Emeraldshipping [I]
"Te he visto por ahí, simplemente nunca he tenido las agallas para decir hola".
[...]
—Hola. —saludo con una sonrisa, petrificado en su lugar y sin saber qué más hacer.
Frente a su persona se encontraba un niño, mucho más pequeño que él, tanto en edad como en estatura. Su cabello era de un tono verde brillante, aquel que llamó su atención cuando le vio salir de la oficina de su padre.
—Permiso. —contestó el más joven, sin la más mínima intención de alzar la mirada.
—Te he visto antes por aquí...
Steven Stone, en sus veinte años de vida —y por primera vez—, se sintió como un estúpido mientras intentaba establecer una especie de conversación con el más joven, quien no parecía tener la más mínima intención de colaborar en la plática que estaba intentando hacerle. No era la primera vez que lo veía, podía contar fácilmente diez momentos donde también se lo había encontrado —en los no tan largos pasillos del edificio—, pero esta era, sin duda alguna, la primera vez que se lo había topado de forma que podía intentar establecer conversación.
—Yo... Me preguntaba...
—Mira, no quiero ser descortés, pero llevo un poco de prisa. —el de cabello verde alzó el rostro del montón de papeles que mantenía entre sus brazos, finalmente estableciendo contacto visual con el más alto.
Quien no hizo otra cosa más que mirar fijamente a sus brillantes ojos verdes, aún más hundido en sus pensamientos de lo que había estado en un principio. Como un arqueólogo, amante de las piedras y los objetos antiguos, Steven se encontraba más que fascinado por coleccionar esa clase de objetos, y siempre que sus ojos se encontraban con una piedra preciosa, su mente no podía hacer otra cosa más que mandar la orden masiva de apreciarla, no importaba el lugar o el momento.
Y no, no era la primera vez que le pasaba algo así. Los ojos de Brendan y May solían cumplir con el estandarte de belleza que mantenía para las piedras preciosas, y aunque siempre prefería mirarlos directamente, ya se encontraba más que acostumbrado a darles su espacio, todo con tal de no intimidarlos y mantener una conversación en donde se sintieran cómodos. Pero eso era algo que solo podía lograr tras haberse acostumbrado lo suficiente a mirarlos fijamente.
— ¿Disculpa?
Steven parpadeo confundido, finalmente saliendo de su ensoñación pero sin romper el contacto visual.
—Lo siento —se disculpó lo más rápido que pudo tras su forma involuntaria de reaccionar. Pero es que no podía evitarlo... Tenía unos ojos preciosos—. No era mi intención incomodarte.
—No pasa nada —respondió el de ojos verdes mientras se quitaba el fleco de los ojos, en un gesto que lo hacía ver engreído.
—Oh... ¡Oh! —Steven finalmente reaccionó, de forma que se hizo a un lado para dejar pasar al menor.
—Tú eres... ¿Steven? —cuestiono el de ojos verdes, finalmente dándose cuenta de con quién estaba hablando, dejando la hoja que estaba leyendo junto al resto que cargaba con el otro brazo.
—Si... Esto... Soy Steven Stone, un placer conocerte. —se presentó el de cabellos plateados, extendiendo su brazo diestro para acompañar su presentación.
Drew no dijo nada, simplemente extendió su mano propia mano diestra para responder cordialmente al saludo.
—Sí, también es un placer —contestó el más joven, sintiéndose repentinamente intimidado por la persona con la que se encontraba—, yo me llamo Drew y... Y en verdad llevo prisa, con permiso.
—Te he visto antes por aquí... —susurro Steven al aire, arrastrando un tono triste consigo—. Y no había tenido el valor de decir hola...
— ¿Con quién hablas?
La repentina aparición de su padre le sorprendió de tal forma, que brinco en su lugar mientras se sostenía el pecho en un gesto exagerado. Por un momento había olvidado donde se encontraba
—Agradable muchacho, ¿no te parece? —insistió el Sr. Stone con una sonrisa, entretenido por el silencio de su hijo y la mirada que este se encontraba dedicándole—. Mi puerta lleva semiabierta desde que llegaste.
Fue lo último que dijo antes de ingresar nuevamente a su oficina, Steven, sintiéndose avergonzado como si en ese momento tuviera quince años y su padre lo acabara de atrapar intentando coquetear.
— ¡Por cierto, tiene diez años! —exclamó el Sr. Stone, un esperando que su hijo entrara a la oficina—. ¡Cuidado con su familia!
Por un instante Steven deseo volver a la cueva de la que salió.
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