25: Al calor de nuestros cuerpos
Capítulo dedicado a booksshot por los hermosos edits que ha hecho en Instagram para esta historia ♡
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La princesa Shaula no tuvo problemas esa mañana al ser descubierta con Isamar Merak, tal vez porque no estaban en una situación más comprometedora, tal vez porque ninguna imaginación vuela tanto como para imaginar tal grado de perversión entre dos mujeres, aunque fueran encontradas solas con una de ellas estuviese apenas vestida.
«Perversión» era una de esas palabras de impacto, acompañada de otras como herejía, desviación y condena, que atormentaron la consciencia de Shaula Scorp las semanas siguientes.
Se aferraba a la tranquilidad de entender el trasfondo por el que había recurrido a replicar con Isamar actos exclusivos de una vendida para complacer a su dueño, o bien de las esposas una vez el marido ha decidido que necesita descendencia.
Y pese a ello dicha salvedad dejaba mucho trecho a otros temores. ¿Y si alguien más se enteraba? Tergiversaría la situación por completo, tal vez asumiría —y alegaría con tal de verla condenada— que la princesa había recurrido a las manos de su doncella por alguna especie de alevosía, por una desviación enfermiza en sus fantasías, por un defecto en su manera de desear y sentir que la inclinaba a esa clase de aberraciones.
No entenderían. No entenderían que Shaula hizo lo que tenía que hacer para tomar armas y ganarle un duelo al miedo y desconocimiento, para ganar algo de control en esa situación para la que no dejaban de repetirle que había nacido, para evitarse un dolor futuro.
Tergiversarían todo dados sus medios, cuando la realidad era que la princesa de los escorpiones detestaba a la doncella Isamar Merak y jamás podría experimentar hacia su persona ningún aproximado al agrado; odiaba a todo aquello que salía de su boca, a su irreverencia, imprudencia e impertinencia; si pudiera, la haría ejecutar solo por lo mucho que colmaba su paciencia y si había aceptado su ayuda era porque resultó ser la única con el conocimiento y la disposición, además de que Shaula se sentía capacitada para garantizar la discreción de alguien tan abrazada por su poder como lo era su dama.
Y, de nuevo, eso no calmaba sus nervios.
La culpa, aunque discreta, la acompañaba todas las tardes como una taquicardia luego de una dieta abusiva y descontrolada.
Así que Shaula se metió más de lleno a la iglesia, asistiendo en las mañanas, atendiendo obras benéficas al atardecer y cubriéndose en plegarias cada noche antes de dormir.
Era un alivio que Isamar no intentara hablarle más de lo necesario, que jamás mencionara lo sucedido y que ni siquiera hubieran coincidido a solas.
La princesa pensaba que su doncella vivía su propia batalla mental, dando el espacio a Shaula para que asimilara el susto, para que se adecuara a esas nuevas circunstancias en las que ambas parecían cómplices de un secreto peligroso.
Shaula no quería eso. La distancia, la falta de discusiones o de ataques por parte de Isamar, daba la impresión de que había cambios, y con lo paranoica que se sentía, lo menos que deseaba era que en su entorno advirtieran esos cambios y los relacionaran con esa noche.
—A levantarse, sabandija —atronó la preparadora abriendo las cortinas de la recámara de la princesa.
Las damas entraron inmediatamente detrás, deshaciendo la cama para volver a tenderla apenas la princesa se levantara, acercando el calzado a sus pies y llevándola al baño para lavar su rostro y dientes previo al desayuno.
Cada una fue por una bandeja con el menú matutino, y se sentaron alrededor de una mesita acogedora para comer las tres damas y la princesa con la supervisión de la preparadora.
Altair, Jabbah e incluso Isamar Merak se veían más radiantes que en cualquier otra mañana de labor que la princesa recordara. Mientras que Shaula solo podía pensar en que le faltaban al menos unas dos horas de sueño para completar la curva de tan siquiera una sonrisa amable.
Lady Altair, la mayor de las hermanas Merak, colocaba un cuenco de fruta más cerca del alcance de su alteza justo al preguntarle:
—¿Cómo se encuentra esta mañana, princesa?
—Con una brújula, o un mapa, ¿y tú, Altair?
Con ello la princesa dejó claro que no tenía intención alguna de socializar luego de la abrupta interrupción de su descanso.
—Veo que su humor resplandece hoy con la gracia del sol en Antlia, su alteza —comentó Isamar con sátira.
—Y yo advierto que, por otro lado, usted ha amanecido con la idea, errónea, por supuesto, de que me interesa su opinión.
—Ha sido una broma, alteza, no una opinión. Tenga —dijo Isamar extendiendo la vasija de la miel— para que no se amargue.
—Entiendo, eres de despilfarrar bromas cuando tu princesa no te las exige.
—La obediencia es mi más grande carencia, princesa.
—Y el perdón, la mía.
—Se confunde usted, pues no le he pedido que me disculpe en nada.
—Isamar —regañó su hermana mayor—. Perdónela, alteza. Hoy está en esos días del ciclo donde el humor es voluble y su lengua un peligro.
—Me parece poco creíble que exista un día del ciclo en que la lengua de su hermana no sea un peligro, lady Altair.
—Créame cuando le digo, alteza, que todavía no conoce los peligros de mi lengua —murmuró Isamar. Y aunque todas pudieron escucharla, ninguna dio la impresión de interpretar sus palabras más que como una amenaza ofensiva.
Menos Shaula.
Ella misma no entendía lo que intentaba expresar Isamar con ese comentario, pero si era una insinuación de algún tipo... la mataría. Por Dibu y sus demás serpientes que la ahorcaría con sus propias manos.
La princesa perdió todo interés en el diálogo, cegada por el calor de sus mejillas, atemorizada por la posibilidad de que alguien advirtiera su extraña actitud, enojada por haberse dejado intimidar por la desvergonzada doncella que llegó a su vida para jugar con su tolerancia.
