21: El mito de Baham
Altair y Jabbah arreglaban a Shaula para la ceremonia de cobro de impuestos. Una pintaba con tinta dorada en su piel, líneas minúsculas que se unían creando escamas y espirales para simular serpientes alrededor de los brazos de la princesa.
Ella era la embajadora de Baham, y el tema que escogieron para aquel evento era endiosarla como a la reencarnación de Athara. Según su mitología, Baham era una constelación con la forma de una serpiente alada. Shaula quería darle a su pueblo dicha representación en carne y hueso.
Por ello llevaba la falda a la cadera marcada por cinturones de oro y colgantes, sin vuelo, con aberturas a ambos lados para hacer de la pasarela de la princesa un acto de hipnosis protagonizado por sus largas piernas. En avaricia, dejaría que su abdomen descubierto y la estrechez de su cintura hicieran el trabajo de atraer alabanzas.
No conforme con ello, las damas en su cabello crearon nubes violentas de un castaño que cabalgaría con ella en cada paso de la procesión. Usaría un velo más discreto, y una diadema a mitad de la frente para sujetarlo. Sus labios mantendrían su anonimato, mas sus ojos llevaban encima las sombras de las pirámides de Baham.
Áragog había perdido a su reina, necesitaban de un nuevo objeto de idolatría.
Shaula les daría eso.
Que jugaran con la serpiente todo lo que quisieran. Hipnotizados con su belleza, tal vez olvidaran sus colmillos.
Todas sus damas estaban enfocadas en ella y en los preparativos. Todas salvo Isamar Merak, quien guardaba mucho más las distancias entre ella y la princesa desde aquel baño.
Isamar estaba sentada con holgazanería en el alféizar de la ventana donde solía instalarse para leer. En ese preciso instante estaba haciendo justo eso.
—Siempre estás leyendo —dijo Shaula echando una ojeada discreta al libro de Isamar.
Pasando la página con tranquilidad, como si la presencia de la princesa no fuese motivo de peso para interrumpir su lectura, Isamar dijo:
—Desde luego que siempre estoy leyendo. ¿Qué se puede esperar de la segunda de tres hermanas, que no es la más bella ni la más talentosa?
—¿Que sepa cosas? —sugirió la princesa con suficiencia, segura de su respuesta.
—Tal vez eso esperen de usted, alteza.
—¿En dicho caso, cuál es tu respuesta? ¿Qué se espera de ti?
—Nada —respondió Isamar con una sonrisa traviesa en los labios—. Es la ventaja. Me deja mucho tiempo libre para leer.
—Salvo que no es así, pues deberías estar trabajando.
Isamar perdió la sonrisa y cerró el libro de mala gana.
—¿Qué quiere que haga, alteza?
—Ve a la cocinas y busca lo que he de comer.
—Como ordene.
—Espera. —Lady Isamar se detuvo y Shaula extendió su mano hacia ella—. Deja el libro.
—Pero, su alteza...
Shaula solo arqueó una ceja y fue suficiente para que Isamar le tendiera el libro. De mala gana, pero lo hizo.
Shaula tomó el libro y se sentó en el alféizar, justo como solía hacer Isamar. Esperaba encontrar algo del territorio de Áragog, o si acaso recetas de comida. Una fábula, tal vez, narrada de esa forma concisa e impersonal para ser fácilmente repetible.
Lo que no esperaba era encontrar en aquellas páginas una voz en primera persona que desnudara los íntimos pensamientos de su protagonista. Y no solo eso, sino que, justo en la parte que iba Isamar, la historia estaba sumida en una escena en la que dos personas estaban platicando. Solas. Al parecer se habían escapado de un baile de máscaras. Ella no conocía el rostro de él, solo su voz, y aún así permitió que metiera la mano bajo...
Shaula cerró el libro sobresaltada. Sintió que debía darle privacidad a los personajes, no era propio que husmeara en un momento así.
¿Por qué sirios ella había pasado toda su vida rodeada de libros pero jamás había tocado una historia similar?
¡Era escandaloso! Irrespetuoso. Como husmear en el diario de otro.
¿Era eso lo que hacía la chica Merak cada vez que se le veía con un libro en las manos? ¿Vivir el acercamiento impropio de personajes ficticios?
Shaula soltó el libro y casi lo dejó resbalar de sus manos al alféizar, como si quemara.
En cuanto Isamar regresó, Shaula no perdió la oportunidad de juzgar sus preferencias y tildarlas de escandalosas.
