21: Mes cuatro
La luz del sol, antaño una gran aliada de su confianza y origen, ahora cegaba a Shaula mientras la llevaban al comedor del templo.
La comida era buena, en grandes cantidades y muy nutritiva, pero Shaula apenas era capaz de tragar. El veneno de serpiente aún ardía en su sangre, intolerante con todo aquello que pasara por su garganta.
Luego de empujarse la comida al estómago, las preparadoras la condujeron a su salón de clases, donde la estatua de un Ara sin rostro parecía juzgarlas a todas, recordándoles mudamente sus pecados.
Porque como Shaula, había muchas otras jovencitas a su alrededor, aprendiendo las lecciones teológicas para una sana reconversión.
Esa clase la impartía un sacerdote en lugar de una preparadora. Su hábito era de un blanco tan puro como se presumía su alma, y su voz una paz absoluta, un valle donde redimirse del pecado sin sentirse condenados.
Shaula tomaba notas como de costumbre. A esas alturas, su atención solía dispersarse con facilidad. Debía hacer un doble esfuerzo por recordar las palabras que oía, y por hallar las que ella personalmente quería decir. Sin embargo, sus manos tenían una memoria independiente; mientras que se movían como esclavas tomando el dictado del sacerdote, siempre repasaban con el doble de grosor y mucha más tinta las letras I, S, A, M, A, R.
—Ara creó al hombre y a la mujer —decía el sacerdote, como en cada ocasión— para que se unieran y multiplicaran. Cualquier desviación de este plan divino es un pecado.
Shaula sintió como si un rayo se vertiera por su columna vertebral, despertándola en medio de un chasquido.
Su mente, esclarecida por primera vez en días, la arrastró de vuelta hacia la noche del baile de disfraces, cuando por primera vez en su vida fue besada con amor.
Ese baile había sido el día destinado para resucitar su alma. ¿Cómo podía ese sentimiento, tan inconmesurable e imposible de condensar en una palabra, ser un pecado?
Shaula e Isamar, juntas, nunca habían hecho un daño más grande que el que se hacían a sí mismas.
Pero el sermón seguía cayendo sobre ella como latigazos, recordándole su crimen, y el por qué estaba ahí, pagándolo.
—Las Sagradas Escrituras son claras, hijos de Ara: «Si alguno se acuesta con varón como los que se acuestan con mujer, los dos han cometido abominación; ciertamente han de morir». ¿Alguien recuerda una enseñanza más?
Una de las jovencitas internadas levantó la mano.
—«¿O no sabéis que los injustos no heredarán el reino más allá del firmamento? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales heredarán el reino de Ara».
El sacerdote la felicitó, y ella sonrió como premiada.
¿Por qué Shaula no podía ser así? ¿Por qué no era capaz de emocionarse con su progreso?
—Princesa Shaula.
La mano de la princesa se detuvo a mitad de trazo. Su corazón, paralizado solo un segundo antes de desbocarse en pavor.
—¿Entiendes, hija mía, la abominación que resulta de dos mujeres que se adjudican los valores de un matrimonio?
La mente de Shaula, débil y aletargada por el veneno, luchaba contra las palabras, pero su boca ganó la batalla por impulso:
—Sí —reconoció, su voz en fragmentos—. Entiendo.
El discurso que repitió fue un eco vacío de todo lo que había aprendido durante sus cuatro meses de reconversión. Recitó de memoria la aversión al pecado que le habían instruido, e improvisó un análisis con respecto a la redención a la que todo ser arrepentido tiene derecho. Finalizó, con grave dolor en su pecho, declarando su necesidad de purificación.
Mientras hablaba, las lágrimas se mezclaron con sus medias verdades.
Se traicionaba a sí misma, traicionaba todo lo que había sentido por su lady libros. Dolía cada estocada del puñal, porque la obligaban a clavárselo ella misma.
Los primeros días de la terapia quería aferrarse a la idea de que, aunque su piel mutara, su amor seguiría intacto. Pero ya no estaba segura de ello.
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Nota:
Los capítulos son cortos pero necesarios para la transición a lo que viene. No se olviden de dejarme su opinión ♡
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