Se enfrascó en el desayuno tan variopinto hecho de huevos, frutos, ensalada, cortes de distintos tipos de panes, proteína y diferentes elixires para untar.
Mientras se comía un emparedado improvisado con todo a su disposición, Shaula Scorp comenzó a sentir un calor nacer detrás de sus orejas, era tal que podía jurar que se trataba del resplandor de los recuerdos de la otra noche, quemando al contacto con su piel.
Intentó ahuyentarlo; intentó no pensar en cómo se veía Isamar sentada sobre su vientre, meneando sus caderas como si quisiera hechizarla, lamiendo de sus labios el sabor de lo que había entre las piernas de Shaula...
Shaula se apresuró a beber todo su jugo, pero mientras lo tragaba, sintió un escalofrío que delató su inquietud delante de las demás.
—¿Todo bien, alteza? —cuestionó Altair.
Shaula asintió, pues no confiaba en su voz para dar una respuesta verbal. Su vista se fue en busca de la culpable de sus desvaríos, y lo que vio no la ayudó a serenarse.
Isamar deslizaba la punta de sus dedos sobre la brillante superficie de su cuenco de mermelada. Eran los mismos dedos que una vez se habían desplazado con aquella delicada paciencia entre las piernas de la princesa.
Shaula movió el cuello al sentir el picor del sudor en su nuca. Esperaba que nadie más lo advirtiera, o que realmente hiciera tanto calor como para justificarlo.
Isamar seguía acariciando la mermelada como distraída, inocente a lo que estaba ocurriendo en el bajo estómago de la princesa. Un nudo se formó entre las piernas de Shaula, uno que solo aquella doncella tenía la maestría para desatarlo. Ni siquiera la princesa se atrevería a tocarse a sí misma, pero Isamar... ya había demostrado que podía.
Shaula quería saltar hacia su doncella y quitarle el brazo para que no pudiera continuar con lo que hacía, era un deseo violento dentro de sí. Pero se contuvo, sin dejar de ver lo que su dama hacía mientras las demás charlaban indiferente a lo que estaba pasando frente a sus ojos.
Isamar fue hundiendo sus dedos en la mermelada, y Shaula contuvo la respiración. Esa había hecho con ella, y aunque se forzó a olvidarlo, realmente tenía el recuerdo de esa sensación quemando en su intimidad.
La dama sacó un hilo pegajoso de mermelada y lo untó sobre el pan, desplazando sus dedos por toda la superficie como si la acariciara, como realmente había acariciado a Shaula, restregando la humedad entre sus piernas.
Cuando Isamar termina, ni siquiera procede directo a comerse el pan. Lleva los dedos a sus labios y chupa el resto de la mermelada sin ningún rastro de alevosía, pero para la princesa eso es determinante al ataque en su corazón, que estalla cuando su doncella la mira a los ojos y los entorna, como si realmente no entendiera qué era lo que hacía mal.
—Será mejor que termine de comer hoy, princesa —apuró lady Briane, la preparadora. Fue una suerte para Shaula, como una alerta estridente que la arrastró de nuevo a la realidad—. ¿Cree que la levanté con esta premura porque estaba necesitada de verla? Su padre quiere que asista a una fiesta del té con unas mujeres de la corte, para que salvaguarde las relaciones sociales de la corona para con el reino.
—¿Y en qué aporta que yo tome té con estas mujeres?
—Todas quieren comer con la princesa. Si algunas pocas lo logran, las demás mantienen la esperanza. Cada sonrisa que dé, princesa, es política.
—Comprendo.
Shaula se levantó, dejando su desayuno a medio comer, y avisó que prefería empezar con todo el proceso de arreglarse de inmediato.
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Los jardines de Andrómeda era una de las atracciones de flora y arquitectura más alabadas de la capital de Áragog ubicada en el corazón de los terrenos del palacio.
Era el punto de encuentro entre la princesa, sus damas y las mujeres con las que su padre quería que socializara.
Pidió a la preparadora que la pusiera en contexto para no llegar desinformada a la reunión, y hasta donde había entendido, una de ellas era lady Dubeh Adenfort, y la otra era la señorita Cordelia Amas.
Dubeh era esposa de un barón importante, y Cordelia hija de uno. Lo que las hacía por completo distintas era que Dubeh seguía siendo noble, su matrimonio la hizo escalar un peldaño más alto de aquel en el que había nacido; Cordelia en cambio tenía otras hermanas, y dada las leyes de Áragog, le tocó la mala suerte de ser la hija que se entrega para cubrir la demanda de esposas entre la prole —ya que las vendidas no tienen permitido casarse—. Cordelia perdió su estatus, y con él su derecho a conservar sus hijas.
Recientemente Cordelia había tenido su primer parto, donde por desgracia había tenido una niña. Como claramente dictan las leyes de Áragog, toda niña nacida fuera de la nobleza debe ser inmediatamente llevada a una casa de preparación donde se formará para convertirse en una vendida una vez tenga la mayoría de edad y alguien pague su precio en el mercado.
Shaula creía que su padre había orquestado aquella reunión por asuntos más allá de la política externa, más bien orientado a la familiar. Tal vez que quería que Shaula entendiera lo afortunada que era en su posición como princesa, para que así dejara de mostrarse tan inconforme y hasta rebelde.
—Estos jardines son como un cuento de hadas... —murmuró Jabbah mientras atravesaban el sendero de flores de cerezos.
—Los cuentos se inspiran en locaciones como estas para su ambientación —aclaró Shaula.
—¿Le gustan los jardines, alteza? —cuestionó Altair.
Shaula debía comportarse como una anfitriona intachable, pues las señoras Dubeh y Cordelia la seguían de cerca, y su preparadora también.
—No todos, he de admitir. Estos sí, los jardines de Andrómeda tienen mucha historia. Me gusta la belleza de lo simbólico.
—¿Qué historia? —curioseó Cordelia.
—Miren aquí —señaló la princesa una vez llegaron a la galería de estatuas—. Todas son representaciones de apellidos y constelaciones poderosas.
