22: La serpiente ha despertado

Durante seis meses, la primogénita del escorpión había sido sometida a terapia de reconversión, intentando cambiar lo que le era innato. Despertaba cada nuevo día con el impulso de matar o morir, pero jamás en un punto medio.

Tanto le repitiron lo rota que estaba, que lograron que la vergüenza y la repulsión sustituyeran todo aquello que alguna vez había sido prístino.

La habían corroído, un sentimiento a la vez, hasta transformarla en el cadáver de un gran amor imposible.

Era su último día, cuando despertó en una habitación estéril como un ser roto, una abominación.

—¿Qué hago aquí? —preguntó a los guardias, a los médicos, a las preparadoras. A quien quisiera responder.

—Es el examen final. Una vez apruebes, serás liberada.

Pero estaba atada a un camastro de piedra fría, con las muñecas y los tobillos atados.

—¿Por qué he de hacer el examen en este estado?

—Está atada por su bien, princesa. Para que no se mueva durante el procedimiento.

—¿Qué procedimiento?

Un par de preparadoras intercambiaron miradas, mientras los guardias reafirmaban su postura junto a las puertas.

Shaula no tenía idea de lo que ocurría, pero sabía que no era algo que quisiera oír, al igual que esas personas no parecían dispuestos a verbalizarlo.

Pero tenía que saber, aunque su cuerpo le decía lo contrario.

«No lo soportaremos. Mejor déjate llevar».

¿Que no lo soportaría?

Shaula rio para sus adentros. Su corazón había sido pulverizado, y los escombros resultantes acabaron por traicionarla. Su piel había sufrido sesiones de envenamiento recurrentes, y su mente soportó cascadas de odio hacia sí misma. Si seguía viva luego de eso, si todavía era capaz de enfurecerse, sobreviviría a lo que fuera.

—¿De qué procedimiento me hablan?

—Princesa.

Lady Briane apareció detrás de un grupo de médicos, aproximándose para resaltar entre ellos.

—Su piel ha sido inmunizada existosamente, pero luego de mucho discutir hemos concluido que todavía no está del todo libre de tentaciones.

Las cuerdas se tensaron, la fricción audible en el silencio. Shaula apretaba tanto sus manos que arremetía contra sus ataduras, aunque estas le quemaran la piel por el esfuerzo.

—¿Qué van a hacerme? —inquirió.

—Nada grave. No vamos a quitarle nada que vaya a extrañar.

—¿Quitarme? ¿Qué van a quitarme?

—Nada útil, princesa. Serás libre después de esto, y no solo porque podrás salir de aquí. Serás libre en cuerpo y alma, despojada de los peores impulsos, de aquella parte de ti que inevitablemente te hará volver a pecar.

—¡¿Qué?! —exigió Shaula mirando a un lado y luego al otro, buscando en los rostros de los presentes una posible escapatoria.

Lady Briane indicó al médico, con un gesto de su cabeza, que se aproximara. A ellos se unió otra preparadora, que cargaba con una bandeja llena de artefactos médicos.

—No se preocupe, alteza. Cuando salga de aquí, lo hará despojada de toda la sensibilidad entre sus piernas.

Lady Briane tomó un bisturí, y con él rasgó la tela para empezar a desnudar a Shaula.

—¡NO! —gritó Shaula, expresando su desacuerdo absoluto. Se retorcía en contra de lo que le hacían, pero, anulada como la tenían, solo lograba cortarse con el bisturí. Era inevitable que sus ropajes cayeran al suelo, un retazo de tela a la vez.

El doctor se puso sus guantes, ignorando las súplicas y la voluntad de su princesa. Con ella todavía retorciéndose, le separó las rodillas para tener acceso a sus piernas.

—¡NO, EN NOMBRE DE ARA, NO!

—No necesitas ese pedazo de piel para procrear —le decía lady Briane al acariciar su rostro, un consuelo hipócrita sobre las lágrimas del escorpión.