Fue a eso que lady Isamar Merak contestó:
—Tiene usted su fe, princesa, yo la mía. Yo creo en los libros.
—¿Y en qué tengo fe yo? ¿Y cómo sabrías eso tú? Entre todas las personas que no me conocen, serías tú una de las primeras que ve de mí solo lo que quiero que vea.
—Como diga, alteza... —Isamar tomó su libro de la mano de la princesa.
La dama dio la impresión de haber terminado la conversación, volteando como si se sintiera despedida, mas la princesa insistió en su indagatoria al agregar:
—¿No crees en Ara?
Isamar volvió su vista nuevamente hacia su princesa.
—Creo lo que me han dicho que debo creer, pero no por ello lo amo. No como usted, al menos.
—¿Y cómo lo hago yo?
—No lo sé, no la conozco, princesa, usted lo ha dicho. Pero los devotos tienden a aferrarse a la existencia del reino cósmico porque necesitan una mentira más fuerte que ellos para soportar la vida.
—¿Y tú no? ¿Insinúas que eres más fuerte que los devotos? ¿La vida no te pesa?
—Me pesa tanto como a cualquiera, princesa. Pero yo no me aferro a estrellas que no puedo tocar. La clave de vivir está en escoger un motivo, entre toda la tragedia, que haga que valga la pena aguantar el maltrato que cada nuevo día trae consigo. Para unos ese motivo es Ara, para mí son los libros.
—¿Me estás diciendo que quieres vivir para leer cómo otros viven?
—No lo entendería, alteza, no si solo se lo explico. ¿Puedo retirarme?
~∆~
La princesa escorpión iba elevada sobre un palco personalizado para albergar en el toda su belleza, levantado por una docena de hombres durante una procesión que iba desde las puertas del palacio al centro de la plaza de la capital.
Los hombres que la llevaban eran cambiados cada cierto tramo para no explotarlos, pero cada nuevo voluntario estaba igualmente vestido para combinar con el espectáculo.
El pueblo de Ara seguía a su princesa con la mirada ávida de su hermosura, los pies ansiosos por el recorrido y sus lenguas prestas para intercambiar comentarios de asombro y elevar alabanzas en su honor.
Algunos se acercaban al carro de la procesión para depositar obsequios y cartas de admiración.
Una vez en la plaza, ya la recibían los lords y demás encargados del cobro de impuestos. Las filas del gentilicio estaban formadas, esperando su turno para pagar y ver de cerca a la serpiente de Baham.
Shaula se sentó en un trono personalizado para ella, con sus damas a los lados vestidas de forma que combinaran consigo.
—Princesa —saludó la mano del rey al llegar junto a Shaula y señalando a Leo Circinus que se ubicara al otro lado del trono, también junto a la princesa—. Mi hijo está encantada de verla.
Shaula intentó encontrar en el rostro de Leo algo que corroborara aquellas palabras, pero el aspirante a asesino parecía como una tecla disonante entre los acordes de una balada.
—Yo también estoy encantada de verlos, mis lords.
—Es usted la dama más hermosa que mis ojos hayan visto jamás de los jamases —dijo la mano del rey tomando los dedos de la princesa—. Eso ha dicho mi hijo, pero quería traducirlo para usted, princesa. Él es bastante tímido.
—Mi lord —interrumpió lady Isamar con una expresión inescrutable poco habitual en ella—, no es mi intención sonar descortés, pero me temo que lo que hace está contraindicado. Las joyas en las manos de la princesa fueron seleccionadas con minuciosidad y lustradas con todavía más empeño. Los roces tienden a empañar ese trabajo, y, como entenderá, la princesa no puede lucir empañada en un momento como este.
Al principio no hubo respuesta, solo un tenso contacto entre los ojos del segundo hombre más poderoso de Áragog, y esa dama sin relevancia que se había atrevido a negarle lo que él creía era su derecho. El estómago de Shaula se retorció al captar la pesadez de la atmósfera, y empeoró al sentir cómo los dedos de lord Circinus aumentaban su agarre sobre su mano de manera casi imperceptible, mas no dejó que aquella incertidumbre nerviosa se mostrara en su porte. La princesa de Áragog no demostraría temor ante su pueblo.
Al final, la mano del rey simplemente sonrió y finalizó aquel duele con un chiste del que todos se rieron nada más que por cortesía.
Menos Shaula, que estaba demasiado ocupada mirando a Isamar a los ojos para intentar entender por qué había hecho eso, aunque en el fondo se lo agradeciera tanto.
