Capítulo 42
Le creía. Creía en Damien. Confiaba en él, en su palabra de honor, en su fortaleza y en su astucia.
Sin embargo había ocasiones en las que para Ariana era difícil seguir creyendo, y aún más difícil mantener las fuerzas y la esperanza.
Meses enteros habían transcurrido desde que le dijeran que Damien había sido reportado como perdido en combate, meses enteros habían transcurrido desde que le destruyeran la vida por completo.
Era demasiado el tiempo, demasiada la angustia y la incertidumbre.
Ariana había cumplido los 19 años en aquel periodo, un cumpleaños lleno de tristeza era lo que podía recordar. Los dientitos de Stella habían comenzado a aparecer, y en el transcurso de aquellos meses había crecido muchísimo. Estaba convirtiéndose en una niña preciosa, cada vez más idéntica a su padre, pero él no estaba ahí para verla.
De pronto, ahí en su habitación, mientras se miraba en el espejo intentando maquillarse aunque fuera un poco, los ojos castaños de Ariana se llenaron de lastimosas lágrimas. La sola idea de que Damien no estaría a su lado cuando Stella dijera sus primeras palabras o cuando empezara a caminar, le causó un dolor que la golpeó en lo más profundo, y sin piedad alguna.
Luchó contra la agonía que la atravesaba.
Ariana deseaba ser más fuerte, deseaba poder soportarlo y saber afrontarlo. Pero no podía.
Habían sido meses de búsqueda, pero hasta ese momento no sabían nada de él, la Brigada de los Estados Unidos no habían encontrado nada que pudiera mantener ese rayito de esperanza.
Todo apuntaba a que Damien nunca volvería.
Sin embargo Ariana seguía confiando. Era difícil, sí, pero aun así ella continuaba aferrándose a lo imposible.
Damien estaba vivo, se lo decía su alma. Lo sentía en cada parte de su ser. Tenía que ser de ese modo. Damien no podría estar muerto, porque si era así ella también tendría que estarlo. Su corazón latía junto al suyo. Eran uno solo.
No. Muerto no.
Él vivía.
Era una esperanza diminuta, pero aun así Ariana se aferraba a ella con todas sus fuerzas aunque aquello la dejara cada vez más débil.
Ariana se dio cuenta entonces de que intentarutilizar maquillaje no valdría de nada, no cuando las lágrimas no cesaban, y seguían brotando cada vez más.
Se rindió, lanzó lejos la brocha y enseguida se puso en pie de la banquilla de su tocador.
En ese momento alguien tocó la puerta de su habitación.
Al girarse Ariana pudo darse cuenta de que era Meryl quien había aparecido.
La mujer soltó una exclamación en cuanto la miró.
–Oh, Ariana, ¿pero es que acaso no piensas venir a la cena? Toda la familia está esperando por ti–
Era 25 de diciembre, se suponía que debía estar feliz. Navidad era su festividad favorita, sin embargo en esos momentos Ariana no tenía espíritu para celebrar nada, no sin Damien. Ni siquiera había colocado el árbol. Su casa estaba tan triste y apagada como ella misma.
–Lo lamento, Meryl, por favor discúlpame con todos–
El ama de llaves no pudo ocultarlo, ella también estaba llena de tristeza.
–Entiendo bien lo que debes estar sintiendo, todos aquí tenemos roto el corazón, y no tenemos ánimo de festejar nada, pero estamos haciendo un esfuerzo enorme para sobrellevarlo de la mejor manera. Ariana, por favor no sigas derrumbándote. Anda, ven con nosotros, y muestra una sonrisa, yo sé que a Damien le encantaría verte sonriendo–
El llanto regresó.
–No puedo– sollozó, y la voz se le fue en un hilo. –Meryl, te juro que no puedo–
Destrozada, Meryl la tomó de las manos.
–Si puedes–
Ariana volvió a negar.
–Es demasiado... Siento que me voy a morir de dolor–
–¡No!– exclamó la mujer de inmediato. –Cielo bendito, no digas esas cosas. Vas a estar bien, Ariana, por favor ten fe. Tu pequeña te necesita, ¿no lo ves? Stella necesita a su madre, pero no te necesita así, débily destrozada, te necesita valiente y más fuerte que nunca– mientras terminaba de decir eso, Meryl salió de la habitación, dio unos cuantos pasos, y a los pocos segundos regresó con la niña cargada.
