Capítulo 50

–¡¿Qué estás haciendo aquí?!– fue lo primero que Ariana le cuestionó en cuanto lo vio.

Sus facciones pasaron de la sorpresa a la ira en tan solo un segundo.

Lo detestaba, y todo aquel desprecio quedaba reflejado en el brillo de sus ojos marrones.

El dolor en el pecho de Damien se intensificó.

Abrió la boca para hablar, pero las palabras no salieron. El nudo en su garganta fue difícil de tragar.

Ariana lo observó por un momento en que ambos permanecieron en silencio.

Notó su piel pálida a comparación de su tono moreno de siempre. Y la mirada... Su mirada parecía no tener esperanza. Justamente como cuando lo conoció.

Eso hizo que su corazón saltara por un instante. La necesidad de abrazarlo y consolarlo la abarcó, pero no dejó que la venciera.

Damien tenía que estar fingiendo. Después de todo, eso era lo que había estado haciendo con ella en los últimos tiempos. Fingiendo y mintiendo.

No podía dejarse engañar, no de nuevo.

–He venido a hablar contigo– lo escuchó decir. Sin embargo antes necesitaba saber si todo marchaba bien con ella y el embarazo. –Supe que tuviste consulta con tu obstetra. ¿El bebé está bien?–

–El bebé está bien– le respondió Ariana fríamente.

Damien asintió.

–¿Y tú?–

–Yo voy a estar mejor cuando te marches. Por favor di lo que tienes que decir, porque yo también tengo algo muy importante que decirte–

–De acuerdo. Tú primero– le dijo él.

Ariana negó.

–Empieza tú, lo que yo voy a decir será muy breve. Sólo te advierto que si vienes a seguir pidiéndome que te crea, perderás tu tiempo–

El soldado negó.

–No, Ariana. No he venido a eso– respondió con voz apagada. –He venido a decirte que no insistiré más–

Su respuesta hizo que su esposa frunciera el ceño.

Ariana lo miró aturdida. Se puso tensa y tuvo que hacer increíbles esfuerzos por no llorar.

–¿Estás admitiendo tu culpa?–

Damien alzó su mirada oscura, y la clavó en ella. Se miraron fijamente durante lo que pareció ser una eternidad.

–No vale la pena que sigamos hablando de eso. De cualquier manera no vas a creerme, y yo...– estuvo a punto de decirle que en un par de días más estaría despegando con su Brigada rumbo a Siria, para no volver, al menos en cinco años. Y eso sólo si conseguía salir vivo.

¿Pero cómo iba a hacerlo? ¿Cómo, si lo único que quería era tomarle entre sus brazos, besarla y decirle que la amaba con todo su ser?

Decirle que se marchaba sería difícil. Casi tanto como sería alejarse de su dulce sonrisa.

La miró con el alma hecha pedazos, pero antes de que pudiese decir algo, ella lo interrumpió.

–Me parece perfecto que hayas decidido dejarme en paz. Queda muy conveniente porque justo estoy a dos días de mudarme a Nueva York–

Cualquier cosa que Damien hubiese estado a punto de decir, quedó olvidada. La miró sin comprender.

–¿Qué? ¿Nueva York?– la confusión en el rostro de Damien denotó sus expresiones máximas.

A pesar de que le dolía el alma, Ariana sonrió y asintió.

–¿Te llamaron de Julliard?– preguntó. –¿Te han ofrecido la beca?–

–¿Tú cómo sabes eso?– le cuestionó ella prontamente.

Damien dio un respingo de sorpresa para sí, y pronto buscó una explicación creíble.

–Llamaron primero a la hacienda. Les dije que ya no vivías más ahí–

Ariana aceptó la explicación y no indagó más en el tema.

–Pues sí. Me han ofrecido una beca completa, y la acepté–

Sí, Damien estaba perfectamente enterado en todo lo que consistía aquella beca, sin embargo dentro de todo existía ahora un pequeño detallito que bien debía cambiar todas las cosas.

–¿Y qué pasa con el embarazo?– cuestionó.

Ariana alzó la cabeza y lo miró.

–Mi hijo no será ningún impedimento. Julliard esperará por mí, y me matricularé en Enero próximo–

–¿Pero entonces por qué tienes que irte tan pronto?–

–Porque seré parte de los talleres que impartirá la institución en las siguientes semanas. Así que me voy cuanto antes, ya no tengo nada que me ate aquí. Te enviaré los papeles del divorcio en cuanto esté instalada–

Con suma tristeza, Damien bajó la mirada, destrozado.

Las circunstancias debían ser otras.

Deberían estar festejando juntos el hecho de que Ariana estaba a muy poco de cumplir su sueño, empacando y planeando su nueva vida junto a Stella y el nuevo bebé. No así, no ella yéndose sola con los niños, herida y decepcionada por la maldita supuesta traición.

¡Mierda!

A Damien le dolió el corazón más que nunca.

Entonces decidió una cosa.

No le diría sobre la guerra en Siria. No valía la pena si de todos modos ella se iría pronto y para siempre.

Era mejor dejar las cosas así.

–Bien– dijo sin más.

–¿Bien?– Ariana pareció de pronto sorprendida.

¿Pero qué había esperado? ¿Que le rogara que no fuera? ¿Que continuara rogándole para que creyera en él?

Sus propias preguntas la hicieron enfurecer.

Su mirada se endureció con furia, pero más que enfado, lo que Ariana sentía era dolor y una muy profunda decepción.

Aquel seguía siendo ese atractivo hombre alto y moreno de penetrantes ojos oscuros. Seguía siendo aquel con el que había concebido dos hijos, aquel que la defendió y la protegió como si fuese lo más sagrado, aquel que juró amarla hasta la muerte mientras le hacía el amor apasionadamente, entre sus brazos, bajo su cuerpo, dominándola por el poder de sus besos...

El corazón de Ariana palpitó con violencia, y tuvo que hacer de nuevo un inmenso esfuerzo para no soltarse a llorar frente a él.

–¿Sabes que ahora te desprecio con todas mis fuerzas?– le preguntó ella con voz rota y al borde del llanto.

Damien asintió.

–Sí... Lo sé–

Una lágrima solitaria resbaló por el rostro de Ariana, pero enseguida la limpió.

–A los 17 años, no era más que una niñita estúpida y necesitada de cariño... Apareciste tú, y me mostraste un mundo diferente... Hiciste que me enamorara de ti y que te necesitara hasta un punto que yo no comprendía...– los ojos marrones estaban tan llenos de lágrimas que fue incapaz de ver el dolor lacerante en la mirada del soldado. –Yo confíe en ti cuando dijiste que también me amabas, creí en ti... y mira lo que conseguí–

Las palabras de Ariana sólo añadieron más dolor al asunto, a pesar de que Damien creyó que ya no era posible sentir más tormento y agonía.

La necesidad de darle consuelo y aliviar la tristeza de aquella preciosa carita, lo golpearon sin piedad. Su pechó palpitó de anhelo.

–Ariana...– susurró acercándose un paso. Su voz áspera, las lágrimas que contenía estaban demasiado cerca de caer.

Pero ella se alejó y negó. Tuvo que parpadear para no soltarse a llorar.

–Lárgate de mi vida antes de que vomite– le dijo con desprecio.

De nuevo se quedaron mirando. Damien le sostuvo la mirada. No la bajó ni un solo segundo. Algo rabiaba en su interior, las emociones lo desgarraban.

Ariana se estremeció, el intenso negro de sus ojos, la dura y decidida expresión de su rostro causaron su efecto en ella. Supo que él quería decirle algo más, sin embargo no lo dijo.

Damien quería rogarle que no lo odiara, que no lo mirara con aquel desprecio porque no podía soportarlo. Pero tan solo se quedó ahí, de pie y sin decir nada. Dio media vuelta y se marchó.

Sintiendo que se moría por dentro, Ariana lo vio marcharse. Cerró los ojos y se derrumbó mientras las angustiosas lágrimas seguían brotando y brotando sin cesar.

Lo que más dolía era que lo seguía amando. Se moría por él. Se moría por él con una intensidad que la aturdía y la exasperaba.

Ariana quería alimentar el odio hacia él, sabía que debía odiarlo, llevar al límite aquellos sentimientos de angustia, decepción y sobre todo el profundo dolor que no había abandonado su pecho, pero incluso en aquellos instantes, sin dejar de odiar lo que le había hecho, sabía que él era el hombre al que amaba con todo su ser.

Posiblemente nunca dejaría de amar a Damien Keegan, así los separaran miles y miles de kilómetros.

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Ariana y Stella.

Damien observaba una fotografía que había tomado de ellas dos una tarde en la feria del condado de Mission Bay.

En la imagen aparecía su preciosa esposa sentada en una de las bancas del lugar, su largo cabello ondulado cayéndole como caramelo fundido y adornando los contornos de su delicado cuerpo. Sonreía, y en esos ojitos marrones podía leerse todo el amor que le tenía... Que le había tenido.

Stella se encontraba en sus brazos, y reía contenta mostrando los pequeños dientitos y las sonrosadas y rechonchas mejillitas. Mostraba contenta a la cámara el algodón de azúcar que momentos antes le habían comprado.

El soldado sonrió cuando recordó que Ariana únicamente había permitido que comiera un poco. Después lo había botado a la basura, pero Damien había regresado por él para comérselo a escondidas de ella.

Ariana solía ser muy estricta en ese aspecto, pero en el fondo tan dulce...

Damien no podía expresar con palabras cuánto la amaba, cuánto amaba cada parte de ella, todo lo que era.

Su diminuta y hermosísima hada mágica que había aterrizado en su mundo para darle brillo y llenarlo de magia.

La iba a extrañar malditamente demasiado... ¡Joder!

A ambas.

Su esposa y su hija lo habían llenado de tanta alegría, le habían dado luz a su oscuridad, le habían dado esperanza, algo que hacía mucho tiempo Damien había perdido.