Shaula aprovechó para poner a prueba la erudición de sus damas, al final, cada una de ellas era a la vez su pupila, y nunca era un mal momento para un examen sorpresa.
—¿Reconoces alguna, lady Jabbah? —preguntó la princesa a su prima.
Jabbah señaló la estatua hecha de una transparencia brillante, como hielo. Era un cisne marcado con pedrería en los puntos exactos de la constelación que representaba.
—Es la estatua de los Cygnus, la familia que rige el principado de las tierras nevadas al norte, Deneb.
—Fácil —murmuró Isamar.
—Por no decir obvio —secundó Shaula conteniendo una sonrisa burlona tras la tela de su rostro—. Pero sí, el cisne congelado es por la constelación Cygnus, de los Cygnus de Deneb. Una familia de un calmo poder, pero que ha prevalecido por demasiadas generaciones.
»Sobre la estatua, la mayoría cree que está hecha de hielo común. Es un mito que nos gusta perpetrar, alegando que nuestro sol es benevolente con la estatua —agregó Shaula con algo menos de humildad, pero con agradable carisma—. En realidad está hecha de hilyrio, el mineral más fuerte forjado de las esquirlas del lago congelado de Deneb.
—Por eso prevalece —repitió asombrada Cordelia. La señora Dubeh no parecía tener nada para decir, pero se mostró igual de interesada y atenta a las explicaciones del tour.
—Y en el centro —dijo Shaula llevándolas a todas más cerca de lo mencionado—, el escorpión coronado de la familia real.
La princesa señalaba una monstruosidad idéntica a la estatua de la plaza central, con la diferencia de que esta servía a la vez de fuente. Era un escorpión construido con rocas apiladas de formas que desafiaba las leyes de la física a la vez que de sus espaciados y aberturas descendía agua cristalina que formaba cascadas sobre un estanque de piedra redondo.
—Las historias sobre los primeros escorpiones y la creación de estas estatuas, hablan de libertad y sometimiento a la vez, de sangre y veneno, de héroes y tiranía. Cada piedra de estas a lo largo de Ara es una señal de las estrellas, de cuando Scorpius el Primero, en forma de hombre con el poder de toda una constelación, impuso este legado como el vencedor en la guerra del reino cósmico contra la instauración del reino terrenal.
—Creí que no era de mucho leer, alteza —dijo Isamar sorprendida por las cosas que decía Shaula.
—No soy de leer por placer, al menos no por un placer que no acarree conocimiento.
Caminaron hasta el arco de Orión, un monumento de piedra con forma de arco que contenía unas escaleras esculpidas en su interior. Subieron los casi quinientos escalones hasta que llegaron a la cima. En dicha azotea, tenían una de las vistas más privilegiadas del jardín, las aldeas aledañas al castillo, el laberinto, las estatuas y todo la inmensidad en flora.
El lugar estaba decorado para la ocasión con mesitas, manteles satinados y vajilla de las mejores piezas de porcelana.
Tomaron asiento dividiéndose entre dos mesas, una para la princesa y las invitadas y otra para las damas, pero lo suficientemente juntas para que se oyera toda la charla sin necesidad de gritarse entre sí.
Las vendidas sirvieron el té y acercaron a cada mesa opciones de pan y galletas para merendar.
En los primeros minutos de silencio, Shaula se bebió su taza de un solo trago y pidió a la vendida que se la rellenara.
—¡Vaya, princesa! —dijo Cordelia con sus ojos desbordantes de asombro—. El té está humeante, apenas lo probé y casi me escuece la lengua. ¿Cómo ha podido tragarlo de ese modo?
—No es para tanto —intervino lady Dubeh con un gesto de su mano que le quitaba importancia—, imagino que así ha de estar el agua a «temperatura ambiente» en Baham.
—Algo parecido —concedió Shaula aceptando la broma mientras secaba sus labios pasando la servilleta bajo el cubrebocas.
Mientras las demás estaban concentradas en soplar sus tés, Cordelia, quien veía a la princesa con sus ojos relucientes de admiración, propuso:
—Princesa, cuéntenos sobre su familia...
—Consta de hijos y progenitores.
Por la mirada que le echó la preparadora, Shaula supo que no saldría muy airosa de aquella muestra de sarcasmo.
Sin embargo, las mujeres invitadas lo tomaron con el mejor humor, riendo de la ocurrencia.
—Eso desde luego. Pero creo que es un poco más interesante que eso, ¿o no? Un hermano de excursión por el mundo del que no se ha vuelto a saber nada, una madre prontamente fallecida en circunstancias misteriosas...
—Lo dice como si se tratara de ficción —cortó Shaula en un llamado a la empatía—. La tragedia acaecida del deceso de mi madre no es ningún asunto de cotilleo.
—Tiene toda la razón, alteza, me disculpo por mi imprudencia y cómo me he exaltado, pero... ¡Estoy frente a la princesa Shaula Scorp! Claro que quiero saber miles de cosas. Empezando por ese heredero del que poco se conoce...
—¿Poco? —interrumpió lady Dubeh—. De Sargas Scorp apenas se sabe que llevará el reino en un futuro. No hay un rostro. No ha habido una sola aparición desde su nacimiento. Vivimos de rumores.
—Como lo de que pronto escogerá una esposa y su primera vendida...
—Yo escuché, al contrario, que Sargas no escogerá esposa, que se ha revelado y no comprará ninguna vendida...
—¿Es cierto lo de su maldición? ¿En qué consiste estar maldito para un hombre de su posición?
—Están siendo groseras, y me parece inaudito que no se escuchen a sí mismas al punto de que tenga que intervenir un tercero para señalarlo —estalló Isamar.
Fue esa interrupción la que convenció a Shaula de que parecían más culpables y escandalosos cuanto más evitaran permitir un tema.
Así que se preparó para recitar la respuesta que ya le habían fabricado para esas ocasiones.
