19: Desnuda solo ante ella

*Ilustración de Shaula e Isamar hecha por Venusfolk*

—Tal vez pasas demasiado tiempo en ese templo —se quejó la preparadora.

—¿Qué mala impresión podría dar mi devoción a Ara?

—No es la devoción, es el tiempo perdido. Tienes lecciones, princesa, no puedes evadirlas fingiendo que rezas todo el día.

—Yo no...

«No debí contestarle y menos para llevarle la contraria», pensó Shaula con sumisión en cuanto el reverso de la mano de lady Briane golpeó su mejilla.

Al menos fue sutil, estaba siendo tolerante.

Pero, es que Shaula en serio no había hecho nada malo esta vez. ¡Sí había estado rezando! Odiaba ser castigada por algo que no había hecho.

—¿Crees que no conozco esos trucos? —dijo la preparadora—. Sé cómo actúan las de tu clase, esos actos de rebeldía no serán tolerados, y menos si pretendes usar algo tan delicado como la casa de Ara para lograr salirte con la tuya.

—Sí, lady Briane —murmuró Shaula entre dientes.

Por Ara, cómo le ardía el estómago con esas palabras, era insultante tener que admitir culpa en una acusación de la que era por completo inocente.

Pero discutir solo acarrearía más castigos, y apenas se estaba recuperando de los hematomas que dejó el último. Por suerte lady Briane había sido inteligente y solo dejó marcas donde la ropa podría cubrirlas.

—Que no se repita. Ahora ve a esperar tu baño. Ya te enviaré a una de tus damas para que te ayude.

—Sí, lady Briane.

~✨🧡✨~

Todas las velas del baño estaban encendidas, el cuarto perfumado y lleno de vapores como si ya esperara por ella.

Y así era, porque ya había alguien allí cuando la princesa al fin encontró la fuerza para entrar.

Isamar Merak, ese día con un cintillo hecho de trenzas con su propio cabello. Su vestido era el tosco y repulsivo de las pescadoras de Antlia, de colores marrones, mostrando el abdomen por la separación de la falda y el corsé sin mangas.

Un completo espanto que la princesa no quería tolerar en ese instante.

—¿Tu hermana? —preguntó Shaula, pues Altair solía encargarse de su baño y nadie más.

—En un paseo con un prospecto de pretendiente, alteza.

Shaula asintió y decidió quitarse ella misma su ropa, sin ayuda. Si Isamar la delataba, le iría peor a ella, pues Shaula se encargaría de hacerle su estadía en el castillo un verdadero averno.

Con lo que batalló fue con el velo y el cubrebocas.

—La ayudo —se ofreció Isamar, y Shaula no encontró un motivo lógico para negarle la participación.

—¿Habías...? —Shaula aclaró su garganta levemente. Esa vacilación era indigna, la dejaba en una posición de nerviosismo totalmente falsa. Simplemente no hallaba en Isamar la misma comodidad que con su hermana—. ¿Habías hecho esto antes?

—¿Bañarme? Muchas veces, su alteza.

—Por favor, Merak, baja tu socarronería conmigo.

—Lo lamento, alteza —dijo Isamar francamente avergonzada porque la princesa había dicho «por favor».

Entonces terminó de quitarle el cubrebocas, y se quedó mirando fijo a los labios de la princesa. Con una mirada indescifrable, pero por completo ininterrumpida.

Shaula sintió la saliva acumularse en su boca; demasiada, demandante de atención. Tenía que tragar, pero no debía. Ella era dueña de su lenguaje corporal, no al contrario.

Y es que esa pronta incomodidad estaba mucho más justificada que su aprensión por el baño. Isamar estaba viendo su boca, desnuda. Fijamente. En Baham, Shaula habría mandado a abofetear a cualquiera por menos segundos de aquel gesto irrespetuoso. Pero estaban en Ara, así que tuvo que recordarse que era estúpido lo que pensaba. Isamar veía bocas todos los días de su vida, la única que no acostumbraba a ver era la de Shaula, porque era la única persona en la corte cuya cultura lo consideraba una desnudez.

