Segundo pétalo
En la vida... te encontrarás con demasiados enredos... inquietantes trampas que intentarán domar tu espíritu, pero aférrate a la enseñanza, haz que tu corazón renazca con cada movimiento de la espada y si en combate eres reclamado... no temas, porque el honor de un samurái es más importante que su propia vida... ¿Verdad?
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MOMO NO HANA
Segundo Pétalo.
Las vueltas de rueda, acrecentaban la pesadez con que el largo camino, había tornado sus ímpetus. No quería cerrar los ojos... Pero con el paso de los segundos, las perlas que poseía se fueron ocultando poco a poco, al quedar sumergidos bajo sus párpados cerrados y caer apoyado en el hombro de su amada, siguiendo de la misma manera por varios minutos, hasta que un bache en el camino, hizo brincar el transporte, moviéndolo con brusquedad, obligándolo a despertar, aturdido.
Vio a los alrededores y encontró frente a él al rubio... La ambigüedad se sentimientos que se mezclaron en su interior era molesta, desde el incidente de hace años... por el que terminó siendo expulsado del grupo de ronins que lo criaron; no pensaba en él... tal vez alguna vez... —qué será de Yujio...— Pero jamás se imaginó que terminaría encontrándolo trabajando bajo el nuevo régimen de era. Y mucho menos de guardia de la niña... ahora señorita de sociedad que los escoltaba, sentada a su lado.
—¿Cómo te sientes?... —preguntó la aludida, al verlo despierto.
—Bien... —entrecerró la mirada, al no sentirse convencido consigo mismo por la decisión que había tomado. Miró entonces hacia su amada, dormida, recostada contra el respaldo de la silla.
—La señorita no despierta aún... —explicó el rubio, con aquellos ojos esmeralda, esperando ser visto de una manera menos agresiva por parte del samurái.
—¿En todo este tiempo?... —preguntó preocupado.
—Llevamos aproximadamente dos horas de viaje... —respondió, para luego posar la mirada a la ventana, el paisaje le dirigía sobre el tiempo restante. —Y aún faltan tres horas más...
—¡¿Tres?! —si pudiera ponerse en pie, en medio del carruaje lo haría —No... Yujio, déjanos bajar... esto no fue buena idea... —empezó a buscar la forma de tomar al hada en brazos.
—¡Espera! ¿Qué haces?
—Es absurdo, no pueden bajar —habló con seriedad y propiedad la rubia, dueña.
—¡Claro que podemos!
—¡Kazuto! —replicó el rubio
—¡Dile que se detenga! —exigió el samurái
—Eso no sucederá...
—Pues si es así... que sepas que un gato siempre aterriza en cuatro patas... —deslizó con brusquedad la cortina del carruaje y de un movimiento se subió al barandal de la ventana, apoyando los pies en la base, mientras llevaba a su amada cargada al hombro.
La premura de su escape, obligó a parar el carruaje.
El oficial, corrió tras de él y sacando el látigo lo apuntó con toda la firmeza y decisión posible, a enrollar en su pie, haciéndolo caer y con él su amada, que rodó a unos cuantos metros de donde se encontraba.
Estiraba su brazo, tratando de alcanzarla, pero la realidad... era que todo su cuerpo yacía entumecido tras la activación de ese poder... ¿Qué había sido eso?... Fue cual una corriente cálida y reconocedora lo invadiera desde lo profundo de su interior, un abrazo a todo su ser, indicándole que aquel poder que lo mantenía con vida, era sujeto de uso en su beneficio si así lo deseaba, una barrera, proyección de la integridad con que lo cobijaba... el amor... que fluía desde su pecho hasta su espada, envolviendo la hoja y dándole la capacidad de repeler un proyectil...
—Asuna... —las lágrimas se le perfilaron al no poder comprender... y verla tan lejos e indefensa, lastimada por su culpa.
—¡Kazuto! ¡por favor escúchame! ¡Alice! ¡Alice también lo es! —las palabras del rubio, tras su ser, no tenían sentido a su percepción. ¿Por qué lo decía?... ¿Ser qué cosa?...
Su pie que se torció con el agarre de la fusta, fue su aliado para ponerse en pie, aún con el dolor que le provocaba y despacio, caminó hacia su amada, para agacharse junto a ella y levantándola del piso, le sacudió el rostro con ligeros toques de sus dedos, sobre las mejillas palidecidas, mientras las gotas que se desprendían de sus propios ojos, caían sobre el de su amada. No se merecía eso... huir... ser lastimada... perder su poder... y ahora yacía en un sueño profundo del que no tenía idea si despertaría...
—Kazuto... —llegó a pararse junto a él, el rubio, cuyas botas, le parecían horrendas... la ropa occidental era lo peor... pantalones ajustados que estaba seguro no le permitirían moverse con libertad. ¿Por qué escoger una vida así?... ¿Por qué abandonar su honor?... En primer lugar... la razón por la que había aceptado ese viaje... era la necesidad de poner a salvo a su amada hada... la flor que iluminaba sus días, que cuidaría de marchitar... ¿Entonces por qué sentía que de seguir ese camino iba a terminar por perderse a sí mismo?...
—Sé lo que ella es... lo vi... —las palabras del general de gobierno lo asustaron, los iris plata temblaron ante la posibilidad de que lo que buscara no fuera ponerlos en resguardo... sino... el poder sobrenatural del que fue testigo... Por lo que desenvainó la katana, por encima del rostro de su amada, dejando una estela púrpura en el aire, que se cortó con el paso de la hoja, a que el rubio saltó y con una vuelta sobre si mismo, se alejó, quedando parado a varios metros.
—¡Yujio! —lo llamó la dueña del carruaje y su señora.
—¡¿Por qué?! —apuntó la punta de su espada a su cuello, asegurándose de que, en un movimiento de gran velocidad hacia adelante, pudiera destruirlo como era su especialidad. Aunque no deseaba hacerlo... era su... amigo... —apretó los dientes al pensarlo. —Una situación era odiarlo por haberse convertido al lado del gobierno pero otra muy diferente era que perdiera la vida por su mano.
—Porque quiero ayudarte... por favor... —estiró el brazo en su dirección, seguido del otro, mostrándole las manos libres de armas. —Prometo contarte todo... pero por favor... cree en mí... No hay lugar más seguro para ustedes ahora... que al lado de la señorita...
La opción de confiar en él estaba ahí, de pronto miró a los verdes ojos del chico en frente, en uno de sus brazos aún mantenía a su amada, mientras la mano restante empuñaba su arma, sintió desvanecerse el tiempo y con él los sonidos, ya no escuchaba el ruido de las ruedas girando sobre sus ejes, transitando a sus alrededores, mientras el aire le recordaba todo lo que estaba dejando, el húmedo aroma del bosque había sido remplazado por el seco olor de la tierra del camino, sus ojos cerrados percibiendo con sus sentidos lo que lo rodeaba... era cierto, ese camino iba a terminar por hacer que se perdiera a sí mismo... abrió los ojos de manera pausada, sin que el tiempo ni las voces de el rubio llegasen a alcanzarlo aún, con su flor en brazos, dejó caer su amada katana, rodeando a su mayor tesoro con ambas manos, supo en ese mismo instante que perderla a ella, sin importar que recuperara todo lo que era antes, era perderlo todo... con ella a su lado... el metálico sonido de su arma cayendo sobre el piso, hizo regresar a la normalidad sus sentidos... eligió confiar...