Shaula escuchaba que el mundo zumbaba a su alrededor, como un enjambre de abejas. El bullicio aumentaba, intensificado hasta difuminar el sonido de las voces a su alrededor.

Cuando el médico tomó su propio bisturí de la bandeja, los alaridos de auxilio eran tan salvajes e impotentes que parecían un nuevo elemento, una fuerza capaz de reescribir el universo.

—¡Princesa! —regañó lady Briane—. No deje que el pecado la controle. ¿Por qué lloraría por una parte del cuerpo que no va a necesitar, si no fuera porque pretende seguir pecando? ¡Sea coherente, por el amor a Ara!

Los ojos de Shaula se clavaron en la preparadora. Aguijones afilados; cansados de llorar, habían convertido cada lágrima en veneno.

Solo había una ventana en la habitación, llena de mosaicos que constituían, en unidad, la figura de Ara. El sol los atravesaba, creando haces de colores tan variados como un arcoiris.

Esos haces de luz bañaban el cuerpo de la princesa, desnudado a retazos. Y el calor se intensificaba, iluminando la piel marchita de Shaula de un modo antinatural. Como si estuviera hecha de pequeños cristales.

El efecto tornasol pasó desapercibido entre la implacable voluntad de los verdugos. Pero hubo algo que nadie pudo ignorar, y sucedió cuando el primer corte del bisturí flageló entre las piernas de la princesa.

El grito de Shaula fracturó la luz, creando una rasgadura en el aire de la que parecía escaparse un brillo sin origen. Era como si el universo tuviera una grieta, y de ella llovieran rayos de un sol intenso directamente sobre Shaula.

Un sol que solo brillaba para ella.

Las muñecas de Shaula, antes inofensivamente iluminadas, entonces manaban un calor intenso que, al contacto con las sogas, provocó un humo tóxico en la habitación.

El médico se levantó, asustado, dejando caer el bisturí lleno de sangre.

—¡¿Qué está sucediendo?!

—No lo sé, hay que desatarla, creo que se está quemando.

Ambos intentaron soltar las cuerdas que mantenían sometida a la princesa, pero ambos acabaron soltándola pegando alaridos de dolor.

El doctor había dejado los guantes pegados de las sogas, derretidos por el calor. Pero lady Briane, al tocar a Shaula con las manos desnudas, acabó con las manos encendidas, perdiendo sus huellas dactilares.

Asustados, se alejaron de la princesa mientras esta seguía humeando bajo ese brillo intenso que parecía prevenir de ninguna parte.

La princesa empezó a sufrir una serie de convulsiones que preocuparon a todos en la sala. ¡Serían los responsables de la muerte de la princesa Scorp!

Pero nadie podía intervenir, porque incluso el resplandor de estar cerca de ella se había vuelto tan insoportable que todos en la habitación sudaban, asfixiados.

El cuerpo de Shaula empezó a beberse la luz vertida a través de la grieta. Su piel florecía nuevamente, perdiendo toda marca de maltrato, toda huella del paso de los años y toda cicatriz, nutriéndose como una planta con la fotosíntesis. Sus músculos perdidos se regeneraron, y sus huesos fueron fortalecidos a un nivel en el que jamás habían estado.

Y en su sangre, el veneno se mezcló con calor, creando un fuego capaz de hacer sudar a las estrellas.

Entonces las sogas cayeron, transformadas en cenizas, y la princesa escorpión abrió los ojos.

Eran del dorado más intenso, ardientes como la lava misma.

La princesa se levantó, tambaleándose al principio. Ardiendo en su interior con una llama imposible de extinguir. El incendio que provocaron las personas frente a ella.

Los guardias sacaron sus espadas, acorralando a Shaula como a un animal.

Pero antes de que pudieran siquiera arremeter, ella tuvo el autocontrol para decirles:

—Me marcharé, así que por favor abran paso.