Lo habían hecho mejor persona. Un mejor hombre.

Y aún así les había fallado.

Una profunda tristeza y dolor lo invadió, y entonces Damien se sintió más miserable que nunca en toda su vida cuando pensó en esos días por venir.

Días en que no las tendría a su lado.

Las amaba demasiado, y por eso dolía tanto.

De pronto las imágenes de todo lo acontecido se reprodujeron dentro de su cerebro para torturarlo todavía más.

El instante en que la conoció en aquel bar, diminuta y esplendida belleza de cabellos acaramelados que lo había hechizado. Cuando la tuvo entre sus brazos y la convirtió en mujer, su mujer, cuando se enteró de que llevaba en el vientre a su bebé, cuando contrajeron matrimonio, cuando la deseaba con locura y no podía tenerla, cuando fue atacado por el toro y ella lo cuidó con tanta ternura, cuando tuvo a Stella convirtiéndose en la mamá más hermosa del mundo entero, cuando la besó en la orilla del río y todo cambió, cada una de las veces en que la hizo suya hasta gemir agotados...

Pero ahora todo estaba acabado con Ariana, y aquellos no serían más que dolorosos recuerdos.

Tampoco vería más a Stella.

Damien que había aborrecido la idea de ser padre, había sentido cómo la coraza de su corazón se rompía simplemente con ver esos diminutos ojitos marrones que lo habían mirado con inocente ternura.

Desde entonces su pequeña se había convertido en su más grande tesoro.

El soldado Keegan que había sido bien conocido por ser frío y taciturno, se había convertido en el papá más amoroso, blando y consentidor.

Adoraba verla crecer, verla sonreír a cada instante y reír con ella. Ser testigo de sus aventuras, descubrir de nuevo el mundo a su lado, y la magia que albergaban los cosas más insignificantes, como una oruga en una flor o una mariposa al volar.

Damien sintió inmensas ganas de llorar. Jamás había amado tanto, nunca había necesitado tanto a alguien como amaba y necesitaba a su hija y a Ariana.

Pero Ariana lo odiaba, y seguro estaba de que Stella estaría mejor sin él. Ellas no necesitaban más mierda.

¡Maldita sea!

Encima iba a ser padre de nuevo, y ese conocimiento sólo añadió más dolor.

Una vez más el vientre de su hada mágica crecería día con día, y la haría lucir más hermosa.

Un nuevo bebé estaba formándose dentro de ella. Llegaría a ese mundo otro Keegan, otro pequeñito con su sangre en las venas.

–Mierda...–

Se perdería de sus primeras pataditas dentro del vientre, de los ultrasonidos, una vez más. Se perdería de verlo nacer y sostenerlo entre sus brazos. Se perdería de tanto...

Damien no estaba muy seguro de poder soportar una vida sin ellos.

Probablemente no lo haría.

Ahí, sentando en los escaloncillos de la entrada de su casa, alzó la cabeza, y miró a las estrellas en busca de alguna, simplemente porque a Ariana le había encantado hacerlo en aquellas noches en que ambos disfrutaban de la noche, charlando y riendo sin cesar.

No encontró ninguna.

Exhaló, y miró hacia la nada.

Despertó de su trance cuando vio a su abuelo que se acercaba por la pradera de la hacienda.

Le pareció extraño, pues ya era casi medianoche, sin embargo no mencionó nada.

El Teniente llegó hasta él, y se mantuvo de pie a su lado.

Con expresión seria lo miró.

–No puedes irte a Siria– le dijo su voz dura.

Damien frunció el ceño alzando la mirada para poder verlo.

–¿Qué?–

–Ya oíste. No puedes irte– repitió.

–Claro que puedo, abuelo, y lo haré–

–No seas terco, Damien. Llama ahora mismo a Crowe, e infórmale que no irás–

Damien negó sin comprender.

–¿De qué hablas? Creí que estarías orgulloso de que tu nieto estuviera enlistado para esa guerra tan importante–

George exhaló.

–No comprendes, Damien. Esto no se trata de tu carrera en la Armada. Se trata de tu felicidad. Yo no puedo enorgullecerme por un acto que te hará infeliz toda tu vida. Ambos sabemos que no deseas ir. Ambos sabemos que lo que más amas es a Ariana, a Stella y a ese otro hijo que viene en camino. Te aseguro que ellos estarán muy lejos de Siria–

Damien asintió.

–Exacto. ¿Comprendes mi punto? Mientras más lejos estén de mí, todo irá mejor–

George se exasperó.

–Oh, por favor, deja de decir esas estupideces. Volvemos al principio de todo. ¿Lo recuerdas? Te empeñabas en decir que no eras bueno para Ariana, y no sólo lo decías, sino también te esforzabas en demostrárselo como si sólo desearas ahuyentarla. ¿Pero qué fue lo que sucedió? A esa niña no le importó, se enamoró de ti a pesar de todos tus defectos, y fue capaz de ver todas tus virtudes–

Las palabras de su abuelo le afectaron, pero Damien continuó en su postura. Rió con ironía.

–Tan bien le fue que ahora está a punto de ser una madre divorciada, con dos niños a su cargo, por culpa de un marido infiel. Y ni siquiera ha cumplido los 20. ¿Ves que yo tenía razón? Ella estaba mejor lejos de toda esta mierda–

George intentó no perder la paciencia. Damien era terco como una mula. Jamás entendería. Su niñez y su pasado todavía lo tenían preso y no le permitían ver la realidad de la situación.

¿Qué hacer contra eso?

Sólo una cosa.

Soltó un largo suspiro, y se preparó para lo que venía.

Miró a su nieto, que era tan parecido a él. La misma altura, los mismos ojos oscuros.

–Creo que ya va siendo tiempo de que hablemos de tu madre–

La expresión en el rostro del joven soldado cambió en un instante. El tormento apareció en su mirada.

–No– fue su respuesta, y entonces se puso en pie, e hizo ademán de irse.

El Teniente se lo impidió cuando habló.

–Te quedarás aquí, y me escucharás. No eres ningún cobarde–

Damien se giró para mirarlo.

–No quiero escucharte. No quiero escuchar nada que tenga que ver con esa mujer– escupió las palabras con odio.

Sin embargo no era odio lo que sentía por su madre. Sino odio por sí mismo, y por la manera en que fue concebido.

A final de cuentas Vanessa no había sido más que una víctima inocente dentro de todo aquello, mientras que él...

Evidentemente Damien todavía cargaba con aquella culpa.

–Nunca me has dejado hablarte de esto. Damien, no todo es como crees–

Él negó.

–Abuelo, basta–

Sin embargo George no estaba dispuesto a callarse en aquella ocasión.

Tenía que hablar, y Damien tenía que escucharlo.

Era necesario.

–Vanessa te quería–

Desconcertado, Damien miró a su abuelo.

Las lágrimas que había estado conteniendo por Ariana, aparecieron de nuevo en su mirada oscura, esta vez a causa de otra mujer.

–Nunca vuelvas a decirme eso– le rogó. –Por favor, no vuelvas a repetir esa mentira–

Sintiendo el dolor de su nieto como suyo, George se acercó un paso y colocó su mano en los anchos hombros.

–Es la verdad– lo miró fijamente. –Tu madre te amaba, Damien–

Negó despacio, sin embargo en determinado momento la furia lo dominó.

–¡No!– le gritó separándose de él. –¡No es verdad!–

El Teniente no se inmutó. Bien conocía sus reacciones, y también lo doloroso y difícil que era ese tema para él.

–Es hora de que escuches la otra versión de los hechos. No puedes quedarte con las palabras que el miserable de Jude Law se encargó de meterte en la cabeza. ¿No te das cuenta, Damien? Ese desgraciado lo único que hizo fue envenenarte el corazón. ¡Todo lo que te dijo fue una sucia y vil mentira!– George se exaltó. No podía seguir permitiendo que la maldad de aquel miserable continuara destruyéndole la vida a Damien.

–¿Mentira? ¿Acaso no soy producto de una violación? ¿No violaron a Vanessa, y por eso quedó embarazada de mí?– aunque su abuelo lo negara, Damien no iba a creerlo. Habían pasado ya demasiadas cosas y demasiado tiempo.

Había sido demasiado el dolor.

De pequeño Damien había tenido que luchar contra la vergüenza y el horror.

En definitiva no iba a hacerlo.

Sin embargo el Teniente no lo negó.

–Esa parte es cierta– admitió.

La expresión de Damien no cambió.

–Eso es todo lo que necesito saber, ahora déjame en paz, abuelo– una vez más estuvo a punto de marcharse, pero esta vez George lo tomó del brazo para detenerlo.

–Al menos escúchame–

–¿Y qué vas a decirme? ¡La violaron, abuelo! ¡Un maldito enfermo la forzó, la llenó dolor, la humilló como mujer y como niña, le causó miedo! ¡Fui el resultado de su peor pesadilla y vas a venir a decirme que ella me quería!– los ojos negros de Damien lo miraron con una profunda tristeza, y un dolor tan amargo que por unos instantes lo debilitó.

–Vanessa sufrió muchísimo– asintió el Teniente. –Y tienes razón en decir que esa violación fue su peor pesadilla, después de que eso sucediera, ella no volvió a ser la misma. No volvió a sonreír ni a ser esa chiquilla bromista y risueña. Sus ojos se apagaron, pero te juro por lo más sagrado que volvieron a brillar en el instante en que te miró...–

Damien alzó la cabeza, y miró a su abuelo fijamente. Se sintió de pronto muy mareado.

George mismo se sentía a punto de llorar de sólo recordar aquel momento y todo lo que conllevó.

–Damien, ella era muy joven, y el hecho de haber sido violada le destrozó la vida, pero puedo asegurarte que nunca te odió, nunca te culpó a ti–

Los ojos negros de Damien continuaban escurriendo un sinfín de lágrimas. Las emociones lo golpeaban. Todo estaba siendo tan confuso y tan devastador.

