18: La testigo

El juicio había empezado.

Las paredes del juzgado eran altas, tan inmensas como muros. El yeso que las construía estaba surcado por runas de la astrología antigua. Shaula, parada en el atril de los acusados, intentaba descifrar alguna. Era una tarea mucho mejor que sentir el peso de cada mirada que la juzgaba y condenaba antes de tiempo.

Le permitieron un baño y la atención física de las vendidas. Aunque a ella no le importaba el aspecto que tenía, su tía le advirtió que debía cuidar la imagen que daba ante todos. Ella era la princesa escorpión, pero nadie lo recordaría si lucía igual que una mugrienta plebeya.

Así que la vistieron de lila y dorado, con un vestido de la moda tradicional áraga combinado con accesorios bahamitas.

No se reveló el evento a ningún noble o miembro del consejo real. Era un caso estrictamente asignado a la Iglesia, tan distinto de aquellos que Shaula había estudiado en los que solía intervenir la Corona. Por ende, todos los presentes eran miembros honoríficos de la congregación, principalmente el diaconado y los sacerdotes.

La discreción era crucial dado que, de resultar inocente la princesa, o absuelta de su pecado, el objetivo era guardar su reputación con recelo.

En el centro estaba el estrado del juez, flanqueado por dos estatuas de yeso, desnudas, sin órganos característicos de ningún sexo, solo alas negras para uno, y doradas para el otro. Al pie de cada figura estaba la placa con la constelación que representaban: Ara, el creador y altar del cielo, y Canis, su principal opositor en el reino cósmico.

Se designó como juez del caso a un hombre imparcial, de reputación intachable e íntegro en su comunión con Ara: el alto sacerdote Polux III, un anciano de cabello encanecido y ojos penetrantes más allá de su conjunto de arrugas. Su túnica, con una balanza bordada y encima la contestación del altar del cielo, le confería la autoridad divina. Su veredicto sería acatado como la palabra de Ara.

A la izquierda se formó un juzgado que tendría la opción de discutir sus conclusiones con el alto sacerdote, pero que no podría intervenir en el veredicto final. Cada uno tenía preparado sus pergaminos para tomar las notas del caso.

Detrás de ellos, y entre las altas columnas que sostenían la estructura, habían largos ventanales que servían de iluminación.

A pesar de que estaban en una zona fronteriza, el sol era claramente bahamita. Shaula, que había rezado en vano a un dios que no respondía, se aferró a la fe que tenía en el gran astro de su tierra; por primera vez, murmuró una plegaria genuina, una que arrancó de su pecho antes de llevar a sus labios.

«Tengo miedo».

Fueron sus palabras, porque no sabía ni siquiera lo que debía pedir.

Con esa confesión de debilidad, Shaula sintió un zumbido extraño. Sus ojos se entornaron, forzando la vista en dirección de los ventanales.

La luz solar iluminaba las motas de polvo del salón, nada inusual; excepto que esas motas de polvo en particular parecían una lluvia de escarcha dispersa que luchaba por alcanzar a Shaula.

Tentada estuvo a estirar su dedo y tocar la aparente escarcha, solo para descartar que no fuera un evento de su imaginación.

Antes había vivido un evento que la dejó con una sensación similar, lo sentía en sus huesos, solo que no lograba recordar cuándo...

«Athara's ha», recordó. Fue la palabra que sintió en el aire en la biblioteca, la noche en que vio la rasgadura luminosa en la atmósfera. «El poder es femenino», es la traducción del bahamita al árago.

El olor a incienso ya impregnaba el lugar. Esa esencia, como de canela quemada, no tardó en producir náuseas con las que Shaula tendría que luchar.

A la derecha del juzgado se abrió el único espacio vacante, un atril donde los testigos, tanto de la defensa como los acusantes, podrían dar sus testimonios.

Shaula estaba nerviosa, pero armada con los consejos de su tía. A esas alturas, incluso agradecía la ausencia de sus familiares. No quería que estuvieran presentes en cuanto se leyeran los cargos en su contra. Tanto era su vergüenza al respecto, que quería pedirle a su tía que se marchara.

La densidad del aire aumentó cuando el mensajero avisó al juzgado que ya contaban con la presencia de todos los testigos.

La respiración de Shaula empezó a descontrolarse. Aunque ella quería mantenerse serena, evitarse mostrarse culpable, su cuerpo la traicionaba.

Por sobre todas las cosas, ese día añoraba los consejos de su padre, siempre sabio y asertivo. Pero al no tenerlo con ella, tuvo que tomar las armas a su alcance: su voz mental para domar el caos físico que la desequilibraba.

