Capítulo 46
Michael Murray...
Aquel hijo de puta por fin había sido encerrado y procesado.
Cadena perpetua. Esa sería la pena que estaría condenado a pagar por el resto de sus días.
El Coronel Freeman no le había mentido a Damien cuando le había asegurado que dejaría caer todo el peso de la ley en su contra.
Damien se encontraba ahora más tranquilo, sin embargo había momentos en los que deseaba haber podido matarlo con sus propias manos.
Después del ataque a Ariana en las orillas del río, habían descubierto no sólo que Michael había sido su agresor de la vez anterior en la entrada de la hacienda, sino que también, había sido él quien envió a los árabes a su casa. Había contratado a un par de musulmanes para que fingieran que todo se trataba de un ataque terrorista, y nadie sospechara de él.
¡Jodido cabrón hijo de puta!
Damien no podía evitar que la sangre le corroyera por dentro convirtiéndose en furiosa lava.
Después de haberse enterado de aquello, no había deseado otra cosa que no fuera matarlo.
Y lo había deseado tanto...
El maldito infeliz se había atrevido a hacer lo prohibido. No sólo había puesto sus ojos en ella, sino también le había hecho daño, la había atacado, la había atemorizado, la había tocado intentando violarla, joder. Y sólo por eso merecía morir.
–Damien...– la preciosa y suave voz de Ariana lo llamó devolviéndolo de pronto a la realidad. –Ya deja de pensar en Murray–
¿Cómo demonios hacía para adivinar siempre cada uno de sus pensamientos?
Damien exhaló e intentó controlar la furia que de pronto lo había dominado.
–No puedo evitarlo, Ariana– se excusó. –Me hubiese gustado tanto poder matarlo con mis propias manos–
Ella de inmediato se acercó a él, y lo tomó de las mejillas con ambas manos.
–No, Damien, no digas eso–
–Ese desgraciado te hizo daño, Ariana, eso para mí no tiene perdón–
–No consiguió su cometido– le recordó la castaña.
Y Damien no podía estar más agradecido por ello.
–Pero se atrevió a intentarlo, el muy bastardo se atrevió a...– pensar en Ariana, su bonita y delicada Ariana en aquellas circunstancias, indefensa, presa del pánico y la desesperación, aterrada, llorando, no una sino tres veces, le desgarraba las entrañas a Damien, le provocaba la más feroz de las violentas reacciones. –Mierda, cada vez que pienso en él...–
–Sé que todo fue horrible– habló ella. –Pero estoy aquí contigo, no ocurrió nada de lo que tengamos que lamentarnos, así que por favor ya olvídalo, Damien–
–Nunca voy a olvidarlo– respondió el soldado con extrema seriedad. Odiaba a Michael por haber atentado en contra de Ariana, por haberla deseado, por haber intentado abusar de ella, y quitarlo a él del camino para conseguirlo. Nunca lo olvidaría.
¡Cielo santo! Incluso en esos momentos estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano al contenerse, y no ir en su busca.
Su cerebro y cada músculo de su cuerpo funcionaban de aquella manera. Si alguien intentaba siquiera hacerle el más mínimo daño a Ariana, lo haría pagar.
–Él está ya en prisión, y ahí pagará por todo lo que hizo. Mientras tanto tú y yo seremos muy felices junto a Stella–
De pronto las facciones duras de Damien se ablandaron, y enseguida atrajo a su esposa hacia él para besar sus labios.
Ella tenía toda la razón del mundo.
Ariana estaba ahora a salvo. Estaban juntos, se amaban, y eso era lo que importaba.
Michael Murray tendría su castigo en prisión, y Damien debía dejar de gastar energía pensando en esa basura.
–Es cierto lo que dices, nena. La pesadilla ya ha terminado. Michael Murray se pudrirá en la cárcel, y me aseguraré de que no le queden ganas de salir de la seguridad de su celda. Sabrá que si se atreve a poner un solo pie fuera, lo buscaré y le haré comerse sus propias pelotas–
–Damien...– le recriminó Ariana igual a como lo haría una madre al descubrir a su hijo utilizando palabrotas.
Pero Damien gruñó e hizo caso omiso.
–Ven aquí, amor– de inmediato la tomó del brazo, y la hizo sentarse en sus piernas para volver a besarla con más ardor. –Soy muy afortunado de tenerte en mi vida, y mientras yo esté vivo, nadie volverá a hacerte daño de esa manera. Voy a protegerte de todo–
Ariana sonrió.
–Eso lo sé. Sé que nunca dejarías que nada malo me pasara–
–Demonios, nunca, Ariana. ¿Lo oyes?– volvió a besarla. –Siempre estaré ahí para ti... Siempre–
Se besaron de nuevo. Ella acarició el rostro masculino con dulzura, él tomó un buen puñado de cabello para poder besarla mejor.
A Damien le hubiese encantado intensificar cada uno de esos besos... La tenía en la cama, sólo tenía que desnudarla, y desnudarse él. Ansiaba hacerle el amor, lo ansiaba las veinticuatro horas del día.
Sin embargo, en esos instantes ella lo detuvo.
–Vamos, es hora de la cena– le dijo en tono alegre, y enseguida se puso en pie dejándolo ahí entre las colchas.
Damien no se pudo creer que Ariana lo hubiese dejado de ese modo, sin embargo era algo que ella acostumbraba hacer. Primero lo incitaba hasta casi volverlo loco, después se hacía la inocente, pero más tarde se lo recompensaba.
Pequeña traviesa...
Sonrió, y enseguida la siguió.
Antes de bajar, Ariana pasó por Stella a la habitación, y la llevó consigo.
Más tarde, los tres se encontraban abajo en la cocina.
Ariana que reía a carcajadas por algo que había dicho Damien, se encontraba sentada sobre la barra, y sostenía a una Stella igual de sonriente, mientras él se mantenía frente a la estufa preparando la cena como todo buen hombre casado.
–Lo justo es que diga mamá antes que papá– replicó Ariana de inmediato.
Mantenían esa pequeña discusión, pero en el fondo sólo bromeaban.
–¿Justo?– Damien arqueó las cejas.
Ariana se exasperó un poco.
–¿Quién la llevó nueve meses? ¿Quién engordó veinte kilos? ¿Quién sufrió todas esas contracciones? ¿Quién sufrió un parto de cuatro horas?–
–Eso es injusto– Damien la apuntó con la espátula. –Además no engordaste veinte kilos– en realidad sólo habían sido ocho o nueve pero Ariana los había sentido como si fuesen veinte.
–Claro que sí, ¿y sabes cuál fue el colmo? Que al final Stella es idéntica a ti en todo–
Damien sonrió encantado, y miró embobado a esa niñita de su sangre que lo tenía tan enamorado.
–Oh, vamos, tiene tus ojos–
–Bueno, al menos hay una prueba de que también es mía–
De nuevo Damien soltó una carcajada, y enseguida se inclinó con la bebé que se removió emocionada.
–¿Oyes eso, linda? Mami está celosa de que seas tan guapa como papi–
Ariana no pudo evitar reírse también.
–Eres un bobo– le dijo.
Damien se inclinó esta vez hacia su mujer.
–Sí, pero soy el bobo que más las ama– plantó un beso en sus labios.
Sin embargo cuando dejaron de besarse, Ariana volvió a alzar a su pequeña.
–Vamos, Stella di mamá–
–No, princesa, di papá, vamos, di papá–
Stella los miró a ambos con sus grandes y preciosos ojitos redondos y marrones. Pareció muy sorprendida cuando los dos continuaron presionándola con mayor insistencia. Sin embargo na enorme sonrisa se dibujó en su infantil carita cuando vio que Rambo entraba a la cocina moviendo la cola felizmente.
Ver a su mascota, ocasionó que Stella se removiera de alegría y emoción.
–!'ambo!– exclamó entre tiernas risitas.
Ariana y Damien se llevaron entonces la sorpresa de sus vidas.
¡Stella había hablado!
Y su primera palabra había sido Rambo.
Lo único que pudieron hacer entonces fue festejarlo.
Ambos la llenaron de besos y se alegraron del gran logro.
–¡Bien hecho, mi amor!–
–¡Esa es mi chica!–
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Después de que entrara a aquel lugar de dudosa reputación, Damien deseó salir cuando antes.
La música estaba a todo volumen, había humo por todas partes, y además olía a los mil demonios. Sin embargo enseguida se recordó la única e importantísima razón por la que estaba ahí.