–¿No le pidió a Jude que se deshiciera de mí?– preguntó con voz áspera.

George negó sin dudarlo.

–Eso fue lo que ese malnacido te hizo creer, pero no fue así. Nunca fue así–

Por primera vez en toda su vida, todo lo que Damien había creído hasta entonces se tambaleó, y muy en su interior se albergó un pequeñísimo rayito de esperanza que por más que intentó reprimir al final resultó imposible. Sin embargo decidió ignorarlo. Esa emoción no le servía de nada.

–¿Cómo demonios esperas que crea en lo que dices, si toda la vida he creído lo contrario?–

–Porque es la verdad, y porque yo nunca te he mentido– George Keegan lo miró con dureza. –Vanessa quería tenerte, quería criarte y darte todo su amor, y eso fue algo que Jude nunca pudo aceptar. Él era su novio en ese entonces, y quería que mi hija interrumpiera su embarazo, la presionó durante mucho tiempo para que no te tuviera. Nunca pudo superar el hecho de que su novia fuera violada, y aún menos que deseara quedarse con el hijo que había concebido. Nos engañó a todos, y al final fingió que lo aceptaba y que apoyaría a Vanessa en todo, pero en realidad estaba loco. El día en que naciste te robó del hospital, y te llevó muy lejos con él. Te metió toda esa basura en la cabeza, te llenó de odio, y se encargó de que tuvieras una infancia muy desdichada–

Damien negó porque no podía creerlo y porque era difícil asimilarlo.

¿Podía ser cierto?

¡Maldición!

La conmoción lo abarcó.

–A partir de ese momento el único que motivo que Vanessa tenía para seguir adelante era el poder encontrarte– continuó el Teniente, pero enseguida se detuvo al darse cuenta de que su nieto todavía parecía conmocionado. –Mírame a los ojos, Damien– le exigió.

El joven soldado obedeció, alzó la cabeza para mirar a su abuelo.

–Te buscó hasta casi enloquecer por la desesperación de no tenerte a su lado, y yo fui testigo de ello. Movimos cielo, mar y tierra, pero Jude no había dejado nada, ni un rastro, ni una huella, nada. Te borró del mapa y te escondió muy bien– los ojos negros de George se humedecieron al recordarlo. –Fue cuando cumpliste 7 años, que dimos con el paradero de Jude, y pudimos ubicar el lugar en el que te tenía. Apenas lo supimos, Vanessa tomó las llaves de su auto, y salió de la hacienda a toda velocidad con el afán de ir a encontrarte. Estaba tan ansiosa de verte que no me esperó, ni esperó a las autoridades. Lo único que ella deseaba era llegar a ese lugar, rescatarte y traerte con ella, pero a mitad de camino... chocó contra ese tráiler...–

Anchas y largas lágrimas cayeron por el fuerte mentón del joven soldado, y su corazón dolió y gritó por dentro.

El dolor del Teniente al revivir la muerte de su única hija fue estremecedor. Habían pasados años y años, y seguía doliendo como el primer día, sin embargo se mantuvo firme.

–Murió esa misma tarde en el hospital, pero pude verla unos minutos antes... Hablé con ella, ¿y sabes qué fue lo último que dijo? Cubierta de un montón de tubos médicos, llena de golpes por el accidente, e inundada en llanto, Vanessa me pidió que fuera por ti, y que te dijera que tu madre te amaba... Quería que supieras que no te había abandonado, que iba por ti cuando fue arrancada de esta vida...– el Teniente se acercó a su nieto, y lo tomó de la nuca mirándolo fijamente. Ambos hombres con lágrimas bañando sus ojos oscuros. –Damien, ella gritó por ti–

Los sollozos silenciosos de Damien se incrementaron, y la conmoción se volvió más y más grande. Corrió intentando salir de ella, pero no lo logró.

Se sentía mareado y casi a punto de vomitar. El aire le faltaba.

Las emociones eran demasiadas.

Necesitaba tiempo para conseguir recuperarse.

Cerró sus ojos un tanto atormentado, y luego negó con la cabeza. Tuvo que apoyarse en el borde de la reja para poder seguir sosteniéndose en pie.

George se acercó a él y colocó una mano en su hombro.

–Dime que me crees, Damien– le pidió. –Dime que no he malgastado saliva–

Con pesar, y aún sin poder recuperarse del todo, Damien asintió.

–Sí...– susurró con voz tensa. –Te creo, abuelo. Te creo, pero no sé por qué infiernos me dices todo esto justo ahora. ¿Para qué?–

–Porque nunca me dejaste hablarte de eso. Cerraste tus oídos y tu corazón, y jamás quisiste escuchar esta parte de la historia. Preferiste odiarla, Damien–

Dolido, el soldado negó.

–Yo nunca la odié– confesó. –Yo la quería, abuelo, y deseaba tanto que ella me hubiese querido también–

–Ahora ya sabes que sí te quiso, y que luchó por encontrarte hasta el final–

Las facciones de Damien se endurecieron con furia.

–La vida es una mierda– escupió las palabras. ¿Por qué había tenido que morir justo cuando lo había encontrado? ¿Por qué no se le había brindado la oportunidad de disfrutarla aunque fuese un poco?

Su vida habría sido tan distinta si hubiese podido conocer el amor de su madre. Él mismo habría sido distinto.

¡Joder!

Damien deseaba golpear algo, sin embargo sabía que de nada servía el esfuerzo. El tiempo no regresaría.

–Supongo que ya no importa. Ella ya no está–

El Teniente dio un paso, y lo hizo mirarlo a la cara.

–Tienes razón. Vanessa ya no está, pero tú sí. Ella murió, y no pudo seguir luchando por lo que amaba, pero tú estás vivo, tú todavía puedes luchar. No renuncies a Ariana ni a tus hijos. ¡Ve y recupéralos! ¡Ellos son tu única felicidad!–

Lo que decía su abuelo se escuchaba muy bonito, pero la realidad no.

Damien negó.

–Ya es tarde para eso, abuelo. Ariana se irá lejos, y empezará a hacer realidad su único sueño. No el de ser madre, ni la esposa de un vaquero mitad soldado que lo único que hizo fue entrometerse en su vida, y arruinársela–

–No se la arruinaste, se la cambiaste. Desde un principio estaban destinados a estar juntos, así que ve a Nueva York con ella y vive su sueño a su lado-

De nuevo Damien negó. Eso ya no era una opción.

–La dejaré que sea feliz y que esté tranquila, mientras tanto yo estaré en Siria, soñando con lo que pudo haber sido–

Damien dio media vuelta, y entró a su casa, sin darle más oportunidad al Teniente de hablar.

George exhaló con tristeza.

Había hablado tarde.

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Tener a Meryl cerca siempre era reconfortante para Ariana, y aquella mañana en que recibió su visita se sintió realmente feliz.

Esa mujer, junto con el abuelo, habían sido su apoyo desde el primer momento en que había llegado a la Hacienda Keegan, y era por eso que la quería tanto.

Meryl se había comportado como una madre para ella, y una abuela para Stella. Haber dejado de verla a diario como tanto había estado acostumbrada, había sido difícil, sin embargo en ese momento se llenó de alegría.

–Estoy tan contenta de saber que tú y Stella están bien, mi niña– le habló con ternura, mientras abrazaba a la pequeña que tenía en los brazos. –Y bueno, también el nuevo bebé– enseguida acarició su vientre en el cual todavía no aparecía ni un solo indicio de su embarazo.

Ariana le sonrió, pero aun así podía adivinarse un pequeñísimo atisbo de tristeza.

–No sabes cómo te extraño, Meryl. Me haces muchísima falta– enseguida la abrazó.

–También tú me haces falta– le respondió la mujer. –Los días en la hacienda no son los mismos sin ti–

Y aquello era cierto.

Ariana había llegado a la Hacienda Keegan a cambiarles la vida a todos, y ahora que ella no se encontraba, todos ahí resentían su ausencia.

–Tenía que marcharme, Meryl– le dijo como en un lamento. –No podía quedarme ahí–

La mujer exhaló. Después de tanto tiempo, no quería entrometerse en aquello que únicamente les concernía a ella y Damien. Sin embargo seguía siendo una fiel creyente de que ellos dos debían estar juntos, y lamentaba profundamente el hecho de que no fuera así.

–¿Es cierto que te vas mañana a la Gran Manzana?–

Ariana asintió.

–Acepté una beca en una escuela de artes, y me quieren ahí lo más pronto posible–

–Te felicito, el Teniente me lo dijo anoche, él está muy orgulloso de ti, pero también está triste con tu partida–

–Lo sé, es un gran hombre– las facciones de Ariana se suavizaron al pensar en aquel anciano a quien quería como a su propio abuelo. –Comprendió que debo irme, y cumplir mis metas. Pero me aseguró que viajará constantemente para visitarnos, sobre todo ahora que...– se tocó el vientre con suavidad. –Bueno, que tendrá otro bisnieto–

Meryl sonrió con ternura.

–Está loco de contento con la idea de otro pequeño Keegan. Ariana, el Teniente nunca va a dejarte sola, te apoyará en todo, a ti y a los niños–

Ariana lo sabía, y lo agradecía profundamente

–Me siento muy afortunada de tenerlo, también a ti y a Jake–

Sin poder evitarlo, Meryl exhaló.

–¿Estás segura de que no hay ninguna posibilidad para ti y para Damien?–

Con el corazón apretujado, Ariana negó.

–No, Meryl. Ya no–

Los ojos tristes de la ama de llaves la miraron. Deseaba decirle lo destruido que estaba Damien, pero sabía que Ariana no lo creería.

–Es hora de marcharme– la mujer se puso en pie, le entregó a Stella, y pronto le dio un beso en la mejilla. –Vendré mañana para despedirme. Me parte el alma saber que no podré ayudarte en este embarazo porque estarás lejos–

Ariana también lamentaba eso. Durante su primer embarazo se había acostumbrado tanto a tener a Meryl cerca comportándose como una madre para ella.

