Capítulo 6

Un mes atrás.

La urgencia y el deseo dominaban a Damien en ese instante como nada más lo había hecho antes.

Cuando entraron al baño lo primero que hizo fue colocar los seguros para evitar que alguien más fuese a entrar.

Había estado preparado para persuadirla, para combatir su negativa, para utilizar palabritas y sonrisas, cualquier cosa que fuese necesaria para convencerla de que fuese con él, pero para su sorpresa, maravillosa sorpresa, la joven había accedido.

¡Oh, joder!

Al girarse y mirarla ahí plantada en medio del baño, sintió cómo el ansia de su pecho crecía más y más.

El marrón de sus ojitos redondos permanecía fijo en los suyos, y sintió entonces que su respiración empezaba a rasgarse.

Aquella mirada lo cautivó por centésima vez esa noche, y toda su belleza volvió a dejarlo noqueado por unos cuantos instantes.

Era tan bonita... pero no como las demás. La belleza de esa diminuta y peculiar mujer era diferente. Se atrevía a compararla con todo un mundo de secretos que jamás había imaginado, y que ahora no veía la hora de explorar.

¡Maldición!

Su cintura estrecha y femenina le provocó le intenso deseo de abrazarla contra él, y no soltarla nunca.

Cuando lo vio avanzar hacia ella, Ariana se tensó sin poder evitarlo. Estaba aturdida y dividida entre el temor femenino y la excitación erótica cuando sintió las fuerza de sus manos atraerla hacia él.

«Damien»

Así había dicho que se llamaba.

A ella le parecía muy grande, y de repente recordó la rapidez con la que había atacado a los sujetos que habían intentado importunarla. Siempre le había asustado la fuerza física de los hombres debido a su tío Charlie, pero se daba cuenta de que Damien no la asustaba en lo absoluto. No comprendía la razón, pero él la hacía sentirse protegida, y después cuando comenzó a besarla, la hizo sentirse hermosa y muy deseada.

Damien estaba besándola de nuevo de manera agresiva y pasional. Con su lengua la obligó a abrir su boca, y la introdujo devastadoramente acariciándole todo su interior, luego la retiró, una y otra vez, emulando el ritmo de una penetración sexual, imaginando lo que sentiría al introducirse de verdad en su cálido y humedecido centro.

Luego a la par de que la besaba, metía esa lengua más y más adentro, y chispas de luz se esparcían por todo su cuerpo.

La castaña nunca había sido besada de ese modo, nunca la habían besado tan a fondo. Nunca.

Ese beso parecía extraer vida de su interior, y al mismo tiempo inyectarle savia nueva.

No había ningún control, ni ninguna fuerza para que pudiese separar sus bocas en ese instante. Y entonces, con un suspiro que dejó salir fuera, Ariana se entregó a él por completo, como una flor a la luz del sol, abriéndose, buscándolo, tan suave y delicadamente fragante que él se sintió embriagado.

El corazón de Damien se puso a latir con fuerza imparable. Empezó a respirar de forma entrecortada. Apretándola firmemente con el brazo, consumido de inmediato por una intensa emoción que hizo que toda esa calidez sexual en sus entrañas comenzara a hervir como una hoguera. Su primer impulso había sido empujarla contra la pared y sepultarse entre sus piernas de inmediato, tomándola ahí mismo, pero algo en su interior le había exigido que primero la saboreara, y así lo hizo... ¡Dulce tormento! Ella sabía a las condenadas fresas.

El sólo besarla y mantenerla así tan cerca suyo lo había hecho sentirse vivo por primera vez en mucho tiempo.

Damien no comprendía porque se sentía de aquel modo, porque sentía como si fuese un maldito jabalí en celo, como si nunca hubiese follado antes ni conocido el toque de una hembra con anterioridad. Eso era condenadamente extraño. El sexo nunca había sido así, pero ahí en esos instantes con Ariana...

La deseaba, la deseaba muchísimo. La deseaba como brasas avivadas, todo dentro de él se encendía por ella. Y hacía mucho, mucho tiempo que no deseaba así a una mujer. Sin embargo con el poco toque de cordura se dijo de inmediato que no debía sorprenderse. Era libido, nada más.

No estaba ebrio, pero sí que había bebido de más. Y por otra parte la había visto a ella beber sin ninguna inhibición. No tenía problema con eso. El alcohol añadía excitación al momento.

Entonces rígido por el deseo, la levantó tomándola suavemente de las axilas, y enseguida la pegó a la puerta cerrada, dejándola en el suelo de inmediato.

La miró de nuevo. Su delicadeza lo aterrorizaba, y una vocecilla en su interior le dijo que quizá tocarla fuese a ser el mayor error que podía cometer.

Pero, no. Él sabía que a pesar de su aspecto tan frágil no iba a romperla.

Damien se pegó por completo a ella, la rodeó con un brazo tras su espalda, e inclinándose comenzó a olfatear el suave aroma que soltaba ese precioso cabello que asemejaba al caramelo. Se dio cuenta de inmediato de que ella no usaba perfume. Aquel aroma a mujer que lo hechizaba era solo su champú y su esencia... deliciosa, deliciosa esencia.

La cabeza del soldado fue bajando lentamente, y cuando sus labios se encontraron con su cuello, se dedicaron a reverenciarlo dejando a su paso todo un camino de besos. Le sorprendió entonces darse cuenta de lo suave que era su piel en esa zona, y lo único en lo que consiguió pensar entonces fue en lo que encontraría entre sus pechos, a través de su vientre, en el interior de sus muslos...

Dejaron de besarse, y entonces sus miradas se trabaron. Algo electrificante sucedió entre los dos pero ninguno fue capaz de describirlo.

Las manos masculinas sujetaron con fuerza la cintura femenina, y de un momento a otro una de esas manos fue bajando por toda la dulce cadencia de sus piernas acariciando e intentando subir el corto vestidito, para después lograr adentrarse.

Ariana se estremeció ahí atrapada entre la puerta y la anchura poderosa del pecho masculino, siendo cada vez más y más consciente de su tamaño, del poder de ese hombre, y de su propia fragilidad. Entonces comenzó a sentir que la temperatura de su cuerpo aumentaba, que sus pensamientos comenzaban a deslizarse dentro de una espiral de lujuria.

Damien se sintió cada vez más excitado, más duro. La erección estaba matándole simplemente por el hecho de tener la mano donde la tenía.

–¿De qué color son tus braguitas, nena?– murmuró en su oído, con una sexualidad pecaminosa que bañaba su expresión, dándole una mirada oscura y peligrosa mientras continuaba su deliciosa exploración. –Ya noto que son de encaje...–

Ariana cerró los ojos durante un suave jadeo de sus labios, intentando recordar el maldito color, y sin embargo no le fue posible al primer instante.

Él se pegó más a ella.

–Negras...– susurró la femenil voz. –S...son negras–

¡Cielo santo! Sonaba tan jadeante y ansiosa como se sentía.

–El negro debe quedarte sensacional, pero sin duda te verás mejor desnuda bajo el tacto de mis manos...– el moreno suspiró, no lograba controlarse. –Eres tan bonita, Ariana. No sabes las ganas que tengo de hacerte mía... ¿Sientes lo duro que estoy por ti? Mi polla babea por saborearte, muñeca...–

¿Podía una mujer alcanzar el orgasmo sólo con palabras? Porque Ariana estaba a punto de hacerlo. ¡Oh, condenación!

Entonces para añadirle más tortura al fuego de sus entrañas, los dedos de Damien se sintieron con el derecho suficiente para meterse en sus bragas, en ella.

Comenzó a estimularla, primero uno, luego dos, después tres.

Evidentemente excitada, ella empezó a respirar de manera ruidosa y acelerada, emitiendo ruidos que evocaban a los gemidos. Justo lo que faltaba para enloquecer al hombre que la tocaba.