—Antares está ocupado en sus obras benéficas y la exploración a profundidad de Áragog, entiendo la preocupación de no verlo en la capital tan seguido, ya que llegó a formarse una reputación de celebridad entre su pueblo, pero les aseguro que no hay más verdad que esa. Pronto volverán a tenerlo aquí, brillando como el príncipe dorado que es.
»Y Sargas, realmente entiendo la curiosidad que genera el desconocimiento, así que no tengo problemas en revelarles que es el príncipe más bondadoso y un muy buen hermano. Algo rebelde, pero dentro de la inocencia de cualquier adolescente. Somos íntimos, confidentes en todo. Sufro por aquellos que se privan de conocerlo por ahora, pero es necesario. Habría múltiples atentados contra su vida si se conociera su rostro, la monarquía debe anteponer su seguridad y el futuro de la corona, y si eso significa mantener el anonimato del heredero un poco más, ha de hacerse así.
Shaula no podía creer la barbaridad de mentiras que destiló en tan breve monólogo.
—Dígame usted, lady Dubeh, si me permite pegarle con la misma medida de libertina curiosidad, ¿cómo es la vida de casada? —dijo Shaula para redirigir la conversación sin ser hostil—. ¿Alguna recomendación para lo que me espera?
—La vida de casada... —La mujer abrió los ojos como sorprendida por la pregunta, como si jamás hubiese considerado estar en ese lado del interrogatorio—. Hay hombres muy malos, y hombres decentes.
—¿Y los buenos? —preguntó Jabbah en la otra mesa.
—En los libros —murmuró Isamar.
Lady Dubeh le sonrió a la menor de las Merak con una afinidad inmediata y selectiva.
—¿Puedo saber su nombre, señorita?
—Isamar Merak, mi lady. Para servirle.
«Ah, ¿a ella sí te le ofreces de buena fe para servirle, Merak?», quería preguntar Shaula, pero lo reprimió, solo entornó los ojos en dirección a su dama para que tradujera de ellos un aproximado a sus pensamientos.
—Merak... apellido poderoso —dijo lady Dubeh—. ¿Es una estrella de la osa mayor, no? Implica casi omnipresencia, no hay un cielo donde su estrella no brille.
—Más que omnipresencia, yo lo interpreto como ligado a nuestro sentido de la orientación, nuestra certeza en la toma de decisiones —argumentó Isamar integrada en la conversación sin ese cariz desdeñoso con el que solía expresarse—. «Merak» se conoce como una estrella de referencia porque apunta hacia la estrella del Norte, la estrella Polar.
—Su nombre, Dubeh —irrumpe Shaula—, también deriva de una estrella de la osa mayor, «Dubhe». ¿O me equivoco?
—Está en lo correcto, princesa. Es usted muy lista, una mujer culturizada y rica en conocimiento. Su inteligencia me asombra, para ser princesa.
—Preferiría que mi inteligencia asombrara sin más, no con la consideración de que soy princesa como una salvedad para juzgar mi intelecto con menos severidad que a uno de mis hermanos, por ejemplo.
—Imagino que ellos han tenido la misma educación, tal vez hasta mayor. Uno de ellos será el monarca interino de la inmensidad de este reino y todos sus principados, ¿no?
—¿Es el príncipe Sargas Scorp tan inteligente como usted, su alteza? —preguntó esta vez Altair.
—Me supera, por mucho. En especial en temas de alquimia y herbología... algún día, con todo ese conocimiento, podría envenenarnos a todos —bromeó Shaula aunque ese chiste era tan interno, que solo ella podía entender y reírse.
—¿Su nombre qué significa, alteza? —preguntó lady Dubeh.
—«Shaula» es la estrella más brillante de la constelación Scorpius.
—Inaudito, ¿no? Que sea el nombre que el cielo destinó para usted. Antares, Lesath, Sargas, todas estrellas de Scorpius, pero ninguna es la estrella más brillante. Es la suya. La de una mujer.
Shaula solo sonrió en respuesta, por lo que Cordelia aprovechó el silencio para retomar la pregunta que la princesa había hecho con anterioridad, aquella sobre la vida de casada.
—Ser una mujer casada por amor debe ser distinto —comentó Cordelia—. A mí me usaron como un pago para cubrir una demanda. Me casaron con cualquiera. Aprendí a vivir del lujo y las comodidades, y ahora lavo pañales ajenos para cubrir las deudas de mi marido ebrio, y amamanto hijos de otra, porque la que estaba en mi vientre me la quitaron apenas nació.
—¿Cómo es? —preguntó Isamar con curiosidad y la justa medida de decoro—. Siempre me he preguntado al respecto del proceso.
—¿El proceso de ser madre?
—De dejar de serlo —aclara—. ¿Cómo entregas a tu niña?
—¿Y soy yo la desalmada? Esa es una pregunta cruel —estalla Cordelia.
—Lo lamento, señorita —intervino la princesa Shaula—. Mis damas carecen de una buena educación.
—Yo no repetiría eso con tanto orgullo —discutió Isamar— cuando es usted la responsable de nuestra educación.
—Ya basta, Isamar —reprendió su hermana y se volvió hacia Cordelia—. Lo lamento muchísimo, en serio.
—No es para tanto. Estamos aquí para eso, ¿no? Para intercambiar información de este tipo. —La mujer respiró profundo—. Es sencillo en teoría. Las autoridades le hacen seguimiento a tu embarazo, informando al reino si hay alguna irregularidad en los procedimientos...
—¿Qué irregularidades podrían existir? —preguntó esta vez Altair, su hermana menor estaba de brazos cruzados, amargada por el regaño.
—Abortos. Tráfico. Negocios clandestinos. Huidas. O tal vez, simplemente a una mujer de poca cordura le dé por conservar a la bebé.
—Eso es imposible.
