Prólogo.

Nuestra amistad, como todas las amistades, se basaba en momentos.

Momentos buenos, momentos malos. Momentos graciosos y tristes. Momentos de miedo y euforia.

Éramos náufragos de nuestro propio barco, y nos juntamos en una isla perdida. Aprendimos a complementarnos, a ser todo lo que el otro necesitara.

Aprendimos también a querernos, a odiarnos en ciertos momentos cuando lo necesitábamos.

Nuestra amistad era infinita. Siempre estaríamos dispuestos a hacer cualquier cosa por el otro, a cruzar el país para pasar una tarde juntos como las de siempre, o a recorrer toda la ciudad de noche en busca de una estrella caída.

Él decía que yo era una estrella caída del cielo: brillante y pequeña desde lejos, pero enorme de cerca. Si te acercabas mucho, quemaba. Pero, según él, sólo las personas que estaban dispuestas a acercarse lo suficiente a pesar de las quemaduras, descubrían que era un dolor psicológico.

Si piensas que va a quemar, quema. Si piensas que vas a caer, caerás. Pero si piensas que puedes saltar cuatro metros con el vacío debajo, te sobrarán centímetros.

En resumen, nuestra amistad se divide en momentos, y estoy aquí para contarlos.

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