Capítulo 8
El día estaba siendo una completa mierda, y no había otro nombre para describirlo.
Eso pensaba Damien mientras con ayuda de sus trabajadores terminaba de bajar las pacas de heno que acababan de ser traídas como provisión para el próximo invierno.
Se habían pasado la mañana entera transportando esos cubos desde la camioneta hasta los establos, cada vez más grandes y pesados. Era casi mediodía, y todavía no terminaban de realizar aquella actividad.
Pensó de pronto en que lo más emocionante de su día había sido verla salir de casa con ese vestidito tan lindo que delineaba el delicado cuerpo y dejaba al descubierto un par de piernas largas y torneadas.
Y se refería a Ariana.
Maldita Ariana, y maldito vestido.
Era un vestido tan inocentón y virginal, que el soldado se ponía furioso de solo pensar que se había excitado al verla.
–Patrón– lo llamó uno de los empleados de la hacienda obligándolo a arrancar bruscamente sus oscuros pensamientos. –Creo que ya ha sido la última paca por transportar–
El soldado se limpió el sudor con el dorso de su fuerte brazo, y le asintió. Sin embargo eso no significaba que el trabajo hubiese terminado. Había tierras que arrear, animales que alimentar, y además una cerca que derribar para después construir una más alta y mejor acondicionada.
–Diles a todos que vuelvan a sus ocupaciones. Después de la hora de comida los llamaré para comenzar con el derribamiento de la cerca–
El empleado asintió, y después se marchó a dar aviso a los demás.
Damien miró su reloj, y se dio cuenta entonces de algo. Casi se acercaba la hora de que Ariana saliera del colegio.
Su esposa iba al colegio, vaya mierda.
En ese instante Tim se acercó hasta él.
–Iré a recoger a su esposa como acordamos, joven Damien– avisó. –Le aseguro que la traeré de regreso sana y salva–
Damien asintió sin saber qué era lo que debería decirle, pero al final no dijo nada.
Tim comprendió que simplemente debía ir a realizar su tarea y ya. Se alejó, y entró a la Suburban para enseguida dar marcha.
Mientras observaba la camioneta salir, Damien tragó saliva.
Le había entregado a Tim la responsabilidad de llevar y traer a Ariana de cualquier ocupación que ella pudiese tener, en especial la escuela. Después de todo él no tenía tiempo para ser el estúpido chofer de niñitas bobas, y sin embargo...
Cerró sus ojos, y arrugó la cara. Luego exhaló.
Tenía trabajo qué hacer y como el infierno que nada tenía que ver con aquella pequeña mujercita.
•••••
Cuando Ariana bajó de la camioneta después de que Tim le abriese la puerta de manera caballerosa, le agradeció sonriendo.
El capataz era un hombre respetable, y ya entrado en años, encima llevaba décadas trabajando para los Keegan, así que jamás se le hubiese ocurrido pensar en la muy joven esposa de uno de sus patrones, de manera lujuriosa, sin embargo no pudo evitar una emoción en su pecho cuando esa chica le dedicó una sonrisa. Fue algo así como si de pronto le hubiera aportado un poquito de vida. Con un ligero sonrojo, caló su sombrero respetuosamente.
–Si no se le ofrece nada más, me retiro a mi puesto, señora–
–Gracias, Tim, ten un buen día– Ariana era amable y bondadosa dentro de su naturaleza, así que de inmediato se los ganaba a todos.
De nuevo el viejo capataz sonrió.
–Igualmente– después se marchó.
La castaña tomó su bolso colgándoselo al hombro y exhaló. La mañana había ido bien, quitando las preguntas curiosas de media escuela al enterarse de que ahora era una mujer casada, y ni más ni menos que con uno de los soldados de las Fuerzas Armadas de Boca Ratón. Había estado con Dove, y se había distraído gracias a ella, pero ahora volvía a la hacienda...
Echó fuera un suspiro de resignación, luego se encaminó para llegar hasta la casa donde ahora vivía.