La abuela de Ariana.
Tenía que saber dónde estaba, y más importante aún, tenía que saber si vivía o si había muerto ya, como tanto presumía Penélope Sheen.
Exhaló, y sin más, se adentró en el detestable ambiente del establecimiento.
Damien se abrió paso por entre toda la multitud de personas.
–¡Oye, fíjate por dónde caminas, imbécil!– un borracho intentó armar pleito con él cuando por accidente chocó contra el inmenso cuerpo de Damien.
Con expresión de irritación, el soldado decidió ignorar a aquel impertinente.
Apenas y se pudo creer que siendo aún tan temprano, ya hubiese gente ebria por todas partes en aquel lugar.
Continuó de inmediato su camino, pues había una sola cosa que verdaderamente le importaba en esos instantes... Encontrar a Victoria.
Para su fortuna no tardó mucho en hacerlo.
La chica se encontraba en la barra de bebidas. Parecía discutir con el hombrecillo que atendía.
Damien frunció el ceño, y enseguida se acercó.
–¡Pedí mi bebida sin hielo! ¿Acaso eres idiota? ¡Quiero hablar con tu jefe ahora mismo!–
El barman se encontraba bastante nervioso.
–Pe...pero, señorita, usted no especificó...–
Victoria realizó entonces un gesto de ofensa.
–¡¿Cómo te atreves a llevarme la contraria?! ¡Haré que te despidan! ¡¿Lo oyes, pobretón?!–
El rostro del empleado se tornó angustioso, y estuvo a punto de suplicar piedad, sin embargo en ese momento Damien decidió intervenir.
–Tú no vas a hacer que despidan a nadie– le advirtió.
La atención de Victoria fue del pobre y asustadizo sujeto a Damien. Su expresión cambió por completo, sus ojos brillaron con avidez, y la sonrisa apareció a los pocos instantes.
–Llegas antes– le dijo como si nada de lo que había ocurrido importara.
–Pensé que mientras más pronto llegara, más pronto podría largarme–
Victoria arqueó las cejas, pero dejó pasar el comentario.
–Veo que tienes un interés muy especial sobre ese asunto que te traes entre manos–
–Así es– Damien tenía el presentimiento de que mientras más supiera lo importante que era el tema para él, más difícil se la pondría, sin embargo no fue capaz de negarlo. –Por eso te agradeceré que hablemos ahora mismo–
–Primero necesito arreglar algo con mi amigo el cantinero– lo señaló.
Damien sintió pena por el pobre hombre. Era patético que estuviese tan aterrorizado de alguien tan estúpida como lo era Victoria. Aun así decidió ayudarlo.
–Déjalo en paz. ¿Realmente crees que merece algo de tu tiempo?–
Victoria posó sus ojos en el empleado, y sopesó las palabras de Damien por varios instantes.
–Por supuesto que no– respondió de inmediato y enseguida caminó directo hacia Damien. –Escoge tú la mesa–
–Preferiría que saliéramos de aquí– él sabía que no iba a arreglar nada mientras Worth It estuviera sonando a todo volumen.
La sonrisa de Victoria se hizo más grande.
–¿Vas a llevarme a la cama más cercana?– preguntó emocionada.
Damien se asqueó ante la sola idea.
–Ni lo sueñes–
–Oh, créeme, lo he soñado muchas veces, galán– se acercó a él, y se restregó contra su cálido y fuerte cuerpo.
Damien se apartó de inmediato, y la miró fijamente.
Su rostro era atractivo, pero tenía un aspecto duro que le impedía ser bella.
Jamás podría ser tan hermosa como lo era Ariana. Jamás, y ese seguro era el motivo principal por el que la odiaba tanto.
–No he venido a perder el tiempo, Victoria. Necesito que hablemos–
–Sí, lo sé, ya sé qué es lo que quieres– respondió ella con indiferencia.
–¿Lo sabes?– cuestionó Damien.
–Mamá me lo dijo. Me ha dicho que estás loco por cumplirle los caprichos a Arianita, y que uno de esos caprichos es volver a ver a nuestra querida Nonna–
Damien intentó por todos los medios no perder la paciencia.
Se dijo que Victoria era más fácil de tratar, se dijo que podía con ella, sólo tenía que permanecer sereno, y ser más inteligente.
–Pues sí. Es sobre eso de lo que quiero que hablemos. Dime dónde la tiene tu madre– Damien no pudo evitar su reacción, y la tomó del brazo con fuerza.
Victoria, evidentemente enfurecida, intentó zafarse de su agarre.
–Suéltame, me estás lastimando–
–Entonces vamos afuera– Damien la soltó, pero no cambió su tono frío.
Le hizo una seña para que ella fuera primero.
Victoria rodó los ojos con irritación, pero lo obedeció.
Una vez que estuvieron en el estacionamiento fuera del lugar, Damien agradeció el silencio y la calma de la noche.
–Dime qué es lo que quieres, Victoria– Damien no se fue con ningún rodeo. –¿Dinero? ¿Viajes? ¿Un auto del año? ¿Un apartamento en Miami? Dilo, y en un parpadear yo te lo daré, sólo dime dónde está Marjorie Grande, o dónde puedo encontrar sus restos–
Victoria negó y sonrió.
–No sé por qué haces todo esto–
–Porque a Ariana le importa, y eso significa que también me importa a mí. Cualquier cosa que a ella le preocupe, yo siempre voy a estar ahí para solucionárselo, cueste lo que cueste–
Los celos embargaron de golpe a Victoria.
–Ya la tienes contigo. No dejará de amarte si fracasas en tu búsqueda de Nonna. Así que deberías dejar de tomarte tantas molestias con respecto a eso–
–Tú no lo entiendes, porque nunca sabrás lo que es amar–
Las palabras del soldado la hicieron apretar la mandíbula. Un brilló de peligrosidad atravesó entonces los femeninos y despiadados ojos.
A pesar de que se sentía más furiosa que nunca consiguió seguir sonriendo, con esa chillante sonrisilla manipuladora.
–De acuerdo. Te diré algo, soldadito... Nonna vive, en efecto...–
La noticia fue directo al pecho de Damien, que de inmediato quedó desbocado.
¡Al fin!
Al fin tenía aquella respuesta.
Se sintió entonces muy contento y esperanzado, sin embargo lo que dijo Victoria de inmediato lo hizo quedarse helado.
–...Pero no te diré dónde está ni aunque me entregaras en este instante todos los millones que tú familia tiene en el banco–
Damien empezaba a impacientarse, pero sabía que ahora más que nunca debía actuar con diligencia.
Lo primero y más importante había sido saber si la mujer vivía. Ahora que sabía que así era, iba a poner todo su empeño en poder encontrarla.
–Tienes que tener un precio, Victoria. Tiene que haber algo en el mundo que desees con todas tus fuerzas. Yo estoy dispuesto a dártelo, pero dime en qué lugar tienen a tu abuela–
–¿Qué tan dispuesto estás, Damien Keegan, a darme lo que más deseo?– preguntó en tono provocativo.
–Ya te lo dije, Victoria. No importa lo que cueste–
La chica sonrió.
–Pues te quiero a ti. Quiero tu varonil y musculoso cuerpo sudando sobre el mío. Dame una noche contigo, y entonces te diré el paradero de Nonna... Oh, y no te tardes mucho decidiendo, ella ha estado un poco enferma, ¿sabes? Sería una lástima que muriera antes de poder reencontrarse con Ariana. ¿Te dije que ella es su nieta favorita? Siempre la prefirió antes que a mí...– había rencor en la voz de Victoria. –¡Joder, todos la preferían!–
Damien negó.
–¿Sabes qué? Ahora que sé que está viva, creo que puedo encontrar a la señora Grande yo solito... ¿Y sabes qué más? Vete a la mierda, Victoria–
La sonrisa en el rostro de la chica desapareció.
–Pe...pero, Damien. ¡Esto no es justo! ¡Dijiste que me darías lo que yo deseara! ¡Además sin mi ayuda no podrás encontrarla! ¡Entérate de una buena vez!–
Damien no supo si reír o sentir lástima por Victoria. Ofrecérsele de aquella manera a un hombre era algo bajo y humillante. Detestable.
Pero ella también lo era.
