14: Iotisha Nashira
Último día de la siguiente semana, nuevamente el momento de dejar sangrar la herida.
El piano, un antiguo instrumento de ébano, ocupaba un rincón. Sus teclas estaban intactas, como todo en la fortaleza; era como si jamás hubieran atestiguado ni una melodía. Solo las huellas de la princesa, una vez cada siete días, acompañaban el instrumento, luego eran diligentemente limpiadas, como si así pudiera prevenirse que los secretos que Shaula suturaba en sus canciones fueran descosidos.
Estaba acostada sobre el piano del recibidor, mirando las fases lunares grabadas en el techo, cuando la voz de una vendida la interrumpió.
—La correspondencia, alteza.
Shaula había estado recibiendo libros dedicados desde Hydra. En eso se había convertido su correspondencia. Pero no ese día. Ese día, tenía una carta.
Se precipitó a bajarse del piano tanto que casi cayó de él. Luego corrió a tomar la carta de las manos de la vendida, y con todas sus fuerzas intentó reprimir su sonrisita previo a decir:
—Gracias, Tres. Yo me encargaré de este asunto.
—Debe ser la reencarnación de Canis el galán que tanto le escribe, como para ponerle las mejillas cual forja encendida.
Shaula puso los ojos en blanco.
—No hay galanes en mi vida, Tres. Son asuntos de Estado.
—Ajá, ajá. No babee mucho el piano, a menos que pretenda limpiarlo usted misma.
Shaula esperó a que la vendida desapareciera para abrir la misiva.
Y reconoció la letra inmediatamente.
«Disfruté del libro que me recomendaste»
Su corazón estalló en mil constelaciones con solo esas palabras, tuvo que dejar la carta un rato para poner en orden su flujo sanguíneo. Su rostro no se desprendía de aquella curva intensa en sus labios. Debía drenarla, no ser tan evidente con sus emociones, pero no sabía cómo parar.
Entonces, siguió leyendo.
«No puedo conseguir libros con la misma libertad que tú, pero me rehusé a aceptarlo como excusa.
Te he escrito algo... Y como soy pésima dibujando, tendrás que imaginarme a estas alturas de la carta con la expresión más apenada que conociste en mi rostro, porque justo así estoy. Confesar esto a mi soberana sin sentirme algo idiota no es sencillo.
Recuerdo tu carta de indignación por la carencia de contacto en Orgullo y prejuicio, cómo añorabas ese beso que nunca fue. Así que escribí para ti lo que sería la luna de miel de Lizzy y Mr. Darcy. Lamento si mi estilo te resulta meloso o infantil. Me falta la agudeza para ser tan explícita como las novelas que yo misma te recomendé. Pero espero entiendas lo que está más allá del acto. Me he concentrado en la pasión y el sentir, lo que transmiten sus almas cuando la piel entra en roce. El resto quedará a tu libre interpretación.
~Islaymar.»
Esa firma al final hizo estragos entre las ruinas de su corazón. Por primera vez, estragos no negativos. Abrió espacio a retoños de margaritas y girasoles que minaron el terreno baldío, floreciendo lentamente hasta provocar en Shaula una carcajada.
Desdobló el segundo papel dentro de la carta, ese donde se encontraba la escena extra del puño y letra de Isamar, y se tumbó a leerlo con detenimiento.
Nada más terminar su lectura, se abalanzó sobre ese piano, su silencioso confidente, tomando pluma, tinta y papel para redactar una respuesta al calor de sus sentimientos.
«Te he escuchado recitar poesía contra mi piel, y aún así no imaginaba que fueses tan buena escritora. Soy tonta, al fin lo entiendo.
Por favor, no te disculpes por tu estilo, discúlpate por ser tan mezquina como para enviar un capítulo en lugar de una novela. Si escribieras un herbolario, yo lo leería.
Tu narrativa, tal vez influenciada por el recuerdo de tu voz, me ha hechizado entera. Sentí en mi piel lo descrito, lo implícito y lo que libremente me permití imaginar.