«Cálmate, solo se hará la lectura de cargos. Sobrevive a un proceso a la vez.

Has estudiado el procedimiento, no pueden condenarte sin pruebas concluyentes, al menos no por sodomía. Así que te declararán inocente».

Sin embargo, había otra voz dentro de su propia voz. Era ella misma, con argumentos diferentes. Era su inseguridad y miedo coexistiendo con su intento de valentía.

Pero no sabes cómo proceden los casos que toma la Iglesia...

Cerró sus ojos fuertemente, sus manos aferradas al atril del acusado como si este fuera el timón de su destino.

«No», se respondió. «Tranquila. Incluso si te declaran culpable, no puede ser tan grave el castigo»

Pero tú condenaste a muerte a una vendida por besarte. Ella ni siquiera fue a juicio...

«No es lo mismo, soy la princesa escorpión. No pueden matarme sin sufrir la ira del rey».

¿Te defenderá el rey al que tan mal has tratado, acusándolo de asesinar a su propia esposa?

«Sí. Lo hará. Es mi padre».

Pero, ¿qué más da que sea tu padre? Tu madre debería amarte incluso más, y prefirió mantener la farsa de su muerte que venir aquí y defenderte. Además... ¿y si realmente no hay nada que el rey pueda hacer, incluso queriendo...?

«No. No me hallarán culpable. No hay pruebas que me incriminen, nada que pruebe acciones más allá de toda duda razonable, solo sentimientos».

Shaula no podía seguir pensando. Su mente era el juzgado más despiadado.

Así que miró hacia atrás cuando el juicio estaba a punto de dar apertura. Entre el único público, estaba su tía, que levantó los pulgares en un incómodo apoyo al ver que Shaula lo miraba.

«Al menos ella lo intenta», le dijo su mente a Shaula, «¿dónde está tu madre?»

Así que le sonrió. O al menos intentó hacerlo.

—Hermanos y hermanas, su atención por favor.

El alto sacerdote Polux III tomó la palabra, y el escriba a cargo se apresuró a transcribir cada una de estas.

—Con la autoridad que me concede el altar del cielo, doy por comenzado este juicio. En nombre de Ara y el rey.

—En nombre de Ara y el rey —respondieron todos al unísono.

Gracioso, pensó Shaula, ya que el rey no estaba presente.

—Princesa Shaula Scorp Nashira —dijo el alto sacerdote—. Ha venido a este reino para honrar y hacer respetar los lineamientos y estatutos de Ara, y en contradicción a su propósito, hoy se le acusa de cometer actos de abominación a la carne, al espíritu y a los mandamientos de Ara cometiendo actos de lascivia y sodomía bajo tu libre albedrío y completa consciencia de tus elecciones. ¿Cómo se declara?

Un miembro del jurado tomó la palabra antes de que la princesa pudiera responder.

—Se le recuerda a la acusada que sus palabras se toman como un juramento ante el altar del cielo, por lo que se le insta a responder con honestidad y nada más que la verdad. Además, se le recuerda que solo tiene permitido responder con una afirmación o negación. Aclarado esto, se repite la pregunta. ¿Cómo se declara?

Hasta el momento, exceptuando la ausencia del consejo y nula participación de la monarquía, todo se regía por el mismo proceso que Shaula había estudiado. Así que había una esperanza de absolución en su caso.

Estaba a punto de responder cuando un murmullo se alzó en la sala.

¿Qué estaba ocurriendo?

Shaula volteó hacia el origen del desconcierto, y notó que su tía había alzado la mano como para pedir participación. En ese instante, estaba hablando con uno de los sacerdotes, que la escuchó atentamente antes de darle paso hasta el lugar donde estaba Shaula.

—¿Qué sucede? —le preguntó la princesa en un susurro.

—Quiero explicarte los cargos, para que sepas de lo que se te acusa y de qué te defiendes —dijo Iotisha, un poco jadeante por haber tenido que saltar los banquillos del público para llegar hasta su sobrina.

—¿Eso te corresponde?

—No, pero el sacerdote creyó que eran buenas mis intenciones, y me permitió estar a tu lado para explicarte los términos que desconozcas.

Shaula quiso decirle que ella no desconocía la terminología del caso, pero, ¿para qué Prefería alargar el espacio entre las acusaciones y el veredicto, ojalá infinitamente, y a la vez sentía agónica la espera de la resolución. Como fuera, era mejor tener a su tía al costado que no tener a nadie.

