12: El heredero que nunca fue

Cuando volvieron al palco de la familia real, Shaula fue directo hacia la barandilla donde sus damas estaban.

—¿Me he perdido algo importante?

—Ese hombre no deja de mirar a mi hermana —murmuró Altair en respuesta.

La aludida justo bajó el rostro con sus mejillas vagando cerca de una sonrisa.

Shaula miró en la dirección que señalaban para identificar al hombre. Era el próximo en el listado de duelistas, una de las apuestas más fuertes por sus hazañas con la espada.

Tal vez alentado por la presencia de la princesa, ese fue el instante que aprovechó para al fin acercarse a las damas.

—Mi lady —dijo el hombre con sus ojos fijos en los de Isamar Merak—. La he estado observando.

—Todo el reino lo ha notado, sir —interrumpió Shaula, sorprendiéndolos.

—Alteza —saludó el hombre sin perder el buen ánimo y enseguida se volvió hacia Isamar—. Sir Hadar, mi lady. ¿Y usted es...?

—Isamar Merak.

—Encantado. Le decía que la estuve observando desde lejos y no he podido evitar pensar en que me traería suerte si tan solo me honrara en aceptar este presente de mi parte.

El hombre se quitó una de las medallas que llevaba prendida al uniforme y se la tendió, haciendo que los ojos de Isamar se abrieran de tal forma que el sol aclaró la esmeralda que había encerrada en ellos hasta volverla lima.

Ese gesto de parte de un soldado era del todo inusual.

—¿No te agrada para ella?

Shaula volteó en dirección a aquella pregunta hecha en un tono discreto. Antares había aparecido junto a ella.

—No es eso... —contestó la princesa echando una ojeada hacia los tórtolos que todavía platicaban—. Es que no lo conozco. No sé nada de su reputación. Eso me preocupa.

—No lo conoces, y aún así desconfías —señaló Antares con un arco en su ceja.

—El desconocimiento es el principal motivo para la existencia de la desconfianza —discutió la princesa con elegancia—. Ese hombre se ha acercado a la que no es ni de lejos la más bonita de mis damas teniendo a las otras dos a su lado, y le entrega su medalla para deslumbrarla. Creo que busca a alguien que no le diría que no, y eso me parece que es algo digno de poner en duda.

—Por suerte para ti, yo sí conozco su reputación —contestó el príncipe escorpión señalando discretamente al duelista—. Es sir Markus Hadar. Intachable en sus duelos, pero tiene la mala costumbre de aprovechar un poco de más la prohibición de matrimonio en su puesto. Solo que no le explica ese detalle a las jovencitas que corteja hasta que ya es demasiado tarde para la reputación de ellas.

Shaula volteó a mirarlo horrorizada, esperando encontrar en su hermano una señal de haber estado bromeando.

—¿Quieres que lo aleje? —le preguntó Antares entonces.

—No, no. No pretendo armar un escándalo.

Antares frunció su ceño con un aire de suficiencia.

—Tú observa —finalizó él.

Al segundo siguiente, Antares interrumpió al trío de damas acaparando por completo la atención de todas, en especial Isamar, a la que le hablaba directamente, hasta que ya ninguna tuvo ojos para sir Hadar.

—Sarkah —murmuró Shaula negando con la cabeza.

~✨🧡✨~

—¿Lista para conocer a Sargas? —le preguntó el príncipe Antares a Shaula mientras volvían al castillo luego del torneo.

La princesa sí que estaba ansiosa por conocer a su otro hermano, de hecho sentía que el estómago le iba a estallar por la anticipación. Sargas era el futuro rey de Áragog, al que por tanto habían mantenido en anonimato para protegerlo de los posibles atentados contra su vida. De lo que no lo habían podido proteger era de los rumores: decían que el niño era enfermizo, que tenía una tercera oreja, que no era hijo de la reina, que no era hijo del rey, que de hecho no existía...

Por supuesto que Shaula quería formarse una opinión al respecto por su cuenta.

—Tú ya lo conoces, ¿no? —le dijo Shaula a Antares—. ¿Qué debo esperar?

El escorpión dorado calló, aguantando con apenas discreción una sonrisa perversa.

—Dejaré que te sorprendas.

—¿De... acuerdo?

Shaula suspiró y miró hacia atrás, donde estaban sus tres doncellas hablando animosamente entre ellas. Ya se llevaban bien, además de que el torneo les había dado mucho de qué hablar, algo además de su aversión hacia Shaula, sin duda.

—No me permiten llevar las doncellas a la cena —dijo Shaula para que su hermano escuchara—. Quieren que sea algo meramente familiar.

—Lástima —comentó Antares—. Me agradan, alguna más que otra. ¿Quién sabe? Podría prometerme a ella hasta que cumpla la edad para contraer matrimonio.

Shaula le lanzó una mirada que revelaba poco más allá del escepticismo.

—¿No puedo? —preguntó el menor con una sonrisa que dejaba entrever el brillo perlado de su dentadura.

Shaula contestó con un encogimiento de hombros.

—Aclaro que era una broma —acotó él—, espero no te enojes conmigo.

