Capítulo 44
Las amaba.
¡Cielo santo! ¡Cuánto las amaba!
¿Cómo explicar cuán agradecido estaba por ambas?
Eran su vida entera.
Perfectas y preciosas criaturas mágicas.
Cada vez que Damien las miraba... ¡Joder! Cada vez que las miraba él volvía a reencontrarse consigo mismo. El corazón se le inundaba de paz y confortación, todo su mundo se iluminaba, y le llegaba la certeza de que todo estaría bien simplemente porque ellas dos existían.
Damien las observaba. Se encontraba ahí, sentado sobre los escaloncillos del pórtico, mientras Ariana caminaba en círculo manteniendo el agarre de las diminutas manitas de Stella para que pudiese dar cortos pasos sin caerse.
Decir que estaba fascinado era poco. Estaba hipnotizado, hechizado, y sonreía lleno de esperanza y alegría. Dos cosas que antes él no conocía.
Estaba locamente enamorado, y eso era irrevocable. Ariana y Stella habían traído esa paz, esa esperanza y esa alegría que superaban en mucho todos sus sueños.
En ese instante la pequeña Stella comenzó a dar grititos de alegría, y Ariana la miró con tal adoración que el pecho del joven soldado quedó desbocado.
Las facciones de Ariana se embellecían increíblemente más con el solo hecho de darle amor a la hija de ambos, y eso era espectacular.
Enseguida la vio levantar la mirada para sonreírle a él, mostrándole esa hermosísima sonrisa que le decía <te amo> y que reservaba sólo para él.
Damien también le sonrió, consciente de que todo el amor que le provocaba quedaba reflejado en su rostro.
¡Maldición!
Amaba el marrón de sus ojos y la dulzura de su sonrisa.
Se sintió entonces embargado de cálidas emociones que lo transportaron a otra galaxia, y lo hicieron de pronto imaginar que su corazón podía estallar de tanto que las amaba.
Qué estupendo que era, pensó con emoción. Qué estupendo era poder ser libre, poder amar sin reservas, y sentirse amado al mismo tiempo.
–Empezará a caminar en unos cuantos días, estoy segura de eso– exclamó de pronto Ariana mientras alzaba a la niña para besarle tiernamente una de sus regordetas mejillas.
Damien miró fijamente a su hija. Stella que recién había cumplido su primer año, y ya demostraba habilidades bastante avanzadas para un bebé de su edad.
–Así será– secundó orgulloso, y continuó mirando a la bebé.
Había ocasiones en las que Damien miraba a Stella, y no podía evitar pensar en su propia madre y en todas sus pesadillas. Parecía increíble la manera en la que su vida había cambiado, y todo gracias a esa pequeña cosita balbuceante de ojitos marrones.
Le costaba a veces creerlo. Cada mañana despertaba con el inmenso temor de que todo hubiese sido un sueño, Ariana, Stella, y la felicidad que ellas le brindaban, y cuando se daba cuenta aliviado de que era real, no podía hacer otra cosa más que dar gracias con todo su corazón.
No podía borrar su pasado, ni tampoco cambiarlo, pero al menos ahora podía aceptarlo y superarlo.
No quería volver a vivir en aquel infierno. Nunca más...
–¿Damien?– la voz de su esposa lo llamó de pronto.
Ariana había dejado a Stella sentadita sobre el pasto, y lo miraba con un delicado ceño de confusión mesclado con preocupación. Había estado observándolo segundos antes, y había notado el cambio en sus ojos, el tormento que de pronto había aparecido.
Lo conocía demasiado bien. Ariana conocía todas sus expresiones, lo que significaban, lo que transmitían. También conocía sus silencios. Y conocía de primera mano su método para enfrentarse al miedo.
–Todo está bien– le sonrió de una manera tan dulce que Damien no pudo resistirse.
De inmediato se puso en pie y se acercó hasta ella.
La tomó de la cintura con delicadeza, las gigantescas manos rodearon la diminuta cintura en una caricia sensual y tierna a la vez, luego capturó su boca, y la besó con amor, con pasión y con cada una de las emociones que ella despertaba en él.
–Lo sé– susurró después contra su frente, dejó de besarla pero no la soltó. –Mientras tú y Stella estén a mi lado, sé que todo irá bien. Por favor nunca vayas a dejarme–
La sonrisa de Ariana volvió a cautivarlo. Ella subió sus manos a su duro rostro y lo acarició suavemente.
–Nunca voy a dejarte, Damien. Te amo–
–Te amo– repitió él, y de nuevo le pareció todo increíble. Aquella belleza castaña que tenía por esposa era cálida y preciosa. Era un regalo que jamás había imaginado que tendría. –Te amo, preciosa, me tienes loco, estoy tan feliz de que estés conmigo, de que me ames como yo te amo. Gracias, gracias por ayudarme a dejar atrás mi pasado y todo lo que venía arrastrando, y gracias por darme el regalo más hermoso que es Stella, tú y ella son todo para mí, te juro que no hay nada ni nadie más importante–
Ariana continuó acariciándolo, y mientras lo hacía, cada palabra que salía de los labios de su marido le inflamaba el corazón de más y más amor. Se alzó entonces de puntitas para plantarle otro beso pero entonces Damien se llenó de tanta euforia que la rodeó con sus brazos, y la levantó del suelo cargándola contra su pecho, y empezó a besarla de manera más profunda.
¡Joder!
Esa hermosísima hada mágica lo era todo. Ella conseguía llevarlo hasta la aceptación. A su lado la tragedia de su infancia y su pasado dejaban de tener cavidad, y en su lugar aparecían las ilusiones y los sueños, sueños e ilusiones que nunca antes se había atrevido a tener.
¡Mierda! ¡Qué feliz era!
Casi gritó de júbilo.
–¡Cielo santo, Damien! ¡Vas a romper a esa pobre niña!– exclamó Meryl que recién llegaba, sin embargo a pesar de que su tono de voz había demostrado preocupación, su cara no lo hacía, sino que sonreía contenta y maravillada de verlos tan enamorados.
El soldado reía mientras bajaba a su menuda mujer, y la dejaba en el suelo con todo cuidado.
Luego de eso Ariana se inclinó para tomar a su niña en los brazos.