—Te están acusando de sodomía —siguió Iotisha luego de tomar una gran bocanada de aire—, se entiende como... eso, a cualquier práctica sexual distinta de aquella que Ara estipuló para concebir. Significa... hombre con hombres y... mujeres con mujeres. ¿Entiendes eso?

—Entiendo —contestó Shaula tan sonrojada, que esperaba que el velo en su rostro disimulara todo ese calor que sentía.

—Ahora ya puedes decirles cómo te declaras.

Shaula asintió y regresó su postura en dirección al juez designado.

—Inocente —respondió firme, pero cabizbaja para demostrar sumisión. Sabía que, de ser necesario, le dejarían extender su defensa luego de expuestas todas las evidencias.

—Se procede el caso con la participación de quien ha hecho la denuncia —dijo el alto sacerdote—. La Iglesia llama al estrado a lady Briane de Mujercitas, preparadora asignada a la princesa por la congregación.

«De Mujercitas». Las preparadoras, al igual que las vendidas, usaban de apellido el nombre de la casa de preparación donde crecieron. Ese recordatorio era tan satisfactorio como agrio; había placer en recordar que, después de todo, lady Briane solo era una más de tantas vendidas que nunca fueron compradas y que sacaron del mercado para convertir en preparadoras. Y había amargura al entender que una mujer que es menos que nada ha hecho de ti la miseria más grande.

«Ríe ahora», articularon los labios de la preparadora en dirección a Shaula.

Fue como un golpe en el estómago, peor que aquellos que le dio para hacer a la princesa vomitar. Ahora, la delataba y humillaba ante la misma Iglesia, condenándola a desnudar sus pecados para recibir quién sabe qué castigo.

En esa mirada de lady Briane al acudir al estrado, Shaula vio la satisfacción en medio de una impotencia de años. La desolación al nacer como una vendida que es arrancada de los brazos de su madre, la doctrina de la casa de preparación hasta que cumples la mayoría de edad, la ilusión del mercado donde algunas sueñan con un comprador decente; años de ser ofertada en vano, viendo cómo tus hermanas más jóvenes son llevadas antes que tú, por más de una década, para acabar siendo un objeto que nadie quiso.

Lady Briane era justo esa clase de basura, y para ella, la princesa Shaula era el problema, la mano que la arrojó al basurero.

Ese rencor mal direccionado, esa envidia inconmesurable, acabaron por llevar a la princesa escorpión a ese estrado, por el crimen de amar a quien su corazón quiso.

Un miembro de la Iglesia que lucía un turbante de seda, puso las Sagradas Escrituras de Ara a la disposición de lady Briane para que ella pudiera poner su mano encima y jurar ante esta.

—Lady Briane de Mujercitas. Usted ha hecho la denuncia y acusación de los crímenes de la princesa Shaula Scorp en este caso, y las pruebas adjuntas ya han sido entregadas a todo el jurado para que puedan leer el contenido transcrito. Antes de empezar con la lectura del contenido de las cartas, lady Briane, por favor, confirme su declaración ante todos.

—Estaba yo siendo enviada a Baham para terminar la preparación de la princesa...

—¿Por qué la princesa necesita preparación? —interrumpió Iotisha Rāśi, a lo que Shaula la miró con sus ojos muy abiertos para que se callara. Ella creía que más que ayudar, la interrupción las dejaba como unas irreverentes. Iotisha intentó arreglarlo—. Perdone la interrupción, su santidad. ¿Puedo hacer la pregunta ahora?

El alto sacerdote se mostraba desubicado. Él, como cualquiera, no esperaba la participación de Iotisha.

—Puede esperar, lady Rāśi, a que lady Briane termine su discurso.

—¿Y si habla tanto que me olvido de lo que iba a decir?

La pregunta era absurda, tanto que Shaula apretó fuertemente la muñeca de su tía con la esperanza de que el dolor la espabilara. Sin embargo, los miembros del jurado se vieron unos a otros como si realmente consideraran lógica la intervención.

Polux tomó la palabra.

—Puede participar esta vez con su pregunta, pero en adelante espere a que lady Briane termine de hablar para hacerlo usted, ¿de acuerdo?

Iotisha asintió.

—Su santidad, mi pregunta es: ¿por qué la princesa Shaula necesitaba la intervención de lady Briane como preparadora? La jurisdicción de lady Briane estaba en Ara, en Baham Shaula tenía otros orientadores. Además, ya ha pasado la mayoría de edad...

Lady Briane empezó a hablar por encima de Iotisha, gradualmente elevando su tono de voz.