–¿Te gusta?–

Ariana no respondió pero sus gemidos, y la expresión de su rostro le dijeron lo mucho que lo estaba disfrutando, el tumulto de sensaciones en esa preciosa carita fue lo más excitante que Damien pudo haber visto nunca. Las facciones retorcidas de placer y los ojitos cerrados en total entrega a las sensaciones que empezaba a experimentar.

¡Mierda! Él podía sentir que estaba depilada y que era preciosa y suave, condenadamente estrecha en torno a sus dedos. Estaba volviéndose loco, realmente loco. El pene endurecido parecía que iba a estallarle contra su bragueta en cualquier instante. ¿Cómo era eso posible? Ni siquiera la había penetrado todavía, y ya se sentía al borde del éxtasis.

–Apuesto a que sabes tan deliciosa como te sientes... Y te sientes tan malditamente bien, preciosa...–

La castaña soltó otro gemido, y no pudo creerse nada de lo que estaba sucediendo. Le costaba creer lo que estaba permitiendo, pero lo deseaba tanto que no le importaba. Aquel soldado la llevaba hasta el borde, terrenal y lujurioso, y la llenaba de un deseo que ningún otro le había mostrado antes.

La desesperación de tal deseo comenzó a correr por todas las venas de Damien, convirtiendo su sangre en lava hirviendo.

Gruñó y devoró su boca, su cuello, pero de pronto sintió una urgencia agónica de estar piel contra piel. Quería desnudarla, quería verla. Quería mirarle los pechos. Toda ella. Quería tocarla, explorarla, acariciarla y excitar todos esos puntos hechizadores en los que ni siquiera se había permitido pensar.

Esa pequeña mujer lo atraía como el canto de una sirena.

De inmediato volvió a cargarla para sentarla sobre la planicie del lavamanos. ¡Joder! Pesaba increíblemente poco.

El vestido fue fácil de quitar. Era de tela elástica con mangas. Él lo bajó por sus brazos dejándolo enrollado en su cintura; luego desabrochó el sostén de encaje negro, y lo arrojó hacia un lado. No había tiempo para ser gentil, nada de tiempo para preocuparse sobre la decencia del acto. La deseaba. Ahora. Sin embargo por unos instantes tuvo que detenerse a admirarla... Suave, malditamente suave y delicada... Y joven. ¿Qué tan joven sería aquella preciosísima hada mágica? No importaba, en ese momento a Damien no le importaba nada.

Ariana que nunca había estado comple­tamente desnuda delante de nadie se sintió alarmada por la atención que le prestaba el grandulón a su lado. ¿No era como las demás mujeres? ¿Era fea y lo ignoraba? ¿Tenía alguna deformidad?

Pero entonces él alzó sus ojos más oscuros que antes, y la miró con tal avidez que ella se excitó hasta lo impensable olvidándose de cualquier otra cosa.

Damien volvió a ella como una ráfaga, y la besó, la besó y la tocó. Sus duras y callosas manos la acariciaron demostrando que no sólo estaban acostumbradas a la guerra, sino también a ser delicadas, a dar placer. Las dos palmas masculinas abarcaron sus senos. Eran pequeños pero redondos, y se amoldaban a él con exquisita perfección. Los masajeó, la apretó más y más contra él, volvió a su boca, intentando comérsela entera. Luego sus labios bajaron. Uno de los pezones sonrosados fue cubierto por su caliente y húmeda boca, y después el otro.

Extasiada, ella se sujetó de su cabeza amoldando sus dedos en la espesura de su pelo negro, y gimió descontrolada ante la nueva sensación que la consumía.

Damien se apartó para quitarse enseguida la camisa negra. Botón por botón, Ariana fue admirando cómo a cada movimiento aparecía la piel de hombre, piel viril. Moreno, enorme y musculoso, tan musculoso que las enormes rocas de sus bíceps parecían a punto de reventar. Su inmenso pecho estaba cubierto de abundante vello oscuro que descendía por toda la dureza de su estómago, y desaparecía bajo los pantalones, ahí donde la erección delineaba su notoria presencia. Un tatuaje tribal abarcaba la totalidad de uno de sus brazos hasta casi subir a su hombro.

Ariana nunca había visto a un hombre así. Ni siquiera había estado cerca de uno, y sin embargo estaba a punto de entregarse a él, de hacerse mujer junto a él.

Entonces como si todo aquello no hubiese sido suficiente para dejarla conmocionada, Ariana vio cómo Damien desabrochaba la hebilla de su cinturón junto con el zíper, y metía una mano dentro de la tela de mezclilla. Lo que sacó hizo que se le cortara la respiración.

Muy grande. Debería haberlo imaginado. Era grande, igual que el resto de su viril anatomía.

Había escuchado una vez a Dove reírse con disimulo al referirse a los miembros masculinos, y diciendo que cuanto más grande mejor, pero Ariana no había tenido ni idea de lo que aquello había significado hasta este momento...

¡Santo cielo!

Tragó con dificultad, y de pronto se preguntó si había una maldita posibilidad de que ella realmente pudiese acomodarlo dentro de su cuerpo.

Sin perder segundos, Damien volvió, y le abrazó la pequeña cintura, pegándola de nuevo a él lo más cerca posible, haciendo que la delicadeza de sus senos se rozara contra su rudo pecho. La fricción de los pezones contra el áspero vello los hizo gemir a los dos de manera devastadora.

Aquello era deseo, ardiente y febril deseo. Aquello era sexo en su manifestación más básica y animal.

Deseó con todo su ser seguir saboreando de ella, prolongar el momento lo más posible, pero por su vida que iba a resultarle imposible.

Él había tenido muchísimas experiencias sexuales durante años, todas casuales. Pero nada de lo que estaba teniendo con Ariana se sentía casual en lo más mínimo. La necesidad de tomarla, poseerla, rugía en su interior.

Y la necesitaba ya.

Entonces sin pensar en una sola maldita cosa que no fuera follarla de una vez por todas, tomó su pene que rabiaba por entrar en ella, sediento de ser acogido por toda esa suavidad húmeda.

Ariana gimió al sentir la punta intentando abrirse camino, gimió de nuevo y luego tragó con dificultad. Era enorme, demasiado grande, demasiado dura para atravesar la estrecha abertura contra la que se remetía, y sin embargo no había en ella el miedo que debería haber sentido.

El soldado empujó con lentitud, consciente de que sus diferencias de tamaño harían difícil la tarea, sin embargo se quedó paralizado cuando descubrió que había algo más allá que le impedía avanzar.

¡Mierda!

El shock de lo que sucedía lo golpeó sin un poco de consideración. Su mente se bloqueó con una mezcla de sorpresa e incredulidad. Y de consternación.

Al darse cuenta Ariana alzó su mirada hacia arriba, y la clavó en la suya sin saber qué era lo siguiente que ocurriría.

Damien tenía que estar furioso, pensó, pero al mirarse en sus ojos negros, percibió la lujuria desatada.

–No te detengas...– la pequeña hada le suplicó.

Él inhaló y exhaló haciendo que su pecho pareciera más grande, más fuerte. La escrutó con su mirada. Se mostró entonces como lo que era... Un hombre peligroso. Muy peligroso.

–No iba a dejarte ir...– sentenció. De ninguna manera. No iba a ocurrir. –Te vas a hacer mujer, aquí y ahora... conmigo. No hay vuelta atrás–

Con ojos bien abiertos, Ariana lo miraba estupefacta. Entonces el moreno tomó su mandíbula, y la besó con dureza.

No importaba que fuese virgen, no importaba que él nunca hubiese tomado a alguien tan inocente. Nada, absolutamente nada importaba.

¡Que lo jodieran!

Volvió a tomar la erección, y acomodó la cabeza hinchada y chorreante dentro de sus pliegues.

¡Maldita sea!

Damien tuvo que quedarse muy quieto para poder recuperar control. Incluso su glande resultaba demasiado grande para entrar en ella. La escuchó suspirar, y él mismo soltó un duro gruñido desde las profundidades de su garganta.

Poco a poco se fue impulsando, y mientras lo hacía bajó su cabeza para poder admirar y disfrutar de cada una de sus expresiones al ser tomada por un hombre por primera vez en su vida.

