Capítulo 38
El ruido de su puerta al abrirse fue lo que la despertó.
Dormía de lado, porque le gustaba abrazar la almohada de Damien cuando él no estaba. Colocó sus palmas sobre el colchón, y se alzó un poco, con ojos adormilados miró hacia la entrada de la habitación.
En ese instante fue cuando lo vio, y se quedó sin respiración.
Estaba todo oscuro, y por la ventana únicamente entraba una delgada línea de la luz de la luna, así que ante sus ojos, sólo podía visualizar una enorme masa bajo el arco de la puerta. Alto y fornido, cubriendo casi toda el área en su totalidad.
Ariana no lograba verle la cara debido a la oscuridad, pero en ningún momento tuvo miedo, porque supo al instante que era Damien el que se encontraba ahí. Su alma lo sentía, y su cuerpo reaccionó inmediatamente.
¿Era un sueño? Se preguntó, pero sabía que no, no estaba soñando, no podía ser de ese modo.
Estaba ahí, verdaderamente estaba ahí, vestido con su uniforme militar, exudando poder y virilidad, y dejando que todo fluyera en el aire hasta llegar a ella.
–Damien...– susurraron sus labios sorprendidos..
Él también la miraba, él también se encontraba sin respiración, a él también le latía el corazón enloquecidamente.
Sus ojos negros posados en ella ahí en la oscuridad. Recorriendo con dolorosa lentitud la sinuosa belleza de sus formas, y después quedándose fijos sobre los suyos.
Su pequeña y preciosa Ariana.
«Ariana»
Ariana que lo tenía vuelto loco, que no salía de su mente ni siquiera un instante, y que lo atormentaba en sueños noche tras noche. Ariana bañada por la luz dorada de la luna. Su aspecto demasiado inocente y dulce, lleno de magia.
Preciosa, preciosísima hada mágica.
Su entrada la había dejado sorprendida en un primer instante haciendo que se incorporara sobre las rodillas, pero su delicado rostro mostraba ahora una expresión demasiado intensa, una expresión que nada tenía que ver con la sorpresa.
Los ojos marrones permanecían muy abiertos, cristales color miel brillando ahí, los labios entreabiertos, la vena de su delgado cuello en constante respiración.
Era su esposa, su mujer, y Damien rabió ante el pensamiento de que ella había tenido que dormir todas esas noches sin él.
¡Joder!
No mencionó cosa alguna, y ella tampoco lo hizo porque no hacía falta que lo hicieran. Y entonces los dos lo sintieron. El hambre surgió con fuerza increíble dentro de los dos, una explosión invisible se desató.
Damien entró y cerró la puerta tras de sí, dejó caer la maleta que sostenía en su mano haciendo escuchar un golpe seco en el suelo. Mientras Ariana avanzó utilizando sus rodillas para llegar a la orilla de la cama, y poder encontrarse con él cuanto antes. No entendía por qué pero sabía en el fondo de su alma que no tenían mucho tiempo, y debían aprovechar cada segundo juntos.
Llegaron al mismo tiempo. Damien la tomó de la cintura casi rodeando en totalidad la estreches con las manos. Ariana se abrazó a su cuello, y ambos se aferraron el uno al otro en un apasionado beso que robó sus alientos y llenó de placer todos sus sentidos.
Duro y dominante, Damien la besó y la estrechó a su cuerpo trayéndole vida a todos esos sueños de las noches pasadas.
Ariana se dejó besar por él, y se derritió en sus brazos amoldando su cuerpo al suyo, tomando sus labios y entregando los suyos, luchando por conseguir más y más de su boca.
Los dos ardían.
En un rápido movimiento, Damien la alzó hacia él, haciendo que sus dos piernas se enredaran alrededor suyo. Y atraídas como imanes, sus manos grandes y fuertes se adentraron dentro de la tela de su camisón de satén rosa, y cubrieron el redondeado trasero, tocando y acariciando por toda aquella suave y firme extensión, para después subir una mano, y llegar hasta sus pechos apretujándolos en una desesperada caricia.
