente como para que encima agregue que debo agradecer por ello.

Shaula no pudo contenerse y empezó a reír, alentada por el modo en que el ceño de Isamar se fruncía cada vez más en consecuencia.

—En serio crees que no tienes nada qué agradecer...

—Ilumíneme, alteza, narre la lista, que seguro ha hecho ya, sobre lo mucho que le debo.

La princesa entendió la burla escondida en esas palabras. Era una sensación desagradable para ella, y solo conocía una forma de gestionar sus emociones una vez llegaban a ese punto: lastimando al responsable.

—Sin mí, seguirías siendo tan poco memorable como la primera vez que entraste a mis aposentos.

Isamar contuvo una sonrisa, indicio de que, más que sentirse atacada, parecía sentir ternura por el comentario.

Y eso molestó más a Shaula.

—Ordinaria como la tierra y tan insípida como el agua —siguió enumerando la princesa—. De belleza posees poco, de cualidades ninguna. Lo único en que destacas es en la manera en que colmas la paciencia de cualquiera; interrumpiendo cuando no se te pide opinión, insistiendo cuando se te ordena parar, acusando cuando no tienes fundamentos o la instrucción mínima para que tus argumentos sean de interés. Te miro todo el día, y todos los días, y sigo sin encontrar un modo de arreglarte, de no fracasar contigo, de hacer de ti una mujer que un hombre desee poseer.

—Pero me mira.

Shaula frunció el ceño sin comprender lo que Isamar había intentado señalar, a lo que la dama insistió:

—Ha dicho que me mira, alteza; usted, la princesa escorpión, todo el día y todos los días. Algo destacable he de tener, ¿no cree?

Habría al menos mil aleaciones con qué replicar a ese comentario, sin embargo, Shaula no pudo pensar en ninguna. Quedó en blanco, desprovista incluso del calor inicial de la discusión.

Solo estaba ahí, petrificada mientras su deseo era asimilar que había perdido ese debate.

La doncella hizo una profunda y muy adecuada reverencia, luego añadió:

—Me retiro, alteza, pero sabe dónde encontrarme si requiere algo de mí.

El resto de la jornada, Isamar la pasó más cerca de Jabbah que nunca. Pedía consejos de puntería, consultaba sus posturas con ella y reía de sus chistes que poco tenían de gracia.

Shaula no comprendía por qué Isamar no quería su amistad. Todos en aquel lugar la adulaban, aprovechándose de cualquier excusa para interactuar con ella. Todos, salvo la pescadora con la cabeza en los libros y lengua con predilección a palabras malsonantes. Esa indómita doncella, privilegiada al tener tan accesible a la princesa, era la única que la despreciaba con libertad.

—Alteza —dijo lady Cygnus a la princesa—, debo arreglar otros detalles para la celebración. Puedo llevarme a sus damas al castillo para que descansen y puedan dar un paseo, sin embargo, hay una de ellas que...

Lady Cygnus se giró hacia Isamar, que seguía fallando como si la práctica se tratara de desperdiciar flechas.

—A la menor de las Merak no parece que se le dé muy bien esto, y quisiera evitar un accidente mortal en medio de la ceremonia. Usted decida si la dejamos fuera del acto, o si las dejo para que practiquen un poco más. Les dejaría a mis guardias para regresar al castillo, además de sus custodios personales, claro está, como garantía de su seguridad.

—Me parece bien, lady Cygnus. Haré lo posible para que lady Merak esté a la altura del evento esta misma noche, de lo contrario le haré saber que no ha cumplido mis expectativas, para que pueda sacarla del acto.

—Perfecto, entonces. Estoy al alcance de sus mensajeros para cualquier detalle que surja, princesa.

Shaula dejó a lady Cygnus marcharse y pasó el resto de las siguientes horas mirando a Isamar Merak errar un tiro tras otro.

Shaula jamás había visto la nieve. De hecho, le habían señalado que en esa temporada no vería caer mucha, aunque el suelo estuviese tapizado de blanco. Pero la tarde se hacía oscura y la ventisca helada; las bajas temperaturas que arrancaban vaho a cada respiración, y el aire arrastraba consigo restos del cristal del cielo.

Los guardias pronto encendieron sus antorchas para contrarrestar el frío, acercándose a la princesa para aclimatar su entorno. Y aunque Shaula recordaba todas sus instrucciones intentando no temblar, su cuerpo no estaba hecho para aquel mundo helado. Por sus venas corría el calor de Baham, su piel hecha para resistir el temperamento del sol, no la lenta inclemencia del hielo.