–Ahhh...– el gemido de Ariana fue largo y pesado, y tan condenadamente caliente que el soldado se sintió como el maldito rey del mundo. –Me...me duele...– sollozó. Podía sentir cómo él la estiraba, cómo su miembro tan increíblemente duro separaba el fino tejido de su himen. Nunca había sentido tal dolor, ni siquiera parecido.

–Shh... Lo sé. Yo me ocuparé– prometió su amante, y ella confió ciegamente en sus palabras.

Damien sintió entonces aquella dulce fricción, la resistencia que oponía su entrada a ser traspasada por su miembro, estuvo a punto de correrse. Centímetro a centímetro, desapareció en su interior, enterrándose hasta el fondo, consiguiendo que la joven dilatara para toda su longitud, abrazándolo con sus apretadas y palpitantes profundidades.

La castaña volvió a sollozar, apretando la cara contra su hombro, y sujetándose con mucha fuerza de él. Cuando gimió otra vez, Damien la abrazó bajo su pecho, y la tranquilizó acariciando suavemente su sedoso cabello.

¡Maldición!

Él lo había observado todo... Había observado a su pene desvirgarla, había escuchado los gemidos, los delicados y tenues sollozos femeninos. Había observado cómo la llenaba por completo. ¿O es que ella se había encogido bajo su cuerpo? Era difícil saberlo.

Se quedó fascinado y tuvo que obligarse a levantar la vista hacia la cara de la joven que acababa de convertirse en mujer.

Ariana... Sin duda delicada y pura.

Damien contempló sus ojos asustados y muy abiertos, y una sensación nueva lo atravesó, una muy íntima y dulce. Ella lo miraba con indefensa sorpresa ante el intenso placer que competía con el profundo dolor que la había llevado a pensar que ese hombre iba a partirla en dos.

En aquel instante, la definición de la palabra inocencia adquirió un nuevo significado para él, y supo que esa diminuta belleza era su mismísima personificación.

–Mierda... Eres tan estrecha, nena, pero encajamos perfectamente... ¿Puedes sentirlo?–

Sí, Ariana lo sentía, y de pronto comenzó a sentirse horrorizada. No había esperado estar tan perfectamente unida a él en ese momento, como si Damien Keegan fuera una de las piezas perdidas del rompecabezas de su vida.

Contuvo la respiración y él se tragó el suspiro con un beso.

–¡Joder, sí!–Damien estaba en el cielo. O en el infierno. No estaba seguro todavía.

Aquello era lo más delicioso, lo más exquisito. Esa pequeña mujercita era quien le estaba dando el alojamiento más excitante de toda su vida.

No le dio la oportunidad de coger aliento entre niveles. No hubo oportunidad de pensar, ni oportunidad de recuperar el control. Sus labios refrenaron sus gritos cuando comenzó a moverse, golpes duros y furiosos dentro de ella, enviando sus terminaciones nerviosas en descarga, el placer rasgando con la misma desesperación con que su erección empujaba en las profundidades resbaladizas y calientes de su cuerpo.

Tras el sofocante dolor inicial, Ariana se encontraba ahora rodeada por un placer tan intenso, tan poderoso, que se preguntaba si sobreviviría.

Todavía dolía, oh claro que dolía... Él era grande y devastador, pero la sensación era deliciosa. Su fuerza no la rompía, sino que la convertía en algo nuevo, desconocido. Un océano fundido de emoción, aceptando su cuerpo dentro del suyo, dándole la más placentera de las bienvenidas.

–Demonios... eres tan pequeña, preciosa...– lo escuchó decir tras un duro gruñido. Entonces Ariana gimoteó mientras recordaba quién la estaba follando tan a fondo... El soldado Keegan.

No podía respirar. No sabía dónde tocarlo, qué hacer con sus manos, así que lo único que pudo hacer fue cruzarlos tras el cuello masculino.

Aquel poderoso cuerpo se estremecía contra ella, sus brazos le abrazaban la cintura, la espalda, toda completa. Sus senos golpeteaban contra su pecho en cada embestida, los sentía calientes y henchidos, intensamente sensibles en todos los puntos de contacto.

¡Por el cielo santo! Ese hombre arrasaba sus defensas y fundía su resistencia, sus inhibiciones, sus pensamientos.

Ariana estaba perdida en él.

Damien no deseaba apresurarlo. No quería que terminara. No todavía. Era demasiado caliente, había demasiado placer, más del que había conocido jamás en su vida. Su boca se movió en la suya tan dulce, cómodamente y con fuerza, mientras que una de sus manos amasaba su cabello con fuerza, y la otra recorría toda la piel femenina que le fuese posible alcanzar.

Se encontraba embargado de placer y de más y más deliciosas sensaciones, pero aún podía sentir la conmoción perturbando su mente.

Nunca había tenido entre sus brazos a una mujer más deliciosa que ella; lo estaba volviendo loco de deseo. Así como tampoco había perdido nunca el control con una. Pero con esta ya lo había perdido hacía mucho tiempo.

Los agudos gritos de placer de la castaña, sus firmes muslos apretando su cuerpo, su suave aroma femenino; esas eran las cosas que Damien recordaría más tarde esa noche, despierto en la cama, deseándola de nuevo, deseando volver a depositar su fuerza vital dentro de ella.

Acelerando el ritmo, aquel soldado la hizo alcanzar su primer orgasmo, y se maravilló de lo sensible y desinhibida que había resultado la pequeña hada.

Ariana gritó contra su cuello, y se refugió bajo él mientras su cuerpo entero se estremecía y temblaba.

El moreno la rodeó con sus brazos, mientras él era atravesado por su propio éxtasis.

Cuando aquella devastadora culminación cesó, ninguno de los dos se separó.

Élla mantuvo pegada a su torso, así como la había tenido, todavía dentro de ella. Los dos respiraron con dificultad, y ninguno logró recuperarse en ese instante. De pronto todos los instintos viriles de Damien le indicaron que debía mantenerla justo como estaba. Desnuda, indefensa y muy cerca.

Ella le pertenecía ahora... ¿Y de dónde provenía ese pensamiento? No tenía una maldita idea.

Soltó un gruñido furioso, olvidándose de aquella locura. Sin embargo no logró huir de la nueva oleada de deseo que lo embargó, a pesar del orgasmo que había disfrutado hacía tan sólo unos cuantos segundos. El anhelo le atravesó provocándole un estremecimiento. Por primera vez en años no sólo deseaba a una mujer, sino que se moría por ella.

Todavía con los pulmones llenos de aire, Ariana lo miró fijamente, llena de sorpresa. Había sentido cómo él volvía a endurecerse en su interior, dejándola de nuevo sin aliento... Lo siguiente que sucedió, los tomó por sorpresa a los dos.

Damien comenzó a embestirla de nueva cuenta, y ella respondió a su pasión con la suya, besándolo, y dejándose besar, aferrándose a su grande cuerpo, convirtiéndose en un solo ser con él una vez más...

Más tarde, cuando Damien hubo abrochado sus pantalones, y Ariana hubo acomodado el vestido que había llevado enrollado en su cintura, los dos se miraron sin saber exactamente qué era lo que debían decirse.

Él parecía incómodo, e incluso molesto. Ella lucía asustada y nerviosa.

Los segundos transcurrieron, y ambos seguían ahí de pie en el baño, mirándose el uno al otro como si fuesen dos desconocidos que no acababan de experimentar el más grande de los placeres.

Damien fue el primero y único en hablar.

–Ha sido un placer, Ariana– le dijo su voz fría y varonil. –Cuídate de todos esos sujetos hambrientos de sexo que hay esta noche en este lugar– le dedicó un caballeroso asentimiento de cabeza como si hubiese llevado un sombrero. Enseguida se marchó al momento que terminaba de abotonarse la camisa, y su mente le recriminaba el hecho de haber ido en contra de todos sus principios.