Sintiéndose famélico por ella, Damien la pegó más a su torso, y la misma mano que había rondado por todo el delicado y femenino cuerpo, subió un poco más para tomar un puñado de largo y sedoso cabello castaño mientras su boca continuaba bebiéndola.
Se estremeció violentamente cuando ella profundizó más aquel remolino hecho beso, cuando las pequeñas manos tomaron su cabeza, y los dedos se abrieron paso a través de su cabello.
Dejaron de besarse para tomar aire, pero sólo durante un par de segundos, porque enseguida sus bocas volvieron a buscarse y a encontrarse con mayor intensidad.
Ariana sintió el gemido vibrando en su propio pecho, en sincronía con los gruñidos de placer mitad animal que salían de él.
–Oh, Damien...– susurró entre besos y suspiros.
Su cabeza cayó hacia atrás cuando los labios del soldado besaron el largo de su cuello.
–Tu piel es tan suave... ¡Joder, qué hermosa eres!– gruñó y volvió a sepultar su cara en el elegante arco.
Con ojos cerrados, ella luchó por respirar, y por mantenerse cada vez más cerca de ese hombre. Sus manos fueron de inmediato a los botones de la chaqueta camuflajeada, y sin usar ni un poco de delicadeza, consiguió desabrocharlos todos de un solo tirón. Y mientras él continuaba comiéndole el cuello, ella acarició su pecho, jugueteó con el vello que lo cubría, y lo hizo suspirar. Después de unos segundos la chaqueta desapareció, y el enorme torso que exudaba testosterona pura quedó libre y al descubierto para que Ariana continuara acariciándolo.
De un momento a otro, Damien perdió el equilibrio, no por lo poco que ella pesaba en sus brazos, sino por el temblor en sus rodillas que lo hizo perder el control. Los dos cayeron a la cama, Ariana debajo de él, pero Damien de inmediato metió su mano para detener la caída y no aplastarla. Y es que era tan menuda y delicada...
Se miraron a los ojos, y sus corazones latieron al unísono.
El marrón miel de ella brillando a fuego lento, y el negro azabache de él derritiéndose.
>Esa mirada...< se dijo Damien. Por esa mirada él era capaz de hacer la mayor locura.
Estaba vuelto loco. La deseaba muchísimo y la había extrañado hasta querer gritar de desesperación. Las manos le habían dolido por no poder tocarla, los labios por no poder besarla, las bolas por no poder follarla.
Esa mujer lo era todo para él. Ella tenía el poder de despertar al animal dentro de él. Tenía el poder de volverlo vulnerable e invencible al mismo tiempo.
¡Mierda!
¿Y cuántas veces la había tenido así, entre sus brazos de aquella manera? Muchas, muchísimas. Las veces que le había hecho el amor eran ya incontables, pero él siempre querría más, siempre necesitaría más. En ese momento no podía besarla lo suficiente, no podía obtener suficiente de ella.
La necesitaba. Necesitaba sus besos y sus caricias. Oh, y en ese momento no había nada más en el mundo que Ariana quisiera darle.
Ariana estaba húmeda y ansiosa por su posesión. Tan hambrienta por él que se sentía como si se ahogara debido a ello.
Abriendo las pestañas, miró al guerrero encima de ella. Con su cabello negro, los ojos oscuros, los duros contornos de su pecho, el vello que lo cubría, y los grandes brazos que la rodeaban.
Era suyo, su hombre. Un macho decidido a poseerla.
–Bésame...– necesitaba que él la besara. Necesitaba que él lo hiciera para no proferir los votos de amor eterno que llevaba grabados en el alma.
Y Damien lo hizo. La besó hasta dejarla sin respiración, bebiéndoselo todo de ella. Tomando y dando a partes iguales.
Luego de aquel beso arrollador, desprendió sus labios de los suyos, para besar su cuello, sus clavículas, el valle de sus senos. Metió entonces sus manos al camisón que llegaba justo a mediación de sus muslos, y comenzó a bajarle las diminutas braguitas de encaje que ella llevaba. De inmediato las lanzó lejos, y al segundo enterró la cabeza ahí mismo, en ese dulce portal de entre sus piernas.