—Prométeme que es tal como dices...
La propuesta del brazo extendido aún no se deshacía, por el que caminó un poco más hacia el samurái acurrucado en el piso junto a su amada, para que este tomara su mano y en su apoyo se levantara.
—Es tal y como lo digo... —sonrió.
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El resto del viaje fue en silencio, procesando y tratando de entender el cambio y el porqué era lo que debía hacer, el hecho de sentir que no puede protegerla lo hacía hallarse indefenso, el poder aflorado en la lucha hace unas horas estaba recién abandonando su entumido cuerpo, impotente apretó los dientes imperceptible a los acompañantes, la ráfaga de disparos se repetía en sus pensamientos de manera dolorosamente vívida... Levantó su vista hacia Yujio, aún no era capaz de articular la palabra gracias con él, sí él no hubiera llegado en ese momento, sí no hubiese disparado... Ejerció un poco de fuerza en el agarre a su flor de momo, quien se removió aun dormida entre sus brazos, suavizó sus rasgos, esbozando una débil sonrisa resignada...
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La habitación asignada era enorme, casi del tamaño de su hogar en el bosque, mas eso no impedía sentirlo ajeno, el olor extraño y artificial no dejaba de incomodarlo, el lugar le hablaba en silencio a una parte de su alma, advirtiéndole que poco a poco, acabaría con él...
Negó en reiteradas veces con su cabeza, buscando sacar los pensamientos que lo acechaban, reiterándose a sí mismo que todo tenía un propósito, sólo uno... Yujio había ingresado hace pocos minutos donde se encontraba Asuna aun dormida, había oído su proposición, mas no podía asimilarla...
—No tienes que decidirlo ya... sé que es una petición que ha de parecerte horrenda... pero si lo que deseas es brindarle la mayor protección, permanecer con la apariencia de Ronin no servirá de nada...
—al ver que no recibió respuesta, suspiró resignado. —Esta noche habrá fiesta de disfraces en el pueblo... podrías usarla como excusa para lucir tu apariencia como Samurái... por última vez...
—No me interesa asistir a ninguna fiesta...
—Yo... yo si quiero ir... —habló adormilada, cual la charla la hubiera despertado.
—¡Momo-san! —corrió a su lado el pelinegro, mientras sus cabellos ondearon al viento, al instante que cayó arrodillado a su lado, en la cama.
—Mandaré les traigan algo para comer... —sonrió el anfitrión al verlos reunidos finalmente y cerró la puerta tras de sí.
El llanto acumulado en sus orbes de plata se deslizó en las mejillas enrojecidas tratando de callar los sollozos, la mezcla de felicidad y resignación atoraron las palabras en un nudo sobre su garganta, sonriendo tímidamente antes los ojos avellana que con ternura le anunciaban que todo iría bien, incapaz de articular una frase coherente, dejó salir al niño que ella conoció, el pequeño del que se enamoró...
—No llores Kazu —el llanto se volvió contagioso, del mismo modo que las miradas sonrientes —estoy bien, ambos lo estaremos...
—Si tú estás bien... yo... yo siempre lo estaré... —el breve gesto del rostro de su amada lo llamó, acomodándose a su lado, acunando el calor del ser amado, los segundos se volvieron rápidamente largos minutos, la cómoda manera de comunicarse sin mediar palabras, a través de sus manos tomadas en medio del abrazo gentil y cariñoso, inhalando de ella su esencia, una que le permitía sentirse él mismo donde fuera, el ambiente mágico de su conexión, interrumpido brevemente por la dulce voz a su flor...
—Vamos al baile ¿sí? —sus ojos brillando ilusionadamente lo hicieron sonreír olvidando sus pesares.
—¿Y si te digo que no sé bailar? —una risilla escapó entre sus dientes
—Tampoco yo... algo más que podemos aprender juntos, ¿no crees?
—Claro que lo creo... Te amo y te protegeré siempre, Momo-san...
—También te amo Kazu... pero es...
—Asuna... —interrumpió. —Lo sé... siempre serás mi dulce flor de momo... —las mejillas rojas de su amada quedaron ocultas entre sus manos, respirando sobre los labios del otro, la caricia dulce y extrañamente anhelante, cual, si fuera mucho el tiempo sin besarse, mas, si lo pensaban, incluso minutos llegarían a ser eternos sin sentirse de la manera en la que ahora compartían...
El llamado a la puerta, los separó.
—Debe ser la comida que el señor oficial mandó traer... —explicó su punto de vista la joven, bajo entonces la mirada, sintiéndose avergonzada. —Me siento un poco hambrienta...
—Y yo... —respondió, un tanto bajo, sintiéndose extraño por la manera tan dulce en que habló. Mientras más la conocía... más atraído se sentía y últimamente eso no hacía más que aumentar. —Enseguida vuelvo... —le sonrió y sin dejar de verla, se bajó de la cama y caminó de retroceso hasta la puerta, donde finalmente y de forma obligada tuvo que voltear, para recibir a la servidumbre.
—Adelante, muchas gracias.
—No tiene por qué darlas mi señor... —le reverenció, a lo que él hizo lo mismo y al ver a su amado con tal actitud, Asuna lo hizo igual. —Por favor tengan presente que he sido asignada a su cuidado, entonces no duden en llamarme para lo que gusten, atenderé de inmediato, solo deben tocar la campanita alambrada de la pared. —habla sin atreverse a levantar la mirada, una joven cuyo peinado estaba dividido en dos coletas castañas. Bastante más joven que él.
—Si es así... te lo agradeceremos mucho... ella es Asuna —la señaló a lo que su amada, respondió moviendo una mano para hacerse notar. —Y mi nombre es Kazuto... Puedes llamarnos de esa forma.
—¡Se lo agradezco muchísimo! ¡Es usted muy atento, mi señor! Pero... jamás podría... disculpe si mi comportamiento se manifestó de esa manera.
—Es que... —se llevó una mano tras la nuca y miró hacia su amada. —Nosotros no somos ningunos señores...
—Sin duda su gentileza habla por si misma... —razonó en un murmullo. —No duden en llamarme cuando gusten, a la hora que sea, para la orden que sea. —Volvió a reverenciar.
—Ahora que lo dices... Yujio... ehh... el general nos habló sobre una fiesta del pueblo, esta noche. —trató de conseguir información al respecto, para constatar que realmente fuera seguro.
—¡Sí! —lo miró emocionada.
La información fluyo unidireccional durante varios minutos, entre la emoción de la joven que contaba relatos y los rostros de sorpresa e intriga que se formaban en los inquilinos. Para terminar en la prueba de vestimenta para Asuna.