–Tal vez tarde un poco más, pero te juro como me llamo Damien Keegan, que la encontraré y la llevaré de vuelta con Ariana. Cuídate, Victoria– el soldado comenzó entonces a alejarse ante la rabieta de Victoria.
–¡Damien! ¡No puedes hacerme esto de nuevo!– le gritó histérica. –¡Damien! ¡No puedes dejarme así otra vez!–
Pero Damien ni siquiera volteó a mirarla cuando estuvo dentro de su camioneta. No le dedicó ni una sola mirada. Tan sólo encendió el motor y arrancó marchándose de inmediato.
Victoria consiguió tranquilizarse, pero su interior continuaba echando fuego por la ira.
De nuevo su sonrisa malvada apareció.
Ella tampoco estaba jugando, e iba a demostrárselo a ese estúpido.
Se vengaría de él... Claro que lo haría. Iba a arruinarle esa perfecta y bonita historia de amor. Haría que Ariana lo odiara con todas sus fuerzas, iba a separarlos porque siempre había odiado la idea de que estuvieran juntos y se amaran como se amaban.
Ella tenía el arma secreta para lograrlo.
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Él luchaba día con día para que Ariana estuviera bien, para que estuviera protegida, a salvo, y lo más importante: para que fuera feliz.
Y justo en esos instantes, estaba muy cerca de poder brindarle una felicidad completa, y eso lo tenía bastante emocionado.
Tía Blake había llamado esa mañana para informarle que las personas de Julliard habían quedado maravillados con los vídeos que les había mostrado de Ariana sobre el escenario, tan maravillados que en cualquier momento se comunicarían con ella para darle la noticia de que la querían dentro de su prestigiosa escuela.
El sueño de Ariana estaba a punto de hacerse realidad, y Damien sentía que quería gritar de dicha.
Ahí en los establos, se contuvo. Tenía que dejar las sillas de montar listas esa misma tarde, pues por la mañana él y todos sus vaqueros estarían participando en la cabalgata anual conmemorativa del aniversario de Mission Bay
Continuó con la tarea, sin embargo no consiguió disminuir su emoción. Iba a ser realmente difícil guardar el secreto, y esperar a que esa gente tan importante de Nueva York se comunicara primero con ella.
Y por si aquello fuera poco, también estaba el asunto de la abuela.
El investigador que había contratado le había dado muchísimas esperanzas, solamente le había pedido un poco de tiempo para poder reunir toda la información y unir las piezas del rompecabezas. Pero maldición, el tiempo era lo que lo hacía difícil para Damien. Él deseaba poder encontrar a la señora Grande ya mismo, y traérsela a Ariana de regreso. Soñaba con aquel momento, sin embargo era muy consciente de que debía ser paciente.
Exhaló y decidió que debía dejar de pensar en esas cosas que lo alteraban tanto, y concentrarse en la labor de terminar de ensillar aquellas condenadas cosas.
Se relajó, y de pronto comenzó a silbar, para su sorpresa era una canción de cuna, una de esas que Ariana solía cantarle a Stella con su preciosa voz.
Sonrió para sí mismo dándose cuenta de que no podía sacárselas de la cabeza ni un segundo durante el día.
¿Le causaba eso sorpresa?
–Desde luego que no– respondió en voz alta.
–¿Con quién hablas, Damien?– la pregunta lo tomó desprevenido. Había pensado que se encontraba solo, así que de inmediato se giró.
La alegría abarcó su rostro cuando vio que la inesperada visita era Ariana.
Ariana, tan hermosa como cada mañana.
–Qué agradable sorpresa verte aquí, amor– sonrió abiertamente, y sin esconder ni un poco la felicidad que le causaba. Sin embargo bien sabía que Ariana no solía separarse de Stella durante el día, y además las caballerizas era el lugar que ella menos frecuentaba ahí dentro de la hacienda. –¿Pero qué estás haciendo aquí?– preguntó de inmediato, aunque sin dejar de sonreír como el bobo enamorado que ahora era. –¿Necesitas algo? ¿Sucedió algo?– al hacer aquellas preguntas no pudo evitar sobresaltarse un tanto preocupado.
Ariana sonrió de medio lado, y de inmediato negó.
–No, Damien... No ha sucedido nada malo– respondió en un tono que de pronto él encontró diferente... Más cálido, casi sensual.
Entonces, y sólo entonces, el soldado la miró con mayor atención, y se dio cuenta de algo bastante peculiar...
Ariana no iba vestida como de costumbre. No llevaba uno de sus ligeros y frescos vestiditos, tampoco uno de esos jeans que rellenaba tan perfectamente bien, ni pantalones de licra, ni shortcitos, ni falditas... Sino que llevaba encima una larga y gruesa gabardina en color marrón opaco.
Además llevaba tacones altos rojos.
¿Tacones? ¿Cómo demonios había conseguido llegar hasta ahí en tacones?
Eso lo hizo fruncir el ceño.
Sin embargo lo siguiente que sucedió lo dejó muchísimo más impresionado.
Ariana desató la gabardina, y en un solo y rápido movimiento la dejó caer de inmediato, colocando después ambas manos en su cintura.
Damien se vio obligado entonces a parpadear para asegurarse de que estaba viendo bien, de que era real lo que sus ojos estaban viendo en esos instantes.
Oh, maldición, y lo era.
Era real.
Ariana estaba ahí, con la cabeza alzada, los brazos en cada costado, el cabello castaño ondeando en mechones largos, preciosa, orgullosa y sensual, cubierta únicamente con lencería de encaje blanco, justo después de que la gabardina fuera arrojada a sus pies.
Sonreía y lo miraba con esos exquisitos ojos color miel. Un brillo atrayente y prometedor aparecía en los hermosos iris.
El soldado tragó saliva. ¡Condenación!
Esa era su esposa, perfecta y caliente criatura. La sola imagen consiguió que su polla se alargara endureciéndose contra la cremallera.
No preguntó nada, no mencionó ni una sola cosa al respecto, pero los ojos oscuros lo dijeron todo. Le demostraron a la joven bailarina cuánto era deseada por ese hombre que tenía enfrente, cuánto la amaba.
Damien lanzó al suelo el lustrador que llevaba en sus manos, y de inmediato se acercó a ella tomándola de la cintura para enseguida alzarla contra su torso cargándola al instante, y apoderándose de sus labios justo al tiempo en que Ariana enterraba los diez dedos de sus manos en la espesura de su pelo negro acariciándolo hasta llegar a la nuca, atrayéndolo más hacia ella mientras sentía la fogosa invasión de su lengua contra la suya, y crecientes fragmentos de necesidad corroían a través de sus sentidos.
Un grito ahogado, apenas sofocado, escapó de sus labios cuando los de Damien se desplazaron de los de ella, y comenzaron a extender una línea de besos hasta su cuello.
La castaña gimió, el moreno gruñó de lujuria, y su necesidad animal quedó desatada.
Damien no podía soportarlo más, sabía que no lo soportaría más.
Necesitaba estar dentro de ella, necesitaba follarla.
El deseo lo consumía. Siempre era así.
Ariana hacía que su sangre hirviera.
Cuando el aire les faltó, Damien dejó de besarla, y los dos se miraron fijamente.
Ella era tan jodidamente hermosa... tan perfecta que el soldado quedaba irrevocablemente desarmado y a sus pies.
La pequeña castaña lo era todo para él, lo significaba todo.
Damien se llenó entonces de más urgencia, y de más deseo. Todavía con ella entre sus brazos caminó la distancia que los separaba de la mesa donde mantenía toda la herramienta, pero no la recostó de inmediato, sino que la mantuvo bien sujeta con un brazo, y con el otro barrió todo lo que le estorbaba tirándolo al suelo.
Ariana quedó entonces entre el poderoso cuerpo de Damien, y la orilla de la mesa, sabía que estaba segura mientras él estuviera sujetándola, pero por comodidad alzó una de sus manos hacia atrás y la apoyó sobre la planicie, mientras la otra la dejaba bien anclada contra el inmenso pecho de su hombre.
Damien la sujetó de las caderas mientras ella lo rodeaba con sus piernas, él sonrió y entones comenzó a frotar aquella monstruosa erección contra su delicado centro que podía adivinarse húmedo e inflamado, acariciándola sin piedad, proporcionándole desconocidas sensaciones de placer en una nueva dimensión.
Ariana volvió a gemir extasiada, y cuando abrió los ojos le fascinó la expresión arrebatada de su marido, el sudor de su sien, las pupilas dilatadas, la acelerada respiración.