Damien la miró en el proceso.
Él siempre había tenido la sensación de que el más mínimo soplo de viento iba a hacer que saliera volando, pero no. A pesar de su aspecto frágil, ella era fuerte.
–Es pequeña, pero resistente y llena de fortaleza– contesto Damien guiñándole un ojo graciosamente al ama de llaves.
La sonrisa de Meryl fue gigantesca.
–No saben lo feliz que me hace ver lo mucho que se aman–
Damien soltó un suspiro de orgullo y satisfacción, y pronto rodeó los hombros de su bella y joven esposa.
–Gracias, Meryl– respondió Ariana sonriendo.
–Te aseguro que yo soy el más feliz– secundó Damien.
–Ya lo veo– asintió Meryl. –Se ven estupendos–
La parejita enamorada se miró enseguida fijamente, cálidas emociones salieron más y más a flote.
–Gracias– contestaron ambos.
–¿Saldrán esta noche?–
–Ariana y yo estamos invitados a una cena importante en casa del Coronel Freeman–
–Entonces yo seré la más feliz cuidando de esta preciosura– Meryl extendió los brazos, y de inmediato Stella se inclinó emocionada para que la mujer pudiese cargarla.
Damien le dio entonces un sonoro beso a su esposa en la mejilla, y después otro a su hija que ya estaba en los brazos de la amorosa mujer que con tanto cariño la cuidaba.
–Te lo agradezco, Meryl. Eres de gran ayuda– le sonrió sinceramente. –Ahora debo irme a la base, pero estaré aquí temprano para que mi chica y yo vayamos a esa cena– le guiñó un ojo a Ariana.
La castaña enrojeció sin poder evitarlo, y suspiro cuando lo vio marcharse, tan varonil y encantador que todo su interior se volvía estragos.
–No disimulan ni un poco, y eso me encanta. Se ven adorables–
Ariana exhaló.
–Lo amo tanto, Meryl–
–Lo sé, cariño, lo he sabido desde hace mucho tiempo–
–Tal vez me enamoré de él desde el primer momento– admitió la joven mientras observaba cómo Damien montaba su camioneta, encendía el motor y se marchaba de la hacienda a toda velocidad.
A Meryl no le sorprendió escuchar aquello.
–Estoy segura de que a Damien le sucedió lo mismo. No podía ocultarlo por más que lo intentaba–
–Tenía miedo– dijo Ariana de pronto, mientras su mirada quedaba fija en la entrada de la hacienda por donde momentos antes Damien había salido.
Meryl asintió.
–Exactamente sucedía eso. ¿Recuerdas cuando te dije que eras una amenaza para él? No lo decía sólo por decir. Conozco a ese muchacho, se crió bajo mis cuidados, resultó increíblemente obvio el cambio que causaste en él con tu llegada. Seguía siendo difícil, no lo niego, pero con una enorme diferencia–
Ariana sonrió de lado.
–Me duele en el alma cada vez que pienso en todo lo que tuvo que sufrir de pequeño, y que lo hizo ser quién era– bajó las largas pestañas, y trató de contener las lágrimas.
Meryl se acercó a ella, y la rodeó con un brazo.
–Algunas personas...– empezó. –Tienen que recorrer primero un largo camino antes de encontrar su hogar, su paz y su verdadera felicidad. Damien sufrió y vivió algo horripilante, pero después de todo aquello, te encontró, y ahora ese pasado queda enterrado para ser sólo eso, pasado. Lo que a Damien le queda es un futuro maravilloso junto a ti y Stella. No se cuestionen más sobre ese pasado, y vivan su vida, disfrútenla y ámense porque el amor es lo más bello, y ustedes son afortunados de tenerlo–
Las palabras de Meryl consiguieron su cometido. Ariana sabía que ella tenía razón.
Sonrió.
–Yo me encargaré de que se olvide de ese pasado, quiero sanar todas sus heridas, Meryl, quiero cuidarlo y que nunca vuelva a sufrir por nada–
La anciana mujer la miró con ternura.
–Eres tan dulce, Ari. Pero déjame decirte que eso ya lo has hecho, cariño. Lo devolviste a la vida, y sus heridas ya están siendo sanadas. Velo cuando te mira y sonríe, haz hecho de él un hombre nuevo–
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Y Damien se sentía de aquel modo.
Como un hombre nuevo.
Casi no podía creerse que en efecto ese era él.
Aquel sujeto sentado en la mesa, sonriendo y conviviendo con otras personas, pasándola bien y disfrutando. Aquella sonrisa en su rostro era imposible de borrar, sobre todo porque a su lado se encontraba su hermosísima esposa.
Oh, Ariana. Ariana se veía tan hermosa aquella noche. Su cabello era estupendo, largo y siempre ondulado, su belleza tan natural tan pura, y ese vestidito... ¡Mierda! Los vestidos le quedaban siempre tan jodidamente bien, ella los moldeaba de una manera estupenda, y Damien no había dejado de pensar en ello desde que salieran de casa. Y al parecer no había sido el único en notarlo, pues las esposas de sus superiores no dejaban de elogiarla.
–Te ves fabulosa, querida. Por todos los cielos, ni siquiera parece que hayas tenido un bebé–
–Sarah tiene razón, Ariana. Menudo cuerpazo que tienes–
Ariana agradeció los halagos, pero no pudo evitar sonrojarse. Siempre era así cada vez que alguien le decía lo guapa que era.
Y a Damien le fascinaban esas expresiones siempre sinceras. Todavía le parecía increíble que ella no se diera cuenta, o no prestara gran importancia a la exquisita belleza que poseía.
Él estaba orgullosísimo de que fuese su mujer, y siempre le gustaba presumir de ella, que todos supieran que era él el dueño de su corazón, el hombre al que amaba.
Maldición, y Damien también la amaba con todas sus fuerzas, cada faceta de ella, cada emoción que mostraba, cada facción de su preciosa carita y cada parte de su cuerpo.
Era un bastardo afortunado, se dijo con media sonrisa que esta vez emitió solamente para sí mismo.