—Se han visto casos de todos los tipos. En fin, el día del alumbramiento las parteras están presentes. Toman a la niña antes de que puedas ponerle un nombre siquiera, y dependiendo de los estándares de belleza, su estado de salud y la promesa de sus genes, escogen un precio por el cual ofrecer a la bebé a una casa de preparación. Al final, las vendedoras son las que escogen el precio. Por la bebé que tuve pagaron treinta y cinco coronas. No era agraciada, mi físico no es prometedor y mi marido alcohólico que además fuma como una chimenea, les dio la impresión de que la bebé sufrirá grandes problemas de salud en un futuro, y eso, además de dificultar su venta una vez tenga edad para entrar al mercado, implica que su cuidado será una inversión muy costosa.
—¿Treinta y cinco coronas le pagaron por su hija? —inquirió Shaula intentando no demostrar todo su escepticismo al respecto—. El sueldo mínimo en Ara es de cincuenta coronas. ¿En serio le dieron menos de lo que gana su marido en un mes, por su hija de carne y hueso?
—Princesa, ¿cree que la esposa en ese caso tiene alguna participación en la negociación? ¿Cree que existe la opción de declinar? Por ley debo entregar lo que salga de mi vientre siempre que tenga una vagina, aunque por ella me paguen una hogaza de pan. Eso quedó demostrado cuando, al ofenderme porque me ofrecieran setenta coronas, deliberadamente me tiraran la mitad a la cara y se llevaran a la bebé.
—«La» —repitió Isamar. No era un juicio, lo pronunció como si esa simple palabra le hiciera comprender el sentido de toda una vida—. No «mi bebé». «La».
Cordelia respondió solo con una sonrisa de resignación. ¿Cuántos llantos habría detrás de ese gesto para que estuviera tan bien ensayado?
—Dejéme decirle, Cordelia —dijo lady Dubeh—, que usted se equivoca si realmente cree que casarse dentro de la nobleza es distinto. Lo es, en efecto, mas no por ello idílico.
—Mejor ha de ser.
—Tal vez.
—Puede conservar sus hijas. Eso vale todo.
—Si las quisiera, por supuesto.
Toda la mesa hizo un silencio sepulcral ante tan violenta afirmación en tan desinteresado tono.
Hasta la preparadora carraspeó, como dando tiempo a lady Dubeh de corregirse.
Pero en lugar de eso, la mujer dijo:
—La primera vez con mi marido fue... —Sus ojos se movieron en un parpadeo, como si quisiera deshacer con ese gesto los recuerdos que empezaba a relatar—. Sabes que él tiene experiencia, que ha estado de esa forma muchas veces con sus vendidas... Pero tú no sabes qué esperar. Estás aterrada, pegada a una cama, vestida para no despertar la lujuria porque esas cargas son para las vendidas, tú solo estás ahí para cumplir un propósito; y sabes que de eso se trata. Creo que es la peor parte. Pasas meses casada, crees que nunca llegará el día en que tu marido se canse del sexo por placer con las vendidas y decida que es momento de tener descendencia. Te aterra fallar, que suceda todo el acto y no cumplas con tu deber de concebir... pero te priva de toda respiración la idea contraria, la posibilidad de que sí funcione, y de que a partir de entonces tendrás una parte de él creciendo dentro de ti, sin que nada pueda detenerle.
»Todo eso me atormentaba en mi primera vez. Fue horrible, y casi al azar. Creí que dormiríamos como en días anteriores y entonces me pidió que me quitara todo lo que llevaba bajo el camisón. Me informó que era el día para el que había nacido, que debía cumplir con mi propósito. Tu cuerpo está tenso y áspero por los nervios, pero igualmente él se abre paso dentro de ti. Y duele, y te desgarra. Obviamente has de sangrar, porque te rompe. Y dicen que es normal la primera vez, pero algo dentro de mí me decía que no. Que no debe ser así. Que hay opciones menos traumáticas, pero no para nosotras. Porque nuestro deber no es disfrutar, es ser la matriz donde tu marido vacíe su descendencia.
»Mis lágrimas mancharon la almohada y empaparon mi pelo. No sé por qué, fui cobarde, sabía que era mi deber tarde o temprano, pero... Nadie me dijo realmente cómo sería. Ni que luego de ser usada de ese modo, en lugar de ser abrazada, recibiría la indicación de mantener las piernas en alto para "poner de mi parte".
—¿Le dijiste que te dolía? —preguntó Jabbah muy afectada. Al menos ella podía hablar, Shaula solo lloraba en silencio. Escuchaba el relato como si le contaran su futuro.
—Mis sollozos.
—¿Y él no tuvo consideración?
—La suficiente para decir «aguanta, pronto acabará».
—¿Y fue rápido?
—Eso supongo. Para mí, duró una vida. Cada vez que lo vuelve a intentar, siento que dura menos. O tal vez solo empecé a tomar como rutina mi deber.
—Qué alivio —suspiró Jabbah—, saber que se pasa con el tiempo.
—Sí —dijo Dubeh sin ninguna emoción—. Se hace menos malo.
—Y las vendidas —intervino Cordelia—. ¿Cuántas tiene tu marido? ¿No quisieras a veces... ser una de ellas? Ver cómo las besa... A veces mi marido está tan ebrio que me hace observar cómo hace uso de ellas. Jamás me ha hecho la mitad de esas. Jamás me las hará nadie. Y él sabe, le he expresado que me duele verlo con ellas, ver la parte de él que jamás será para mí... Es considerado, al menos. Ahora solo lo hace cuando me lo merezco por hacerlo enojar.
—Yo jamás he visto eso, gracias a Ara —dijo Dubeh tendiendo su servilleta de tela a la princesa para que secara sus lágrimas, lo cual Shaula agradeció con una sonrisa apenada por ser descubierta—. Mi lord es muy devoto a su fe, no mancillaría la mía con esas imágenes. Pero sí, tiene muchas vendidas. Es como una cuestión de orgullo, pues lo escucho presumir con sus colegas, compararlas con las de ellos, discutir sobre quién tiene más variedad. Por suerte no todas son para ese tipo de actos. Tiene vendidas de todas partes del reino, algunas son mis leales doncellas, otras se encargan de la limpieza, otras saben de música así que les damos hospedaje y hacemos uso de ellas únicamente en fiestas u otras ocasiones donde se requieran sus dotes. Las cocineras, las eruditas que lo ayudan a estudiar, las que se encargan de nuestras finanzas, las que compró para regalar, las comerciantes que viajan con él, las que trabajan en la finca...