Stella parecía contenta, sonreía, soltaba gorgoritos, y se remolía de los brazos de Meryl alzando las manitas hacia mamá.
Ariana sintió una preciosa sensación en su interior, esa misma que aparecía cada vez que miraba a esa hermosísima criatura que ella y Damien habían concebido.
Su pecho se llenó de amor por completo.
Sabía que Meryl tenía razón. Su hija la necesitaba.
De inmediato la tomó en brazos, y la abrazó contra su pecho aferrándose al consuelo que encontró en el pequeño y cálido cuerpecito.
–Sólo iré un momento– anunció.
Meryl sonrió.
–Nos conformamos con eso. Ya verás que la pasarás bien. Queremos hacerte sentir mejor–
Pero Ariana sabía que nada funcionaría.
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La Navidad estaba siendo celebrada en la Hacienda Keegan, sin embargo no se encontraba el entusiasmo que debía de haber.
La tristeza podía respirarse en el ambiente, la angustia casi podía tocarse.
Ahí en el comedor, nadie hablaba, no había ánimos de nada, tampoco tenían apetito. No era una celebración como las demás, las personas presentes miraban hacia abajo con expresión apesadumbrada.
George como jefe de familia se encontraba sentado a la cabecilla del comedor, pálido y ojeroso, con apariencia de haber envejecido al menos diez años más. Se encontraba ahí físicamente, pero su mente estaba perdida en otra parte. Junto a él se encontraba Mark, su hijo, y Blake, su esposa. Ninguno parecía muy animado, sino todo lo contario. Habían llegado en cuanto se enteraron de la desaparición de Damien, y desde entonces no se habían marchado.
Jake era el más distante de todos. Después de aquella desgracia no había vuelto a ser el mismo chico juguetón y risueño. Constantemente estaba de mal humor, discutía, y continuaba metiéndose en problemas. No lo había admitido, pero la desaparición de su más grande héroe lo había destrozado.
Cuando entró Ariana todos la miraron de inmediato, un poco sorprendidos. En realidad no habían esperado que ella fuese a aparecer.
La primera en reaccionar fue Blake. Se puso en pie con rapidez, y pronto avanzó hacia ella.
–Oh, Ariana, no sabes la alegría que nos da que estés aquí– desde el primero momento en que aquella mujer llegó a la hacienda, le había mostrado todo su apoyo y cariño a la destrozada joven. –Ven, siéntate, cena con nosotros–
Ariana le agradeció con una triste sonrisa, y tomó asiento en la primera silla que encontró vacía.
Cara marchita, amargura, labios pálidos, mirada tormentosa, así fue como la chica estaba mostrándose ante toda su familia.
–Ariana, qué gusto que estés aquí con todos nosotros– le dijo Mark con tono amistoso.
–¡Y también esta preciosura!– exclamó Blake cuando tomó a Stella de los brazos de Meryl, y enseguida empezó a hacerle un montón de mimos ocasionando que la pequeña sonriera.
Al instante Mark se puso en pie, y se acercó a su esposa tomando la pequeña manita de Stella, e inclinándose para hacerla reír un poco. Después ayudó a su esposa a que volviera a tomar asiento.
El Teniente y Ariana se miraron fijamente. Los dos podían comprenderse, comprendían el tempestuoso dolor que subyugaba a sus almas, porque lo compartían.
–Dile a las empleadas que pueden comenzar a servir la cena, Meryl– dijo con voz ronca. De pronto su rostro se contrajo, y sus ojos oscuros llenaron de lágrimas que no derramó. Había estado a punto de decir "estamos completos". Pero no lo estaban. Faltaba su muchacho. Damien no había vuelto a casa. Su corazón dolió.
Y también dolía ver a Ariana de aquel modo.
Meryl y él se miraron. Aunque la ama de llaves había intentado mostrarse un poco animada, en esos instantes no pudo ocultar su expresión de angustia.
Los dos estaban preocupadísimos por Ariana. Temían que fuese a enfermarse. Se le veía cada vez peor, además empezaba a lucir mucho más delgada y demacrada.
Mientras las empleadas colocaban la ostentosa cena en la mesa, George miró fijamente a la esposa de su nieto mayor.
Ariana en cambio mantenía la mirada fija en Stella que balbuceaba y jugueteaba en brazos de Blake.
George sabía que la única razón por la que Ariana no se derrumbaba era únicamente por su hija. Stella era lo único que la mantenía en pie, ella y la esperanza de volver a ver a Damien vivo.