De pronto dejó de lado sus pensamientos, y notó lo emocionada que lucía Ariana en la charla que mantenía con Diana Freeman y Sarah Crowe, al parecer la esposa del Comandante no cabía en felicidad al contarles que su hija mayor estaba a punto de convertirla a ella y a Rusell en abuelos. Por otro lado, el abuelo les contaba a Crowe y a Freeman que el tío Mark y la tía Blake habían vuelto a la gran manzana después de haber pasado meses enteros ahí en Florida.
–Mi hijo y mi nuera han regresado a Nueva York. Querían llevarse con ellos a Jake, pues no les agradó mucho enterarse de lo que ocurrió con él y su tremenda travesura, pero Jake los enfrentó como hombre, y les dijo que no volvería. Quiere quedarse conmigo porque desea ser un soldado–
Damien sonrió al escuchar el orgullo que había en la voz de su abuelo al hablar de su nieto menor y el deseo de seguir sus pasos.
–Debes sentirte muy orgulloso, George– le dijo el Coronel. –Tus dos nietos dentro de la Armada, trayéndote honor a ti, a tu apellido y al país–
El Teniente sonrió.
–Aunque se hubiesen dedicado a barrer calles, yo habría estado orgulloso de ellos– sonrió al mirar a Damien.
El joven soldado le devolvió la sonrisa.
–Bueno, pero no fue el caso, y Damien va que vuela para llegar a un rango tan importante como el tuyo– Crowe se mostró serio pero seguro. –Te lo dice tu Comandante, Damien. Llegarás muy lejos, ¿lo imaginas?–
Damien se encogió de hombros.
–Claro– sonrió. –Cuando alguien entra al Ejército, su principal objetivo es ir ascendiendo–
–Eso es fantástico, porque Crowe tiene razón. Tienes un futuro brillante. Perteneces a esto sin duda, y ya ansiamos volver a verte en batalla muy pronto– le dijo el Coronel.
Damien intentó mostrarse contento y en acuerdo, pero miró de reojo a su mujer, para asegurarse de que ella no hubiese escuchado aquello. Su regreso a la acción era un tema que los había hecho discutir en días pasados.
Por fortuna enseguida el tema fue cambiado por el mismo Freeman.
–Estamos muy contentos de verte ya recuperado–
–Gracias, Coronel, me siento estupendo–
–Se ve, se ve, hijo, te lo aseguro. Brindemos por ello– los cuatro hombres hicieron un pequeño brindis privado entre ellos. Damien lo hizo con agua mineral, desde luego.
–Pero no se podía esperar menos de este muchachote– intervino Crowe de inmediato. –Es fuerte como un toro, era obvio que saldría bien librado–
–¿Qué puedo decir yo?– exclamó el Teniente alzando los hombros de manera graciosa, y con una expresión de satisfacción. –Es un Keegan–
Todos rieron porque era cierto.
En la familia Keegan sólo nacían hombres y mujeres fuertes.
Enseguida continuaron la charla de cosas de la Armada, y más asuntos entre ellos, cuando de pronto Diana Freeman los interrumpió.
–Cariño, escucha esto– llamó principalmente a su esposo. –Ariana se dedica al ballet, ¿lo imaginabas? Es toda una cajita de monerías, me encantaría que diera clases en la Casa Hogar a nuestras niñas–
El Coronel alzó las cejas sorprendido.
–Vaya, eso es muy interesante. Debe ser usted muy talentosa, Ariana– le dijo con total respeto.
Ariana sonrió dispuesta a replicar, y restarse un poco de crédito, cuando fue interrumpida por Damien.
–Lo es– respondió con orgullo. –Pronto irá a Canadá a competir con las mejores del mundo–
Todos los presentes se quedaron entonces sorprendidos y bastante admirados.
–¡Wow! Eso es fantástico– exclamó Sarah maravillada.
–Seguro ganarás– secundó Diana.
–Claro que ganará, porque ella es la mejor de entre todas. Domina el ballet como si fuese la cosa más sencilla, pero caramba, no lo es, es todo un trabajo duro y digno de admiración–
–No sabía que eras profesional, Ariana, te felicito– secundó el Comandante Crowe.
–Admirable, Ariana. Siéntase orgullosa de todo el camino recorrido–
–Cielos, se los agradezco mucho, pero no es para tanto de verdad, Damien suele exagerar a veces– lo miró con una sonrisa llena de timidez.
–Les juro que no exagero– respondió Damien con suficiencia.
–Yo también puedo jurarles eso– George apoyó por completo a su nieto.
El sonrojo de Ariana fue esta vez mucho mayor, mientras todos la miraban con grandes sonrisas.
–No debe sentir pena por ser buena en algo, Ariana, como ya le dije, siéntase orgullosa de sí misma. Esfuércese el doble ahora, demuestre de lo que está hecha, vaya a esa competencia en Canadá y regrese con el trofeo de primer lugar. Después de eso podemos hablar sobre las clases en la Casa Hogar–
Ariana miró al Coronel maravillada. No pudo decir nada más que agradecerle.
–Gracias. Eso haré– respondió segura.
Después de aquello George Keegan empezó a presumirles sobre lo hermosa que estaba su bisnieta.
Las fotografías de Stella consiguieron enamorarlos a todos.
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–Sé que va a lograrlo, abuelo– Damien estaba convencido, y mientras la miraba aquella convicción creció aún más.
Ariana se encontraba en la sala charlando animadamente con Sarah y Diana. Tan bonita y dulce como era siempre ella.
El Teniente se encontraba ahí con él, y también observa a la mujer de su nieto.
–Lo sé, hijo. Soy parte de su club de admiradores, ¿recuerdas?–bromeó.
Damien no pudo evitar sonreír debido a la gracia que le causó. Enseguida de aquello volvió a fijar la mirada en su joven esposa.
Ariana sonreía, y los hoyuelos aparecían en su precioso rostro. Verla sonriendo lo llenaba de manera indescriptible, le inflamaba todo el corazón y hacía que su sangre corriera enloquecida por cada una de sus venas... Probablemente así había sido cómo lo había enamorado y conseguido que le entregara hasta su mismísima alma, sonriendo.
Mierda. Damien supo entonces que en ese instante y siempre, sería capaz de hacer cualquier maldita cosa con tal de ver esa sonrisa.
–Quiero que cumpla su sueño– dijo de pronto.
–Lo hará. La competencia es suya. Arrasará–
Pero Damien negó.
