25: Canción secreta de amor
Columnas de madera y cortinas rojas enmarcaban la noche del reino de las constelaciones; una noche por siglos prohibida a fuerza de engaños para las mujeres.
Más allá de las vidrieras del ventanal, eran visibles las enormes estrellas envueltas en una vorágine de polvo violeta y escarcha de plata. Un cielo privilegiado donde, esa noche, resaltaba cada punto de la serpiente alada de Baham.
Isamar estaba sentada, sus pies colgando del alfeizar hacia afuera. El frío asesino la rozaba, pero no lograba arroparla en su adormecimiento. Y aunque no fuese así, Isa siempre tenía la opción de recurrir a los cristales.
Pero debía mantener las apariencias. Nadie podía saber que, para una débil e inferior mujer, era posible alcanzar las estrellas de Ara.
La taza de té, entonces vacía, yacía junto a ella embadurnada de su labial.
Ya no deseaba ni una gota más. No porque no se sintiera humanamente capaz de tolerarla, sino porque no sentía merecer esa vía de escape. Se deseaba a sí misma la cruel lucidez, para no olvidar jamás lo que había hecho a su princesa.
Se merecía recordar hasta el último día de su vida las palabras que apuñalaron toda su negación:
«—¿Te refieres a luego de ser enjuiciada, condenada, internada, envenenada y operada por un amor que sentí yo sola? Pues, he estado de mil maravillas, Merak. Le agradezco su interés»
Nadie tenía intención alguna de dormir. Solo una vez en la vida se tiene el privilegio de asistir a una pijamada con la princesa de Áragog. ¿Quién podría tener sueño en esa situación?
Sin embargo, mientras las demás consideraban qué juego vendría a continuación, Shaula alcanzó a Isamar, y esta solo se enteró de la interrupción al ver cómo la princesa lanzaba al vacío la taza de té de un manotazo.
—Has bebido demasiado —dictaminó el escorpión como explicación más que suficiente.
Isamar se volvió como un resorte hacia ella.
Era tan abrumadoramente hermosa... Quería decírselo, pero entendía, incluso en su enajenación, que esa era una idea terrible que solo dejaría más daño.
—¿Y a usted qué le importa?
—Me importa —espetó Shaula y su lenguaje corporal parecía desvelar que incluso consideraba lanzar a su ex doncella por el ventanal—. Me importa muchísimo, por el amor a la puta de Ara. ¿Cómo no es eso claro para ti?
Isamar la miró muy preocupada, y se sentó derecha como si hubiera sido descubierta con un arma homicida y tratara de disimularlo.
—Es... solo té, su alteza.
—No es solo un maldi... —Shaula respiró hondo, y luego exhaló con un mayor control, pero no por ello habiendo perdido ese temblor tortuoso—. Es solo té, sí. Ven, te ayudo.
Ayudó a Isamar a levantarse del alfeizar. Temía que, si no lo hacía, tal vez la dama estuviera tan mareada por lo ya bebido que acabaría tropezando y uniéndose a la difunta taza de té.
En tanto Shaula hizo fuerza para tirar de lady Merak, esta tropezó, chocando contra su cuerpo y deteniéndose un instante antes de siquiera pensar en enderezarse.
Sus miradas conectaron, y ambas olvidaron todo el proceso de respirar.
—Hueles a mi Shaula.
La expresión de la aludida mutó de la amabilidad al hedor de los sentimientos marchitos.
—No existe una Shaula que sea tuya.
—En ese caso... —Isamar lentamente fue enderezándose, dando su espacio personal a la princesa—. Hueles a la Shaula que amé.
«Es porque sigo usando el perfume que te gusta».
Shaula se le quedó mirando, y como ya era costumbre ese día, sus ojos no tardaron en llenarse de lágrimas.
—Tú no amas a nadie.
—Quisiera que eso fuese cierto.
—¿Amabas a la Shaula que vendiste?
Isamar la miró a los ojos, y parecía haber lucidez detrás del brillo de su desorientada mirada.
Esas tazas de té adulterado no parecían haber surtido demasiado efecto contra su razón.
—Te amaría incluso si las estrellas cambiaran tu alma de cuerpo, Shaula Scorp.
El escorpión, herido, rio con la sorna de un tirano.
—Yo fui a juicio por tu supuesto amor, y acabé condenada por tu testimonio. ¿Y quieres que crea...? —La cabeza de Shaula enfatizaba su negativa—. Tal vez tú creas que me amas, pero estás mal. Así no ha de sentirse el amor. Si no te mata, mueres por él, pero no lo denuncias.
—Lo intenté... —La voz de la dama se quebró, por lo que tuvo que respirar para retomar el curso de sus palabras—. Intenté defender tu honor. ¡Quise ser físicamente indestructible para soportar mucho más que todo lo que él me hizo! Pero al final todo resultó en vano cuando me dijeron que si no te acusaba tan convincentemente que hasta tú lo creyeras, nos ejecutarían a ambas. Juntas. ¡No supe qué más hacer!
—¿Y por qué tú sí pudiste volver con tu amado esposo? —inquirió Shaula—. ¿Por qué solo yo fui apresada por el amor que tú supuestamente sientes?