—Voy a dejarle el maquillaje para que se acicale a su gusto, señorita. —La reverenció, dejándola con una interrogación pronunciada.
—Bueno, mientras terminas de arreglarte, iré a informarle a Yujio que sí asistiremos a la fiesta. —Levantó la mano su amado en señal de despedida pasajera.
Ambos salieron de la habitación, dejándola con las botellitas y cremas en las manos.
Caminó entonces hasta el enorme mueble que servía de tocador y se miró en el espejo, donde prácticamente tenía visión completa de su figura hasta la cintura, se sonrió a si misma, al notar lo bien que se veía con aquella vestimenta, que contrastaba con su pálida piel, entonces lo comprendió, aquellos polvos coloridos eran para resaltarla, justo como había visto que llevaban hermosos colores en ojos y mejillas las señoritas en el mercado. Así que destapó todos los botecitos que le fueron encomendados con una sonrisa de satisfacción.
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No había pasado demasiado tiempo, pero si el suficiente para darle su espacio. No quería que se sintiera presionada, ya que sería su primera experiencia vistiendo atuendos hermosos y estaba seguro que eso la emocionaba, por lo que, aunque no tardó nada en hablar con el rubio, yacía esperando tras la puerta de la habitación. Se cruzó de brazos y miró a los lados, se apoyó entonces en uno de los lados de la puerta y cuando se cansó, se colocó del lado contrario, y cuando se cansó de eso también, se sentó en el piso, para entonces suspirar. ¿Por qué se estaba haciendo el tonto?... Quería entrar y verla...
De un brinco, se levantó diligente y abrió la puerta de la habitación, encontrándola con los hombros caídos frente al espejo, no era para nada lo que esperaba.
—¿Momo-san?...
—¡No! ¡No vengas! —se cubrió el rostro con ambas manos.
—Jaja... ¿Por qué?... ¿Pasó algo?...
—Es que... yo... —La decepción con la que empezó su explicación lo preocupó, por lo que caminó rápido hasta alcanzarla.
—No puede ser tan malo... déjame ver —estaba preparado para lo que fuera que tuviera en el rostro, después de todo... él mismo había sido un tonto al olvidar por completo que era la primera vez que lo hacía... y sin pedirle ayuda a la mucama, la había dejado sola, había sido demasiado desconsiderado.
—¡No!
—¡Momo-san!
—¡Qué es Asuna!
—¡Asuna! —la tensión subía con cada segundo, llamándole mucho más a la curiosidad.
—Oh mo... —se dejó ver, finalmente, los párpados y fuera de ellos completamente colorados.
—Jajajajaja, ahora en lugar de una flor, te convertiste en un mapache —le fue imposible no compararla.
—Si te mostré fue porque me lo pediste... no para que te rieras de mí...
—Sí... sí, tienes toda la razón... ¿Pero cómo fue que llegaste a esto?... —le colocó una mano suave sobre la mejilla, mostrándole la empatía que ella buscaba.
—Es que... puse un poco en un ojo y pensé que no se miraba mucho... entonces agregué más... pero entonces el otro ojo se miraba muy pálido... y agregué más... pero me excedí... y el primer ojo que pinté ya se veía más pálido... así que le puse más... pero entonces el otro...
—Entiendo... ven... vamos a lavarte y te ayudaré yo.
—¿Tú?...
—Jaja... creo que no tiene mucha técnica... ¿O sí?... —se miraron ambos preocupados.
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Una vez yacía su rostro lavado y seco, se miró en el espejo.
—Creo que me gusta mucho más así... —se puso tras de ella, el espadachín, con lo que ambos apreciaron sus figuras juntas frente al espejo.
—Parecemos un retrato... —sonrió, colocándose en pose de sentado formal, por lo que él se paró formal a su lado, también, para entonces estallar en carcajadas, al tener presente que una de esas pinturas costaría bastante dinero que para empezar no tenían.
—Bueno... a ver, qué es lo que hay acá... —se acercó al tocador, el chico de largos cabellos negros y tomó en sus manos un frasco familiar. —Mi madre solía usar de este, es fácil de aplicar, tras destaparlo, tomó un poco de aquella consistencia grasosa, de hermoso color cereza, con el dedo índice. —Separa los labios...
Como orden absoluta, lo acató, abriendo su boca frente a él, quien se sonrojó al darse cuenta de lo que estaba por hacer... Una vez más había caído en la trampa de sus emociones, lo que estaba por hacer no tenía nada de extraño... era color... solamente color... para sus labios... por lo que tomando todo el control que tenía sobre si mismo, la tomó del mentón y con el dedo que tenía untado, le recorrió el labio inferior, dejando la mancha sobre este, a su paso.
Lo había logrado... satisfactoriamente, podía respirar y...
—¡Momo-san! —sintió hasta los cabellos amarrados en su coleta erizarse al sentir como había cerrado su boca, atrapándole el dedo entre sus dientes como una mordida juguetona.
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No quería soltarla, más sabiendo lo hermosa que se veía con aquel yukata de estampados tan vivos y la flor que adornada sus cabellos recogidos. Pero el festejo era así... y debía acoplarse o el fin principal, que era divertirse y hacer que ella lo pasara bien, no se cumpliría.
—¡Un círculo entre los hombres! ¡Y al centro un círculo entre las mujeres!
—¿EH?! —prácticamente empujados entre el gentío, fueron asignados a puestos dentro de los círculos bailables, haciéndoles perderse de vista al instante, mismo que empezaron a tratar de ubicar al otro con la mirada, pero les resultaba imposible, ya que el círculo de hombres giraba hacia la derecha y el de mujeres a la izquierda. Los leves momentos en que se divisaban a lo lejos, sus facciones se emocionaban, provocando el disfrute del movimiento, cual la recompensa de encontrarse al final fuera el tesoro más buscado del mundo.
—¡Ahora, cada quien tome la pareja con la que quede frente a frente!
Personas desconocidas con las que tuvieron que socializar por lo menos para ese momento, nada de gracia... Una pecosa, que lo miraba fascinada y a la cual él le prestaba la mínima atención.
—¡Ahora tomen a quien gusten!
—¡Por fin! —la buscaba entre la multitud, pero no la encontraba, hasta que lo hizo, siendo cortejada por un joven alto de cabellos castaños.
—¿Me permite?... creo que la lesión de su pie está muy mal... —habló fingiendo preocupación, al llegar hasta ellos.
—¿Mi lesión?... —lo miró extrañado el bailador. —¿Cuál?...
—Ah... me olvidé... ¡ésta! —le dejó ir el peso del talón derecho sobre la sandalia.
La palabra utilizada para maldecirlo no fue lo suficientemente audible para llegar a sus oídos en medio de todo el bullicio y menos al haberla tomado de la mano y corrido, para alejarse.
La emoción de ser prácticamente raptada por su amado, recuperada para él, le llenaba el pecho de alegría que desbordaba por sus poros, esbozando aquella sonrisa que solamente él podía hacerla proyectar.
