Capítulo 51
Lo primero que Ariana hizo fue coger a Stella en brazos.
Agitada pero intentando mantener la calma, tomó el teléfono y corrió hacia la cocina donde encontró a su conejita que se había salido de su jaula.
No le prestó gran atención, y rápidamente comenzó a marcar el número de Damien pero en cuanto se lo colocó en el oído pudo darse cuenta de que no había línea.
La línea se encontraba muerta, y estuvo bien segura de que los culpables eran aquellas personas.
Exhaló frustrada y maldiciendo el momento en que decidió meter su celular en la maleta, y prontamente lanzó el teléfono al suelo con irritación y desesperación.
Intentó pensar rápido, intentó con todas sus fuerzas poder tranquilizarse para así saber qué demonios era lo que debía hacer.
Todavía no lo sabía, pero de algo sí estuvo bien segura... Fuera lo que fuera que se le ocurriera, tendría que ser sin Stella. No podía arriesgarse a que aquellos desgraciados le hicieran daño. No lo permitiría. Entonces una idea brilló en su cerebro.
El armario secreto.
Damien se lo había mostrado un par de noches antes de que ella saliera de aquella casa con el corazón destrozado.
Él le había dicho que había olvidado la existencia de aquel pequeño lugar hasta que lo encontró gracias a que se le había ocurrido limpiar el armario aquel día.
Consistía en una puerta detrás de una pared falsa dentro del armario de la planta baja de la casa.
Ariana agradeció desde el fondo de su corazón por aquella fortuna, y enseguida se dirigió ahí, no antes de tomar a Odette, su coneja, y llevarla también.
Abrió la puerta, hizo correr la pared de madera, y enseguida encontró la segunda entrada oculta que conllevaba a un pequeño cuarto subterráneo.
En esos instantes Ariana lamentó muchísimo tener que dejar a su pequeña ahí. Le dolió en el alma pero no tenía otra opción. Prontamente dejó a la mascota en el suelo, y abrazó con gran fuerza a su niña llenándola de amorosos besos en todo su rostro de bebé.
Stella miró a su joven madre con esos inmensos y redondos ojitos marrones idénticos a los suyos, y Ariana sintió su corazón apretujarse mientras la dejaba en el suelo sentadita junto a Odette.
–Te prometo que volveré por ti, mi amor, y te prometo que todo estará bien– le habló con total dulzura. –Tienes que ser valiente, ¿de acuerdo?– su pequeña balbuceó llena de inocencia, y aquello causó un par de lágrimas en Ariana que enseguida se ocupó de limpiar. –Recuerda siempre que eres la hija de un soldado. Eres una Keegan, y debes hacer que papi esté muy orgulloso de ti– de nuevo la apretó contra su pecho en un abrazó que pareció eterno.
Enseguida se puso en pie y caminó hacia la puerta.
Giró su cabeza para mirar a su hija que parecía haberlo entendido todo. Mientras todo su ser se embargaba de amor por esa niña, con su mano tocó su vientre plano sólo para sentir a su otro pequeñito.
Tenía que protegerlos a los dos, se dijo con determinación, y a Damien también.
Lo siguiente que hizo fue cerrar la puerta, y cubrirla con las maletas y las cajas del armario. Cuando consideró que había cubierto su totalidad, salió y cerró.
En ese instante se preguntó dónde podría estar Rambo, y por qué no había salido a advertirle del peligro.
De inmediato rezó internamente porque no le hubiese sucedido nada.
Ariana decidió entonces que debía ir por ayuda ella misma, pero no podía permitir que la vieran. Tampoco era una opción ir corriendo a la casa grande, pues tenía la ligera sospecha de que no encontraría nada bueno ahí. Sólo esperaba con el alma que el Teniente, Jake y Meryl estuviesen a salvo.
Corrió enseguida a la cocina, y tomó un sartén por precaución.
Sin más comenzó a armar el plan de escape más improvisado de la historia.
Tendría que ingeniárselas para poder llegar al lado extremo de la hacienda, y así poder saltar a la finca de los Lynch. Desde ahí podría pedir ayuda.
Sin embargo todo plan se vino abajo cuando esos sujetos entraron a su casa derribando la puerta de entrada.
Los miró horrorizada, y sin más ellos avanzaron hacia ella tomándola de los brazos y haciendo que soltara el sartén sin siquiera darle oportunidad a usarlo.
En ese instante confirmó su teoría de que no eran soldados de verdad sino impostores.
El pánico se levantó dentro de ella como un torbellino rápido creciendo fuera de control.
Pero entonces algo la llenó de determinación, y acompañada de gran fuerza la invadieron de gran energía.
Ariana no tenía la más mínima intención de dejarse vencer.
Era la mujer de Damien Keegan después de todo. Valiente, audaz y siempre lista para luchar.
Su complexión no sería impedimento para que defendiera su vida y su honor. Ella era más fuerte de lo que creían, y se los demostraría.
Al segundo consiguió soltarse de uno de ellos, y se giró para propinarle una patada en los testículos que dejó al soldado gimiendo de dolor.
Entre tal descuido, Ariana aprovechó para tomar el artefacto que había dejado caer antes de que la alzaran.
El segundo impostor consiguió un sartenazo en la nunca que lo dejó inconsciente hasta caer al suelo.
Lo mismo sucedió con el tercero.
Ariana casi no pudo creerse lo que acababa de hacer. Sonrió con orgullo propio, luego miró fascinada al sartén que había resultado excelente aliado.
Prontamente recordó que tenía una misión que resolver, y salió sigilosamente de la casa.
En tiempo record consiguió llegar hacia la zona noreste del bosque, y sin miedo alguno se adentró en él con la idea de recorrerlo internamente y poder llegar hacia el otro extremo.
Probablemente podría escapar si atravesaba la cantera.
Sonrió por la gran idea que había tenido, y prontamente se echó a correr.
Sin embargo en el mismo momento en que se adentró entre los arbustos que la llevarían al bosque escuchó movimiento tras su espalda.
No hizo falta que volteara para saber que esos hombres iban detrás de ella.
Ariana corrió tan rápido como no lo había hecho en toda su vida. Luchó por respirar, y la acción fue sofocante, atemorizante. Su visión se volvió turbia mientras luchó contra el miedo que ahora amenazaba con abrumarla.
Sabía que no tenía mucha ventaja. ¡Maldición! Sabía que probablemente no tenía ninguna ventaja considerando su corta estatura, y lo gigantescos que eran aquellos sujetos.
Aun así no dejó de correr y tampoco pensó en rendirse.
Mientras corría, tropezó con una enredadera y estuvo a punto de caer. De manera instintiva se protegió el vientre con la mano.
Por fortuna consiguió estabilizarse.
Cuando sintió que tenía que detenerse para recuperar un poco de aire, se escondió tras un gigantesco árbol. Sujetándose del tronco, se limpió el polvo de la cara e intentó recuperar su respiración, luchando contra las lágrimas que cristalizaban sus ojos.
Ariana comenzó a sentir náuseas, y se tragó la bilis para no vomitar temiendo ser descubierta.
De repente sus pensamientos se aceleraron y trató de mantener el poco control que le quedaba antes que el pánico la dominara.
Escuchó que se acercaban y prontamente se colocó en cuclillas arrastrándose por detrás de los arbustos, intentando hacerse tan pequeña como fuera posible.
Luego de unos instantes supo que se habían alejado de ella. Tomó más aire, y planeó con rapidez su siguiente movimiento. Enseguida se obligó a seguir adelante, a continuar corriendo por su vida.
Estaba por hacerlo cuando un ensordecedor gruñido tras de ella la paralizó provocando que se quedase sin aliento.
