29: Ashuin'Nagas

Encerrada en el cubículo del baño, con una mano en el velo húmedo de su boca, sus sollozos se sentían con la potencia de una tormenta.

Sus espasmos eran incontrolables, así que comenzó a golpear la espalda de la pared. Un vez, con fuerza, y luego otra más, todavía peor, como si pretendera atravesar la piedra.

Cada nuevo choque de su espalda era todavía más intenso. En tanto su cuerpo entró en calor, de sus poros comenzó a caer una especie de escarcha brillante en lugar de sudor. Cuando el ciclo de golpes se repetía, la escarcha caía al suelo creando una alfombra de chispas de un naranja encendido.

Porque no era escarcha. Eran cenizas del poder que Shaula tenía por dentro; estaba desperdiciando las brasas que todavía quedaban activas.

Pero no podía parar, no podía simplemente aniquilar la impotencia, como habría preferido.

«Debes parar», ordenó la voz dentro de ella que parecía hablar a través del dolor de sus huesos.

—No puedo... —gimoteó, su voz quebrándose a mitad de llanto—. Él fue tan lejos como para describirlo... No he conocido una maldad como esa, y ahora no puedo vivir sin imaginar las cosas que le ha hecho a Isamar...

«Detente o te estrangularé desde dentro».

—Quiero matarlo...

«¿Qué te lo impide?», no era una pregunta capciosa, el poder dentro de ella realmente se cuestionaba las razones para no accionar.

—En este mundo hay una consecuencia para todo, incluso para aquello que es aparentemente sencillo. Si el estoicismo no impera en cada una de mis acciones, puedo descubrir demasiado tarde cuál era el precio a pagar.

«No es para tanto, es solo una persona más entre las muchas que sufren».

—Para ti lo es, para mí, ella es mi persona.

«Si no la haces sufrir tú, ya estás haciendo todo lo que puedes».

—Eso es falso... —dijo en un hilo de voz—. Soy una princesa, la única en la familia real. Puedo hacer más, siempre puedo. Pero, ¿qué? Las acciones políticas toman demasiado tiempo, requieren de muchos intermediarios, de demasiadas consideraciones. ¡Ella está sufriendo! Se muere, su alma al menos, y yo estoy aquí bailando tranquila en mi castillo.

«Cómo detesto tus emociones... No tienes razón, ni disposición para oír una voz superior a la tuya. Estar atrapada dentro de ti es el peor error que he cometido».

Shaula, que no sentía ningún apego emocional a la voz quejumbrosa, en lugar de sentirse herida experimentó una parálisis que secó su llanto como si hubiera sido cortado por una navaja invisible.

—Puedes irte... —murmuró Shaula. No hablaba con su poder, esas primeras dos palabras fueron para sí misma—. Puedes irte. ¿Cómo puedo hacer para que te vayas con ella? Yo no puedo protegerla, pero tú sí. Si estás dentro de Isa, Volant ya no será una amenaza...

«¿Le darías el equivalente a tu alma, lo único que te hace poderosa y sobrenatural, a una mujer de carne simple y huesos perecederos?»

—Le daría mi alma, y no su equivalente, si eso me garantiza que nadie volverá a tocarla —contestó solemnemente.

«Eres peor de lo que me advirtieron y me temía», contestó el poder, su voz como una llama que empezaba a menguar, vencida por el asombro y el horror. «No puedes entregarme».

—¿No puedo o no debo? —indagó—. ¿Es realmente imposible o simplemente no me lo permitirás?

«Es muy imposible, incluso si mi voluntad estuviera de tu parte. Solo puedes transferir tu cosmo entre tu sangre vinculada».

—¿Qué significa eso?

«Que solo alguien con la suficiente de tu sangre, o que haya pasado por un proceso espiritual que vincule sus sangres, puede tener acceso al poder dentro de ti», explicó con fastidio el cosmo.

—¿Qué tipo de proceso? ¿Cómo puedo lograr ese vínculo?

El poder parecía gruñir con fastidio dentro de ella.

«¿En serio te lo cuestionas? ¿Tomas en serio tu propia impulsividad? Hablas de estoicismo, pero tu solución es regalarme a una cualquiera».

—Es una decisión espiritual, no política. No le tengo miedo a vivir sin ti, lo he hecho todo este tiempo.

«¿Y cómo te ha ido?»

—Bien —dijo Shaula con la seguridad de un regente—. He sufrido calamidades, pero he sobrevivido a cada una de ellas como si estuviera hecha de acero. Ni siquiera tú, con toda tu omnipotencia, me puede hacer menospreciar eso.

El cosmo se mantuvo en silencio, fingiendo que ni siquiera la había oído.