Tragó saliva.
No era justo, se dijo. No era justo que los buenos fueran los que siempre tenían que sufrir.
¡Maldición!
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–No sé cuánto tiempo más pueda seguir soportando esto, Mark– le dijo el Teniente a su hijo, justo después de que la cena terminara.
Las mujeres de la familia y Jake se encontraban en la sala repartiendo los obsequios, mientras que él y Mark se encontraban un tanto alejados.
–Papá... sé que esto no es fácil de sobrellevar, pero...–
George exhaló.
–Tienes razón, no es fácil– George Keegan se tensó. –No es fácil ver cómo Ariana continúa aferrándose a la esperanza de que Damien vive y volverá en cualquier momento, cuando yo ya he perdido toda la fe–
Mark bajó la cabeza con tristeza.
–Quisiera poder decirte que no pierdas esa fe, pero... crecí viendo cómo volvías a casa después de la guerra, con tu cara triste porque alguno de tus compañeros había encontrado la muerte en batalla–
Sí, George también lo recordaba, y era por ello que estaba casi seguro de que su nieto había muerto a manos del enemigo.
De nuevo su corazón dolió tanto como si una garra estuviese apretándolo hasta hacerlo sangrar.
Mark mantuvo su mirada baja, luego la subió para mirar directo hacia donde se encontraba su hijo. Jake que se encontraba destrozado ante aquella situación desalentadora.
El chico estaba incluso más rebelde, y parecíatenerles mucho rencor a él y a Blake.
Exhaló, y lamentó no haber estado más presente en la vida de su hijo.
–¿Te das cuenta, Mark?– la voz de su padre hizo que el hombre volviera su atención en él. –¿Te das cuenta de que no fui capaz de cuidar a ninguno de los dos?–
Mark comprendió perfecto de qué hablaba, y un nudo se formó en su garganta.
–Papá...–
Pero el Teniente negó.
–No pude hacerlo, Mark. Vanessa murió, y ahora Damien también–
–Padre, tú bien sabes que la muerte de mi hermana no fue culpa tuya, fue un accidente, ese tráiler se estampó contra su auto–
George alzó la mano para pedirle que dejara de hablar. No le gustaba recordar la manera en la que había muerto su hija.
–Indirectamente pudo haber sido mi culpa... No la cuidé cuando ese maldito hombre le hizo lo que le hizo, ¿recuerdas? A partir de entonces su vida fue un infierno, y su sufrimiento no terminó sino hasta que murió–
Mark sintió entonces una aflicción muy grande en su pecho. Él también se había sentido culpable muchísimas veces. En aquella época había estado demasiado ocupado en sus propios asuntos de la universidad, y no le había prestado demasiada atención a su hermanita pequeña, hasta que la desgracia la azotó.
Mark Keegan cerró sus ojos, y soltó un suspiro bastante profundo.
George se puso todavía más pálido.
–Le juré a Vanessa en su tumba que yo cuidaría de Damien, pero de nuevo le fallé. Probablemente él esté ahora muerto, y yo no sé cómo demonios lidiar con eso–
–Debemos ser fuertes, papá–
El Teniente negó.
–He intentado ser fuerte durante todos estos meses, pero no sé si voy a seguir soportándolo–
–Deberás hacerlo– apuntó su hijo. –Recuerda a Ariana y a tu bisnieta, ellas van a necesitarte–
Los ojos oscuros del anciano se dirigieron enseguida a la pobre chica de carita destrozada que intentaba seguir la conversación de Blake y Meryl pero sin lograrlo.
Mark tenía razón. Ariana y Stella necesitarían apoyo y protección, y él iba a brindárselos.
Sin embargo sabía que nunca dejaría de doler.
–Ariana no lo resistirá– dijo todavía mirándola. –Lo ama demasiado. Se morirá de tristeza–
Mark negó.
–No dejaremos que eso ocurra. Estaremos unidos todos como familia, y juntos la ayudaremos a salir de esta. Después de todo, Ariana no está sola–
–Tienes razón– asintió George. –Debemos comenzar a aceptar el hecho de que Damien no volverá, y empezar a ocuparnos de hacer que Ariana lo acepte y lo supere–
A Mark le dolía, por supuesto, pero estuvo de acuerdo con él.
Soltó un suspiro.
Ambos hombres vieron cuando Ariana se ponía en pie, y dejaba a la bebé al cuidado de las demás mujeres.
