Capítulo 4
Poco a poco Ariana comenzó a abrir los ojos, y a acostumbrarse a la luz después de no haber visto nada más que oscuridad en su subconsciente.
Con incomodidad empezó a removerse, y de pronto la consciencia fue regresando haciéndola darse cuenta de que se encontraba recostada en una especia de cama.
Al abrir su mirada completamente pudo observar que estaba en un hospital. Paredes blancas, olor etílico, artefactos médicos.
La chica alzó el brazo y observó el catéter intravenoso que llevaba en el dorso de su mano.
Se preguntó qué demonios habría ocurrido para que se encontrara ahora ahí.
Enseguida lo recordó...
El desmayo en la escuela de ballet, y desde luego, la posibilidad de un embarazo.
¡Santo cielo!
Con rapidez Ariana intentó ponerse en pie, y salir lo más pronto posible de ahí, pero entonces una enfermera que no vio venir, corrió hasta llegar a su lado.
–No te levantes. En unos instantes más vendrá el doctor. Le avisaré que ya has despertado–
Ella obedeció y dejó de moverse.
–Ya estoy bien, creo que puedo marcharme–
La enfermera que era una mujer mayor y con sonrisa amistosa, le sonrió.
–Lo sé, tranquila. No es nada grave lo que tienes, y te darán el alta hoy mismo, pero antes el doctor debe darte un último chequeo–
–¿Por qué? ¿Qué es lo que tengo? Sólo me desmayé por estrés o porque no comí bien o qué sé yo, pero no debe ser para tanto–
La enfermera comprendió que la joven paciente todavía no sabía nada acerca de lo que ocurría con su cuerpo. Exhaló, y sin poder evitarlo sintió un poco de pena.
–Linda, tienes que saber antes que nada que estás embarazada. Por eso te desmayaste–
Ariana se quedó estupefacta, y miró a la enfermera sin mirarla realmente.
«Embarazada»
La palabra retumbó por toda su mente torturándola como si fuesen alfileres.
–Oh, eres todavía muy joven, cariño. Tu novio y tú debieron de haberse cuidado. Ve nadamás, eres sólo una niña–
Ariana no respondió a las palabras preocupadas de la mujer, ni siquiera les prestó atención.
Estaba en shock, no podía salir de él todavía. El corazón se le había detenido y después había comenzado a bombearle como un loco golpeando su pecho de manera estruendosa.
La garganta se le cerró, pero de pronto las lágrimas que habían quedado atrapadas en el nudo comenzaron a ser derramadas desde sus pupilas inundadas.
>¿Qué esperabas?< le recriminó su yo interior. >Tuviste sexo, ¿recuerdas? Un hombre se corrió dentro de ti, no una sino dos veces. Era obvio que esto iba a suceder<
Un gemido lastimoso casi la ahogó. Ariana lloró más y más sin ser capaz de frenar sus lágrimas.
Se dijo que era una estúpida por sorprenderse. Lo había sabido, en el fondo lo había sabido pero se había negado rotundamente a verlo, rechazando la idea a como diera lugar.
–Mantén la calma, cielo. Cometiste un error, o como prefieras llamarlo. Seguramente no hubo quién te orientara en el tema, pero lo hecho, hecho está. Verás que todo marchará mejor. Tu tía está aquí, y ella me ha asegurado que te apoyará, y cuidará de ti y del bebé que viene en camino–
Inundada de lastimosos lamentos, Ariana negó, sin embargo no respondió nada. Ella mejor que nadie sabía que cualquier cosa que su tía hubiese dicho con respecto a apoyarla, sería mentira. Ahora la despreciaría aún más. Iba a matarla, estaba segura de ello.
¡Santo cielo!
No podía tener un hijo. ¡No podía! ¿Qué clase de vida le esperaría a esa pobre criatura?
¡Oh, no! Sus emociones volvieron a hacer explosión ante aquel pensamiento.
Un bebé a su cargo, un hijo de sus entrañas, un ser inocente que no merecía vivir carencias, aún menos la infelicidad en la que ella se veía obligada a sufrir.
¡¿Por qué?!
Tenía que ser un sueño, un horrible sueño. ¡Una pesadilla!
Había una pequeña vida que estaba formándose en su interior. Ariana volvió a tomar consciencia del hecho, y la golpeó un amargo sabor.
Aquella noche en que se había convertido en mujer estaba trayéndole consecuencias graves. Estaba esperando un bebé. Iba a ser madre. Tendría un hijo... El hijo de un soldado.
Le tembló todo el cuerpo, y entonces sin poder escapar de ello, recordó el rostro de aquel hombre... Damien. Pero también recordó los preservativos que Dove le había entregado aquella noche, los mismos que se habían quedado en su bolso, sin usar.
–¡Oh, querida! ¡Gracias al cielo despertaste!–
La voz de tía Penélope hizo que Ariana palideciera aún más.
–Lo hizo hace apenas unos instantes. Despreocúpese, señora Sheen– la enfermera trataba con amabilidad a la tía de su paciente porque no sabía que la mujer solamente fingía y que por dentro estaba furiosa.
La castaña se encogió de miedo imaginando que en cualquier instante comenzaría a gritarle, sin embargo para su sorpresa no sucedió. Eso la puso aún más de nervios.
–Oh, mi pobre sobrina– Penélope la abrazó apretando su cabeza contra su pecho. –Mi dulce niñita. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Sabes que yo siempre voy a apoyarte–
El nudo en la garganta de Ariana se hizo más y más profundo. Las palabras no lograban salir.
–Acaba de enterarse de la noticia. Por favor sea comprensiva con ella– intervino la enfermera.
–Desde luego que lo seré. Oh, Arianita, no hace falta que digas nada, querida. Nadie va a juzgarte. Todos en casa te apoyaremos, y amaremos a ese bebé. ¡Por los cielos! Todavía estoy en mi flor de juventud, y tú vas a convertirme en tía abuela. Sigo sin creerlo–
Más lágrimas silenciosas seguían brotando de los ojos marrones de Ariana. No entendía porque su tía estaba hablándole de aquel modo, pero de cualquier manera no era aquello lo que la angustiaba, sino su embarazo.