Ariana gritó, y el terror la recorrió congelándole la sangre cuando unas fuertes manos tiraron de su cabello hacia atrás provocándole un dolor atroz en el cuello.
Respirando con dificultad, la debilidad la atacó de golpe atravesándola, pero negándose a la idea de ser vencida, Ariana arañó y golpeó a su captor con todas sus fuerzas, remolineándose y haciéndole difícil la tarea de someterla.
Una de sus largas uñas consiguió rasgarle parte de la mejilla al hombre que luchaba contra ella, y así se libró de sus brazos.
Ariana intentó correr pero otro agresor apareció de la nada.
Los ojos marrones de la joven bailarina se abrieron con horror al verlo. Se giró para huir por el lado contrario, sin embargo no tuvo oportunidad de ver la gruesa rama que sobresalía del árbol.
El golpe que recibió al chocar contra ella le provocó un dolor agonizante.
A continuación, la huida, el mareo, el terror y el puro sufrimiento repentinamente se difundieron atravesando sus sentidos. Ariana sintió la oscuridad cerniéndose sobre ella.
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Damien condujo a toda velocidad completamente desesperado por llegar a la hacienda, pisando el acelerador hasta casi romperlo.
Faltaban pocos kilómetros cuando a lo lejos el soldado observó algo extraño.
Gracias a su excelente vista de halcón, consiguió visualizarlo con perfección.
Un séquito de hombres armados se encontraban exactamente a la misma altura de la entrada de la hacienda.
A Damien no le gustó para nada la punzada en las entrañas que lo advertía de que alguna mierda se avecinaba. Podía sentirlo, como una premonición. Una advertencia instintiva que se estaba acercando.
Su instinto de supervivencia lo hizo desviarse del camino y adentrar la camioneta en los matorrales.
Entraría a la hacienda, desde luego, tenía que averiguar qué demonios era lo que estaba ocurriendo, pero no lo haría como normalmente.
Entraría andando y lo haría por la finca de los Lynch. Debía ser cauteloso y no dejar que esos matones lo vieran.
De inmediato Damien tomó de la guantera su calibre y un par de binoculares detectores de calor que seguro le servirían. Se bajó de la camioneta procurando dejarla bien escondida entre las ramas. Cautelosamente comenzó a caminar hacia una de las entradas que lo llevaría a los terrenos de la familia vecina.
Una vez que estuvo adentro, el soldado se dedicó a recorrer toda la cerca hasta llegar a la altura en que bien sabía, se encontraba la casa del abuelo en el lado de su hacienda.
Entonces la saltó.
Cuando estuvo en tierras Keegan, Damien tuvo buen cuidado de no ser visto.
Miró a su alrededor sigilosamente capturando con su mente y procesando todo lo que observaba.
Aparentemente todo parecía normal. A esas horas Tim y los vaqueros pasaban con Meryl a tomar café y bollos después de terminar con su horario laboral, debido a eso la ausencia de cualquier trabajador no debía ser motivo de preocupación.
Sin embargo en el fondo Damien se sentía más que preocupado.
Algo había ocurrido, algo malo. Estaba seguro de ello, y no se creía ni por un instante que esos soldados de la entrada pertenecían realmente a la Armada. Él venía de la base, así que era imposible.
Prontamente miró por los binoculares dándose cuenta de que en efecto muchos cuerpos de calor se encontraban dentro, y seguro estuvo de que no debían ser precisamente los del abuelo, Jake y Meryl.
Caminó con cuidado hasta llegar a la parte trasera de la casa y analizó la altura del árbol junto a la ventana del ático. Sin más tiempo que perder, comenzó con la tarea, y en menos de medio minuto se encontró arriba.
Si mal no había calculado con sus binoculares, el ático era un buen punto, pues no había detectado ninguna figura en su interior.
Cuando Damien llegó a la ventanilla, se introdujo sin dificultad. El polvo y la oscuridad del lugar lo hicieron toser y tropezarse al instante, pero sorpresivamente no hizo ruido alguno.
Era un soldado después de todo, y estaba entrenado para ser silencioso.
Caminando sobre sus puntas consiguió llegar hasta la puerta que daba a las escaleras. Bajó cautelosamente, y sin más abrió la puerta que lo conduciría al pasillo de los dormitorios.
No escuchó ni un solo ruido, así que decidió bajar a la planta baja.
En uno de los corredores alcanzó a ver siluetas y después escuchó sus conversaciones. Lo primero que le dijo su instinto fue que se escondiera.
Al escuchar las voces que hablaban se dio cuenta de algo aterrador.
Era Pastún.
¡Joder!
Eso tenía que ser obra del Emir que lo había mantenido cautivo en Afganistán.
Ahora el muy cabrón se había atrevido a invadir su casa.
El corazón se le paralizó por unos instantes, y enseguida salió a toda prisa dispuesto a encontrar a su abuelo o a alguien familiar ahí dentro.
Agilizó bien su oído y cuando llegó al pasillo de la cocina, se dio cuenta de que las personas ahí dentro eran el enemigo.
Intentó mantener la calma una vez más.
Se dirigió a la cocina, pero antes siquiera de atravesar el pasillo, escuchó más voces provenientes de ahí.
Avanzó hacia el comedor y lo encontró vacío, sin embargo al instante un montón de soldados más aparecieron.
Damien se escondió tras las inmensas cortinas, y se dijo que no debía llamarlos soldados, sino impostores.
Intentó pensar rápido, intentando adivinar dónde podría encontrarse su familia.
¡Maldición!
¿Estarían bien?
Rogaba que así fuera.
Guardó sus emociones, y en su lugar apareció de nuevo el frío calculador.
Decidió dirigirse hasta el estudio donde encontró la puerta abierta.
De inmediato se acercó pero no se asomó.
Fue cauteloso y discreto en extremo.
De reojo alcanzó a ver que esas personas tenían a su abuelo.
El Teniente George Keegan se encontraba de rodillas atado de manos y pies, con una mordaza que impedía que hablara o gritara mientras un par de guardias lo vigilaban.
–Bastardos...– siseó Damien con furia. Pagarían por eso.
Decidió que entraría en ese instante y que los acabaría. Eran sólo dos, pero si hacía mucho escándalo podrían venir los demás, y atraparlo.
Miró a su alrededor y pronto localizó la lámpara que su abuelo había traído de un viaje a Inglaterra.
Seguro no la echaría en falta.
La tomó y se recargó en la pared junto a la puerta cuando escuchó pasos.
Uno de esos hombres salió del estudio y buscó a su alrededor como esperando encontrar algo.
Damien apareció detrás suyo y lo golpeó con la lámpara hasta hacerlo caer desmayado.
El sujeto cayó al suelo con un sonido seco.
Fue cuestión de segundos cuando el segundo hizo exactamente lo mismo.
Había salido en busca de su compañero, y al encontrarlo en el suelo, inconsciente, había corrido a su ayuda.
Damien aprovechó la ventaja, con el mismo objetó lo golpeó haciéndolo perder el conocimiento.
Los dos imbéciles se encontraban ahora uno sobre el otro como dos gigantescos bebés en plena hora de la siesta.
Echando un vistazo hacia el pasillo, Damien se cercioró de que ninguno de ellos estuviera cerca. Enseguida tomó a uno de ellos de las piernas, y lo arrastró hacia el estudio, luego hizo lo mismo con el otro, y cerró la puerta.
Todavía arrodillado y amordazado, el Teniente lo miraba con ojos contentos.
Damien corrió a su lado para remover el pañuelo de su boca.
