24: Morir con una sonrisa

La tarde de ensayo se había alargado tanto que, para hacerla más llevadera, a lady Merak se le ocurrió una idea a la que nadie refutó: agregar alcohol a la próxima ronda de té.

No le dijo a nadie que el alcohol y ella se conocían de antes. Jamás mencionó cómo cada taza de té adulterada en su vida, había sido a la vez su única compañía, la manera de sedar sus instintos, y reforzar su coraje, para enfrentar un día detrás de otro, en medio de la vorágine de horas eternas que representaban su matrimonio.

Shaula no estuvo de acuerdo en lo absoluto, pero jamás manifestó su negativa para evitar mostrarse como una princesa inflexible o una anfitriona aguafiestas.

Por su parte, evitó probar el té, como protesta silenciosa al plan de, la siempre irreverente, Isamar.

Algunas cosas jamás cambiaban, pensó, al igual que ella estaba usando el perfume con su nombre, e Isa seguía oliendo a melocotones.

—Hermana, ese tal vez deberías tomar menos de esos tés —dijo Megrez, la hermanita de Isamar—. Son demasiados grados de alcohol, y mañana no querrás levantarte para la cacería.

—Su hermana no parece tener oídos para ninguna voz inclinada a la razón —murmuró la princesa, reemplazando la bebida por una cantidad abundante y consecutiva de galletas.

Las demás mujeres a la mesa estuvieron de acuerdo, en cambio, Isamar simplemente alzó sus ojos, entornados cual flecha que apunta a su objetivo, mientras mostraba lo poco que le importaba la opinión ajena bebiendo más de su té.

«Dejen que beba cuánto quiera», quiso decir Shaula. Sencillamente, por muy herida que estuviera, no toleraba que absolutamente nadie se interpusiera en los deseos de su Isa, salvo ella misma.

—¿Nerviosa por su presentación en sociedad? —curioseó una de las madrinas a la mesa.

—¿O emocionada? —preguntó la Merak pequeña con ilusión.

—Honrada —contestó Shaula con la templanza de una mujer de fe—. Estoy más cerca de cumplir mi propósito como hija de Ara, y no podría sentirme más bendecida por ello.

Isamar puso los ojos en blanco mientras todas la ignoraban, y se robó el té de su hermanita para bebérselo de un trago.

—Pero dígame usted, mi lady. —Se obligó a preguntar Shaula de vuelta. Tal vez, de ese modo no se concentraría del todo en cada parpadeo de la mujer despeinada en la mesa—. ¿Qué tal su vida de casada?

—Fructífera, ya casi estoy cerca de quedar encinta.

—¿Casi está cerca?

—He empezado a intercalar rezos en mis intentos.

Shaula asintió solemnemente.

—Rece con fuerza.

Isamar reprimió una risa, llamando la atención de todas, que la miraron entre extrañadas y ofendidas.

—¿Y usted, lady Merak? —contraatacó la dama ofendida—. Su vida de casada ha de ser más fructífera que la de ninguna de nosotras, si se cree con el derecho a juzgarnos.

—Más fructífera que un jardín de piedras —respondió esta—. Me ha descubierto.

—¿Está siendo sarcástica?

—No, está siendo Isamar —intervino la princesa—. No tome personal su comportamiento.

—Pero, ¿ustedes se conocen?

—Íntimamente —respondió lady Isamar Merak.

—Ni siquiera cerca —discutió Shaula con su mirada entornada hacia Isamar—. Lady Merak fue mi doncella un par de años, e hizo un terrible trabajo.

—Mis recuerdos no se alinean a sus comentarios.

Ese debate algo encendió en Shaula. Un deseo por castigar, y por ser cuestionada. La emoción de un reto, y la impotencia de un desafío. Era, en esencia, lo que se sentía todo diálogo con Isamar.

—Oh, lo lamento —se disculpó la princesa juntando sus manos a modo de rezo—. Quise decir que eras casi tan responsable como fuiste hoy de puntual.