Por primera vez Shaula fue consciencia de las pequeñas brasas en el piso, ya opacas como cenizas. Se preguntó qué pensaría la persona que usara el baño después de ella.

Además, ¿la estarían buscando? Su baile seguía en curso, y había pasado la hora de la danza grupal para la que había ensayado con las madrinas.

Si debía ser honesta, le habría ilusionado participar, pero no entonces. Ya no tenía ni mente ni corazón para invertir en un acto tan vano.

—Ahora responde, por favor —insistió a su cosmo—. ¿Cómo puedo lograr ese vínculo?

«No cambiará nada. La única manera a tu alcance es que te cases con la persona a la que quieres entregar tu cosmo. Los matrimonios legítimos unen las almas, crea un lazo de consanguinidad. En tu caso, ni siquiera eso es posible porque tu amada ya está casada».

Una oleada de dolor las abrumó a ambas, fue tanto, que los sentidos de la princesa se perdieron durante un segundo y el cosmo dentro de ella tuvo que apagar su consciencia, incapaz de tolerar lo que había provocado.

La primera experiencia del cosmo con el amor humano estaba siendo terrible, en especial porque aquel que sentía la princesa era abismal, desmesurado y tan imposible que no podía estar exento al dolor.

«Cierra los ojos», le dijo a Shaula.

—¿Para qué?

«Solo cierra tus ojos. Apaga tu humanidad, pues me manifestaré en el lugar donde solo puede entrar tu mente».

Shaula cerró los ojos, y a partir de ahí empezó un proceso similar a quedarse dormida.

Al atravesar el umbral entre la consciencia humana y los pasillos que había más allá, Shaula se descubrió temblando de frío en un oscuro lugar sin nada más que ecos de su propia voz que la guiaban en la dirección necesaria.

Aquí...

Ahí estaba. Una figura hecha de calor que no podía verse directamente sin entrecerrar los ojos, incluso estando en los dominios de la mente de Shaula.

Era como la flama de una gran vela, con una forma que se entendía como femenina sin estar definida. Era fuego, que se retorcía creando una curva para la cintura, y ampliándose en las caderas, cayendo como lava en el resto, como una falda. Luego en el rostro no había nada de definición, solo una bola de calor de la que escondían crestas de fuego, como si su cabello fluyera hacia arriba.

—¿Tú eres la cosa que tengo por dentro? —preguntó Shaula a la figura de fuego—. ¿Mi cosmo?

Detesto que te refieres a mí de tal modo —expresó la figura de fuego. Su voz era parecida al crepitar de una llama, y con cada palabra podrucía pequeños estallidos en la falda de su vestido—. Que digas que soy tu cosmo solo hace que se deteriore mi autoestima, haciendo que me arrepienta todavía más de mi decisión.

—¿La decisión de unirte a mí?

La decisión de habitarte, creyendo que serías digna.

—Es un error cometido desde mi nacimiento, según entiendo —señaló Shaula sin poder evitar cierto resquemor al ser tan menospreciada—. Debiste haberlo superado hace unos veinte años. Si todavía no puedes, si no se te ocurre cómo hacer de este vínculo algo útil, entonces no eres tan superior a mí como crees.

—¿Es algo que dices con intención de consolarte o se trata de una convicción real?

—Yo soy estúpida en comparación, como frecuentemente recalcas, pero al menos tengo la capacidad para adaptarme a las adversidades.

Intento adaptarme.

—Intenta hacerlo quejándote menos y explícame en qué te puedo ayudar.

—¿Podrías sentir menos cosas?

—¿Por qué es mi sentir un problema para ti? De hecho, ¿qué haces aquí? ¿Qué es lo que quieres de mí que mis sentimientos te resultan tan terribles obstáculos?

—Tú tienes una definición de cosmo que no me representa, aunque en una gran medida técnica lo soy. Un cosmo es, al final de cuentas, el poder de una estrella que elige un humano al que habitar, transformándose en suyo.

»Yo no pretendía esto, ni mis hermanos tampoco. Queríamos algo como lo que hizo Ara en el pasado, que tomó un cuerpo, sofocó su alma, y lo usó para experimentar la vida humana. Yo en algún punto pensé que, con el cuerpo correcto, podría hacer algo parecido, aunque no por el mero placer de conocer la mortalidad.

—¿Intentaste sofocarme?

Intentamos matarte —corrigió el poder—, el día de tu nacimiento.

—Eso es más conciliador, sin duda.

Lo es. Pero sobreviviste a los tres. Así que fuiste la elegida para ser considerada.