La ceremonia de cobro de impuestos avanzó sin más contratiempos, cada familia de Ara sin importar su estatus debía presentarse y hacer un pago del treinta porciento de sus ingresos anuales en base al salario registrado por las autoridades del reino o en cuanto a lo percibido en bienes que pudiera ser provechoso en un canje.
Hydra, la gran región de Áragog fronteriza con la capital, era una de las locaciones del reino más grandes y prósperas. Caracterizada por su extraño sol amarillo que ayudaba al cultivo y crecimiento de las tierras verdes y fértiles, era la zona más amplia de siembra y jardinería.
Áragog era regido por una sola monarquía —la regente del castillo de Ara— pero en cada una de las distintas regiones había una familia de altos lords que gozaban del poder de un principado para dirigir su fracción del reino en ausencia de los Scorps.
En Hydra, esa familia eran los Sagitar. Los dueños del castillo de Hydra, los campos más grandes, los comercio más fructíferos y la perfumería más reconocida de todo el reino.
Y aunque no era momento de cobrar impuestos a Hydra, los Sagitar, alentados por la noticia de que la princesa haría acto de presencia en la ceremonia actual, viajaron hasta Ara para admirarla con sus propios ojos.
Lady Indus Sagitar, acompañada de su silencioso marido como un guardaespaldas —lord Kaus—, se acercó al trono de la princesa e indicó a sus sirvientes que acercaran hasta ella un cofre de vidrio negro y ornamentos dorados.
—Alteza —saludó la imponente mujer con apenas un asentamiento de cabeza. Shaula notó en ella que, siempre que pudiera elegir, escogería siempre entregar el mínimo de sumisión, y siempre adornado con el toque correspondiente de elegancia.
—Lady Indus, lord Kaus —saludó Shaula, quién ya había estudiado todo sobre la familia regente de Hydra—. Es un placer ser honrada por su presencia. Tengo entendido que sus tres hijos no están muy lejos tampoco, ¿no es así?
—Mi Indyana no ha de estar lejos, mientras que los hombres han de estar escogiendo alguna vendida del mercado. Las jovencitas que ofertan en estos lados del reino son bastante... interesantes, pese a su palidez.
—Nada que el piadoso sol de Hydra no arregle, sin duda —comentó Shaula imitando el tono de la conversación que pautó lady Indus Sagitar, aunque en realidad no le interesaba en lo absoluto qué tipo de mujeres quisieran comprar sus hijos—. Este cofre que me ofrece, ¿de qué se trata?
—Nada que no merezca, alteza. Mi esposo y yo hemos estado trabajando en una fórmula nueva desde que se nos avisó la proximidad de su mudanza a la capital. Después de mucho ensayo y error, al final creo que hemos dado en el blanco con una fragancia hecha del veneno de serpiente hídrica, y los girasoles de nuestros campos personales. Lo hemos llamado «Shaula», como usted. Y no está siendo comercializado, es único para su uso personal, y siempre será de ese modo.
—No puedo expresar más que agradecimiento a usted y su marido por tal derroche hacia mí. He oído maravillas de su trabajo. Mi madre jamás salía sin un perfume Sagitar como accesorio principal. Es un honor seguir su legado con una fragancia que lleve mi nombre y esencia.
Shaula sonrió, aunque no podrían ver sus labios por el manto que los cubría, y destapó el cofre para descubrir en su interior un cojín de terciopelo violeta, y sobre este un frasco también de vidrio negro con su nombre ornamentado en oro.
Al destaparlo y acercarlo a su nariz, aquella fragancia la golpeó imponiendo su presencia. Tan fuerte que el rastro de una gota sería indeleble por horas, el aroma que debía tener alguien capaz de hacer caer un imperio.
—Gracias, lady Indus. Gracias, lord Kaus —agradeció Shaula con elegante honestidad mientras volvía a tapar el frasco.
Cuando ambos lords se alejaron para dialogar con el resto de la nobleza invitada, Shaula se inclinó ligeramente hacia la silla donde estaba sentada Isamar y en voz muy baja, dijo:
—Mientras yo esté usando este perfume, tienes mi total autorización para elogiarme.
Isamar Merak poco pudo disimular que estaba por subir una avalancha de risas por su garganta.
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Nota de autora:
¿Qué les parece el crecimiento que ha estado teniendo Shaula a lo largo de estos capítulos?
¿Qué opinan de la relación de Shaula e Isamar y cómo se llevan?
Y esos perfumistas repentinos... ¿no les parecen familiares?
Espero que les haya gustado mucho este capítulo, en nada tendrán el siguiente.
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