La castaña tragó saliva cuando lo vio marcharse, y se quedó en total y absoluto silencio.

Una fresca brisa que no supo de dónde llegó le recorrió toda la espalda dorsal.

Después de unos cuantos segundos, también salió del baño, mientras el temblor entre sus piernas le recordaba de forma insistente que había estado con un hombre. Que ese hombre se había introducido en ella, que le había entregado su virginidad.

Sin pretenderlo, todo había resultado como lo habían planeado. La noche finalizaba, y Ariana ya no era más la misma niñita inocente.

•••••

Tiempo actual.

Tuvo que transcurrir una semana completa después de la visita de los hombres Keegan a la casa de Charlie y Penélope Sheen, para que la boda se llevara a cabo.

Se había llegado el día. En unos cuantos instantes más, Damien estaría convirtiéndose en un hombre casado... El marido de una adolescente.

Ahí recargado en una de las cercas que dividían todo el extenso patio con la zona de ganado, el soldado exhaló con bastante tensión e irritación.

Se había pasado la mañana entera viendo cómo todos los empleados, con Meryl al mando, se ocupaban de arreglar todo para el gran acontecimiento. Habían recibido mesas, sillas, arreglos florales, y un exquisito banquete, todo para que la Hacienda Keegan se encontrara preparada, y vaya si lo estaba.

Él nunca había visto el lugar de aquella manera. Tenía sin duda el aspecto de que en unos cuantos instantes más se llevaría a cabo una celebración importante. Encima los invitados comenzaban a llegar.

Eran las seis de la tarde, y Damien se encontraba debidamente uniformado. Por más que se hubiese dicho que aquel no iba a ser un matrimonio de verdad, su honor de militar lo había obligado a asistir a su boda con su uniforme de gala, y no sólo él, sino también sus compañeros, su Comandante, y desde luego, su abuelo.

Hablando de ese viejo, recordó que estaba furioso con él, pues le había prohibido que ingiriera cualquier bebida alcohólica. ¡Maldición! Justo cuando sentía que más necesitaba de un buen trago.

Entonces como si a la maldita broma en la que se había convertido su vida le hubiese placido burlarse de nuevo de él, vio aparecer aquel sencillo automóvil verde que sin duda pertenecía a los Sheen.

El corazón le dio un vuelco cuando la vio bajar del vehículo.

¡Joder!

La boca se le secó mientras se decía que no podía ser verdad. No podía ser cierto... Ariana no podía verse más hermosa vestida de blanco... Maldita fuera. Llevaba blanco, desde luego. No hubiese podido ser de otro modo. No era largo, ni tampoco llevaba el diseño de un tradicional vestido de novia, pero era blanco. ¡Maldición!

De pronto las facciones ya tensas de Damien se endurecieron aún más. Se negó a dejarse impresionar.

Ella no lo atraía. No era más que una estúpida niñita que se había quedado embarazada por culpa suya, y nada más.

Después de unos instantes, vio cómo su abuelo se acercaba a ellos para darles la más cordial de las bienvenidas.

Exhaló. Se había llegado la hora de empezar con aquel circo. A pasos decididos recorrió todo el camino hasta ellos, pero no para saludarlos como había hecho su abuelo, sino para exigirles que se dieran prisa, pues por culpa de su impuntualidad todo estaba retrasado.

Al llegar, no se fijó en la novia, evitó a toda costa mirarla, pero por el rabillo del ojo la miró dar un brinquito de susto cuando lo vio. Resultaba obvio que su futura esposa le temía, pero no le importaba.

–Empecemos esto de una maldita vez– les dijo en un tono que rayaba a lo grosero. Sin más, pasó por delante de ellos, para poder acercarse a la mesilla donde ya debía estar el juez que los casaría.

Discretamente Penélope jaló a Ariana del brazo. Le dijo algo así como un regaño al oído, y entonces la joven asintió un tanto alterada. Enseguida caminó cautelosamente hasta colocarse junto al novio más malhumorado que nadie hubiese podido ver nunca.

El enorme cuerpo de Damien se tensó cuando la vio colocarse a su lado, pero no mencionó nada, y de igual forma que hacía un par de minutos, se negó a mirarla.

Por su parte Ariana tampoco lo miró. Si él se creía que era el único que tenía derecho a detestar esa boda, se equivocaba. Odiaba la sola idea de aquello, odiaba su vida, la odiaba más que nunca.

El juez ya se encontraba de frente en la mesilla, y los invitados empezaron a acomodarse en los asientos.

Damien se alegró de que no fuesen tantos. Tan solo eran sus compañeros de brigada, incluyendo a su amigo Chris y Gal, el Comandante Crowe y su esposa, los Sheen y la amiga rubia de Ariana, que si mal no recordaba se llamaba Dove.

–Comencemos...– dijo de pronto el juez, y tanto Damien como Ariana sufrieron de un devastador vuelco en sus interiores.

Los siguientes minutos que transcurrieron fueron algo así como una auténtica tortura.

La castaña evitó a toda costa que las lágrimas fluyeran a pesar de que las llevaba atoradas en la garganta.

Odiaba aquello. Odiaba tener que casarse con ese hombre, pero más odiaba la desgracia que sufría al haber caído en manos de seres tan crueles como lo eran sus tíos.

Ahí mientras el juez les hablaba sobre la importancia de un matrimonio ante la sociedad, Ariana deseó recriminarle al cielo por haberse llevado a sus padres, y dejarla tan desprotegida, pero no lo hizo. Ya había recriminado bastantes veces, y ninguna había servido de nada.

Mantuvo su mente en blanco, y la mirada perdida. Después se vio obligada a salir de aquel trance cuando el juez les pidió a ambos sus firmas para poder llevar a cabo el casamiento. Enseguida pasaron al frente Charlie y Penélope que debían firmar el permiso que cedían para que la joven bajo su tutela contrajera matrimonio siendo menor de edad. Chris y Gal firmaron como testigos, y enseguida pasó el Teniente que les tenía una sorpresa a ambos... Alianzas.

Todo sucedió en menos de un segundo, o al menos así lo sintieron los recién casados.

En el momento que menos lo esperaban ya se encontraban casados ante la ley, siendo marido y mujer, el señor y la señora Keegan, unidos en matrimonio, por un hijo, y por aquellos anillos en sus dedos.

Estaba hecho, y no había vuelta atrás.

Los presentes aplaudieron, y el juez los instó a darse el primer beso como matrimonio.

Ellos se miraron con mil emociones reflejadas en sus rostros. Por inercia, y únicamente por inercia, y ante la evidente sorpresa de su ahora joven esposa, él se inclinó para besarla.

Fue un beso rápido y corto, pero aun así consiguió dejarlos a ambos demasiado aturdidos.

Se miraron pero de inmediato desviaron sus miradas. Aunque sus invitados planeaban celebrar toda la noche, la joven pareja no sentían que hubiese nada digno de celebrarse. Sus futuros estaban ahora inciertos. No tenían nada seguro, salvo un divorcio y un bebé. Damien enseguida se alejó marchándose por uno de los costados, y Ariana hizo lo mismo marchándose por el lado opuesto.

El Teniente Keegan permaneció impasible mientras los observaba a ambos, mientras observa a su nieto convertirse en un hombre casado, y próximamente en padre. Todo a la fuerza.

Lo vio besar a Ariana con frialdad, lo vio mirarla con resentimiento, vio aquel destello de dolor en su mirada; y lo lamentó. De verdad que lo lamentaba.

Lamentaba ver que su nieto estuviese convertido en ese hombre lleno de ira y frustración contra la vida. Lamentaba saber que había vivido una completa pesadilla de niñez, y él no había podido hacer malditamente nada por evitarle todo aquel sufrimiento.

Exhaló con pesadez, y después se dijo que ojalá pudiese existir algo que lo regresara a la vida. Alguien...

Tal vez el bebé que pronto nacería. O incluso Ariana. ¿Pero sería posible?

•••••

–Dove, estoy muy asustada– le dijo a su mejor amiga, y la rubia pudo darse una idea del alcance de su miedo en cuanto miró su expresión.