»Verás, Shaula, ustedes tienen un nivel de matemáticas muy básico, sus estadísticas dan mucha vergüenza, así que no sabría cómo poner en palabras lo que somos sin que te explote algún vaso cerebral. Nuestra mente es, digamos, superior. Calculamos las probabilidades con facilidad, y debatimos nuestros cálculos con estrellas de coeficiente similar. En nuestro caso, solo hablamos entre los tres. Hemos estado estudiando la vida por años, hasta que llegamos a una conclusión basándonos en todos los hechos pasados, presentes y posibles futuros: la destrucción es inminente. El orden de nuestro reino no durará, y una gran guerra nos hará destruirnos unos a otros hasta que las explosiones de nuestras muertes en cadena desaten la mayor calamidad.

—¿Qué dices...? ¿Cómo...? —Para Shaula, no era mentalmente digerible pensar en estrellas muriendo y una posible extinción—. ¿Es una especie de profecía o solo una hipótesis que escribieron por aburrimiento?

Sabemos, por nuestros cálculos, que no podemos ser las únicas estrellas que hayan llegado a esta conclusión del destino —siguió la flama haciendo caso omiso a las preguntas de Shaula—. Así que estimamos, con todas las profundidades a favor, que las grandes constelaciones estarían buscando aliarse, intentando llevar su poder al máximo para enfrentar lo que ha de venir.

»Calculando nuevas probabilidades en base a eso, y comparando nuestros resultados, decidimos no quedarnos atrás. Mis hermanos y yo concluimos que debemos unirnos a la humanidad, cada uno de nosotros escogiendo un humano para que porte nuestro poder y luche de nuestro lado, enfrentando a los cosmos de nuestros adversarios en la inevitable guerra.

—Pero, ¿a qué te refieres con guerra? ¿Hablas de un hecho? ¿Están seguros de que habrá una guerra? ¿Cuándo?

Podría ser en cien o en mil años, para nosotros da lo mismo. Debemos estar preparados. Por ello decidimos reclutar luego de tantos milenios que nos mantuvimos al margen siendo los soles que mantienen en orden nuestras tierras. Ya no nos conviene la inactividad.

—Si decidieron reclutar, ¿por qué intentaron matarme?

—Porque, según nuestros análisis de esta era; según tu pasado, tu familia, tu contexto histórico, las intenciones de todas las personas vivas al momento de tu nacimiento, y cómo influiría cada una de ellas en ti, tú eras la mujer idónea. Así que decidimos intentarlo. Si sobrevivías a nuestra presencia, al tacto de cada uno de nosotros en tu piel, al eco de nuestras voces en tu mente, si nada de eso te mataba, cualquiera de nosotros podría nombrarte.

—Pero no lo hicieron —repuso confundida—. Me nombró Shaula, la estrella de Scorpius.

Porque sobreviviste, pero tu alma no cedió: no podía ser sofocada. Aunque demostrabas fuerza, aunque nos sorprendiste a los tres, ninguno de nosotros quería arriesgarse a ser lo que yo soy ahora: una consciencia apenas consciente, un esclavo de la voluntad de nuestro portador.

»Así que, aunque sobreviviste, decidimos que consideraríamos ser tu cosmo conforme crecieras y demostraras de qué estás hecha. Si demostrabas que valía la pena, cualquiera de nosotros te podía reclamar. Pudimos haber considerado otros mortales, y de hecho lo discutimos, pero era improbable que volviera a nacer en un futuro cercano otra como tú.

Shaula no podía sonreír, ella en ese momento solo era la representación de su consciencia, pero igual le embargó la sensación de que podría hacerlo.

—¿Y cuándo decidieron que era digna?

Jamás. En Baham creímos ver una versión de ti conveniente. Una monarca en toda regla, un ser humano por el que valía la pena arriesgarse a una alianza. Pero luego de tu comportamiento al final de tu juicio, cuando todas esas emociones se manifestaron, renunciamos a ti. Eras demasiado... humana.

—No encontrarán un humano sin sentimientos, no uno que valga la pena habitar. De ser así tendrían que aliarse al tipo de persona que es Volant Aldebarán. Tú escuchaste de lo que es capaz. ¿Es ese el tipo de ser al que quieres habitar?

No discutas conmigo como si tuvieras idea de lo que hablas. Eras ínfima, tus palabras deberían ser mínimo de reverencia.

—Soy ínfima, pero decidiste entregarte a mí. En algún punto, todo lo ínfima que soy te habrá resultado suficiente.

Jamás. Yo no decidí nada. Fuiste tú, que de alguna forma notaste que estábamos ahí, cerca, observando, y cuando estuviste a punto de atravesar la operación en tu cautiverio rompiste la barrera del limbo entre nuestros reinos. Y ahí nos reclamaste, por un instante al menos.

—¿Fui yo...?

Lo que parecía la cabeza de aquella figura de fuego, fluctuó en un movimiento de arriba a abajo que hizo estallar las puntas de su cabello como si las estuvieran rociando con alcohol. Shaula lo interpretó como un asentamiento.