Mientras caminaba se dedicó a admirar toda la vasta extensión que abarcaba aquel pequeño tramo de la hacienda, y decía pequeño porque en días pasados había descubierto que la propiedad era inmensa.
Era hermosa, a decir verdad. Parecía todo un paraíso. El frente era precioso, y también lo era la parte trasera, donde se encontraban las caballerizas, los establos, y todo lo demás. Incluso había escuchado que a unos cuantos kilómetros se encontraba un río con una impresionante cascada.
Ariana se encontraba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de que alguien se encontraba obstruyendo su camino, hasta que casi tropezó con él.
El joven al ver que ella estaba a punto de caerse de espaldas debido al choque de cuerpos, reaccionó de inmediato, y la tomó con sus manos de ambos brazos evitándole así una lamentosa caída.
–¡Oh, santo cielo!– exclamó asustada.
El chico parecía agitado también.
–¡Caramba! ¿Estás bien?–
Ella pensó de pronto en que si hubiese caído y algo le hubiese ocurrido a su bebé... ¡No! Se rodeó el vientre de inmediato, y luego se sintió más tranquila dándose cuenta de que estaba a salvo.
–Eh... Sí, sí estoy bien. Gracias–
–No me agradezcas cuando yo hubiera sido el único culpable de que cayeses–
Ya más recuperada Ariana negó.
–Yo venía distraída– dijo de inmediato.
Él la miró fijamente, y luego arqueó las cejas con gran sorpresa.
–Wow...– murmuraron sus labios.
La castaña no comprendió.
–¿Qué sucede?– preguntó.
–Yo... yo...– parecía muy nervioso de repente. –Yo sólo estoy sorprendido–
–¿Por qué?–
–Porque he descubierto que es usted tan bonita como me lo pareció el primer día...– admitió, pero luego cambió de expresión. –Eh... Con todo respeto, señora Keegan–
Ariana le sonrió. Le pareció de pronto un chico muy simpático. Tenía los ojos claros, y el cabello de un castaño caoba, además su piel era muy pálida. Parecía de su edad, y eso la reconfortó. Se sintió entonces menos sola.
–¿Cómo te llamas?–
Aliviado de que ella no se hubiese tomado el alago de mala manera, él sonrió.
–Shawn, y estoy a sus órdenes, señora Keegan–
–De acuerdo, Shawn. ¿Podrías llamarme sólo Ariana, por favor?–
–Desde luego. Cualquier cosa que usted me pida– de pronto pareció recordar que no debía estar ahí perdiendo tiempo, y mucho menos con la esposa del patrón, así que enseguida decidió que debía dejarla continuar su camino. –Debo volver al trabajo–
–Oh, claro. No quiero quitarte el tiempo– volvió a sonreír. –Hasta luego–
Shawn la miró embelesado, y le pareció entonces la chica más hermosa que sus ojos pudiesen haber visto.
Totalmente ajena a los sentimientos que acababa de despertar en el joven vaquero, Ariana continuó su camino, pero justo cuando llegaba a la casa, alguien que sin duda alegraría su día se acercó corriendo hasta ella.
La castaña temió de pronto que Rambo fuese a derribarla debido a la rapidez y la fuerza con la que había corrido, pero resultó que el perro se detuvo justo a tiempo bajo sus piernas, desde luego reclamando sus atenciones y cariños.
Y aquello fue precisamente lo que recibió. Ariana dejó caer su bolso al césped, y pronto se inclinó para acariciarlo.
–Me alegra tanto verte, Rambo. ¿Cómo te has portado?–
El perro ladró en respuesta. Luego sacó la lengua al aire y continuó moviendo la colita de lado a lado.
–¿Bien?– ella arqueó su ceja dudosa. –¿Estás seguro?– sin poder evitarlo estalló en carcajadas.
Ese animalito la divertía demasiado, y ella sentía que ya lo quería muchísimo.
