22: Sin tiempo para heroísmo

Orión estaba formando en la fila correspondiente para el pago de impuestos en su sector de Ara.

Su distracción era tal que su entorno había dejado de existir hacía un rato.

No era felicidad lo que opacaba su atención. Era algo distinto, algo más intenso, feroz, tan volátil como la posibilidad de un estado superior a la paz. Acababa de descubrir que ni siquiera conocía su alma, y que al encontrarla recibiría poder de las estrellas con el que haría cosas inimaginables. 

Ese descubrimiento tenía sus venas latiendo en una anticipación casi nociva.

Solo tenía que esperar al anochecer, y descubriría si...

¿Qué estaba sucediendo delante de él?

Las personas habían empezado a aglomerarse saliéndose incluso de la formación.

El bullicio aumentaba mientras Orión intentaba abrirse paso para llegar al epicentro del alboroto. Al parecer se trataba de una discusión, pero, ¿cuál era el motivo?

Al llegar mucho más cerca del inicio de la formación, Orión entendió de qué se trataba.

Una mujer estaba siendo zarandeada por un guardia que no soltaba su brazo a pesar del bebé que cargaba llorando en el otro.

Al fijarse más detenidamente, Orión reconoció a la mujer como una vecina de su calle. Había sido de la nobleza alguna vez, pero su padre la ofreció en matrimonio a un hombre de baja alcurnia haciéndola perder su posición. En consecuencia, todas sus hijas habían sido vendidas nada más nacer. El bebé en su brazo era el único hijo que conservaba, al ser el primer hombre que concebía.

Orión recordó también que su marido la había abandonado no hacía mucho por una amante más joven, dejando a su suerte el cuidado propio y la supervivencia del hijo en común.

¡¿La estaban maltratando de ese modo por no poder pagar los impuestos?! Porque si así era...

«No», se retuvo Orión. «No puedes ser un héroe hoy y un retenido mañana. No le sirves al reino entre rejas».

Y sin embargo, no podía dejar de ver cómo maltrataban a esa pobre mujer.

Se sintió algo más aliviado al ver que la mano del rey, lord Zeta Circinus, se acercaba a la escena. Era la voz de la razón, el de mayor rango. Su palabra pondría fin a tan desafortunada situación.

—¿Qué es lo que sucede aquí?

—Mi lord —saludó uno de los guardias, el capitán, según la armadura de un dorado reluciente —. Esta mujer dice que no tiene el pago completo de los impuestos, que ha tenido que comerse sus ahorros por motivo de abandono de su marido.

—¿Y ha pedido con anterioridad asilo a la monarquía de forma que estudiaran su caso? —indagó la mano del rey—. ¿Hay algún documento que corrobore su historia y la declare como indigente?

—No soy ninguna indigente, mi lord —interrumpió la mujer soltándose como pudo del agarre de los guardias y cargando mejor a su bebé—. Trabajo, hago todo lo posible por mantener mi casa y familia. Pero apenas me da para vivir. No puedo, simplemente no puedo, sacar el monto correspondiente para declarar sin que signifique dejar a mí o mi hijo sin comida. Solo le imploro algo de compasión...

—Los impuestos son una obligación, si se los dejamos pasar a usted, todos en esta fila dirán que han perdido una mascota o alguna estupidez semejante para excusarse de su deber para con el reino —explicó lord Zeta Circinus.

—No le pido que me exonere de mi responsabilidad, solo que me dé un plazo más largo para pagar cuánto debo. Tal vez, agregar cuotas mensuales que me sean más accesibles...

—Fue usted quien decidió trabajar, señora. Si cree tener la independencia para llevar un hogar como un hombre, pues hágalo al pie de la ley. Sino, ahórrese el bochorno y declárese indigente. A su hijo lo puede tirar en un orfanato si desea.

—¡Hey! —interrumpió Orión muy a su pesar. El calor de sus venas no le permitió contenerse, sus puños cerrados ya no aguantaban la inacción. Era tan injusto como desalmado el trato que le estaban dando a aquella mujer que en el pasado, cuando tan solo era un niño, tantas joyas fue a comprar a la tienda del padre de Orión.