Creo que te amo por lo que acabas de hacer por mí. Y por todo lo que has hecho antes...»
Shaula golpeó la pluma de forma nerviosa sobre el piano, pensando en las palabras justas para cerrar. Extrañaba a Isamar, pero la quería suya. Las palabras que intercambiaban siempre eran exquisitas, el único motivo por el cual un día tenía sentido detrás de otro, era esperar a que el siguiente mensaje llegara.
Quería más que un amor platónico, pero las migajas servían de mucho en su agonizante corazón.
Y sin embargo, solo por ese instante, quiso permitirse un poco de inconformidad. Así que firmó:
«~Eres una buena amiga.»
Una semana tuvo que esperar hasta que le llegó la carta en respuesta.
Si algo le encantaba de Isamar, era cómo sabía llevarla tan magistralmente. Shaula podía regir Baham si se lo propusiera, pero a su amada no podía ni manipularla sin que el juego se le volteara en contra.
«Estoy segura de que también la amo, por escuchar, aunque mi voz esté a través del papel.
~Es usted mi mejor amiga, princesa.»
Así que para enmendar tan impersonal respuesta, Shaula le envió a Isamar un libro con solo cuatro palabras en la dedicatoria.
«¿De verdad me amas?»
Recibiendo en respuesta un libro de anatomía que tenía por dedicatoria «Claro que te amo, dramática».
Shaula leyó esa respuesta al menos mil veces, siempre sintiendo como si fuera la primera. Mordía su labio hasta que la sonrisa empezaba a flaquear, pero sin desvanecerse. Llevaba el libro de anatomía a sus clases, a su entrenamiento, a todas sus comidas. Lo dejaba junto a su mesita de noche, lo cargaba cuando salía a pasear. Lo sostenía incluso estando en la bañera.
Las siguientes semanas se intercambiaron más lecturas con dedicatorias. La primera, fue de parte de Shaula con su respuesta a las palabras de su Isa.
«Déjame ser dramática un rato, mi vida. En realidad lo que quiero saber es... ¿Me amas como a un esposo?»
A lo que recibió por respuesta:
«Te amo como jamás amaría a ningún esposo, Shaula.»
«¿No como a una amiga?».
«No»
Las venas de la princesa se hincharon, llenándose de pulsaciones frenéticas, como nunca le había sucedido con una respuesta negativa. Un no jamás había sido tan positivo para ella.
Aún con la carta en la mano, se encontraba en el vestíbulo de la fortaleza. Los rayos de sol se filtraban a través de las ventanas, pintando patrones dorados en el suelo de los pasillos y creando un efecto tornasol sobre su piel.
Ese día se notaba intensificado.
Pasó la mano por encima de sus vellos, maravillada con el efecto de arcoíris que de la luz al impactar en su piel, junto a la fuerza magnética que manaba, aunque con ligereza.
No dejaba de parecerle asombroso, y con el pasar de los meses entendió que no era algo que le ocurriera a todos, como tampoco le sucedía a ella a menudo.
Las primeras veces solía quedarse mirando por horas, esperando con ingenua ilusión, como si algo estuviera por florecer. A esas alturas, dejaba de prestarle atención al minuto.
«Ya soy mayor de edad», pensó, «en otra vida, ya podríamos casarnos».
Aburrida, alzó sus ojos a las paredes. Estaban adornadas con tapices muy bien cuidados que combinaban fondos de constelaciones y fases lunares. También había retratos que representaban a cada miembro de la dinastía Nashira que había hecho de su vida algo digno de enmarcar. Al parecer, ella todavía no se había ganado el derecho. Al menos su madre estaba ahí.
En medio de su escaneo en derredor del vestíbulo, sus ojos tropezaron con la figura de su abuelo acompañado por sus guardias.
Era inusual verlo, aunque ella viviera en su fortaleza. Jalas'tar Nashira tenía cuatro propiedades distintas en Baham y demasiados negocios como para pasar mucho tiempo en cualquiera de estas.
Jalas'tar revisó el cuenco de uvas vacío, los dedos recorriendo la superficie para luego frotarse entre sí, tanteando el polvo con expresión de desagrado.