—Tal vez no fui responsable, pero hábil sin duda —debatió la dama alzando una ceja. Fugaz, un gesto desapercibido para quien no observara con suficiente atención—. Al menos en el tiempo que estuve a su servicio, nadie la desvestía tan rápido como yo.

El rostro se Shaula ardió, contagiándose de un rojo que iba desde su frente a su cuello. Su mirada eran dos aguijones preparados para inducir un asesinato.

—¿Usted cuenta eso como una cualidad? —intervino una de las madrinas, visiblemente confundida por lo que presumía la ex doncella.

—Es lo que sucede cuando se carece de cualidades, que solo se puede presumir de lo poco —dijo Shaula, sorprendiendo a todas con la despiadada lengua que había tenido tan bien guardada.

—¿Usted cree? —inquirió Isamar con cinismo—. Porque, aunque no niego carecer de cualidades, estoy segura de que tengo mucho de qué presumir.

—Como su marido —intervino la hermana menor, Megrez Merak, haciendo que el rostro de Isamar mutara a una expresión de desagrado puro.

—Ese hombre debería agradecer cada segundo que respira la suerte que tiene de haberme amarrado a tiempo.

Tentada estuvo Shaula a confirmar, pero estaba demasiado ocupada fijándose en cómo Isamar se mordía la boca. Si se escarbaba en ese gesto, podía adivinarse la ira detrás.

¿Qué te ha hecho, Isa?

Pero descartó la pregunta, al igual que la cascada de sentimientos que venían detrás de esta.

—Y ya que estamos, que se haga una citología mental o algo parecido, porque muy bien de la cabeza dudo que esté —se quejó Isamar. Shaula estuvo a nada de sucumbir a una risa sin ensayar. Por suerte, se contuvo a tiempo.

Lo importante no fue parar, lo insólito fue sentir el impulso. Con una mano sobre el cubrebocas para disimular el cosquilleo en sus comisuras, Shaula pensó que no estaba dañada: podía reír, solo no lo había recordado hasta ese momento.

Al Isamar descubrir a Shaula mirando, alzó una de sus cejas y le dijo:

—¿No va a aceptar la invitación? —cuestionó señalando con la cabeza las tazas de té.

—No bebo, lady Merak. Pero le agradezco la oferta.

—¿Desde cuándo no bebe? ¿Teme que un par de tragos la hagan escalar algún balcón?

Un golpe, certero a su corazón, que se expandió por toda su piel erizándola. La última vez que Shaula había bebido sin mesura, efectivamente acabó escalando un balcón: el de su Isa.

—Ya no cometo esa clase de imprudencias.

—¿Ahora a qué dedica su vida?

«A extrañarte a ti».

Pero no lo dijo. Ya no diría nada como eso nunca.

La Shaula enamorada seguía existiendo, sí, pero ya no imperaba.

Así que ignoró rotundamente a Isamar, haciendo que por consiguiente las demás olvidaran su presencia.

—Y, princesa, ¿a qué tipo de hombre sueña entregarle su corazón? —siguió preguntando otra de las madrinas.

Shaula sonrió con una añoranza que contagiaba de paz el aire, aunque ella por dentro destilaba un cinismo que se había vuelto experta en disimular.

—Ya no tengo un corazón qué entregar, mi lady.

—Todos tenemos un corazón, princesa —se rio inocentemente la aludida—. En especial usted, que es tan pura, mansa y espiritual. Debe tener el corazón más intenso de todos, de valor inestimable.

Aunque era la oportunidad adecuada para la modestia y la humildad, aceptando el halago diciendo no creer merecerlo, una mirada de soslayo hacia Isamar persuadió a Shaula.

Lady libros estaba recostada de su silla, en el círculo de damas, pero sin pertenecer, más inclinada a salir huyendo que siendo parte de la conversación; sus labios, acariciaban el borde de la taza vacía, esperando la siguiente ronda para beber, mientras sus ojos se perdían en pensamientos muy lejos del alcance de todas.

—Una vez tuve algo parecido a eso —reconoció la princesa escorpión.

—¿Y qué sucedió?

—Me lo arrancaron del pecho.