–Ya no llores, niña. Iré en busca del doctor para poder llevarte a casa– tía Penélope le mostró la más falsa de sus sonrisas.
•••••
Sin embargo al llegar a casa las cosas fueron bastante distintas.
Tía Penélope estaba furiosa y no dejaba de gritar.
Ariana se encontraba sentada en el sofá, llorando con desconsuelo y recibiendo todos los gritos, mientras su prima Victoria permanecía recargada en el arco de la conexión que daba entre la sala y el comedor, con una enorme sonrisa, tan grande como si estuviese disfrutando del mejor espectáculo.
–¡Eres una estúpida! ¡Si querías andar por ahí follando como puta debiste haberte cuidado al menos, pero eres tan idiota!–
Ariana cerró sus ojos para no tener que seguir viéndola. Las lágrimas no habían cesado, brotaban y brotaban sin freno. Sin embargo no lloraba por los insultos de su tía, sino por ella misma, por la vida denigrante que llevaba hasta entonces, y que sería aún peor ahora que se había confirmado su embarazo.
Todavía le costaba creer que su breve encuentro con aquel soldado pudiera tener como resultado un bebé.
Penélope se vio de pronto necesitada de más aire para poder seguir gritando, y entonces se detuvo. Les dio la espalda para coger más fuerzas y seguir insultándola.
–¿Quién lo hubiera dicho?– se burló Victoria aprovechando el momento para acercarse y humillarla. –La mosquita muerta de mi prima abriéndose de piernas y quedándose embarazada–
Las carcajadas de su prima fueron como martillazos para los oídos de Ariana, pero la situación empeoró verdaderamente cuando vio entrar a tío Charlie por la puerta con un par de maletas.
Soltó el aire, y esta vez se preparó para lo peor.
–¡Buenas noches, familia!– saludó con demasiado buen humor. ¿Y cómo no iba a estarlo, si en vez de pasarse aquellas semanas trabajando como había informado, había estado disfrutando de su estadía en Miami con una de sus tantas amantes? La sonrisa en su rostro bien podía demostrarlo, sin embargo enseguida fue reemplazada por un ceño fruncido en su rostro. –¿Qué ocurre? ¿Por qué tienen esas caras?– cuestionó confundido.
Victoria fue la única que sonrió.
–Oh, espera a que te enteres de esto, daddy. Te vas a ir de espaldas– le dijo llena de cizaña.
–¿Qué cosa?–
Penélope no parecía tan divertida como su hija.
–Ariana– respondió ella tan furiosa como en un principio. –La estúpida de Ariana está embarazada–
De inmediato la mirada fría de Charlie se giró para mirar a la joven que no se había movido de su sitio. La ira relampagueó en esos ojos de cocodrilo que él tenía, y entonces caminó hasta ella, haciendo que le temiera más y más. La tomó de los hombros levantándola del sofá y empezó a sacudirla.
–¡Pequeña imbécil! ¡¿Cómo te atreviste?!–
Ariana temblaba bajo el agarre violento de su tío. Él le clavaba los dedos sobre su piel y la hería con toda intención.
–¡Por favor no me hagas nada!– suplicó en medio de su terror y su abundante llanto. –¡Por favor!– tenía demasiado miedo. Veía la furia latente en el rostro de Charlie. Bien sabía que él sería capaz de golpearla y que lo disfrutaría, claro que sí.
Y era totalmente cierto. Su tío deseaba hacerle daño. Estaba más que enfurecido con ella, y todo iba desde el hecho de saber que ya no era más virgen, que se había dejado tocar por alguien, que ya no era tan inocente como parecía, y que él ya no tendría oportunidad de ser quien la estrenara como tantas veces había dicho que haría.
–¡Mierda!– gritó y a punto estuvo de golpearla. La arrojó de vuelta al sofá, y alzó su brazo para abofetearla, cuando Penélope se lo impidió.
–¡Detente!– sin embargo no lo hacía porque tuviera consideración de su sobrina, sino porque protegía su propio pellejo. –¿Sabes lo que me harán si los del Departamento de Menores se enteran de que la golpeaste?–
Charlie gruñó.
–¿Sabes lo que te harán cuando se enteren de que está embarazada?–
Penélope negó.
–No es lo mismo. El embarazo es culpa suya no mía. En cambio si dejo que la golpees...–
–Las cosas cambian si ella se merece esos golpes–
–Charlie, cálmate y ayúdame a pensar en lo que haremos–
–Yo sé lo que haremos– él miró con ojos entornados a su sobrina que todavía lloraba mientras abrazaba sus brazos lastimados. –La echaremos de casa. Estás muy equivocada, Arianita, si te piensas que podrás seguir aquí junto con tu engendro–
–¡No seas idiota! No podemos hacer eso. La mocosa está a mi cargo, y yo debo responder por ella. ¡Pueden encarcelarme si se enteran de que la he abandonado a su suerte!–
–También podrán encarcelarte cuando se enteren de que nos hemos gastado toda la herencia que le dejaron sus papitos– se burló Charlie.
Penélope lo fulminó con la mirada.
Ariana negó para sí misma. Ya sabía que sus tíos se habían encargado de desaparecer todo lo que sus padres le habían dejado, pero nunca le había importado. El dinero no le importaba, sólo le dolía el hecho de que su madre hubiese confiado en su hermana Penélope para cuidar de su única hija, y ella la hubiese defraudado.
–¡Cállate! Esto es un momento serio– exclamó furiosa.
Charlie alzó sus manos en señal de paz.
–¿Entonces qué sugieres tú?–
Después de pensárselo, una sonrisa malvada apareció en el rostro de Penélope.
–La obligaremos a que aborte– sonrió aún más. –Vamos a deshacernos de ese estorbo y así nadie podrá acusarme de no ser una buena tutora–
El corazón de Ariana se encogió al escuchar a su tía decir aquello, y un fuerte dolor atravesó su pecho como si le hubiesen arrancado el alma.
>¡No!< deseó gritar, pero la voz no le salió.
Querían que abortara... ¡Cielo santo, ellos pretendían que se deshiciera del bebé que crecía en su interior!
Las lágrimas volvieron a surgir. No podía permitirlo. Por lo más sagrado que no podría.