–No me refiero a eso, sino a algo más–
–¿Algo más?– George frunció el ceño, y no comprendió. –¿A qué te refieres?–
–El sueño de Ariana es bailar profesionalmente, ser reconocida. ¿Comprendes? Hasta antes de quedar embarazada su sueño había sido Julliard, una prestigiosa escuela de artes–
El Teniente comprendió entonces.
–Y supongo qué harás algo, ¿no? Tenemos los medios, puedes hacer que Ariana alcance eso y más–
Después de Damien, George era el más interesado en cumplirle cualquier capricho y sueño que ella deseara.
El joven soldado asintió.
–Desde luego– afirmó contento. –Conseguir el acceso a esa escuela es casi imposible, pero ya trabajo en ello–
George sonrió, sabía que tratándose de Ariana su nieto no perdería tiempo alguno.
–Me alegra escuchar eso. ¿Con quién hablaste? ¿Necesitas algún contacto? Tal vez yo pueda...–
Damien lo interrumpió.
–No será necesario, abuelo. Ya tengo al mejor contacto, créeme– dijo contento.
–Estupendo. ¿Se puede saber quién es?–
–Se trata de una de las personas más influyentes de todo Nueva York, la que con sólo levantar su celular y hacer unas cuantas llamadas, puede conseguirlo todo–
Para George no fue difícil adivinarlo.
–¿Blake?–
Damien asintió.
–Así es. Le he pedido ayuda a tía Blake, y ha accedido a ayudarme gustosa. Me llamará en cuanto tenga noticias. Espero que sea muy pronto porque muero por darle la sorpresa–
–Suena estupendo. Es una acción muy noble de parte de mi nuera el conseguir que Ariana se matricule en esa universidad–
Damien se apresuró enseguida a añadir algo importante.
–Es cierto, tía Blake es un ángel, pero lo que ella hará será conseguirle una audición. Ariana y su talento se encargarán del resto–
–Oh, y lo conseguirá– contestó George muy seguro. –O dejo de apellidarme Keegan. Tu esposa logrará entrar–
–Opino lo mismo, abuelo– Damien le sonrió en complicidad.
Después de ese momento enseguida fueron llamados.
Freeman y Crowe que se encontraban al fondo tomándose una copa extra, los llamaron para que así todos pudieran discutir sobre la séptima flota naval de los Estados Unidos, charla que los había mantenido ocupados en los últimos minutos.
George se dirigió hasta ellos de inmediato, y Damien estuvo a punto de hacerlo, sin embargo cuando vio que su esposa se disculpaba con las otras dos mujeres para ir al baño, decidió que haría algo más interesante.
–Ahora voy, debo hacer una llamada– mintió, pero alzó su celular con la mano para que la mentira resultase más creíble.
Salió enseguida de la casa, sin embargo como si fuese un ladrón, la rodeó y consiguió volver a entrar por la puerta de la cocina. Entonces empezó a caminar directo al baño...
Cuando la puerta se abrió de sorpresa, Ariana abrió los ojos horrorizada, y estuvo a punto de gritar, hasta que la gigantesca mano de Damien evitó que el estruendoso sonido saliera.
–Shhhh– la silenció. –Alguien puede escucharnos–
Los ojos marrones lo miraron por encima de la mano que la cubría.
Estos brillaban, y brillaban muchísimo.
Damien se dio cuenta entonces de que la razón por la que brillaban tanto era debido al enojo.
Ariana estaba molesta. Intentó hablar para reclamarle, pero la palma continuó ahogando todas sus réplicas. De inmediato comenzó a forcejear buscando la manera de soltarse.
Finalmente Damien la soltó y alzó las manos en señal de paz.
–Lo lamento, no quería asustarte– se disculpó.
–Casi me matas de un susto, Damien– le recriminó ella.
El soldado sonrió, y de nueva cuenta se acercó esta vez colocando ambas manos alrededor de su bien formada cintura.
–Perdóname, preciosa, ¿sí? Sólo quería estar un momento a solas contigo. Te extraño mucho–
El enojo fue cediendo poco a poco. Ariana se dejó abrazar por él, y sonrió.
–¿Cómo que me extrañas? No me he ido a ninguna parte– rió.
–Me refiero a que extraño que estemos juntos solos los dos. ¿Tú no me extrañas a mí?– bajó su cabeza para depositar un suave beso en sus labios.
Ariana se alzó para poder alcanzarlo.
–Claro que te extraño, tonto– respondió tiernamente, y luego volvió a besarlo aumentando un poco los niveles de pasión que ni él ni ella pudieron contener.
Damien emitió un gruñido, y se encargó de intensificar aún más aquel beso. Sus manos de inmediato la apretaron acercándola más contra su cuerpo, de inmediato comenzaron las caricias.
Caricias que ni ahí ni en ningún otro lugar hubiesen podido evitarse.
El soldado la tocaba con ansia y deseo. La tela del vestido que Ariana llevaba era lo suficientemente delgada para permitirle sentir cada una de sus curvas, y eso lo volvió más loco cuando tomó su trasero de ambos lados, y lo apretó con posesividad.
–Quiero probarte aquí mismo– le dijo, y no bromeaba.
Un pequeñísimo atisbo de cordura apareció como un rayo dentro de la mente de Ariana que había empezado a delirar.
–¿A...aquí?–
–Aquí– la sonrisa de Damien fue puro sexo, pura necesidad.
–Estás loco– exclamó negándose por completo, sin embargo a pesar de lo que decía su boca, su cuerpo demostraba todo lo contrario. No se apartó de él, sino que se pegó aún más, como si estar entre sus brazos fuese de vida o muerte.
–Estoy loco– asintió Damien sin problema. –Pero por ti, muñeca. No puedo esperar más–
Ariana volvió a negar.
–No, no. Esta es la... la casa del Coronel Freeman y su esposa– le costaba pensar, pero aun así intentaba permanecer firme. –No puedes estar hablando en serio, Damien–
Oh, pero Damien hablaba malditamente demasiado en serio, y descubrirlo para Ariana fue como si de pronto le hubiesen echado gasolina a la hoguera.
La excitación aumentó en gran manera, y los arrastró a los dos de manera devastadora. El pequeño y elegante cuarto de baño se llenó de lujuria y avidez sexual.