Orión terminó de adelantarse y se interpuso entre el guardia bravucón y la mujer.

—Dejen a esta mujer ir en paz. Yo responderé por ella.

—¿Tienes contigo la cantidad de coronas correspondientes para pagar tus impuestos y los suyos?

—No en este momento —contestó Orión—, pero si me dejan ir a la joyería y volver...

Su padre lo mataría por robarle al joyero que les daba vivienda y empleo, pero ya lo pagaría con trabajo extra o una buena paliza. Nada que no valiera la pena por hacer que esa escena de terror acabara.

—No podemos permitir esto —cortó el capitán a Orión. La mano del rey ya ni estaba en el lugar de los hechos, como si el desenlace le fuera indiferente—. Si no es pariente directo o parte de la carga familiar de esta mujer, no tiene que intervenir en este asunto. Si ella no tiene la solvencia económica para pagar este año, no la tendrá el que sigue y estas escenas se repetirán, lo que no vamos a permitir y menos en presencia de la princesa Scorp.

—Pero, ¿qué más les da quién sirios pague? ¡Acepten el condenado dinero y dejen a esta mujer en paz! Hay otros en la fila esperando para pagar.

Orión, aunque se prometió que no lo haría, terminó acalorado en la discusión a tal punto en que, al ver que el guardia bravucón hacía ademán de volver a tomar a la mujer, se adelantó y lo agarró por el hombro. 

Sabía que había cruzado una línea muy grave cuando vio la mirada del guardia, pero ya no había marcha atrás. Tenía que afrontarlo como si no tuviera miedo alguno, porque aquella mujer lo estaba mirando con esperanza por primera vez.

—Como quieras, chico. Espero que sepas que agredir un oficial amerita encierro inmediato...

El hombre tomó a Orión por el brazo y dio un tirón, pero este se mantuvo firme, haciéndoselo difícil pero sin darle el gusto de agredirlo para que otros guardias intervinieran. Y en ese forcejeo, la gente de la fila, todos los vecinos que conocía y a los que ni siquiera recordaba, empezaron a gritar en su defensa.

—¡Quítale tus manos de encima!

—¡Nadie te agredió, payaso!

—¡Déjelo ir, es un buen chico!

—¡Es el hijo de un respetable joyero, imbécil, no lo trates así!

Por la mujer con un niño en brazos muchos habían alzado la voz, pero fue por la situación con el simple hijo de un joyero que el guardia pareció pensar que realmente se había excedido.

Mientras el capitán y el guardia bravucón se debatían entre qué hacer a continuación —y los demás soldados intentaban calmar el tumulto— sucedió algo único y casi mágico: la presencia de la princesa de Áragog.

Una especie de ser místico sin identificar; bordeada en tinta dorado, con la piel como el más cálido otoño. Ni el sol de Ara, siempre tan pálido y perezoso, tenía aquella presencia. Solo faltaba una corona, y no dejaría un solo ser humano que no deseara hincar sus rodillas ante ella.

Al menos eso pensó Orión al verla desfilar tan cerca del aire que estaba respirando.

—¿Puedo saber la razón de este escándalo? —preguntó la princesa con calma al capitán de la guardia.

—Esta mujer, su alteza. Pero ya está todo resuelto. Me presento, soy el capitán de esta guardia.

—¿Puedo conocer los detalles, sir?

—Que no puede pagar, y poco más. Estaba ya todo resuelto, cuando este muchacho ha reavivado la colmena. Pero no se preocupe. Ya estábamos por tomar una decisión.

—Pero si el problema es el dinero, la solución es realmente sencilla. No debió escalar a tanto...

La princesa llevó las manos a su nuca buscando el broche de su collar, cuando el capitán puso de una manera determinante, aunque apenas fuera en un roce, la mano sobre el codo de la princesa.

—Le aconsejo que no lo haga, si es lo que creo. Princesa.