–Damien, no te fuiste– fue lo primero que dijo. Parecía sorprendido y aliviado.
–¿Estás bien, abuelo?– le preguntó prontamente. –Hemos sido invadidos–
Sí,sí, sí, lo sé, maldición–
–¿Dónde están Meryl y Jake?–
–Salieron a la ciudad con Tim después de que salieras esta mañana, volverán hasta tarde, pero Damien...– el Teniente deseaba decirle algo, pero Damien lo interrumpió.
–Malditos cabrones, no se saldrán con la suya. Te desataré, abuelo–
Pero prontamente él negó.
–No, no pierdas tiempo en mí. Damien, estos malnacidos tienen a Ariana– dijo muy preocupado.
El semblante de Damien cambió, y pronto se puso en pie.
–¡¿Qué?!–
–¡Silencio!– le susurró su abuelo a modo de regaño. –Alguien puede oírte. Tienes qué calmarte–
Desesperado, Damien negó.
–¡No puede ser cierto!– argumentó. –¡Joder! ¡Dime que no es verdad!–
–Hace unos momentos mantenían una charla entre ellos. No sé mucho de pastún pero alcancé a traducir algunos retazos. Hablaban de la chica hermosa de estupendo cabello castaño que recién había llegado–
Era Ariana. No había duda de ello.
El corazón de Damien se paralizó de horror.
–Van por ella, hijo– le dijo el Teniente con pesar. –Era Ariana de quien hablaban, y van por ella. Hablaron de llevarla por el camino que lleva al río, probablemente han descubierto la cabaña del viejo Cavanaugh. ¿Sabes cómo llegar?–
Damien asintió. Por supuesto que sabía. De pequeño había tenido prohibido ir a aquel lugar, pero aun así lo había hecho cientos de veces.
–No puedes dejar que le hagan daño. Tienes que ir a rescatarla–
–No les dejaré que le toquen ni un solo pelo– respondió lleno de furia.
Aquella mujer había inyectado vida a su corazón endurecido, derritiendo la helada frialdad que lo había rodeado durante toda su existencia, tocando una parte de él que hasta entonces había permanecido muerta... Su alma. Y ahora él mataría a cualquiera que intentara apartarla de su lado.
–Mantén la cabeza fría, Damien. No debes perder el control porque eso sólo la pondrá en mayor peligro–
Damien asintió.
–Sé lo que tengo que hacer, abuelo. Esta vez es mi mujer la que está en manos de esos cabrones. No tendré piedad–
–¡Corre!– le exigió el Teniente.
Damien estuvo a punto de hacerlo, pero antes dirigió una rápida mirada hacia las cuerdas que mantenía bien sujeto a su abuelo.
George negó.
–Yo estaré bien, recuerda que soy militar. Tú debes ir a salvar a Ariana– le recordó.
Agitado, Damien asintió, y enseguida salió huyendo por una de las ventanas del estudio. No podía llamar la atención.
Cuando estuvo afuera lo primero que hizo fue sacar su celular para enviar un par de mensajes de texto.
El primero fue dirigido para su primo Jake:
"Mantente y mantén a Meryl lejos de la hacienda hasta que yo me comunique contigo. Hay peligro"
El segundo para Chris:
"Han invadido la hacienda y tienen a Ariana. Manda refuerzos. Son terroristas, y estoy muy seguro de que esto tiene que ver con el Emir de Afganistán. No sé por qué, pero presiento que Murray también está involucrado"
Después de aquello, Damien guardó el teléfono en sus pantalones y enseguida avanzó unos pasos. Justo frente a él encontró a otros tres de esos hombres.
El trio de afganos vigilaba la parte trasera de la casa mientras sujetaban con sus manos una pesada metralleta.
Moviéndose rápidamente, Damien se escondió tras la pared. Sabía cómo evaluar una situación en un solo momento y tomar decisiones relámpago que habían salvado su vida en más de una ocasión.
Esperó a que uno de ellos se acercara.
Cuando el primero lo hizo, el soldado se ocupó de atraparlo, y con sus brazos lo mantuvo inmóvil, circundando su cabeza y torciéndola rápidamente. Al segundo su nuevo amigo perdió el conocimiento, y entonces dejó caer su cuerpo antes de que el sonido hueco de rotura acabara.
Sin perder más tiempo avanzó hasta el segundo para golpearlo con la pistola justo en la nuca, haciéndolo caer al instante sin conocimiento.
El tercero fue fácil de eliminar. Damien esquivó una bala que le dirigió el sorprendido impostor, y pronto disparó su propia arma haciéndolo caer de bruces con su pecho ensangrentado debido a la recién herida.
–Vete al infierno, cabrón– le escupió al cadáver sin remordimiento alguno.
Cuando el área estuvo despejada, Damien se adentró en el bosque pasando desapercibido para cualquier otro que pudiese mirarlo.
Mientras avanzaba con precaución, se dijo mentalmente que debía tranquilizarse, tal y como le había pedido su abuelo.
Era la vida de Ariana la que estaba en juego, y si iba a derramarse más sangre en esa hacienda, Damien quería estar condenadamente seguro de que no fuera la de su preciosa hada mágica.
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El dolor de su cabeza fue lo que la despertó.
Al abrir los ojos, Ariana se dio cuenta de dos cosas, la primera, no había sido una pesadilla todo lo acontecido, y la segunda, esos mafiosos la habían atrapado y la llevaban ahora secuestrada con rumbo desconocido.
Mareada y agotada, por segundos no hubo manera de que pudiera luchar contra el fuerte agarre de los cuerpos masculinos, sin embargo al segundo la furia la dominó y las ganas de presentar batalla se redoblaron.
Comenzó a remolinearse intentando librarse, aunque sin conseguirlo.
El no lograrlo provocó que su ira aumentara en gran manera.
Esos malditos aprovechados...
–¡Suéltenme!– les gritó furiosa. –¡Suéltenme, asquerosas ratas!–
Lo siguiente que Ariana vio fue las sonrisas de aquellas sabandijas mirándose entre sí.
–La princesa es muy gritona, ¿no te parece?– le dijo uno de ellos al otro, mientras seguían caminando.
–Pronto nuestro señor le dará algo para que grite de verdad– contestó con morbosidad.
Ariana se quedó perpleja, y frunció el ceño.
Esos desgraciados tenían acento extraño, y ella intentó identificarlo aunque el dolor de su cabeza fue cada vez más agudo.
Luego de unos segundos supo de dónde provenía.
De medio oriente.
Eran terroristas, y descubrirlo la dejó abrumada.
De nuevo habían invadido su casa, y tenía que ser una pesadilla.
Desesperada y embargada de pánico, Ariana miró a su alrededor intentando averiguar hacia dónde la llevaban pero no tuvo éxito alguno.
No sabía exactamente dónde estaban pero de lo que sí estaba segura era de que jamás había estado en aquella parte del bosque.
Podía escuchar el ruido del río por ahí en alguna parte, pero fue incapaz de visualizarlo o siquiera adivinar en qué dirección provenía.
El horror volvió a golpearla de nuevo, y una vez más se remolineó inútilmente.
Inmediatamente se dio cuenta de que habían llegado a lo que parecía ser una vieja cabaña.
¿Había estado ahí antes?
Ariana no recordaba que la hubiesen mencionado, así que fue una total sorpresa saber de su existencia.
Los hombres la metieron dentro, y Ariana encontró a muchos más de ellos haciendo guardia en la sala del lugar.
–¡Malditos! ¡Suéltenme!– volvió a exigirles, consternada.
Prontamente los dos desalmados la condujeron por las escaleras llevándola al segundo piso, e introduciéndola en una de las habitaciones.
