3: Ajedrez en luto
Un par de noches después, incómodas como ningunas, se decidió que acamparían en una posada que les quedaba de camino. Allí, a Shaula le habían dado una habitación aparte, mientras que a sus damas las pusieron a compartir una entre las tres.
Alguien tocó a la puerta de la princesa, era el llamado específico de sir Aztor —uno de sus dos guardias personales— así que inmediatamente después abrió la puerta.
—Su padre, alteza.
Shaula asintió.
El rey solo se anunciaba para asegurarse de que estuviera vestida, no porque se le pudiera negar la entrada.
La habitación apenas tenía un candelabro encendido más una mesita de noche junto a la cama. El rey, con su corona de escorpiones y mirada ambarina, dejó un tablero hecho de ébano sobre esa mesa, y extendió a su hija el saco donde, supuso, estaban las piezas.
—Es tarde, padre.
—El tiempo sirve al monarca, Shaula Scorp, no al contrario.
La habitación se impregnó de un silencio solemne mientras el padre ordenaba las piezas y su hija, con ojos fatigados, observaba con una mezcla de curiosidad y aprensión.
El rey movió la pieza del dragón, haciéndolo volar por sobre los soldados rasos dos espacios hacia adelante.
La princesa respondió abriéndole paso a su reina.
El juego comenzó, como antes había sucedido en una situación distinta, cuando padre e hija se ubicaban en lados opuestos del ataúd de la reina.
Muchas cosas habían pasado desde entonces. Y la peor de todas, hacía solo semanas. Cuando lo acusó de asesino. Cuando vio morir a su vendida a merced del cosmo de su padre, por su culpa. Cuando el rey le avisó que su doncella iba a casarse con el hombre que ella misma dejó entrar a su vida.
—Lo que le sucedió a sir Volant fue una tragedia.
—No estoy de acuerdo —dijo Shaula sin darle importancia—. Sigue vivo, así que no hay nada qué lamentar.
—Esa parece precisamente la tragedia, ¿no?
Shaula evadió la mirada de su padre, pues decía más que sus peligrosas palabras.
—Sir Volant ya no es, ni será, mi problema. Gracias a Ara.
—No, ahora lo es de alguien que puede defenderse mucho menos que tú.
Eso había dolido.
Últimamente todo dolía para Shaula.
—Pero no es eso lo que me importa, Shaula, no a mí. Yo quiero saber... ¿Tuviste algo que ver?
Shaula frunció el ceño.
—Fueron las serpientes, padre.
—Pero tú estabas ahí.
—Como el viento y las hojas, y a ellos no se les está acusando de nada, porque no tienen control sobre la voluntad de los reptiles. Tampoco yo.
—¿Estás segura? Tenías muchas serpientes en Baham, conoces cómo se comportan...
—Padre, el único responsable aquí es sir Volant. Por molestarlas.
Con eso acabó la discusión y miró el juego. El tablero y sus piezas parecía un reflejo de su dinastía, de los hilos invisibles que los unían y los separaban.
—¿Por qué la reina? —inquirió Lesath, su voz ronca de cansancio mientras respondía en el tablero.
—Ella es libre —contestó Shaula sacando a su reina a la jugada.
—Qué bien que lo veas así. Tal vez notes que, incluso fuera del ajedrez, los reyes se suelen estar atrapados en sus movimientos predefinidos.
—Pero siguen llevando la corona.
Lesath frunció el entrecejo mientras se hija hacía algo insólito: movía su peón en dirección a su propia reina, atrapándola entre este y un par más a su alrededor.
—¿Qué se supone que haces, Shaula Scorp?
—Lo evidente, lo inevitable. ¿Qué pasará, padre, cuando los peones se revelen?
—Si se revelan —corrigió Lesath.
—¿Qué pasaría? —insistió su hija, a lo que su padre suspiró e imitó el ataque del peón en su propio tablero.
Entonces tomó su rey, y no solo lo sacó del atasco sin respetar las reglas del juego, sino que lo pasó por toda la hilera de peones, derrumbando a cada uno a su paso.
—Eso sucedería. Todo poder depende de un factor externo en mayor o menor medida. Un poder como el de los Sagitar, que se cimenta en el dinero, es terrible, intimidante y da la ilusión de ser perpetuo. Pero no lo es, Shaula. Cuando ese dinero valga tanto como el barro, cuando la sangre sea la única moneda vigente, ellos estarán destinados a caer. Solo falta que uno desprecie su influencia, y la consecuente reacción en cadena derrumbará su imperio.