Entonces, una de las asistentes del médico saltó sobre ella, clavándole una aguja en el cuello.

Antes de que le diera tiempo a inyectar esa extraña sustancia en Shaula, esta tomó a la mujer por el rostro.

Su mano derritió la piel como si se tratara de cera, mientras con la otra se arrancaba la jeringa del cuello.

Mientras la mujer gritaba por ayuda, los guardias cambiaron de la advertencia al ataque.

Shaula soltó a la mujer que tenía asida por el rostro, arrojándola con fuerza al suelo y direccionando su mano hacia el nuevo peligro.

Desde su pecho, las venas se iluminaron visiblemente como hierro caliente que se expandía por sus extremidades hasta alcanzar sus manos. Entonces brotó de su palma, como una nube dorada, sofocante y resplandeciente, que impactó contra los guardias cual onda expansiva, y los arrojó al suelo.
Fue su momento para escapar.

Corrió por los pasillos, su corazón latiendo en sus oídos. Afuera, el sol de Baham la envolvió. Pero no era un sol al que estaban acostumbrados en el desierto.

Era el día de su cumpleaños número diecinueve, el día en que los tres soles de fuego, conocidos como Los Ojos, aparecían en el cielo.

Se enfrentó a los guardias que la perseguían, con una destreza mortal. Todo el entrenamiento que había recibido desde su nacimiento, floreciendo en ella con el poder del cielo hecho su cosmo.

Tonta de ella, que había olvidado que el sol también es una estrella.

Su cuerpo se movía como una serpiente, esquivando las espadas con giros y saltos, robaron armas que encendía en llamas para luego clavarlas a sus atacantes.

Los hombres, acostumbrados a la lucha rígida y predecible, no podían seguir su ritmo.

Ella giró sobre sí misma, sus pies tocando el suelo solo por un instante antes de saltar hacia atrás. Las espadas pasaron rozándola, y ella contraatacó. Sus puños y pies se movían como una ashiira de Baham, como lo que había nacido para ser. Golpeó las costillas de un guardia, y se sorprendió al atravesar la armadura y fracturar los huesos.

Uno de los hombres intentó rodearla, pero la princesa se deslizó bajo su espada, su cuerpo doblándose como una de las cintas de sus trajes típicos. Luego, con un rápido movimiento, lo desarmó y lo dejó caer al suelo.

Los otros guardias se acercaron con más cautela, pero las manos de Shaula maniobraron haciendo que el contenido de sus venas brotara, formando una especie de anillo de calor, que luego empujó hacia ellos en un ataque marcial.

No tenía intención de detenerse. Se impulsó hacia arriba, sus pies golpeando el pecho de uno de los hombres. El crujir de los huesos fue como leña para su incendio.

El líder de los guardias, un hombre corpulento con una espada de acero, avanzó. La princesa jadeó. Empezaba a sentirse sofocada, y el fuego en sus venas comenzaba a volverse en su contra.

«¿Qué me está pasando?»

Cuando él atacó, ella se movió como una ráfaga de viento, haciendo una de las volteretas que había aprendido en sus clases con Leo Circinus. Esquivó la espada, giró y le dio una patada en la espalda. El hombre cayó al suelo, aturdido.

Miró a los Ojos del cielo, cada cual más grande, imponente e implacable. Y sintió cómo volvían la ira hacia ella.

Era como si se burlaran, tanto que Shaula podía sentir la risa brotar del cielo.

«Gracias por liberarme», decía una entidad incorpórea e invisible, una voz que flotaba en el viento, cruel y burlona.

Así se desvaneció bajo la luz abrasadora, cayendo de rodillas al faltarle las fuerzas.

—¡¿Qué me estás haciendo?! —gritó a los soles,  tratando de invocar a alguno en su ayuda, llamándolos con todas sus fuerzas.

Pero ninguno parecía mirarla con piedad. Al contrario, empezaron a quemarla por dentro.

Escuchó pasos detrás de sí, y se volvió.