—La Iglesia me asignó el caso de la princesa Shaula Scorp. Nadie está «lista» solo por cumplir una cierta edad. El objetivo es casar a la princesa, y justo ahora no está más cerca de un compromiso que antes, ¿o sí? Así que tuve que intervenir.

—A todas estas, no entiendo la relevancia de la pregunta —dijo el alto Sacerdote—. Estamos juzgando la acusación de lady Briane, no está en discusión si la princesa necesita o no una preparadora.

—Me disculpo si he sido confusa —contestó Iotisha—, pero lo que busca mi pregunta es entender la credibilidad del testigo. Ya que ella es la única que presenta pruebas en contra de la princesa, quiero saber qué la motiva. ¿Ustedes no? ¿Por qué de repente viaja a Baham e, inmediatamente llega, supuestamente, encuentra pruebas tan incriminatorias? Es lógico que me cuestione sus motivaciones.

—Viajé a Baham porque la Iglesia creyó que Shaula llevaba mucho tiempo sin un compromiso, y se creyó que mi intervención era necesaria —espetó lady Briane—. ¿Alguna pregunta más?

—Igualmente, no se preocupe, lady Rāśi. Lady Briane, de hecho, no es el único testigo en este caso.

Shaula no sabía eso. Y mucho menos sabía era que estaba a punto de desfallecer, solo fue consciente de su desequilibrio al sentir que su tía sostenía su mano, convirtiéndose en su único e inesperado apoyo físico.

¿A quién más habían llamado?

Lady Briane terminó su declaración, y el escriba del jurado leyó en voz alta el contenido de cada una de las cartas que habían encontrado como evidencias en contra de la princesa.

Shaula soportó el escarmiento público con las manos en el atril y los ojos fijos en sus uñas. Temblaba, las ganas de llorar le eran incontrolables. Esos hombres desnudaban impunes su intimidad, hacían una autopsia de su alma, juzgando lo que para ella fueron sentimientos genuinos e inofensivos, con los que no dañaba a nadie más que a sí misma.

Escuchó los jadeos, las críticas murmuradas y soportó los dardos de lástima y asco en cada mirada que se condujo en su dirección.

Siempre había estado rota, un defecto en la creación de Ara, pero ahora lo estaba ante todos. Públicamente irreparable.

Su tía le puso una mano en la espalda. Pretendía ser un gesto alentador, pero se asemejaba más a un golpe.

—Si quieres doy la defensa por ti —le susurró al oído.

Tal era la devastación de Shaula, tan desnuda y expuesta se sentía, que prefirió delegar su destino a una mujer que apenas conocía. No importaba si la defensa era débil, no importaba si ella podía idearse una mejor. Shaula simplemente quería desaparecer, encogerse en sí misma hasta que ninguna mirada la alcanzara. No podía hablar, no podía defenderse.

—Su santidad —dijo Iotisha—, la princesa está siendo acusada de sodomía, pero lo que se expone en esos textos no es nada semejante.

—¿No le parecen esas prácticas una ofensa contra los códigos morales de toda cultura?

Iotisha frunció el ceño, parecía a punto de echarse a reír.

—¿Prácticas, su santidad? Yo solo escuché comentarios al respecto de algunas lecturas.

Uno de los diáconos del juzgado, en efecto, se echó a reír. Fue este quien contestó a Iotisha.

—No nos quiera ver la cara de idiotas, en los textos no solo hablan de lecturas.

—Tal vez no, pero sigue siendo solo el intercambio de palabras entre dos amigas que, tal vez, se elogian demasiado. Pero no veo ninguna práctica.

—¿Se sabe quién es el destinatario de las cartas, lady Briane? —pregunta el diácono—. La que firma como Islaymar.

—Sí, su santidad. Se comprobó que las cartas iban dirigidas a lady Isamar Merak, ahora lady Aldebarán. Fue una de las damas de Shaula durante su tiempo en la capital.

—Es decir, que tuvieron oportunidades de sobra para practicar lo que escriben, ¿o no? Las damas tienen la responsabilidad de cuidar, atender, vestir e incluso... bañar...

Shaula sufrió un escalofrío. Había pasado de ser una princesa a un objeto en la imaginación de todos los presentes; ahora, estaba expuesta a vagar en sus pensamientos en toda clase de situaciones con Isamar. Con esas especulaciones, manchaban de perversidad los momentos que ella compartió con amor.