Damien se inclinó para capturar sus labios con los suyos, y de repente control y cordura fueron las últimas cosas en la mente de Ariana.
–Me encantas, nena– gimió, y su boca se movió hacia su cuello besando toda aquella delicada y fragante extensión. –Cuando te tengo así me olvido de dónde estoy, y me importa un carajo quién nos vea–
–Oh, Damien...– la voz de Ariana se desvaneció lentamente, y se apretó más contra él, buscando con desesperación su anhelante contacto.
Las manos de Damien se engancharon de nuevo en su cintura, y entonces con la facilidad de siempre, la levantó del suelo, y la sentó sobre el lavamanos del baño.
Ariana estaba perdida en su pasión, así que naturalmente abrió sus piernas para que su hombre pudiese acomodarse entre ellas.
El gruñido que se replegó en sus labios la mantuvo fascinada. Posesivo, dominante. Ese era su hombre.
Damien la besó y la besó comiéndosela en cada beso, desesperado mientras sus manos la devoraban a caricias por todas partes. Las puntas de sus dedos callosos, ligeramente ásperas recorrieron cada rincón dentro y fuera del vestidito.
Embargada de deseo, y con la respiración atravesada, Ariana no fue consciente del momento en que Damien bajó sus bragas, y las lanzó al suelo, tampoco fue consciente de que él se iba inclinando más y más, hasta que sintió la cabeza enterrada ahí en el medio de sus piernas, y la lengua sumergida en lo más profundo.
Sus ojos se abrieron entonces con un grito sollozante de frenesí que desgarró su garganta.
–Cielo santo... Da...Damien...–
–Shh... No quieres que alguien sepa que estoy aquí contigo, ¿o sí?– sonrió traviesamente.
Todavía estremeciéndose, Ariana negó con la cabeza, y entonces Damien continuó con lo suyo. Al momento, las manos duras se apoderaron de sus muslos, sosteniéndola en su lugar cuando empezó a follarla con la lengua, llevándola al borde de la liberación.
¡Joder!
Amaba a Ariana, amaba lo mojada que estaba, amaba su sabor... Dulce y perfecto sabor a néctar que él se bebía con hambre.
Oh, y amaba esa perfecta y sonrosadita vagina siempre preparada para él.
Su polla estaba contra el interior de su pierna, gruesa y tan fuerte que se sentía como hierro caliente quemando su piel, entonces bajó una mano, y liberó su erección de la prisión en la que se encontraba para después comenzar a masturbarse una y otra vez mientras obtenía el postre de aquella noche.
Respirando trabajosamente, Ariana se centró en el puro y fiero placer. Mordió sus labios para evitar gritar.
Y entonces, luego de varios minutos de completa agonía, su interior estalló en un orgasmo justo al momento en que los chorros de semen de Damien salían disparados fascinantemente.
Luego de aquella explosión de sensaciones, Ariana no se sintió recuperada del todo, lo contrario de Damien que parecía bastante repuesto.
Se había puesto en pie, había abrochado sus pantalones y su cinturón, había limpiado su esperma, y lavado sus manos, y sonreía con verdadera satisfacción.
–Nos vemos allá afuera, preciosa– le guiñó un ojo, y enseguida salió del baño.
Ariana casi no pudo creerse lo que acababa de suceder, ahí en el baño de los Freeman.
¡Cielo santo!
Damien estaba loco, y ella también.
Intentó recuperarse, buscó a tientas sus bragas para enseguida ponérselas, se cinceló un poco, y peinó su cabello buscando a toda costa borrar cualquier evidencia de lo que había estado haciendo en los últimos minutos.
Antes de marcharse se aseguró también de dejar el baño tal y como lo había encontrado.
Cuando volvió a la sala con los demás, sucedió algo que la hizo desear que la tierra la tragara.
Sarah y Diana la miraron preocupadas.
–Ariana, ¿te encuentras bien?– preguntó una de ellas.
–Pareces demasiado acalorada, querida. ¿Te sientes sofocada?–
La joven castaña comenzó a enrojecer más de lo que ya lo estaba.
Entonces vio a Damien que entraba por la puerta principal con su celular en mano, al parecer terminando una llamada.
Ariana enfureció al verlo tan fresco como una lechuga, y se prometió entonces que se vengaría.
Oh, sí.
Damien Keegan aprendería quién era la que mandaba ahí.
Sonrió.
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–Gracias por cuidar de Stella esta noche, Meryl– le dijo Ariana al momento en que observaba a su pequeña que dormía plácidamente en su cómoda cuna de princesas.
La mujer rubia y anciana negó con una sonrisa.
–No me agradezcas por algo que amo hacer– respondió bondadosamente. –¿Cómo les fue esta noche?–
–Bien, Meryl. Los Freeman son un amor, y también los Crowe–
–Ya lo creo que sí. Pero ahora debo marcharme a darle los medicamentos al Teniente, ya sabes que si no lo hago yo, él no las tomará por su propia cuenta. Tal vez mañana puedas contármelo todo–
Ariana sonrió.
–Por supuesto, Meryl. Oh, y espero que encuentres despierto al abuelo, de camino venía quedándose dormido–
La ama de llaves soltó una carcajada.
–Si lo encuentro dormido le arrojaré un vaso de agua para que despierte– bromeó haciendo que la joven riera, y enseguida caminó hacia la puerta, donde Damien recién aparecía. –Hasta mañana, Damien–
–Hasta mañana, Meryl–
Pronto la mujer se marchó, y cuando Ariana notó la presencia de su marido, su expresión cambió por completo, algo que desde luego Damien notó.
–Ariana... Ya quita esa cara–
Luego de volver a asegurarse que su hijita dormía sin nada que pudiese molestarla, Ariana dio media vuelta, y salió de la habitación con aire femenino de ofendida indignación.
Como perrito faldero, Damien la siguió hasta el pasillo.
–Vamos, al menos mírame– suplicó. –En todo el camino de vuelta a casa no quisiste ni hablarme–
Fue entonces cuando Ariana detuvo su caminar, y se giró para mirarlo.
¡Mierda! Estaba furiosa, y él no pudo más que fijarse en lo preciosa que estaba cuando se cabreaba.