Cálida y vibrante, Ariana gimió de atormentado placer. Toda ella se estremeció en un sinuoso movimiento. Se arqueó gritando con cada caricia de su boca. Se retorció contra él, y un hambre que no podía controlar creció y creció en todo su interior.
Damien la hacía sentir su propia feminidad con una fuerza tan intensa que casi la abrumaba. Infiernos, todo lo que había deseado era saborear ese dulce, femenino sabor de ella y sentir sus apretadas y estrechas paredes abriéndose para su polla que latió más dura en ese instante mientras él se volvía más hambriento.
Ariana se estremeció de nuevo, una y otra vez. El placer la azotó. Sus dedos formaron un puño con la colcha bajo ella, y entonces sucedió. Su marido la llevó a un orgasmo devastador.
Pero Damien ni siquiera la dejó recuperarse. Se alzó ante ella para desabrochar su cinturón y los pantalones. Empezó a bajarlos y dejó que el bulto pesado de su pene se zafara del material abierto mostrando su dolorosa dureza.
Ariana sintió el aliento salir de su pecho al ver elmiembro masculino, tan grueso y duro, casi morado, palpitando con lujuria y brillante con el reluciente líquido pre seminal en la punta que se cernía sobre ella.
Él estaba desesperado. Nunca en su vida había deseado nada, como quería llenarla a ella. Una agonía de hambre y lujuria palpitó a través de todo su cuerpo. Su polla más dura de lo que jamás podía recordar. La empuñó entonces con su mano, y empezó introduciéndole la cabeza de su glande. Ariana gimió ante el sumito dolor placentero.
Damien gruñó, y el sonido desgarró su pecho. Joder, ella era tan apretada. Tan jodidamente apretada que podía sentir cada ondulación de respuesta, cada latido pulsando de necesidad estremeciéndose a través de su pequeña vagina caliente. Las crecientes sensaciones corrían por su cuerpo y chisporroteaban hasta su columna vertebral mientras metía los últimos centímetros y se enterraba dentro de su preciosa esposa.
–Oh, Ariana... No sabes cuánto te deseo, nena, cuánto te extrañaba– jadeó. –En la guerra te veo todo el tiempo, Ari. Cierro los ojos y te veo a ti–
Ariana intentó moverse, cambiando de posición sus caderas, forzándolo a embestirla cuando él gimió bajo y empezó a complacerla con un lento y fuerte ritmo, follándolaapasionadamente.
Dentro de ella, su polla latió más dura y caliente, por sólo un segundo antes de que él entrara en movimiento.
Los gemidos de la castaña fueron en aumento. Lo miró, intentó bañar su visión de todo él. También lo había extrañado. Pero ahí estaba. Poder, fortaleza y hombre. Suyo. Ariana dejó que la llenara una y otra vez.
Damien la embistió apasionadamente, saboreando cada jodido minuto dentro de ella, tomando todo lo que le daba, pero dándole también. Entregándole lo que no se había atrevido a entregarle a ninguna otra mujer, perdiéndose en su interior de una manera desenfrenada. Su voraz y engrosada erección la machacaba con intensa dureza.
–No te detengas...– suplicó Ariana. Placer o dolor. No supo qué. Era una agonía y un éxtasis combinado. Ardía por él. Dolía por él. –Fóllame, Damien, hazme tuya, soy tuya...–
Pero no había necesidad de suplicar. El soldado estaba incluso más desesperado que ella.
Movió las caderas en círculos, buscando llegar lo más adentro posible con cada embestida.
–Mía– repitió él. Su voz haciéndose más profunda. –Mía, Ariana... mía, preciosa– entonces mientras la penetraba alzó sus manos hacia ella, la acarició por todas partes por encima del camisón. Enseguida tomó los tirantes de la tela, y comenzó a bajarlos por sus hombros hasta liberar sus pechos. Los acarició casi con reverencia.