—Eso es especular demasiado, ¿no le parece? —dijo Iotisha—. Entonces yo podría decir que todas las personas tienen oportunidades de sobra para hacer esa clase de barbaridades, ¿no? ¿O no tenemos todos a nuestra disposición alguna dama o vendida? Sin embargo, quiero creer que Ara no condena pensamientos sino acciones. Y no hay acción si no hay pruebas. Solo tenemos estas cartas de dos amigas...

—Que se dicen te amo.

—Su santidad, ¿usted nunca ha dicho a un hermano que le ama? Porque claramente en esos textos se expresa un amor fraternal.

El diácono se rio entonces más fuerte, no parecía tomar en serio ni una de las palabras de Iotisha.

—La princesa le pregunta a su ex doncella que si la ama como a un esposo. Eso no me parece fraternal.

—¿Y qué le responde? Que no, que la ama como no se puede amar a un esposo. ¿Lo ve? Es un amor filial, de ese que no se le puede tener a una pareja romántica.

—Vamos, lady Rāśi, no nos vea la cara de idiotas. La princesa le dice a lady Merak que «la ha tenido recitando poesía contra su piel». Creo que eso es más que probatorio de que hubo acciones y no solo palabras.

—¿Eso? —Iotisha hizo un gesto de desdén con su mano—. ¿Ha leído alguna vez poesía, su santidad? Porque esa es una metáfora recurrente entre artistas. La princesa compone canciones y su doncella poesía, ellas se comunicaban como artistas y nada más.

—¿En serio cree lo que está diciendo?

—Yo puedo creerlo o no, al igual que usted puede creer, o no, lo contrario. Aquí lo relevante es que ni usted ni yo ni nadie puede probar más allá de toda duda razonable que Shaula Scorp y lady Merak estuvieron involucradas más allá de unas palabras algo edulcoradas.

—Excepto, tal vez, nuestro siguiente testigo —dijo el alto sacerdote—. La corte llama a testificar a lady Isamar Aldebarán.

Shaula alzó la vista por primera vez. Con el ahumado del maquillaje a su mirar, y la luz del sol impactando en su iris, sus ojos se veían de un café traslúcido, brillante por las lágrimas que habían contenido todo ese tiempo.

Lady Isamar entró al juzgado. Con su ropaje blanco, impoluto como una perla de mar, se mostraba como una mujer destinada a la castidad. Manga larga y cuello alto, guantes hasta los codos y sobre su cabellera de carbón una diadema floral que sostenía un velo cauto y decoroso.

La habían disfrazado de santa, ni una gota de color artificial había en su rostro pálido y lleno de pecas, con ojos de un verde oscuro que resaltaban incluso por encima de las ojeras y del hematoma tan grotesco sobre su frente.

Iotisha apretó fuerte la mano de Shaula, hasta que el dolor fue lo que se reflejó en su rostro, y no la añoranza.

Al público se unió lord Volant, que por algún motivo, había decidido asistir al juicio con un parche en el ojo.

De pronto, las alarmas estallaron en la princesa. ¡Isamar estaba ahí!

Tenía que hacer algo, tenía que ahuyentarla. Tal vez a ella le perdonaran su crimen por ser la princesa, pero a Isamar la condenarían sin contemplaciones.

—Controla tu rostro —le murmuró su tía.

Shaula temió estar siendo demasiado evidente, así que obedeció a su tía y empezó a morderse la mejilla por dentro para controlar su expresión.

Isamar tenía una expresión fúnebre, Shaula se preocupaba por lo malherida que se notaba, y aún así le parecía tan hermosa... Aunque no se notara mucho por el velo, llevaba dos trenzas entre todo el cabello suelto, y estaban entretejidas con cintas esmeralda.

—Lady Aldebarán, antes que nada quiero preguntarle si está siendo coaccionada de alguna forma para dar esta confesión.

—¿Lo pregunta, su santidad, por el moretón en mi cabeza? —cuestionó Isamar—. De ser así, no se preocupe. No he sido coaccionada, solo torpe. Me tropecé repetidas veces contra una mesa.

Shaula volteó de inmediato a ver a lord Volant. Algo le decía que él era la mesa.

—Adelante con su testimonio, lady Aldebarán. Primero, para que todas las partes estén en contexto, cuéntenos de dónde conoce a la princesa.

Shaula miró a su tía, sus ojos le suplicaban intervenir de alguna forma. Sentía que Isamar estaba por incriminarse y temía las consecuencias.

Su tía movió la cabeza levemente de lado a lado. No podía hacer nada.

La princesa volvió a mirar a Isamar. Su Isa, pero no la veía a ella, sino al juez.