–Prométeme que irás con el abuelo cada vez que vaya a visitarme–

–Por supuesto que sí, Ari, no lo dejaré que se vaya si no voy con él– le sonrió.

Después de aquello se dieron un abrazo de despedida

El ama de llaves salió de la casa.

Ariana se quedó ahí en la sala, mirando hacia el suelo intentando que las lágrimas no fluyeran.

Estaba harta de estar llorado a cada instante.

Negó con la cabeza, y se recriminó mentalmente recordándose que ya no podía dejarse derrumbar.

Estuvo a punto de subir a su habitación cuando Lucas apareció.

El chico parecía adormilado y vestía su pijama, pero le sonrió y prontamente se acercó para juguetear un poco con Stella.

–¿Ya se han marchado mis padres?– preguntó.

Ariana asintió y rió un poco.

–Son más de las once, Lucas– respondió como si aquello explicara todo. Después de todo la jornada de trabajo del señor y la señora Cameron comenzaba desde muy temprano.

Lucas pareció sorprendido.

–Oh. Es raro no tener que ir a la universidad, pero me gusta–

–Bueno, ahora debes disfrutar los días que te quedan siendo un recién graduado antes de convertirte en un miembro de la empresa de desarrolloen software más importante de Illinois–

–Sí, es verdad– rió. –Supongo que Dove está en su escuela–

Ariana asintió.

–Dijo que iría a comer con Spencer después de clases–

–Genial, ¿y tú cómo amaneciste?– le preguntó. Desde que se supiera que estaba embarazada todos en esa casa se portaban excesivamente sobreprotectores con ella.

Eran realmente su segunda familia.

–Bien, con náuseas matutinas pero nada de lo que no esté acostumbrada ya–

–¿Desayunaste?-

-Sí– asintió. –Pero diez minutos después lo vomité todo en el baño–

Lucas la miró preocupado.

–¿Qué? ¿Y estás bien?–

–Sí, no te preocupes, Lucas. Es normal los primeros meses. Ya lo viví una vez con Stella, así que no es tan malo– mientras decía eso, Ariana alzó a su hija y depositó un amoroso besito en sus regordetas mejillas.

El rubio sonrió a verlas.

–¿Sabes? Ese bebé y Stella son muy afortunados. Tienen a una mamá maravillosa–

Después de la noche en que Ariana regresara del consultorio tras enterarse que de nuevo sería madre, Lucas no había vuelto a hablarle de amor. Sin embargo no porque no lo deseara, sino porque entendía que algunas cosas simplemente estaban destinadas a no ser.

–¿Lo crees así?– un tanto conmovida, Ariana sintió la necesidad de preguntar.

Él asintió.

–Por supuesto. He visto cómo los quieres a ambos, cómo los pones en primer lugar. Eso te convierte en una gran madre–

La chica se sonrojó un poco.

–Bueno... hago mi mayor esfuerzo. No soy perfecta, pero...–

Lucas negó.

–Lo eres, y sé que ellos creerán lo mismo cuando crezcan–

Ariana le sonrió.

–Te agradezco mucho lo que dices, y también todo lo que has hecho por mí–

–No tienes nada que agradecer porque eres parte de esta familia. Yo...– de pronto se puso un tanto nervioso. –Yo sé que hace unos días te confesé que estaba... ya sabes, un poquito enamorado de ti, pero quiero que sepas que yo no espero nada, comprendo que ni siquiera desees contemplar tener una relación romántica, y por otra parte... Sé perfectamente que nuestros rumbos están a punto de tomar caminos muy distintos, sin embargo quiero que sepas que siempre voy a ser tu amigo, y siempre podrás contar conmigo. Estoy seguro de que saldrás adelante en aquella gran ciudad en la que vivirás, pero si algún día llegaras a necesitar algo tú o los niños, por favor no dudes en llamarme–

Conmovida, Ariana volvió a sonreírle. Jamás imaginó que podría encontrar a un buen amigo en el guapo hermano mayor de Dove.

–Sí, bueno...– el chico parecía ahora apenado. –Ahora iré a desayunar–

–Yo subiré a terminar mi equipaje–

–Yo subiré a terminar mi equipaje–

Lucas asintió.

–Suerte con eso. Suerte en todo–

Sin más se despidieron, y cada uno siguió su camino.

Ariana tenía muchas cosas que empacar. Al día siguiente estaría marchándose para empezar esa nueva vida.

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Dove terminó sus clases en punto de las dos de la tarde. Corrió a guardar sus libros en su casillero, y enseguida se apresuró a llegar al estacionamiento donde su amado ya la esperaba.

Spencer se encontraba recargado en el cofre de su auto, tan guapo como siempre.

La rubia corrió enseguida hacia él, quien la tomó entre sus brazos cargándola como a un koala sin importarle que las personas a su alrededor fuesen a verlos.

Compartieron un dulce beso, y se abrazaron tan enamorados como estaban el uno del otro.

De inmediato Spencer la llevó hasta el asiento del copiloto y la metió para después rodear el auto y entrar.

La chica rió al verlo hacer el tonto. Le encantaba.

–¿A dónde quieres ir a comer?– le preguntó él justo antes de arrancar el auto.

–Quiero comida tailandesa– Dove no solía ser como las demás chicas indecisas e incapaces de escoger un lugar a la hora de tener citas. Ella simplemente expresaba lo que deseaba y listo.

–Entonces iremos a Thai Cuisine, pero antes debo pasar un minuto a la base para entregarle unos planos a Tristan. ¿Te molesta?–

Dove negó de inmediato.

–Por supuesto que no, amor. Yo sé esperar– le sonrió y pronto le dio un beso.

Spencer encendió su auto y condujo hacia la Base Militar.

Luego de unos minutos llegó, y se aparcó. Le preguntó a su novia si deseaba esperarlo ahí o prefería ir con él, a lo que ella escogió la segunda opción, pues Dove necesitaba hacer pipí con urgencia.

Mientras Spencer iba en busca del soldado Wilds, la rubia fue corriendo a encontrar el baño más próximo.

Diez minutos más tarde ambos se reencontraron en el vestíbulo de la Base Militar.

–¿Lista?– le preguntó mientras acariciaba su cabello, y se lo colocaba tras la oreja.

Dove lo rodeó con sus brazos.

–Lista– respondió.

Se tomaron de la mano, y estuvieron a punto de marcharse, sin embargo antes de que salieran siquiera, vieron a Damien entrar.

El soldado se detuvo cuando los vio. No traía buena cara, pero aquello no era nuevo para nadie.

–¿Te vas hoy?– preguntó Spencer cuando notó la maleta que él llevaba sobre el hombro.

Damien negó.

–Son sólo municiones para las prácticas de tiro. Salimos mañana– sin embargo prontamente cambió el tema. –¿Qué tal, Dove?–

–Hola, Damien– saludó la rubia y le sonrió, aunque la sonrisa fue más un lamento. Fue muy triste para ella verlo tan devastado. En el fondo no lo creía culpable, era una pena que Ariana creyera lo contrario, y estuviera reacia a escuchar explicaciones.

Damien hizo un enorme esfuerzo, hablar de Ariana era lo último que necesitaba hacer si en verdad pretendía seguir una vida sin ella, sin embargo en ese momento fue inevitable no preguntar por ella.

–¿Cómo está Ariana? ¿Cómo están Stella y el bebé?–

–Ellos están bien, Damien– deseaba decirle que Ariana seguía destrozada y que Stella extrañaba a su padre, sin embargo se mantuvo callada. Lamentaba realmente la situación.

–Cuídala por favor, Dove. Sé que ella se marcha, pero te pido que estés siempre al pendiente de ella y mis hijos–

Dove asintió.

–Ni siquiera hace falta que lo pidas, Damien. Es mi mejor amiga– le recordó.

Damien asintió, se despidió y estuvo a punto de marcharse, sin embargo antes de que lo hiciera recordó algo. Se giró hacia la rubia.

–¿Podrías entregarle algo a Ariana por mí?– Damien enseguida colocó la maleta en el suelo, la abrió y rebuscó en su interior. Al segundo sacó un sobre blanco.

Había planeado llevarlo él mismo esa noche, dejarlo en el buzón de la casa de la familia Cameron, y marcharse de inmediato. Sin embargo no quería arriesgarse. Sabía que una vez que estuviera ahí, serían más fuertes sus ganas de entrar a verla, y no podía permitírselo. Las cosas eran mejores de ese modo. Sin despedirse, sin añadir más dolor.

Simplemente se iría, y dejaría que ella se fuera. Ninguno de los dos sufriría.

Pronto le entregó el sobre a Dove.

La rubia lo tomó, pero no estuvo de acuerdo en ser ella quien la entregara.

–¿Por qué no se la entregas tú?– le preguntó.

Damien negó.

–No podré, Dove–

–¿Entonces no piensas despedirte de ella ni de Stella?–

El soldado abrió la boca para responder, sin embargo antes de que pudiera hacerlo, uno de los jóvenes cadetes apareció frente a ellos, realizando el saludo militar, y pidiendo autorización para hablar.

–Señor Keegan, lo esperan en la sala de juntas para ultimar detalles sobre la guerra en Siria–

Damien exhaló, no hubiese querido que el chico hablara precisamente frente a la mejor amiga de su aún esposa. Le agradeció y enseguida le pidió que se retirara.

–Nos vemos después– intentó fingir que nada pasaba, y prontamente hizo ademán de marcharse junto con el cadete, sin embargo no tuvo tanta suerte. Dove lo detuvo.