Ariana se veía pálida, los labios le temblaban, a decir verdad toda ella era un saco de temblores.

–Tranquila, Ari– Dove pasó sus manos de arriba abajo por los hombros de la recién casada. –No entiendo porque estás tan asustada por este matrimonio. Después de todo te divorciarás en cuanto nazca el pequeñín, ¿no?–

Ariana asintió pero no se le miró más tranquila.

–Es que no me entiendes. No quiero estar casada ni siquiera un minuto más y menos con ese sujeto–

Damien la perturbaba muchísimo. No como el tío Charlie, pero la perturbaba de todos modos.

–Mira, no te angusties más. A pesar de todos los defectos que pueda tener, es un militar, pertenece a una familia honorable, y sin duda es...–

–Un hombre– completó Ariana interrumpiéndola. –Un hombre que no me quiere, de la misma forma que yo no lo quiero a él–

Ante aquello Dove permaneció en silencio porque todo aquello bien era cierto.

La castaña evitó a toda costa comenzar a llorar. Entonces lo miró. Miró a su marido, quien se había casado con ella únicamente llevado por su sentido de la obligación y el honor.

Damien estaba justo en el otro extremo del enorme patio de la hacienda. Parecía que discutía con un chico muy parecido a él físicamente. Tal vez era su hermano. ¡Cielo santo! Ni siquiera lo conocía, no sabía si tenía más familia, o quiénes eran sus padres. Era un completo desconocido para ella, y aún así acababa de convertirse en su esposa. No podía ser cierto.

Lo único de lo que no le quedaba duda, era que si le concedieran un solo deseo, Damien desearía haberse puesto un preservativo en aquel bar, aquella noche. Sabía que verse atado con una mujer y un hijo era lo último que quería.

–Vayamos a tu mesa para que tomes asiento, y puedas comer algo– sugirió su amiga.

Ariana negó. Nunca había tenido menos ganas de ingerir alimentos. Sentía el estómago revuelto.

No quería comer ni descansar, ni malditamente nada. ¡Lo único que quería era salir de ahí!

Pero sabía que ya no había salida para ella. Tenía que afrontar aquello, y todo lo que viniera después. A final de cuentas se lo había buscado solita, ¿no? Había ido a ese lugar en busca de un hombre, y lo había encontrado... ¡Oh, vaya si lo había encontrado! Le había entregado su cuerpo a ese soldado que no había conocido más que por unos cuantos minutos, y encima se había dejado los condones en el bolso. ¿No era una estúpida? Sí, lo era. Demasiado estúpida.

Estaba a punto de decirle algo a Dove, cuando enseguida el Teniente se acercó hacia ellas.

–¿Cómo estás sintiéndote, Ariana? Te veo un poco pálida, linda. ¿Está todo bien?–

La joven miró fijamente la altísima figura que representaba el abuelo de su nuevo esposo. Deseó decirle que no, que nada estaba bien, que nada estaría bien, pero resistió cualquier impulso.

–Eh... yo... Estoy bien, Teniente. Gracias– consiguió sonreírle.

George respondió con un gesto igual de amigable. Maravillado, se dijo que la sonrisa de aquella jovencita debía considerarse un tesoro. Deseó que Damien pudiese verlo.

–Me alegro, y bueno, no sólo me he acercado para preguntarte eso, sino también para darte la bienvenida a la familia y a tu nuevo hogar. Te aseguro que aquí nada te va a faltar, y bajo cualquier circunstancia podrás contar conmigo–

Ariana se sintió realmente conmovida ante sus palabras. El Teniente le había agradado desde el primer día. Le había parecido noble y de trato amable, a diferencia de cierta persona que conocía. Se dijo que al menos tendría a alguien de su lado ahí. Le sonrió todavía más.

–Le agradezco mucho, de verdad–

–Sé que debes estar nerviosa, pero confío en que tu estancia aquí vaya a ser cómoda–

–Así lo creo– asintió ella, aunque sin duda no lo creía del todo.

El Teniente estuvo a punto de marcharse, pero entonces recordó algo más que quería decirle.

–Hace unos momentos tu tía me comentó algo de que tuviste que pedir la tarde libre a tu jefa para poder asistir a tu boda, pero enseguida la llamó tu tío, y no me dio oportunidad de preguntarle acerca de ello. No sabía que trabajabas, Ariana. ¿Dónde trabajas?–

–Soy instructora en una academia. Enseño a niñas pequeñas, y algunas no tanto– comenzó a sentirse más cómoda, y la tensión fue cediendo.

–Oh, eso suena interesante. ¿Y qué es lo que enseñas?–

–Ballet–

La respuesta que la esposa de su nieto le dio dejó al Teniente estupefacto. Su reacción confundió en gran manera a ambas chicas.

–¿Ballet?– tuvo que preguntar para estar completamente seguro de que había escuchado bien. –¿Practicas ballet, Ariana?–

Sin comprender el porqué de su evidente sorpresa, ella asintió, y lo miró extrañada.

Poco a poco el Teniente fue recuperándose de la inmensa impresión. Entonces cuando lo hizo se quedó mirando a un punto neutro como si estuviese manteniendo una charla interna consigo mismo. Después alzó sus ojos oscuros, y los clavó en sus expresivos ojos marrones.

–Vaya... ¿Quién lo hubiera dicho?– sonrió pareciendo como si hubiese descubierto algo asombroso, aunque Ariana no podía saber que en efecto así había sido.

El descubrimiento era maravilloso. Tenía frente a él esa respuesta que había estado esperando con tanta ilusión. Era increíble, pero no se sorprendía. Sabía que así era cómo trabajaba el destino.

George continuó sonriendo gratamente, mientras se preguntaba si Ariana o Damien pudiesen tener alguna idea de que estaban hechos el uno para el otro, y al final de aquel camino terminarían amándose más que nunca.

La emoción lo embargó. Amaba a su muchacho, quería lo mejor para él, quería verlo feliz, y Ariana le agradaba, le parecía que era perfecta para él. Encima iba a darle un hijo, y eso lo emocionó aún más.

–Yo... iré por algo de beber. Por favor disfruta tu boda– le guiñó un ojo, y pronto se alejó.

Ariana y Dove lo miraron todavía sin comprender.

–Es muy amable tu nuevo abuelo, pero parece que está medio loco también–

Ariana rió.

–Me agrada mucho. Al menos lo tendré a él–

La rubia asintió en acuerdo, pero luego su mirada se clavó en algo más que ocurría a cierta distancia.

–Victoria no ha logrado disimular esa expresión de furia que tiene en el rostro– comentó alzando las cejas. –Evidentemente le molesta mucho que te hayas casado con Damien. Seguramente debe estar deseando estar en tu lugar–

Ariana giró su rostro para poder mirar a su prima. Era cierto que durante aquella última semana Victoria se había pasado el tiempo entero lanzándole comentarios mordaces acerca de que una chica tan insignificante y poca cosa como ella jamás podría encajar con el guapísimo y viril soldado; pero no le importaba. Se había repetido muchísimas veces que no le importaba porque ella no quería ser la esposa de ese soldado.

Exhaló.

–Victoria es lo que menos me importa en este momento– respondió.

Dove no dejó de mirar a la envidiosa chica.

–Pues deberías porque no deja de mirar a tu marido–

Era verdad. Victoria lucía bastante interesada en Damien. Parecía comérselo con los ojos.

–Por mí puede quedárselo–

Dove abrió la boca impresionada.

–Eso sí que no. Ahora es tuyo, Ari–

–¿Mío? Ya, claro. Me detesta, y yo a él. Este matrimonio es una farsa–

–Lo sé, sé que se divorciarán en cuanto su hijo nazca, pero...–

–¿Pero qué, Dove? Nos casamos únicamente para que el bebé no sea ilegitimo, y eso es todo–

–¿Y si Damien no piensa de ese modo? Ahora eres su esposa, amiga, y él tendrá ciertos... ya sabes, derechos sobre ti. Una mujer casada debe cumplir con sus deberes conyugales–

Ariana no pudo evitar estremecerse ante todo lo que significaban esas palabras.