«Isa, por favor... No digas nada».

—Hay mucha verdad en que conocí a la princesa Shaula al ser presentada como su dama.

—¿Por cuánto tiempo ejerció?

—Un año y medio, me parece.

—Continúe.

—Decía que hay mucho de verdad en lo que se dice de nosotras... Salvo que somos amigas. Nunca lo hemos sido.

Dolían esas palabras, pero Shaula las entendía. Eran necesarias para desmentir los rumores.

Polux se removió en su asiento, inclinándose más cerca de Isamar. Su actitud había pasado a ser condescendiente, la de un padre atento a la confesión de su hija.

—¿Quiere hacer una confesión, hija mía?

Isamar asintió.

—Ara te escucha.

—Yo... —Isamar carraspeó. Su postura siempre había mantenido el decoro, pero entonces se encorvó incluso más, quedando cabizbaja con la mirada fija en sus uñas que jugaban nerviosas—. Nunca fui amiga de Shaula Scorp, pero tampoco lo que se me acusa. Todo este caso insinúa que hubo una relación romántica entre nosotras, y no fue así.

Isamar miró hacia atrás, hacia donde estaba su esposo. Él asintió, sonriendo con orgullo a su pareja, lo que se reflejó en el rostro de ella.

«¿Qué mierda está pasando aquí?».

—Su santidad, yo siempre fui, en todo momento, nada más que la súbdita de la princesa escorpión. Una soberana déspota desde el primer momento... —Isamar bajó todavía más el rostro, e inspiró como si tratara de invocar valentía en el oxígeno.

—Respira, hija mía. Sé fuerte.

Isamar asintió, y por primera vez se mostró firme. Su mentón en alta, su mirada fija en el alto sacerdote Polux.

—Desde el momento en que mi hermana y yo llegamos a su servicio, nos dimos cuenta de la mujer tiránica que teníamos frente a nosotras. Nos usó de alfombra en todo momento. La primera vez que nos vimos, incluso me obligó a hacerle de bufón...

Fueron las últimas palabras que Shaula escuchó con claridad. Hasta ese momento, tenía la esperanza de estar aturdida, escuchando una falacia tras otra. Pero esa verdad de los labios de quien creía el amor de su vida terminó por encajarle la realidad de un golpe.

Estaba sucediendo. Isamar estaba relatando ante todos su historia desde un punto de vista que Shaula jamás había ni considerado.

—Sé que esto que estoy por contar será difícil de entender, pero... Cuando tu princesa, una mujer que ha probado ser cruel y despiadada, te pide algo a ti como una insignificante doncella... ¿Quién eres para negarte? Así que... Cuando la princesa me pidió...

El llanto de Isamar fue devastador para Shaula. Era una mano sobre su corazón, que estrujaba más y más fuerte. Nunca en su vida imaginó ver a su Isa quebrarse, delante de todos, mientras contaba con tanto esfuerzo, vergüenza y dolor la historia de ambas. Tal vez ella no dictara la sentencia, pero sus palabras eran lo mismo que un ataúd para Shaula.

Lord Volant pidió permiso para acercarse y sostener a su esposa. Y así hizo, abrazándola con la fuerza de su llanto, mientras miraba a los ojos a Shaula.

Fue cuando Shaula se quebró. Las lágrimas se desbordaron en silencio, el nudo estranguló su garganta. Y al igual que lady Briane hizo con ella, articuló con sus labios en dirección a lord Volant: «Ya para, ganaste».

El brazo de Iotisha rodeó el cuerpo tembloroso de Shaula.

—Ya va a acabar —le susurró en el oído, y luego le dio un beso en la sien.

Con su derrota, Shaula dibujó una sonrisa en el rostro de lord Volant. Aunque desconocía por qué se ganó la reputación de carcinero, en ese momento el título le quedaba perfecto, porque todavía teniendo los pedazos del corazón de la princesa en la mano, siguió estrujando.

Delante de todos besó los labios de Isamar con pasión, y secó sus lágrimas antes de volver a su espacio como espectador.

—¿Quiere un momento, lady Aldebarán? —preguntó Polux.

—No hace falta —dijo ella limpiando la humedad de su nariz—. Puedo continuar.

—Adelante.

—Decía que... Cuando la princesa me pidió ayudarla con esos actos... Me dijo que era para practicar, para cuando tuviera un marido. Y yo no quería, pero, ¿qué podía hacer?

—Entendemos, mi lady. Pero necesitamos que ponga en palabras los hechos, para saber cómo proceder con la princesa: ¿esos actos abominables ocurrieron?