–¿Siria?– cuestionó sorprendida. –¿Damien, irás a Siria?– su expresión pasó de la sorpresa a la preocupación cuando vio que él no lo negaba. La rubia bien sabía de qué trataba aquella operación, Spencer se lo había contado en días pasados, y a ella le había parecido como un acto suicida para todo aquel que aceptara ir a esa batalla. Desde luego le había rogado a Spencer que no aceptara, pero él de inmediato le había respondido que ni loco lo haría, y aún menos ahora que la tenía en su vida.

Desde luego el hecho de saber que Damien se había enlistado fue consternante.

–Dove, te ruego que no le digas nada de esto a Ariana. No quiero preocuparla, quiero que vaya a Nueva York con la mente despejada y se dedique únicamente a cumplir cada uno de sus objetivos–

Pero la rubia negó.

–Tienes que estar bromeando– preocupada lo miró, y después miró a su novio. –Está bromeando, ¿cierto?–

Con pesar, Spencer negó.

–Damien no bromea, nena. Se va mañana mismo–

Después de la nueva información, los ojos azules de Dove se agrandaron aún más. Damien miró a su amigo recriminándole por haber abierto la boca de más.

Spencer se hundió de hombros inocentemente.

–¿Qué? Si de todos modos ya se enteró de todo–

Irritado con él, Damien exhaló.

–Escucha, Dove, no puedes decirle a Ariana nada de lo que has escuchado– insistió. Era primordial que ella no se enterara.

–Pero es que no puedes irte, Damien– respondió ella. –Ir a esa guerra es como firmar tu sentencia de muerte. Lo sé, Spencer me ha contado en qué consiste. Sólo se enlistan los hombres que lo han perdido todo y... los que ya no quieren seguir viviendo–

Damien tensó su mandíbula intentando ocultar su dolor.

–Bueno, no hay muchas diferencias entre esos hombres y yo. Yo ya no tengo nada, Dove–

–Te equivocas. Ariana te ama–

–Ariana me odia–

Dove exhaló dándose cuenta de lo terco que él era, al igual que Ariana.

–¿Pero y tus hijos? Ellos van a necesitarte, Damien. No puedes dejarlos sin padre...–

Damien negó cortándola de inmediato.

–No sigas, Dove. El padre de esos niños no los merece. Ellos estarán mejor sin mí, y por favor ya no intentes detenerme. La decisión está tomada. Sólo... te ruego que le entregues esa carta hasta que suba al avión que la llevará a Nueva York, no antes–

Sin más Damien se marchó.

Cuando ambos regresaron al auto, Dove todavía permanecía muy consternada.

–¿Por qué no me lo habías dicho, Spence?– le preguntó a su novio.

Spencer exhaló.

–Damien me pidió que no te dijera nada porque pensaba que saldrías corriendo a decírselo a Ariana. Lo mismo le pidió a Chris para que Gal no hiciera lo mismo–

Dove negó.

–Está loco, no puede irse–

–Intentamos convencerlo, incluso Crowe no estuvo de acuerdo en esa locura, pero ninguno pudo hacerlo. Damien está decidido a irse, y nada lo hará cambiar de opinión– dijo un tanto triste por su amigo.

Sin embargo Dove pensaba que había todavía un modo para hacer que se quedara.

Alguien.

–Spencer, tenemos que dejar la cita para otro día. Llévame a mi casa–

Spencer frunció el ceño.

–No estarás pensando en decirle a Ariana, ¿o sí? Damien te pidió que no lo hicieras–

–Claro que voy a decirle. Mi amiga ama a ese hombre tan cabeza dura, así que si puedo hacer algo para evitar que vaya y se mate en esa guerra, entonces lo haré–

Spencer exhaló, pero en el fondo estuvo de acuerdo. Condujo de inmediato.

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La puerta de la casa se abrió justo cuando Ariana bajaba la escaleras.

Sonrió en cuanto vio a su amiga llegar.

–Acabo de dejar a Stella profundamente dormida, ahora sí tendré tiempo para terminar todo el equipaje. ¿Cómo estuvo la comida con Spencer? ¿Por qué terminó tan pronto?–

Dove negó.

–Ari, tengo algo que decirte–

La castaña frunció el ceño. La notó un poco tensa.

–¿Qué cosa? ¿Qué pasa? ¿Estás bien?–

–Yo estoy bien, pero Damien no–

Ante la mención de ese nombre, Ariana dio un respingo. Hubiese querido no volver a hablar de ese hombre, sin embargo no podía quedarse sin saber lo que ocurría.

–¿Q...qué sucede con Damien?– no pudo evitar consternarse al ver su expresión, y de pronto un pinchazo en su interior le advirtió de que algo malo sucedía. El corazón comenzó a latirle con gran fuerza. –¿A...a qué te refieres? ¡Habla!– exigió.

Dove exhaló. No sabía cómo decírselo. Estaba segura de que aquello destrozaría a su amiga, pero no podía seguir retrasándolo.

–Acompañé a Spencer a la Base Militar, y bueno... ahí nos encontramos a Damien–

De nuevo escuchar ese nombre le destrozó el corazón.

–¿Y...?–

–Me enteré de que se marcha, Ari–

La castaña no comprendió.

–¿Se marcha? ¿A dónde?–

–A Siria–

–¿Siria?– cuestionó todavía sin comprender el asunto.

Dove asintió con pesar.

–A Siria, Ariana– confirmó. –¿Sabes lo que eso significa? Si se marcha no podrá volver sino hasta en cinco años, y eso si consigue sobrevivir, porque ir a Siria es ir a una muerte casi segura. Tú lo amas, no puedes dejar que se marche y muera en ese lugar. ¡Por los cielos, haz algo!–

El corazón de la joven bailarina se detuvo, su respiración, su sentir, su sangre correr por sus venas. Todo.

Trató desesperadamente de asimilar lo que su mejor amiga acababa de decirle, y entonces el sentimiento la desarmó, y la destruyó.

>Siria...<

Tragó el nudo en su garganta pero no consiguió reponerse.

–¿No vas a decir nada?–

Los ojos marrones de Ariana se llenaron de lágrimas por derramar. Le dolía. Por supuesto que le dolía. Sentía que su corazón se partía en dos. Quería llorar y gritar desesperadamente.

¿Por qué Damien había aceptado esa locura?

–Spencer me dijo que Damien aceptó solamente porque quiere alejarse de ti–

Las palabras de su amiga la hicieron mirarla fijamente.

–¿Eso dijo?– la voz le salió en un hilo.

Dove asintió.

–Quiere alejarse de ti, pero sólo porque se niega a seguir haciéndote daño. Tomó la decisión de marcharse, porque cree que es lo mejor para ti y para sus hijos. Cree que si se queda, seguirá lastimándolos, y ese pensamiento lo está torturando–

Sin poder evitarlo las lágrimas comenzaron a desbordarse. Ariana no pudo hacer nada por detenerlas.

Dove se acercó a ella, y la tomó de las manos.

–Por favor dime que harás algo. Ve a buscarlo, dile que no puede marcharse porque lo amas y lo necesitas a tu lado. Vamos, Ari, no sigas negándote y negándole la felicidad. Ustedes tienen que estar juntos–

Ariana negó.

–No puedo hacer eso. Lo nuestro... Nosotros... Simplemente no estábamos destinados a ser, Dove–

–No digas eso. Son el uno para el otro. Cielo santo, Ariana, tienen una hija preciosa, y otro pequeñito viene en camino–

Ariana la cortó. No quería que siguiera.

–Detente– le pidió. –Es verdad, mis bebés son lo único bueno que obtuve de todo esto, pero nada más. Ya no hay nada para Damien y para mí. Él puede marcharse si así lo desea. Sus asuntos ya no son los míos. Mi presente y mi futuro es Nueva York. La decisión está tomada– Ariana dio media vuelta sin siquiera imaginarse que aquello mismo había sido lo último que Damien había dicho. Enseguida hizo ademán de subir las escaleras, sin embargo se detuvo antes de pisar el primero. Un estremecimiento recorrió su interior, y su corazón sufrió de un vuelco que hirió su pecho. La mano temblorosa se posó justo en ese lugar intentando detener la fea sensación. Un impulso la obligó a girarse para mirar a su amiga. Resistió las lágrimas que pugnaban por seguir saliendo. Exhaló. –¿Cu...cuándo se va?– preguntó con la mirada perdida.

–Mañana– respondió Dove. –Damien envió esto– caminó hasta la escalera, y le entregó la carta.

Él le había pedido que se lo entregara hasta poco antes de que abordara el avión, pero la rubia presentía que debía dársela ya mismo.

Seguro Damien comprendería.

Ariana la tomó, todavía sopesando la respuesta, y sin más subió las escaleras corriendo.

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Sé que si estás leyendo esto debes creer que soy un cobarde...

Así había comenzado la primera estrofa de la carta.

Ariana había tenido una sensación en el pecho que no había conseguido hacer desaparecer desde que Dove le diera la noticia de que Damien pelearía en Siria.

Las lágrimas habían surgido desde el primer instante en que había comenzado a leer las palabras de aquel soldado que todavía llevaba grabado en el alma y en la piel.

Y sí. Lo soy. Soy un maldito cobarde que no quiere verte una vez más a la cara porque sabe que si lo hace jamás podrá marcharse.

Empezaré disculpándome por todo el daño que te hice comenzando con esa noche en que nos conocimos. No cuidé de ti a pesar de que mi pecho me gritaba que te protegiera. Te hice mía sin preocuparme de tu futuro y el mío. El cielo sabe que no puedo arrepentirme de lo que sucedió, porque gracias a eso nació nuestra hermosa Stella, y gracias a eso pude tenerte aunque fuera por poco tiempo. Sin embargo sé que lo mejor hubiese sido que nada de eso hubiera pasado. No habrías tenido que verte obligada a casarte conmigo, no te habría arrastrado a mi sucio mundo, y tampoco te habría lastimado de la manera en que te lastimé.

Lo lamento muchísimo, lamentó todo el sufrimiento que te causé, lamentó no haber podido ser el hombre que merecías, y lamentó no haberte amado de la manera en la que sólo tú tenías que ser amada.