—¿Se le ofrece algo? —bromeó Shaula.
—¿Dónde están las vendidas? —preguntó Jalas'tar mirando en derredor—. Es claro que hace días que no se reponen las uvas, no sin limpiar las vasijas, al menos.
—No me han provocado uvas estos días.
—La fortaleza Nashira siempre debe ofrecer aperitivos, te provoquen o no.
—Entiendo. Cambiaré mis comandos hacia las vendidas.
—¿Están holgazaneando en mi ausencia? ¿Quieres que hable con ellas?
Shaula hizo un gesto con su mano que pretendía restar importancia al asunto y caminó hacia la hamaca para tumbarse en ella.
—Puedo encargarme de unas vendidas.
—Pero no de una casa, al parecer —dijo su abuelo con mala cara hacia todo lo que veía.
—Tendré que repetir el curso de "cuidado del hogar". Mañana mismo entrevistaré institutrices, no te preocupes.
Jalas'tar señaló a su nieta con su dedo abarrotado de anillos.
—No te pases de lista conmigo.
—¿Cómo podría «pasarme» de lista, si ni una casa sé mantener?
—Hija de Canis, Ara tenga misericordia de tu alma —dijo dándole la espalda.
—Así sea —concedió Shaula juntando sus manos a modo de rezo.
Jalas'tar aplaudió dos veces, y detrás ingresaron dos vendidas del equipo que se llevó con él para servirle.
Entre ellas carcaban una caja. Lo que sea que llevara, tañía como frascos con el choque de cada paso.
Dejaron la caja a los pies de Jalas'tar, quien arregló la cola de su túnica para no pisarla, y señaló el paquete a su nieta.
—A ver, víbora del mal, estoy ansioso por la explicación de por qué has gastado una fortuna de las cuentas que he abierto a tu nombre en, no solo pedir tres docenas del perfume más caro de todo el catálogo de los Sagitar, sino además, literalmente, pedir el envío urgente y delicado desde Hydra. Desde el maldito principado de las putas flores. ¿No hay suficientes perfumerías aquí o qué sirios?
Ella no aguantaba la risa, y su abuelo bien lo leía en su rostro.
—¿Qué te causa tanta gracia?
—Yo... pensé que me regañarías por algo importante.
—¡¿Qué hay más importante que el dinero?!
Recordando las prioridades de su abuelo, Shaula decidió tomarse el asunto con seriedad para no enemistarse con él.
—El perfume lleva mi nombre, y solo se fabrica para mí. Es mi olor. Si se agota, debo reponerlo. Es parte de mi huella, como lo son para ti tus trajes. Por eso es caro, porque es exclusivo. Y por eso no podía comprarlo a nadie más que a los Sagitar, porque son los creadores, y solo lo fabrican en su cede en Hydra. ¿Contento?
«Y es el favorito de Isamar».
—En lo absoluto. Pero no interesa. Acompáñame, pues sí hay algo de eso que tú llamas «importante» de lo que quiero hablarte.
Shaula arqueó su ceja muy recelosa por lo extraño, brusco y misterioso del cambio de conversación.
En respuesta, los guardias de su abuelo se aproximaron para escoltarla, pues eran bien conocidos por su impaciencia, pero las ashiira de Shaula salieron de los rincones de la fortaleza en donde estaban ocultas y sisearon en advertencia.
No les gustaba que nadie tocara a su madre.
Los guardias vieron a Jalas'tar, que, con expresión casi aburrida, no intervino en el asunto. Luego miraron a la princesa, que les sonreía con una disculpa inocente.
~☆♡☆~
Su abuelo no le habló en todo el trayecto a Giza, el sector de Baham donde estaba el complejo de pirámides más importantes del principado. Juntas, formaban el palacio del alto lord, el supuesto gobernante de Baham.
El puesto era bastante simbólico. Todos sabían que Dhanus Rāśi trabajaba para Jalas'tar, quien era el benefactor de todos sus lujos. Uno tenía el título, el otro el dinero.