Era cierto, aquel niño de sus entrañas estaba destruyéndole la vida, pero él no era el culpable. La única culpable ahí era ella. Aunque no deseara un hijo ni convertirse en madre, sería incapaz de... de hacer tal cosa.
¿Pero qué podía hacer para evitarlo?
Ariana lloró mucho más al verse acorralada y sin salidas. Aquello no podía estarle pasando.
Charlie sonrió al observar la expresión de su bonita sobrina, y darse cuenta de que quería al bebé, y obligarla a practicarse un aborto la destrozaría.
–Eso suena bastante bien, ¿pero sabes lo que cuesta un aborto?– él lo sabía a la perfección, puesto que había tenido que pagárselos a sus amantes en un par de ocasiones. –Yo no pienso pagar el de esta niña idiota–
Penélope mostró de nuevo una expresión de preocupación.
Victoria sonreía. Verdaderamente estaba disfrutando de todo lo acontecido. Se vio tentada incluso a ir por un snack para disfrutar del espectáculo.
–¿Por qué no obligan al novio de Arianita a que lo pague?– sugirió la joven con toda inocencia fingida.
Penélope asintió en acuerdo.
–¡Claro!– exclamó.
–Estoy más que de acuerdo con eso. Obliguemos a ese imbécil a que se haga cargo de su chistecito. Él pagará por todo, y si se niega a hacerlo, lo amenazaremos con demandarlo por follarse a una menor de edad– sonrió Charlie con suficiencia. Miró a la chica de manera penetrante, y ella volvió a estremecerse ante su mirada.
Ariana palideció de nuevo y un vuelco atacó su corazón.
Ellos no podían estar hablando en serio.
–Dinos quién fue el payaso que te embarazó– exigió Penélope y su voz sonó aún furiosa.
Ariana tragó saliva. No podía decirlo. ¡Por todos los cielos, no podía! El corazón comenzó a latirle más de prisa.
–No me obligues a sacarte el nombre a la fuerza–
–Y... yo... yo no lo conozco. No me dijo su nombre– respondió llena de tensión. Estaba pálida.
–¿Esperas que te crea eso? ¿Pretendes verme la cara de idiota? Sé que en el fondo eres una maldita puta, pero no creo que lo seas tanto como para acostarte con un desconocido–
–Es la verdad– su voz se quebró y sonó en un lastimoso susurro.
Ariana deseó gritar de desesperación. La angustia estaba aniquilándola.
–¡Deja de decir estupideces, y responde de una maldita vez!– su tía comenzó a perder la paciencia.
–Hazte a un lado. Yo me encargaré– Charlie se colocó entonces frente a ella. –Yo no pienso jugar contigo y lo sabes. Dime el maldito nombre de ese mequetrefe o si no te juro que te lo sacaré a la fuerza. Puedo ir incluso a preguntárselo a tu amiguita Dove y... obligarla a que me lo diga– le sonrió desagradablemente.
Ariana gimió con horror y trató de contener el asco que le provocaba. No deseaba meter a su amiga en eso, tampoco quería que su tío se le acercara. ¡Oh, demonios! Eso no estaba pasando.
Deseaba tanto poder despertar, y que nada de eso fuese real. Pero lo era. ¡Maldita sea, lo era!
Intentando controlar sus lágrimas, ella ahogó otro sollozo, y entonces sin encontrar ninguna otra salida, decidió hablar, aunque sabía que se arrepentiría.
–Damien Keegan– respondió con voz entrecortada.
Sus tíos se quedaron en completo silencio, pero fue Victoria quien irrumpió con sus carcajadas.
–¡Ay ajaaaa! ¡Eres una mentirosa! Un hombre como ese jamás se fijaría en ti– las risas se hicieron más y más estruendosas a cada segundo. –No le crean– le dijo a sus padres. –Damien Keegan es un hombre en todo el sentido de la palabra, alto, musculoso y guapísimo. Esta tarada no es para nada su tipo–
–Silencio– le ordenó su padre, y luego se giró hacia la imputada. –Sé quién es ese sujeto. Es el soldadito que sale en las noticias y que todo mundo conoce, el nieto del Teniente Keegan. ¿No es así? Ese viejo está forrado de dinero–
Ariana entró en pánico al descubrir que su tío lo conocía.
–¿Estás hablando en serio, niña? Porque si estás bromeando juro que te daremos tu merecido– amenazó Penélope.
–No creo que mienta. Ya le he advertido que conmigo no se juega– de nuevo Charlie la miró de una manera que le puso los pelos de punta a Ariana. –Creo que dice la verdad– sonrió.
–¡¿Qué?!– Victoria no se lo pudo creer.
–¡Dije silencio!–
La enfadada chica enmudeció pero apretó sus manos y mordió sus labios con frustración.
–¿Te das cuenta de lo que eso significa?– le preguntó Penélope.
Charlie asintió, y no pudo reprimir una sonrisa de avaricia al igual que su mujer.
–Bien hecho, Arianita– la felicitó su tío.
Ella los miró a ambos con recelo.
–Al fin hiciste algo bien– secundó Penélope, y le aplaudió.
Ariana siguió sin comprender.
–Hoy es tu día de suerte. Puedes quedarte con tu mocoso–
–¿De qué hablan? ¿No la obligarán a que se deshaga de él?– cuestionó Victoria.
–¿Deshacernos del hijo de un Keegan? Eso nunca– respondió Charlie en completa calma.
–Pe...pero– Victoria ya no parecía tan divertida.
–Levántate, niña. Iremos a casa del soldadito para informarle que vas a convertirlo en padre–
Ariana que ya había comenzado a temerse lo peor, se quedó petrificada al escuchar lo que su tío le decía.
¡No, cielo santo!
Comenzó a rogar.
No podía estar hablando en serio.
Más lágrimas se amontonaron en sus ojos, y derramarlas fue esta vez demasiado doloroso.
>¡No, no, no, no!<
No podría estar de nuevo frente a frente con ese hombre. No podría hacerlo sin derrumbarse. No después de la noticia de que había concebido.
¡Por el cielo santo!
Pero su tío no bromeaba. Con él no se jugaba, recordó con horror.