No voy a decirte que fui un imbécil. Tan solo fui lo que era, lo que hicieron de mí. Un hombre incompleto, destruido. Viví en tal amargura que el momento en el que te vi y supe que eras toda dulzura me sentí amenazado. Sabía que ibas a cambiarme, que harías de mí un nuevo ser, y por eso actuaba como actuaba. Tenía miedo, Ariana.

Sé que tú sabes lo que es vivir con miedo, sé que nadie mejor que tú puede entender lo que estoy escribiendo.

Me sentía acorralado. Yo sabía que debía luchar contra mí mismo, luchar para ser mejor día con día y poder estar a tu altura, pero una parte de mí se burló. Esa vocecita en mi interior me dijo que nunca podría hacerlo, que jamás te merecería. Esa era la razón de que me esforzara en ser un hijo de puto a cada instante para demostrarte la basura que era, y demostrármelo también a mí mismo. Por ese motivo subí esa noche al Sunly para encontrarme con Victoria. Quería convencerme de una vez por todas que yo no era bueno para ti.

No pude hacerlo. Me quedé dormido, y eso fue todo, pero no la toqué, ni siquiera quise mirarla simplemente porque no eras tú. Porque desde el primer instante en que te vi te convertiste en el centro de mi mundo, y ninguna otra mujer me pareció lo suficientemente bonita comparada contigo. Sólo te deseaba a ti, y me castigaba por no poder tenerte.

Me di cuenta demasiado tarde de que merecías el esfuerzo. De que quería luchar por ti, cambiar y ser un mejor hombre.

Lo peor fue eso... Que me tardé, y por eso ahora no quieres perdonarme.

No te culpo.

Culpo a la vida y al destino que no nos permitieron estar juntos.

El universo no lo quiso así, y ante aquello no puedo hacer nada.

Únicamente necesito que sepas que te amo con toda mi alma, con todo lo que soy y con todas mis fuerzas, y que lo más difícil que he afrontado en mi vida entera no ha sido ser el resultado de la violación de mi propia madre, sino tener que renunciar a ti, y a nuestros hijos.

En esta carta que es mi despedida, te pido sólo tres cosas.

La primera... Lucha por tu sueño. Pelea por él y cúmplelo. Sé que puedes lograrlo. Lo segundo es... que les recuerdes siempre a Stella y al bebé que tienen un padre, y que los ama más que a nada. Por último... por favor no me odies más, porque no puedo vivir con eso.

Sé feliz en Nueva York. Yo intentaré no morir en Siria.

Espero volver a verlos algún día.

Con amor, D. K.

Lágrimas cayeron por todo el mentón de Ariana cuando recordó cada una de esas palabras escritas.

Había llorado toda la noche, y debido a eso había tenido que maquillarse con mayor esmero para ocultar las marcas que había dejado su llanto en su rostro.

Ariana las limpió pero estás continuaron brotando.

Miró a Stella que había alzado su cabecita y la miraba con tierna preocupación. Parecía increíble que a tan solo un año la pequeña pudiese ser capaz de resentir el estado emocional de su madre.

Inmediatamente Ariana le sonrió porque era necesario mostrarse fuerte frente a su hija.

>Mis hijos< se corrigió, y pronto posó la mano que llevaba libre sobre la planicie de su vientre.

No podía seguir llorando, se dijo entonces.

Aquellas lágrimas no servían de nada, y además afectaban a su bebé. La doctora Sarandon se lo había advertido. Si se dejaba hundir por la depresión, su niño saldría afectado, y eso no podía permitirlo.

Enseguida inhaló y exhaló intentando deshacerse de la tensión. Su vuelo saldría en aproximadamente veinte minutos, y ella tendría que abordar en los siguientes instantes, así que debía hacerlo tranquila.

–¿Estás bien, Ari?– la voz de Dove la regresó a la realidad.

Su amiga la había llevado hasta el aeropuerto para poder despedirse de ella, junto con su madre.

Juntas hasta el último instante.

Ariana asintió.

–Sí. Creo que sí–

–¿No te has arrepentido de esto?– le preguntó la rubia sin más.

>¡Sí!< estuvo a punto de gritar, pero antes de que pudiese hablar, apareció la señora Cameron.

–Oh, cariño, vamos a extrañarte muchísimo, y también a esta princesa– le sonrió a Stella amorosamente.

–Lo sé, y también yo los extrañaré–

–Ya le he dicho a Arnold que en cuanto podamos iremos a visitarte. Él también te extrañará–

–Serán más que bienvenidos, y por favor dígale al señor Cameron que enviaré fotografías de Stella siempre que pueda–

–Le encantarán. Adora a tu niña ya que no hemos tenido nuestros propios nietos–

–Stella también los quiere mucho, y los echará de menos, estoy segura–

La señora Cameron le sonrió y pronto la abrazo.

En ese momento la voz de la aerolínea se hizo escuchar.

"–Pasajeros del vuelo 2615 con destino a Nueva York, favor de abordar el avión en los siguientes segundos por el área estipulada. Por favor atienda indicaciones.–"

Ariana suspiró.

–Supongo que es hora de marcharme– dijo, aunque no parecía entusiasmada sino resignada.

Dove la miró con ojos preocupados, pero en ese momento su mamá habló.

–Es hora de marcharnos, tengo esta cena importante en casa de mi jefe más tarde, y necesito pasar a comprarle un obsequio. Ariana, te deseo lo mejor en esta nueva etapa que estás a punto de emprender. Cualquier cosa que necesites no dudes en llamarnos. Siempre estaremos para ti–

Ariana le sonrió con calidez. Estuvo a punto de agradecerle, pero Dove las interrumpió.

–Mamá, yo quiero quedarme hasta que el avión despegue– replicó.

–No hace falta, Dove– respondió la castaña. –Yo estaré bien. Justo estoy por entrar, así que de verdad no es necesario que permanezcan aquí. Yo les agradezco por todo, gracias por recibirme como a una más de su familia. Los quiero mucho– pronto abrazó a la señora.

–Nosotros también te queremos, Ari– respondió la amable mujer. –Y a Stella, y por supuesto al nuevo bebé. No quiero despedirme tanto porque como ya te dije pronto iremos a visitarte– los ojos azules se llenaron de lágrimas, le dio un besito en la cabecita a la niña, y pronto se alejó para evitar comenzar a llorar. –Dove, te espero en el auto. No tardes mucho–

Cuando la vio marcharse, Ariana sonrió.

–Tu mamá es un amor. Creo que en serio va a extrañarnos–

–Claro que las extrañará– respondió Dove. –Pero yo las extrañaré aún más. ¿Ari, dime qué voy a hacer sin ti?–

–Hacer videollamadas todo el tiempo conmigo por Skype, ¿qué más si no? No te pongas triste, amiga. Tengo que irme–

La rubia asintió.

–Lo sé. Y sé también que la romperás en Nueva York. Te he visto crecer en el ballet, y conozco de primera mano el talento que tienes. Estoy muy orgullosa de ti. Siempre supe que llegarías lejos, ahora estás a punto de lograrlo–

Dove comenzó entonces a llorar, e inevitablemente Ariana también lo hizo.

Se habían hecho amigas en quinto grado, cuando los padres de Ariana murieron y ella tuvo que ser cambiada de escuela para poder asistir a la que sus tíos habían escogido por comodidad.

Todo había comenzado en un almuerzo cuando Victoria y sus amigas se habían dedicado el recreo entero a molestar a Ariana. Dove había aparecido, y sin importarle que las chicas fueran mayores que ella, había defendido a la pequeña castaña de sus bromas pesadas. Desde aquel día habían sido inseparables.

Ambas amigas compartieron entonces el más largo de los abrazos.

–Rómpete una pierna– le dijo, y aunque lloraba consiguió sonreír.

Ariana conocía el sentido figurado de aquella expresión, y rápidamente le dio otro abrazo.

–Gracias. Te quiero–

–Yo te quiero más. A las dos, a los tres– corrigió. Se despidió de Stella y pronto comenzó a ver que se alejaban.

Rodando la maleta tras su espalda, y con su hija en los brazos, Ariana llegó hasta la puerta de abordaje. Entregó su equipaje, y pronto mostró su boleto a la aeromoza, quién sonriendo las invitó a entrar.

Ariana se giró para decirle adiós a su mejor amiga agitando la mano.

Dove respondió al saludo, exhaló, le sonrió una última vez, y enseguida se marchó para alcanzar a su madre.

Con el corazón latiéndole como loco, Ariana avanzó por el largo pasillo del avión en busca de sus asientos, cuando lo encontró se sentó y comenzó a acomodar a su niña colocándole los cinturones para que fuera cómoda y bien segura.

Miró por la ventanilla mientras todos los demás pasajeros terminaban de abordar, y entonces una vez más la sensación ahogó su pecho.

Desde ese día al despertar había amanecido con la sensación de no querer tomar ese vuelo, y en esos momentos, ya dentro del avión, la sensación estaba volviéndose más y más fuerte.

¿Pero qué la había hecho dudar?

La carta de Damien.

Esa carta había cambiado muchísimas cosas, sin embargo Ariana todavía se sentía confundida.

¿Habría sido sincero?

Sí, lo había sido. Lo sabía. Había sentido su sinceridad en el alma. Sentía que la amaba, su corazón se lo gritó.

¿Pero entonces por qué no había hecho nada? ¿Por qué se había dedicado únicamente a llorar y a seguir con sus planes de marcharse?

¡Cielo santo!

Y Damien también estaba a punto de volar hacia otro destino.

Uno muy peligroso. ¡Y podría morir!

En ese instante Ariana reaccionó.

Damien partiría a Siria, y ella sencillamente... tenía que detenerlo.

Él tenía que saber que le creía, y que lo amaba.

Tenía que saber que no lo odiaba, y que jamás lo había odiado.