La farsa había perdido relevancia una vez Sawla Nashira, hija de Jalas'tar y madre de Shaula, se convirtió en la reina al casarse con Lesath Scorp.
El sol se deslizaba en las estructuras insólitas de las pirámides como mantequilla sobre un cuchillo caliente.
Entraron en la central, aquella que en la torre tenía el escorpión coronado, el símbolo de la monarquía.
Nada más cruzar el umbral los embargó el olor a incienso.
La princesa estaba tan maravillada como nerviosa. Había vivido dieciséis años en Baham con su madre, y jamás le habían permitido ni siquiera acercarse a Giza.
Decían que la familia regente estaba llena de ególatras, y que ella no tenía ninguna necesidad de convivir con ellos. De hecho, Shaula recordaba claramente la vez que su madre le dijo «Si un día te invitan al centro, preocúpate. Probablemente hayas hecho algo mal. Los Rāśi solo sirven para pedir y dictar sentencias».
Y ahí estaba, atravesando el vestíbulo como uno más de los plebeyos que iban a exponer su causa a los Rāśi pidiendo clemencia o comida.
Caminó sobre la alfombra tejida en oro, y se horrorizó con los tapices. Había visto toda clase de escenas bélicas y sangrientas en las paredes del castillo de Ara, pero nada le revolvió el estómago como los desnudos en posiciones explícitas que encontraba a cada dos pasos en el interior de la pirámide de Giza.
Sobre unos escalones de oro se alzaba un trono empotrado. Y encima, estaba sentada una mujer de piel oscura, curvilínea con su cabello castaño lleno de trenzas y una diadema con más joyas que las que llevaba la princesa en todo el cuerpo.
No soportaba más ese silencio, pero no quería perder el duelo implícito contra su abuelo. Así que aguantó, hasta que, al llegar al pie del trono, la mujer sobre este le dijo en reconocimiento:
—La pulga que castró a sir Crus.
Sabía quién era. Definitivamente no era Dhanus Rāśi, así que debía ser la esposa: su tía, Iotisha Nashira.
—Mi lady —saludó Shaula con un asentimiento. Podría haberse postrado, pero, por muy inferior que se sintiera debajo de esos escalones de oro y los montones de joyas, ella era la princesa escorpión. Debía recordarlo—. ¿Debo suponer que no les ha agradado mi decisión?
—Poco importa lo que le quites a sir Crus mientras lo dejes con vida —contestó ella encogiéndose de hombros—. Mi Dhanus no tiene problema con nada que mi padre apoye, y él parece aprobar cada travesura que se te ocurre, así que...
—¿Pero sabes a quiénes sí les ha importado lo que hiciste, querida?
Shaula volteó confundida por la voz tan animada de su abuelo. No había hablado en todo el camino, había actuado con un misticismo preocupante, y de pronto ahí estaba, sonriente y participativo.
—¿A quiénes?
—A todo el mundo. Te has ganado la gratitud de muchísimas esposas que sentían que no tenían a nadie de su parte, y de muchísimas más vendidas que se creían la basura de la basura.
—Que lo son —dijo Iotisha mirándose las uñas—. Algunas agradan, es cierto, pero tienen muy poca voz y mucho menos voto.
Jalas'tar sonrió todavía más radiante. A Shaula le preocupaba mucho ver a su abuelo así de animado con una idea.
Lo conocía, no demasiado, pero lo suficiente para temerle.
—Sin voz ni voto, siguen siendo muchas... Y las multitudes siempre vienen bien.
—¿Hace falta que diga que no entiendo nada?
—Mi error, mi error. Es la emoción. —Jalas'tar señaló a la mujer en el trono—. ¿Conoces a tu tía Iotisha? Si no lo hacías, ahora la conoces. Ella será, junto a mí, tu mejor amiga en mucho tiempo.
—Ah... —Shaula miró de uno al otro—. Entiendo. ¿Qué hay de especial en este día como para escogerlo para esta sorpresiva reunión familiar?