Habían cruzado hasta el otro lado de la pista, donde sería realmente difícil que aquel hombre les viera, ya que la gente se concentraba en grandes masas por todas partes.
—¿Estás cansada ya?... ¿Quieres que nos sentemos en algún lugar?... —preguntó, acercándose a su oído, para que su voz no se perdiera en el ambiente.
—No... yo... —frunció el seño y arrugó los labios, al sentirse molesta por su propuesta, cual lo que necesitaba y deseara fuera obvio.
—¿Tú?... —parpadeó sin comprender. En cuestiones de complacerla, haría por ella hasta lo imposible, siempre y cuando ella lo mencionara... porque si se trataba de que él no pensara por si mismo... la senda de la adivinación y hechicería nunca fue lo suyo.
—¡Moo! —el puchero que se apoderó de sus facciones, lo llevó a cubrirse los labios con la mano para no mostrarle su risa. —¡Qué adorable!
—Jajajaja, por favor no te enojes Momo-san... solo dime...
—Quiero... —dio un paso hacia el frente para rodearlo con los brazos y aferrarlo a ella, sonrojándolo por la muestra de afecto imprevista.
—Asuna...
—Bailar... quiero bailar contigo... como bailaste con esa chica... —sus ojos avellana se entrecerraron, causándole sorpresa. Nunca la había escuchado con aquel tono... ¿De reclamo?...
—Lo que pidas... —respondió meloso a su oído, sonrojándola en el acto. —Pero creo que esta música se baila más alejados...
—No... así quiero...
—Jaja... ojalá no te arrepien... ¡tas! —tomando impulso la levantó, haciéndola dar dos vueltas en el aire, y hasta una tercera, antes de caer mareado al piso y ella con él.
—¡Borrachos! ¡Fuera de la pista! —los señalaron de los alrededores, lo que les sacó gran carcajada, por lo que se levantaron y caminaron un poco más lejos.
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—¿Estamos borrachos?... —preguntó la hermosa hada, recibiendo de las manos de su amado, una orden de dangos de colores.
—No... no lo estamos... solo nos divertíamos mucho —Se sentó a su lado en la banqueta.
—Mm... —pensó en la respuesta de su amado y lo observó, al ver que se llevó una bolita a la boca, lo imitó, pero no le cupo entera, por lo que sin saber que hacer se llevó una mano a cubrirse los labios.
—Jajajaja, no es obligación que te la metas entera... vamos escúpela —colocó su mano frente a la boca de su amada, para recibir el bocado no masticado.
—¡Nooo!
—Si no me da asco, ni nada... vamos.
Ante la presión, empezó a masticar logrando disolverlo y tragárselo.
—¿Estaba rico? —bajó la mano y tomando su propia orden de dangos, iba a meterse otro entero a la boca, pero en vista de que prácticamente todo lo que hace es copiado por su preciosa Momo-san, le dio una mordida pequeña. Su propio acto le llevó a sentirse un tanto melancólico, aún había una infinidad de cosas que ella desconocía y que bajo su tutela tal vez podría aprender... pero ella no tendría la necesidad de pasar por nada de eso si no fuera por su culpa y pensar en eso... lo llevaba a lamentarse de tenerla junto a él en su forma humana y le parecía espantoso... porque ahora... no había nada sin ella...
—¿Kazu?... —se inclinó un tanto hacia adelante para buscar su mirada, encontrándolo apagado, diferente a como estuvo hasta hace poco...
—No es nada... —sonrió, pero no podía engañarla, el gesto fingido le estrujó el corazón y más aún al verlo levantarse. —Iré por un poco más de té. —No le quedó más que asentir y esperarlo, si no le había pedido que le acompañara... eso es lo que debía hacer, ¿verdad?
El puesto no estaba muy lejos, aún sabiéndolo no le gustaba en lo absoluto la idea de dejarla sola, pero necesitaba alejarse un momento... para calmar el nudo que constantemente se acrecentaba y apretaba en su pecho, para darle sentido a lo que hacía. Después de todo... estar con ella... representaba quizás... la única cosa buena que le había pasado en la vida. Pero la culpabilidad era grande...
Los pasos taciturnos lo condujeron por un camino incierto. ¿Dónde estaba?... ¿Cómo había llegado ahí?
—Podía asegurar que el olor que percibí durante toda la noche provenía de un viajero errante... porque es algo que nunca había sentido por acá... —la voz femenina lo alertó. El tono grácil al hablar lo llamaba a seguir escuchando, pero a la vez... el escenario de él perdido en la oscuridad no le agradaba para nada.
—¿Quién es?...
—Que olor delicioso... —escuchó tras su oreja, mientras con sutileza le alaban el cuello del haori. —Al sentirlo, cual se espanta un mosquito, levantó el brazo y le repelió, pero tras de él no había nada.
—Es difícil de pensar que tu sangre no te haga reaccionar...
—¿Qué?... —volteó entonces hacia el llamado de la voz, encontrando a la mujer vestida con una larga capucha oscura, cuyo extraño color de cabello, aunque trataba de pasar desapercibido al esconderse bajo la tela, resaltaba entre los mechones que se le escapaban, color del agua del estanque donde solía bañarse, turquesa brillante.
Fue entonces cuando lo sintió... cual oleada abrazadora inundó el aire a sus alrededores con aquel potente olor dulce y maderoso... ¿Cómo el olor del bosque puede provenir de una fuente como una persona?... Sintió sus músculos tensarse, mientras sus extremidades buscaban afianzarse al piso para acercársele. ¿Qué estaba pasando?...
—¿Kazu...to?... —el llamado de la dulce voz de su amada, lo hizo tropezar, al sentirse liberar de aquella extraña atmósfera, mientras ambas mujeres se miraron, el hada florar al reconocer la naturaleza de la aparecida, bajó la mirada, al saberse despojada de su magia, no podía evitarlo... pero se sentía inferior... Pero si de algo estaba segura, era que su amado, no renegaría de ella. Así que corrió hasta él, a abrazarlo en el piso donde se encontraba.
—¿Qué fue eso?... —Pensó al sentirse rodear por los brazos de su flor. —Perdóname... te dejé mucho tiempo sola...
Ella no respondió, limitándose a abrazarlo con fuerza y juntar su frente a la espalda de su amado.
—¿Momo-san?... —seguía sin obtener respuesta. —¿Asuna?...
—Por favor... no me dejes...
—¿Eh?... eso jamás... —se volteó, para atrapar su abrazo contra su pecho, sintió las pequeñas palmas frías colándose bajo sobre su kimono y juntándolo a ella con tal ímpetu que parecía realmente temerosa de perderlo. —No me iré nunca a ningún lado sin ti...
—Pude sentirlo... su poder... venía del otro mundo...tuve tanto miedo que no podía respirar... —explicó flaqueando al instante, al sentirse indigna, la presencia de aquella mujer le había robado toda la confianza que había ganado hasta el momento.