–¿No me has oído? Me odia. Le arruiné la vida. Lo último que querrá será verme siquiera–

–Pero sin duda te desea. ¿Si no cómo te explicas el hecho de que te dejó embarazada en el baño de un bar porque no pudo aguantarse la calentura?–

De nuevo Ariana sintió un vuelco dentro de todo su ser. Tragó saliva nerviosa.

–Estaba borracho. Dudo que estando en sus cinco minutos se hubiese fijado en mí–

Dove la escuchó atentamente pero negó ante todo lo que decía. ¿Ariana era ciega o algo? Era obvio que a pesar del evidente mal genio de Damien, y de lo mal que le había caído la noticia de que tendría un hijo, y con ello verse obligado a casarse, la deseaba, deseaba a Ariana. Bastaba con ver la manera en la que la miraba.

Sin embargo no sonrió, sino que deseó con toda su alma que su mejor amiga no fuese a salir lastimada con todo aquello.

•••••

Su nueva esposa... La madre de su hijo... Ariana.

Y Damien no podía dejar de mirarla. Eso lo enfurecía.

Enseguida regresó su mirada al vaso de tequila que bebía. Le importaba un carajo que su abuelo fuese a enojarse por verlo beber alcohol. Lo necesitaba, lo había necesitado todo el maldito día.

Alzó de nuevo su mirada, y ahí seguía ella. Ariana con su vestido blanco, la alianza en el dedo, y un bebé en el vientre. Recién casada.

Damien enseguida se dijo que no era nadie en su vida más que un estorbo, y por supuesto el hecho de haberse casado con ella no causaba nada en él, no le alteraba el pecho, ni le ocasionaba ninguna maldita oleada de calor en la entrepierna. No, en definitiva no lo ponía más duro que nada. ¡Joder!

No la deseaba. Ariana era boba y demasiado santurrona, demasiado inocente e infantil. A los hombres como él no les excitaban las niñitas tontas. Aquella noche había estado ebrio, y eso había sido todo...

¡Mierda!

¿A quién engañaba? A su sucia mente no, desde luego.

Debía admitir al menos ante sí mismo que si la miraba con tanta atención era porque esa noche ella se veía estupenda e increíblemente hermosa. Así sin más.

¡Maldita fuera!

¿Por qué tenía que ser tan bonita? Se preguntó. Si no lo fuera le sería más fácil despegar sus ojos de toda ella, y también olvidarse de aquella noche que ambos habían compartido.

Un gran error. Eso era lo que Ariana y su exquisita belleza frágil y delicada habían sido para él. La noche en el bar Damien había cometido la mayor de las equivocaciones al dejar que su deseo lo dominara. Había dejado que el alcohol y su polla tomaran todas las decisiones, decisiones erróneas, claro estaba, y por supuesto... después de eso todo se había ido a la mierda.

Por eso necesitaba estar lo más alejado posible de ella. No acercarse ni siquiera un momento. No deseaba ver sus ojos marrones, abiertos y elocuentes, porque recordaba muy bien cómo le habían mirado antes y después de que la hiciera suya. No quería ver su cabello, que rodeaba su cabeza como un halo llameante, porque conocía la sensación de hundir los dedos en aquella masa sedosa. No quería ver su boca, porque incluso en aquel momento recordaba su sabor. No quería ver la turgencia que hinchaba el corpiño de su vestido, porque la recordaba suave y femenina bajo su cuerpo...

¡Joder!

De pronto en ese instante Damien sufrió de una mala pasada.

Los hermosos ojos de Ariana se alzaron a lo lejos, y se cruzaron con los suyos. Entonces se le formó un doloroso nudo en el estómago... y aún más abajo.

Ninguna mujer lo había mirado así antes.

Se repitió enseguida lo mucho que detestaba aquello. Lo mucho que la detestaba a ella, y lo mucho que detestaba haber tenido que casarse.

Una esposa y bebé a cuestas. Atado a una bola y una cadena.

Damien Keegan, marido y padre. Dos papeles que nunca se había creído listo para desempeñar. Pero no había tenido elección. No, si quería poder mirarse al espejo el resto de su vida, y seguir considerándose un hombre de verdad.

–Te has pasado toda la fiesta apartado de todos, incluyendo de tu nueva esposa–

Damien se giró hacia la voz que le hablaba, y se encontró con Gal, la mujer de su mejor amigo. Tomó de su tequila, y no le respondió de inmediato.

–Me engento fácilmente–

Gal sonrió.

–No te he felicitado por tu casamiento. Ariana es una chica muy linda. Algo joven, pero no será ni la primera ni la última en embarazarse a temprana edad. Al menos ella corrió con suerte al contar con el apoyo del padre de su hijo–

–Sí, claro, suerte– murmuró Damien con tono frío.

–¿Por qué siento que eres el más infeliz con esta boda?–

–Porque debo serlo. ¿No te lo ha contado Chris? La embaracé por un descuido. Ni ella ni yo queríamos esto–

Gal comprendió de qué hablaba.

–Entiendo que se hayan visto obligados a contraer matrimonio debido al bebé que esperan, pero no puede ser tan malo. Al menos ella te gusta, y no pienses en negármelo. Te he estado observando, y no has dejado de mirarla–

Él endureció aún más sus facciones al saberse descubierto. Se negó a enrojecer aun así.

–No me gusta. Esa noche estábamos ebrios. Cometimos una irresponsabilidad muy grande, pero ahora la estamos afrontando. En cuanto el niño nazca nos divorciaremos, y todo volverá a la normalidad–

–¿Y qué pasará entre ustedes mientras tanto?–

–Si te refieres a si estoy pensando en tocarla, la respuesta es no. Este no es un matrimonio de verdad, y tampoco deseo que lo sea–

Gal lo miró como si hubiese dicho la mayor de las mentiras.

–Se ha casado contigo, y es toda una preciosidad–

–Me da igual si parece sacada de una revista–

–¿Entonces el hecho de que tenga toneladas de cabello castaño, enormes ojos marrones, y un cuerpo bastante lindo... todo eso te es indiferente?–

Damien exhaló.

Gal comprendió que el amigo de su marido no deseaba seguir hablando. Lo lamentó por él y también por su joven mujercita. Había charlado momentos antes con ella y le había parecido una chica muy dulce. No le gustaba la idea de saber que iba a tener que sufrir a lado de un marido como Damien. Lo apreciaba muchísimo, pero sabía sin duda que era un hombre difícil.

Soltó un suspiro.

–Ve el lado bueno de la vida, Dam. No sigas encerrándote en esa burbuja de odio en la que siempre has vivido–

Antes de que él pudiese replicarle, Chris apareció.

–Aquí está la limonada que me pediste, cariño– le extendió el vaso con la bebida a su esposa, y esta le agradeció antes de plantar un amoroso beso en sus labios.

Damien desvió su mirada ante las demostraciones amorosas de la parejita, y pronto bebió de su tequila, largo y tendido hasta terminárselo por completo. Enseguida deseó otro vaso.

–Iré a saludar a la esposa del Comandante Crowe– Gal se alejó de ambos hombres.

Chris y Damien se quedaron solos.

–¿Todo bien?– le preguntó el rubio al moreno.

–No–

Chris exhaló. Él bien sabía que Damien no podía estar más furioso debido a aquella boda.

–Escucha, amigo. Tú mismo te lo buscaste. ¿O no? Así que lo menos que puedes hacer es sobrellevarlo de la mejor manera–

–Eso es lo que estoy haciendo. ¿No lo ves, Chris?– respondió Damien con demasiada ironía. –Sé perfectamente que si estoy metido en esta mierda es únicamente por mi culpa... No tienes que recordármelo– miro de nuevo hacia donde Ariana se encontraba, y después bajó los ojos, turbado.

Sí, era culpa suya, pero... ¿Se arrepentía?