—Por los pelos de la totona de Ara... Hasta podrían montar su propio mercado si se dignan a revenderlas —exclamó Isamar con sus ojos fuera de órbita, haciendo que todas y cada una de las mujeres de la mesa estallaran en una carcajada que aligeró la atmósfera.
—Y tú, Isamar, ¿eres soltera? —preguntó Dubeh a Isamar.
—Dependerá de si el hombre que quiere presentarme está pudriéndose en coronas.
—¿No le sirve un hombre de buen corazón? —preguntó la preparadora, inmiscuyéndose en la charla por primera vez.
—¿Para qué sirve un hombre sin bienes que rebosen, y para qué quiero yo un buen corazón si el mío ya funciona?
Shaula contuvo una sonrisa, aunque de poco sirviera para lo mucho que esta chispeaba en sus ojos.
—¿Y usted, alteza? —preguntó Cordelia—. Se casará pronto, ¿no es así? Imagino que su padre tendrá ya una lista de los solteros más importantes de todo el reino... Aunque, ahora que lo pienso... ¿no es eso imposible? ¿No es Áragog tan inmenso como un firmamento, o como se estima que sea el océano? ¿Y si se les escapa el soltero adecuado?
—Cada región de Áragog tiene su principado que a la vez rinde cuentas a la corona de Ara —explicó Jabbah como Shaula le había enseñado en sus lecciones—, estos principados llevan los censos pertinentes que a su vez acaban en manos de la corona. Con toda probabilidad, si hay un soltero asquerosamente rico en alguna esquina del reino, su majestad Lesath Scorp estará al tanto hasta de la frecuencia con la que visita el templo.
—Y de todos modos, lo obvio sería casar a la princesa con un heredero de los grandes principados, como Hydra, no con cualquier lord pudiente con algunos terrenuchos —comentó Dubeh—. De todos modos, dejemos que sea la misma princesa quien nos cuente. Alteza, ¿hay algún prospecto de su interés del que debamos saber?
La princesa intentó no demostrar su incomodidad con el tema al responder.
—Lo lamento, mis ladies, no debo discutir asuntos de interés político.
Todas entendieron sin objetar, ninguna parecía especialmente desalentada por la respuesta evasiva, como si en ningún momento sopesaran la posibilidad de una distinta.
En el cielo perezoso de Ara difícilmente se distinguía cuando las nubes conspiraban descargar su llanto, por ello, todas se sorprendieron ante la llovizna que empezó a caer.
Al principio era un golpeteo apaciguante de algunas gotas, pero lo que empezó con paciencia pronto cobró un ímpetu atemorizante. Las nubes se tiñeron de un negro que anocheció tan temprano día, y un viento torrencial comenzó a volar los manteles y las faldas.
—¡Al interior del arco! —indicó la preparadora haciendo señas a todas para que la siguieran.
La idea era esperar sentadas en las escaleras del interior del monumento, pero tan pronto sonó el primer relámpago, las damas se apresuraron escalones abajo hasta llegar al jardín.
Ahí se dispersaron corriendo, a duras penas siguiendo la voz de la preparadora que pretendía llevarlas al interior del castillo lo más rápido posible.
Pero Shaula tenía otros planes. Conocía la distancia entre el arco de Orión y el castillo, había muchísima distancia del jardín a recorrer, por lo que prefirió tomar un desvío a un punto mucho más cercano donde refugiarse de la aparente tormenta.
Y no iba sola. La única de las damas que no parecía desesperada por la tempestad, quedó en espera del siguiente movimiento de la princesa y la acompañó.
Ambas acabaron en una especie de invernadero en forma de cúpula, toda formada de espejos.
—Princesa...
Isamar veía a su alrededor, al cristal que maximizaba los rayos y enmudecía los truenos, a la oscuridad que pareció absorberlas como si la noche se hubiera adelantado a su hora.
Shaula no había visto a su doncella mostrarse así de vulnerable en otras ocasiones; entonces parecía pequeña, atemorizada con su cabello chorreando y su escote pegado a su piel por la lluvia.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Isamar.
—¿Por qué me has seguido? Esa debería ser la pregunta.
—Es usted mi princesa. Si tengo una responsabilidad en esta vida, es usted. Si de elegir se trata, yo tengo claro a quien debo seguir.
Shaula recibió sus palabras más impresionada que por los truenos que saltaban de improviso.
Pero no dijo nada al respecto, adoptó la actitud de líder y se hizo cargo de la situación.
—Debes saber que esta lluvia no pasará pronto, no antes de que anochezca, e imagino sabes que en la capital el frío nos hace imposible salir de noche.
—Algo he oído.
—Bien, porque eso implica que entiendes que hemos de pasar la noche aquí. No podemos volver al castillo antes que el sol salga.
—Entiendo.
—Y... —Shaula miró la ropa empapada de Isamar, a las mangas que goteaban, a la falda que perdió su volumen y arrastraba con mucho más peso—. Nos resfriaremos si llevamos toda esta ropa mojada encima.
—La he desvestido antes, princesa, no se preocupe.
Por algún motivo insólito, Shaula sintió que su rostro se calentaba hasta las orejas. Isamar no estaba diciendo una mentira, de hecho, que la desvistiera era casi rutinario, pero dicho con su altanería y el indicio de ese indicio de malicia en sus labios, sonaba a algo de qué avergonzarse.
Shaula adoptó una mala cara para contrarrestar el bochorno al que se sentía expuesta. Se volvió de espaldas a Isamar y por su cuenta empezó a desprenderse de su vestimenta mientras escuchaba detrás de sí cómo el vestido de su dama caía al piso.