—Escúchame... —la tomó del mentón para obligarla a verlo. —Estamos juntos en esto... tú eres yo... y yo soy tú... ¿Sí?... No importa quien venga... que haga... o lo que desee... Mi alma siempre estará con Momo-san...con mi amor... —se encaminó despacio hacia sus labios, posándose en ellos suavemente al encontrarlos temblorosos... —Volvamos... —profirió al separarse y mirando en todas direcciones notó como el camino había regresado a la normalidad, reconocía el sendero por el que caminó en un principio y suspiró.
La tomó de la mano para dirigirse hasta el salón atestado de personas, la sensación de lo vivido aún la sentía presente... Al entrar el fuerte aroma de las bebidas, el sudor mezclado con los costosos perfumes puestos en exceso en los cuerpos le pico la nariz, obligando a arrugarla con una mueca disgustada, provocándole soltar la mano presionada de Asuna...
—¿Kazu? —miró su mano suelta, para elevar la mirada hacia él, preocupada.
—Lo siento, es sólo que... ¿no sientes eso? ¿ese olor? – ante su comentario, inclinando su cabeza hacia arriba trataba inútilmente de percibir lo que molestaba a su amado, quien al notarlo sonrió divertido – No importa, creo que es sólo cansancio...
—Iré por algo que te ayude, quizás ese té que fuiste a buscar – mencionó sonriente mientras el samurái se sonrojó al notar que era cierto, lo había olvidado por completo – espérame al aire libre, te despejará
—¿Puedes ir sola?... puedo acompañarte también... — su amada negó dulcemente con su cabeza y le regalo una sonrisa, feliz de poder hacer algo por él...
Caminó hasta el ventanal a esperar donde le había señalado su hada, aún mareado con los aromas intensos que parecía sólo sentir él, una vez afuera una nueva fragancia invadió sus sentidos, era atrayente y extraña a la vez, provocándole un escalofrío incómodo y misteriosamente familiar, cerró los ojos tratando de aislarlo, pero parecía estar en todas partes, se giró y abrió sus ojos, topándose de frente a la mujer que minutos atrás lo había encontrado... Sus destellantes ojos turquesas penetraron sus orbes como plata, inmovilizándolo, la vehemente mirada le parecía cautivante en cierto sentido, pero no quitaba la noción de peligro que le transmitía.
Los largos segundos acabaron con su acercamiento, el penetrante aroma lo hizo retroceder un paso, ella hizo un gesto de volver a olerlo, rodeándolo con una de sus manos pasando sobre su espalda... Mientras rozaba con la punta de su nariz el cuello expuesto, haciéndolo sentir cautivo.
—Tú esencia es poderosa... —aspiró llenando sus pulmones ante su cercanía, pero la extraña situación lo llevó a armarse de toda su voluntad obligándose a sí mismo a cortar el tacto que ella propiciaba, interponiendo su brazo entre los dos, nuevamente, para alejarla de sí.
—¿Quién eres? —repitió la pregunta hecha en su primer encuentro. Necesitaba saber de qué se trataba todo eso... ¿Porqué su presencia lo cohibía de esa manera?... Pero sobre todo... ¿Qué estaba pasando con él? Sus sentidos parecían explotar, mientras sus pensamientos caían en un agujero brumoso... reflejado en el hecho de la mano femenina posándose sobre su pecho y no sentir fuerzas para moverla de ahí.
—Deberías saberlo... sentirme, así como te siento... Porque somos iguales—su afirmación lo hizo alejarse un poco más, cuando un fuerte ruido y el olor del té de hojas se esparció en el aire, miró entonces hacia el salón, pudiendo ver como destellos los cabellos de su amada flor llameando en el aire, alejándose de él, haciendo que su primer reflejo fuera intentar ir de inmediato por ella...
—Esa flor pierde su naturaleza —la mano de la mujer apoyada sobre su pecho y las palabras mencionadas lo hicieron enojar, tomando con fuerza desmedida su brazo para alejarla y sin decirle nada, continuar su camino a su pequeña Momo... a la que no encontró sino hasta regresar al apartamento asignado.
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—¿Qué estás haciendo? —el camino marcado en su rostro por las lágrimas, su maquillaje corrido, sentada sobre el marco de la ventana, dejando que la luz de la luna la bañara y el viento gélido de la noche adormeciera cada opresión nacida en su pecho... La angustia de haberse sentido intrusa en lo que creía era propio, quizás fueron sólo sus suposiciones, la amarga sensación de saberse de él, de sentirlo suyo, mas darse cuenta que tal vez nunca lo fue, atoraban en nudos interminables que la sola sensación de la inmensidad del cielo podría entender, el manto oscuro en el paisaje era un reflejo de lo que sentía en su alma... —Asuna... —la llamo con dulzura, gatillando en ella un sollozo reprimido y ahogado de dolor...
—Déjame sola Kazuto... —en un hilo de voz trató de no sonar tan afectada, pero la triste apariencia contrastaba con su esencia.
—No puedo dejarte sola así... ¿podemos hablar?, cuéntame qué pasa, por qué saliste corriendo tan de repente, estaba preocupado y...
—Creí que estabas entretenido —interrumpió con fastidio, las nuevas y negativas emociones que aprendía oscurecían sus pensamientos, al punto de no reconocerse en esa mujer quebrada que vio en el reflejo de la ventana... —No importa Kazuto... No me pasa nada, sólo pensé que estarías más cómodo sin mi ahí...
—No digas eso... te necesito en todo momento... Asuna, mírame... —se acercó cauteloso tomando su hombro, el tacto frío de su piel y mirarla tan desdibujada lo hacía sentir miserable, y el hecho de pensar que podría ser su culpa lo destrozaba... cuando sus ojos se encontraron, el estremecimiento que los orbes como miel líquida, tan profundos y transparentes, dejando escapar de ellos el dolor... —Jamás he amado tanto... verte sufrir de esta manera, me siento un tonto... yo lo lamento... si hice algo lo lamento...
—Kazu... es mi culpa... por creer que me pertenecías, pero no eres mío por más que yo me sienta y me sepa tuya... tú...
—¿De qué hablas?... claro que eres mía...
—Lo sé... pero...
—Te pertenece Asuna, cada parte de mí, cada rincón de mi alma —llevó la mano de ella hasta los latidos de su corazón... —No hay nada que no haga por ti, no existo si tú no estás... ahora que te tengo no puedo ni quiero perderte...
—Ella... su presencia me hizo sentir... menos... era tan... bella... y poderosa... —admitirlo, solo aceleró el flujo de las lágrimas.
—¿Ella?... —entonces lo comprendió, todo era por culpa de la aparición de esa mujer... —Perdóname... no hay nadie que me importe más que tú, jamás podría sentir esto por nadie... Asuna, eres hermosa y mi piel sólo tú puedes encenderla...
—Pero ella... te estaba tocando... no me gustó... —bajó la mirada. —Solo yo quiero tocarte... —pasó suavemente su mano recorriéndole el brazo.