Así que eso que estaba haciendo Isamar era normal. Shaula no debía sentirse intimidada al respecto.

—¿Puedo preguntar, princesa, por qué en Baham tienen esa costumbre?

—Ya has preguntado.

—¿Y puedo saber la respuesta? —insistió la dama sin inmutarse.

—¿No sabes por qué las bahamitas cubrimos nuestros labios?

—No sé por qué piensan que son desnudez. —Entonces le tendió la mano a la princesa para ayudar a meterla en el agua—. ¿No tienen los hombres bocas también?

—Yo podría preguntar lo mismo sobre la cultura de señalar los pezones como desnudez. ¿No tienen los hombres también y aún así se ejercitan y hacen el trabajo de campo sin camisa?

—¿En Baham no usan corpiño? —preguntó Isamar tan horrorizada como ávida de curiosidad mientras iba en busca de la esponja de baño.

—Claro que sí, pero no nos escandalizamos por un par de pechos. Puedes ir a las calles de Baham y encontrar alguna mujer amamantando tranquilamente, o ver vestidos que transparenten los pechos. Son casos de una de cada veinte mujeres, pero eso es multitud si lo comparas a las nulas posibilidades que tienes de ver una mujer sin cubrebocas. A menos, claro, que sea una niña.

—Qué cultura más...

Shaula le lanzó una mirada a Isamar que la azotó de vuelta al tono de la conversación, así que la doncella simplemente dijo:

—Interesante.

Cuando Isamar empezó a enjabonar a Shaula, no hizo esperar por uno de sus comentarios.

—Creí que ser princesa era un privilegio, no una discapacidad —acotó a modo de queja.

Shaula se recostó echando la cabeza hacia atrás en la tina y con los ojos cerrados dijo:

—Tienes muy poca noción sobre tu lugar a mi cargo... Merak —agregó luego de batallar un momento sin dar con el nombre.

—¿Eso significa qué...?

—Detesto los métodos de las preparadoras, pero tú me haces reconsiderarlo. Siento el impulso de castigarte cada vez que abres la boca.

Isamar contuvo una sonrisa divertida mientras la esponja se deslizaba por el abdomen de la princesa, descendiendo por su piel tersa y morena, la mano de la doncella hundiéndose en el agua.

Shaula inspiró profundo. Sintió la comodidad de un trance que llamaba el sueño, pero un latir nervioso que no le habría permitido dormirse ni sedada.

—Y, por casualidad, ¿cómo castiga una princesa? —preguntó Isamar en un murmullo, como si no quisiera herir la delicadeza de aquel trance.

—Créeme, he pensado en un par de sugerencias.

—Me halaga, su alteza, hasta ahora creía que «sus rencillas eran costosas, y yo indigna de que malgaste un solo pensamiento dedicándomelo a mí».

Shaula abrió los ojos y vio directo a Isamar, que se mordía la boca para calmar la satisfacción que brillaba en ella.

Ya que Isamar no era bahamita, sería natural que Shaula observara los gestos de sus labios tan fijamente, ¿no? La respuesta lógica era un sí, y aún así su cuerpo la contradecía al enviar una oleada de rubor ardiente a sus sienes.

Debía volver a cerrar los ojos.

De un momento a otro, Isamar desechó la esponja y untó sus manos en el tónico aceitoso con el que ahora bañaba la piel de Shaula Scorp Nashira.

Shaula se removió en el agua. La distracción de movimiento que creó en la tina fue la oportunidad que aprovechó para tragar.

En definitiva, sus nervios estaban actuando de forma irracional.

No era la primera vez que otra persona la bañaba, no sería la última. Pero aquel tacto no tenía comparación, y no era algo que quisiera reprocharle a Isamar. Otras doncellas habían sido bruscas y directas, Isamar Merak recorría el cuerpo de Shaula como a algo vivo, delicado y precioso; como a las alas de una mariposa exótica.