De inmediato se puso en pie, y tomó a Stella en los brazos deshaciéndola de los cinturones. La abrazó contra su pecho y salió por el pasillo esquivando a los pasajeros que todavía no terminaban de acomodarse. En lo que pareció la mitad de un segundo consiguió llegar hasta la entrada de abordaje.

La aeromoza y uno de los asistentes estaban a punto de cerrarla, pero con un desesperado grito Ariana lo impidió.

–¡No!– gritó haciéndolos detenerse.

Los empleados de la aerolínea la miraron desconcertados.

–¿Qué sucede? ¿Se encuentra bien, señorita?–

La castaña negó.

–No, no me encuentro bien, y no soy señorita. Soy señora. Ariana Keegan, y necesito llegar hasta mi esposo. Tengo que salir de aquí–

–Bueno, si usted lo desea puede bajar, pero el avión despegará en dos minutos, y no puede retrasarse por usted–

Ariana negó.

–No deseo que me espere. Sólo déjeme salir por favor–

Los empleados asintieron de inmediato, y se hicieron a un lado para dejarla pasar.

Ariana ni siquiera se preocupó por su equipaje o por el reembolso de sus boletos, simplemente corrió hasta la entrada del aeropuerto.

Lo primero que hizo al llegar fue abordar un taxi.

–A Mission Bay, por favor– le dijo al conductor, quien prontamente atendió sus indicaciones.

Ya dentro del vehículo, Ariana intentó relajarse, pero su corazón seguía bombeando como un loco. Abrazó a su hija, y muy despacito le dijo:

–Vamos por papi. No dejaremos que vaya a Siria– le sonrió, y Stella le dedicó la más hermosa de las sonrisas.

El corazón de Ariana le dijo entonces que estaba haciendo lo correcto.

Había sido una completa estúpida por no querer ver las cosas cómo realmente eran.

¡Caramba! Damien la amaba, siempre lo había sabido. Ese hombre había hecho por ella cosas inimaginables, incontables, la había protegido con garras, se lo había dado todo, y aun así ella había dudado de ese amor.

Ariana cerró los ojos llena de angustia y reproche para sí misma.

Lo amaba demasiado, e iba a morirse sin él.

No iba a perdonarse si al final del día Damien se marchaba.

Ariana rogó con toda su alma para que no fuese a ser demasiado tarde.

>¡Cielo santo, no!< se recriminó mentalmente. No podía ser pesimista. Tenía que pensar en que Damien todavía no se había marchado.

Deseó poder llamarlo pero había dejado su celular en la maleta de viaje. Exhaló.

–Disculpe– le dijo al conductor. –¿Podría prestarme su celular para hacer una llamada? Le prometo que seré breve–

–Me encantaría, señora, pero mi perro lo mordió esta mañana y quedó inservible. Lo lamento–

–Está bien– respondió Ariana. –Sólo... ¿podría conducir un poco más rápido? Llevo mucha prisa–

–Por supuesto– el hombre asintió y pisó con fuerza el acelerador.

Gracias a su petición, Ariana consiguió llegar a la hacienda en tiempo record.

Le pidió al taxista que la bajara en la entrada de la hacienda, y por fortuna había llevado en el bolsillo de sus jeans un billete de cinco dólares para pagar por el servicio.

Cuando el taxi regresó por el camino que lo llevaría a carretera, Ariana se giró para mirar el lugar.

La Hacienda Keegan.

Su hogar por los últimos dos años, y el que más había amado. No había palabras para expresar el amor que Ariana sentía por esas tierras.

Sorprendida se dio cuenta de que había echado de menos estar ahí más de lo que había imaginado. Lo siguiente que sucedió fue que la emoción que sintió fue aplazada de pronto por una sensación extraña y difícil de identificar.

Pero Ariana estaba tan sumida en su único objetivo que era encontrar a Damien, que ignoró el sentido común que le advirtió de que algo ocurría.

La hacienda parecía diferente, algo sutil, pero diferente. Sin embargo aquello fue algo que tampoco se detuvo a examinar.

Ariana corrió con su hija en los brazos rumbo a la pequeña y acogedora casa que había compartido con el soldado hasta hace muy poco.

Una sonrisa apareció cuando a lo lejos la vio. Ariana albergaba un amor muy especial por esa casita.

Al llegar, entró de inmediato con la llave extra, que sabía, se encontraba bajo la maceta.

La carita de Stella se transformó entonces, contenta de volver a su hogar.

Ariana le sonrió.

–Estás feliz de volver, ¿cierto?– le preguntó emocionada. –También yo– la abrazó. –Volveremos a ser una familia, mi amor, y viviremos de nuevo aquí, te lo prometo–

Enseguida Ariana rebuscó por toda la casa, pero no había ninguna señal de que Damien se encontrara ahí.

Intentó no perder el ánimo, y se dijo que iría en ese instante a la Base Militar a buscarlo. Seguro se encontraba ahí. Era todavía muy temprano para que ya se hubiesen marchado.

Ella bien sabía que la Brigada solía salir por la madrugada o a eso de la medianoche, nunca por la tarde.

Se dedicó entonces a buscar las llaves de su auto, cuando de pronto se detuvo y miró el teléfono.

Decidió que llamaría a Damien antes que nada, sin embargo en el momento en el que avanzó para tomarlo, escuchó un ruido extraño afuera.

Ariana frunció el ceño, y enseguida dejó a Stella en el suelo para acercarse a una de las ventanas y poder ver lo que ocurría.

Por instinto tomó sólo un trozo de la cortina, y asomó un ojo solamente. Se llevó una gran sorpresa cuando observó a un montón de hombres con uniformes militares.

¿Quién demonios eran?

Ahí, tras su ventana, Ariana no podía distinguir si se trataban de personas de la misma Brigada que la que Damien era parte. Hizo un gran esfuerzo intentando identificarlos pero no tuvo suerte.

Supo que nunca había visto a aquellos hombres, o al menos a los que no llevaban máscara.

Eso le pareció incluso más extraño.

Volvió a preguntarse por sus identidades, y qué demonios era lo que querrían. ¿A quién buscaban? ¿Al Teniente? ¿A Damien?

Ariana deseó saberlo. Estaba muy confundida, sin embargo cuando los vio apuntar hacia su casa, precisamente hacia el lugar en el que ella se encontraba, hubo algo de lo que estuvo bien segura, y la dejó paralizada de terror.

No eran los buenos.

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En cinco horas aproximadamente Damien estaría abordando un importante avión de la Armada que lo llevaría a él y a cincuenta compañeros más a su nuevo destino.

«Siria»

Damien deseaba con todas sus fuerzas estar ya en aquel país, de ese modo no lo traicionarían esos pensamientos que le pedían a gritos que mandara esa guerra a la mierda y se quedara.

Inhaló soltando el aire, y pronto intentó deshacerse de las ganas de llorar que habían comenzado a amenazarlo.

Negó numerosas veces y sin más se dedicó a seguir empacando las pocas cosas que necesitaría en su vida en medio de la batalla. Únicamente accesorios de higiene personal, dos cambios de uniforme, botas de repuesto, una bolsa para dormir, y por supuesto... Sus armas.

Intentaba mantener su mente en blanco, porque pensar en Ariana lo consumía de manera aniquilante.

Sin embargo resultaba imposible no hacerlo.

¿Cómo no pensar en ella si la llevaba tatuada en el alma y en la piel? ¿Cómo si esa mujer era su sangre?

El dolor por todo lo acontecido volvió a golpear a Damien sin piedad al imaginar todo aquel tiempo en que estaría lejos de ella, lejos de su pequeña y perfecta familia.

No los vería, ni vería sus sonrisas, tampoco escucharía el sonido tan hermoso de sus risas.

Y aun sabiendo todo aquello... ¿Damien seguía dispuesto a marcharse?

Tenía que hacerlo, así le doliera el alma.

Pero soñaría con ellos a cada instante, soñaría que los tenía cerca, y lucharía para que el sueño no terminara y poder retrasar por más tiempo la pesadilla que era su realidad.

Tristemente, se daba cuenta de que la próxima vez que los vería sería en cinco años, o quizás más. Stella no lo reconocería, para el nuevo bebé, él no sería nadie más que un desconocido, y en cuanto Ariana... Seguramente Ariana seguiría odiándolo como lo odiaba en ese instante, y ese pensamiento le rompió el corazón por completo.

Terminaba de acomodarlo todo cuando de pronto su amigo Chris entró.

No llevaba buena cara. Parecía lamentar el hecho de que Damien hubiese decidido enlistarse en aquel siniestro, pero no había mencionado nada al respecto, aunque evidentemente deseaba hacerlo.

Al igual que todos, Chris pensaba que no era buena idea dejar que Damien fuera a batalla en Siria, sin embargo había decidido respetar su decisión.

–¿Estás listo?– le preguntó mientras tomaba asiento en una de las literas de la habitación.

Sin mirarlo Damien se hundió de hombros.

–Eso creo– respondió con simpleza.

El suspiro que se escuchó de pronto fue de Chris, de inmediato se puso en pie.

–Damien, harás mucha falta aquí, y también me harás falta a mí... Eres mi mejor amigo–

A duras penas Damien consiguió mostrar una leve sonrisa.

–Y tú eres el mío, Chris. También te extrañaré, pero ir a esta guerra es algo que... que debo hacer–

En desacuerdo, Pine negó.

–¿Estás seguro? ¿Estás cien por ciento seguro de que esto es lo que debes hacer, Damien?– le preguntó.

La mandíbula de Damien se tensó, y miró al frente.

–Estoy seguro, Chris– respondió.

–Pero no es lo que tú quieres–

En eso tenía razón, y por ese motivo Damien no respondió nada más al respecto.

De inmediato volvió a terminar de armar sus provisiones.