—¿Me aconseja que no haga, qué? Mi collar vale lo que miles de estas deudas, puedo tranquilamente y de sobra cubrir el costo de los impuestos de esta mujer.

—Puede, alteza, pero no se lo permitiré.

Shaula se detuvo en seco. No demostraba mucho más que estar absolutamente convencida de haber entendido muy mal la situación.

—¿Me está diciendo que no va a dejarme intervenir?

—Me temo que no, alteza. Ya me estoy encargando yo —respondió el capitán, firme y sin titubeo.

Shaula alzó una de sus cejas.

—No creo que sepa hacia quién se está dirigiendo como para imponer tal prohibición.

—De hecho lo tengo muy claro —afirmó el hombre, firme y profesional en la postura de un guardia infranqueable—. Hablo con la princesa, lo mismo que un arreglo floral. En apariencia más exótico y llamativo, en esencia... igual de impráctico.

El remolino de emociones que inundó a Shaula tras ese comentario, creó una corriente ácida que escaló sus venas buscando estallar en reaccionas que tal vez lamentaría luego. Ella no era una adolescente rebelde, necesitaba demostrar la templanza de un verdadero diplomático, pero en esos primeros segundos tan turbulentos, guerreó para gobernarse a sí misma.

—Le sugiero que deje actuar a los que sabemos —remató el capitán tras el silencio de la linda princesa.

Shaula sonrió, aunque poco se notaba con la tela en sus labios, cruzó sus manos colmadas de anillos sobre su falda, y recurrió a toda la amabilidad que encontró dentro de sí para decir:

—Comprendo que usted sabe perfectamente de lo que habla, sir. Es su experticia personal la que opina, entiendo, ya que usted como soldado es un hermoso decorativo, pero en batalla ha hecho lo mismo que las estatuas de mi palacio.

—¿Cómo osa...?

Justo mientras el capitán hacía la exclamación, el revés de su guantelete cobraba impulso para posteriormente impactar en el rostro de la princesa. No había sido una bofetada, era un golpe en toda su crudeza. Rasgó el velo que cubría la boca de Shaula y partió su pómulo y labio hasta hacerla sangrar.

No tardaría en formarse un moratón escandaloso.

Aunque la escena le impactó y fascinó como a todos, Orión aprovechó la conmoción masiva que siguió para sacar a su vecina del alcance de los guardias y encaminarla a su hogar.

Mientras, el capitán de la guardia caía de rodillas bajo el peso de la comprensión. Lo que había hecho tenía un precio tan caro como su vida, y era recién cuando parecía considerarlo.

—Pérdoneme, alteza... Se lo imploro. Se lo imploro con mi vida... ¡Juro que yo no quería!

El hombre hizo ademán de aproximarse hacia la princesa, cuando su propia guardia se volvió hacia él desenfundando su armamento para impedírselo.

De inmediato llegó lord Zeta, la mano del rey, a tomar control del revuelo.

—Mi lord mano, no tenga en cuenta lo que he hecho. Ha sido un impulso... Su princesa me ha faltado al respeto, y cegado por mi orgullo he reaccionado como de costumbre, por un momento... simplemente... he actuado como haría contra cualquiera de mis soldados faltos de disciplina.

Lord Zeta bufó a su explicación, como si fuera absurdo el mero intento.

—Le ha dañado el rostro a la princesa de los escorpiones, sir, no hay excusa, temperamento u orgullo que justifique semejante crimen.

—Piedad, mi lord, de hombre a hombre. Al menos permítame llevar mi caso ante el rey...

—Oh, si el rey se enterase... —lord Zeta fingió un escalofrío—. Le prometo que mi tortura, previa a su ejecución, claro está, será piadosa en comparación. No pretendo que dure más de un par de días.

—¡¿Ejecución?! Acepto la tortura, acepto cualquier castigo... ¡Pero tenga piedad de mi vida, lord Circinus!

—Esto no es algo que simplemente puedas aceptar o rechazar, es lo que se impone dado el grado de su afrenta.