—¿Sabes que fui yo quien concretó el matrimonio de tu tía con el actual alto lord? —Jalas'tar fingió un aplauso para sí mismo—. No me gusta alardear, pero fue de mis mejores negocios.
—Después del matrimonio de Sawla, lo cual no dejas que olvide jamás —murmuró Iotisha.
—De esa ni me hables ahorita.
Shaula se crispó. Su abuelo siempre había sido abierto en su rencor a Lesath luego de «lo que le había hecho a su hija», no esperaba oírlo referirse a ella de ese modo, menos en su presencia. ¡Era su difunta madre! Esperaba más tacto.
Aunque... Se trataba de Jalas'tar Nashira. Poco era el tacto que conocía.
Shaula volteó a ver a su tía.
—¿Qué edad tiene Karka? —preguntó haciendo referencia al primogénito del matrimonio entre Iotisha y el lato lord.
—Veinticinco.
—¿Y sigue soltero?
—Es el príncipe de Baham, no lo voy a casar con cualquiera, ¿o sí?
Shaula se volvió hacia su abuelo con el rostro incendiado de ira. Intentó, con todas sus fuerzas, que sus palabras no se cargaran de ese sentimiento.
—¿Pretendes casarme con mi primo?
Su abuelo reaccionó poniendo los ojos en blanco.
—¿Tengo yo cara de Lesath?
Las manos de Shaula se cerraron en puños. Aceptaba los comentarios de su abuelo en solitario. Pero ahí, estaba despotricando frente a la esposa del alto lord. Le debían un mínimo de respeto al rey.
—Lesath es tu rey —le recordó— y mal no lo ha hecho, ¿o sí? No será del agrado de todos pero ha mantenido la paz del reinado de Regulus Scorp.
—Pensé que habías dejado atrás la etapa de estar defendiendo a tu papito amado.
Shaula se mordió la lengua. Ella era la princesa escorpión, representante de la monarquía y el linaje Scorp en Baham; si ella no imponía el respeto al rey, ¿quién? Y, sin embargo... «Lesath mató a su hija. A tu madre. Recuérdalo».
Jalas'tar hizo una seña con su cabeza, y como muestra de su dominio su hija bajó inmediatamente del trono y los tres se adentraron más en la pirámide.
—Lesath buscará casarte —retomó—. A mí... Bueno, a mí no me gusta mucho esa idea de que regales el apellido.
—¿El apellido Scorp? —preguntó Shaula. Por un segundo, se había perdido en la conversación mirando los explícitos tapices de los pasillos. Había una mujer desnuda, puesta en posición de butaca mientras un hombre tomaba su boca por delante y otro le metía sus dedos por...
—Shaula.
—Dígame —reaccionó ella parpadeando y dejando de prestar atención a los tapices.
—Olvídate de los Scorp, Shaula. Tú eres Nashira. Quiero que siempre seas Nashira.
—En mi corazón, sin duda —bromeó ella—. Porque, como bien has dicho, tengo que regalarle mis apellidos a quien vaya a ser mi marido.
—No necesariamente.
Ella se detuvo en seco, pasando su mirada inquisitiva entre su tía, que contenía una sonrisa cómplice, y su abuelo, que directamente no contenía nada.
—¿Hay una ley que me ampare? —indagó—. ¿Hay una forma de evitar...?
—Si no hay, la buscaremos.
Frunció su ceño, fijándose en cómo su abuelo intercambiaba una mirada significativa con su tía.
—Te cité aquí porque quiero que de ahora en adelante estés en muy buena relación con los Rāśi. La vas a necesitar —explicó Jalas'tar.
—A mi marido no le hará gracia perder el poder, pero mientras pueda mantener su estilo de vida actual... —respondió Iotisha mirando a los ojos a Shaula, parecía querer transmitirle un mensaje entre líneas—. Por supuesto, hay mucho qué discutir y mucho papeleo por firmar para dejar las cuentas claras, pero eso es para otro momento. Estoy segura de que seremos grandes aliados.
—No... —Shaula tosió, su garganta estaba seca—. No entiendo.