–Quiero ir– dijo Victoria de inmediato.
–No, tú te quedas aquí. Nosotros nos encargaremos– Charlie caminó hasta la puerta, y Penélope lo siguió.
Los dos se giraron para mirar a Ariana que todavía seguía en el sofá congelada.
–¡Date prisa, estúpida!– le gritó su tía.
Ella cerró los ojos mientras derramaba esas lágrimas que no tenían fin.
¿Sería capaz de volver a mirar a Damien Keegan a la cara? ¿Sería capaz de hacerlo sin recordar que él había estado dentro de su cuerpo tan íntimamente? ¿Que la había hecho transportarse a otra dimensión? ¿Que la había convertido en mujer, y que ahora como consecuencia llevaba a su hijo en el vientre?
•••••
–Por favor tranquilícense, señor y señora Sheen– les pidió amablemente la empleada de nombre Meryl, una mujer rubia y de edad avanzada. –Iré a llamarlo, pero por favor mantengan la calma. No hace falta que se presenten aquí de ese modo–
–¡Queremos ver al Teniente Keegan en este instante, y una sirvienta no va a decirnos cómo debemos comportarnos!– exigió la ruda voz de Charlie.
Ariana cerró los ojos, y desvió la mirada sintiéndose demasiado avergonzada de que su tío estuviese siendo tan grosero e irrespetuoso.
Por fortuna Penélope fue la más coherente de los dos.
–De acuerdo, de acuerdo. Sólo llama a tu patrón, dile que somos los Sheen, y que tenemos algo urgente que discutir con él–
La empleada estaba por asentir, y realizar lo que le pedían cuando ahí mismo en el recibidor de la enorme y elegante casa apareció el Teniente George Keegan, que venía acompañado de un niño.
–Buenas noches– saludó con cortesía al observar que tenía visitas.
Penélope y Charlie de inmediato adoptaron posturas erguidas.
–Buenas noches– repitieron con seriedad.
–¿Qué sucede, Meryl? Escuché algunos gritos hacía unos instantes–
La mujer asintió.
–Ellos son los Sheen, y llegaron aquí... pidiendo verlo a usted– la empleada no quiso añadir que habían llegado gritando y exigiendo pues por lo visto el Teniente se había dado cuenta él solo.
–De acuerdo, retírate. Yo me haré cargo– se giró. –Jake, sube a tu habitación– le dijo enseguida a su nieto.
El adolescente exhaló con irritación, fastidiado de que siguieran tratándolo como a un niño.
Todos esperaron en silencio a que el chico subiera las escaleras, y mientras tanto Ariana, llena de miedo y nerviosísimo, se dedicó a observar al hombre.
Era viejo, podía notarlo en su rostro, en las arrugas, en el cabello gris blanquecino, usaba un bastón para caminar, y lo hacía con lentitud y precaución, pero aun así tenía algo que le daba jovialidad, y era la imponente altura. Era un hombre alto y fornido, y de pronto ella no pudo evitar pensar en lo mucho que se parecía a...
–Bien, llegaron buscándome, y aquí estoy. ¿En qué puedo ayudarlos?– no los invitó a pasar a su sala ni a su estudio, primero tenía que saber de qué iba todo aquello. Los miró atentamente a uno por uno. Penélope y Charlie no entretuvieron mucho su mirada, pero cuando sus ojos oscuros se posaron en Ariana, la miraron con demasiada curiosidad. Enseguida frunció el ceño, y ella se sintió todavía más intimidada.
¿Se encontraría ahí Damien? La castaña rogaba que no. No deseaba verlo, y tampoco deseaba enfrentarse a él. Ya bastante estaba teniendo que soportar esa noche.
Penélope fue la primera que habló.
–Como ya le ha dicho su criada, somos los Sheen, y hemos venido hasta aquí porque hay un asunto bastante grave que a usted le concierne–
–¿Ah sí? ¿Y cuál es? ¿Qué es lo que pasa?–
Charlie que comenzaba a impacientarse prosiguió.
–Pasa, señor Teniente, que tengo aquí a mi sobrina de diecisiete años...– señaló a Ariana. –...que infortunadamente está preñada, ¿y adivine qué? Oh, sí, el responsable es su nieto, el soldadito–
Ariana no se pudo creer que su tío lo hubiese dicho de aquella manera. Deseó tanto desaparecer en ese instante. Quería estar en cualquier lugar menos ahí en la Hacienda Keegan.
La noticia tomó por sorpresa al Teniente, desde luego. Dio un respingo por la impresión, pero continuó en su misma postura, sosteniéndose con el grueso bastón. Miró de nuevo a la chica, pero esta vez lo hizo de manera más intensa.
Ariana se dio cuenta entonces de que el anciano poseía los mismos ojos negros que Damien tenía, y su corazón empezó a latir muy deprisa.
Sin poder evitarlo comenzó a llorar silenciosamente, esperando que todo acabara pronto.
–¿Están jugando?– tuvo que preguntar.
Los Sheen se ofendieron como era de esperarse.
–¡Por supuesto que no!– exclamó Penélope molesta. –Esta misma tarde la han revisado en un hospital. Tiene ya el mes de embarazo–
–Puede ir a preguntar si no nos cree– secundó Charlie igual de enojado.
El Teniente alzó una mano.
–Disculpen, pero la noticia que me han dado es...– ni siquiera encontró la palabra adecuada para describirla.
–Es verdad– completó Charlie. –Ese Damien se creyó muy machito para hacerle un hijo a mi sobrina menor de edad, así que exigimos que responda. Si no lo hace nos veremos en la penosa necesidad de meter una demanda en su contra–
El Teniente negó y pensó enseguida que aquello debía tratarse de una broma, una payasada, sin embargo cuando miró de nuevo a la pobre jovencita que lloraba se convenció de que bien podía ser cierto lo que esos sujetos argumentaban.
–No hace falta que nadie demande a nadie– dijo con la voz gruesa y viril que poseía. –Somos personas civilizadas, y creo que podemos solucionar esto–
–¡Eso es lo que estamos esperando!– Charlie se cruzó de brazos, enojado.