–¿Crees que me tienes muy contenta? Estoy que hiervo de furia– le dijo acusadoramente.
–Eso lo veo– asintió él. –Lo que no entiendo es por qué, si lo único que hice fue darte un orgasmo. ¿Vas a culparme por eso?–
Qué machista que era a veces, pero Ariana se encargaría de eso, claro que lo haría.
–¡Sí!– le respondió.
–Shhhh– Damien le pidió que no gritara. –Tranquilízate, vas a despertar a Stella–
Ariana se dio cuenta de que su esposo tenía razón en cuanto a la hija de ambos, y entonces siguió el camino hacia su habitación con toda la intención de que él la siguiera.
–Por tu culpa corrimos un riesgo enorme. ¡Estábamos en casa del Coronel de los Estados Unidos, con tu Comandante de Brigada, sus esposas, y tu abuelo ahí mismo! ¡Me habría muerto de vergüenza si alguien nos hubiese descubierto!–
–Ariana, no tienes que ponerte así, nadie se dio cuenta–
Pero la chica enfureció más al ver que él no entendía su punto.
–Discúlpate– exigió y se cruzó de brazos.
Damien soltó una risilla.
–Lo lamento, nena, pero no voy a disculparme por algo de lo que no me arrepiento ni me arrepentiré nunca. Me arrepentiré de muchas cosas, Ariana, menos de tener mi lengua en tu...–
–¡Bien!– accedió ella. –Bien– repitió. –Si no quieres disculparte, entonces vendrás aquí y me recompensarás la molestia que me has hecho pasar–
Damien sonrió emocionado.
–¡Pero claro que sí, muñeca!– exclamó contento, y de inmediato hizo ademán de caminar hacia ella para tomarla de la cintura.
Sin embargo en ese instante, Ariana emitió un sonido de negación.
–Alto ahí, y no te acerques–
Damien la miró con el ceño fruncido.
–¿Eh?–
–He dicho que no te acerques, Damien– aclaró mientras pestañeaba de manera inocente, mostrando una tranquila y suave sonrisa.
El soldado se confundió mucho más.
–Pero creí que querías que...–
–Oh sí, eso quiero– concedió. –Pero será a mí manera–
–De acuerdo– él lo aceptó.
–Quítate los zapatos –
Damien obedeció, y quitó sus zapatos, y enseguida los calcetines.
–¿Ahora qué?–
Ariana tomó asiento en el sofá que se encontraba frente a su cama, y se cruzó de piernas con encanto.
–La camisa, mi amor–
Damien comenzó con los botones uno por uno hasta que la camisa se fue abriendo de poco en poco, permitiendo una excitante visión de masculino pecho cubierto de vello oscuro. Cuando la quitó para arrojarla al suelo, quedaron al descubierto sus enormes, musculosos y largos brazos de hombre que parecían albergar toda la fuerza del mundo.
Ariana lo admiró. Le encantaba, la volvía loca. Era un espécimen masculino demasiado imponente y atractivo.
–¿Quieres que me quite ahora el pantalón?– preguntó Damien mientras llevaba ambas manos a la hebilla de su cinturón, sin embargo sólo las dejó ahí. No adelantó ningún movimiento, esperó a que ella hablara.
Qué buen chico, pensó Ariana traviesamente.
No respondió de inmediato. A los pocos segundos se puso en pie.
–No– fue su simple respuesta. –Recuéstate en la cama–
Damien realizó lo que su esposa le ordenaba. No pudo evitarlo, y todo su ser se embargó de una deliciosa emoción acompañada de expectación.
La miró entonces fijamente, y su propio cuerpo se endureció; la lujuria golpeaba a través de cada hueso y músculo que lo comprendía cuando miró el desafío en sus ojos mielosos.
–Ven aquí, Ariana o iré por ti– le ordenó sin dejar de mirarla. Sus ojos comiéndosela y deseando poder tocarla.
Siempre tan macho y dominante.
Ariana soltó un suspiro de impaciencia.
–Regla número uno... Las órdenes las doy yo. ¿Queda claro?–
Con ojos bien abiertos como niño regañado, Damien asintió rápidamente moviendo la cabeza de arriba abajo.
–Buen chico–
–Ariana, esto no tiene sentido– Damien exhaló, y se dejó caer contra las almohadas.
En ese momento la castaña se subió a horcajadas de su cuerpo, y le sonrió.
–Lo tendrá más tarde– prometió.
Tentativa, bellísima, suave, femenina, todo aquello se mezcló con el perfume de su esencia, e hicieron que el pene de Damien se endureciera aún más, y las apretadas bolas latieran de exasperación.
La muy ingrata era demasiado pequeña para su gran cuerpo y sin embargo lo mantenía inmovilizado.
Hipnotizado, mejor dicho.
Era toda una mujer, desde luego, y Damien sentía su feminidad en cada nervio de su masculino cuerpo.
–¿Quieres besarme?– le preguntó Ariana coqueta.
Él asintió de nuevo con la cabeza como si fuera realmente estúpido. Le costó tomar la palabra.
–S...sí, si quiero–
–Bien, puedes hacerlo, pero seré yo quien lo controle, ¿de acuerdo?–
–De acuerdo–
Poco a poco Ariana fue acercándose.
Damien permanecía bajo ella con el cuerpo rígido, palpitando de deseo y de masculinidad cuando los labios de la joven rozaron los suyos.
Intentó dominarse, intentó parecer tranquilo.
Besarla suave y despacio era sencillo, lo había hecho montones de veces, podía lograrlo aunque en esos instantes se encontrara más cachondo que un jovencito virgen con su primera chica.
Empezaron el beso con un ritmo lento, y Ariana no pareció dispuesta a querer intensificarlo. Damien subió entonces sus manos colocándolas en su cabeza, sin embargo ella las tomó.
A Damien no le importó, sino que siguió con el beso, lo que ocasionó que se distrajera hasta no ser consciente de nada más.
Le llevó de pronto un par de segundos en darse cuenta de que su pequeña y traviesa esposa le había deslizado algo cálido y suave por la muñeca. Sólo cuando ella le cogió la otra, se dio cuenta de la restricción en la primera.
De inmediato dejó de besarla.