La colocaron en el suelo pero no la soltaron, uno de ellos tomó un par de cadenas que se encontraban ancladas a la pared, y con ellas la esposaron de ambas manos colocándoselas detrás de su espalda.
Ariana comenzó a llorar justo después de que le colocaran la mordaza para tapar su boca. Un pequeño y gutural sonido se escuchó a pesar de que su boca había sido cubierta.
Las lágrimas resbalaron mojando el trozo de tela, cuando en ese instante él apareció.
Un hombre misterioso y tan atemorizador que Ariana luchó contra el impulso de ocultarse a pesar de que resultaba imposible.
Los ojos claros de aquel extraño la miraban con fija atención y una escalofriante fascinación. Al instante la gruesa cara se partió en una sonrisa que provocó un escalofríos tan potente dentro de Ariana, que la dejó temblando.
La estaba examinando, como si supiera algo de ella, algo que quizá ni ella misma sabía...
¿Quién era ese hombre, y qué demonios quería?
Las náuseas se hicieron más intensas; Ariana jamás había estado tan asustada.
–Es un placer al fin conocerte, hermosa Ariana– su tono de voz también era diferente, extranjero, pero saberlo ya no le sorprendió. –¿Sabes una cosa? Detesto hablar solo– enseguida se acercó a ella, le tocó la mejilla, mientras ella cerraba los ojos angustiada con el tacto de aquel repugnante villano. Lo siguiente que él hizo fue bajarle la mordaza y dejarla justo a la altura de su cuello. –Me presento ante ti como AMR Weked. No sé si ya te hayan hablado de mí, pero soy el gran Emir de Vardak–
La sorpresa la dejó congelada, y el pánico resurgió cada vez con más intensidad. Ese era el que había mantenido cautivo a Damien en medio de la nada durante aquella guerra en Afganistán. Era el hombre que lo había torturado hasta casi dejarlo sin vida.
Ariana quería decir algo... cualquier cosa, pero el miedo atenazaba su garganta.
¡Cielo santo!
–Admito que tenía mucha curiosidad por conocerte, y saber cuál era el motivo por el que Keegan y mi socio están tan locos por ti– de pronto el tono de su voz cambió, y los ojos claros volvieron a clavarse en ella con profundidad. –Ahora puedo entender perfectamente... Eres divina, pequeña y... exquisita. Tu cuerpo es redondeado con las curvas necesarias. Tu carita es la de un ángel pero a la vez pareces ser una ninfa capaz de llevar al infierno a cualquier hombre– de nuevo sus dedos la tocaron.
Ariana luchó contra las lágrimas y las arcadas. Se estremeció de asco y horror.
Aquello no podía estar pasando.
Suplicó porque todo fuera una pesadilla, pero tales suplicas resultaban inútiles.
El Emir sonrió al darse cuenta de su reacción, y entonces se echó a reír. Una risa maníaca que le heló la sangre.
Aquel hombre era satanás.
Ariana todavía se encontraba dentro de la conmoción que le había provocado conocer a ese señor, cuando alguien más apareció en la sala.
Michael Murray irrumpió en ella con rapidez colocándose justo en medio de ambos, y provocando que el Emir diera un paso hacia atrás y alzara las manos en señal de paz, por ahora.
–No te pongas celoso, Murray. Sólo estábamos conociéndonos mientras tú llegabas. Tienes buen gusto, mi amigo–
Ariana pasó de la sorpresa inicial a la confusión. ¿Qué demonios hacía Michael ahí? ¿No se supone que estaba encarcelado? Y además... ¿El Emir había dicho que era su amigo?
El hombre que hace unos meses había intentado violarla la miró fijamente sin responder al comentario del Emir. No mencionó ni una sola palabra al reencontrarse con ella.
Pero Ariana tampoco dijo nada, sólo le mostró su odio a través de su estrecha mirada.
–Supongo que estás confundida, ¿o no es así, mi querida Ariana?– indagó el despreciable sujeto del oriente.
Ariana continuó sin hablar, pero resultó obvio que tenía cientos de dudas.
–No me interesa nada de ustedes. ¡Déjenme libre!– exclamó ella enfurecida.
El Emir chascó la lengua.
Michael permaneció de pie en silencio pero sin dejar de mirarla.
Ella lo ignoró por completo.
–Claro que te interesa, pequeña Ariana, porque tiene que ver con tu maridito estrella–
Ante la mención de Damien, el corazón de la bailarina se disparó.
Los miró a ambos, consternada.
Luego de suspirar, el Emir continuó.
–Murray ha sido mi socio desde años atrás. Ha colaborado conmigo cientos y cientos de veces, me ha filtrado información, y ha sido de gran ayuda para mis planes de destruir América. Es por eso que yo me sentía en de duda con él. ¿Te imaginas? Todo lo que hizo fue de tanto valor que ahora yo debería tener el deber de cumplirletodos sus caprichos. ¿Pero sabes qué? Él fue tan bueno que únicamente me pidió tres cosas... su libertad, la cabeza de Damien Keegan, y... a ti, dulzura–
Ariana negó desesperada y a punto de entrar en shock por lo que sucedía.
No podía creerse nada de lo que estaba sucediendo. Una pesadilla real.
–¡No!– les gritó con histeria.
Sonriendo el Emir asintió.
–Con tus encantos conseguiste que mi aliado se enamorara de ti hasta perder la cordura, ha sido culpa tuya por ser tan bonita y deseable, así que no te quejes. Por otra parte, nuestro adorado Damien debe encontrarse de camino a Siria, y en cuanto llegue se encontrará con una sorpresa preparada sólo para él. Dejé órdenes bien claras de matarlo esta vez sin piedad. Ya sabes, yo sé pagar bien los favores que me hacen– señaló a Michael. –Además valoro la amistad, y tú puedes irte olvidando de que ese imbécil con el que estás casada exista por mucho tiempo más–
El llanto y el horror volvieron a golpearla.
–¡Nooooo!– sollozó llena de miedo y de dolor. –¡No le hagan nada! ¡Maldita sea, no le hagan daño!– desesperada tironeó de las cadenas que la mantenían sujeta, pero no consiguió nada más que ardor en sus muñecas. –¡Se lo ruego, no lo mate! ¡No mate a Damien– profundo terror aparecía en cada una de sus gruesas lágrimas.
Ariana se sintió de pronto sin fuerza alguna, y agotada dejó caer su cabeza mientras su propio llanto mojaba el suelo.
–Michael, hay algo importante que debes saber–
Una voz llamó desde la puerta.
Al alzar el rostro inundado en dolor y lágrimas, Ariana se encontró con un rostro familiar.
Era Josh Hutcherson, compañero de Brigada de Damien, y por lo visto otro traidor más.
El chico al verla enrojeció, y de inmediato desvió la mirada evitando por todos los medios hacer contacto visual con ella, como si de pronto estuviese avergonzado.
–¿Qué quieres?– le cuestionó la voz dura de Michael. –¡Te exigí que nadie fuese a interrumpirnos!–
El rostro del soldado albergaba preocupación verdadera.
–Algo sucedió, Michael. Por favor ven un momento para que pueda informarte–
Irritado el rubio soltó un suspiro, y sin más salió de ahí.
Los sollozos de Ariana aumentaron. Había intentado ser fuerte, pero en esos instantes ahí en esa escondida cabaña, encadenada y sin esperanza, se sintió más débil que nunca.
Pensó en Damien y en Stella, y la añoranza y el amor que sentía por ellos la llevaron al límite.
De sólo imaginar que muy probablemente no volvería a verlos su corazón sangró de agonía.
