19: Día uno
El cielo era una acuarela de tonos rosados sobre un fondo dorado. El gran sol naranja de Baham miraba la escena como un fisgón, oculto tras las altas palmeras.
El vestido de Shaula, manchado de arena y lágrimas, re rasgaba con las armaduras de los guardias que la arrastraban hacia el carruaje. Había botado su calzado en el trayecto, por lo que entonces sus pies descalzos se clavaban como anclas en el camino.
Pero todo fue en vano.
Las voces de los diáconos se elevaban desde atrás.
Ramera, la llamaban los más decentes. Otros no la bajaban del podio de "abominación de la naturaleza".
El carruaje se abrió cual ataúd a espera del cadáver. Nadie le explica lo que le esperaba al final del viaje.
Lograron empujarla dentro, echando las pesadas cortinas de fuera para sumirla en la penumbra. Shaula solo alcanzó a oír los caballos relinchar antes de que la marcha empezara.
El traqueteo del carruaje parecía eterno, las puertas estaban fuertemente cerradas. Ya no había escapatoria.
¿Cómo había acabado así? Ella, que nunca había conocido el amor, acabó condenada por sentirlo.
¿Cómo pudo permitir que su corazón la llevara por veredas tan prohibidas? Había conocido íntimamente a una mujer, y peor que eso, lo había deseado. Y fue esa misma mujer la que terminó denunciándola como una desviada. Porque sin el testimonio de Isamar, sin todos esos detalles privados, no habrían existido pruebas que incriminaran a Shaula.
Empezó a creer que ese era el motivo por el que Ara, al verla nacer como primogénita, aun así le destinó la corona al bastardo: porque ella estaba defectuosa.
Una parte de Shaula creyó que su castigo espiritual consistiría en asistir diariamente al templo a confesarse, y regresar tarde al hogar de su tutor. Pero sabía que no habría tanto secretismo al respecto si así fuera.
Fue llevada a un templo, si, pero específicamente a los aposentos de aislamiento para el sacerdocio. El lugar fue completamente vaciado para ella, y ahí la esperaban dos grupos de preparadoras encabezadas por lady Briane.
Iban todas vestidas de blanco, el símbolo de la pureza en disonancia a sus miradas frías y despiadadas. Ninguna mostraba compasión, porque no la veían como una princesa, ni siquiera como a un ser humano, sino como a una malformación que había que reparar.
—Lady Briane —llamó una princesa nerviosa al ver acercarse al gremio de preparadoras.
—Quédate quieta, esto es por tu bien —contestó lady Briane obligando a Shaula a sentarse.
—Por mi bien... ¿Qué van a hacerme?
—Despojarte de tu pecado.
Con un gesto, lady Briane ordenó al resto de mujeres accionar.
Tomaron soga, unas para las muñecas de la princesa que ataron a la silla sin una técnica que impresione, y otras para los tobillos que asieron a las patas.
Shaula, con su corazón a punto de vomitar toda su sangre, no se movió un ápice. Tensa, intentó demostrar la sumisión de una sierva de Ara. Intentó rescatar su imagen devota, cerrando sus ojos y murmurando una oración ensayada a la que ya no le distinguía el propósito; era un zumbido más en sus tímpanos, opacado por los tambores del miedo.
Abrió los ojos en mal momento, justo para ver la hojilla afilada en la mano de una de las doncellas.
—No, no...
Shaula tiró de sus brazos, retorciéndose al mirar la hojilla acercarse a su rostro. Aunque los nudos eran inexpertos, mientras más se movía contra ellos más parecían apretarse en sus muñecas.
—¡¿Qué es eso?! ¿Qué van a hacerme?
Una de las mujeres tomó su cabellera desde atrás, inmovilizando su cabeza.
Shaula no pudo hacer nada mientras una de las preparadoras encendía una vela junto a su rostro, y otra se acercaba con un cáliz de aceite.
—Hermanas —recitó aquella con la hojilla en la mano, tomando a la vez el rostro de la princesa—. El cabello es nuestro velo. Ara nos lo ha obsequiado como un signo de pureza y de castidad. Nos pide cuidarlo, y jamás cortarlo...
Shaula, con su cuello doblado por el tirón en su cabeza, miraba agitada el filo del arma que casi rozaba sus pestañas.
—Pero hoy la princesa se ha demostrado pecadora, indigna de portar una bandera de pureza. Y en nombre de Ara se nos ha encomendado despojarla de toda hipocresía, para que pueda volver a nacer.
La aludida respiraba preocupada, su ojo temeroso de la hojilla que tenía tan cerca. No parpadeó en ningún momento, lo que la hizo el testigo estelar de lo que estaba por acontecer.