–¿Pero qué carajo...– tironeó, y entonces la confusión lo abarcó por completo. –¿Qué demonios es esto? ¿Ariana, qué mierda? ¿Qué es esto?–
–Shhhh– lo silenció ella con una sonrisilla. –Es un juguete. Necesitas aprender cuál es tu lugar–
Damien tironeó de nuevo de las ataduras. Estaban bien firmes. Estirando la cabeza hacia un lado, pudo divisar colorines alrededor de sus muñecas. Logró tocar el suave contacto de la seda.
–¿Dónde las has conseguido?–
–Dove las ha comprado por internet, y me las prestó–
–Así no podré tocarte– renegó.
–Ese es el punto, cariño. No tocarás, sólo podrás ver y sentir–
–Pe...pero–
Ariana llevó un dedo a sus labios y lo hizo callar.
–¿No te agrada la idea?–
Damien negó.
–Oh, pues es una lástima, porque a mí tampoco me agradaba la idea de sudar y gemir en el baño del Coronel Freeman, pero aún así sucedió– se encogió de hombros de manera inocentona.
Damien la miró por prolongados segundos sin poderse creer que aquella envoltura de ángel escondiera en realidad a una sexy diablita.
¡Mierda!
–¿Sabes, Ariana? No voy a estar toda la vida atado a mi propia cama, y cuando me sueltes te voy a follar tan duro que no podrás caminar derecha–
Ariana rió ante su poco delicada amenaza.
–Sí, cómo sea–
Estaba burlándose de él.
Y a pesar de la postura humillante en la que se encontraba, Damien tenía una potente y ávida erección.
Estaba tan duro que amenazaba con romper la cremallera de sus pantalones.
Una parte de su ser estaba horrorizada al ser consciente de la facilidad con la que ella lo sometía, pero sabía que no podía reaccionar de otra manera porque era su esclavo, hacía ya demasiado tiempo.
En ese momento, Ariana tomó los bordes de su bonito vestido, y pasándolo por su cabeza, logró deshacerse de él, quedando así en exquisita ropa interior color celeste.
¡Joder!
Qué buena que se veía de celeste.
Damien no podía soportar más la agonía de no poder tocarla. Estaba desesperado, famélico por ella.
Casi aulló de hambre cuando la observó, deliciosa, y encima de él.
Su carita era preciosa, su cuerpo delicado y frágil. Su cabello color caramelo era estupendo. Se había sentido atraído por él desde el primer instante.
–Ariana, te lo ruego, suéltame. Necesito tocarte, nena– su voz era pura súplica. –Necesito...–
–No– fue su única contestación.
Damien comprendió después lo que esa caliente conejita planeaba hacer con él.
Ariana deslizó la hebilla de su cinturón, y comenzó a trabajar con los botones metálicos desprendiéndolos. Al principio, la dura y gruesa longitud de su miembro le dificultó bastante la tarea, pero al final lo consiguió.
Mientras el material se abría, Ariana bajó sus pantalones por sus muslos fuertes y cubiertos de vello rizado, y ahuecó con su palma la abultada carne sólo oculta por el calzoncillo de algodón que llevaba,
La respiración del soldado se volvió más agitada, más violenta.
–No lo hagas, Ariana– volvió a suplicar. Sabía que sería llevado al cielo y al infierno, sabía que no podría soportarlo, no en esos momentos en que la debilidad lo inundaba.
Sin embargo las súplicas fueron en vano. Supo que no habría modo de que pudiera detenerla ni resistirse.
Los labios femeninos, rojos y jugosos, estaban a sólo unos centímetros de aquello que lo hacía tan hombre.
Y aquella fue la visión más emocionante y erótica que había conocido en su vida.
Damien se estremeció. La vio hacer un mohín. Joder, quería esa boca rodeándole la polla, por supuesto que la quería, pero... ¡Oh, dulce sufrimiento!
Los centímetros que los separaban no existieron más.
–Maldita sea...– fue lo último coherente que Damien consiguió decir.
Miles de escalofríos irradiaron de su pene a cada célula de su cuerpo en el momento en que ella comenzó a girar la lengua alrededor del glande.
Ariana envolvió los dedos alrededor del latente tallo, acariciando, bombeando con lentitud mientras comenzaba a saborear la cabeza, y pasaba después la lengua por todo su largo, con un hambre creciente que no podía controlar. Quería tomar todo de él.
La erección se hacía más grande y gruesa con cada caricia. Era enorme, y aún más en contraste con la pequeña boca que ella poseía, sin embargo los dos sabían que era perfectamente capaz de albergarlo.
Ariana amaba tenerlo en su boca, amaba su sabor. Sabor único y caliente que parecía llenar sus sentidos con el arrebato y el poder de una llama lujuriosa salvaje y desesperada.
Damien murmuró algo extraño, pero ella no lo llegó a oír. La sangre estaba tronando en sus oídos, corriendo a través de su cuerpo.
Él la miró y se encontró entonces con un par de grandes e inocentes ojos marrones que también lo miraban, mientras su inflamada polla desaparecía en su boca.
Aquello hizo que se le escapara un gemido del pecho, y los gruñidos aumentaran rugiendo de necesidad por ella, y luchando por control, intentando detener el orgasmo que latía en sus testículos y recorría sus venas.
El placer era incontenible.
¿Cómo había llegado a adquirir Ariana aquellas aptitudes, ese talento para amar que le había transportado a un reino sexual que incluso él, con toda su experiencia, desconocía?
Ni puta idea, pero no lo iba a cuestionar.
Su cabeza cayó de golpe hacia atrás hasta los cojines, y una luz explotó delante de sus ojos cuando el placer se convirtió en un fiero y tortuoso éxtasis superior a cualquier otra sensación que hubiese podido experimentar en su vida.
La apetitosa boca de su esposa continuó devorándolo, mientras cada fuerte latido de la inusual eyaculación brotaba contra su lengua. Entonces explotó, y derramó todo su placer para que ella pudiera beberlo.
Ariana saboreó y disfrutó.
Exhausto y con el sudor brillando en su pecho, corriendo en pequeños riachuelos a lo largo de él, añadiendo al aire una sutil fragancia masculina, Damien intentaba recuperarse del maremoto de emociones cuando de pronto ella se colocó de nuevo encima de él, ahora desnuda.