—¡Yo habría preferido estar ahí! —musitó Isamar con el corazón quebrado haciendo eco en su voz—. Prefiero una cárcel contigo que una mansión con él, no sabes de lo que esa basura es capaz...
Fue cuando sucedió algo inexplicable. Shaula, que tan herida se sentía, arrastró a Isamar hasta sus brazos, silenciándola con el abrazo más honesto que había dado en su vida.
—No significa que te perdono —murmuró.
Lo que no dijo, fue lo que sí significaba ese abrazo.
«Significa que te amo más que a mi orgullo. Significa que no hay ego que me permita verte llorar y salir inmune de ello».
Acariciaba el cabello de Isamar mientras esta lloraba en sus brazos.
¿De dónde había sacado las fuerzas para contener un dolor que no fuera suyo? Cuando Isamar sufría, la resistencia de Shaula se volvía hierro. En un chasquido pasaba a sentirse con tanta fuerza como para enfrentarse a la mismísima energía que mantiene el universo en orden.
Isamar alzó su rostro, limpiando sus lágrimas como si recién entendiera que había estado llorando.
Parándose firme, le dijo a Shaula:
—Lo siento... Por absolutamente todo, incluso por aquello que no tiene perdón.
—No digas nada más al respecto —aconsejó Shaula. Su mano, sin siquiera consultarle, se movió hacia el rostro de Isamar con intención de limpiar una lágrima rezagada. Pero se detuvo a mitad de camino—. ¿Dónde está él?
—En su propiedad, cerca del castillo.
—¿Por qué?
—¿Por qué estoy aquí?
Shaula asintió.
—¿Qué trama el malnacido al traerte aquí?
Isamar se encogió de hombros, mordiendo su boca nerviosa.
—Mencionó que pretende presentarte a su hermano.
—¿A quién?
—Solo sé que lo conocen como sir Aldebarán, y que es el encargado de los nuevos reclutas para la Guardia Real.
Shaula frunció su entrecejo con desagrado.
Si sir Aldebarán estaba encargado de los nuevos reclutas, entonces tuvo que estar involucrado en el entrenamiento de Orión Enif, el medio hermano legítimo de Sargas y ahora Guardia Real.
—Que no se haga ilusiones —le respondió Shaula.
—Lo mismo le dije.
Shaula alzó una de sus cejas.
La luz de la noche, colada por el ventanal, iluminaba la silueta de Isamar como un aura. Endiosada de ese modo, parecía la dueña de la constelación que la enmarcaba: la constelación con la que Shaula más se relacionaba.
—Veo que no ha dejado de usar los brazaletes que le obsequié. Su alteza.
—Si dejara de usar todo aquello que mi mente relacione contigo, debería empezar por respirar mucho menos.
Isamar tragó en seco.
—Aunque lo merezco, duele ser reducida a solo un dolor en su vida.
—¿Reducida?
Shaula miró a ambos lados del pasillo del ventanal, de donde cualquiera podría asomarse de un momento a otro.
Al no detectar movimiento, dio un paso hacia Isamar. Solo uno, pero suficiente para sentirse como un terremoto en su corazón.
—No podría reducirte a consciencia ni aunque dedicara mi vida a ello, Isa. Fuiste la persona que me demostró que el amor existe, incluso para quienes nacimos del veneno y la injusticia.
—Pero... —Isamar tragó en seco, y contribuyó también acercándose solo un paso—. Si prefiere, puede hacer como que no he dicho esto, princesa, pero... Te admiré desde antes de conocerte, te deseé desde la primera vez que me concediste una mirada con tus ojos venenosos, y te idolatré luego de intercambiar un par de palabras. Luego del primer beso entendí que no era platónico, que te amaba con cada estrella en mi universo, solo que no concebía la idea de que pudiera ser recíproco. Desde ese beso soy suya. No «fuiste» nada para mí, eres y siempre serás el amor más inmenso que jamás sentiré, tan perfecto que las constelaciones, envidiosas incluso en su omnipotencia, jamás lo harán posible.
—Isa...
Ambas se sobresaltaron, como descubiertas a mitad de un robo, en tanto Megrez Merak interrumpió el momento de ambas.
—¿Le sucede algo a mi hermana, princesa? —preguntó Megrez mirando con extrañeza, y algo de preocupación, entre una y otra.
Isamar se dibujó una sonrisa tranquila. Shaula, por otro lado, no podía procesar nada. Seguía atrapada en las palabras de su Isa.
—Estoy en perfecto estado, Megrez. Vamos a continuar la pijamada.
~☆♡☆~
La noche siguió con platicas vacías y juegos que no animaban ni el corazón de la princesa ni el de la doncella ya casada; porque ambas seguían dando vueltas a lo recién dicho, resintiendo la falta de privacidad, la frustración de no poder tener ni una conversación tranquila y abierta.