Si tan solo él estuviera ahí, se dijo con desdicha. Si tan solo no hubiese viajado a Siria.
Entonces todo dentro de Ariana gritó por Damien. Lo llamó con todas sus fuerzas y le rogó que volviera, que no se fuera lejos porque le habían tendido una trama, y pretendían matarlo.
La bailarina deseaba decirle cuánto lo amaba, cuanto su cuerpo y su alma lo necesitaban, vivo, ahí con ella.
>Damien, ven por mí, mi amor... Te amo. No subas a ese avión... Por lo que más quieras no subas<
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–Habla– le ordenó Michael a Josh cuando estuvieron afuera de la habitación. –¿Qué es tan importante que has decidido saltarte mis reglas?–
Josh se hizo hacia atrás inhalando un poco de aire.
No era que no estuviera ya acostumbrado a aquellos tratos, sin embargo lo hería saber que a pesar de que él lo había dejado todo por ayudarlo, Michael continuara tratándolo de aquella manera. Sin embargo no mencionó nada al respecto.
¿Qué había esperado? Se burló él mismo.
Así había sido su relación desde un principio, Josh la había aceptado y no tenía nada que reprochar.
Pronto negó para sí, y volvió a lo importante.
–Han encontrado a distintos hombres del Emir, en condiciones...–
Michael frunció el ceño, y se exasperó con rapidez.
–¿En condiciones de qué?– le cuestionó. –No tengo tu tiempo, Josh. Deja de ser tan idiota por un segundo, ¿quieres? Y no molestes más con tus tonterías– estuvo a punto de volver a la habitación, pero enseguida Josh lo detuvo.
–Cuatro heridos y un muerto. Michael. Alguien los ha atacado–
–¿Qué?–
Un tanto alterado, Josh continuó.
–He llamado a la base, y me han informado que Damien no partió a Siria. Se quedó en Boca Ratón, y esto me huele a que está aquí mismo en la hacienda, y viene por Ariana–
–¡Mierda!– los ojos verdosos de Michael relampaguearon, y la ira lo embargó. Prontamente regresó dentro para informarle al Emir de lo que había sucedido, para que pudiese ayudarlo a idear un plan. –¡Weked!– lo llamó en gritos exaltados. Lo encontró bebiendo vino mientras se dedicaba a observar a Ariana que no había dejado de llorar. –Keegan está aquí–
La mirada apagada de Ariana se levantó, y su corazón comenzó a palpitar con gran fuerza.
Damien, su Damien estaba ahí. No se había marchado como había creído. Estaba ahí, y muy por seguro la rescataría.
La emoción la embargó, y se sintió muy contenta.
El Emir ni siquiera se inmutó, y aquello exasperó aún más a Michael.
–¡¿No vas a decir nada?!– exclamó molesto.
Hundiéndose de hombros, y dándole otro sorbo a su vino, el Emir sonrió.
–¿En serio está aquí?–
–¡Te estoy diciendo que sí! ¡Nuestro plan está a punto de echarse a perder! ¡Maldita sea, y maldito Keegan!–
Entre risas el Emir negó.
–Calma, querido Michael, calma– habló con total paciencia. –El plan no se ha arruinado. Sólo se ha puesto mejor–
Con el ceño fruncido, el ex soldado y ahora prófugo de la justicia no comprendió a qué se refería.
Ariana contuvo el aliento, expectante mientras los escuchaba hablar.
–¿De qué hablas?–
–Hablo de que Damien Keegan morirá como lo habíamos planeado. Sólo que será aquí, en esta vieja y olvidada cabaña, y no en Siria. Pero antes...– la sonrisa macabra volvió a aparecer. –Disfrutará con nosotros del espectáculo–
Michael comprendió de inmediato, y también mostró su sonrisa.
Pero Ariana que no estaba enterada de sus planes, sintió una presión en el pecho que casi la ahogó.
La angustia fue arrolladora, y supo que lo que venía sería peor.
Mucho peor.
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Quería vomitar.
El miedo a ese grado ocasionaba que sus órganos y cada musculo de su cuerpo se quedaran congelados.
Las entrañas se le tensaron, y un profundo hoyo en su interior le perforó las emociones sin piedad alguna.
Damien estaba aterrorizado, y jamás en su vida lo había estado tanto como en esos instantes.
Tenían a Ariana.
Esos malditos tenía a su amada, y eso lo hacía enloquecer no sólo de miedo, sino también de desesperación y consternación.
Sólo de imaginar lo que pudieran hacer con ella hacía que Damien quisiera gritar y despedazarlos uno por uno.
¡Joder!
Y precisamente eso sería lo que haría. Iba a matarlos.
Ariana no se tocaba, pero ese AMR Weked, Emir de la gran mierda se había atrevido a hacer lo prohibido, y sólo por eso pagaría con su vida, él y todos sus secuaces.
Ese hijo de puta le había hablado de un enemigo a quien estaba haciéndole un favor que le debía.
Por un instante Damien llegó a creer que podía tratarse de Michael Murray. Era demasiada la coincidencia de que justo aquel día, ese desgraciado hubiese escapado de prisión. ¿Pero habría sido capaz? ¿Murray, un simple soldado de la Armada, involucrado con uno de los más grandes terroristas del planeta? ¿Un traidor a la patria?
Todavía no terminaba de creerlo, pero no podía dar nada por sentado tratándose de aquel malnacido. Después de todo había intentado violar a Ariana.
Damien se dijo que fuera quien fuera ese misterioso hombre que lo había mandado secuestrar en Afganistán, iba a descubrirlo, y después lo mataría.
Más les valía que Ariana estuviera bien y a salvo, porque él no les tendría piedad.
Enseguida recordó que debía mantener el control y pensar con frialdad. No podía permitirse la debilidad que sentía al imaginar a su pequeña esposa en manos de aquellos cabrones, porque de ser así ella podría correr aún más peligro.
Debía utilizar todas sus fuerzas, y ser más inteligente que todos ellos.
Lo lograría, estaba seguro de ello.
Damien era un soldado que había aprendido cómo ser duro, cómo matar. Había peleado por el honor de su país en innumerables ocasiones, pero ahora que se trataba de su mujer, dejaría el alma y la vida en esa batalla.
La amaba demasiado. Amaba a Ariana con cada parte de su ser. El corazón le palpitaba con tanta fuerza que casi podía escucharla llamándolo y suplicando que volviera.
–Aquí estoy, Ari– se llevó una mano al pecho mientras susurraba en voz baja. –Me quedé por ti. No voy a dejarles que te hagan daño, te lo juro– entonces miró al cielo. –Sólo resiste. No tengas miedo. Sé valiente. Eres la esposa del soldado. Mimujer–
Entonces Damien miró hacia el frente.
Había una enorme ventaja que tenía sobre aquellos terroristas. Él conocía perfectamente el lugar, sabía bien por dónde entrar, y qué hacer para que nadie lo viera.
Debía llegar de nuevo a la finca de los Lynch y atravesar la cantera, escalar la montaña, llegar hasta la cabaña y escabullirse por el sótano para conseguir entrar.
Solamente de ese modo no sería descubierto.
De inmediato Damien se echó a correr en dirección contraria recorriendo los incontables metros que separaban sus tierras de las de sus vecinos.
Por fortuna durante el camino no se encontró con ninguno de aquellos hombres, pero aun así había estado preparado para camuflajearse.
Esos imbéciles no sabían con quién se habían metido.
En tiempo record, Damien llegó hasta la cantera, la atravesó como si tuviese la intención de llegar a la otra orilla, pero lo que en realidad tenía en mente era escalar la gran montaña que dividía la zona rural de la zona salvaje.