¡Oh, joder!
¿En qué momento se había quitado la ropa interior?
Todavía un tanto desorientado, Damien la admiró.
Era perfecta. Su cuerpo era perfecto. Preciosos y redondos pechos que lo llamaban y lo tentaban, cinturita de ensueño, caderas estupendas y un par de piernas bien torneadas y formadas.
Damien de nuevo intentó tocar, pero las esposas se lo impidieron una vez más.
–Quiero tocarte, preciosa...– exclamó. –Déjame tocarte... Suelta mis manos, sólo quiero sostenerte. Te prometo que sólo te sostendré–
Pero Ariana no respondió, sino que se encontraba más ocupada preparándose para la deliciosa cabalgata.
Había tomado el pene todavía endurecido, y lo había posicionado justo en su abertura.
Luego, lentamente, centímetro a centímetro, se la fue metiendo. Su progreso fue tan lento que el sudor perló la frente masculina.
Finalmente, lo enterró en su interior cuando sus labios se abrieron en un gemido que ambos compartieron.
Ariana se estremeció, y se arqueó, sintiendo el placer rebasándola en olas suaves y agotadoras.
Él sintió cada milímetro de su polla deslizarse por su sensible capullo.
Estaba claro que ella se lo estaba pasando bien alargando todo lo posible las sensaciones. Entonces él comprendió con creciente sorpresa lo que ocurría. Ariana lo estaba usando. Estaba usándolo para su propio placer.
¡Mierda! Pero no le importaba.
Ariana podía usarlo cuanto ella quisiera. El enojo la había hecho olvidarse de que Damien únicamente vivía para complacerla.
Oh, pero ya lo recordaría.
La joven bailarina colocó ambas manos sobre su estómago, y empezó a impulsarse por sí misma.
Sus senos se alzaron y bajaron volviéndolo más loco, sus rasgos enfatizaban sus ojos grandes y más brillantes que nunca.
Damien no fue capaz de contener sus gruñidos.
Verla a horcajadas sobre sus caderas, su dulce cuerpo recibiéndole, su largo cabello flotando ligeramente en la brisa...
Los lentos y largos movimientos de Ariana casi sacaban por completo de ella el miembro de Damien, antes de que volviera a deslizarse profundamente en su interior, haciéndolo necesitar cada vez más.
Entregarle el control a una mujer nunca había sido su punto fuerte, pero se lo entregó a Ariana. Porque observarla, sentir su toque, era como ser calentado en invierno. La sensualidad lo envolvió, y entonces ella bajó su rostro de manera que su cabello castaño y largo cayera en cascada en el lado izquierdo de la cara, y le ofreció sus labios para que los besara de nuevo.
Damien se encargó de que el beso le resultara devastador. La besó con la misma pasión con que sus caderas se levantaban para poderla llenar una y otra vez.
La penetración se incrementó de pronto, pero fue porque ella así lo dispuso.
Ariana estaba salvaje encima de él, encontrándolo estocada por estocada.
De pronto, para sorpresa del joven soldado, su esposa liberó sus manos en tan sólo un par de segundos.
Las manos de Damien supieron bien entonces lo que tenían que hacer.
La apretaron contra él, haciendo que sus senos se frotaran contra su rudo pecho haciéndolos gemir a ambos por las sensaciones.
Ambas manos en su espalda, parecían gigantescas en comparación con lo menuda que ella era, daban la impresión de que la rodeaban por completo.
La besó con deseo, amor, emoción... Y un desesperado gemido salió de sus labios cuando él abandonó el beso acariciando con los labios el contorno de su mandíbula, la columna arqueada de su cuello, hasta llegar a las puntas duras, rígidas de sus pezones para amamantarse de ellos.
–Eres deliciosa, nena– murmuró contra sus pechos. –¡Joder!– volvió a lamerla porque le resultaba la cosa más apetitosa. –¡Qué hermosa que eres! Me tienes loco, moriría por ti, ¿comprendes?–
–Ámame, Damien– suplicó ella esta vez. –Por favor, ámame–
Él asintió.
–Por siempre, muñeca... Para siempre–
Y eso fue lo que hizo.
Ariana era una llama ardiendo en sus brazos, quemando con sus besos, con el rasgado sonido de su placer, endureciendo su polla dentro de ella ante cada penetración, sus pelotas golpeando duramente sus pliegues, diablos, cada músculo de su cuerpo con la necesidad de tenerla para siempre así justo como la tenía.
Deslizó entonces una de sus manos entre la unión de sus cuerpos, hasta meterla entre sus muslos.
Bastaron un par de caricias con las yemas de sus dedos para que Ariana se corriera con un espléndido orgasmo que la hizo viajar a las estrellas.
Y de pronto él tampoco pudo impedir el suyo, tal y como no podía impedir que la noche se convirtiera en día.
Sus ojos negros se abrieron cuando un grito sollozante de frenesí desgarró su garganta. El nudo se extendió sobre Ariana, estirándola con más fuerza, bloqueándolo en lo más profundo de ella mientras sentía su semen chorreando en la entrada de su útero.
Entonces, un imperfecto sonido femenino desgarró completamente sus sentidos, y Damien supo que Ariana había alcanzado un orgasmo más.
Al cabo de unos segundos eternos, la joven y delicada mujer se dejó caer exhausta contra el pecho del enorme hombre que la protegería de todos, contra todo, y jadeó entrecortadamente.
Agotado, Damien cerró sus ojos, pero levantó una mano para acariciar la sedosidad del acaramelado cabello.
¡Joder! Aquella mujer que dormía protegida siempre por sus brazos, era el centro de su mundo.
Su preciosa y diminuta hada mágica lo era todo. Significaba todo.
La amaba con todas sus fuerzas.
Y amar a Ariana, era un regalo divino.
¿Qué habría hecho para merecerla?
>Será mejor que no te lo cuestiones, cabrón<
Así Damien durmió con una profunda sonrisa.
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Sólo quiero pedirles disculpas por la demora. Espero que el cap haya sido una buena recompensa.
Esperopoder tener pronto el siguiente. Se resolverá parte de un gran misterio, asíque no vayan a perdérselo.
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