—Me dijiste que Lesath no te permitió ejercer como embajadora —dijo el abuelo—. Y Sawla no duró en el poder. Así que, técnicamente, me ha atado de manos. Ya no hay ningún Nashira en la monarquía.
—Yo sigo siendo parte de la monarquía, abuelo.
—Un cáliz más —señaló Iotisha, quien tenía mucha razón en lo respectivo al lugar de Shaula en la corte.
La menor empezaba a sentir los dedos de sus manos entumecidos por un frío ficticio.
—¿Qué quieren de mí?
—Que te nos unas.
—Yo soy... soy parte de la familia, ¿qué más unida a ustedes quieren que esté?
Pero Shaula no estaba siendo honesta, estaba hablando desde el pavor. Las manos le temblaban como tela al viento. Lo que se sugería debajo de aquellas sonrisas era abominable.
—Confía en mí, querida víbora. Y haré de ti lo que tu padre jamás se atrevería, aunque sus demás opciones sean un bastardo y un tercer hijo afeminado.
—Son... tus nietos también.
—Y tus hermanos, pero piensas tanto como yo lo que te digo y lo sabes. Te conozco.
—Yo no...
—Sabes que no merecen lo que dan por hecho. Sabes que ni siquiera los consideras tus hermanos.
Ella mordió el interior de su mejilla. Tal vez no era unida a ellos, pero ni Sargas ni muchísimo menos Antares habían hecho nada para ganarse su rencor, solo su envidia.
—Dime por favor que no piensas lastimarlos.
Jalas'tar nuevamente puso sus ojos en blanco.
—¿Qué has estado leyendo que te tiene tan dramática? No soy un sirio, por el amor a Ara.
Shaula dejó ir el peso en sus hombros.
—¿Entonces de qué se trata todo esto?
—Algo mucho menos drástico de lo que imaginabas.
—Eso me quedó claro, lo que busco es que me des una mejor explicación, si es que eres tan amable.
—Shaula, lo que te voy a decir es muy serio. Aunque lo sabes tú, lo sabemos todos, voy a ponerlo en palabras: Lesath ya ha hecho caso omiso a mi autoridad en demasiadas ocasiones. Me desafió. Y, después de todo, ni siquiera se preocupa por lo que sucede en estas tierras, confiando en que «están en buenas manos».
—Y si están en tan buenas manos —siguió Iotisha—, ¿qué mejor a que siga en esas manos?
—Por los siglos de los siglos.
La princesa entornó los ojos.
—¿Hay una forma de hacer que me convierta en la alta lady de Baham o los he entendido mal?
Jalas'tar sonrió con ternura y acarició la mejilla de su nieta.
—¿Quién quiere ser una alta lady cuando puede ser la monarca?
Monarca.
No princesa, no consorte. Monarca. Lo que es igual a imposible.
Y así lo expresó.
—Eso no es posible.
—Lo es si Baham deja de ser un principado para convertirse en un reino.
—Eso no sucederá. Mi padre jamás...
—Shaula —la cortó su abuelo—. No menciones más a tu padre aquí a menos que sea de manera informativa e impersonal. Si vamos a hacer esto, implica que dejas de ser una Scorp. En mente y alma, al menos. No puedes jugar en ningún tablero usando ambos colores.
Shaula dio un paso atrás, quedando pegada a la pared del pasillo.
—Lo que me pides es atroz, e imposible...
—Ya lo odias.
—Mi odio es mío, no tienes derecho a negociar con él.
Jalas'tar iba a abrir la boca, pero Iotisha se interpuso tomando a su sobrina por los hombros.
—Déjala procesar, padre. Es demasiado para un día...
—Yo decido cuánto es demasiado para mi nieta. Ella no es como ustedes. —Jalas'tar volteó a mirar a Shaula—. Tienes que pensarlo. Lo que te digo es muy posible. Lo he estado sopesando por mucho tiempo y tú eres la pieza que me faltaba, porque tú mueves una fuerza que nadie más posee.
—Fuerza —repitió Shaula exhausta—. ¿Por qué yo? ¿Por qué no lo haces tú?