–Ahora vuelvo– escucharon que decía justo antes de dirigirse a la puerta.
George le hizo a Mark una seña de que iría con ella, y pronto su hijo asintió, y se marchó de vuelta a la sala para tomar a la bebé y cargarla para hacerle mimos.
–Ariana, ¿a dónde vas? ¿Ocurrió algo?– le preguntó cuando la detuvo antes de que saliera.
La chica negó.
–Sólo quiero salir un poco–
El Teniente frunció el ceño.
–Pero hace mucho frío ahí afuera– era pleno invierno.
Ariana se encogió de hombros.
–Llevo mi suéter. Además no tardaré, sólo será un momento–
George la miró por detenidos momentos.
–¿Te sientes mal?–
Ariana negó.
–No, pero sí estoy algo cansada, cuando vuelva nos marcharemos Stella y yo–
Aquel comentario hizo que George recordara algo importantísimo que debía tratar con ella de inmediato.
–Ariana, estoy muy preocupado por ti– le dijo. –A decir verdad, todos en la familia lo estamos. Tal vez sería mejor idea que tú y Stella se mudaran aquí–
La joven negó y estuvo a punto de replicar, pero antes de que dijera algo, el Teniente la tomó de las manos.
–No te estoy diciendo esto como en veces anteriores porque tenga miedo de que algún loco vuelva a meterse a esta hacienda, sino para que no estés solita, llorando a diario y pensando en Damien. Te hará bien algo de compañía, ¿no crees?–
Ariana negó.
–Nunca me iré de esa casa, abuelo– le dijo determinadamente. –Estar ahí es la única manera que tengo de sentirme cerca de él– los ojos castaños se inundaron de pronto de lágrimas.
George se quedó mudo. Ariana tampoco dijo nada más. Entonces ella se alejó, abrió la puerta y salió. De nuevo el Teniente se quedó muy angustiado.
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Era cierto, hacía demasiado frío, pero había momentos en los que Ariana llegaba a no sentir nada.
Incapaz de sentir apetito, sueño o frío, Ariana sólo sentía el dolor de su corazón.
La luna brillaba, pero no había ninguna estrella haciéndole compañía. Parecía una noche gris y apagada, una Navidad triste y desalentadora.
Le hacía falta Damien. No podía estar completa sin él. Se moría porque él no estaba.
Las lágrimas que habían estado inundando sus ojos, y que ella había intentado contener, no pudieron ser más resguardadas. Estas resbalaron por toda la extensión de sus mejillas hasta resbalar por su mentón.
Lo extrañaba demasiado, lo amaba con todas sus fuerzas, aquel era el hombre de su vida, y Ariana no soportaba la idea de saber que le habían hecho daño.
No recordaba haber sufrido tanto como estaba sufriendo en esos instantes. Cuando sus padres murieron ella no había sido más que una niña pequeña y debido a ello no recordaba mucho. Pero en esa ocasión era diferente, el dolor y la angustia la tenían desarmada.
Estaba rota, y sólo el regreso de Damien podría volver a unir todas sus piezas.
¿Dónde estaba? ¿Dónde demonios estaba Damien y por qué no había vuelto? ¿Estaba bien? ¿Estaba herido?
¡Maldita sea!
Era imposible soportar tal angustia.
Ariana ahogó un sollozo. Tapó su boca con la palma de su mano para evitar gritar, pero los sollozos aun así salieron.
Lloró amargamente, y los sonidos de su llanto se mesclaron con el sonido del viento.
Sorbiendo su nariz, Ariana bajó los escaloncillos del pórtico, y tomó asiento. Una ráfaga golpeó su rostro, y ella se estremeció, pero aun así deseaba seguir ahí.
–¿Ariana?–
La voz que la llamó la hizo voltear.
–¿Ariana, qué haces aquí afuera? ¡Está friísimo, te enfermarás!– era Shawn, de inmediato se acercó para ayudarla a ponerse en pie. –Vamos, debes entrar pronto–
Ariana negó.
–Quiero estar aquí–
Shawn la miró confundido, y entonces pudo darse cuenta de que ella estaba llorando. No le sorprendió, porque en el transcurso de aquellos meses había visto esos ojitos llorosos más veces de las que su propio corazón hubiese deseado, pero sí que lo preocupó. Llevaba todo ese tiempo sintiéndose preocupado por ella. Enseguida se aguantó el frío, y tomó asiento a su lado. Cruzó los brazos sobre sus rodillas, y miró hacia el frente.