—Solo tú... te lo he dicho... y lo seguiré haciendo... Soy tuyo...
Tomó entre sus manos sus mejillas, limpiando sus lágrimas, aguantando el temblor que le provocaba verla tan frágil entre sus brazos, acercó sus labios obligando a ella a respirar entre suspiros – Te amo, sólo a ti... - besó su boca de manera suave, dejando que su hada se acoplara a su caricia, el beso escalo rápidamente cuando sus lenguas se encontraron en la humedad de sus bocas, demandando más cercanía, amontonando los deseos cual fueran altas montañas en el horizonte, esperando por la llegada de la tan ansiada unión de sus cuerpos... La aprisionó con sus brazos, mientras ella trepaba sus manos a su cuello, la distancia de la piel se volvió nada, mas la delgada línea de las ropas lo hacía advertir que había kilómetros de trayecto hasta sentirla, de un movimiento la alzó, llevándola consigo hasta la comodidad de la cama pocos metros al costado...
Sus labios turgentes acompasados a su ritmo, reclamaban el aire entre cada caricia, no importaba si aún no estaba segura acerca de lo sucedido hace varios minutos, en su interior era consiente que no había espacio en el corazón de ese hombre que amaba intensamente para nadie más y que entre besos y suspiros le demostraba devoción y anhelo...
Las emociones a flor de piel los descubrían en un silencio cómplice, exponiendo al otro lo vitales que eran entre ellos, incitando una locura que crecía como si fuera espuma en un océano agitado golpeando contra las rocas en acantilados, feroces y hermosas por igual, engulléndolos de manera acelerada.
El desborde de sentimientos amenazando sus límites, sus negras pupilas dilatadas absorbiendo la tenue luz de la luna, fascinado ante la vista de la bella mujer, a la que deseaba con cada parte de su ser, ahora indefensa ante sus ataques... Perdido en sus rincones, acariciándola, siendo capaz de escuchar incluso el palpitar de su sangre corriendo a través de sus venas, embriagando con el aroma de su piel, sus poros dilatados dejando escapar el sudor, oyendo su agitada respiración, buscando sus ojos notando el ligero batir de sus pestañas y los sonidos mudos de los movimientos en su boca, sus manos parecían tener vida propia esa noche, sacando la yukata sin solicitar más autorización que sus leves quejidos ahogados por su impetuosidad al amar cada centímetro de ella, separándola de la completa desnudez la ligera ropa interior... Regresando a la labor de repartir besos y roces, haciéndolo participe de la danza ancestral de amarse, los imperceptibles bellos cobrizos, invisibles se develaban erizándose sobre su vientre plano...
De pronto era consiente de todo, cada cambio en su cuerpo, en su piel, en los sonidos del ambiente, el aroma de durazno impregnado de líquido salado por el calor de sus manos friccionando contra todo de ella... Había perdido la razón, había dejado dominar a sus instintos, transformando en descontrol su entrega, en ardiente pasión su amor, sabiéndose su dueño... Quería todo de ella hasta saciarse.
Saboreando su cuello y deleitándose con los leves gemidos suplicantes, la febril esencia quemando su respiración, cual si el fuego naciera en su pecho para abarcar su locura dispersa en grandes proporciones por cada espacio del lugar, olvidando el tiempo, aislándose del mundo, porque su mundo ahora era ella... Ella que le retenía sobre sí, en medio de un abrazo protector, que al sentir su desenfreno trataba de acunar.
—Asu...na... —pronunció apenas sin aire, apoyando los labios en su clavícula izquierda, la cual lamió entonces, el olor de todos sus recovecos lo llamaba a saborearla, la sensación iba mucho más allá de lo que había sentido antes.
—Kazu... —cerró los ojos con fuerza, por el calor de su boca contra su piel expuesta. Podía sentir que la calidez que los envolvía... se acrecentaba con cada segundo.
Atento a los cambios en sus gestos y como si fuera su presa, terminó por arrancar la ropa restante, acechando su desnudez, la perfección hecha mujer, dando sentido a su arrebato, presionó sus senos entre sus manos, mordiendo y lamiendo, succionando en turnos cada uno, haciendo caso omiso a los gemidos desesperados de ella, esos que solo lograban enloquecerlo aún más... Bajó con su boca dejando un camino húmedo a su paso, tomando con los brazos, cuyos músculos se marcaron al sostenerla, ambas piernas para de un movimiento brusco y dominante, atraerlas una a cada costado de sus caderas, conectando sus miradas lujuriosas y desesperadas, terminando por desnudarse él mismo ante la atenta vista de ella, lo que no pasó desapercibido para él, mientras su hada contagiada por el deseo desenfrenado dejaba que él hiciera de ella lo que quisiera, abandonándose a sus deseos, mismos que le provocaban el placer indescriptible al hacerla suya de una fuerte embestida, haciendo fluir cual río naciente en las entrañas de la tierra, desembocando en el inmenso mar de placer escondido entre sus piernas, dejando crecer la marea intensa que los conectada de esa manera tan única... La breve sensación de dolor en ella fue inmediatamente sustituida por las olas de espasmos deliciosos que los rápidos movimientos que le entregaba provocaban, haciendo de esa unión un vaivén sofocante, ahogando los gritos en mordidas que dejaban marcas en su cuello, las uñas incrustándose en su espalda, sin dejar de moverse la besó...
Pudo sentirla invadiendo su espíritu, compenetrándose en otro sitio del mundo, los sentimientos conectados que ella también percibió, acercándolo aún más contra sí misma, cerraron los ojos al tiempo, reconociéndose aún en aquella penumbra, haciendo que los movimientos bajaran la intensidad, para conectarse con una sensación de pertenencia otorgada con cada sentido... No había duda... esa manifestación de la profundidad de su amor, no era otra más que la magia... podía reconocerlo... así como sentía la presencia de las demás hadas del bosque... y de aquella mujer... al entregarse a él... la esencia que percibía de su amado cambió... y aquel comportamiento se lo decía todo... ¿Pero por qué?... Si jamás lo notó... ¿Qué le había sucedido a su amado?...
El cautiverio del que eran presos sucumbió ante su entrega, mientras el ritmo aceleraba en cada oscilación hasta la profundidad de su amada, las vibraciones placenteras comenzaban con el fin de la locura en que se habían sumergido, acabando al mismo tiempo sus deseos en una fundición de dos seres conectados a través del infinito...
No lo soltó... a pesar de los jadeos de ambos y la unión tan profunda que experimentaron... había algo... tan extraño... que la llevó a aferrarlo contra su pecho, mientras la conciencia de él se desvanecía entre los toques de los dedos de su amada a sus húmedos mechones delanteros.
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La brumas de su conciencia se desvanecían, mientras percibía los alrededores con todos sus sentidos, la tela fría bajo su piel desnuda con el movimiento de su pierna, el calor de la mano de su amada sobre su rostro... y su figura entera brindándole cobijo en la misma posición en que se habían quedado dormidos, hizo caer un balde de agua fría a su mente al percatarse de su actuar.