¿Qué hombre, en su situación no habría hecho lo mismo? O habría experimentado fuertes tentaciones de hacerlo, como mínimo. La muchacha, para su bien o para su mal, era de la materia de la que estaban hechas sus fantasías, y él habría tenido que dejar de lado su hombría para haberle dicho que pararan en el momento en que la había tenido en sus brazos.

•••••

La noche transcurrió, y cuando Ariana se dio cuenta de que los invitados comenzaban a marcharse, empezó a sentirse más y más nerviosa, pues todavía seguía sin saber qué era lo que ocurriría entre ella y Damien una vez que la boda hubiese terminado.

Hacía unos cuantos momentos que se había despedido de Dove, quien había tenido que marcharse, y ahora se sentía ya terriblemente sola e insegura, entonces como si aquello no hubiese sido suficiente, su tío Charlie había aprovechado que estaba sola para poder acercarse a ella.

–Felicidades, Arianita. ¿Me dejas darte un... abrazo como felicitación, señora Keegan?–

La castaña ignoró el hecho de que la hubiera llamado de ese modo, y de inmediato dio un paso hacia atrás dejándole bien en claro que no permitiría que la tocara.

Si no estaba borracho le faltaba poco para estarlo. Lo sabía por la manera en la que hablaba y por el balanceo de sus pies. Sudaba profusamente, y despedía un olor increíblemente desagradable.

Lo miró con asco.

–Muero de celos sólo de pensar que esta noche y las demás ese soldadito de mierda te tendrá en su cama para él solito. El muy cabrón... Al menos dame un abrazo. Es lo menos que merezco–

Ariana comenzó a alarmarse al verlo acercarse más, y deseó con todas sus fuerzas que se alejara de ella.

Para su fortuna, o tal vez no tanta, en ese instante tía Penélope y Victoria se acercaron al parecer listas para marcharse.

–Charlie, entra al auto. No nos hagas pasar una vergüenza enfrente de todas estas distinguidas personas– le dijo Penélope furiosa por verlo tan pasado de copas.

Charlie soltó un eructo, y Ariana sintió las náuseas subir por toda su garganta. Logró contenerlas, pero esperó que su tío hiciera caso de lo que le decían, pues si permanecía un momento más ahí, ella terminaría vomitando sobre su bonito vestido blanco, el mismo que le habían obligado a vestir.

–Sólo estaba despidiéndome de mi querida sobrina. Estoy muy feliz de que se haya casado– sonrió con desagrado.

Tía Penélope se olvidó por un momento de su esposo ebrio, y fijó su mirada en su sobrina.

–Espero que no se te vaya a ocurrir encariñarte con ese guapísimo marido tuyo... En ocho meses regresarás a casa con tu engendro, ¿te queda claro?–

–Sí, primita– secundó Victoria. –No vayas a enamorarte de Damien, porque te aseguro que él no es para ti– sonrió decidida.

Durante un horrible momento, se le hizo un nudo tan fuerte en el estómago a Ariana que pensó que ahora sí iba a vomitar. Se abstuvo de abrir la boca para hablar porque bien sabía que si lo hacía, en vez de salir palabras saldría puro vómito.

A lo lejos Damien continuaba observándola, y aunque no podía escuchar nada de lo que charlaba la chica con su familia, frunció el ceño al notar todo lo que demostraba su lenguaje corporal. Angustia, tensión. ¿Qué demonios estaría pasando ahí?

Enseguida se recriminó por interesarse tanto. ¿A él qué mierda le importaba? Sin embargo no logró sacárselo de la mente, aun y cuando su abuelo llegó a su lado.

–Sé que no debería decirlo, pero no me agradan esas personas, y me alegro profundamente de que haya llegado la hora de que se marchen– dijo el Teniente con alivio.

Damien se dio cuenta de que no era el único que pensaba que esas personas no eran más que basura.

–Ella no confía en ellos, y en su tío menos que en nadie– comentó refiriéndose a Ariana, y sin saber por qué.

–Pienso lo mismo. Yo no me creo esa fachada de que su sobrina les importa. Tendrás que ser muy cuidadoso con tu nueva familia–

Ambos hombres continuaron mirando la escenita.

–Ellos no son mi familia– contestó Damien tajante.

–Pero Ariana es tu esposa–

Aquello no podía negarlo. Exhaló intentando eliminar la tensión.

–Quiero que ella se quede en la casa grande– dijo de pronto.

El Teniente frunció el ceño.

–¿Qué?–

–Lo que oíste, abuelo. Este no será un matrimonio de verdad–

–Olvídalo. Si será de verdad o no, es asunto de ustedes, pero Ariana se quedará contigo. Aunque no lleguen a consumar este matrimonio, ella seguirá siendo tu esposa, y la llevarás a vivir contigo porque ahí es donde deberá estar– a George no le hubiese importado recibirla en su casa. Seguro estaba que de ser así esa jovencita se convertiría en la alegría del hogar, pero no podía permitir que Damien la alejara de su lado, y mucho menos después de lo que había descubierto.

–No puedo llevarla conmigo–

–Claro que sí. Es tu mujer–

Damien negó casi desesperado.

–No es mi mujer. No es más que una niña–

–Una mujer joven...– corrigió el Teniente. –...que tendrá que madurar antes de tiempo, para manejar el hecho de que lleva dentro a tu hijo. Creo que lo menos que puedes hacer es pasar ese proceso con ella–

El soldado se sintió entonces como un imbécil, y supo que no valdría de nada seguir insistiendo. Desde luego no admitiría que necesitaba tenerla lejos para que el hecho de desearla como la deseaba, y no poder tocarla, no fuese a resultarle un infierno.

–Veo que ella te agrada mucho–

Su abuelo no lo negó.

–En efecto es así. Pretendo cuidarla y que se sienta cómoda en esta hacienda–

–¿Entonces por qué estás tan convencido de que debe permanecer conmigo? Yo puedo llegar a hacerle mucho daño, y lo sabes...–

–Nunca le harías daño– George estaba seguro de ello. –Sé que la protegerás, y no dejarás que nada malo le ocurra–

Damien lo miró con ojos entornados.

–¿Cómo puedes estar tan seguro de ello?–

–Porque hasta el momento no has hecho más que enorgullecerme. Eres todo un hombre, Damien. Además yo te críe. Sé que eres bueno–

El joven desvió su mirada incapaz de seguir mirando a su abuelo por mucho más tiempo.

–No intentes huir de esto, hijo–

–¿Huir de qué?–

–De Ariana–

–¿Por qué huiría ella?– se vio tentado a añadir que tendría que ser ella precisamente la que debía huir de él, pero se abstuvo.

–Porque es bailarina...– respondió el Teniente sencillamente. –...de ballet–

Damien se quedó estupefacto por un par de segundos, pero después la sorpresa inicial se transformó en enojo.

–¿Y a mí qué carajo me importa que sea bailarina de ballet?–

–¿Acaso no recuerdas el sueño que tuviste? Es ella, Damien. Ariana es la mujer con la que soñaste. El amor de tu vida–

Él estuvo a punto de gritar furiosamente. Negó con la cabeza, e intentó mantenerse en cordura.

–El hecho de que Ariana sea bailarina no es más que una maldita coincidencia. Y el sueño que tuve es pura mierda. Olvídate ya de esa estupidez–

El Teniente negó en desacuerdo.

–Ninguno de nosotros quería creer que la maldición fuese cierta. Pero los hechos son los hechos. Les ocurre a los hombres de nuestra familia. Y ahora te toca a ti, con Ariana–

La mandíbula de Damien se apretó furiosamente y sus labios se contrajeron mientras lo fulminaba con la mirada.

–No es verdad– sentenció. –Ni estoy enamorado de esa chica, ni tampoco lo estaré. Ni vamos a vivir una maldita historia de amor, ni nuestras almas están destinada a estar juntas, ni nada de esas idioteces que estás diciendo– estuvo a punto de marcharse, pero se detuvo para añadir una última cosa. –Además... la bailarina que apareció en mi sueño era más alta– sin decir nada más, Damien se alejó de su abuelo, completamente enfurecido.

