23: Miradas de envidia


Según la mitología áraga, Baham se revela contra las estrellas de su constelación. Luchando por su propio espacio en el cielo, dotó de su poder otras estrellas menores y desdichadas al hacerlas brillar con fuerza bajo su nombre. Al usurpar lo que era suyo por derecho, construyó su propia constelación. La serpiente alada.

Para los astrólogos, esa historia es un mito para niños; pero, para los creyentes, se creó una profecía. La profecía de una guerrera que hará en la tierra lo que Baham hizo en los cielos. Una guerrera reconocida por el símbolo de la serpiente alada.

Shaula usaba sus brazaletes de la serpiente de Baham. Sentada a la izquierda de su padre en el salón del trono, lo escuchaba gobernar mientras esperaba el regreso de la preparadora al castillo.

No se había sentido tan ansiosa de ver a una preparadora jamás. Lady Briane, luego de su terrible accidente, había intentado renunciar a su labor. Pero Shaula en persona fue a visitarla en medio de su recuperación, y le rogó regresar al servicio.

Es bueno tener a los amigos cerca, y a los buenos amigos todavía más cerca. La princesa escorpión tenía esa corazonada extraña de que lady Briane acabaría por convertirse en lo segundo.

Y, de no ser así, siempre podía arreglarlo todo con una calurosa conversación.

—Esta tarde llegan las madrinas —le informó Lesath a su hija en tanto tuvieron un instante de receso de las peticiones.

—¿Madrinas, padre?

—Para tu baile de presentación.

Shaula había postergado su presentación en sociedad más que ninguna otra princesa viva. Ya oía murmurar a las personas en los pasillos, que su presentación terminaría haciéndola vestida de momia. Según los ideales de la sociedad de Ara, Shaula estaba un pie más cerca de la tumba y un par de años menos fértil, lo cual le restaba valor a la hora de negociar un matrimonio.

—Creo que no me siento preparada todavía, padre —comentó la princesa con un semblante que transparentaba una genuina preocupación.

—¿Preparada para qué, Shaula, para bailar? —inquirió su padre en ese tono característico suyo, que era el equivalente a decir «a mí no me engañas».

—Es que... Sigo teniendo pesadillas con el incendio, no creo poder manejar tanta gente en un evento social de tal magnitud.

—Shaula Scorp, yo prácticamente te parí.

La princesa suspiró, derrotada.

—¿Y quiénes son esas madrinas, padre?

—Mujeres casadas cuyos esposos patrocinan el evento.

—¿A cambio de...?

—De que hagas pasar un buen rato a sus esposas, preferiblemente si las haces tus amigas y les subes el estatus. Eso por una parte, pero inferior a la otra, pues esperan que consideres a sus hermanos y cuñados luego de tener al menos un baile con cada uno.

—Considéralos considerados —bromeó Shaula, sabiendo que ni siquiera se iba a molestar en intentarlo.

Y su padre lo sabía, con esa nueva mirada lo dejaba claro.

Shaula reprimió una sonrisa para ocultar su travesura. Desde que se enteró de que su madre estaba con vida, había sentido una especie de liberación interna que se reflejaba en su postura diaria. Ya no estaba obligada moralmente a odiar a su padre.

—¿Cuánto debo entretener a esas madrinas, padre?

—No demasiado. Tienes preparada una tarde de ensayo y té para hoy, y has de hospedarte con ellas y tu preparadora.

»Solo esta noche —aclaró Lesath al ver la expresión aguerrida de su hija—. Sin embargo, no puedes zafarte del día de mañana. Cacería temprano, baile en la noche.

—Al menos no es demasiado —ironizó ella—. ¿No había un compromiso más disponible? Si se esfuerza, padre, seguro consigue reservar un teatro para las horas que faltan.

Lesath ni se molestó en responder. En ese instante, los guardias personales de Shaula escoltaron a lady Briane hasta la entrada del salón. La misma de siempre, solo que con el cabello al ras de la cabeza, lentes oscuros que ocultaban sus ojos de vidrio, y vendas en absolutamente todo el cuerpo, disimuladas con la ropa que la cubría desde la pantorrilla hasta el cuello.

A parte de ahí, la mujer empezó a avanzar por su cuenta contando los pasos que daba, y ayudándose de un bastón para prevenir obstáculos.

—Bienvenida de vuelta, lady Briane —saludó Lestah en su faceta de rey benevolente, pero igualmente inalcanzable—. Quiero que sepa que la Corona empatiza con su situación. El baile de presentación de mi hija será realizado con el fin de recaudar fondos para la reconstrucción del templo, y para ayudar a las víctimas de aquel terrible incendio.

—Le agradezco, majestad...

—A mí no, lady Briane. Agradezca a la princesa, que es quien ha insistido.

—Agradecida estoy con Shaula Scorp, y con Ara, que le permitió sobrevivir ilesa de aquella pesadilla. Es un honor para mí que se me permita servirle todavía.