–¡Rambo!– gritó la voz de Meryl que se acercaba casi corriendo. –Oh, claro– exclamó casi sin aliento. –Era obvio que ibas a detenerte al ver a Ariana. ¡La adoras!–
La joven rió.
–¿Qué sucede, Meryl?– cuestionó.
–Sucede que vengo persiguiendo a este jovencito desde el patio trasero de la casa grande. Hoy le toca baño, y no me está facilitando en nada las cosas– lo señaló con la mano en que llevaba la correa.
Ariana no resistió y volvió a reír.
–Rambo, debes tomar ese baño– le dijo al perrito en tono juguetón. –Los chicos buenos toman baños, ¿o es que tú eres chico malo? No lo eres, ¿cierto? Eres el más bueno del mundo– después se giró para pedirle a Meryl la correa.
Un tanto dudosa, el ama de llaves se la entregó, pero al ver que la joven había logrado colocársela, se quedó maravillada.
Por lo visto, Rambo, tan travieso y desordenado, se convertía en el más dócil de los canes cuando estaba junto a la bonita esposa de su amo.
–Es increíble todo el poder que tienes con esta cosa peluda. Te llamaré a ti cada que tenga que lidiar con él– bromeó.
Ariana se hundió de hombros adorablemente, y continuó haciéndole cosquillitas a la mascota en las orejas.
–¿Lo bañarás tú?–
Meryl negó de inmediato.
–Oh, no. ¡Ni aunque me pagarán un millón de dólares!– declaró. –Lo harán los chicos, pero yo debo llevárselos. Una vez que lo deje con ellos me encargaré de la comida. Se ha llegado la hora de comer, y todavía no tengo nada listo, encima debo ocuparme de mil cosas más. La casa es un desastre–
–Yo podría ayudarte a preparar la comida– se ofreció Ariana de inmediato. –Se me da muy bien cocinar–
La mujer analizó la idea por unos instantes.
–¿De verdad cocinas?–
–Sí, Meryl– se había visto obligada a aprender desde muy joven. Su tía la había obligado para que le sirviera de algo.
–Confiaré en ti, cariño–
Ariana sonrió, y casi deseó dar saltitos de alegría. Al fin tendría algo que hacer ahí dentro de esa enorme hacienda.
–No te arrepentirás, lo prometo–
Meryl le sonrió. Creía en ella.
–De acuerdo, pero antes ven conmigo. Iremos por víveres a la casa grande. Seguro te sorprendiste al ver el refrigerador vacío de ese muchachote con el que te has casado–
Sí, Damien únicamente guardaba ahí agua y cerveza. Sin duda un hombre bastante extraño.
•••••
Aquel era un nuevo récord.
Ariana necesitó únicamente cuarenta minutos para terminar de cocinar una comida completa para las más de veinticinco personas que vivían ahí en la hacienda, y además sin sentir ni una sola náusea.
El exquisito espagueti con espárragos lucía cremoso, el estofado de pollo olía muy bien, y también la ensalada de verduras.
Estaba segura de que a todos les encantaría, pues algo de lo que nunca se habían quejado sus tíos había sido de la comida.
De inmediato alzó el teléfono para llamar a Meryl y pedirle que mandara a alguien a recoger los recipientes.
Mientras guardaba la comida, el olor que debió de haberle resultado delicioso, le pareció lo más terrible del mundo entero, y casi no se pudo creer que todo su sistema hubiese cambiado de parecer en segundos. Decidió entonces que no quería ni probar bocado. Dejaría únicamente para Damien.
Cuando terminó, no resistió más, y entonces corrió al baño a vomitar todo lo que pudo.
Al salir, se recargó en una de las paredes intentando reponerse de la odiosa sensación.
–Bebé, tú me caes muy bien, pero detesto esto que me haces– le dijo a su vientre sin siquiera un poco de humor.
A los pocos segundos escuchó que tocaban a la puerta, y entonces se acercó a abrir. Sabía que debía ser uno de los trabajadores que había enviado Meryl a recoger la comida.