El Teniente decidió que ese hombre no le agradaba, aunque a decir verdad tampoco le agradaba su esposa, pero no podía decir lo mismo de la chica, esa que supuestamente llevaba a su bisnieto en el vientre. Había algo en ella que lo hacía sentirse triste. Lamentaba mucho verla de ese modo.
–Le aseguro, señor Sheen, que los Keegan somos hombres de palabra, así que si es verdad que su sobrina está esperando un hijo de mi nieto, él responderá por sus acciones–
–¡Ya le he dicho que lo que digo es cierto!– protestó Charlie de nuevo indignado.
El Teniente lo ignoró.
–Deseo hablar a solas con la joven– dijo entonces, y no estaba preguntando si podía hacerlo. –Por favor pasen a la sala– les mostró el camino, y luego llamó de vuelta a Meryl pidiéndole que los atendiera. –Ven conmigo, linda–
Ariana tembló sin moverse, y miró fijamente al anciano. No quería ir con él. ¡Cielo santo!
El Teniente George se dio cuenta entonces de que la chica estaba demasiado asustada, y lo último que él deseaba era inspirarle miedo. Le sonrió.
–Vamos, no voy a hacerte nada. Sólo quiero que charlemos un poco– la suavidad en su voz la hizo que dejara de temblar.
Ella exhaló, y se dijo que no serviría de nada negarse. Asintió todavía con nerviosismo, y luego siguió el camino que le señalaba.
En menos de un minuto llegaron a lo que debía ser su estudio. Una habitación inmensa, llena de libros, con un elegante escritorio en el que se encontraba un bonito globo terráqueo.
El Teniente la invitó a tomar asiento en la pequeña salita.
–¿Deseas algo de tomar?– preguntó caballerosamente.
Ariana no lo miró, pero negó con la cabeza. Tomó aire, lo soltó, y después se armó de valor para hablar por primera vez en esa noche.
–Le aseguro que yo no estoy aquí porque quiera perjudicarlo ni a usted o a su nieto. Por favor discúlpeme por todo lo que han dicho mis tíos, se lo ruego– parecía desesperada y de nuevo lloraba.
George sintió mucha simpatía hacia ella. Le pareció muy hermosa, tierna e inocente.
Si resultaba cierto que había concebido al hijo de Damien, sería bastante sorprendente para él. ¿La razón? Simple. La chica no se parecía en nada a las mujeres que debían atraerle a su nieto, sin embargo y a pesar de la impresión, en el fondo lo comprendería... Sí. Esa jovencita poseía una belleza inusual, una esencia y una calidez que difícilmente un hombre podría ignorar. Quitaba el aliento.
–Por favor no llores, y no te preocupes por eso. Puedo entender que tus tíos estén furiosos. Si tú fueras familia mía, yo también lo estaría, y querría matar a al hombre responsable de que ahora te encuentres en espera– volvió a sonreírle paternalmente, pero ella no sonrió. –Antes que nada, ¿quieres decirme tu nombre?–
–Ariana–
–Es un nombre realmente bonito. Y encima te queda– ahí estaba de nueva cuenta su sonrisa que hacía más profundas las líneas que le surcaban los ojos y la boca. Sin lugar a dudas era un hombre que se había pasado la vida sonriendo muy a menudo. –¿Entonces eres Ariana Sheen?–
–Oh, no– negó la castaña de inmediato. Para su fortuna no compartía ningún lazo de sangre con su tío Charlie. –Mi familia directa es mi tía Penélope–
–Entiendo, ¿y llevas su apellido?–
Ella negó.
–Su apellido de soltera es Grande, ella es hermana de mi madre. Yo llevo el apellido de papá... Butera–
–Ya– asintió. –Asumo que tus padres están...–
–Muertos– completó Ariana. –Murieron en un accidente hace casi ocho años–
–Lo lamento–
–Está bien– respondió resignada.
El teniente se quedó unos cuantos segundos mirando hacia el suelo, mientras pensaba en que más que lamentar la muerte de los padres de esa chica, lamentaba muchísimo más el hecho de que hubiese quedado al cuidado de un par de personas tan nefastas como eran los Sheen. Exhaló.
–Volvamos entonces a lo que nos ha traído aquí–
Ariana palideció. Se sentía demasiado tensa.
–Yo... yo...– ni si quiera sabía qué era lo que tenía que decir.
–¿Es cierto que estás embarazada?–
Con un ligero asentimiento de cabeza, ella respondió a esa pregunta.
–De acuerdo– concedió él. Llegaba el turno de la pregunta clave dentro de todo ese embrollo. –¿Es mi nieto Damien el padre del bebé que esperas?– el Teniente se dijo que fuera cual fuera la contestación de Ariana, él iba a creerle porque así le dictaba su instinto, sin embargo antes de que ella pudiese responder, la puerta de su estudio se abrió con violencia.
Era Damien, quien ya se había encontrado con los Sheen en la sala de la casa, momentos antes.
–¡¿Qué es toda esa mierda que están diciendo esas personas de ahí afuera?!– exclamó totalmente enfurecido.
Al verlo Ariana se paralizó en seco, y si su piel ya había estado pálida, esta vez se quedó sin color, y también sin respiración. El temblor regresó.
–Damien, cálmate– el Teniente se puso enseguida de pie, sin embargo el soldado ni siquiera lo miró, sino que clavó de inmediato la mirada en la pequeña silueta que formaba Ariana ahí sentada en el sofá del estudio.
El corazón de Damien dio un vuelco, y se sintió terriblemente desorientado.
¡Joder! ¡Aquello no estaba pasando!
Nada, absolutamente nada habría podido prepararlo para encontrarse con esos ojos una vez más.
Ariana también lo miraba. Alto, enorme e imponente.
Ella creyó entonces que iba a morir de mortificación, y confió en que el rojo de sus mejillas fuera invisible. De pronto le faltaba el aire, y se sintió desesperada.
El Teniente que lamentaba el hecho de que Damien hubiese aparecido de aquel modo justo cuando había logrado que la chica se tranquilizara y confiara en él, se acercó de inmediato a su nieto evitando que fuera a asustarla de nueva cuenta.
–Por favor, tranquilízate– le pidió en tono de orden, pero Damien no hizo caso alguno.