Mientras las demás le daban sus condolencias desinformadas, Isamar suspiró, casi un bufido de cansancio. Entonces puso sus codos en la mesa, y se inclinó más cerca de la soberana.

—En ese caso, princesa, se equivoca usted. Sí tiene un corazón, solo que no a su lado.

—Tal vez —reconoció la princesa—. Pero si ya no me pertenece, no es algo que pueda obsequiar.

—Mejor así. A veces, quien roba un corazón es mejor cuidándolo que aquellos suertudos que solo esperan a que se los obsequien.

—¿Quién, alteza? —interrumpió la menor de las Merak, envuelta por completo en la trágica historia de amor de la princesa.

—Un zapatero piojoso —contestó Shaula y, para cuando se permitió husmear de reojo hacia Isamar, esta todavía luchaba contra sus labios, para que se desprendieran de esa sonrisa.


En la residencia donde se quedaría Shaula con las madrinas solo había un baño, y ya había alguien haciendo uso de este. Mala suerte para las odiosas hijas de Ara, Shaula e Isamar, que no podían evitarse en paz, sino que debían esperar cada una junto a la otra a que el baño fuera desocupado.

Isamar y Shaula pasaron los primeros segundos evitándose, el habla y sus miradas en igual medida, hasta que el momento se tornó tan pesado de cargar por su incomodidad, que Isamar terminó diciendo:

—Bueno... —Carraspeó, sus ojos brillosos por el alcohol, su voz pausada para no decir ni una sola palabra sin antes pensarla—. ¿Cómo ha estado, princesa?

—¿Te refieres a luego de ser enjuiciada, condenada, internada, envenenada y operada por un amor que sentí yo sola? Pues, he estado de mil maravillas, Merak. Le agradezco su interés.

Isamar empezó a golpear el piso con su tacón, impaciente, intranquila, huyendo de la responsabilidad de enfrentarse a la mirada del escorpión en el pasillo.

—Estoy algo ebria para responder a eso.

—No amerito tu respuesta —espetó Shaula. Luego, aclaró su garganta, consciente de que estaba dejando entrever sus emociones a leguas—. Hay cosas que es mejor callar toda una vida. Fue lo que yo debí hacer.

—Shaula...

Isamar la miró, en apariencia al borde del vómito; pero ni siquiera tenía el atisbo de una arcada: eran los sentimientos reprimidos los que envenenaban su tez.

La mujer que estaba en el baño salió, interrumpiendo el momento. Se quedó esperando a ver quién sería la siguiente para hacer compañía a la que quedara sola, pero al notar la tensión asesina entre la princesa y lady Merak, y darse cuenta de que ninguna pretendía bajar las armas, prefirió despejar el pasillo.

—Nunca he sabido manejar el silencio, y usted lo sabe. Pero hay sentimientos que... independientemente de si es lo mejor o no, te ves en la obligación de suprimirlos.

Shaula la miró. Desbordaba tanto cinismo como dolor reprimía.

—Lo entiendo tanto, Isamar, que te sugiero suprimas esos que te hacen hablarme.

Entonces, Shaula entró al baño. Y no volvió a salir en un rato. Necesitaba llorar, y luego hacer parecer su rostro como el de una monarca que no conoce de lágrimas.

Por otro lado, Isamar... Ella se deslizó en el pasillo, dejándose caer derrotada al suelo.

Había vendido su propiedad en Antlia, y gastado hasta el últomo de sus ahorros como enfermera, solo por tener el capital para ser patrocinante y madrina de la presentación de Shaula Scorp Nashira. Solo por verla, solo por escucharla, por ponerse frente a ella y dejarse apuñalar el corazón.

Y había valido cada anillo invertido. Porque muerta ya estaba, ser rematada por su princesa era sencillamente un honor.

Nota:

Este es el verdadero: se sufre pero se goza. Prefiero sufrir con ellas juntas a leerlas separadas. Pero bueno, ustedes díganme qué opinan de la relación de Isamar y Shaula.

Pd: estoy enferma, eso me ha retrasado con el maratón, pero pasé a dejar este capítulo porque se los debía. No se me olviden de comentar si quieren más ♡

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