Entonces el Teniente lo vio acercarse a su bonita esposa.

Ariana se llevó un susto de muerte cuando Damien la tomó del brazo para hacerla girarse hacia él, y fue peor cuando observó la furia que aparecía como tormento en la oscuridad de sus ojos negros.

Palideció. La diferencia de altura entre ambos era más que notable. A pesar de que Ariana se había puesto zapatos de plataforma alta, no le llegaba ni siquiera al mentón. Se sentía pequeña y vulnerable a su lado, y no le agradaba la sensación.

Al tenerla frente a frente, Damien tuvo que morderse el interior de la mejilla para no besarla allí mismo. Se recordó enseguida que no iba a volver a tocarla. No podía.

–Seremos marido y mujer, pero sólo de nombre, ¿entiendes eso? No me interesa tenerte en mi cama por los meses que restan para que nos divorciemos–

Las duras palabras pillaron a la castaña desprevenida. Ella parpadeó, insegura, y luego lo miró con fijeza, visiblemente sorprendida porque hubiera sido tan directo.

–No se me ocurre nada peor que pasar los siguientes meses siendo tu esposa, así que despreocúpate, que tampoco me interesa estar en tu cama– no supo de dónde había salido aquella valentía para decirle todo eso, pero se alegró, sin embargo la presión que sentía detrás de los ojos se hizo aún más intensa.

Damien se sorprendió al darse cuenta de que la tímida ratoncita tenía lengua y sabía usarla. La prefería así, y no cómo el animalillo acorralado que lo miraba siempre con miedo. Casi sonrió, pero no lo hizo. Entonces por un fugaz y demoledor instante recordó la sensación de tenerla bajo su cuerpo. Evocó la tersura de su piel, el sabor de su boca...

Sus ojos la recorrieron y fue entonces cuando se encontró con esa angustia tan profunda que ella había dejado entrever. Se vio obligado a apartar la mirada.

–Sígueme– le ordenó.

Ariana tomó aire trémulamente y lo retuvo en la garganta, para no sollozar. Notó que ya todos se habían marchado, y no quedaban más que los empleados que limpiaban las mesas del patio.

Damien comenzó a caminar, y ella supo que debía seguirlo, pero entonces antes de salir del área se despidió del Teniente, que le dio las buenas noches.

Mientras retomaba el camino tras las espaldas del grandulón, Ariana se preguntó si exageraba al pensar que el Teniente, se había despedido de ella con una sonrisa bastante significativa.

Después de caminar un largo trayecto de pasto y tierra, en el que se había cuidado de no caerse debido a sus zapatos altos, por fin vio que él se detenía en una casa muy distinta a la que entonces había conocido como el hogar de los Keegan.

Esta casa parecía más pequeña y mucho menos lujosa. Comprendió entonces que el soldado vivía ahí, apartado del resto. No quiso saber por qué.

–Entra– lo vio abrirla puerta.

Aunque Damien no presumía de ser un caballero, no entró sino hasta que ella lo hiciera.

Ariana permanecía en silencio sin saber qué demonios debía esperarse. Se encontró entonces con una casa sencilla pero limpia. Muy a su pesar, le gustó. Ella no estaba ahí por el dinero que pudiese tener su esposo. Eso no le interesaba, y tampoco los lujos. Nunca los había tenido, así que no le importó que el lugar careciera de ellos.

–Esta es mi casa, y aquí vivirás. Puedes subir las escaleras. La primera puerta es mi habitación, pero la segunda será la tuya. Tus cosas ya están ahí– él había planeado que su... pequeña esposa permaneciera con el abuelo, debido a eso no había preparado nada. Por fortuna la habitación contigua a la suya siempre se encontraba limpia, y sería perfecta para ella.

Sus dientes se apretaron ante la palabra. Su esposa y su hijo.

Ignoró de inmediato la llamarada de calor en su miembro, reprimió las tendencias posesivas instintivas y gruñó. Luego la miró.

Ella seguía ahí en el medio de su recibidor, sin decir palabra ni moverse, mirándolo a la cara, observando el insondable fuego negro de sus ojos.

–¿Por qué no subes? ¿Acaso estás esperando a que tu nuevo esposo te lleve cargada, y te haga el amor hasta la medianoche?– sonrió con sorna, y entonces se acercó a ella hasta dejarla acorralada contra la puerta.

Ariana sintió que se empequeñecía ante su cercanía. Le pareció más grande que antes, excesivamente ancho de hombros, una enorme masa de músculos que la hacía estremecerse de mil maneras.

Damien luchó para evitar tocarla, para evitar tomarla otra vez. Su sangre hirvió ante su expresión, su erección fue como una roca.

Malditos ojos marrones que lo miraban con fijeza.

Los maldijo mil veces. Escrutó sus profundidades enjoyadas. La miríada de facetas le aturdió y fue incapaz de contarlas.

–¿Qué? ¿Me tienes miedo?– se burló. –Haces bien, nena. Soy un hijo de puta que te embarazó en un sucio baño. Tuviste mala suerte–

–Su...suéltame– pidió.

Pero no hizo falta que rogara. Damien la soltó de inmediato.

–Sube– volvió a ladrar su orden, y enseguida se hizo a un lado para que ella pudiese pasar.

Ariana subió las escaleras con rapidez deseando alejarse lo más posible de él, y así fue.

En menos de un segundo la joven ya no se encontraba más ahí.

El soldado pasó al lugar donde albergaba las bebidas, y ahí se dedicó a seguir bebiendo.

Aquella iba a ser una larga, larga noche. Lo sabía.

•••••

Más tarde, ahí en la oscuridad de su nueva habitación, la castaña lloró por todo lo acontecido en aquel día, por el giro tan inesperado que había dado su vida a consecuencia de una sola noche.

Había estado buscando desesperadamente algún modo de aceptar aquella situación en la que se estaba viendo arrastrada, pero todavía no lograba encontrarla.

Esa noche había sido su boda, y ella debía ser sin duda la novia más triste del planeta entero.

Se sentía tan desdichada como nunca antes. Las lágrimas fluían y fluían, esas lágrimas que había intentado retener durante todas esas lastimosas horas que habían transcurrido desde que se despertara por la mañana en su habitación de casa de sus tíos.

Ariana deseó más que nunca tener a sus padres junto a ella, y también a su Nonna. Su vida sería tan diferente si los tuviese a su lado.

Había soñado muchísimas veces con ellos. Soñaba que estaban ahí, amándola como siempre lo habían hecho, apoyándola en su más grande anhelo que era el ballet. Pero a final de cuentas... los sueños, sueños eran. Y sólo le quedaba su triste realidad.

•••••

No muy lejos de la habitación de aquella destrozada chica, afuera de la casa, en las escalerillas del pórtico, Damien Keegan, el infeliz recién casado bebía arduamente de una botella de Jack Daniel's, dándole trago tras trago, mientras intentaba olvidarse de su hermosa y muy joven esposa, esa misma que pasaba su noche de bodas sola en una habitación fría...

No lo logró. No logró olvidarse de ella.

No era capaz de olvidarla, la seguía pensando a cada instante hasta tal punto que no podía sacarse de la cabeza la mirada en los ojos de esa hada mágica, esas profundidades del color del whisky y de la miel que lo habían escrutado llenos de lágrimas por derramar.

Una preciosidad, así la había llamado Gal, y no había exagerado.

Su recién adquirida mujer era una belleza andante.

Su mujer... Le repetía su mente constantemente.

Su mujer, pero no para reclamarla como suya. No real.

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¿Qué opinan de los nuevos señor y señora Keegan?

Comenten y voten, y no se pierdan los siguientes caps. Este matrimonio será bastante... interesante.

PD: No odien a Damien plss. Ya irán conociéndolo y comprendiéndolo.

Spoiler: Después será todo lo que Ariana merece, y lo dará todo por ella.

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