–¡¿Cómo carajos esperas que me tranquilice?!–
Ariana se sobresaltó ante el tono violento del hombre con el que había engendrado un hijo, y deseó con todas sus fuerzas desaparecer de ahí. Las lágrimas volvieron a humedecer sus ojos ya enrojecidos.
El Teniente exhaló.
–Espérame aquí. No quiero que vayas a hacer nada estúpido, ¿queda claro?– hablaba en serio. Luego se giró. –Ven conmigo, Ariana– la condujo fuera del estudio lo más pronto posible. Conocía a su nieto, conocía sus reacciones, su furia, y además seguro estaba de que entre ellos dos no existía relación alguna, ni de noviazgo ni amistosa, lo cual sólo complicaba aún más las cosas.
Por una vez en su vida Damien obedeció a su abuelo, y se quedó en el estudio intentando tranquilizar al demonio que llevaba dentro.
El Teniente y Ariana llegaron con los Sheen.
–¡Ese nieto suyo es un grosero!– exclamó Penélope con indignación.
George exhaló con cansancio. Dejó pasar el comentario aunque casi podía asegurar que ese par no habían sido precisamente delicados al informarle a Damien sobre el embarazo.
–Escuchen. Si Ariana realmente lleva en el vientre a un Keegan...–
–Se lo he repetido mil veces. Si mi sobrina dice que ese Damien fue quien la preñó, entonces ella no miente. ¿O acaso la está llamando mentirosa?– acusó Charlie en tono ofendido.
El Teniente negó.
–Desde luego que no. He hablado con ella y creo en todo lo que me dijo– afirmó con seriedad. –Sin embargo como comprenderán, antes de tomar cualquier decisión tengo que hablar de esto con Damien–
–Ya claro, ese cretino intentará desobligarse de todo– intervino Penélope enojada.
–Le ruego que no nos ofenda de ese modo– la mirada del Teniente se endureció. Ante todo eran hombres de honor. –Dado que Ariana será la madre de mi bisnieto, no la dejaré desamparada ni a ella ni al bebé. Tendrán todo el apoyo que se merecen, pero por favor, hablemos de esto mañana–
Charlie y Penélope asintieron en acuerdo. Decidieron que ya debían marcharse. Estaban satisfechos con saber que el viejo no dudaba de ellos.
–Bien. Nos marcharemos, y esperamos tener noticias de usted mañana mismo. Ojalá cumpla su palabra– sin decir ni una sola cosa más, tomaron a Ariana y la condujeron fuera de la casa.
El Teniente los vio marcharse, y pronto se llevó una mano a la cara para estrujársela, y quitarse la tensión, pero no lo logró. Le esperaba una parte difícil, así que enseguida volvió al estudio.
Encontró a Damien sentado en el mismo sofá donde momentos antes había estado sentada Ariana. Lucía afligido con la cabeza agachada entre sus rodillas, y las manos en su nuca. La enormidad de su cuerpo parecía una gigantesca masa de temblores. Estaba en completa tensión.
–¿Qué tienes que decir?– cuestionó el teniente con tono serio. –¿Tuviste relaciones sexuales con esa jovencita?–
El soldado alzó la mirada pero no miró a su abuelo. Los ojos negros se clavaron en un punto fijo.
Imágenes de su cuerpo y el de la pequeña hada, más unidos que cualquier otros dos, inundaron su mente de repente haciéndolo sentir un hueco en el estómago tan terrible que casi le ocasionó vértigo.
–Sí– no podría negarlo. Jamás podría negarlo, pero fue todo lo que dijo.
–Sabes por qué estaba con sus tíos aquí esta noche, ¿no es así?–
Él no respondió, pero sí lo sabía. Esas dos personas lo habían recibido con la flamante noticia.
Cerró sus manos y deseó tanto poder golpear algo.
–Llegaron aquí argumentando que la chica está embarazada, y que tú eres el responsable de ello–
Los puños del joven se apretaron aún más, hasta que los dedos se tornaron casi blanquecinos.
–Yo no quiero ningún hijo– soltó Damien furioso, y pronto se puso en pie. Odiaba la sola idea de ser padre. Ni siquiera la soportaba.
El Teniente tomó un suspiro. De pronto su noche tranquila, en la que había planeado enseñarle a Jake a jugar ajedrez, un gran paso ganado en su relación abuelo y nieto, se había ido al traste.
–No se trata de si tú quieres o no. Se trata de que ya existe, y no podemos fingir lo contrario–
–¿Y quién me asegura que ese hijo es mío? Así como folló conmigo pudo haber follado con cualquier otro– ante aquellas palabras la mente de Damien sufrió de un fugaz relámpago que lo dejó congelado por un par de segundos. Recordó la virginidad de esa chica. Él había sido el primero en tomarla, pero... ¿habría sido también el último? La cabeza comenzó a darle vueltas.
–Ella asegura que el papá de la criatura eres tú, y yo le creo– quizá Ariana no hubiese alcanzado a responder a su pregunta cuando él se lo cuestionó, pero había visto la cara que puso en cuanto Damien irrumpió en el estudio, entonces cualquier duda había quedado eliminada. Podía adivinar incluso que ella había sido virgen hasta antes de él. Lo llevaba en la cara.
–¿Vas a creerle más a alguien que acabas de conocer y que ni siquiera lleva tu sangre?– cuestionó el joven soldado aún más enfurecido.
–Siempre voy a creer primero en ti. Así que dime qué es lo que tienes para defenderte. ¿Usaste protección? ¿Te encargaste de hacer algo para evitar que ella quedara embarazada? De esa manera sería más fácil deducir que el padre es otro–
El alma de Damien cayó a sus pies ante aquella reprimenda.
¡Mierda! ¡Joder!
Casi deseó gritar.
No había usado nada, y ni siquiera se había detenido a pensar en usar algo.
Era un imbécil, un jodido imbécil de mierda.
–¿Lo usaste, Damien?– ni siquiera valía la pena que el abuelo preguntara. Había leído la respuesta en su expresión.
Él tensó la mandíbula. Sus puños se soltaron y después volvieron a cerrarse.
–No...–
¡Maldición!
Tantos años... tantos jodidos años cuidándose de situaciones como aquella.
