i. Loca de amor

. *・῾🍓 ᵎ⌇✂️ ⁺◦  🩷 ✧.*

Cada día, sin falta, Lydia Kline se encontraba en la misma rutina. Se sentaba en la acera frente a la pequeña tienda usual, saboreando un batido de frutilla. Aunque no era excepcional, su sabor dulce era como un bálsamo para su mente inquieta, una distracción de los pensamientos oscuros que la acosaban. Había aprendido, tal vez ingenuamente, de las películas que volver a los lugares de la infancia podía ser una vía para sanar, una forma de reconciliarse con el pasado y encontrar un nuevo comienzo. Quizás había depositado demasiada esperanza en ese ritual para llenar el vacío dejado por un amor perdido.

Las innumerables historias que había absorbido desde su niñez ejercían una poderosa influencia en su mente. Estás mismas la habían llevado de vuelta al pueblo donde creció, con el corazón hecho añicos y un vaso grande entre sus manos temblorosas. Había abandonado la universidad, dejando atrás su carrera de periodismo en su penúltimo año. En un acto de desesperación, llamó a su padre y se sumergió en la primera película de la trilogía de Bridget Jones, buscando consuelo en una historia ajena pero reconfortante. Todo había comenzado con eso, con una chispa de ilusión, una ilusión alimentada por su fascinación por los romances épicos y la idealización que el cine hacía de ellos. Tal vez, de no haber sido tan aficionada a esa visión del amor, no se habría entregado tanto a alguien que la dejó meses atrás con una simple nota. Quizás no se habría ilusionado tanto con apenas dos meses al lado del único hombre que realmente la había notado en su vida.

Mientras intentaba limpiar el polvo de su blusa con una servilleta, su torpeza terminó empeorando las cosas al derramar algo de batido sobre ella. Examinó la mancha con la esperanza de que pudiera quitarse, preocupada por el estado de su única prenda blanca. Su conocimiento limitado sobre el cuidado de la ropa, sin saber ni siquiera cómo lavar o planchar adecuadamente sin la ayuda de su madre, aumentaba su ansiedad en ese momento. Fue entonces, en medio de sus inquietudes mundanas, que se dio cuenta de que la luz solar ya no le llegaba. Alguien se había interpuso entre ella y el sol para cubrirla.

—Disculpa, ¿sabes dónde está la biblioteca? —preguntó la persona que estaba enfrente.

Lydia dejó de sorber su batido y de arreglarse la ropa para levantar la mirada.

—Sam... —susurró, sintiendo cómo su corazón parecía detenerse, mientras una urgencia de levantarse del suelo se apoderaba de ella.

Era el mismo hombre que la había motivado a hacer ese viaje para superar su dolor, el mismo que la había dejado sin explicación después de hacerla enamorarse profundamente, y ahora parecía indiferente ante su presencia. No podía ser real.

—¿Nos conocemos? —preguntó él.

—No juegues —respondió ella con seriedad, pero él parecía genuinamente confundido, lo que la asustó—. Soy Lydia, quizás no me reconoces porque me corté el flequillo y...

—Lo siento, no sé quién eres. —La interrumpió con un tono cortés y distante.

Un nudo se formó en la garganta de Lydia al escuchar esas palabras, mezclándose con el enojo que había estado guardando. Había imaginado este encuentro de muchas maneras, pero nunca había considerado que Sam podría fingir que no la conocía. Su corazón se hundió, pero la rabia que sentía superaba con creces cualquier tristeza que la hubiera consumido hasta ese momento.

—¿Bromeas? ¿Piensas que puedes dejarme así y fingir que no me conoces? —intentó hablarle sin perder los estribos, pero había estado reteniendo mucho durante los últimos meses—. ¿Quién te crees que eres?

Lydia sintió cómo una ola de ira se apoderaba de ella mientras Sam repetía sus disculpas, como si fueran una respuesta automática a cada una de sus palabras. No podía entender cómo él podía ser tan indiferente a lo que habían compartido juntos, cómo podía olvidar todo lo que significaba para ella y todo lo que habían vivido. Sus manos se cerraron en puños y su mandíbula se tensó mientras luchaba por mantener la compostura.