—¿Por qué habría de enojarme? Cásate con las tres si la ley y mi padre te lo permiten.

Antares sofocó una risa, cosa que hizo a Shaula fruncir su ceño.

—¿Qué pasa?

—Olvídalo. ¿Te pondrás el brazalete en la cena?

La mención al brazalete le recordó a Shaula la escena de la joyería, así que obvió por completo las formalidades y saltó a hacer la pregunta que invadía sus prioridades.

—¿Qué pasó ahí, por cierto? Eso fue... Raro, como mínimo.

—Shaula —dijo Antares deteniendo el paso—. Si tengo que explicarte el chiste, no eres digna de reírte de el.

Ambos tomaron caminos separados a partir de ahí.

       La reina se había marchado temprano del torneo porque se sentía indispuesta, pero esa noche la verían nuevamente en la cena familiar que tendrían. Sin embargo, había pedido ver a Shaula antes en su alcoba por algún motivo que no se molestó en explicar.

Al llegar ahí, la princesa se encontró con una versión de su madre que nada tenía que ver con la de horas antes. Estaba en cama, sus mejillas hundidas, los huesos de sus pómulos más marcados y una palidez del todo inusual.

—Madre...

Shaula corrió a la cama y se sentó junto a la reina tomando su temperatura. Estaba hirviendo.

—¿Qué tienes? ¿Tan mal te cayeron esas manzanas? —insistió la princesa preocupada.

—No tiene nada que ver con las manzanas, cariño —aseguró la reina apartando la mano de su hija—. Llevo noches así. Me dan estos bajones de energía por estas horas...

—¿Bajones de energía? Parece más como un bajón de alma.

La reina rio por el comentario de su hija y a Shaula ese detalle le creó una extraña satisfacción, como un cobijo que no esperaba recibir ni era consciente de necesitar.

—Que no te escuchen las preparadoras haciendo esos chistes —aconsejó su madre todavía sonriendo.

—Lo sé, lo sé. Aunque no entiendo qué tiene de malo el sentido del humor.

—Yo tampoco, pero nunca hay que confiarse con ellas. Al final cada una es un individuo distinto con percepciones distintas; lo que para alguna puede pasar por ingenio para otra sería una impertinencia. Es mejor no arriesgarse.

Shaula asintió sin discutir.

—¿Quieres que me quede contigo? —le preguntó a su madre.

—¿Estás loca? No, no. Iremos a la cena en un rato, y tú ya deberías estar arreglándote.

—¿Irás así a la cena? —inquirió la princesa, quien tomó con sus ojos entornados el asentimiento de respuesta por parte de su madre.

—Me darán algo para recobrar fuerzas y estaré ahí como nueva.

—Madre, por favor, descansa. ¿A quién le importa la cena? Se puede posponer, lo primordial es tu salud.

La reina negó de una forma que Shaula supo que no había más que discutir.

—Se hará hoy, Shaula, no te preocupes y solo intenta portarte bien, ¿sí? Estaremos por primera vez juntos todos, como familia.

—De acuerdo, madre. ¿Por qué me hiciste venir si de todos modos nos veremos en un rato?

—Sobre eso... Quiero presentarte a unas personas que te ayudarán con el asunto que atendíamos con regularidad en Baham. —Una mirada significativa dio a entender a Shaula que no debía indagar más en ese tema—. No quería decirte nada delante de tu padre o los demás por lo que ya entiendes.

Shaula asumió que su madre hablaba de sus entrenamientos. Siempre había sido enfática en cuanto a la necesidad de que se ejercitara y aprendiera las artes marciales bahamitas; le decía que debía estar preparada para defenderse en cualquier circunstancia. Y era todavía más insistente al recalcar la importancia de que esas prácticas permanecieran en secreto.

Lo que Shaula no entendía es por qué su madre le hablaba en clave dentro de esa habitación. ¿No estaban solas? ¿O estaba siendo paranoicamente precavida?

—A partir de ahora atenderás ese asunto por tu cuenta, jovencita —agregó la reina—. Ya estás grande como para que yo esté recordándote cuándo te toca qué cosa. ¿Entiendes?

—¿Y si dejo de hacerlo?

—Es tu problema.

Shaula sonrió abiertamente por el voto de confianza.

—No te defraudaré, madre.

—Bien. Afuera te espera con quien debes hablar. Ahora déjame descansar un rato más, ¿sí?

—Sí, madre.

Shaula le dio un beso a la frente ardiente de su madre y salió casi saltando de la habitación por lo emocionada que estaba.

—Ella estuvo hoy en la tienda —dijo una voz que no pertenecía ni a la reina ni a la princesa. Era una voz diferente, emitida desde uno de los rincones más oscuros de la alcoba donde nadie se habría preocupado en buscar un ser vivo.

La voz del príncipe maldito que heredaría Áragog: Sargas Scorp.

—¿Y qué si estuvo? —contestó la reina entre toses.

—Nada, nada... —siguió la voz con ironía—. Salvo que conoció al maldito joyero.

—No lo maldigas así, cariño... —rogó su madre mirando en dirección a aquella sombra que se alejaba del rincón ahora que no había más espectadores—. Él no es culpable de nada. No ha hecho nada malo en su vida.