Shaula sonrió, una mano sobre su corazón.

—Se ha cumplido la voluntad de Ara, y solo en su sabiduría quedan las razones de por qué ha permitido que ese evento ocurriera.

Su padre asintió con orgullo a su hija, y se levantó, dejándola sola con su preparadora para ir a cumplir sus responsabilidades.

A Shaula se le indicó que debía ir a reunirse con las madrinas de su presentación, pero acompañada por lady Briane. Sin embargo, a mitad de camino se detuvo y dijo:

—Sir Aztor, sir Lencio. Hasta aquí pueden acompañarme. Lady Briane se siente muy mal como para seguir su camino a partir de este punto, y no es justo que se esfuerce de más por vigilarme en un evento de tan poca importancia como un ensayo, ¿o sí?

Lady Briane dio una sonrisa como única respuesta.

—Decidido esto, por favor lleven a lady Briane a la enfermería y asegúrense de que la atiendan muy bien. Para estar seguros, que la internen esta noche.

«Ríe ahora», le había murmurado lady Briane a Shaula durante su juicio.

Y ahora, ¿quién está riendo?

Para ser una tarde recién iniciada, las nubes alfombraban el suelo creando un ambiente de frialdad total.

Desde que Shaula regresó del internado en la frontera de Baham, se había convertido en todo un ejemplo de princesa. Imperturbable, atenta, bondadosa y recta en cada uno de los lineamientos. No flaqueaba en ni uno de sus modales, no desobedecía ni una norma. Era admirada por todos, el estándar de la perfección como mujer.

Una hora llevaba ya atendiendo a las catorce madrinas de todas las edades que habían acudido al ensayo. En ese momento, el té ya se había terminado, y llevaban tanto rato en espera que habían empezado a abrir los presentes que llevaron a la princesa.

A esas alturas, Shaula, todavía paciente, reconoció que no podía seguir retrasando el ensayo por esperar a la madrina número quince.

—Mis ladies, el baile es ya mañana y me temo que, si seguimos esperando para ensayar, no estaremos a la altura de las expectativas.

—Entendemos, alteza —dijo una de ellas, la menor. A Shaula le parecía que tenía, como máximo, diecisiete años. Lo cual era sorprendente, porque no solo estaba casada, sino que ya había hablado sobre el hijo que había dejado con su esposo—. Pero le pido que por favor espere, la madrina que falta es mi hermana y...

Unos pasos transgredieron el orden. Alguien atravesaba la puerta casi de golpe. La responsable, aunque agitada, intentó enmendar su abrupta aparición juntando sus manos a modo de rezo en un saludo a la soberana.

Shaula asumió que había estado mirando el mundo en escalas de grises, al momento en que la vio llegar a ella al salón de ensayo.

—Me disculpo por mi indisciplina. No pretendía llegar tarde —dijo la recién llegada, inclinándose en una pronunciada reverencia hacia la princesa.

Se trataba de lady Isamar Merak, tan postrada en su reverencia que deshonrosamente cometía el descuido de mostrar demasiado de su escote.

Imperfecta, con el cabello en un moño desaliñado con mechones sueltos y húmedos por el sudor. Transpiraba levemente, con su pecho agitado por la prisa con la que había corrido hasta el salón. Su ropa era de buena calidad pero sin lujosos apliques; simplona, con manchas de barro en los ruedos.

Era el ejemplo idóneo para denominar un desastre, la combinación exacta para avergonzar a un hombre; sin embargo, también parecía la receta para reanimar el pulso moribundo de una princesa en coma.

Al ver que la anfitriona no le respondía, lady Merak, todavía en su reverencia, alzó nada más que sus ojos hacia ella.

—Hubo una emergencia médica a unas cuadras de aquí. Pedí a mi carruaje que se detuviera para ayudar, y luego tuve que venir corriendo sola...

—Levántese —dictó la princesa Scorp—. Y retírese.

Lady Merak se enderezó, apartando los mechones húmedos de su rostro.

—Princesa Scorp, creo que no me ha escuchado bien...

—La escuché perfectamente, Merak. No tolero excusas. Insulta el nombre de mi casa al presentarse en mi presencia en este estado y con tal retraso.

Lady Merak intentó reír, sofocada e irónica.

—Me parece que debe reconsiderar lo que dice.

Todas notaron, aunque sin interponer ni una palabra, que por alguna razón insólita la princesa miraba a Isamar Merak con atisbos de envidia.

—No comprendo —dijo Shaula, luchando contra la connotación negativa en su voz—, por qué he de reconsiderar nada.

—Es solo una sugerencia. Y lo reitero. Tal vez, no debería echar sin consideración a la esposa del hombre que patrocina la mitad de su evento.

Shaula encajó el golpe en su mandíbula, soportándolo a duras penas, pero sin evitar que se notara el efecto. La ira, aunque aplacada; el fuego de la impotencia, y la hiel que surge de una humillación semejante.