—¿Cómo puedes ser tan insensible? ¿Cómo puedes hacer como si nada de lo que vivimos importara? —exclamó, sus palabras cargadas de frustración y dolor—. Pensé que éramos algo especial, que lo que teníamos era real, pero ahora parece que todo fue una farsa para ti.

Sam retrocedió un paso, sorprendido por la explosión de emociones de Kline. Se sentía fuera de lugar en toda la situación, pero no sabía cómo explicárselo sin ser grosero.

—Lo siento, pero de verdad creo que te equivocaste de persona. Yo no te conozco —respondió él lentamente, tratando de calmar la situación.

Fue en ese momento, lleno de furia y desilusión, que Lydia agarró el vaso de batido que tenía en sus manos y, sin pensarlo dos veces, lo arrojó directamente hacia el muchacho. El líquido frío y pegajoso salpicó sobre su camisa y rostro, dejándolo sorprendido y atónito en su lugar.

—Con esto sí vas a recordarme, Sam Winchester —habló, con la voz entrecortada por la emoción. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y rabia mientras lo observaba intentar limpiarse el batido de la cara para poder mirarla.

La gente que pasaba por la acera se detuvo a observar la escena, algunos murmurando entre sí y otros simplemente sorprendidos por lo que acababan de presenciar. Lydia se dio la vuelta y, con pasos rápidos, se alejó de la escena con lágrimas en los ojos, dejando al muchacho en medio de la acera, empapado y extremadamente confundido por lo que acababa de ocurrir.

—¿Qué demonios le dijiste a esa chica? —preguntó su hermano mayor llegando hasta su lado tras observar desde una distancia segura.

—No dije nada malo. Creí que me confundió con alguien más —comenzó a recapitular la historia mientras agarraba un par de servilletas para tratar de limpiarse—. Pero ella sabía mi nombre...

Dean frunció el ceño, sin comprender en lo absoluto la situación, pero admitiendo que le causaba algo de gracia ver al castaño manchado de color rosa.

—Quizá pasaste una noche loca —sugirió con una sonrisa pícara—. Pero muy mal de tu parte, una como ella se recuerda.

Sam lo miró con reproche ante la insinuación.

No era un hombre que disfrutaba mucho las aventuras de una noche que lo dejarían despertando solo en una cama fría al día siguiente. En realidad, se sentía más cómodo con la idea del romance que te llevaba a preparar el desayuno juntos y sonreír como adolescente ante los besos de buenos días. Tal vez no había tenido tanta suerte manteniendo una relación desde hace varios años, específicamente desde la muerte de Jessica, pero eso no quitaba que siguiera creyendo en las mariposas en el estómago tanto como en los ángeles y demonios.

—Estoy hablando en serio, no la recuerdo —confesó, tratando de entender lo ocurrido y alejando las bromas de su mente.

—Obviamente algo está mal. Estás todo de color rosa, pegajoso y hueles a fruta. Van a llegar abejas —dijo, señalando su estado.

Por mucho que Dean Winchester amara a su hermano menor, sabía que tenía una tendencia a darle muchas vueltas a asuntos que no siempre lo merecían, por lo que trataba de relajar la situación con tantas bromas como fuera posible. Él mismo había pasado varias veces por situaciones similares al encontrarse tiempo después con chicas lindas con las que pasó la noche y de las que apenas se acordaba. Más de una cachetada le había llegado en toda su vida por confundir sus nombres o no recordarlos en lo absoluto, así que algo de experiencia tenía.

—Algo me dice que no es una noche loca olvidada, algo está mal aquí —volvió a murmurar Sam, tratando de entender lo que había sucedido.

—Esa chica siempre ha estado loca. —comentó una mujer que se unió a ellos de repente, con bolsas en las manos y tres niños pequeños a cuestas. Su expresión desaprobadora indicaba que no era fan de la rubia.