—No, tienes razón. La única culpable aquí eres tú.

La lengua hirviente de la reina recorrió sus labios resecos en un gesto casi nervioso, una excusa para divagar mientras su mente digería el ardor del veneno recibido.

—No me hagas esto... —musitó ella—. No me digas esas cosas cuando estoy así... Me matas con tu ira.

—¿Ira? —Sargas avanzó hasta el dosel de la cama, donde sus dedos juguetearon distraídos mientras sus ojos parecían degustar la palabra antes pronunciada—. Madre, la ira es una sensación, y las sensaciones son instantes; lo que me pasa contigo es indeleble: es un sentimiento.

—Cariño, por favor... No merezco que me hables así.

—¡No mereces que te hable! —explotó él casi riendo de su comentario.

—¡Soy tu madre, Sargas Scorp!

—¡¿Y de cuántos bastardos más?!

La reina no respondió, prefirió morderse la lengua. Su hijo estaba enojado. Era normal, era esperable. Acababa de enterarse de una verdad difícil y hasta dolorosa, en especial porque era la confirmación a todo lo que murmuraban las paredes buscando destruirlo por dentro.

El heredero se acercó al hilo de luz que escapaba de la ventana, solo así se notó el enrojecimiento en sus ojos café, el rastro de un llanto iracundo que persistió por horas.

—Te he cuidado todo este tiempo, Sargas... —murmuró su madre, sus labios palideciendo entre el dolor y la enfermedad—. Te he amado como a nada... Por Ara, tú me enseñaste a amar. Sin ti... Habría hecho todo mal en la vida.

Sargas bufó desde su posición, mirando altivo a su madre como si solo fuese un germen bajo su altura.

—Si tú no consideras «hacer mal» lo que me has hecho, entonces me alegro de que este mundo al fin quedará libre de ti en unos días.

—¡Sargas! —chilló ella, su voz quebrándose a la mitad—. ¿Cómo puedes regocijarte en que me esté muriendo?

—Si tan solo te hubieses muerto sin decirme esto... —Sargas pasó la mano por su nariz secando violentamente la humedad que seguía goteando—. Te habrías ido de este mundo con el amor de alguien.

—No te he hecho nada, solo quería ser honesta...

—¡¿No me has hecho nada?! —estalló su hijo con la huella del llanto en su voz—. Me condenaste, mujer. ¡Yo tenía que ser rey! Me dijiste todos los malditos días de mi maldita vida que iba a serlo...

—¡Tú vas a ser rey!

—¡Antares es el heredero! —jadeó Sargas quebrándose a la mitad. No quería creer aquello, decirlo era como verter veneno directo a sus ojos—. He pasado mi vida detestándolo por querer lo que es mío... y yo soy el que desea lo que le corresponde a él.

—No, no... ¿No entiendes cuánto te he amado, Sargas? —La reina se incorporó hasta alcanzar la mano de su hijo y sostenerla con fuerza—. No sabes lo fácil que sería quitarte del medio y poner a tu hermano en el trono, pero jamás lo hice. ¡Jamás lo consideré siquiera! Desde que naciste he luchado por darte lo que mereces. Y así será. El rey lo sabe, el rey me ama, jamás rompería su promesa. Vas a ser rey porque yo quiero que lo seas, ¿entiendes? Yo te amo.

—¿Sabes amar? —ironizó Sargas al arrancar su mano de la de su madre—. Mi sola existencia es un crimen. Si querías ser una puta podías serlo tranquilamente. ¿Por qué arrastrarme contigo? Soy ilegítimo. Le regalaste la corona a Antares y me lo dices ahora porque estás a punto de pagar lo que debiste haber pagado desde el maldito día en que nací.

—Sargas... —La reina temblaba hecha un mar de lágrimas en la cama, no tenía más fuerzas que para negar y rogar a las estrellas haber escuchado todo mal—. Yo te amo...

—Si me amabas no me habrías condenado a esta vida, me habrías tenido con mi padre... El rey. —La mandíbula de Sargas se tensó al corregirse—. Ni siquiera es mi padre. Eso explica por qué no puede ni verme, ¿no? Y tú me hiciste creer que él simplemente era una asquerosa persona. Y la asquerosa eres tú.

—Basta, por favor...

—¿Por qué? ¿Por amor? ¿Quieres que pare porque te amo?

—Por favor...

—Solo responde.

La reina asintió.

—Sí, hijo. Quiero que pares porque sé que me amas, y que solo dices esto porque...

—¿El mismo amor que dices tenerme tú?

—Yo te amo, Sargas. Te amo más que a mi vida.

—Si me amaras... me habrías abortado, y aceptado la condena por hacerlo.

Fue lo último que dijo el heredero antes de volver a subir la capucha de su capa y salir de la habitación de la reina por el pasadizo que conducía a la suya privada.

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Nota: ¡Hemos vuelto! Hoy tendrán doble actualización y con esto pretendo retomar el ritmo y traer capítulos más seguidos.

Un saludo especial a @Scailer-cruz por su cumpleaños 🎂

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