–No vayas a olvidarte de mi abuelo– le pidió de pronto. –Ya es un hombre viejo, y aunque sé que sigue teniendo mucha vitalidad, no quisiera que nada malo fuese a ocurrirle–

–Nunca, mi amigo. Iré a visitarlo siempre que no esté de misión–

–También quiero pedirte que sigas de cerca el caso de Marjorie Grande. El detective ya está informado de que todo lo relacionado con ella deberá informártelo a ti. Quiero que en cuanto la encuentren seas tú quien se lo diga a Ariana, y te asegures de que vuelvan a estar juntas. Eso está muy cerca de suceder, el detective ha tenido muy buenas pistas–

Chris sonrió.

–Así será, Damien. Yo me encargaré de que Ariana y su abuelita se reencuentren–

–Te lo agradezco, hermano–

En un gesto de apoyo, Chris colocó su mano en el hombro de su amigo.

–No tienes nada que agradecer–

En ese momento el Comandante Crowe entró a la habitación, y enseguida ambos soldados se colocaron en posición de recibimiento.

Con reverencia alzaron la mano en el siempre presente saludo militar.

–¿Preparado, Keegan? Las avionetas que los transportarán al avión despegarán en menos de cinco minutos. Se ha decidido adelantar el viaje porque antes de llegar a Texas tendrán que hacer una pequeña escala en Alabama. Estarán despegando a Siria alrededor de las seis de la mañana–

Damien asintió y prontamente tomó su maleta, pero no se movió.

El Comandante frunció el ceño.

–¿Qué sucede, Keegan? Nos esperan–

De pronto Damien había caído víctima de una sensación de conmoción que no fue capaz de explicarse.

Desconcertado, intentó dar un paso, pero por unos instantes sintió que sus piernas pesaban cerca de ochenta kilos, e increíblemente le resultó imposible obligarlas a que caminaran.

Un tanto desorientado consiguió reaccionar, y miró a su Comandante como si de pronto se tratara de un extraño.

–Yo...yo...– tartamudeó nervioso. –¿Podría darme un minuto?– casi suplicó.

Sin comprender lo que ocurría, Crowe decidió concedérselo.

–No tardes. Estamos todos reunidos en el punto de partida–

Damien asintió y lo vio marcharse.

Chris enseguida se acercó a él.

–¿Damien, te encuentras bien? Te ves muy pálido. ¿Quieres que llame a Williams?–

Negando con la cabeza, Damien se rehusó.

–No, no. No llames a nadie–

–¿Entonces qué ocurre?– Chris estaba ya preocupado.

Damien se quedó en silencio, sintiéndose incapaz de hablar. De pronto muchas cosas sucedieron por su mente.

La imagen de Ariana atravesó cada uno de sus sentidos, causándole una sensación extraña en el pecho, algo a lo que parecía imposible poner nombre.

Una sensación que le advertía que estaba a punto de perder a la mujer de su vida, y que debía reaccionar, lo paralizó.

¿De verdad iba a largarse? ¿Iba a renunciar a su mujer? ¿Iba a permitir que ella criara sola a sus dos hijos?

–¡Mierda, no!– exclamó en voz alta, y entonces preocupó de verdad a Chris.

–¿De qué hablas?– le preguntó.

Pero Damien no respondió, sino que arrojó su maleta lejos, y salió por la puerta de la habitación.

En un solo instante el soldado había comenzado a sentirse poderoso y vencedor, pero no para ir a Siria.

Él era un guerrero, un peleador, y estaba dispuesto a pelear por lo que amaba.

Ariana. Stella. El bebé.

Damien no iba a rendirse hasta darlo todo en esa última batalla.

Siria podía irse al carajo.

Caminó entonces únicamente para encontrar a Crowe en el punto de reunión, con Chris siguiéndole los talones, confundido por lo que ocurría.

Cuando lo localizó ni siquiera vaciló. Se colocó justo frente a él. Estaba tan inmerso en la convicción que tenía de ir tras Ariana, que ni siquiera pidió permiso para hablar frente a su superior. Lo miró a los ojos, y simplemente habló...

–Crowe–

El Comandante le prestó toda su atención.

–¿Qué pasa, Keegan?–

–No iré– soltó Damien sin más.

La expresión de Crowe fue legendaria.

–¡¿Qué?!–

–Ya lo oyó– sonrió, y a su espalda, un bastante sorprendido Chris Pine también sonreía.

–Pe...pero... ¿Qué le diré a Freeman?–

Damien se hundió de hombros.

–Dígale que lo lamento, pero no volaré a Siria, sino a Nueva York, porque mi mujer y mis hijos son más importantes que cualquier otra cosa en el mundo– entonces dio media vuelta listo para marcharse.

Sin embargo antes de que pudiera hacerlo por completo su Comandante lo llamó.

–¡Keegan!–

Deteniéndose, Damien se giró para mirarlo.

Crowe ahora sonreía.

–Es lo que estaba esperando que dijeras–

Damien rió de gusto.

–¡Yo también!– secundó Chris entusiasmado, diciéndose mentalmente lo contenta que se pondría Gal cuando se lo contara esa noche.

–Gracias por comprender– respondió Damien.

–¡No me des las gracias, sólo corre, soldado!– le exigió.

Damien asintió y pronto se echó a correr a toda velocidad rumbo a su camioneta.

–No te voy a perder, Ariana... No te voy a perder, preciosa– se dijo convencido.

Cuando entró a su vehículo, encendió el motor, y prontamente sacó su celular para llamar a Dove.

Timbró una, dos, tres veces, hasta que la rubia finalmente contestó.

Mientras Damien maniobraba para salir del estacionamiento con una mano, con la otra sostenía el celular.

–Dove, ¿Ariana se ha ido o sigue en tu casa? Necesito hablar con ella urgentemente–

–¿Damien? ¿No se suponía que hoy te marchabas a Siria?–

–Me marcharé– asintió. –Pero no a Siria. Sino a Nueva York a recuperar a mi mujer y a mis hijos. Sólo necesito saber dónde está ella–

Dove no pudo evitar demostrar su entusiasmo.

–Gracias al cielo– murmuró tras la línea, pero fue más para sí misma. –Eso suena maravilloso, Damien, y te felicito por la grandiosa decisión. Ariana y tú deben estar juntos, pero justo ahora... no sé ni cómo ayudarte. No tengo idea de dónde se encuentre mi amiga–

Al escuchar aquello Damien frunció el ceño.

–¿Cómo que no sabes?–

–Su vuelo fue temprano, fui a dejarla al aeropuerto con mamá, y nos vinimos justo cuando abordaba, pero hace unos momentos recibí una llamada de la aerolínea. Me informaron que debo pasar a recuperar el equipaje de Ariana porque ella nunca abordó ningún avión–

–¿Qué?–

–Tampoco yo lo entiendo. Te juro que la vi entrar a esa condenada cosa con alas. Te lo juro. Justo antes de que llamaras estuve intentando localizarla pero olvidó su celular en la maleta, y respondió uno de los guardias. No sé ni qué creer, de verdad. Es tan extraño. Pienso que podrían estar mintiendo, es decir, ¿por qué bajaría del avión? Y en cualquier caso, ¿por qué no intentó comunicarse conmigo o por qué no volvió a mi casa?–

Damien intentó procesar rápido la información intentando idear un plan inmediato.

Utilizó todo su esfuerzo para no perder la paciencia, y con calma habló.

–Ve de vuelta al aeropuerto y pide que te muestren las cámaras de la entrada para cerciorarnos de que en serio Ariana bajó del avión y se marchó. Mientras tanto yo intentaré encontrarlas en cada una de las calles de la ciudad. Llámame en cuanto sepas algo–

–También tú– convino Dove.

Enseguida ambos colgaron.

Damien se dedicó a conducir como un loco.

Intentaba no tener miedo, pero dentro de todo aquello era inevitable no tenerlo. Ignoró la corazonada en su pecho, porque de hacerle caso, estaba seguro de que enloquecería por la preocupación.

Sin embargo prontamente recibió una llamada más.

Desesperado, e imaginando que podría tratarse de Dove con alguna nueva noticia, Damien respondió exasperadamente.

–¡Dove! ¿Ya supiste algo?–

–No soy, Dove, Damien. Soy Chris–

Damien negó.

–Chris, ahora no tengo tiempo. Llámame después–

–¡No, espera! No cuelgues. Tengo algo muy importante que decirte– le dijo su amigo apresuradamente. Entonces Damien notó algo diferente en el tono de su voz. Parecía realmente consternado.

–¿Qué ocurre, Chris?–

De pronto Damien tuvo una sensación enfermiza en las entrañas, y muy en el fondo supo que lo siguiente que escucharía no sería nada bueno. Ni siquiera un poco.

La sensación de miedo aumentó, y todo su ser se tensó.

Damien se vio obligado a detener la camioneta al instante sólo porque su instinto le advirtió de la catástrofe que estaba por desatarse.

Entonces Chris habló, y para Damien muchas cosas tuvieron sentido.

–Murray ha escapado de prisión. Tienes que tener cuidado–

Los gigantescos y fuertes dedos de Damien apretaron tanto el celular en su oído que estuvieron a punto de romperlo, sin embargo al segundo lo soltó haciéndolo caer al suelo de la camioneta.

La adrenalina asesina lo llenó por completo mientras volvía a encender su camioneta, y sin saber cómo o por qué, Damien estuvo seguro de dos cosas... La primera, Ariana estaba en peligro. Y la segunda, debía conducir hacia la hacienda. Su corazón se lo decía.

Damien condujo entonces aquella Grand Cheerokee gris, tan rápido como nunca.

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Voten y comenten pls! ¿Qué creen que sucederá en el siguiente capítulo?

Les deseo un muy feliz y exitoso 2019 (más vale tarde que nunca).

Gracias por ser parte de mi 2018. Les quiero mucho!

Su amiga, Ángela Toledo M.

*ÚLTIMOS CAPÍTULOS*

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