—¿Usted la conoce? —Se apresuró en preguntarle Dean, creyendo que al menos con un poco de información su hermano dejaría de darle tantas vueltas al asunto.

—Todos aquí la conocen. Es la hija del alcalde. —La mujer habló con un tono que denotaba tanto conocimiento como desaprobación, se notaba que a ella no le agradaba la chica.

—¿La hija del alcalde? —repitió el menor, sintiendo cómo todo se volvía más confuso.

—Solo unas horas aquí y ya lograste que el alcalde te odie. Nos van a expulsar de este lugar —bromeó su hermano, tratando de distender el ambiente.

—Lydia Kline siempre ha sido un problema para la imagen de este pueblo —explicó ella con un dejo de desaprobación en su voz—. No me sorprende que esté causando escándalos nuevamente. Debería parecerse más a su hermana.

Sin dar oportunidad a más preguntas, la mujer se marchó.

—No —intervino Dean, notando la idea que se estaba formando en la mente de su hermano—. No vamos a buscarla.

—Sí, vamos a buscarla.

La decisión estaba tomada, y Sam estaba determinado a descubrir qué tanto podía estar sucediendo con Lydia Kline.







El helado de frutilla y las galletas se derretían lentamente en el plato, mientras Lydia se sumergía en una tormenta de emociones. Sentada en la penumbra de su sala con su ropa más cómoda y vieja, se sentía como si un gigantesco camión le hubiera pasado por encima, dejando un montón de huesos y un corazón roto. ¿Tan mala había sido con Sam? ¿Acaso era incapaz de ser amada? Las lágrimas seguían rodando por sus mejillas, siendo prueba de la mezcla de dolor y confusión que las provocaba. Tal vez el amor simplemente no era para ella, y todas esas historias de romance en la pantalla grande eran meras fantasías, imposibles de reproducir en un mundo real lleno de desencuentros y corazones rotos.

El insistente timbre de la puerta la sacó bruscamente de su introspección, como una bofetada que la devolvía al presente. Con un suspiro entrecortado, se puso de pie y se dirigió hacia la puerta, con pasos lentos cargados de resignación. Al abrir, se encontró con la figura del hombre que había sido el centro de sus pensamientos deprimentes, acompañado por un desconocido de gesto serio que emanaba una aura de misterio.

—Si has venido a pedir perdón, déjame decirte que... —intentó decir la rubia, su voz apenas un susurro cargado de dolor contenido.

—Sé que esto es confuso y suena muy mal, pero necesito que te quedes callada ahora. —La interrumpió Sam de forma tajante, aunque su mirada reflejaba una mezcla de angustia y determinación.

—¿Disculpa? —murmuró la muchacha, sintiendo cómo el nudo en su garganta dificultaba cada palabra.

Antes de que pudiera articular otra frase, el mayor de los Winchester se acercó rápidamente y la tomó por el brazo con firmeza pero delicadeza, atrayéndola hacia su cuerpo. Con un gesto poco suave, le tapó la boca para evitar cualquier protesta que pudiera surgir de sus labios.

—No me presenté, soy Dean —habló con una sonrisa irónica, aunque su tono mostraba un atisbo de preocupación.

—Revisaré la casa y buscaré al demonio. Tú llévatela —ordenó Sam con voz firme, con sus ojos clavados en la muchacha, como si tratara de transmitirle confianza a través de la intensidad de su mirada—. Y no seas tan...tan tú.

La palabra "demonio" resonó en la mente de Lydia como un eco inquietante e instantáneamente la idea de estar encerrada en una película de terror psicológico se volvió demasiado cercana. Dos extraños habían irrumpido en su casa de la nada y no sabía cómo podría escaparse sin la gran posibilidad de terminar muerta ahora que estaba siendo llevada a la fuerza hasta un auto viejo. Su corazón latía desbocado, con cada paso recordándole la vulnerabilidad de su situación, atrapada entre dos desconocidos cuyas intenciones eran un misterio.