–Tienes que ser muy fuerte, Ariana, aún más, debes exigírtelo a ti misma–
La joven bailarina continuó sollozando.
–Es que a veces no puedo, Shawn–
–Sí que puedes– la animó. –Yo sé que eres una mujer llena de fortaleza–
Ariana negó una y otra vez.
–No...–
Shawn la miró fijamente.
–Sí... Eres la digna esposa de un soldado, y como tal lo esperarás–
De pronto Ariana comenzó a limpiarse las lágrimas, aunque seguían brotando. Miró a su amigo como si él le hubiese dado una nueva esperanza.
–¿T...tú crees que Damien volverá?–
–¡Pero claro!– asintió el vaquero.
–Nadie en casa cree que será así...– de nuevo el llanto la llenó. –Ellos no me lo quieren decir, pero sé que no creen que Damien siga vivo. Por favor tú no me mientas– suplicó.
Con cariño, Shawn limpió sus lágrimas con toda delicadeza y ternura.
–Yo creo que vive, y creo que va a volver. El patrón es de acero– le sonrió amistosamente. –Y volverá en cualquier momento, ¿sabes por qué? Porque jamás dejaría su lugar libre para que alguien más viniera y te conquistara– bromeó, pero en parte hablaba en serio. –Ese hombre te ama, Ariana–
Entonces la carita de la castaña se inundó de más y más tristeza. Bajó la cabeza y negó.
–Él... él no me ama– su voz se quebró.
–¿Por qué dices eso?–
Ariana bajó la mirada y contuvo las lágrimas.
–Porque nunca lo dijo– jamás Damien le había dicho que la amaba, aún y cuando ella sí lo había hecho.
Shawn la miró incrédulo.
–¿Y todo lo que ha hecho por ti? El hombre cambió completamente por ti, empezó a sonreír, cosa que te puedo jurar nunca hizo antes de que llegaras a su vida–
–Shawn...– Ariana intentó interrumpirlo, pero él no se lo permitió.
–Ariana, debiste haberlo visto el día que entraron aquí esos terroristas y te drogaron, o el día en que intentaron atacarte en la entrada de la hacienda. Debiste haber visto su cara, estaba determinado a matar a esos tipos porque se habían atrevido hacerte daño... ¡Caramba! Encima voló miles de kilómetros sólo para estar un par de horas contigo– Shawn había visto la avioneta a medianoche, y lo había dejado sorprendidísimo. –Eso solamente lo hace alguien muuuuy enamorado–
Al ver que la castaña no respondía, sino que se había quedado enmudecida, decidió dejarla sola porque sabía que ella lo necesitaba así.
Suspiró y se puso en pie.
–No tardes mucho en estar aquí, ¿vale? Sé que al patrón no le agradará saber que dejamos que te enfermaras– le dio una palmada en el hombro, le sonrió una última vez, y sin más se marchó.
Ariana se quedó de nuevo sola, ahí bajo la luz de la luna, sopesando cada una de las palabras de Shawn.
Damien la amaba.
Eso inflamó su corazón de más y más anhelo, pero la hizo sentirse con más vida, con más fuerza y con más vigor.
Miró hacia el cielo oscuro, y colocó una de sus manos en su pecho sintiendo cómo su corazón golpeteaba con latidos desiguales.
>¿Dónde estás Damien?... Vuelve, mi amor, te lo suplico, vuelve<
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>Te amo... Te necesito... Regresa, Damien. No puedo vivir sin ti... No te mueras, por favor no te mueras<
Esa voz... Podía escuchar perfectamente esa voz. Preciosa, dulce y melodiosa voz que lo llamaba con amor y anhelo, y sólo por eso no moriría.
Mientras Damien Keegan gritaba de dolor ante los latigazos que eran disparados en su espalda, se dijo determinado que no lo haría. No se dejaría vencer.
Ahí, en medio de la nada, encadenado y sin poder ver ni siquiera un rayo de la luz del sol, Damien aulló dolorosamente cada vez que aquel látigo marcaba y quemaba su piel.
–¡AAAAAH! ¡AAAAAAHHHH! ¡AAAAAAAAHHH!– eran gritos de horror, gritos que suplicaban por piedad. Una piedad que desde luego no obtendría.