Sin embargo se sorprendió mucho cuando en lugar de ver a alguno de ellos, se encontró con el primo de Damien, aquel niño de aproximadamente doce años que había visto únicamente en un par de ocasiones.
Le sonrió, pero él no sonreía, tal y como había imaginado, se trataba de un chico rebelde.
–Hola–
–Hola– fue su seca respuesta.
–Pasa– la castaña continuó sonriéndole y de inmediato lo invitó a entrar.
El casi adolescente, por su parte se mantuvo distante pero la miraba con evidente curiosidad.
Finalmente luego de algunos segundos habló.
–He escuchado decir a mi abuelo que eres una chica muy linda, pero hoy te ves horrorosa– dijo él como terminando de analizarla.
Ariana no se sintió ofendida en lo más mínimo. Sabía que después de haber vomitado no debía verse ni siquiera un poco bonita. Entonces rió, y Jake que había esperado que ella se enfadara, se sorprendió bastante al verla reír, sin embargo no mencionó nada más.
–Vayamos a la cocina– le dijo olvidándose de aquello. –Ya tengo todo listo, sólo dame un segundo para guardarlo todo en la canasta que Meryl me dio–
Jake obedeció sin rechistar, y la siguió. Sus ojitos oscuros tan increíblemente parecidos a los de Damien, observaban toda la casa como analizándola.
–No puedo creer que mi primo viva en este lugar, pudiendo tener todos los lujos que él quiera– comentó con evidente desagrado.
Ariana se hundió de hombros mientras seguía realizando lo que estaba haciendo.
–Creo que Damien es una persona de gustos sencillos–
–Bueno, tú le gustas–
Los ojos marrones de ella conectaron con los suyos. Esta vez no rió, tampoco mencionó nada al respecto de eso.
–Mi casa de Nueva York es todo un palacio– dijo mientras tomaba asiento en una de las sillas.
–¿Y por qué estás aquí si evidentemente no te agrada el ambiente de campo?–
Jake realizó una mueca de enojo.
–Porque me castigaron–
–Y supongo que no te castigaron precisamente por ser ese encanto de niño que eres–
A Jake le dio gracia ver que la esposa de su primo también sabía ser irónica, y devolverle la pelota. Torció sus labios en el intento de una sonrisa, pero al final no sonrió. Sin embargo se dio cuenta de algo... Estaba divirtiéndose con ella.
–¿Acaso tengo cara de que soy un angelito?–
Ariana se vio tentada a decirle la verdad... Que era adorable, que las pecas de su carita le causaban mucha ternura, y que sus mejillas le daban unas terribles ganas de querer apretujárselas, pero enseguida se dijo que si le decía aquello dañaría severamente la imagen de machito que él deseaba representar.
–Pues no– le dijo. –Tienes todo el aspecto de un chico muy rudo–
Jake sonrió, y la castaña pensó entonces en que era un niño muy lindo. Se parecía a Damien, se parecía muchísimo. La diferencia era que a Damien nunca lo había visto sonreír.
–Pues tú pareces una santurrona, pero te casaste porque te quedaste embarazada, y eso no es lo que hacen las santurronas–
Ariana terminó de guardarlo todo, y enseguida echó fuera un suspiro, luego se hundió de hombros.
–Supongo que las apariencias engañan–
Jake estuvo de acuerdo.
–De todos modos creo que eres de esas chicas que ni siquiera se atreven a levantarles la voz a sus padres–
Ella se quedó pensativa por unos instantes.
–Probablemente, si los tuviera conmigo–
–¿Te abandonaron como a mí?–
–Murieron–
Hubo silencio por un par de segundos. Luego Jake habló.
–Lo lamento– era sincero.
Ariana volvió a sonreírle.
–Está bien. Ahora lleva esto a Meryl, porque ya todos en la hacienda deben estar agonizando de hambre–
Él se puso en pie, y de inmediato tomó la canasta. Iba a salir de ahí sin decir nada, pero entonces ella se despidió, y alzó su mano todavía sonriéndole.