De un momento a otro Damien la soltó, pero fue únicamente para desabotonar la camisa que llevaba puesta dejando a la vista el amplio torso cubierto de vello masculino. Pero no la quitó de inmediato, sino que llevó sus manos hasta la hebilla de su cinturón para deshacerse de él.
Un segundo más tarde, sus pantalones bajaron de golpe, y el miembro duro y caliente brincó lleno de impaciencia.
Sin embargo lo que sucedió al instante dejó a Damien bastante desconcertado...
Ariana se había bajado de la mesa y había vuelto a colocarse la gabardina con la que había llegado cubierta.
Ella le sonrió como si no rompiese ni un planto, y caminó deteniéndose justo a su lado.
–Esto sólo ha sido un pequeño adelanto...– su preciosa voz lo torturó. –No comas ansias, campeón– le guiñó un ojo, y pronto le entregó un sobre rosa pastel.
Sin comprender un carajo de lo que estaba ocurriendo, Damien tomó lo que ella le ofrecía, y se quedó pasmado.
Haciendo resonar los tacones en el suelo de las caballerizas, Ariana salió de ahí, dejando a su marido mareado, confundido, con la camisa abotonada, la polla de fuera y la respiración entre cortada.
Le costó un par de segundos más comprender que después de que había tenido a su mujer en los brazos, y habían estado a punto de hacer el amor ahí mismo, ella hubiese desaparecido sin dejarle una maldita explicación.
Entonces fue consciente del sobre en sus manos, y decidió abrirlo, pero antes bajó su mirada y con rapidez se dedicó a guardar las joyas más preciadas de la familia dentro de sus pantalones.
Exhaló, y deseó que la erección desapareciera sin tener que sufrir del mal de las bolas azules, aunque sabía que no tendría tanta suerte.
Un tanto resignado, abrió la nota que le había dejado, y comenzó a leerla:
Esta noche en la Academia, pasa a buscarme, ahí estaré esperándote. Tengo algo para ti.
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Damien estacionó su Cheerokee frente a la academia Margot Fontaine en punto de las ocho de la noche.
¿Aquello era en serio?
Llegó a preguntarse cuando se bajó de la camioneta.
¿Qué demonios se tramaba Ariana?
Después de lo ocurrido esa mañana en las caballerizas, por lo cual se había tenido que dar más de un baño de agua fría, Damien no había vuelto a verla por la hacienda.
La había buscado por todas partes, pero ella sencillamente no había aparecido.
Una muy sonriente Meryl, que fungía aquella tarde como niñera de Stella, le había dicho que no se preocupara, que Ariana había dicho que tenía cosas que hacer en la ciudad.
Exhaló y miró hacia la entrada del lugar, pero no porque estuviese dudando de entrar, sino porque lo inquietaba bastante el no saber cuáles eran los planes de Ariana, o qué era lo que pretendía.
Se suponía que la academia debía estar cerrada a esas horas. La última clase de las niñas era impartida a las seis de la tarde, y terminaba exclusivamente a las ocho.
Aunque bien era cierto que debido al viaje de miss Margot, Ariana era ahora la encargada, y podía entrar y salir a su antojo.
Se dijo entonces que fuera lo que fuera que ella estuviera planeando, quería saberlo ya, así que de inmediato se adentró.
Tal y como decía un segundo mensaje que había recibido en el transcurso de aquel día, la puerta estaba sin seguro, pero una vez que él entrara, debía asegurarse de dejar bien cerrado.
Ya adentro, Damien se giró para mirar a su alrededor. Por un segundo, dudó entonces de que Ariana realmente se encontrara ahí, pues estaba todo tan oscuro y solitario.
Sin embargo antes de que pudiera pensar en otra cosa, su celular comenzó a sonar.
Por fortuna era ella.
–¿Ariana?– contestó de inmediato.
–¿Estás aquí?– preguntó la joven tras la línea.
–Si te refieres a la academia donde trabajas, sí, aquí estoy. ¿Dónde estás tú?–
–Bien, dirígete al último salón, el que utilizamos las maestras para nuestros ensayos– sin decir una sola cosa más, Ariana colgó.
Damien miró su celular, más confundido que nunca, pero dispuesto a obedecer en todo.
Entonces caminó hacia el último salón.
–¿Ariana, dónde estás?– la llamó al entrar, pero no obtuvo respuesta, y eso lo hizo entender menos. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué no respondía? –¡Ariana! ¿Quieres que juguemos al escondite?– de nuevo nadie respondió. No había ninguna señal de que su esposa se encontrara realmente ahí. Eso lo hizo desesperarse un tanto. –¡Ariana, esto ya no es divertido, sal ahora mismo!–
Con el ceño fruncido, Damien miró a su alrededor en busca de esa pequeña traviesa, sin embargo lo que encontró lo dejó pasmado.
Justo ahí, en el medio del salón había una larga y brillante barra de acero que parecía perfectamente anclada desde el suelo hasta el techo.
Entonces las luces se apagaron, pero en su lugar se encendió la cortina de luz que adornaba la pared como una cascada.
–¿Qué demonios...–
Antes de que Damien pudiese terminar su frase, la encontró.
Ariana...
O la sombra de ella.
Podía ver su curvilínea y menuda figura tras el biombo. De pie, dando la espalda, erguida en todo su metro cincuenta y tres, con las manos sobre su cintura.
Damien la deseó al instante. El hambre se vertió a través de él.
¿Pero qué era aquello?
Intentó averiguarlo, sin embargo antes de que pudiera decir algo más, se quedó en silencio al verla salir de ahí.
La garganta de Damien se cerró en un nudo cuando vio lo que llevaba puesto...
La pequeña y traviesa gatita llevaba sobre su piel un diminuto trajecito en color negro que dejaba al descubierto la totalidad de sus largas piernas, enfatizaba su cintura, y realzaba la llenura de sus pechos sin dejar nada a la imaginación, enmarcándolos con listones que iban anudados tras su cuello.
Su maquillaje era denso, iba descalza, joder. Y además su cabello... Largo, larguísimo cabello castaño que caía en ondas sensuales cubriéndola como un manto.
Damien tragó saliva, y por momentos se quedó sin respiración. Su pulso se aceleró, su miembro rabioso puso a prueba los botones de sus pantalones.
Ariana no mencionó nada, ni siquiera lo miró, sino que caminó directo a la barra rodeando su grosor con ambas manos.
Fallin' de Alicia Keys comenzó a sonar desde alguna parte de la habitación, y a Damien le quedó entonces bien en claro lo que era aquello. Su corazón dio un vuelco haciendo que casi le explotara, el pechó se le inflamó de anhelo, los ojos oscuros destellaron, y el deseo lo llenó sin consideración alguna.
Lentamente y bien sujeta, Ariana dio la primera vuelta para tomar vuelo. Comenzó a girar de manera provocativa mientras el pequeño y esbelto cuerpo era curvado ante la forma de la barra y de los movimientos.
De manera ágil, Ariana volvió a caer en un pie, deteniendo así las vueltas.
¡Joder!
Ella estaba haciéndolo todo en puntas, mezclando los sensuales movimientos con pasos de ballet.
¡Oh, dulce, dulce condenación!
Su calidez fluía sobre sus sentidos, y el olor de su necesidad femenina lo ponía tan duro que sus pantalones iban a reventar en cualquier instante. Damien estaba seguro de que llevaría la marca de la cremallera por mucho, muchísimo tiempo más.
La dureza de su polla estaba lastimándolo terriblemente. Deseaba, ansiaba, anhelaba.
Aquella mujer conseguía ponerlo así simplemente con dirigirle una mirada, pero con aquello... Estaba matándolo. Lo mataría.
Damien estaba a punto de morir de lujuria. Lo sabía. No iba a resistir más aquello.
¿Alguna vez había imaginado que su tierna e inocente esposa iba a transformarse en esa candente diosa del sexo?
Pues lo hubiese creído o no, ahí estaba.
Pequeña, preciosa y perfecta Ariana.
Ella era puro calor femenino, y promesa erótica.
Al son de la música, se pegó de espaldas a la barra, sujetándola por encima de su cabeza, y poco a poco comenzó a bajar doblando sus rodillas hasta llegar al suelo, y arqueando todo su esbelto cuerpo, volvió a ponerse en pie en un solo movimiento.