Múltiples dedos se enterraron en su infinito, sano y brillante cabello; una mano en particular extendió un largo mechón, del color de la madera besada por el sol, y lo tensó hasta infundir dolor en el cráneo de la princesa. Luego, la hojilla se estacionó en su longitud, acariciando un cabello a la vez con un deleite enfermizo, hasta rasgarlo de una estocada.
El primer retazo muerto cayó al suelo, y luego cada una de las mujeres tomó turnos con la hojilla.
Cada pasada de la hojilla era un corte en su dignidad, un recordatorio de su transgresión.
—Pecadora.
—Abominación.
—Blasfema.
«Athara's ha», contradecía Shaula en su mente. Era un mantra para ella, una manera de convencerse de que dios es mujer, y que el poder le correspondía por derecho de nacimiento.
Si empezaba a creerse las palabras de las preparadoras, habría perdido definitivamente.
El cabello llovía en porciones desequilibradas. Algunos cortes se llevaron la mitad de la melena, otros apenas rasgaban las puntas. No había un orden, ni prisa; era evidente que querían prolongar el momento cuanto fuera posible. Y mientras, Shaula sufría como amordazada, la mutilación de esa parte de sí misma a la que, según la convencieron desde pequeña, le debía su feminidad.
Lady Briane, aunque no participaba del acto, supervisaba implacable con las manos cruzadas y su boca siempre recordando que «Esta es la voluntad de Ara y el rey».
Shaula cerró sus manos en puños y la miró a los ojos. ¿Cómo podían hablar en nombre del rey cuando ni siquiera le avisaron del juicio de su hija?
La mujer que sostenía el cuenco con aceite, bendecía las manos de aquellas que manipulaban la hojilla. Se convencían a sí mismas de que su acto era una encomienda divina, una manera de servir al creador.
«Athara's ha», se recordó Shaula, porque es más fácil creer que dios no es aquel que te abandona en manos de los verdugos. Porque en esa negación todavía existe esperanza. Porque si dios es mujer, tal vez solo necesitas conocer su nombre, y ya no estarás más solo.
Para cuando llegó el sacerdote a cargo de supervisar el progreso de su caso, Shaula tenía en su cabeza apenas un par de mechones cortes y desprolijos. Todo lo demás, tenía el largo del vello facial.
—Este acto de purificación, hija mía, es el primero para volver a encaminarte al sendero del bien.
Shaula le sonrió, aunque en sus ojos brillaban lágrimas de luto.
—Lo entiendo, su santidad.
—Sin embargo...
La ira envenenó los ojos de la princesa al escuchar la voz de lady Briane.
—Ara dice que si tu ojo te es motivo de pecado, haz de cortarlo —señaló lady Briane.
—Lo dice, lady Briane —convino el sacerdote.
—Pero, aunque el cabello es un simbolismo hermoso del final de la hipocresía, no ataca la raíz del pecado.
—¿Y qué sugiere usted para atacar la raíz?
La mujer se llevó una mano al pecho, dramatizando una pena que jamás llegaría a sentir por la princesa. Fingía un remordimiento abnegado que Shaula entendía ficticio. Tenía claro que si lady Briane podía sentir algo por ella era únicamente el deseo de verla mendigando piedad.
—Aunque la terapia intente cambiarla, el pecado de la princesa viene de su piel. No dejará de cometer actos abominables hasta que su piel deje de pedírselo...
—No podemos dejar sin piel a la princesa de Áragog, si eso es lo que...
—No podemos dejarla sin piel, pero podemos darle un nuevo nacimiento a la que ya tiene.
En una mirada del sacerdote a lady Briane, Shaula supo que había captado su interés.
Otro golpe, un nuevo miedo incierto. ¿Cuántos más, tenía preparados Ara para ella, y por qué no la asesinaba de una vez? No era tan fuerte, ni siquiera tenía ganas de serlo.
«Athara's ha», le recordó su mente.
Athara's ha, rectificó dentro de sí.
—¿Qué tiene en mente, lady Briane?
—He leído un estudio sobre terapia de reconversión con veneno. Busqué asesoría, y me atrevería a jurar su efectividad. Es posible que, con las dosis adecuadas y en sesiones recurrentes, los nervios en la piel de la princesa mueran. Ya no serán piedra de tropiezo, porque si no puede sentir el tacto de una mujer... tampoco podrá desearlo.
—Si puede lograrlo, lady Briane, la Iglesia sabrá recompensarla. —Ambos estrecharon sus manos—. Haga lo que tenga que hacer, cuenta con nuestro respaldo.
Era el momento de recuperar la fe, y empezar a pedir misericordia.
~☆♡☆~
Nota:
El cap es corto pero el maratón sigue. Gracias, gracias, por apoya tanto el libro.
Espacio para opinar de lady Briane y sugerir el tipo de muerte que se merece. Nah, mentira, su destino ya está escrito, no se preocupen xD
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