Por suerte, sus hombres iban preparados. Buscaron en el carruaje los abrigos más aptos para aquellas horas, y con ellos cubrieron a la princesa y su doncella.

Solo era un rato desagradable, se repitió, pasaría cuando Isamar al fin cumpliera con su tarea. No le estaba yendo tan mal en las últimas, al menos empezaba a acertar al árbol.

Hasta que la doncella se quitó los guantes, tirándolos al suelo como en una rabieta, y llevó ambas manos a su boca.

Shaula no estaba de humor para tolerar tal procrastinación.

—¿Qué es lo que haces? —inquirió Shaula llegando a la altura de Isamar.

—Tengo mis manos entumecidas —se quejó la doncella—, seguiré cuando mi aliento infunda el calor suficiente para volver a sentirlas.

Shaula alzó sus cejas hasta que casi alcanzaron el adorno en su frente, la tomó desprevenida la actitud tan arbitraria de quien era su subordinada.

—Vas a continuar no cuando tú quieras hacerle. Lo harás ya, porque eso se te ordena.

Isamar no se veía desafiante, solo exhausta. Su rostro había perdido todo rastro de color, acumulando la mayor parte en un rubor intenso en sus mejillas. Inspiraba agitada, y exhalaba solo nubes de vapor helado.

Pero solo sus palabras fueron suficientes para incendiar a Shaula.

—Lo haré si me lo ordena —dijo—, pero entonces le sugiero ponerse cómoda, porque pasaremos aquí un gran tramo de esta noche.

—Esto es importante. Las señales que damos lo son. No podemos ofender a la familia protectora del norte con tu incompetencia.

—Princesa, si el tiro con arco fuera un arte que nos enseñaran periódicamente, esto tendría justificación, pero dadas las circunstancias... No somos capaces. No me pida aprender en una noche una habilidad que me es tan ajena.

Shaula le quitó el arco, dando un golpe de su hombro para empujar a un lado a Isamar. Como hizo la primera vez, adoptó la postura correcta, posicionó la flecha en su lugar, apuntó y disparó. Pero no se conformó con una. Fue tomando una flecha tras otra, disparándolas consecutivas contra el tronco. Al finalizar, había marcado en la corteza los puntos de la constelación de la que provenía la estrella Merak.

Luego se volvió hacia su doncella.

—Repite ahora que no somos capaces.

—Eso no demuestra más que su perfección, la cual ya todos conocíamos.

—Implica que tu inutilidad no es excusable con tu género.

Dicho eso, caminó hacia Isamar solo para estampar el arco contra su torso; una forma algo agresiva de devolvérselo, pero igualmente efectiva.

—¿Le ha dicho alguien a la cara lo insufrible de su vanidad? —preguntó Isamar, aunque sonreía.

¿Por qué sonreía?

—No puede importarme menos lo que se diga de mí.

—Eso es más que evidente.

—Cierra la boca, Merak, y sigue con lo que nos tiene aquí.

Isamar resopló de hastío.

—Ya le dije que no voy a...

—Me cansé de tu maldita lengua.

Shaula volvió a arrancarle el arco de las manos a Isamar, pero esa vez le tenía otro uso en mente. Se ubicó detrás de ella y corrigió la postura que tenía.

No fue amable, no fue sutil. Tomó la cara de Isamar y hundió los dedos en su mejilla para hacer que volteara a mirarla.

—Esto tiene que salir perfecto, Merak, pues tú eres mi maldita responsabilidad.

—Sus dedos, me lastima...

Pero Shaula solo los hundió más, afianzando el desprecio de su mirada.

—Si tengo que cumplir con todas mis amenazas y maltratarte por el bien de mi reputación, lo haré sin miramientos. Llevas mucho tiempo confundiendo el que no despilfarre mi veneno contigo, asumiendo que eres inmune a el.

—La confundida es otra si concluye que me creo inmune a cualquier parte de usted.

Shaula la soltó bruscamente, y le entregó nuevamente el arco.

—Vamos de nuevo.

~~~

Nota:

Ay, por Ara... LA TENSIÓN. ¿A ustedes qué les parecen las cosas entre Isa y Shaula? ¿Y el capítulo? ¿Les gustó? ♡

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