Pasó sus manos por todas sus formas, acunando primero su par de pechos, pasándolas por su estrecha cintura...
¡Mierda!
Damien deseaba tanto que fueran sus propias manos las que la acariciaban.
Lentamente, y caminando de manera sensual, Ariana avanzó hasta él colocando ambas manos en su pecho.
Damien no fue consciente de que ella lo arrastraba hacia atrás sino hasta que cayó sentado sobre un amplio y cómodo sofá, que él ni siquiera había advertido antes.
Ariana se inclinó ante él con una sonrisa que lo hizo derrumbarse por completo. Acercó su hermosa carita, y Damien creyó que ella lo besaría, sin embargo eso no sucedió.
La respiración del soldado se alteró mucho más cuando la vio regresar junto a la barra.
Ella meneó deliciosamente las caderas al tiempo que enterraba sus manos en su cabello. Se dejó caer al suelo, y su cabeza dio una vuelta completa revoloteando todos los mechones castaños. Se puso en pie, pero enseguida volvió a menear las redondeadas caderas, y poco a poco las bajó hasta quedar en cuclillas. Luego tomó la barra, y su pelvis comenzó los movimientos...
Bajó la mirada, y no volvió a mirarlo, pues necesitaba toda su concentración, y estaba costándole mucho el poder mantenerla. Estaba demasiado excitada, podía sentir cómo la sangre corría a través de sus venas.
Damien quedó fascinado, debilitado. Los ojos negros brillando con violenta excitación, llenos de fuego.
Cuando Ariana estuvo de nuevo erguida, no soltó la barra de entre sus manos, sino que la sujetó aún con más fuerza, comenzó a girar, cayendo y levantándose sobre las puntas de sus pies, y girando por todo su alrededor en movimientos bien sincronizados.
De nuevo se alzó en puntas, y lo siguiente que sucedió dejó a Damien más impresionado que excitado...
La joven bailarina se inclinó de lado atravesando la barra, y abriendo sus piernas en su totalidad quedando en forma de T horizontal.
Aquella mujer era de goma, y no había otra explicación.
Ariana enganchó la pierna superior en la barra, y de nuevo comenzó a girar mientras dejaba caer su cabeza, y las vueltas iban en aumento.
Sin embargo para ese momento Damien ya no soportó más el dulce tormento.
Su polla estaba más dura de lo que había estado nunca, sus pelotas tensas.
Decidido se puso en pie, y caminó hasta llegar a ella, cogiéndola de los brazos y pegándola por completo a su torso.
Ariana sonrió para sus adentros advirtiendo que había conseguido lo planeado... Hacerlo perder el control.
Entonces las grandes y toscas manos del soldado que rodeaban sus brazos, subieron hasta llegar a sus hombros y abarcar la redondez de sus senos.
Damien los acarició sintiéndose más posesivo que nunca.
La mujer era suya, él era de ella. Sencillo.
Apartó de pronto los mechones acaramelados, y comenzó a besar la extensión de su nuca con apasionados besos.
Ariana cerró los ojos, y se dejó caer contra él.
Desesperado, Damien la giró y la apretó contra su cuerpo, cogiéndola de la cintura y levantándola del suelo para poder conducirla al sofá.
Ahí se sentó, y ella quedó metida entre sus piernas.
La sangre de Damien hirvió, la de Ariana también.
Su deseo por ella. El de ella por él.
La castaña llevó sus manos a sus amplios hombros y después a su cuello, lo besó entonces con un hambre que condujo aguijones de pura y cruda necesidad directamente a su entrepierna.
El beso, la pasión, todo se derramó en ella, y un rugido masculino resonó en el pecho del soldado, haciéndola gemir en respuesta.
Sin esperar más, Ariana se puso en pie, y Damien intentó seguirla, dispuesto a impedir que volviese a irse y lo dejara de aquel modo como esa mañana en las caballerizas.
Por fortuna Ariana no fue a ninguna parte. Se quedó ahí frente a él, y enseguida desanudó los listones del corsé para poder quitarlo.
–Déjame hacerlo a mí– le rogó él. La voz tensa, más ronca, excitada.
Sonriendo sensualmente, Ariana se lo permitió.
Los robustos dedos de Damien se ocuparon entonces de quitar del medio aquella prenda. Desanudó los listones de sus pechos, y también los de la espalda.
La pieza fue quitada de inmediato, pero era solamente una porción del sexy trajecito que cubría su abdomen.
Ariana quedó en un atrevido bra sin tirantes, y diminutas braguitas de encaje negro.
El lobo dentro de Damien comenzó a aullar incapaz de contener el deseo.
Todavía sentado, alzó las manos para poder tocarla y cogerla para atraerla hacia él, pero las manos de Ariana fueron más rápidas y lo empujaron contra el sillón para que se recostara.
Damien creyó que lo siguiente que ella haría sería colocarse encima de él para seguir besándose, pero no lo hizo.
Ariana se giró de espaldas, y lentamente tomó asiento entre sus piernas, justo sobre el relieve de la monstruosa erección.
Aquello debió haber sido lo más erótico que Damien pudiese haber visto y sentido antes.
Él dejó caer la cabeza hacia atrás, y el suspiro que brotó desde su garganta fue largo y tenso.
Cuando Ariana comenzó a menear las caderas por encima de su polla, él supo que en efecto así había sido.
Sus terminaciones nerviosas comenzaron a vibrar por las sensaciones placenteras.
Intentó resistir, y entonces se alzó para poder tomarla de la cintura, y guiar él mismo los movimientos.
Sin embargo Ariana decidió que ya era tiempo de girarse, y se acomodó a horcajadas sobre él.
Las manos de Damien fueron de su trasero a su cintura, acariciando todo el recorrido.
Suave y perfecta piel.
Unieron sus bocas en otro apasionado beso que los hizo suspirar y anhelar más.
Jadeos, gemidos y más suspiros.
Ariana deslizó sus dedos en el pelo oscuro. Las cálidas hebras se enredaron alrededor de ellos como seda viviente.
Ella sintió entonces la necesidad ardiendo en su interior ponerse más caliente. Bajó sus manos acariciando en el camino su torso por encima de la camisa hasta llegar a la hebilla de su cinturón.
Tres segundos más tarde, el cinturón ya estaba en el suelo. Ariana había conseguido quitarlo en tiempo record.
Damien se estremeció de placer anticipado cuando la vio abrir los pantalones y tomar su polla entre sus delicadas y pequeñas manos.
Intentó controlarse, intentó que la bestia en su interior se dominara.
Ariana observó el miembro masculino, y lo tocó regocijándose con la sensación.
Cada centímetro de él estaba tan duro... tan caliente. La punta hinchada pulsaba, latía con desesperación, y el propio cuerpo de Ariana ardió de necesidad mientras lo veía luchar por mantener el control.
¡Caramba! ¡Cuánto lo amaba!
Su amor por ese hombre iba más allá de todos los límites.
Entonces comenzó los movimientos de arriba abajo prestando atención especial al glande que empezó a derramar líquido preseminal.
Astutamente Ariana lo utilizó como lubricante, y el placer de Damien fue en aumento.
El gemido masculino resonó como si se lo hubiesen arrancado, desgarrado del pecho.
Apenas fue capaz de contenerse.
Se estremeció una vez más, se retorció bajo el pequeño cuerpo de su esposa, y no pudo resistirlo mucho tiempo más después de que su semen fuese derramado.
Ariana utilizó una franela para limpiarse, y enseguida volvió a él, besándolo con tanto ardor que Damien volvió a quemarse.
Cegado de lujuria, él bajó las copas del sostén dejando las curvas plenas de sus senos al descubierto. Masajeó una vez más, esta vez piel con piel, y luego bajó la cabeza. Sus labios exigentes y calientes cubrieron un pezón antes de pasar al otro.
–Maldita sea...– siseó Damien. –Necesito sentirte, preciosa... Necesito sentirte ya–
Ariana se alzó entonces sobre él, pero Damien no la soltó.
Ella comenzó a desanudar los listones laterales que llevaban sus bragas, mientras lo miraba fijamente.
Oh, y su marido la observaba fascinado.
¡Joder!
Le encantaba. Amaba todas las sensaciones y los matices al mirarla cuando lo deseaba, cuando deseaba reclamar lo que le pertenecía únicamente a ella.
En un instante, su esposa quedó completamente desnuda ante él.