Jamás. Damien jamás había follado sin un condenado preservativo de por medio. Desde su primera experiencia sexual, siendo sólo un jovencito, y hasta entonces, no se había olvidado de usar protección ni una sola maldita vez. Pero también era cierto que nunca antes había perdido el control con ninguna chica. Y en un dos por tres, aquella pequeña mujercita de ojos acaramelados se había encargado de arruinárselo todo, de mandarlo al infierno.
Pero no podía culparla a ella. Ahí el único culpable era él.
¡Carajo!
Damien deseaba tanto golpearse a sí mismo.
Su abuelo cerró los ojos con tensión. Pasó la mano por el puente de su nariz en un intento de serenarse. Después exhaló y lo miró.
–¿Entonces estás diciéndome que... un hombre hecho y derecho como tú, anduvo por ahí una de estas noches, y tuvo sexo sin protección con una niña de diecisiete años?–
Aquello último golpeó a Damien como si de un látigo se tratase.
–Tienes que estar bromeando... – le dijo en total negación. –¡Joder, tienes que ser una maldita broma! ¡Abuelo, no puedes estar hablando en serio!–
–¿Crees que jugaría con algo así?– George lo miró con enojo. –Maldición, esto es delicado, Damien, y puedes meterte en serios problemas con la ley–
El soldado cerró los ojos con aflicción, y se giró dándole la espalda para que no viera la expresión de tormento en su rostro.
Saber la verdadera edad de aquella castaña había sido una patada en las bolas. Lo dejó desorientado, aturdido, perturbado.
¡Mierda! ¡Maldita fuera!
Se sentía furioso. Furioso con la chica y también con él mismo. ¿Cómo era posible?
La violencia recorría sus venas como lava ardiente. Necesitaba golpear algo, y si era su propia cara mucho mejor.
–Ella no lo mencionó–
–¿No es suficiente con el rostro de quinceañera que tiene? ¿Acaso estás ciego?–
–Esa noche iba maquillada, y vestida diferente–
–¡Pues debiste habérselo preguntado!– exclamó el Teniente perdiendo la paciencia.
El soldado exhaló lleno de tensión.
Como si hubiese podido ser capaz de pensar en algo más que no fuera en metérsela cuanto antes.
Había estado tan caliente, tan jodidamente excitado que lo único que le había importado había sido deslizarse entre sus muslos una y otra vez. Así lo había hecho... ¡Oh, claro que sí, joder! La había follado hambriento, había empujado en su interior como si no hubiese un mañana, y sin un maldito condón... Ahora gracias a ese momento de debilidad ella había concebido un hijo suyo.
El concepto fue como una explosión en su cerebro.
La vida era una mierda.
>¡Idiota!<
–No sólo está sobre el renglón tu honor de soldado, Damien, sino también el mío, el de toda la familia Keegan. Tienes que hacer lo correcto–
Él lo miró con ojos bien abiertos, y bien furiosos.
–¡Vete a la mierda!–
Aquel tonó violento no inmutó al Teniente ni siquiera un poco. A lo largo de los años había aprendido a tratar con su nieto mayor.
–Recurre a ese lenguaje si te hace sentir mejor, pero te aseguro que si te desentiendes de esa niña y del hijo tuyo que lleva en su vientre, no querré saber nada más de ti. Yo críe a un hombre, no a un cobarde– le dijo duramente.
Damien parecía bastante exaltado, y más enfurecido que nunca.
Deseó recordarle a su abuelo que no era el miedo a la responsabilidad lo que lo hacía rehuir del hecho de convertirse en padre, sino algo más, su propia infancia, su pasado, ese que lo destruía.
Entonces sin poder soportarlo más salió a toda prisa de ahí.
•••••
Damien salió de la enorme casa Keegan dando un furioso portazo que seguro resonó en cada parte de la hacienda.
Bajó los escaloncillos casi corriendo, y avanzó la distancia hasta donde se encontraba su propia vivienda, pero no entró, sino que abordó su camioneta, dio marcha, y arrancó de inmediato por la salida que daba a carretera.
La pequeña hada estaba embarazada.
¡Oh, mierda!
«Embarazada»
La palabra revoloteó por su mente mientras conducía sin freno.
¡¿Por qué, maldición?! ¡¿Por qué el maldito destino le hacía aquello?
Estaba tan enfurecido que casi rayaba la locura. Estaba a punto de perder la cordura porque el control ya lo había perdido hacía un buen rato.
Se sentía desarmado, y ni siquiera podía gritar. La garganta se le había cerrado, y el pecho se le había atascado.
Pisó el acelerador lo más fuerte que pudo, y no le importaron los señalamientos de tránsito que le indicaban que aminorara su velocidad.
El resentimiento roía en su interior como si fuera un fuerte aguardiente en su estómago.
De pronto por su mente corrió el pensamiento de largarse de ahí. Y llegó justo cuando detenía la camioneta frente al enorme letrero verde que le informaba que estaba llegando a los límites de la ciudad.
Sí, largarse y que nadie supiera a dónde se marchaba. Huir del problema. Debería resultarle fácil. Él nunca había querido hijos. No sabía una palabra de niños y siempre había aborrecido la emotividad descontrolada. Damien no podía ser padre, nunca podría serlo. Tenía que alejarse de ese hijo, olvidarse de que existía, por su bien y también por el suyo propio. Sin embargo no fue capaz de seguir el camino. El pensamiento volvió a abarcar toda su mente, y le asqueó tanto que cerró los ojos con fuerza. La furia que lo había dominado con la fuerza de un huracán, lo dejó de pronto increíblemente debilitado.
No era un puto cobarde, se dijo mientras recordaba las palabras de su abuelo.
«Ariana»
Había tomado la virginidad de Ariana, y lo había hecho sin consideración a su inocencia y juventud. Había tomado a una niña de diecisiete años...
Se sentía como una mierda. La sensación no era nueva pero sí igual de devastadora.
Una niña de diecisiete años se la había puesto dura, y él debía afrontar ahora las consecuencias de ese acto.
•••••
Ariana no había podido dejar de llorar en todo el camino de regreso, y sus tíos se habían encargado de ello.