Fuiste tú, y nos resultó tan insultante que intentamos asesinarte por ello.

—Por eso... por eso sentía que me inconeraban por dentro.

Sí. Pero eres terca, y seguías hablándonos como si tuvieras el derecho. Y supongo que en algún punto tu teatro me produjo tal lástima que, desafiando las órdenes de mis hermanos mayores, decidí unirme a ti, solo para salvarte de ellos.

—Mientes.

Estoy diciendo la verdad.

—En algunas partes, pero no en todas. Tú creíste en mí, no te di lástima. Yo lo sentí. Si desafiaste a tus hermanos fue porque realmente creías, en contra de lo que ellos decían, que valía la pena correr el riesgo conmigo.

La figura de poder caluroso siguió ondeando como una bandera de fuego y, por primera vez, en completo silencio.

—Gracias —le dijo Shaula—. Gracias porque, aunque ahora te arrepientas, fuiste la primera entidad, viva o inmortal, que ha creído en mí.

No agradezcas, porque ahora estamos aquí: yo atrapada, limitada, sin el favor de mis hermanos y sin tener idea de qué hacer contigo.

—Enséñame.

Como escuchas tanto...

—Te escucharé, siempre que no sea para decir que soy inútil e inferior.

Eres poco útil e indiscutiblemente inferior.

—Pero estamos aliadas ahora, y yo puedo convertirme en la serpiente que esperas que sea. Solo intenta comunicarte, por favor.

Mi consciencia es limitada, y mi confianza en ti es todavía menor. Siempre puedo esperar a que mueras y regresar a mi lugar en el otro reino, lo que, según mis estadísticas, es la opción más viable.

—No seas cobarde. Dime, ¿cómo te llamas?

—¿Yo?

—¿No que yo soy la estúpida? Sí, dime tu nombre.

¿Por qué querrías saber mi nombre?

—Porque detestas que me refiera a ti como mi cosmo.

Una extraña vibración manó del fuego a la consciencia de Shaula. Aunque desconocida, era claramente despectiva, teniendo un efecto similar a lo que produce ver a otro poner los ojos en blanco.

Encima eres considerada.

—¿Y tú nombre es...?

Ashuin'Nagas.

—¿Eres... cuál de ellos? —preguntó Shaula, refiriéndose a los tres soles que solo estaban juntos en Baham el día de su cumpleaños.

La figura se relajó visiblemente, como si suspirara y su cuerpo decayera, dejando de flotar para ser una llama que fluye del suelo oscuro.

La menor.

Shaula aguardó, porque tenía la sensación de que el cosmo estaba dispuesto a decir mucho más.

Soy quien te vio crecer. El sol que conociste todos los días en Baham, hasta que te fuiste a Ara.

«Por eso me escogió», pensó Shaula. «Los demás no tuvieron la oportunidad de verme de igual manera. No me conocen, sin importar cuántas apuestas hagan sobre mí».

Aunque no pretendas transmitirme lo que piensas, yo igual lo escucho.

—Lo siento. No... me acostumbro.

Porque eres de intelecto inferior, no esperaba otra cosa.

Shaula sintió la necesidad de un cuerpo solo para que su mirada expresara su opinión al respecto de esas palabras.

Somos tres hermanos —siguió el cosmo—. Yo la menor entre ellos, la encargada de la vida y evolución de Baham. Mis hermanos tienen otros dominios, y solo se unen en mi tierra el día de tu nacimiento.

»Padam Nath'Agni es el mayor. Según entiendo, ustedes los mortales, pieles sensibles, carne perecedera y mente limitada, traducirían ese nombre como "dios del sol, dios del fuego".

»Su melliza, nacida solo unos minutos después, es Savitar'Suria. "El dios sol, dios del sol".

—¿No significan lo mismo?

No. ¿Eres tan limitada como para no entender la diferencia entre «dios del sol» y «el dios sol»?

—Me queda claro, continúa.

Eso es todo.

—¿Y tú?

Ya te dije mi nombre.

—Sí, pero no su significado. ¿Cuál es?

Ashuin'Nagas sería «estrella enana amarilla, diosa de las serpientes divinas».

—Encantada de conocerte formalmente, Ashuin.

Ashuin'Nagas —corrigió el cosmo de mala gana.

Nota: este es un capítulo imprescindible para el resto de los libros de este universo. Espero que les haya resultado interesante. Yo estaba temblando de la emoción por al fin llegar a esto.

Por cierto: los nombres Bahamita y los de los soles están más inspirados en la astrología védica/hindú, por eso los notan tan diferentes de los del resto del reino.

¿Qué les parece el cosmo de Shaula y todo lo que dijo?

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