Ni los rayos, ni el viento que amenazaba con romper la cúpula, crearon ese rítmico temor en el pecho de la princesa como la posibilidad de voltear y ver a Isamar sin ropa.
—¿Necesita ayuda con algo, alteza? —cuestionó Isamar al ver que Shaula se había quedado paralizada.
—Estoy bien, Isma.
—Por favor —rezongó Isamar poniendo los ojos en blanco—. Me niego a creer que en serio no recuerda mi nombre, si es tan simple.
—Precisamente, ¿no? —Shaula se convenció a sí misma de que no tenía importancia ver otro cuerpo que sería tan similar al suyo, y así consiguió el coraje para girarse y encarar a Isamar—. Su poca trascendencia lo hace irrelevante para mí, soy incapaz de mantenerlo en mi cabeza, lo lamento si eso te decepciona.
—Usted piensa en maneras de castigarme, princesa, yo en formas de que no pueda sacar mi nombre de su cabeza.
—No gastes tu energía en tan inútil fantasía —dijo Shaula con sus ojos fijos en el rostro de su dama, con deliberación ignorando el resto de la piel, que libremente se mostraba ante ella.
—Ninguna fantasía es inútil si la incluye a usted, alteza.
Shaula escuchó a medias, y entendió muy poco. Le preocupaba bajar la mirada aunque fuera por error. Pese a esforzarse por afrontar el cuerpo de su doncella con normalidad, era incapaz de perder el miedo a cometer un error. Tal vez se debía a que no quería incomodar a Isamar, ya que en Ara sí se consideraban los senos como una desnudez.
Solo echó un vistazo cuando los propios brazos de la doncella se cruzaron sobre su pecho, llevando la atención hacia ellos, apretujándolos mientras parecía querer en vano protegerse del frío.
—Debemos buscar con qué cubrirnos —decretó Shaula avanzando en el invernadero, huyendo a la imagen de Isamar desnuda.
Aunque buscaron por todo el lugar, solo encontraron una tela cubriendo una de las mesas para macetas, con el largo adecuado para para servirles de manta, pero era solo una.
—Tiene muy poco polvo, este lugar es limpiado con frecuencia —dijo la princesa sacudiendo la suerte de manta—. Espero corramos con la suerte de que escampe antes del anochecer. De lo contrario, esta será una noche helada.
Shaula —aunque sentía que estaba quitando su propio ojo para que otra persona, que además detestaba, pudiera ver—, se arropó con la manta y se sentó en la mesa, tendiendo el restante a Isamar para que también se cubriera.
Pasaron así en un silencio tenso que se prolongó por horas hasta alcanzar la incomodidad, cuando el frío las tuvo tiritando a ambas.
Shaula pensó en tomarse el cristal del que le había hablado su padre para salir por la noche, pero no quería revelar el secreto a Isamar, ni mucho menos — pesar de sus instantes de vileza— quería dejarla sufrir sola en esa velada tan fría.
—Si no hacemos algo, una de nosotras quedará como la figura del cisne en el jardín —dijo Isamar.
—¿Tienes una solución al respecto, o tu única utilidad es señalar lo evidente con comentarios insufribles?
—Nuestros cuerpos son calientes, si nos pegamos más la una a la otra...
—Estoy lo suficientemente cerca de ti como para preferir estar afuera en la tormenta.
—Propuso quitarnos la ropa para no resfriarnos, y no puede ver que pasar la noche así nos podría matar.
—No exageres, solo será tortuoso.
—¿Y es usted masoquista, alteza?
—Al parecer, pues sigo tolerándote.
—Será como un abrazo, ¿cuál es el problema?
—¿Parezco una persona que disfrute de ser abrazada?
—De hecho, no. Parece el tipo de monarca que prohibiría en todo su reino dichas muestras de afecto —bromeó Isamar, logrando que Shaula entornara los ojos amenazante.
—¿Eso fue un chiste, Merak?
—Sus ojos se rieron.
—Mis ojos no saben reír.
—Miente, y difama la versatilidad de su mirada.
Shaula asintió.
—Mis ojos saben reír, pero no contigo.
—¿Y qué quieren sus ojos conmigo, alteza?
Shaula frunció el ceño, aguantando la mirada de Isamar que parecía insinuar mucho más de lo que decía su pregunta.
La princesa archivó esa mirada, para desglosarla luego en sus recuerdos e intentar darle un significado, y se acostó sobre la mesa invitando a Isamar a hacer lo mismo a su lado.
—¿Quiere que la abrace, o ser usted quien me abrace a mí? —preguntó la doncella, tan perdida como la princesa en esa situación.
—Está mejor enfocado si preguntas si quiero ser quien te dé la espalda, o viceversa.
—También podemos acercarnos de frente.
Shaula arqueó una ceja en un gesto altanero que le recordaba a Isamar Merak su posición
—Prefiero darte la espalda.
Y así fue. Lentamente, Shaula se volteó y permitió el cuerpo de Isamar contra el suyo. Dejó que la rodeara con sus brazos, a pesar de que estos le recordaban un baño del que terminó huyendo al desconocer las reacciones de su cuerpo; y un desvelo en el que la princesa acabó sin ropa encima de la pierna de Isamar.
Sobre esa mesa, estaban ambas desnudas por primera vez. Shaula nunca había visto a su dama en ese estado, y de pronto tenía sus senos helados contra su espalda, tan cerca que podía sentir los pezones erectos.
Los glúteos de la princesa encajaban entre el vientre de Isamar, sus piernas casi enlazándose.
Isamar hizo el cabello de la princesa a un lado, y se acercó a su oído para murmurarle:
—Debe admitir que se está más cálido así.
Shaula casi se arqueó, lastimada por corrientes de nervios que la arrasaron, producto de la voz de Isamar tan cerca de su oído. Asimismo, sus vellos permanecieron erectos mientras la doncella seguía respirándole ahí.