Ni siquiera había logrado recuperarse de su encuentro con Damien. ¡Santo cielo! Volver a verlo había ocasionado todo en ella. Una emoción y un horror que todavía no conseguía definir muy bien.
Él había estado furioso, y ahí mientras bajaba del coche del tío Charlie, ella volvió a temblar ante el temor que le había ocasionado aquella potente mirada oscura.
Exhaló intentando tranquilizarse y poder así recuperarse de todo lo acontecido. Entraron prontamente a la casa, y aunque lo que más había deseado Ariana había sido subir a su habitación para poder llorar a solas, su tía Penélope decidió que todavía no podía hacerlo.
–Bien hecho, Ariana, te has convertido en nuestra nueva mina de oro. ¿Quién iba a decir que no eres tan inútil como pensábamos? Al menos sabes follar con los ricos, y embarazarte– Penélope se encontraba más que extasiada.
–¡Tenemos que brindar!– exclamó Charlie igual de contento.
En ese instante Ariana no pudo sentirse más asqueada de que esas dos personas fueran familia suya. Las lágrimas resbalaron desde sus ojos hasta su mentón.
Victoria bajó corriendo de pronto las escaleras. Traía ya puesta su pijama, y también una expresión expectante en el rostro.
–Por favor no me digan que obligarán a esta boba a que se case con Damien Keegan– casi suplicó. –No sería justo para él. Damien es un tipo demasiado atractivo, él se merece a una mujer de mundo, más sofisticada...– lo dijo con un gesto que la señalaba a ella misma como posible candidata. Luego miró a su prima con desprecio. –...no a una niñita idiota–
Charlie y Penélope negaron de inmediato. Ambos habían pensado en lo mismo.
–Ariana tiene que permanecer en esta casa bajo nuestra tutela. De otra manera no veríamos ni un centavo del dinero– argumentó Penélope que ya había maquinado todo el plan en su cabeza.
–En efecto. Nuestra sobrinita se quedará con nosotros. Aquí cuidaremos de ella, y del pequeño Damien Junior– sonrió Charlie con verdadera maldad.
Ariana negó con el llanto atorado en su garganta, y sin más salió corriendo de ahí, subiendo escalones directo a su habitación.
•••••
Al llegar a su dormitorio, la joven desolada cerró enseguida la puerta, y se recargó ahí mientras seguía llorando, sin embargo cuando caminó para llegar hasta su cama, esta se abrió, y al girarse para mirar quién la había abierto, se encontró con su tío Charlie de pie en el umbral.
El corazón de la castaña saltó con pánico al verlo.
Charlie llevaba su sonrisa maliciosa de siempre. Cerró la puerta aprovechando que ella se había quedado enmudecida de miedo, y pronto se encargó de amenazarla.
–Si gritas juro que lo lamentarás– prometió con toda maldad.
Totalmente asustada, Ariana permaneció muy quieta. Había estado a punto de gritar pero su amenaza había logrado atemorizarla todavía más.
Entonces sin previo aviso él hizo algo que la hizo entrar en un ataque de histeria y repulsión: la sujetó de la muñeca con bastante fuerza.
–Creíste que me harías enfadar cuando me enterara de que no eres tan inocente como aparentas serlo, ¿no es así?– rió con sorna.
–Su...suéltame– suplicó Ariana en medio de sus lágrimas.
Desde luego Charlie no hizo ningún caso a sus suplicas.
–Pues sí, amorcito. Casi enloquezco de rabia al saber que habías dejado que otro te tocara antes de que yo lo hiciera– la apretó aún más, y Ariana soltó un agudo sollozo. Estaba lastimándola, y con toda intención. –Pero después me hiciste tan feliz... Gracias a ti y al engendro voy a ser muy rico– canturreó contento.
Ella cerró sus ojos para no tener que verlo más.
Por fortuna la soltó enseguida.
Ariana frotó su muñeca herida intentando borrar la odiosa sensación de los dedos de su tío.
–Así es, dulzura. Lo has hecho bastante bien, pero no creas que pienso perdonarte. Todavía tienes una deuda pendiente conmigo, y me la voy a cobrar, ya lo creo que sí– le guiñó un ojo mostrando aquella repulsiva sonrisa que pretendía resultar coqueta, y pronto se marchó, dejando a sus espaldas a una chica destrozada, y demasiado mortificada.
•••••
Más tarde, ahí en la oscuridad de su habitación, Ariana continuó llorando más allá de su control.
Lágrimas brotaban y seguían brotando, y ella no podía hacer nada por detenerlas, aunque tampoco estaba haciendo demasiado esfuerzo.
Quería llorar, y eso era lo que estaba haciendo.
Después de que su tío Charlie se marchara, había corrido a echar el pestillo de su puerta, y enseguida se había recostado en la cama, sintiéndose ya demasiado exhausta tanto física como emocionalmente ante todo lo que le había traído el día.
Primero la duda de un embarazo, luego la confirmación de que tendría un bebé siendo tan joven y estando tan sola, los gritos furiosos de sus tíos, y su asquerosa ambición que la había llevado hasta la Hacienda Keegan a enfrentarse con el mismísimo Damien.
¡Santo cielo!
No podía soportarlo más.
Lloraba, lloraba y seguía llorando, y ya no sólo lo hacía por ella, sino que ahora también lloraba por su bebé.
Ella no sabía qué era lo que sentía al saber que pronto sería madre, pero lo que sí había sabido a la perfección era que nunca podría permitir que le hicieran daño a su hijo.
Cuando sus tíos le habían dicho que la obligarían a que abortara, Ariana había sentido que la matarían a ella misma.
¡Demonios!
Tía Penélope y tío Charlie iban a permitir que el niño viviera, pero aun así le harían daño. Cuando naciera se encargarían de hacerlo con sus desprecios y sus maltratos. Estaba segura, y le partía el alma.
Ese pequeñito que no tenía la culpa de nada, iba a tener que pagar viviendo bajo aquel techo con aquellas terribles personas que la rodeaban y que hacían de su vida un infierno.
Entonces se dijo una sola cosa, y lo hizo con verdadera determinación.
De alguna u otra manera tenía que protegerlo de toda esa maldad.
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