De nuevo Ariana se acercó, y lo abrazó por el cuello hasta que su boca quedó bien cerquita de su oído.
–Fóllame...– le suplicó mientras el anhelante placer comenzaba a atravesarla como un rayo. –Oh, cielo santo, Damien, fóllame–
Con desesperación él comenzó a bajar los pantalones hasta dejarlos en sus tobillos.
Ariana estaba desnuda, ardiendo por él, y se preparó entonces para la cabalgata dura.
Un segundo más tarde, comenzó a ser llenada por la erección. La anchura de la punta empezó a abrirse camino para el pesado tronco que le seguía.
La joven mujer se tensó como cada vez sin poder evitarlo. Aspiró hondo e intentó relajarse en la misma rutina que utilizaba cada vez que se entregaba a aquel enorme hombre.
Damien se impulsó deslizándose un poco más adentro, se detuvo cuando la vio arquear la espalda, y soltar un agudo gemido. De inmediato colocó su mano en el rostro para pegarla a él, y acariciarla con ternura mientras conseguía que cediera.
Poco a poco comenzó a sentir que su mujer lo tomaba centímetro a centímetro mientras la observaba arquear los definidos y esbeltos contornos de su frágil cuerpo, tensándose más y más hasta recibirle por completo.
¡Oh, dulce placer celestial!
Eso era su paz, estar dentro de ella.
La sensación era tan deliciosa, tan íntima mientras el placer se enterraba profundamente dentro de sus emociones.
El primer empuje los hizo gemir de manera devastadora.
Damien ardió mientras la tomaba, siguiendo el ritmo que marcaba aquel fuego, obteniendo reacciones salvajes, dulces, sensuales, violentas que los sobrepasaba cada vez que la tocaba.
Sin aliento, los dos detuvieron sus movimientos, y se miraron fijamente.
El soldado no se pudo creer lo hermosa que era ella, su rostro, su cuerpo, su cabello... Espectacular cabello tan castaño, que caía sobre sus hombros, sobrepasaba sus senos, y se ondulaba en una tentación devastadora.
–Eres tan bonita, joder...– susurró mientras pasaba sus manos por su delicada espalda hasta subirlas al cabello, y plantar en ella un beso lleno de ardor.
Todo el ser de Damien se llenó de más y más desesperación, el deseo se redobló con fuerza. Gruñó y comenzó a forcejear con los botones de su camisa ante el anhelo de sentirla piel contra piel.
Sin embargo la tarea le resultó bastante difícil. Maldijo los diminutos botones cuando sus dedos comenzaron a luchar contra ellos.
Luego de unos frustrantes instantes, ella le apartó las manos con delicadeza, y soltó los botones uno a uno, con movimientos lentos e inconscientemente seductores, prefiriendo hacerlo ella misma a tener que coserlos todos más tarde.
La camisa fue abierta entonces revelando el inmenso y varonil pecho.
Damien se alzó un poco, lo suficiente para permitirle liberarlo de la camisa.
La lujuria de Ariana se disparó más y más cuando lo tuvo ante ella desnudo.
Duro y musculoso, su cuerpo más grande que el suyo, devastador, protector.
Ella diminuta en sus brazos.
El soldado continuó penetrándola, llenándola una y otra vez mientras su propio miembro latía con fuerza dentro de ella.
–Te amo, nena... Te amo tanto... Todo lo que tengo es para ti, amor, tómalo–
Y Ariana así lo hizo. Subió y bajó encima de él, las manos bien ancladas en sus pectorales, aferrándose a todo lo que su hombre le ofrecía, amándolo a cada penetración, a cada caricia, a cada beso, a cada instante.
–Te amo, Damien...–
–Ayúdame...– le suplicó él sorpresivamente. Los dientes apretados, el sudor escurriendo por sus sienes. –Por favor ayúdame a controlarme... Te... ¡Oh, mierda! Te deseo tanto pero no quiero herirte–
Ariana sonrió, y se inclinó para besarlo tomando su cabeza y enredando las manos en la negrura de su pelo.
Ella no deseaba sexo lento y pausado. No deseaba delicadeza. Deseaba intensidad. Lo deseaba duro y profundo. A él.
–No quiero... no quiero que te controles, Damien...– susurró contra su oído. –Hazme tuya, soy solo tuya...–
Damien obedeció. Tomó al pie de la letra y cedió a sus instintos. La penetró profundamente mientras sus manos sujetaban las caderas femeninas. Luego subían a la espalda siguiendo el curso de la columna.
La besó, su sabor lo volvió más loco.
Ariana gimió en su boca, jadeó, los gritos rotos escaparon de sus labios, se aferró a su hombre.
Damien era tan fuerte... Ariana sentía toda esa fuerza en su interior, se embargaba de ella.
Era perfecto. Primitivo y salvaje. Reclamándola porque era suya.
Y mientras la llenaba, ella subió sus manos para acariciarlo.
Cada músculo de él estaba rígido por la determinación, los tendones de su cuello se tensaban, el sudor escurría por sus sienes mientras la hacía suya con un ritmo duro y constante, follándola con elemental erotismo, entrando en ella más profundamente con cada movimiento, haciéndola estremecerse con el amplio y brutal calor, con su poder, con las sensaciones.
Los gemidos de Ariana no cesaron, y entonces los labios masculinos se movieron por la parte superior de sus pechos, su lengua lamió su piel.
Damien lo había sabido desde tiempo atrás, lo había sabido desde siempre pero en ese instante, la certeza de aquella convicción volvió a golpearlo.
Nunca habría otra mujer en su vida más que esa preciosa dulce, amorosa y sensual castaña de delicadas curvas, voz angelical y ojitos color miel.
Nunca.
Entonces lo sintió. Sintió el orgasmo de su mujer que se avecinaba.
Antes de que Ariana pudiera contenerlo, antes de que pudiera mantener su equilibrio, fue lanzada a una llamarada tan intensa, tan voraz, que la atravesó sin piedad.
Las sensaciones fueron demasiado. Demasiadas.
Damien la sintió estallar mientras contenía el aliento y una brillante estela de increíble y envolvente calor quemó todo su interior.
Su placer se fusionó con el suyo, y un rugido brutal desgarró su garganta cuando se corrió con una ferocidad que lo dejó delirando.
Ariana se abrazó a su pecho temblando, y Damien la acunó entre sus brazos.
Los dos jadearon, buscaron recuperar sus respiraciones, juntos después de la avalancha.
Damien buscó la mirada de ella, y se encontró con su hermosa carita ruborizada, observando cómo ella abría lentamente las largas pestañas.
Con su mano la hizo levantar el mentón.
Ella le sonrió, aún sin recuperarse del todo, y esa sonrisa llenó el corazón del soldado como nada nunca lo había hecho.
–Tan bonita...– repitió. –Qué preciosa que eres, no puedo creer que seas mía–
–Damien, te amo– tomó su cara entre las manos, y volvió a besarlo.
Él le devolvió el beso, pero a los pocos instantes la soltó para poder decirle algo.
–Me mentiste–
Ariana frunció el ceño sin comprender a qué se refería.
–¿Te mentí?–
–En Canadá. Dijiste que ahora sí ya lo sabía todo de ti. Pero creo que olvidaste mencionar esto–
Entonces Ariana no pudo evitar sonreír traviesamente al comprender de qué hablaba.
–Bueno, una no va por ahí diciendo que conoce el baile de las cabareteras–
Damien no pudo evitar soltar una carcajada, aunque enseguida volvió a adoptar su pose de indignación.
–Pero yo soy tu marido, tenía derecho a saberlo–
Sin embargo Ariana sabía muy bien cómo hacer que se olvidara de eso, y se contentara.
Sonrió plenamente y con sus manos acarició su pecho jugueteando con el vello oscuro y masajeando la extensa zona.
–Quería darte una sorpresa– le dijo en tono inocente y seductor. –¿Te gustó? ¿Te gustó que bailara para ti?–
De nuevo Damien perdió el pulso y parte de su control. La excitación volvió a dominarlo.
–¡Joder, sí!– entonces se abalanzó contra ella, recostándola sobre el sofá y comiéndosela a besos.
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Estaba viviendo la mejor etapa de su vida, estaba segura de eso.
Nunca, nunca antes en toda su vida había sido tan feliz.
Ariana vivía ahora con una genuina sonrisa.
Damien la hacía feliz. Stella la hacía feliz.
No podía pedir nada más porque todo era perfecto.