—Tu padre me decapitaría —confesó con tranquilidad—, y conmigo moriría mi intención. Se necesita más que un hombre, su dinero y su avaricia, aunque esto contribuya.
Se encaminó hacia su nieta y también la tomó por los hombros, pero de frente.
—Lesath te dejará vivir.
—Lo pongo en duda. E incluso en ese caso, me quitará del poder como se sacude una mosca —discutió ella—. Esto no tiene solidez por ningún lado, ni parece que se te ha ocurrido a ti...
—Shaula, Shaula... Cuando Lesath intente tomar Baham de regreso, tendrás algo que nadie más tiene, un arma muy subestimada pero claramente útil.
—¿Qué maldita arma tengo? ¿Serpientes? A ver cómo las enfrento contra setenta mil soldados áragos.
—No, Shaula. Tú tienes de tu lado la inconformidad femenina. Las mujeres de Baham te apoyarán, eres la chispa para su fuego, y ese fuego es el arma que necesito, y si tengo ponerte una corona para encenderlo, lo haré.
—Soy tu peón.
—¿Importa eso, cuando mi intención es llevarte al final del tablero y convertirte en mi reina?
—Importa, mucho, dependiendo de las piezas que quieras que elimine en mi camino.
Jalas'tar suspiró y miró a Iotisha.
—Creo que ha llegado el momento. ¿Dónde está tu criada?
—La dejé trapeando el suelo de mi habitación hace una hora.
—Podemos ir a ver si sigue ahí.
Shaula no escuchó una sola palabra en todo el trayecto, simplemente pensando en todo lo que su abuelo tan abierta y descaradamente. Le había servido la traición disfrazándosela de victoria.
Shaula había querido una corona toda su vida, sentía merecerla. Pero quería ganarla, no robarsela como hicieron con ella al nacer.
Entraron a la habitación de Iotisha Nashira y Shaula seguía tan absorta en sus pensamientos que no fue consciente de su entorno, ni se interesó en el alboroto hasta que ya estaban llamando a gritos a un guardia.
—¿Qué...?
En la habitación de Iotisha había dos personas. Un hombre con los pantalones abajo, y una mujer de rodillas que, según la interpretación de Shaula, había estado trabajando con su boca la horrible verga colgante.
Al principio Shaula no le dio importancia a sus identidades. Le preocupaba más el hecho de que Jalas'tar había desenvainado su daga legendaria y la había entregado a Iotisha.
—Hazlo tú, no quiero ensuciar mi traje.
Iotisha asintió y sostuvo la daga con su mano izquierda.
Un instante más tarde estaba clavando la daga Nashira en el ojo del hombre de los pantalones abajo. Como para asegurarse de la letalidad de su ataque, y sin prestarle atención a los gritos horripilantes, clavó el arma más profundo hasta que atravesó el cerebro.
Se hizo el silencio.
Un chorro de sangre estalló en la habitación, y por consiguiente, el hombre se desplomó sobre el suelo a medio lustrar, con su virilidad ya flácida.
Shaula no le dio la más mínima importancia, limpiándose las salpicaduras con el velo y únicamente interesada en descubrir el motivo de tan precipitada ejecución.
—¿Cuándo vas a dejar de darme problemas?
Jalas'tar no estaba hablando con Shaula. No estaba hablando con su hija Iotisha. Le hablaba a la mujer arrodillada en el piso, a la que la princesa miraba detenidamente por primera vez.
Era su madre, Sawla Nashira de Scorp. Reina de Áragog.
~~~
Nota:
SE PRENDIÓ ABSOLUTAMENTE TODOO.
¿Cómo siguen después de este capítulo? ¿Se lo esperaban?
¿Qué les parecen las cartas de Isamar?
¿Qué piensan de esta Shaula mayor de edad y su rol en baham?
¿Qué piensan de la propuesta del abuelo a Shaula?
¿Qué les parece ese final de capítulo y qué teorías tienen?
¿Qué opinan de la tía de Shaula?
Comenten, comenten. Todavía queda un capítulo del maratón ♡
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