A mitad de la madrugada, a una de las madrinas se le había ocurrido la idea de jugar a las escondidas a ciegas. Básicamente, era un juego que consistía en vendarse los ojos y caminar a ciegas por toda la residencia buscando a las demás, mientras estas se ocultan y se escabullen. El detalle de la venda le agregaba una dificultad extra al juego, ya que había muy pocos lugares para usar de posibles escondites dentro de los límites de la residencia.
Una a una se fueron turnando con la venda, hasta que le tocó a Shaula. Una de las madrinas puso sobre sus ojos la cinta violeta, y le explicó nuevamente las reglas.
La princesa quedó contando un minuto mientras todas corrían a elegir su escondite.
En tanto Shaula salió a buscarlas, caminó de memoria hasta el closet de la habitación donde antes ella misma se había escondido. Entró a tientas, con los ojos cerrados bajo el vendaje, sin mirar absolutamente nada más allá del recuerdo de la imagen de su Isa frente al ventanal.
Entrejuntó las puertas del closet, temblorosa, esperando poder quedarse ahí un rato y excusarse de ser inútil para el juego. Porque no quería jugar.
Solo quería perderse en la oscuridad, en el silencio.
Tuvo la fuerza para vencer al templo de Ara en la frontera con Baham, pero no para sobrevivir al reencuentro con la mujer que amaba.
Que amaba.
¿Cómo pudo nadie condenarla por el sentimiento más puro que llevaba con ella? ¿Cómo podía ser una ofensa al creador el que ella tan genuinamente se sintiera conectada a una estrella en vida?
¿Cómo podía ser un defecto lo que para ella era tan natural? ¿Podía realmente el amor ser un crimen? Y si era así, ¿por qué debía ella pagarlo tan caro?
Unas manos sobre las suyas la dejaron petrificada.
A punto estuvo de gritar del susto, pero si corazón optó por detenerse.
Las mismas manos que antes estuvieron sobre las suyas, entonces le arrancaban el cubrebocas, pero dejando la venda.
«Haz algo, deten esto, no deberías...».
—No se mueva...
Pero Shaula no necesitaba ninguna voz para reconocer los labios que se abrieron paso por los suyos. Con solo el primer roce, Shaula reconoció a quien la besaba en el oscuro anonimato, porque era suya. Ella, su olor a melocotón, y esos labios que componían la más erótica de las poesías sobre ella.
Shaula se pegó al closet, sosteniendo a Isamar por la cintura y tirando para pegarla a su cuerpo.
—He extrañado tanto tomarte así —jadeó Shaula en medio del beso.
—Ssshh... —intentó callarla Isamar, mientras la besaba con todavía más profundidad. Pero al final, fue ella la que terminó rompiendo el silencio con el gemido que resultó en tanto Shaula intensificó el agarre sobre su cintura.
—Estás demasiado loca, Isa.
—Dice quien me corresponde —dijo Isamar separándose ligeramente, como si reconsiderara lo que había hecho.
—Es que también eres tan deliciosa...
Shaula apenas podía respirar, ni siquiera podía ver a su Isa. Pero nada de eso importaba, no mientras estuvieran besándose como si quisieran consumir en un minuto el deseo que habían acumulado durante más de un año.
Desvió sus besos, deslizándose por el cuello de Isamar hacia su clavícula, bajando por las lomas de sus hermosos pechos. Aunque Shaula no los podía mirar, su imaginación hacía un trabajo bastante decente.
—Debemos parar —jadeó Isamar, aferrándose a las caderas de la princesa.
—Tú has empezado.
—Sí, pero... Ay, Shaula... —gimió Isamar en tanto los labios de Shaula alcanzaron la parte baja de su quijada, besando con una delicadeza extasiante—. Te he extrañado tanto...
—No. —Shaula se detuvo, sus manos todavía en la cintura de Isamar—. No digas nada que pueda terminar este momento. Porque una vez me quite la venda, este espacio desaparecerá. Seremos solo una princesa sin valor, y una mujer injustamente casada. Y no quiero quitarme la venda, Isa. No quiero volver a ver la luz de un mundo en el que no puedo amarte.
—Puedes amarme.
—No como quiero hacerlo.
—Entonces ámame como quieres, y el resto vendrá por añadidura.
—Sabes que eso no es cierto. Sabes que no estamos destinadas...
—¿Y no fuiste tú quien dijo que reescribiríamos lo que las constelaciones quieran hacer de nosotras?
Shaula calló, mordiendo su labio con una nostalgia producida por el recuerdo de esa conversación.
Entonces las manos de Isa acunaron su rostro para besarla libremente, con una lentitud dolorosa.
—Te amo, Shaula. Siempre tendremos eso.
Shaula negó lentamente con la cabeza, y pese a la carga emocional del momento, a toda la impotencia que compartían, ella sonreía.
—Tú eres literatura, Isamar.
—¿Por qué dices eso?
—Porque solo en ficción infantil es posible lo que acabas de hacer. Un beso, y has resucitado mi alma.
Entonces Isamar también sonrió.
—La mía resucitó apenas volvió a mirarme.
Nota:
Que vivan las novias, que viva el amor, que vivan Shaula e Isa.
*Las mata*
¿Se imaginan? ¿Se imaginan que yo pusiera eso en mi nota de autora? XD
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