–Nos vemos, Jake. Ven cuando quieras. Yo también me aburro mucho aquí–
El niño meditó sus palabras. Pareció estar de acuerdo porque sonrió. Luego asintió.
–Nos vemos...– se detuvo entonces por segunda vez. Quería decirle algo más. –Por cierto... No eres tan horrible– sin más, Jake salió de la cocina, y segundos después también de la casa.
Ariana decidió que le agradaba. Su intento de aparentar ser todo un cretino en el fondo era una manera de llamar la atención. Podía verlo. Debía ser un buen chico, aunque lo negara. Tenía encanto natural, y verdadero sentido del humor.
Minutos más tarde, cuando ya había dejado de pensar en Jake, y había comenzado a realizar algunas labores domésticas para evitarle más trabajo a Meryl, ella escuchó cómo abrían la puerta de la casa.
El corazón se le detuvo porque sabía de quién se trataba. Fingió que no lo había escuchado y continuó realizando su labor. Se había detenido a sujetarse el cabello que le estorbaba por lo largo que era.
Damien entró, y lo primero que hizo fue arrojar la camisa que llevaba hecha bola en su puño, permaneciendo únicamente en la blanca de resaque que dejaba al descubierto sus brazos, sus hombros, y una parte de su pecho.
Exhaló cuando se dio cuenta por el rabillo del ojo de que Ariana se encontraba justo en la sala.
>Entra. Cierra. No la mires<
Imposible.
Con largas zancadas, el moreno entró, sin embargo no pudo cumplir con sus propias órdenes.
Lo primero que hizo fue mirarla.
Ella tenía las manos alzadas sobre la cabeza tratando tozudamente de reunir su espléndido cabello en un moño. Se miraba en el espejo de adorno que colgaba de la pared, y parecía muy concentrada en su labor, casi como si estuviese haciendo grandes esfuerzos por ignorarlo.
En determinado momento no pudo seguir haciéndolo y se giró para quedar frente a frente con él.
Para Damien fue como una descarga eléctrica.
No pudo más que pensar en lo increíbles que eran esos ojos castaños que lo miraban.
Por su parte, y como siempre ocurría cada vez que él se acercaba, Ariana se perdió en su mirada ardiente y oscura. Su estómago se hizo un nudo de nervios. Se mantuvo en silencio, intentando controlar los vuelcos que la atacaban en su interior, intentando no temblar, no demostrar lo nerviosa que su marido la ponía.
Abrió la boca para hablar, pero las palabras no salieron al primer intento.
–La...la comida está lista– consiguió decirle.
El soldado asintió.
–Iré a asearme un poco antes de comer–
Ariana pudo respirar con normalidad sólo hasta que él subió escaleras. Soltó el aliento, y de inmediato su cuerpo se destensó, aunque no del todo.
Prontamente volvió a la cocina para servirle.
Minutos después la mesa estaba lista con un plato bien servido y un vaso de limonada fría.
Se recargó en la cocina integral intentando resistir a las náuseas. Por fortuna lo logró.
En ese instante Damien entró y de nueva cuenta ella se exaltó. No la miró sino que concentró toda su atención en la comida. Todo se veía delicioso, pero... Sólo había un plato.
–¿Tú no comerás?– la cuestionó.
–Ya he comido– mintió la castaña.
Él se dijo que no debía sentirse irritado o incluso decepcionado. No era su obligación esperarlo para comer.
–Bien– sin decir nada más, tomó asiento frente a la mesa, y comenzó a devorarlo todo a su paso. Estaba realmente hambriento.
Ariana de pronto reaccionó, y se dio cuenta de que no debía quedarse más tiempo ahí. Volvió de inmediato a la sala para empezar con la limpieza.
Damien se quedó aliviado al verla marcharse. Se dijo entonces que debía frenar aquella maldita extraña fascinación que sentía por todo lo relacionado a ella.
Su esposa... ¡Maldición!
•••••
Ariana terminó de sacudir los muebles, y enseguida se acercó a la aspiradora.