Insólito, pero tal era el rencor de lady Briane, que fue a dar tan cerca de la princesa, incluso luego de verla arder en llamas.

—¡Regrese, princesa Shaula! —le gritó—. Regrese y renuncie al pecado.

Pero la princesa seguía gritando al cielo, sintiendo que sus venas escocían y sus órganos fallaban a tan altas temperaturas.

—¡Ara nos perdona a todos! —gritó lady Briane—. Arrepiéntase y no tendré que acusarla de este tipo de herejía.

—¿Este tipo de...?

Shaula jadeaba, mareada por el calor que era ella misma. Ella era el sol que la sofocaba. ¿Cómo sobrevivir a sí misma?

Mareada por la falta de oxígeno y la repentina deshidratación, Shaula se volvió hacia lady Briane, arrastrando las manos en la arena.

—¿Por qué hacerme esto, lady Briane? ¡¿Qué fue lo que le hice?!

—No todo se trata de usted, entiéndalo. No eres el centro del mundo, Shaula Scorp, solo una pecadora más.

—Daran... —Shaula jadeó, y tomó fuertes bocanadas de aire. Pero no sentía alivio.

Alzó sus ojos al cielo, buscando los tres soles, hablándoles directamente desde su alma a cada uno de ellos.

«Uno de ustedes apostó por mí hace diecinueve años. Hoy no me abandonen».

—Regrese, princesa... Es una operación rápida. Hasta podríamos ponerle anestesia.

—¿Podríamos...? —Shaula, de alguna parte de su desorientado ser, halló una risa estridente—. ¿Tenían esa opción, y aún así pensaban mutilarme a carne viva?

Shaula miró al cielo, al más grande de los Ojos, y negó con la cabeza, como si ella fuera la decepcionada de él.

Con sus manos apoyadas débilmente sobre la arena, tuvo el anclaje para empezar a levantarse. En el proceso, sintió que cargaba con el peso de su alma. Con la corona que le habían robado, y con la madre que jamás la amó, ni siquiera lo mínimo para evitarle el dolor de su muerte. Sintió que sus piernas, al flaquear y caer, volvían a someterse a las torturas con vara de lady Briane, al maquiavélico castigo donde la hizo restregarse en su propio vómito.

Cuando su corazón casi se rinde, siendo forjado con ese fuego implacable, recordó a su lady libros. Recordó los besos robados, y las confesiones de amor. Recordó su boda, y recordó el juicio. Y ya no le tuvo miedo a no sobrevivir.

Ella había sido forjada hace tiempo.

Un paso, tosco, tambaleante, la llevó más cerca de lady Briane.

—¿Princesa...?

Shaula habría dado todo para verse desde los ojos de lady Briane. Porque, lo que sea que veía en ella, la tenía aterrorizado. De lo contrario, ¿por qué daba un paso hacia atrás?

—Tú... —le dijo.

—¿Yo qué, princesa?

—Darangelus sha'ha me.

—¿Cómo di...?

Los dedos de Shaula se cerraron sobre la garganta de lady Briane. Y, solo entonces, Shaula notó que estaban encendidos. Eran antorchas de fuego escarchado, que con una fuerza sobrehumana levantaban todo el peso de la preparadora.

Lady Briane gritó mientras las llamas se extendían por todo su vestido, alcanzando incluso su cabello, y derritiéndolo así como meses atrás ella había despojado a Shaula del suyo.

La princesa en llamas soltó a la preparadora. El impacto del cuerpo arrojado con su poder creó ondas sobre la arena que se extendieron por kilómetros y más kilómetros, impactando el templo con un muro de calor.

Lady Briane intentó arrastrarse lejos del demonio con ojos de fuego, pero este rápidamente la alcanzó.

Shaula se agazapó sobre la preparadora aprisionándola con su cuerpo.

—¡NO, POR FAVOR, QUEMA!