Dean abrió la puerta del auto y la ayudó a sentarse en el asiento del copiloto de forma tan amable que la confundió doblemente. Con un rápido movimiento, Lydia aprovechó aquel momento de descuido y le lanzó un puñetazo, seguido de un empujón que lo apartó de su camino. Saltó fuera del vehículo y corrió hacia la casa más cercana, ignorando cualquier dolor que pudiera sentir en su mano por el golpe dado.

Trató de regular su respiración y dejar de temblar mientras golpeaba la puerta de su vecina con fuerza, suplicando por ayuda entre balbuceos entrecortados. La puerta se abrió lentamente, revelando a una mujer mayor, que solía ser su niñera cuando era pequeña, con una expresión preocupada por todo el alboroto.

—Oh, Lydia cariño, ¿estás bien? —interrogó al instante que notó su aspecto tan desaliñado.

Las palabras estaban atascadas en su garganta, no sabía cómo explicarle lo que ocurría porque ni ella misma lo comprendía aún. Y no quería asustar a la pobre señora Keller balbuceando sobre posibles asesinos acosándola e invadiendo su hogar, más aún teniendo en cuenta que tenía una edad tan avanzada y podría hacerle mal para su salud.

—Aquí estás. —Sintió la áspera mano de Dean sobre su hombro, manteniendo un agarre firme pero no agresivo que la devolvió a su escena de terror.

La rubia se mordió el labio inferior, luchando con sus propias emociones y la terrible presión del momento. Miró a su vecina, quien observaba la escena con una mezcla de curiosidad y preocupación, especialmente atenta al hombre desconocido que se había aparecido.

—Te estaba buscando —habló nuevamente el castaño, acercándose más a ella y a su oído para susurrarle—. No hagas nada estúpido. Te explicaré todo.

Lydia abrió lentamente la boca, sin saber qué decisión tomar en ese momento. Nuevamente, la voz de la mujer la tomó por sorpresa.

—¿Quién es este muchacho? ¿Lo conoces? —habló a la defensiva, con un tono tosco. Estaba escaneando de pies a cabeza, claro que sin notar que tenía un arma escondida bajo su chaqueta con una clase distinta de balas y una botella con agua bendita entre las manos.

—Soy Dean, su novio. —Se apresuró en presentarse a sí mismo al notar que Kline estaba paralizada.

La anciana frunció el ceño.

—¿No que se llamaba Sam? —cuestionó, tratando de recordar sus últimas conversaciones con la chica, quien solo negó con la cabeza para indicarle que se trataba de una confusión—. Oh, la memoria me falla últimamente.

Lydia hizo su mayor esfuerzo por no alejar velozmente su mano de la del castaño junto a ella, poniendo un esfuerzo sobrehumano para mantener la compostura.

—Encantada de conocerte entonces. Soy Alice, la cuidadora de toda la vida de esta niña —saludó la mujer mayor con amabilidad—. Así que más vale que la trates bien.

—Un placer. Sí. Lamento el alboroto. Lili y yo estábamos teniendo una pequeña discusión, pero ya está todo resuelto...ya debe saber cómo es cuando no tiene su batido de frutilla —dijo Dean con una naturalidad que impresionó a la rubia, a pesar de la tensión en el aire.

—¿Segura que estás bien? Deberías descansar un poco, cariño —aconsejó Alice, mirando con preocupación la mano que Lydia mantenía apretada junto a su costado.

—Sí, solo es cansancio —respondió la aludida con una falsa sonrisa.

—Bueno. Siempre me alegra verte, sobretodo bien acompañada. Si necesitan algo, ya saben donde estoy. —Les sonrió a ambos para luego dirigirse especialmente al muchacho—. Cuídala. Y no olvides el capuchino y los malvaviscos, siempre la ponen de buen humor.

El aludido no respondió, pero sí le sonrió y posteriormente tomó a la rubia de la mano para alejarse como un par de enamorados que daban su mejor actuación.

—Eres un maldito... —murmuró Lydia una vez que se acercaron nuevamente al Impala.

—Cazador que te está salvando la vida —completó Dean, finalmente dejando claro su rol en toda la situación.



© STAIRSCARS

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