No se dio cuenta de que en ese momento Damien salía de la cocina, y volvía a la sala.
Él se quedó ahí de pie observándola. La vio tirar de aquella cosa que era incluso más grande que ella, y por seguro bastante más voluminosa, y entonces sintió el súbito deseo de quitárselo de las manos.
Dio un paso para acercarse, pero se detuvo al ver que no hacía más intento de arrastrarlo.
Ariana de inmediato se recordó que no debía levantar cosas pesadas porque el único perjudicado sería su bebé. Mentalmente le pidió disculpas al pequeñito de sus entrañas.
Notó que aquel artefacto tenía rueditas. Le quitó el seguro, y pronto lo acercó hasta el ventanal en el que quería empezar a remover el polvo.
–No es obligación tuya encargarte de la limpieza de esta casa–
Al escuchar la dureza de aquella voz, la castaña se sobresaltó por el tono violento. Giró y quedó entonces frente a frente con él.
–Estoy ayudándole a Meryl, creo que ya tiene suficiente trabajo con la casa de tu abuelo– consiguió decir.
Lo vio fruncir el ceño.
–Pues si Meryl necesita ayuda debería decirlo, y así podríamos contratar a más personal–
Ariana se hundió de hombros.
–No es gran cosa. Además me aburro mucho aquí sin hacer nada–
El soldado no se lo pudo creer. ¿Cómo podía ocurrírsele que siendo su esposa podía ocuparse de las labores de una empleada? ¡Maldición!
–Pues búscate otra maldita cosa qué hacer– exigió.
–Me gusta limpiar– replicó ella, y por otra parte no quería decirle que deseaba hacerlo también para no sentir que les debía algo a los Keegan.
–¿No entiendes que puedes correr algún riesgo y poner en peligro a... al bebé?– señaló su vientre.
Ariana se tensó al oírlo mencionarlo.
–No le pasará nada porque yo voy a cuidarlo–
Damien enfureció entonces, y pronto se dijo que ella podía hacer lo que le viniera en su maldita gana. ¿A él que mierda le importaba?
–¿Sabes qué? Haz lo que quieras. A mí me importa un carajo– entonces sin más salió de la casa dando un fuerte portazo que la hizo estremecerse.
Cuando quedó ahí sola, soltó el aliento, y de pronto sus facciones se tornaron en una mueca angustiosa.
Por su parte Damien atravesó a grandes zancadas todo el patio para ir en busca de algo que lo distrajera. Trabajo duro, eso era lo que necesitaba.
No le gustaba la sensación... ¡Maldita fuera! No le gustaba lo que ella causaba en él, en su pecho, en su entrepierna... Quería librarse de ese virus de deseo que irritaba su orgullo y amenazaba su autocontrol.
Se preguntó entonces si un mayor acceso a ese adorable cuerpecito lo curaría de esa excitación continua, y devolvería a su cerebro a la frialdad normal. Sin duda se aburriría de ella, siempre se aburría de sus amantes.
Sí, Ariana no significaba nada más que una vagina más. Ahora era su esposa y llevaba a su hijo en el vientre, pero a final de cuentas una vagina más.
Casi sin darse cuenta, Meryl se acercó hasta él, y lo llamó.
–¿Está Ariana en tu casa? Quiero felicitarla por esa comida tan deliciosa que preparó. ¿Ya la has probado? ¿Verdad que estuvo para chuparse los dedos?–
¡Oh, mierda!
Para él fue toda una revelación saber que había sido esa mujercita quien había preparado la comida tan exquisita.
Le dio un vuelvo el sólo pensar en que había comido algo preparado por sus manos... Sus suaves y delicadas manos.
Tragó el nudo de su garganta, cerró los ojos, y negó.
–Por favor no quiero hablar de Ariana– le dijo, y la voz le sonó a suplica. Luego retomó su camino a las caballerizas sin volver a detenerse.
Meryl lo miró sin comprender nada.
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No se pierdan el que viene... Estará interesante 😏
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