—En cierta medida. Yo hice las cosas que ella me pidió que le hiciera.

—Entonces, las intenciones desviadas de la princesa son un hecho, según su experiencia.

—Natutalmente, dado que ella lo pidió.

—¿Ella la obligó?

—Dio la orden y obedecí.

—¿Pero en algún momento le dijo usted que no?

—¿A Shaula Scorp? ¿Quién podría?

—Me interesa saber —intervino un hombre del jurado— si usted tenía motivos reales para temer a la princesa. No me parece muy asustada en la correspondencia que intercambiaron.

—Viviendo en su corte, sí, tenía serios motivos para temer. Y por supuesto que mantendría la farsa con las cartas después. Ella insistió en buscarme incluso estando yo casada, ¿qué podía hacer yo? La princesa durante un viaje a Deneb ejecutó a una pareja de indigentes frente a sus hijos, y luego secuestró los niños. Cualquier lord del consejo, incluso lady Briane, pueden dar fe de lo que digo. E incluso antes, ¿sabía que la princesa ejecutó a su dama anterior?

—No... no estaba muy enterado de las andanzas de la princesa. Pero créanos, mi lady, que la tendremos muy vigilada a partir de ahora. Y creo que hablo en nombre de mis hermanos al decir que lamento lo que ha tenido que pasar.

—Lo secundo en sus palabras —dijo el alto Sacerdote—. Y hablo en nombre de Ara al decirle que no ha de temer por su alma, lady Aldebarán. Ara sabe que su corazón está intacto, pese a las atrocidades que ha sido obligada a cometer. Acepte mi dispensa divina, y vuelva en paz con su esposo.

Los puños de Shaula golpearon la madera del atril. El golpe fue seco, como un mazo que cortó toda conversación y dejó vía libre al silencio.

Los ojos de Isamar se desviaron hacia Shaula por primera vez.

Fue como mirar un cadáver.

—Princesa Shaula Scorp. —El alto sacerdote tomó la palabra una vez Isamar Merak volvió junto a su esposo—. ¿Tiene algo qué decir en su defensa antes del veredicto?

—Nada en mi defensa, pero a la maldita mentirosa en el estrado sí tengo algo qué decirle...

Shaula hizo ademán de ir corriendo hacia ella. Su tía tuvo que detenerla, asiéndola con fuerza de la cintura.

Pero la empujó, tan fuerte que su tía trastabilló. No lo hizo para continuar con su arrebato, ya había salido de su enajenación lo suficiente para entender que lo que estaba por hacer era una atrocidad. Simplemente alejó a Iotisha porque, a partir de ese momento, no quería que nadie más la tocara.

Siguió mirando a esos ojos, verdes por la ponzoña de todas sus mentiras. Habían sido su salvación del vacío, y ahora eran los que la condenaban.

La ira salió andando del corazón de Shaula, y la apatía lo alojó. Ella realmente no quería estrangular a Isamar. Quería arrastrarla, zarandearla hasta que escupiera la verdad en su cara. Y si la verdad era todo lo que acababa de decir, que por favor le mintiera con la maestría que lo había hecho hasta entonces, porque no podía vivir sin ese amor al que ahora llamaban engaño.

Lentamente, sus pies acabaron por arrastrarla de vuelta a su atril mientras en simultáneo Isamar acompañaba a su esposo. Ya habían estado distanciadas físicamente, pero ahora la separación era interna, una ocupaba el lugar del acusado, la otra entre quienes emiten el juicio. Y lo peor era que Shaula nunca tuvo la opción de escoger un bando; de haber podido elegir, habría escogido cualquier equipo sin criterio alguno, siempre y cuando lo compartiera con su Isa.

—Le daré otra oportunidad, princesa Scorp —habló Polux— porque el discernimiento de Ara me inclina a pensar que no está pensando con claridad, y que realmente no sabe lo que hace. Así que le pregunto: ¿tiene algo qué decir en su defensa?

—No, su santidad. Solo... —Shaula se dobló en llanto, sus codos golpeando con fuerza la madera del atril mientras las manos cubrían su rostro. No quería estar ahí, y «ahí» se había convertido en todos lados desde el instante que su único amor dejó de ser una realidad.

—Shaula...

Iotisha decía cosas. Es posible que el resto del juzgado también dijera otras. Pero Shaula solo escuchaba su propio llanto, y los balbuceos desesperados que emitía para cualquier deidad que estuviera escuchando.

¿Por qué?

¡¿Por qué?!

¡¿POR QUÉ?!