No quedaba ni siquiera el rastro de lo que había sido su vida pasada.
Él le había mostrado un mundo diferente, lo había cambiado todo.
Damien que a diario le daba todo su amor. Damien que era el hombre perfecto para ella, quien le había otorgado el regalo más preciado que era la hija de ambos.
Mientras observaba a su hija, el corazón de Ariana se llenó de amor corriendo el riesgo de explotar en cualquier instante.
Se encontraba sentada en aquella banca frente a su casa donde salía pasar las tardes cuando estaba embarazada, justo para mirar la puesta de sol.
Sin embargo las cosas en ese instante eran ahora muy diferentes.
Ya no estaba embarazada, pero ahora tenía a su pequeña a su lado.
Mientras ella permanecía sentada ahí bajo el inmenso árbol, Stella jugueteaba en el césped en compañía de Rambo que no paraba de hacerla reír.
Le encantaba verla tan feliz, ser testigo de lo rápido que iba creciendo, acompañarla en su despertar ante el mundo, y deleitarse cada día en el gran parecido que iba adquiriendo de su padre.
Cada vez era más evidente la herencia de él en ella, y eso hacía que Ariana se enamorara más y más de los dos.
Soltó un suspiro de tranquilidad, mientras pensaba en lo que prepararía de cenar esa noche para cuando Damien llegara. Tal vez podría sorprenderlo y prepararle su comida favorita.
¡Sí!
Era una buena idea, y eso la emocionó muchísimo.
Todavía pensaba en ello cuando vio que Tim se acercaba.
Ella le sonrió a manera de saludo.
–Disculpe que la moleste, señora, pero ha llegado este paquete para usted–
Ariana miró el enorme sobre color marrón, y frunció el ceño.
Era extraño que llegara correspondencia para ella.
–Gracias, Tim, y no te preocupes, no molestas en absoluto–
El trabajador le sonrió de manera respetuosa, caló su sombrero con caballerosidad, y enseguida se alejó.
Ariana continuó mirando el paquete que había tomado, e intentó adivinar de qué podría tratarse. Lo palpó con sus manos, e incluso lo llevó hasta su oído sólo por si se escuchaba algo, pero nada sucedió.
Exhaló, y decidió que lo averiguaría en ese instante.
Se puso en pie, y tomó a Stella en brazos.
–Vamos, Rambo– llamó al perro para que las siguiera, y entonces entraron a la casa.
Ariana dejó a la pequeña en su corral de juegos, y fue directo a la cocina para tomar un cuchillo.
Puesto que el sobre estaba envuelto en montones de capas de cinta adhesiva, iba a ser difícil conseguir abrirlo.
Con la ayuda del cuchillo, lo consiguió a los pocos instantes.
Ariana se confundió aún más cuando dentro de aquel sobre se encontró con una carpeta.
Al parecer eran papeles.
Sin embargo cuando la abrió, se dio cuenta de que no eran papeles los que albergaba, sino fotografías.
Fotografías de Damien y Victoria...
La confusión abarcó entonces toda expresión en su rostro.
¿Qué demonios era aquello?
Los primeros segundos no lo creyó. Cerró los ojos, y negó con la cabeza, esperanzada de que hubiese visto mal, pero cuando los abrió de nuevo y miró las fotos, no tuvo tanta suerte.
No era un sueño, era una pesadilla, y una muy real.
El dolor acompañado de un escalofrío de amargas lágrimas aparecieron en los ojos color miel, y no pudo hacer nada por evitar derramarlas.
Todo fue peor cuando encontró la nota escrita con el puño y letra de su prima.
Lamento mucho arruinar tu cuento de hadas, pero entérate de una vez que no eres una princesa, y Damien no es el príncipe que crees... Parecen ser un matrimonio muy lindo, aunque no lo son. Él dice que te ama, pero me prefiere a mí en su cama, y aquí tienes la prueba.
El estómago se le revolvió en ese instante, y ella entró dentro de una especie de conmoción que la dejó realmente aturdida.
Ariana soltó las fotografías, tan asqueada como si tuviesen una enfermedad contagiosa, dejándolas caer al suelo, mientras los propios pedazos de su alma se rompían.
Con sus manos cubrió su boca para ahogar un desgarrador sollozo, sin embargo el torrente de lágrimas fue imposible de detener.
Aquello no podía estar pasando... ¡Por el cielo santo, no!
Ariana sintió entonces un dolor en el pecho muy grande, tan profundo, que ella supo al instante que todos sus sueños y todas sus ilusiones se habían desbaratado en tan solo un segundo.
Se estremeció de asco, y de nuevo sintió que vomitaría.
Victoria, su prima, desnuda en aquella cama, durmiendo junto a Damien...
–No...– sollozó su voz entre cortada, puro dolor.
Intentó en vano detener las lágrimas, pero no fue posible. Sabía que tenía que tranquilizarse, sabía que...
–¿Ariana?– la voz de Damien la llamó.
Escucharlo fue como si un cuchillazo le atravesara las entrañas. No se atrevió a girarse para mirarlo, no todavía.
–¿Ariana, qué ocurre?– volvió a preguntar él.
Cerrando los ojos, e intentando contener el aliento, la chica se giró para mirarlo.
Damien observó entonces la escena, y supo que algo marchaba mal, bastante mal.
Ariana con los ojos llorosos, lágrimas escurriendo por entre sus mejillas, temblando, y con... ¿fotografías regadas en el suelo?
Antes de que pudiera preguntar algo más, Damien se inclinó para tomar una de ellas, mientras su esposa lo observaba en su doloroso silencio.
Cuando Damien miró su contenido, una ráfaga de recuerdos atravesó su mente.
Él y Victoria aquella tarde en el Sunly, a punto de follar y romper los votos matrimoniales.
¡Mierda!
Comprendió entonces lo que había ocurrido, y sintió como si el mundo se le hubiese venido encima.
–Ariana, te juro que hay una explicación. ¡Te lo juro!– le dijo en tono desesperado. Intentó acercarse a ella, sin embargo Ariana se alejó de él.
–¡No! ¡No te me acerques!– le gritó furiosa.
Damien se detuvo, y alzó las manos intentando tranquilizarla.
–Tienes que escucharme, Ariana–
Ariana cerró sus ojos, e intentó controlar sus emociones.
Todavía había una mínima esperanza. Todavía la había, y debía aferrarse a ella.
–¿Son reales?– le preguntó con un nudo en su garganta, y todo su ser comenzó a suplicar.
>Por favor, Damien... Dime que son falsas... Dime que es un montaje y yo voy a creerte. Te juro que creeré en ti<
Con mirada perdida, y casi desolada, Damien permaneció mirando aquellas fotografías por prolongados segundos.
¡Maldición!
Victoria había jugado muy bien sus cartas. Era una perra bastante astuta, pero más tarde iba a tener que rendirle cuentas a él.
En ese momento lo importante era Ariana, y solucionar todo ese malentendido.
Sin embargo pensar en ello le provocaba un hueco en el estómago difícil de tolerar.
No podía mentirle. No podía hacerlo.
¿Pero cómo se lo explicaría?
–Maldita sea, Damien, estoy perdiendo la paciencia– exclamó ella en tono destrozado. –¡Dímelo!– exigió.
–Antes tienes que escucharme– le dijo. –Por lo que más quieras, escúchame–
Pero ella se negó. Todavía lloraba.
–¡No! ¡Maldición, no! ¡Sólo responde si son reales!–
Damien cerró los ojos, y no pudo callar más.
–Son reales– admitió, y la declaración flotó entre ellos aumentando la tensión en el ambiente. –¡Pero no es lo que crees!– se apresuró a añadir.
Tenía que explicárselo, tenía que darle su versión de los hechos porque por su vida que nada era lo que parecía.
Sin embargo Ariana no escuchó nada más. Sus oídos se cerraron en cuanto él lo admitió.
Inútilmente había esperado que lo negara, que dijera que nada era verdad, pero Damien había hecho todo lo contrario.
Lo miró, casi sin poderse creer que aquello en realidad estaba ocurriendo. Que Damien le había mentido durante todo ese tiempo. El hombre que hasta entonces lo había sido todo para ella.
El dolor volvió a atravesarla como una saga, y supo que vomitaría en cualquier instante si no salía rápido de ahí, sino se alejaba rápido de él.
–¡Ariana, tienes que creerme!– lo escuchó suplicar.