Cuando Damien estuvo a escasos metros de la inmensa colina, sonrió para sus adentros. Había escalado el Everest y las más altas montañas cientos de veces en sus misiones, aquello era pan comido.
Comenzó a subir roca por roca, pensando en la fortuna que tenía de llevar puesto en ese momento sus botas de guerra y su uniforme.
A cada instante que transcurría, Damien conseguía llegar más y más alto. La adrenalina le inundaba las venas, la ira le tensaba todos los músculos del cuerpo, y sólo un pensamiento ocupaba su mente.
Llegar hasta ella.
Le costó unos cuantos minutos lograr atravesarla, y cuando consiguió bajar del otro lado, el tiempo fue menor.
Le faltaban unos cuantos metros para bajar por completo, pero decidió saltar y terminarlo de manera más rápida.
Damien cayó de pie en la extensa zona de tierra, y no perdió tiempo limpiándose el polvo.
Corrió hasta la zona de árboles, y avanzó rápidamente camuflajeándose por entre todos ellos.
Luego de unos instantes más, llegó directo a la altura en dónde bien sabía, se encontraba la cabaña del viejo Cavanaugh.
Antes de salir de su escondite, el joven soldado se ocupó de analizar las posibilidades de que fuese a ser descubierto si se adentraba por el frente.
Le pareció extraño que no hubiese nadie cuidando la entrada de la cabaña. Seguro debía ser una trampa.
Damien no sabía si estaban o no ya enterados de que él se encontraba ahí, pero no podía arriesgarse a que lo mataran sin haber rescatado a Ariana.
Enseguida utilizó sus binoculares con infrarrojo para detectar fuentes de calor. Se sorprendió mucho cuando no detectó nada en la planta baja. Continuó analizando, y descubrió una figura en el segundo piso. Podía tratarse de Ariana, del Emir, o de alguien más.
De inmediato se puso en pie listo para entrar.
Si aquello era una trampa o no, no le quedaba otra opción más que averiguarlo ya mismo.
Lo único en lo que podía pensar era en encontrar a esposa.
Desenfundó su pistola, la cargó y enseguida la empuñó.
Se dirigió a la entrada, y con una simple patada consiguió abrir la puerta de una sola.
Apuntó dispuesto a matar a cualquiera que se le atravesara en el camino, pero nadie apareció en el lugar.
Aun así la sensación de peligro no abandonó el pecho de Damien. Sus instintos se lo gritaban. Sabía que aquello tenía que ser premeditado. Sabía que ellos querían que él entrara.
Damien dio un rápido vistazo a todo el interior, cerciorándose de que sus binoculares no le hubiesen mentido.
Cuando lo comprobó, subió escaleras teniendo buen cuidado de que sus pisadas fueran silenciosas.
Apuntó por el pasillo esperando encontrarse con alguien dispuesto a matarlo, pero no fue así.
La casa parecía más solitaria incluso que en los días que transcurrieron a la muerte de Cavanaugh.
Pero Damien bien sabía que en una de esas habitaciones se encontraba una persona.
Sin dejar de apuntar hacia adelante, avanzó hasta ese lugar. La puerta se encontraba abierta, así que no hubo necesidad de abrirla. Lo primero con lo que se encontró le ocasionó un impacto en el pecho.
En el fondo de la habitación, Ariana se encontraba en el suelo, con sus brazos hacia atrás, encadenada a la pared, mirándolo con gran sorpresa. Sus hinchados ojitos marrones repletos de lágrimas, encima de la mordaza de su boca que la impedía gritar.
–¡Ariana!– la voz de Damien gritó su nombre.
Al segundo de verlo, ella negó con su cabeza, aturdida, sintiendo la sangre latiendo en su cabeza, palpitando en su cerebro mientras el shock empezaba a estremecerla. Intentó desesperadamente decirle con la mirada que no entrara, que era una trampa, que se alejara.
>¡Damien, no!<
Pero Damien no entendió el mensaje, y de haberlo hecho tampoco la hubiera dejado ahí.
Entró de inmediato para rodearla con sus brazos, recorrerla con sus manos frenéticamente solamente y asegurarse de que se encontrara bien, de que nadie le había tocado un solo cabello.
Sin embargo antes de que lo lograse un duro golpe lo hizo caer al suelo ante la horrorizada mirada de Ariana.
Damien cayó tendido y un gruñido de dolor salió de su boca.
De inmediato fue levantado por dos hombres que lo sujetaron con fuerza arrastrándolo hasta ofrecérselo al Emir que enseguida apareció.
Desorientado debido al golpe en su cabeza, Damien deliró por un par de segundos pero enseguida puso todo su empeño en intentar recuperarse.
–Mierda...– siseó Damien furioso, y prontamente se remolineó intentando liberarse. –¡Suéltenme! ¡Desgraciados, suéltenme!–
El Emir sonrió disfrutando al verlo de aquel modo después de que por culpa suya casi había sido atrapado por el gobierno estadounidense.
–Es un placer volverte a ver, querido Damien–
Damien lo miró con furia.
–¡¿Qué es lo que quieres, cabrón?!–
–¿Así vas a saludarme después de tanto tiempo sin vernos?– el Emir se sintió realmente ofendido, y su expresión lo demostró. –Eres un malagradecido, Damien. Tal parece que no recuerdas lo bien que te atendí cuando fuiste mi invitado–
Damien detestaba su maldito sentido del humor. Lo miró con odio.
–¡Déjala ir!– señaló a Ariana. –¡Me quieres a mí, no a ella! ¡Libérala, maldito!–
Echando un suspiro, y chasqueando la lengua, el Emir negó detenidamente.
–Esa ya no es decisión mía, amiguito americano... Ahora le perteneces a alguien más, tú y tu encantadora y diminuta esposa–
Damien frunció el ceño, con el pecho palpitándole.
No comprendió en el primer instante de qué hablaba aquel desgraciado, hasta que recordó al hombre misterioso que lo quería ver muerto. El enemigo secreto a quien el Emir le debía un sinfín de favores.
Ese maldito enfermo.
–¡Dime quién es ese infeliz! ¡Dímelo!– exigió. Necesitaba saberlo. Necesitaba saber quién mierda estaba tan obsesionado con él, y si se trataba de Michael Murray o no.
Damien confirmó sus sospechas.
Su ex compañero de Brigada apareció por la puerta mirándolo con extremo desprecio.
–¡Hijo de puta!– los reflejos entrenados por años para deshacerse de los atacantes, reaccionaron al segundo. Apenas se movió cuando consiguió quitárselos de encima.
De inmediato corrió tras Murray.
–¡Hagan algo, imbéciles!– les ordenó Michael desesperado.
–¡Te mataré! ¡Te juro que te mataré!– Damien alcanzó a propinarle un puñetazo al rubio, pero justo cuando intentaba soltarle un golpe más, fue de nuevo maniatado por los dos gorilas que lo habían mantenido bien sujeto.
Por más intentos que hizo Damien de volver a soltarse no lo consiguió, y entonces Murray se puso en pie.
Lo miró desde su altura con altivez, con aparente serenidad, sin embargo al segundo la violencia lo invadió, y le soltó un puñetazo en el rostro que lo hizo enfurecer aún más. No le dio oportunidad a Damien de reaccionar cuando volvió a golpearlo con gran fuerza.
Ariana lloró, y gritó desesperada soltando profundos lamentos que quedaron atrapados en la mordaza que cubría su boca.
Angustiada, intentó soltarse, llegar hasta él y poder salvarlo, pero el esfuerzo fue inútil.