—Su santidad... —Shaula alzó su rostro, el maquillaje corrido, la mirada surcada de rojo. Hablaba entre sollozos sin importarle la humedad que goteaba—. Su santidad, me gustaría sugerir la pena de muerte como castigo.

—Shaula —la regañó su tía, tomándola por los hombros con mucha fuerza, como si esperara que se resistiera. Pero no lo hizo. Era apenas el cascarón de un ser humano.

El juez tomó una larga bocanada de aire antes de responder.

—Princesa Scorp. En este caso no necesito consultar la opinión del jurado, es bastante claro incluso para usted misma que ha cometido los crímenes que nos reúnen aquí. Pero veo en usted arrepentimiento, y Ara inspira misericordia nada más verle. Creo fielmente que su corazón, y en especial su alma, tienen salvación. Pero no solas. Necesita la orientación necesaria para volver a encaminarse en la verdad, y en el camino de la moralidad.

»No es su culpa lo que le sucede, lo creo firmemente. Y lo que necesita, princesa, es salvación, no condena.

Iotisha le sonrió a Shaula, tensa, pero enfocada en exprimir lo mejor de aquellas palabras que sonaban a absolución.

—Con la autoridad que Ara me ha dado, la declaro culpable, sí, pero con posibilidad a redención.

—¿Significa... que ya podemos irnos? —preguntó la tía de Shaula.

—Todo lo contrario. Por el poder que Ara me concede y en nombre del rey Lesath Scorp, con la autoridad que me legó Scorpius el primero, condeno a Shaula Scorp Nashira a un plazo inicial de seis meses de internado espiritual en el templo de Ara. Y le receto adicional una terapia de reconverción intensiva por todo el plazo de su aislamiento. Si al final del plazo estipulado se logra probar una recuperación absoluta, la princesa estará libre para volver a la sociedad.

—No... —Shaula hablaba por primera vez—. No entiendo lo que esas palabras significan.

—El veredicto ha sido dado, lo entenderá en el proceso. Ahora... A todo condenado se le conceden unas palabras finales. ¿Quiere usted, princesa, agregar algo a su juicio antes de comenzar su condena?

—Yo solo quiero ver a mi padre.

—No es posible, princesa. ¿Tiene un discurso qué agregar o puedo dar por concluido el juicio?

—No, no...

—Princesa, las palabras. ¿Tiene algo qué decir?

Los guardias ya empezaban a adelantarse. Era un hecho, Shaula estaba había sido condenada.

Al ver que la princesa no salía de su estupor, al no decir sus últimas palabras, los guardias llegaron a su lado y la tomaron cada uno por un brazo.

Y entonces Iotisha Rāśi rompió en llanto.

—No, por favor... Déjenme acompañarla —pidió a los guardias, pero empezó a ponerse tan histérica que también tuvieron que someterla.

—Hablaré con tu abuelo —dijo Iotisha mientras la arrastraban—. Buscaremos la forma de que estés bien...

Pero seguía llorando. Lloraban tanto y tan desconsolada, como si la estuvieran condenando a ella. Hubo algo en su debilidad que envolvió a Shaula de coraje. Era el fuego de la impotencia, uno que era incapaz de existir cuando se trataba de desear luchar por sí misma.

Se retorció en los brazos de los guardias y alcanzó las manos de su tía.

—Athara's ha —fueron sus palabras de aliento, de promesa y consuelo. Athara's ha significa que Ara no es dios, y si Ara no lo es, entonces no estamos perdidos. Solo le rezamos a la fuerza incorrecta. Athara's ha era lo mismo que decir «entiendo que el poder es femenino, y aunque me pisen, abrazo el concepto. Aunque hoy escojo morir en manos de mis verdugos, Athara's ha, así que mañana te prometo resucitar». Athara's ha no es un arma personal, es el consuelo para los que no soportan verte sufrir. Es la promesa, de que dios es mujer, y tú también lo eres.

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Nota: no puedo dejar de llorar con ese párrafo final, y no es porque tenga tatuado Athara's ha en la clavícula, noo, para nada.

Ya en serio. ¿Después de este capítulo todavía quieren seguir el maratón? Por favor comenten mucho, quiero saber hasta el mínimo detalle de su opinión. Y si otra vez llegamos a 500 comentarios seguimos el maratón, ¿va? En el último en que dejé una meta por primera vez llegamos a 1k de comentarios, eso nunca había pasado en este libro, se notó que en serio tenían muchas ganas de leer. ¡Gracias, gracias por apoyar a Shaula!

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