El problema no era ella, y no eran sus manos. Era Shaula. Ese baño era agradable, y ella se negaba a dejarse disfrutar. Como si temiera que al bajar la guardia tal vez pudiera... ¿Relajarse?

No sonaba mal. Tal vez debería aceptarlo. No tenía por qué...

Contuvo la respiración. Por Ara, casi había dado un respingo.

Tuvo que toser para disimular que se había ahogado.

¿Qué sirios le pasaba? No era la primera vez que una doncella tocaba sus senos. ¡Por Ara! Hacía un segundo había hablado sobre lo normales que eran los pechos en Baham, ¿por qué entonces su corazón gritaba como si quisiera ahuyentar las manos que tenía tan cerca?

Shaula entendió lo que pasaba. El problema era que tenía cerrados los ojos, y eso le permitía a su imaginación crear otros escenarios en base a las sensaciones de su cuerpo. Escenarios en el subconsciente, tal vez, porque su razón estaba totalmente inmersa en esa tina, casi desmayada y solo esforzándose por sobrevivir a aquel baño.

Decidió abrir los ojos, lentamente, como si temiera lo que iba a encontrar al otro lado de la realidad, más allá de sus conflictivos pensamientos.

Y estaba Isamar. Su cabello dejado caer a un lado. A Shaula le agradaba cómo las trenzas dejaban huella en aquel velo negruzco. No tenía vida, ni brillo. Objetivamente no era aceptable. Pero tenía un aspecto único en su carácter, salvaje con sus ondas, con una particularidad que le hizo entender a Shaula, así, en un vistazo, que la belleza no podía ser un conjunto de normas. Estaban definiendo la vida terriblemente mal.

Sintió las manos de Isamar deslizarse desde sus rodillas hasta sus piernas, cada vez más cerca de las caderas. Esa presión era más que agradable, desaparecía la tensión de sus músculos a la vez que creaba una inexplicable en su vientre.

No rompió el contacto visual, segura de que así podría mantener su mente apaciguada. Isamar no flaqueó, sostuvo la mirada de la princesa como un desafío, como una penitencia, y no se detuvo de su su descenso.

Los dedos de la doncella se hundieron a ambos lados de la entrepierna de Shaula, masajeando en un movimiento de ondas que... No se parecía en nada a lo que había hecho con el resto de su cuerpo.

No estaba tocando su intimidad, solo estaba peligrosamente cerca. ¿Y qué más daba si la tocaba? Le estaba viendo la boca, la tenía tendida en la tina tensionada de nervios bajo sus manos. Shaula no había estado igual de vulnerable jamás, aunque hubiese estado mil veces en la misma situación con otras damas. Shaula, por algún motivo desconocido que la tenía a punto de salir corriendo, se sentía desnuda solo frente a Isamar Merak.

Entonces la doncella sacó las manos del agua, y Shaula respiró por fin.

¿Cuánto tiempo había estado aguantando?

—Imagino que tú... que querrá hacer el resto usted misma, alteza —dijo Isamar lanzando una mirada significativa entre sus piernas.

—Sí, yo...

Shaula no pudo decir nada. Tenía la garganta seca, la boca llena de saliva y los pensamientos embotados.

Y al deslizar los dedos entre sus piernas...

Ese jadeo, ese sobresalto, no lo pudo disimular. El agua se crispó alrededor, Isamar se paralizó nerviosa.

—¿Todo bien, alteza?

Shaula volvió a comprobar entre sus piernas y sintió una humedad que nada tenía que ver con el agua. ¿Le había bajado su periodo?

—Muchas gracias por tu ayuda... Tú. Pero déjame terminar esto sola, ¿sí? Te relevo de tus responsabilidades el resto del día.

—¿Segura...?

—¡Isamar! Solo obedece cuando te hablo, ¿quieres?

—Entendido. 

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