Cada golpe, cada gemido de dolor, Ariana los sintió en su propia alma desgarrándole el pecho.
>¡Damien!< sollozó desgarrada.
Michael no estaba teniendo piedad. Golpeaba a Damien con todo el odio que sentía por él. Su expresión era de gran alegría. Los ojos verdes de reptil brillando intensamente con semejante triunfo.
Apenas y podía creerse que lo tenía en su poder, que estaba golpeándolo sin darle oportunidad de que se defendiera.
Era como un sueño hecho realidad.
Lo odiaba, y lo había odiado desde el primer día en que fueron reclutados por la academia de cadetes, y había descubierto que era mejor que él en cada aspecto. Ese odio había aumentado cuando se graduaron pasando a ser soldados, y Damien había obtenido siempre los reconocimientos, la admiración de todos y el respeto de Crowe y de Freeman. Y aún más cuando conoció a Ariana... Su mujer y embarazada de su hijo.
¡Maldición!
Y lo seguía odiando, lo seguía odiando con cada célula de su ser.
Michael lo pateó en las costillas, y otro nuevo jadeó de dolor fue emitido por Damien.
Enseguida el rubio limpió el sudor que le había provocado el esfuerzo, y después se colocó detrás de él ocupando el lugar de uno de los gorilas.
–Ayúdame en esto, Abdul– le pidió. –Recuerda que mató a tu hermano Raddish–
El grandote asintió con expresión inescrutable. Tronó sus dedos y también su cuello mientras avanzaba para colocarse justo frente al ensangrentado Damien. Sin más su robusta mano se estampó contra su mandíbula y el crujido que se escuchó fue lacerante para Ariana.
Desesperada, Ariana tironeó de las cadenas, y la frustración volvió a embargarla. Mientras sollozaba y se remolineaba, consiguió bajar la mordaza, y entonces llorando suplicó por el hombre al que amaba.
–¡No!– exclamó dolorosamente. –¡Déjalo! ¡No le hagas nada! ¡Por favor, te lo suplico, no le hagas nada!– Ariana sintió que la presión en su pecho aumentaba, la sensación de fatalidad casi estrangulándola mientras luchaba por sujetar su control. –¡Damien!–
Gracias al cielo en ese instante el despiadado hombre dejó de golpearlo.
Michael volvió a colocarse enfrente de él, y lo miró sintiéndose el rey del mundo.
–Encadénenlo– ordenó. Los ojos estrechándose, llenos de furia y brillando con una rabia casi de locura.
Los dos sujetos se encargaron de cumplir con la orden.
Damien se encontraba ahora malherido, su boca y nariz chorreantes de sangre, respirando con dificultad, pero la adrenalina recorriendo cada rincón dentro de su cuerpo, todavía dispuesto a presentar batalla.
Michael se acercó hasta él y lo tomó de los cabellos jalándolo hacia atrás.
Sin inmutarse a pesar de la agresión, Damien también lo miró.
Ariana todavía lloraba, pero parecía ahora conmocionada.
–¿Sabes una cosa, Keegan?– le dijo el rubio en tono burlón. –Aquella vez en que mandé a los árabes a tu casa a darle un susto a tu esposita, no fueron farsantes, sino terroristas de verdad. Mi amigo AMR Weked me los prestó, ¿no es así, hermano?–
Sonriendo, el Emir asintió.
–Totalmente cierto, mi amado Michael. Totalmente cierto– respondió complacido.
A Damien no le sorprendió enterarse de aquella atrocidad, no después de todo lo vivido los últimos instantes.
–Estoy asociado con él– le informó Michael con orgullo. –Cada operativo, cada batalla en tierras musulmanas, cada maldita información que nos llegaba a la base, yo se lo contaba a él antes que a nadie, advirtiéndole, y después fingiendo que en realidad peleaba por mi país cuando lo que hacía era asegurarme de que los planes a favor de Vardak no fallaran–
–Lo que dice es cierto– intervino el Emir. –Esos son los favores de los que te hablé, los recuerdas, ¿no es así? Por eso estaba en deuda con él, por eso te secuestré y planeaba entregarte a él, cuando tu maldita Brigada llegó a tu rescate. Pero esta vez no habrá fallas. Te quedarás sin tu mujer, y Michael te matará. Así podré tener mi cuenta saldada–
La ira de Damien aumentó en gran manera. No tironeó de las cadenas, porque bien sabía que no podría soltarse.
¡Era el infierno!
Intentó no perder el control, intentó mantener la calma.
Ser más inteligente que ellos, volvió a repetirse.
Exhaló, aunque lo que deseaba hacer era tener el poder de despedazarlo de una vez por todas.
–Eres un puto cobarde, Murray– le dijo Damien con burla. –Eres un hijo de puta sin honor. ¿Por cuánto dinero decidiste entregar a tu país?–
Michael sonrió.
–No se trataba de dinero, Keegan. Sino de poder– respondió extasiado. –Tú no sabes lo que se siente tener el control de todo, tenerlos en mis manos sin que siquiera se den cuenta. Mi jodido país me importa una mierda, y prefiero dejar el patriotismo a idiotas como tú– su mirada se clavó en él de inmediato. –Tú, maldito Damien. Tú que siempre fuiste el mejor cadete, y el mejor soldado, destinado también a ser el mejor Teniente como lo fue tu abuelo. Siempre el más veloz, el más ágil, el más fuerte, el preferido de todos, el hombre que tenía a Ariana– repetir toda aquella lista sólo había servido para tomar conciencia de cuánto lo odiaba, cuánto deseaba verlo muerto. Michael casi gritó. –Oh, pero ya no más. Ya no serás el mejor en nada, y tampoco podrás seguir disfrutando de tu deliciosa esposa, porque ahora será mía, mientras tú te pudrirás en el infierno–
Lo siguiente que se escuchó en la habitación fue la carcajada del Emir.
Ariana, Damien y Michael lo miraron preguntándose qué demonios le parecía tan divertido.
El Emir se acercó hasta ellos. Miró a la joven bailarina y le sonrió.
–Confieso que esto es muy entretenido. Vamos, sigue, Murray, sigue, es fascinante–
Michael lo miró con el ceño fruncido, confundido por su actitud.
–Esto es como una novela– continuó hablando el Emir, y de nuevo volvió a fijar su atención en ella. –Dos hombres fuertes y apuestos, disputándose a la hermosa doncella. Debes sentirte muy alagada, pequeña Ariana. ¿Y sabes? Yo confieso que estaba muy intrigado por conocerte y ver con mis propios ojos cuánto de hermosa y especial era la mujer por la que Murray había enloquecido, y por la que Keegan resistió todas y cada una de mis torturas. Fascinante– repitió. –La criatura más hermosa que mis ojos han visto... Y ahora que te he conocido, los comprendo... los comprendo perfectamente. Yo también mataría por ti– su mirada destelló, y entonces Ariana sintió un escalofríos tan intenso bajo la atención de aquellos atemorizantes ojos, que de pronto el vómito subió por su garganta amenazando con salir.
–¡No la toques!– exigió Damien enfurecido. –¡Mierda, ni siquiera respires cerca de ella! ¡Aléjate!–
El Emir miró al soldado con gran diversión, pero antes de que pudiese decir algo, Michael se colocó frente a él mirándolo con amenaza.
–Recuerda que primero será mía– sus palabras fueron precisas. –Nada de trucos, Weked. Es mía, tú tendrás tu parte, pero continuará siendo mía. ¿Queda claro?–
Ariana no comprendió de lo que hablaban, Damien sí, y la bestia en su interior resurgió.