—Kazu... —al sentirlo moverse, le llamó para tranquilizarlo.
—Asuna... —preocupado apretó la cintura de su amada y se recostó sobre sus pechos, evitando verla al rostro. Sentía una profunda vergüenza por la manera tan violenta con que se había comportado, pero cómo explicarle... por lo que cerró los ojos, en busca del pensamiento que le ayudara a expresarse.
—Fui yo quien lo quiso... —continuó con el movimiento relajante de su mano sobre su cabello, que en un principio lo llevó a sucumbir... para ahora brindarle confianza. —Fui yo quien se despojó ante ti... porque para mí... no hay nada en este mundo... que valga más que tú...
—Sabes... que para mí es exactamente igual... —buscó la mirada ambarina entonces —Pero... eso no implica que por más que desee tenerte... sentirte... lo haga para mi propia satisfacción... y lo que pasó anoche... —se llevó una mano al pecho. —Me sentía tan... fuera de mí... tan... poderoso... podía sentir todo... verlo todo... y todo al mismo tiempo... que...
—Lo sé... —lo interrumpió, centrando la mirada plata en ella. —Pude sentirlo... y ahora entiendo... por qué esa mujer te buscaba...
Las palabras de su amada, lo preocuparon, haciendo temblar sus pupilas.
—Pero estoy tan tranquila... al pensar que todo eso que traías dentro... pudiste desahogarlo conmigo...
—Sabes que no lo haría con nadie más... —ante su aseveración, la flor no respondió, se limitó a sonreírle y alzando la mano, le colocó la palma sobre la mejilla.
—Momo-san... —la manera de llamarla salió directamente de lo profundo de su interior... como aquel niño que busca en sus revoloteos la respuesta y el confort. —¿Qué me está pasando?...
—No lo sé... —le brotaron las lágrimas al sentirlo preocupado. —Pero estoy aquí... para que lo averigüemos juntos... —se sentó para buscar sus labios para sellar el pacto de su destino que se enlazaba al suyo, sin importar lo que ocurriera. Beso que él recibió y devolvió con ahínco.
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La mañana proseguía con el itinerario acordado y tres toques a la puerta, anunciaron que la salida estaba pronta a llevarse a cabo.
—Ya estamos listos, enseguida bajamos... —Pronunció. Sabía que lo que le esperaba sería demasiado doloroso, pero había tomado su decisión en ese momento... tras repeler la bala con su espada incendiada en el poder que lo recorrió desde el interior... Pero verse envuelto en la lluvia siguiente de municiones y haber perdido una... que rozó a su amada, misma que de no haber sido por la bala interceptora que disparó Yujio al llegar a su encuentro, es probable que hubiera acabado con la vida de su amada.
Aceptaría su oferta... Permanecer al lado de su señora como su perro y jurar redención ante el nuevo gobierno... con tal de brindarle seguridad a ella... la época de los rounin había acabado...
—¿Estás seguro de esto?... —la mirada culpable y preocupada de Asuna, le daba intenciones de dejar todo atrás y huir... pero no iba a hacerlo... se lo había jurado a sí mismo, iba a protegerla.
—No te preocupes... te amo... y si debo renunciar a mi propia vida por ti, lo haré...
—No se trata de eso... Yo no puedo ser feliz, sabiendo que esto va a lastimarte...
—No me dolerá ni me lastimará... —tomó sus manos entre las suyas.
—Claro que dolerá... —le colocó una mano sobre el pecho. —Dolerá aquí... mucho...
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Cuanta razón tenía... No podía sino pensar que estaba traicionando todo lo que su madre le había inculcado... lo que su padre representaba... y la ardua labor que había aprendido y valorado con el grupo de ronins que se crio.
Por la petición de Alice como una de las cabezas más influyentes de la región y la era, para que formara parte de su legión, el gobernador había accedido a otorgarle indulto, siempre y cuando renunciara a su estatus de samurái y asumiera como parte de la milicia del nuevo gobierno Meiji.
Yacía postrado ante la presencia de la figura que había luchado por derrocar... y eso le hacía apretar los dientes, mientras trataba de disimular su repulsión.
Su orgullo... entregárselo... era como despojarse de su espada... pero si era el precio que debía pagar... lo haría... la humillación sería solo un paso más a su vida plena... que era lo que había buscado desde un principio...
—Madre... —Pensó tratando de retener los sollozos al despojarse él mismo de su coleta alta, al cortarla con su katana, cayendo al instante los cabellos lacios, sueltos y desnivelados a los lados de sus mejillas y cuello. Sus manos temblaban, la izquierda sosteniendo su orgulloso cabello ahora símbolo de su rendición... y la derecha, que terminó por colocar la espada en el suelo. Mientras su respiración se volvía errática.
—Levante el rostro... que a partir de este momento su estatus como Samurái ha desaparecido y le es permitido, ser parte de la nueva sociedad. —Anunció el gobernador, pero Kazuto no podía reaccionar... ¿Qué había hecho?...
—Enseguida lo encaminaremos a sus nuevas labores —reverenció entonces Yujio, que al lado de Alice, presenciaron el momento.
—Sí... claro —extendió la mano en señal de que se le debía algo y no iba a moverse hasta obtenerlo.
Los ojos verdes se movieron incrédulos de tener que pedirle a su amigo... que... —Kazuto... —No tuvo que moverse más... el joven de cabellos sueltos se había puesto en pie y caminado hasta el hombre, le colocó la coleta en la mano extendida, sin poder quitarle la mirada inundada de rencor de encima.
—Bienvenido... Joven Kazuto... —se quedó expectante por su apellido.
—Solamente Kazuto...
—Eso no puede ser... todo ciudadano de mi gobierno tiene derecho a tener un apellido... —se recostó sobre la silla. —Mm...
—Ni la historia... ni las personas se hacen hablando de apellidos... —respondió a su punto.
—Tienes coraje... me gusta... Yuuki será entonces.
—¿Yuuki?... —lo miró sin comprender.
—Yuuki Kazuto... —sonrió al haberlo nombrado, para la nueva era. —Anda, ya pueden retirarse —sacudió la mano, indicando que podían salir y así lo hicieron, con reverencia casi obligada de su nueva jefa. En donde en la sala contigua, aguardando, se encontraba su amada... por la que había decidido dejarlo todo atrás... incluso su orgullo... Los ojos ambarinos al verlo, se inundaron en lágrimas, que sin poder contener, se deslizaron con fluidez sobre sus mejillas acarminadas por el llanto.
—¿Kazu?... —corrió hasta él, siendo recibida en un abrazo impresionantemente fuerte por parte de su amado, que aunque no lo deseara, demostraba la impotencia que sintió en esos momentos.
—Ya no puedes salir vistiendo esas ropas... —la advertencia de Alice, los sorprendió, haciéndoles separar. —Como parte del nuevo gobierno tu uniforme ha sido asignado, después de cambiarte tienes el resto de la tarde libre... —anunció, sintiendo el dolor que anidaba en el corazón del samurái... que aunque ya no profesara como tal, su corazón lo seguiría siendo.