—Es la imposición de un lord de su grado y categoría, sin duda —interrumpió la princesa con una voz que destilaba templanza, mientras sostenía con delicadeza un pañuelo sobre su pómulo herido. Era como si, de haber habido algún mal humor por el golpe, simplemente se le hubiera evaporado—. Es usted implacable, lord mano, y agradezco encarecidamente que defienda mi honor con tanto ímpetu... Pero, dado que he sido yo la afectada, me gustaría pedir algo más de mi estilo para resolver esta situación.

—¿Su estilo, princesa?

—El estilo de una princesa, mi lord. Algo más piadoso. Compasivo. Algo más femenino que una decapitación.

—¿No pretenderá absolver a este...?

—Este hombre ha pecado, mas no con esa intención —Shaula bajó a la altura del capitán de rodillas, y usó su propio pañuelo para limpiar sus lágrimas—. Y creo que las intenciones son el principal agravio de cualquier afrenta. La ejecución es lo recomendado, sí, pero estoy segura de que este hombre preferirá entregarme sus servicios de por vida, sin exigir pago alguno, como compensación a lo que ha hecho.

Luego caminó hasta quedar de pie junto a lord Zeta, asegurándose de que no le escuchaban muchos más espectadores, y le murmuró por encima de su hombro:

—Un sirviente siempre será una mejor inversión para la corona que un cadáver más ocupando nuestras sepulturas, ¿no?

Pero el hombre no pareció tomarlo bien.

—No permitiré que ninguna mujer me diga cómo hacer mi trabajo —gruñó la mano del rey entre dientes.

—No se confunda, este no es su trabajo, mi lord, es el mío. Pero prefiero no desautorizarlo delante de todos, así que dejemos que sea usted quien dé mi orden.

Entonces, sus miradas conectaron en una tensión apenas perceptible en sus expresiones. Intentaron disimular, pero el silencio, sus posturas, hasta la manera en que intentaban no respirar, delataba la guerra de jerarquías que surgía en segundo plano.

Y ganó ella, aunque él no lo declaró así. Creó un discurso que disfrazó las órdenes de Shaula como suyas y la dejó ante su pueblo como una doncella herida, pacífica y a punto de romperse por el trauma de lo vivido.

Pero ella acababa de ganar un hombre más bajo su mando; su capricho venció a lo que imponían todos los hombres de traje, los armados y los que profesaban más poder que fe. Aunque no de la manera en que pretendía, logró liberar a la mujer de los impuestos y su castigo sin crear una desgracia que su padre reprochara. Que el pueblo pensara lo que quisiese, que dijeran de ella cuanto pudieran inventarse, y que el ego de lord Zeta reinara cuanto quisiera. Al final, se hizo lo que Shaula quiso.

Así se sentía estar en el juego de los monarcas como la mano que mueve las piezas, no como un peón.

Vaya, cómo le costaba disimular esa sonrisilla.

Y a lo lejos, entre el callejón oscuro que formaban unas casas contiguas, cubierto por su capucha, Orión miraba la lejana escena sin darse cuenta de la compañía que lo seguía en las sombras.

—Ni siquiera lo pienses —advirtió la voz de Sargas, el supuesto príncipe maldito.

La sonrisa de Orión se tornó incluso más inquietante vista entre las sombras de la capucha.

—¿No eres tú quien más desea mi infelicidad? No veo mejor manera de acabar todo lo bonito de mi vida que casarme.

—Con mi hermana no, imbécil.

Orión se volteó a ver a su medio hermano.

—¿Debería estar celoso de que la quieras a ella más que a mí?

—Deberías cerrar la boca. Se acercan las estrellas. ¿Traes tu cristal para el frío nocturno? —Orión asintió—. Bébelo. Tenemos trabajo que hacer, y no te mentiré: va a dolerte la primera vez. Mucho.

—Vaya, no sé por qué pensé que eras virgen...

—Esta es la segunda vez en el día en la que estás a punto de ser ejecutado, Orión. No tientes más a tu suerte, las estrellas han hecho ya mucho por ti.

~~~

Nota:

✨️Te amo, Shaula Nashira, manipúlame la vida✨️

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