–¡Joder, no se atrevan! ¡Hijos de puta, los mataré! ¡No la toquen, porque los mataré, infelices de mierda! ¡Los mataré!–
Pero ni Michael ni el Emir lo miraron, sino que fijaron miradas entre sí.
Michael lo miraba con desconfianza, el Emir sonreía.
–Me queda claro, Murray– asintió pacientemente. –Ahora, estoy ansioso de que empiece el espectáculo. ¿Tú no, Damien?– le preguntó al joven soldado.
Damien negó enfurecido.
–¡Sí, la tocas te mataré, cabrón! ¡No te alcanzará la vida para pagarlo! ¡No te le acerques!–
La risa malévola del Emir se volvió a escuchar.
–Lo vas a disfrutar, ya lo verás. Disfrutarás ver cómo follamos a tu mujercita. Oh, y ella suplicará por más–
Los ojos angustiados y repletos de lágrimas de Ariana se abrieron con gran terror.
Damien tironeó las cadenas lleno de furia.
Michael se colocó frente a él.
–Vas a observarlo todo, Keegan. Quiero que contemples todo lo que haremos con ella. Que lo veas todo, hasta el último detalle–
Contento, Michael avanzó hacia Ariana ante los gritos histéricos de Damien. La tomó de los hombros haciendo que se pusiera en pie.
–Quítenle las cadenas, pero no las esposas– le ordenó a los gorilas, que al segundo se dispusieron a cumplir la orden.
Ariana continuaba llorando, Damien enloquecido intentaba romper los fierros que lo mantenían preso.
Ese maldito pretendía violar a Ariana, y después compartirla con el jodido Emir.
¡Mierda!
Damien no podía permitirlo. ¡No podía, maldición! Tenía que hacer algo... ¡¿Pero qué?!
Se sintió más desesperado que nunca en su vida.
Las lágrimas de su mujer le perforaron el pecho, lo hicieron aullar, y el hecho de que aquel bastardo se estuviese atreviendo a tocarla lo volvió más y más loco.
–¡Aparta tus asquerosas manos de ella, maldito! ¡Apártate!–
Pero Michael no sentía ni un poco de temor por la furia de Damien Keegan. Sabía que el hombre era capaz de matarlo si le tocaba un pelo a Ariana, pero así encadenado como lo tenía, no podría hacer nada por impedirlo.
Oh, y él planeaba tocarle mucho más que ese precioso y acaramelado cabello castaño.
Sujetó a Ariana de las caderas, y la apretó a su propio cuerpo.
–¡No! ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡No me toques!– lloraba la joven con gran terror, estremeciéndose de asco y repulsión.
Ella notaba su aliento en el cuello y olía a licor. Intentó remolinearse, pero al moverse sintió el bulto de su erección contra la cadera.
¡Cielo santo!
Deseó morir en ese instante. Se sintió más sucia que nunca.
Pero Michael se sintió incluso más excitado. Tener a Ariana en su poder para hacer con ella lo que le viniera en gana, después de haberla deseado tanto.
Lo mejor era que sería enfrente del maldito Keegan. Ese imbécil que había alardeado de ella, que se había creído que era el dueño de tal belleza, mientras él había tenido que soñarla y añorarla en secreto.
Pero no más.
Los ojos de Michael brillaron con entusiasmo. Su boca fue acercándose poco a poco a la de Ariana, respirando su dulce aroma, sintiéndola estremecerse de miedo. Tomó su cabeza con las dos manos, y la besó con lentitud.
–¡Noooooo!– gritó Damien con la sangre hirviendo en sus venas y el instinto asesino aflorando en todo su ser. No mentía. Lo mataría. Le arrancaría la cabeza. Era hombre muerto. –¡Noooooo!–
Asqueada Ariana consiguió soltarse, evitó que volviera a besarla removiendo la cabeza de un lado a otro.
Michael rió con burla.
–¿Te gusta verme besarla? Pues espera a que la acaricie y le pase la lengua por todo el cuerpo, espera a que metami polla en ella, y la folle hasta perder el sentido. ¿Cuan furioso crees que vas a sentirte entonces? Entonces sí que querrás matarme– volvió a reír.
–¡Aparta las manos de ella, hijo de puta!– gritó Damien, tirando de nuevo bruscamente de las esposas. La sangre goteando de sus muñecas. Vuelto loco por querer soltarse.
Impaciente por hacerla suya, Michael comenzó a forcejear con la hebilla de su cinturón hasta que consiguió desabrocharlo.
La cargó con un brazo, forzándola de nuevo al contacto, y ante los gritos y las amenazas de Damien, la llevó hasta la mesilla que se encontraba en la habitación recostándola y dejándola completamente a su merced.
Ariana se removió y pataleó intentando evitar que él se acercara, pero utilizando sus manos, Michael consiguió inmovilizarla.
Con ojos ávidos y llenos de deseo la observó. La boca haciéndosele agua, y la polla más dura que nunca en su vida.
–¡Joder, no!– la desesperación de Damien fue latente.
–Al fin...– murmuró Michael ignorándolo. La sujetó con una mano, y con la otra se ocupó de bajarla para sacar lo importante.
Pero la voz del Emir lo interrumpió.
–Alto– ordenó, acostumbrado a siempre ser obedecido.
Con el ceño fruncido y bastante enfurecido, Michael lo miró.
–¿Qué mierda quieres? ¿Qué no ves que estoy ocupado?– le cuestionó alterado.
El Emir dejó pasar el insulto únicamente porque ese fracasado no estaría respirando en dos minutos más.
–Cambio de planes, Michael. Yo seré el primero en tener a este bomboncito esta noche–
La furia del ex soldado aumentó en grandes niveles.
–¡Ni lo sueñes, idiota! ¡Es mía! ¡Yo me la gané, y no puedes negar eso, maldita sea!– Michael intentó ir tras él, pero uno de los guardias se colocó justo en medio, ocasionando que se detuviera de golpe.
–Es cierto, te la ganaste, y yo la conseguí para ti, pero me he enamorado de ella–
Damien y Ariana miraron al Emir con gran impacto.
Michael también.
–¡Estás loco!– exclamó con furia.
El Emir no negó ese hecho.
–Ahora la quiero para mí. Y yo no comparto mis cosas, Mikey. Esta hermosa jovencita será mía, y tú no la tocarás–
–¡¿Qué?!–
Pero antes si quiera de que pudiese asimilar el nuevo giro de la situación, Michael Murray murió debido a dos impactos de bala.
En tan sólo un segundo y con una simple seña hacia sus hombres, el Emir había ordenado su muerte inmediata.
Los gorilas habían obedecido al instante sacando sus armas, y disparando uno tras otro, hasta que el rubio cayó muerto, la sangre brotando de su cabeza, formando un largo y brillante charco color escarlata que comenzó a fluir con repugnante velocidad. Su mirada apagada, y... sin vida.
Ariana mirándolo todo con gran shock, sus ojos perturbados, horrorizados.
Damien impactado.
El Emir sonriendo.
–Nunca me cayó bien– fue lo primero que dijo. –No me agradan los traidores–
Las miradas de Damien y de Ariana viajaron del cadáver de Michael al Emir.
–¡¿Q...qué mierda es lo que pretendes ahora?!– exigió saber Damien, todavía consternado. –¡No te atrevas a hacerle daño a mi mujer, maldita escoria!–
–Mi mujer– aclaró el Emir de inmediato, con una sonrisa de oreja a oreja. –Ahora me pertenece, Damien, y voy a llevarla conmigo– la miró con fijeza. –Se verá preciosa utilizando el burka–
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Comenten muchoooo!
Esta novela está a muy poco de terminarse. Déjenme su opinión en los comentarios.
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