—Por aquí... por favor... —parte de la servidumbre al escuchar los mandatos de Alice, lo escoltaron.
—Ella viene conmigo... —tomó de la mano a su amada, para evitar ser separados.
—Sí... pero... —lo miró indignada la mucama.
—¿Algún problema con que me acompañe mi esposa?... —la miró serio, mientras los rostros sorprendidos de Yujio y Alice trataron de disimular.
—De ninguna manera... por aquí por favor, señora... —la reverenció, a lo que Asuna asintió.
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Por fin habían sido dejado por completo solos... en aquella habitación donde el uniforme, a sus ojos espantoso, le aguardaba.
Kazuto se sentó con desgano sobre la banca que yacía en el cambiador, por lo que su hermosa hada, se arrodilló frente a él, tratando de comprender mucho de lo que había pasado. El pelinegro al ver las pequeñas manos pálidas, posadas en sus rodillas, colocó las suyas sobre las mismas y se echo hacia adelante, por fin pudiendo demostrar lo cansado y fastidiado que estaba.
—Todas sus enseñanzas... están dentro de ti... con cada cosa que haces... cada paso que das... las palabras que dices...
Escucharla hablar del recuerdo de su madre le aguó los ojos, mientras trataba de esbozar una sonrisa, que no le salió, derrumbándose al instante en que fue abrazado contra su pecho, mientras lo sentía temblar. Sabía que el despojarse de su identidad como Samurái... equivalía a haber muerto... y verse perdido en un mundo del que no quería ser partícipe...
—Sí... sí... lo sé... ella está aquí...
—De ahora en adelante... haré lo que siempre hice... pero más... ya lo verás... —buscó separarlo de su pecho, para poder hablarle y que viera su claridad de intención. —Seré la mujer que vele tu sueño... que atienda tus inquietudes... que te ame y crea en ti como nadie más...
—Asuna... —parpadeó para entonces limpiarse con la manga las lágrimas. —Cuando allá afuera dije que eras mi esposa... no lo hice para presionarte... era que necesitaba hablar contigo... tenerte aquí conmigo... —sus pestañas mojadas le parecían adorables, por lo que su amada terminó por sonreírle.
—¿No es eso... lo que es una esposa?... —su sonrisa no se borraba, por lo que él asintió, dejando derramar otro par de lágrimas, que se le contagiaron a ella. —Ya tengo tu mechón... —le recordó.
Esa mañana, cuando estaban por salir...
—¿Estás seguro de esto?... —la mirada culpable y preocupada de Asuna, le daba intenciones de dejar todo atrás y huir... pero no iba a hacerlo... se lo había jurado a sí mismo, iba a protegerla.
—No te preocupes... te amo... y si debo renunciar a mi propia vida por ti, lo haré...
—No se trata de eso... Yo no puedo ser feliz, sabiendo que esto va a lastimarte...
—No me dolerá ni me lastimará... —tomó sus manos entre las suyas.
—Claro que dolerá... —le colocó una mano sobre el pecho. —Dolerá aquí... mucho...
—No... si hago esto primero... —con la destreza que había adquirido peinándola, separó una pequeña parte de su coleta en una fina y delgada trenza, a lo que su amada, miraba sin comprender. Entonces la cortó por su espada. —Por favor acéptala...
—¿Tu cabello?... —llevó el trozo contra su pecho, al sentirse culpable, por lo que estaba por suceder.
—Es una decisión tomada... —colocó la mano sobre la suya que aferraba el mechón. —Pero esto... representa mi amor... mi completa devoción a ti... entonces... ya nada ni nadie puede quitarme más... porque todo te lo he entregado a ti...
—Todo lo tuyo lo tengo yo... y todo lo mío lo tienes tú... —usó sus propias palabras para sacarlo de la penumbra, a lo que él asintió, abrazándola contra su pecho, al abrirle espacio entre sus piernas y atrayéndola contra él.
Permanecieron en tal posición unos momentos más, hasta que el motivo por el que habían llegado a ese lugar, debía llevarse a cabo... Sería la última vez que le desvistiera de sus ropas ceremoniales, por lo que lo hizo con cuidado y guardando cada detalle para sí... perpetuando en sus corazones como aquel samurái que ahora desaparecía de los ojos del mundo... una vez había sido salvado de la muerte por una flor que le hablaba... y que terminó por convertirse en la mujer de su vida.
El haori se deslizó sobre sus hombros con cuidado, por su amada, hasta sacarlo de sus brazos y ser doblado con propiedad por él mismo, pasos similares al kimono y el hakama, cuyo amarre fue desatado con cuidado por las manos femeninas, segura de que si se encontraran en un lugar distinto... aquel acercamiento desataría su unión pero sin atreverse a mencionarlo, aunque tal vez... fuera un pensamiento que él también tenía por la manera en que se miraban.
Las sandalias de algodón fueron reemplazadas por aquellas pesadas botas de cuerpo, el cinturón le parecía extraño... y la camisa de vestir aún más.
Las tijeras fueron tomadas en uso por su amada y aunque el fin principal era recortar los mechones oscuros para emparejarlos, podría decir... que le gustaba el resultado.
Al colocarse la chaqueta negra se miró al espejo y no parecía él...
Pequeños mechones que caían sobre su frente y aquel atuendo europeo que tanto había criticado... —Así que este es Yuuki... Kazuto... —colocó la mano sobre el espejo.
—¿Yuuki?... —preguntó su amada sin comprender. A lo que él volteó y despacio se arrodilló con una sola rodilla frente a ella.
—Sé que decirlo... no es lo mismo que hacerlo... Pero este será el inicio de nuestra nueva vida... Yuuki... Asuna... —pronunció con una sonrisa.
—¿Yuuki Asuna?...
—Ese será tu nombre cuando aceptes ser mi esposa...
—Ya lo soy... soy tu esposa... —se arrodilló junto a él, lo que le sacó una sonrisa.
—Es verdad... —su simpleza... inocencia y dulzura no tenían límites, buscó entonces sus labios y cerrando los ojos la besó con intensidad.
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Continuará...
¡Hola! Pues aquí nos reportamos, la verdad que queríamos hacerlo larguísimo como el cap anterior, pero con esta escena final quedamos enamoradas aún más de la historia y decidimos cortar acá.
Ahora si hubo mucho Amorsh del que le gusta a Iri-sama!!
¡Muchas gracias por leer! ¡Esperamos de todo corazón que les agrade lo que está pasando, tanto como a nosotras escribirlo!
Jaja... a excepción del KiriNon que yo lo disfruto mientras mi pobre Yosii sufre jajajaja. (Perdón hermanita, no es mi intención atraerte al lado oscuro pero... vas a caer juajuajuajua). Es maravilloso trabajar contigo!!! Adoro como escribes y las ideas que tienes!!! Al punto que alborotas mi musa!!! Eres increíble!!!
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