Sus captores reían, parecían disfrutar lo que hacían. Torturar era su pan de cada día, y no les importaba nada, absolutamente nada que no fuera infringir dolor.
La espalda de Damien estaba destrozada, las heridas en carne viva. Él continuaba gritando y arqueándose, intentando resistir, utilizando hasta la última reserva de sus fuerzas para poder seguir soportándolo.
Y lo haría.
Ya lo había hecho una vez. De pequeño había logrado resistir y salir vivo de un infierno similar, así que también lo haría en ese momento que tenía por quien seguir.
Ariana y Stella.
Sus dos mujercitas.
Damien estaba vivo por ellas y para ellas. Seguiría luchando por volver a su lado, por volver a mirar la preciosa carita de su pequeña, y volver a abrazar a su esposa y demostrarle que cumplía sus promesas.
Sí, volvería porque se lo había prometido, y porque tenía algo demasiado importante que decirle. Damien no podría irse de ese mundo sin antes decirle a la preciosa hada mágica que era correspondida, que también la amaba, que lo era todo para él.
–Ariana...– susurraron sus labios secos, tan despacio debido a su garganta ronca de tanto gritar. –A...Ariana...– pronunciar ese nombre le daba fuerzas cuando estas estaban a punto de agotarse.
Respiró y exhaló con dificultad. Deshidratado, herido, bañado en sudor y sangre, mugriento, la barba crecida, sin camisa, con el pantalón hecho jirones, Damien parecía ser un hombre sin esperanza, oh pero la tenía. Maldición si no. Estaba lleno de esperanza. A pesar de las circunstancias sabía en el fondo de su corazón que volvería a ver a su mujer y a su hija. Y sólo eso conseguía mantenerlo con vida.
Cuandolos latigazos cesaron, el joven soldado agradeció eternamente para susadentros. Sus brazos permanecían encadenados al techo haciendo que tuviese quecolgar casi todo su cuerpo, salvo las piernas que eran arrastradas, las teníaentumecidos tan entumecidas que Damien ya ni siquiera lo sentía. La determinación que de pronto lo llenó por volver con Ariana y Stella eclipsaba cualquier dolor incluyendo el de los latigazos.
Buscó aire, e intentó recuperarse un poco.
Sin embargo en ese momento algo llamó su atención, aunque fingió no hacerlo.
Sus captores, dos hombres que parecían verdugos habían empezado a hablar en pastún.
Damien conocía un poco de aquella lengua, pero no podía decirse que era un experto, además en esos momentos se encontraba tan desorientado que le costó muchísimo poder concentrarse.
Intentó abrir su mente, y también su oído. Puso todo su empeño en ello, y al final consiguió traducir algunos retazos de la conversación.
Ese par de cabrones estaban confundidos. Sí, confundidos porque no entendían por qué en lugar de matar a su secuestrado, seguían recibiendo órdenes de torturarlo de distintas maneras brutales.
"Deben odiarlo mucho". Fue lo siguiente que dijeron.
Y así debía ser, pues el jefe les había ordenado que lo hicieran sufrir hasta lo imaginable, justo antes de matarlo de manera lenta y horrorosa.
"¿Qué habrá hecho para merecer esto?". Los escuchó decir.
Damien suponía que el odio que parecían tenerle tenía que deberse a que era americano, de otra manera no podría comprender de dónde venía todo aquello.
Pero que lo jodieran si les tenía miedo.
No estaba asustado de esos malnacidos. Lucharía contra ellos hasta el final, y por su vida que vencería.
>Sé fuerte, muñeca, volveré, te lo juré y así será... Confía en mí y espérame, no tardaré mucho, te lo prometo<
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Lejos de ahí, al otro lado del hemisferio, Ariana de nuevo miraba al cielo oscuro, a la luna brillante.
Se había despedido de todos en la casa grande, y había vuelto a la suya para poder estar sola.
Stella dormía, y ella había estado a punto de hacerlo cuando de pronto sintió la minuciosa necesidad de ponerse frente a la ventana.
Aquello se había hecho una costumbre... Mirar al cielo y rogar por él cuando más desalentada se sentía.
Sin embargo en esos instantes, Ariana sintió un extraño consuelo que la hizo sentirse más segura y más reconfortada sin poder explicar por qué.
–Sé que vas a volver– susurró en medio de un suave sollozo. –Esperaré por ti... Siempre te estaré esperando, mi amor– lo juraba.
Era el juramento de una Keegan. La esposa del soldado.
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