Pero ella negó.
–¡Cállate!– le exigió. Cerró los ojos para no tener que mirarlo, y todo su cuerpo tembló de furiosa rabia y dolor lacerante. Entonces le soltó una bofetada con tal fuerza que lo hizo volver la cara con la mejilla ahora enrojecida.
Dio entonces media vuelta, y salió de ahí.
Con pasos bien seguros de que no deseaba permanecer cerca de él ni un solo instante más, Ariana tomó a su hija del corral, y las dos juntas salieron de la casa.
Dolor y furia corroían sin freno por sus venas.
Lágrima tras lágrima se negaban a dejar de fluir. La vista se le tornó nublosa, pero aun así no se detuvo.
–¡Ariana, vuelve! ¡Ariana!– los gritos de Damien suplicándole que volviera fueron como martillazos para sus oídos.
–¿Ariana?– el abuelo George la llamó, y lució bastante preocupado cuando la vio en aquel instante.
Sin embargo la joven estaba tan sumergida en su propio lago de dolor que no fue capaz de detenerse a darle una explicación.
La suerte estuvo de su lado cuando frente a ella pasó Tim conduciendo una de las camionetas de la hacienda.
–¡Tim! ¡Tim!– le gritó desesperada.
El hombre al verla, de inmediato se detuvo, y bajó del vehículo para poder ayudarla.
–¡Señora! ¡¿Qué ha ocurrido?! ¿Se encuentra usted bien? ¿La niña?–
Ariana no respondió a aquellas preguntas.
–¡Tim, por favor sácame de aquí! ¡Llévame a cualquier lado!– le suplicó.
El empleado se quedó mudo y muy confundido por unos instantes.
Miró a la joven esposa de su patrón, y después alzó su mirada hacia el Teniente que se acercaba preocupado.
–¿Qué ocurre?– cuestionó con consternación.
Sin embargo Tim no fue capaz de responder a su pregunta pues él tampoco entendía qué estaba sucediendo.
–¡Ariana!– cuando escuchó la voz de Damien, Ariana supo que la había alcanzado. No se giró, pero él se acercó hasta ella tomándola de los brazos para hacer que lo mirara. –¡Ariana, tenemos que hablar!–
Durante un largo rato, se quedaron mirándose fijamente a los ojos. Los de Damien reflejaban arrepentimiento, los de ella ardían con el fuego de las acusaciones no expresadas, hasta que reaccionó.
–¡Te dije que no me tocaras!– le gritó con furia, y tanto Tim como el Teniente quedaron aún más confundidos.
–Tim, por favor, necesito que me lleves a otra parte–
Tartamudeando, Tim consiguió contestar.
–Por supuesto, señora, sabe que estoy a sus servicios, pero...–
–¡No vas a llevarla a ninguna parte, Tim!– le exigió Damien, ahora desesperado.
Ariana lo miró enfurecida y a manotazos consiguió apartarlo de ella.
Decidida abrió la puerta de la camioneta, y sin ayuda de nadie, consiguió entrar en ella con una Stella bastante asustada en los brazos.
La pequeña observaba la escena con temor en sus grandes y redondos ojitos marrones. No entendía lo que sucedía, pero permanecía quietecita, aferrada a su madre como si intuyera que era muy malo lo que estaba ocurriendo.
Damien corrió directo a ella, y abrió la puerta que segundos antes había sido cerrada.
–¡Ariana, no puedes irte! ¡Te juro que no es lo que parece! ¡Tienes que creerme! ¡Por favor, antes escúchame!–
Ella no respondió, sino que mantuvo la cabeza bien erguida mirando hacia el frente. Ni siquiera iba a dignarse a dirigirle una última mirada. Además de que no podía hacerlo sin terminar de derrumbarse.
En ese instante el Teniente también se acercó.
–Ariana, Damien. ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué han discutido?–
Ni Ariana ni Damien fueron capaces de responderle.
Un tenso silencio le siguió, y el Teniente comenzó a exasperarse.
–¿Qué ha ocurrido?– volvió a preguntar.
Ariana negó con dolor, y desvió la mirada para que no pudiesen ver que las lágrimas seguían brotando. Ella podía sentir la ira surgiendo en su interior, las rasgadas emociones eran más difíciles de definir, pero la furia era claramente reconocible.
–Díselo, o se lo digo yo– le advirtió, pero no lo miró.
–¿Y bien?– insistió el abuelo.
Sin embargo Damien se quedó en silencio, y la paciencia de Ariana se terminó.
–Pasa, que me largo de aquí y me llevo a mi hija, porque no deseo que me sigan viendo la cara ni un instante más. Damien puede quedarse con su amante– las palabras salieron frías.
–¡¿Qué?!– George no lo creyó. El impacto lo golpeó. –No puede ser, Ariana. Deja que Damien hable contigo. Tiene que haber una explicación–
–Por supuesto que la hay, pero ella no quiere escucharme– alegó el soldado.
Desde luego que no lo escucharía.
–Hay fotos de él con Victoria en una cama, así que en lo que a mí respecta, este matrimonio se ha terminado– la voz se le rompió. Lo que comenzó como una acusación, acabó como un lamento. –Tim, por favor, necesito salir de aquí–
El empleado de nuevo se sintió entre la espada y la pared, sin saber qué hacer.
–Estoy seguro de que las fotografías son falsas, Ariana. Por favor, no puedes creer que en verdad Damien te engaña, y aún menos con tu prima–
Ariana cerró los ojos, y la irritación, furia, dolor, decepción hicieron el matiz completo en su rostro.
–Son reales– confirmó.
George se giró para mirar a su nieto con expectación.
Damien, que todavía se negaba a creer que las cosas entre él y Ariana se encontraban en ese punto cuando horas antes se habían demostrado cuánto se amaban, cubrió su cara con ambas manos.
La vergüenza y la culpabilidad se vieron entonces reflejadas, y él no fue capaz de negarlo.
–Abuelo, son reales, pero cree en lo que te digo. No sucedió nada, te lo juro. Fue una trampa de Victoria–
La expresión de George Keegan parecía esculpida en granito. Sombrío y distante, no reveló emoción alguna.
Miró a su nieto cara a cara.
–¿Estuviste en la misma cama que Victoria Sheen?– le preguntó.
Y para Damien no pudo haber existido peor pregunta que aquella. Aun así la respondió.
–Sí–
Entonces algo se quebró dentro de él mismo.
George cerró los ojos y negó para sí con gran decepción. Ariana lloró sin freno desde la cabina de la camioneta. Y su alma rota, se rompió un poco más.
–Sí, pero...– Damien intentó explicarse, pero su abuelo no se lo permitió.
–Será mejor que te calles de una vez– le habló con dureza. –Tim, lleva a Ariana con su amiga Dove. Asegúrate que se queden ella y Stella seguras y a salvo–
El empleado asintió, y se montó enseguida a la camioneta.
–¡Abuelo, no puedes hacer eso! ¡No puedes dejar que se vaya! ¡Mierda, es mi esposa!– rugió.
Pero George negó.
–Has perdido su respeto, su amor, y también tus derechos. No puedes impedirle que se vaya– entonces con una seña en su mano, dio la orden a Tim de que se la llevara.
El Teniente y Damien se miraron. Ambos pares de ojos negros brillando aquella triste noche en todo su esplendor. Los del Teniente con amarga decepción, los de Damien con lágrimas no derramadas, y un profundo dolor que lo consumió.
Ninguno de los dos dijo nada al respecto.
Las palabras sobrarían.
Sin embargo Damien no permaneció ahí por mucho más tiempo.
Antes de que George se diera cuenta, su nieto había corrido directo a su camioneta para abordarla.
Determinado y siempre seguro de sus acciones, Damien encendió el motor, y se marchó de ahí a toda velocidad, dispuesto a ir tras su mujer y su hija.
Tenía que solucionar aquello. Tenía que hacerlo porque si no, no iba a poder seguir viviendo.
Él no podía existir sin ella. No había vida, ningún sentido de logro, alegría o libertad si Ariana no estaba a su lado.
¡Joder, tenía que recuperarla!
__________________________________________
Estoy triste y a la vez de feliz, de anunciarles que...
Aquí comienzan los *ÚLTIMOS CAPÍTULOS*
No se pierdan los siguientes caps porque el desenlace de esta historia está MUY cerca.
VOTEN Y COMENTEN PLS!
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