Y así era, porque todo contacto con la piel de la princesa era como pegarte a un hierro ardiendo.

—Todavía no se ha arrepentido, lady Briane. Su alma corre peligro —se burló la princesa, tomándola del rostro, tapando con su mano ardiente su nariz y su boca.

No solo quemaba, sino que le cortaba el flujo de oxígeno, por lo que la preparadora se retorcía, pataleaba y temblaba bajo su mano sin poder respirar.

Shaula la soltó un instante para dejarla respirar.

—Arrepiéntase, lady Briane. Porque está gorda, y fea. ¡Es exceso de oxígeno, y todo exceso es gula!

Shaula volvió a taparle la boca y la nariz, dejando que el calor y la hipoxia hagan su trabajo enloqueciendo a la preparadora.

Esta vez la soltó un poco antes, sabiendo que estaría debilitada.

—¡PRINCESA! ¡YA NO MÁS, POR FAVOR! —dijo la mujer llorando, ya con su cabello y su ropa hechos cenizas por completo.

—No puedo detenerme, lady Briane. Soy una abominación.

—Por favor... Se lo... suplico... —siguió llorando—. Usted no es ninguna abominación, es la princesa escorpión, no está defectuosa en lo absoluto. ¡LO JURO, TENGA PIEDAD!

—Yo soy Shaula Scorp Nashira, hija del escorpión. Y no solo soy la princesa de Áragog, soy la sobreviviente a los grandes soles de fuego. Soy la serpiente que ha debido matar, pero con la que prefirió pasar su vida jugando. Y hoy, lady Briane, le perdono su miserable vida.

Pese a sus palabras auguraban piedad, los dedos de Shaula se clavaron en los párpados de la preparadora, presionando igual como se inyecta una aguja caliente en una herida abierta.

No desistió, ni por los alaridos ni por las súplicas. No habría piedad, así como la mujer no la tuvo cuando sometió a Shaula a castigos, torturas, juicios, envenamientos, humillaciones y, al final, la mantuvo atada en esa camilla para mutulilarla.

Lentamente, los dedos de la serpiente de Baham derritieron la mucosa de los ojos de lady Briane, hasta que estos estallaron, llorando sangre, y de ese charco rojo solo quedaron cuencas vacías.

Con los mismos dedos que usó para cegarla, cauterizó las heridas para evitar que la mujer se desangrara.

—Ara nos perdona a todos —recitó Shaula con asco en cada palabra, mientras se bajaba del cuerpo de Lady Briane. Había sido sometido a tanto calor, que estaba rojo, lleno de pústulas y tajos de piel calcinada—. Y yo la perdono, lady Briane, porque quiero que viva para que darangelus sha'ha me.

»Ahora: corra.

Lady Briane huyó, torpe y cobardemente, totalmente ciega y apenas con algo de piel para cubrir sus huesos.

Pero Shaula seguía teniendo fuego en sus venas, tanto, que si lo dejaba dentro de sí acabaría por consumirla como una fogata acaba con su propia leña.

Así que, con su corazón en un puño, se regresó hacia el templo, donde todavía aguardaban los cómplices de su aprisionamiento.

—Athara's ha, y yo también soy una. —Al decir esas palabras, el fuego en sus venas brotó como un aura, un halo dorado que bordeó entera su figura, pues la serpiente de Baham había despertado.

Nota:
AL FIN LLEGAMOS A ESTA CAPÍTULOOOOOOO.

Bueno, los amo. Amo a Shaula, y espero de verdad que hayan disfrutado este capítulo.

Como sé que ha pasado algún tiempo desde la última actualización, dejaré de meta de comentarios 1k para el próximo capítulo. Es para dar chance a que se pongan al día con la historia más lectores, y así seguir juntos el maratón, porque en serio me emociona lo que viene y quisiera disfrutarlo con ustedes ♡

Darangelus sha'ha me: mira lo que me hiciste hacer.

Athara's ha: dios es mujer.

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