Si dependiera de la princesa, cancelaría el evento con todo regocijo. Pero no dependía de ella, como la mayoría de decisiones en su vida.

«Gracias por recordarme que el amor de mi vida ya tiene un amor para su vida, y no soy yo».

Ni siquiera le respondió a Merak, sencillamente, le dio la espalda, dando por hecho que esta entendería su victoria.

Isamar entró de mala gana, acribillando a cada una de las esposas en el evento con su mirada inaccesible. No estaba ahí para ser juzgada por su aspecto o puntualidad, ni para hacer más amigas. En su interpretación, ella no encajaba con las demás porque, según sus prejuicios, cada una de ellas se había casado por amor, a excepción de su hermana menor, a la que fue a abrazar.

—¿Ya podemos iniciar, alteza? —preguntó una de las madrinas.

Ella abrió la boca para responder, pero un carraspeo a su espalda la persuadió.

Isamar, que a regañadientes le tendía su obsequio envuelto en papel de regalo.

Shaula lo miró un buen rato sin expresión en el rostro. Al final, se rehusó a tocarlo.

—Déjelo con los demás.

La aludida puso sus ojos en blanco, pero igualmente obedeció.

Shaula dio un discurso explicativo sobre lo que sería el baile en general. Los pasos y posiciones básicas, el tipo de música, el compás que había que contabilizar, y la utilería que se emplearía.

Isamar la escuchaba pegada a la pared con los codos en el alfeizar y su pose digna de ser criticada, típica de una dama irreverente. No por ello prestaba menos atención. No se perdía ni una palabra salida de esos labios cubiertos por el velo semitransparente.

Shaula les sonrió a todas, animándolas con palabras amables y asegurando la mejor actitud para iniciar el ensayo.

Para iniciar, les pidió a todas tomar la cinta de su preferencia dentro de la cesta.

Así que todas se reunieron a buscar, las manos revueltas en la cesta, rozándose inevitablemente, lo que a Shaula le pasó en todo momento inadvertido.

Hasta que un tacto, inconfundible en su efecto, hizo que el cuerpo de Shaula sufriera el dolor de una corriente eléctrica que reanimó su pecho, recordándole lo que se sentía estar con vida.

Quedó paralizada con esos dedos, cálidos y suaves, sobre su mano. Entonces alzó la mirada, y fue como si el reino cósmico detuviera el paso tiempo, solo para que Isamar y Shaula pudieran mirarse libremente.

«Te he extrañado con cada fibra de mi ser», sintió Shaula, muriendo por pronunciar esas palabras a voz en grito.

Los ojos de Isamar, igualmente brillaban con una respuesta que no necesitaba ningún traductor.

Shaula la soltó, obligándose a mirar a otro lado y escoger rápidamente una cinta al azar.

El ensayo prosiguió como se había previsto. Las madrinas lo hacían de la mejor manera y con la mejor actitud, pese a la diferencia de edades y tamaños, entre todas hacían una buena sinergia. Shaula estaba orgullosa de ellas y lo sencillo que se hacía dirigirlas. Descubrió que, en realidad, no podía quejarse de esa parte en particular de su baile de presentación.

Lo que resentía era lo implícito: apenas fuera presentada en sociedad, iniciaría una cacería por su mano de la que prefería huir.

Estaba tan distraída en el ensayo, que no notó que era el turno de bailar con Isamar hasta que ya la tuvo al frente.

Sus miradas colosionaron, y el mundo parpadeó para contruirles la privacidad de un momento.

Sus labios... Los mismos que una vez consumió, segura de que iba a hartarse, y acabando en una adicción por la que seguía sufriendo de abstinencia.

Y sus ojos, tenían la mirada de quien está sobre el altar ante Ara, mirando al amor de su vida, sintiendo en el alma cada letra de la palabra «acepto» antes de al fin pronunciarla.

El corazón de Shaula, cobarde, pidió salir de su pecho. No estaba preparado para volver a enfrentarse a su dueña, no había entrenado para sobrevivir a ello.

Los ojos de Shaula se humedecieron, y en su garganta se formó un nudo implacable.

—¿Princesa...? —preguntó Isamar haciendo ademán de acercarse, pero deteniéndose, precavida y preocupada.

Era Isamar. Su Isa, su lady libros. Su primera vez real en todo. Estaba ahí, era real. Existía, y no solo en sus mejores sueños.

No era lo suficientemente fuerte, no para bailar con Isamar, luego dejarla ir, y seguir viviendo después de eso.

Inflexible, le dijo:

—No bailaré con usted, Merak. Mi lugar que lo tome su hermana.

Lady Merak se inclinó, aceptando el rechazo con una pronunciada reverencia.

—Yo estoy para servirle.

Nota:

Volvió la mujer de mi mujer, y se viene mucho salseo, y mucho amor. Espero lo disfruten. Y, por fa, no se olviden de comentar. ¡Gracias por todos los comentarios en el capítulo pasado!

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