Lesath hizo una pausa para recoger una a una las piezas en el tablero y volver a colocarlas, con paciencia y precisión, en su lugar.
—Pero no crees que eso nos suceda por...
—Porque somos escorpiones. ¿Cómo crees que ha prevalecido esta dinastía, Shaula? Muchos se han levantado antes, algunas estuvieron muy cerca de acabar con la Corona, pero siempre que un Scorp esté en el trono... Siempre abogo por la paz, Shaula, porque sé que la guerra la ganaría, pero no me gustaría reinar en esos resultados.
Shaula se quedó pensando un momento, dando vueltas a esas palabras y a todo lo que insinuaban.
La historia no había registrado esos intentos de levantamiento, ni se menciona que la monarquía haya intentado ser derrocada antes. Pero, según su padre, así había sido. Si se tomaba literal sus palabras —que siempre era lo sensato con el rey— los peores antagonistas de la Corona habían sido mujeres.
Pero siempre había un Scorp, bendito por las estrellas, que sofocaba esos intentos incendiarios.
La conclusión era simple.
Asintió para si misma, pero habló para los dos:
—Solo un Scorp puede acabar con los Scorps.
Lesath la miró a los ojos, y por primera vez no había cansancio en ellos. Había una advertencia que rozaba los lindes de una amenaza.
Entonces otra vez llamaron a la puerta y sir Aztor entró.
—Lady Merak quiere verla, alteza.
Shaula se sobresaltó y abrió mucho los ojos, evitando con todas sus fuerzas mirar a su padre.
Quiso indicarle a sir Aztor que debía decir que estaba ocupada, pero el rey se adelantó.
—Dile que pase.
Sir Aztor hizo una reverencia y obedeció.
Shaula contuvo la respiración cada momento entre el instante en que el guardia salía e Isamar entraba.
Y vaya poema que podría haber compuesto solo para describir su reacción al ver a Lesath junto a la princesa.
—Majestad —saludó Isamar, incapaz de disimular el nerviosismo en su voz—. Alteza.
—Puedes decir lo que has venido a decir, lady Merak, que no te intimide la presencia de un rey. Yo solo soy un vejestorio que quiere pasar tiempo con su hija.
Shaula quería gritarle a su padre. Estaba torturando a Isamar con su amabilidad, y la castigaba a ella misma de mil maneras al tener que presenciarlo.
—Yo... Majestad, vine a recordarle a la princesa que... —Carraspeó mientras retorcía sus manos visiblemente nerviosa—. Vine a decirle que ha dejado girasoles y margaritas por toda mi alcoba, y que no tengo ni idea de qué hacer con ellos. No quiero hacer nada que la altere, majestad.
—Pues, puedo entender que le temas a las reacciones de mi hija, pero no que andes despierta tan tarde en la noche. Y menos merodeando por ahí en una localidad que nos es desconocida.
—Yo... entiendo, majestad. Me disculpo. No se repetirá.
—¿Sabe tu marido que has venido a ver a la princesa?
—¿Perdone? Yo... Este es mi trabajo, majestad.
—Ya no. Has cumplido tu cometido al ganarte tu compromiso, y uno muy impresionante. Te libero de mi hija, lady Isamar Merak. Te has ganado la paz de alejarte de ella. Ahora... bota todas esas flores, girasoles y margaritas incluidos. Parece que ya no harán falta.
Cuando Isamar salió del cuarto, Shaula no pudo evitar sentir un dolor profundo por la herida abierta, tan transparente a través de su mirada.
Si le faltaba una razón para detestar más a su padre, ahí la tenía.
Shaula volteó el tablero de un manotazo. Al escuchar el traqueteo de las piezas, el rey volteó por completo anonadado.
—¿Qué has hecho?
—Yo también soy una Scorp. Como usted, majestad, puedo cambiar las reglas del juego.
—Con berrinches no ganarás nada.
—No quiero ganar, majestad. De hecho, no quiero jugar más. Le agradecería que se retire.
Lesath asintió y se levantó.
—Te dejaré pasar tu luto en paz.
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Nota:
Último capítulo del maratón de hoy. Los leo en los comentarios ♡
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