Los nudillos de Isamar recorrieron el brazo desnudo de Shaula, como celebrando la presencia de sus vellos.
—Esta vez no hizo falta la poesía para erizarla.
Shaula contuvo el aliento, no solo por la rabia que sentía hacia sí misma al haber dejado que su cuerpo la humillara de ese modo, sino por el absoluto horror que la envolvió al sentir la humedad que corría de su entrepierna. Temía que, de seguir mojándose así, Isamar lo advertiría.
—¿Me pondré así cada vez que él vaya a usarme? —le había preguntado Shaula a su dama esa noche al respecto de los fluidos entre sus piernas.
—No, por desgracia. Se pondrá así siempre que desee que alguien... "la use".
Pero eso no tenía sentido, porque en esa oportunidad Shaula estaba sola con Isamar, y esos fluidos se estaban acumulando entre sus piernas aunque solo estaban abrazadas. Y Shaula no podía desear que la "usara" alguien que no fuese un hombre, era como pretender de la luna el calor que debe dar el sol.
—Sus senos son un total objetivo de envidia, princesa.
Shaula miró a Isamar de golpe, recibiendo esas palabras como una bofetada.
—¿Me estás mirando, Merak?
—Todos en el reino la miran, alteza, yo solo aprovecho el privilegio de ser quien lo haga con menos ropa.
—¡Isamar! —Shaula quedó sentada, cubriéndose con la manta su pecho.
—Veo que mi nombre va y viene, ¿no?
—No es propio de tu cultura que observes mi cuerpo.
—Mi cultura es, desde que soy su dama, el servicio a mi princesa. Mi cultura consiste en poder mirarla mientras la desvisto, sin pensar en absolutamente nada. Mi cultura es bañarla, acostarla, acomodar la tela sobre su cuerpo y cepillar su cabello sin expresar nada al respecto. Si en algo no he correspondido a mi cultura no ha sido al observar su cuerpo, sino en tener pensamientos al respecto.
—¿Qué pensamientos?
—Pensamientos como el que acabo de expresarle... —Isamar acercó la mano al pecho de la princesa y alejó la manta lentamente, desvelando los senos que tantas veces había observado, al parecer sin cansarse de ello—. Envidia. Admiración. Lo que siente toda mujer cuando la vea, sin duda.
Shaula sonrió casi aliviada con esas palabras, a la vez que una incomprensible sensación de vacío se asentaba en su estómago.
—La envidia es un pecado, Isamar Merak —le recordó Shaula fingiendo la voz de quienes predicaban en el templo, acarreando así una risita de su dama.
—En ese caso, usted ha hecho de mí una pecadora, alteza.
Esas palabras dolieron detrás de la risa que Shaula forzó ante ellas, pues, en el fondo, ella también había pecado, aunque de formas distintas que no quería asumir.
—Princesa...
—¿Sí?
—Entiendo por su lenguaje no verbal que no quiere hablar de aquella noche, pero yo la tengo muy presente. Recuerdo su preocupación con el asunto del matrimonio, y lo recordé con todavía más viveza al ver su reacción al relato de la luna de miel de lady Dubeh. Y quiero que sepa que no está sola, y que entiendo por qué hizo... hicimos, lo de esa noche. No le tema al dolor físico o a sangrar, eso puede evitarlo con la práctica. No puedo ayudarla con la secuela emocional, pero espero que... al menos se encuentre a sí misma en esas prácticas, aunque yo ya no vaya a ayudarle.
—No creo poder empezar esas "prácticas" por mi cuenta.
—Puede, se lo aseguro. —Isamar desvió su rostro mientras mordía su labio, como si sopesara una idea con la que debía ser cautelosa—. Le dejaré un libro en su habitación. Sé que está muy ocupada la mayor parte del tiempo, así que le sugiero que vaya directo al capítulo treinta y tres. El resto lo entenderá entonces.
—¿Un libro? ¿Qué libro?
—¡¿Princesa, es usted?!
—Por todos los sirios de Áragog... —Maldijo la princesa mientras bajaba de la mesa ante la voz que se aproximaba hacia ellas.
Se acomodaron la manta para cubrir bien sus cuerpos e intentaron separarse la una de la otra lo más posible para cuando el guardia las alcanzó; sin embargo, Shaula no pudo deshacerse de la sensación de culpa, como si hubiese sido descubierta haciendo algo malo.
En su paranoico nerviosismo, hasta se sintió expuesta a juicio. Interpretó la mirada de Sir Lencio como si esta no viera una dama y una princesa que se refugiaban de la tormenta y se cubrían del frío, sino dos... ¿Dos, qué? ¿Existía siquiera un nombre para el tipo de desviación que sugerían los ojos del guardia?
Por suerte para la princesa, aquel guardia se debía a ella, a su servicio e integridad. Así que recobró la compostura y se aseguró de que en su rostro no quedara cabida a que sir Lencio creyera tener poder sobre ella.
—¿Sucede algo, sir?
—La estuvimos buscando por todo el castillo...
—Y se han tardado, pero lo exoneraré por el alivio que siento. La idea de pasar una noche expuesta a esta tormenta helada no me es en lo absoluto apetecible.
Sir Lencio asintió y le tendió cobijas nuevas a cada una mientras silbaba para atraer al resto de los guardias.
—Gracias por su consideración, princesa. Y qué alivio para mí haberla encontrado. Su padre espera verla.
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Nota:
Un capítulo largo que amé creer, escena por escena, diálogo a diálogo, me voy enamorando más de esta historia, sus personajes y su universo. Gracias por permitirme expandir el reino de Áragog para ustedes, espero les esté gustando.
Cuéntenme todo lo que piensan de Isamar y Shaula. ¿Les gustan sus interacciones? ¿Sienten la tensión? ¿Quieren más de ellas?
¿Qué les parece la situación de las esposas en este reino?
¿Qué piensan hasta ahora de las vendidas?
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