La oleada de calor la azotó. Sentía el placer desgarrándose a través de ella con cada asombrosa penetración, y junto con la sensación de esas manos ásperas y callosas contra su piel tocándola mientras la atraía más cerca fue devastadora para Ariana, la consumió pero al mismo tiempo le dio nuevas energías.
Damien llevó sus labios directo a sus senos, introduciendo un pezón en su boca, y dándole la misma atención después al otro. Haciéndola gemir, marcándola a fuego lento.
Los dos se miraron en el medio de aquel fuego. Sus respiraciones entre cortadas, los ojos dilatados, sus corazones latiendo en un mismo sentir. Ambos sabían que ahí había algo más allá de la lujuria.
Damien atrajo a su mujer más cerca, y todo su cuerpo la envolvió. Empujó más adentro, más profundo. El placer ardiente de cada embestida amenazaba con lanzarla al borde de la liberación.
–Damien...– susurró Ariana, y acarició el vello de su pecho, subió las manos a su cuello, y luego enterró los dedos en su nuca. Ella estaba ardiendo, fuera de control.
–Me vuelves loco, muñeca. Me haces olvidarme de todo menos de ti...– Damien moriría. Iba a morir en sus brazos esa noche y no había nada que pudiera hacer para detenerlo. No quería detenerlo. Aquí, había paz, existía una sensación de seguridad que nunca había conocido en su vida.
Ella... Su Ariana.
La liberación brotó entonces tan arrolladora como un resplandor.
Ariana recibió su segundo orgasmo mientras los ardientes chorros de semen la inundaban. Sintió que de pronto caía al borde, pero con sus manos se sujetó de las enormes rocas que eran los bíceps de Damien. Cerró los ojos, y gritó.
Derrumbándose sobre ella, Damien apoyó la cabeza sobre la almohada a su lado, su frente presionando el fresco material cuando el placer rasgó su alma.
Luego de unos segundos alzó su cabeza para poder mirarla.
No se sorprendió cuando encontró a su esposa profundamente dormida.
Debía estar agotada. La noche había sido demasiado intensa.
Todavía con la respiración rota, él sonrió, y con su mano acarició los cabellos de su frente sudorosa.
>Qué hermosa es< pensó en su mente. >Qué hermoso aspecto tiene después de haber sido tomada por un hombre. Su hombre< el pecho se le hinchó con ese mismo sentimiento posesivo que lo azotaba a cada instante que pensaba en ella.
Exhaló, y luego miró por la ventana. En unas cuantas horas, el sol saldría y él debía marcharse ya mismo si quería cumplir con la palabra que le había dado al comandante Crowe. El tiempo era su enemigo.
Damien cerró sus ojos, miró a su mujer.
Ariana dormía plácidamente después de la exhaustiva sesión de sexo apasionado que habían tenido hacía sólo unos instantes.
Maldijo en voz baja, y finalmente se puso en pie, aborreciendo la idea de tener que dejarla de nuevo.
Se vistió rápidamente en la oscuridad, tomó su maleta y sin más se dispuso a salir de ahí. No la miró una última vez porque sabía que si lo hacía sería incapaz de marcharse, así que solamente salió.
Sin embargo antes de bajar escaleras pasó a la habitación de su pequeña para verla aunque fuera por unos instantes.
Stella se encontraba en su cunita, y él se llevó una bellísima sorpresa al encontrarla despierta. La bebé permanecía con los ojitos marrones bien abiertos, pataleando contenta, y más aún cuando sintió la presencia de su progenitor.
–¿Qué hace mi princesa despierta a esta hora?– le preguntó al tomarla entre sus brazos, sin resistir las ganas que tenía de cargarla y abrazarla. –No me digas que mami y yo te hemos despertado con nuestros... ruidos– bromeó, luego llenó su carita de tiernos besitos.
Stella sonrió y balbuceó.
–Oh, caramba, te extraño muchísimo, linda. Y seguiré extrañándote cada día que no te vea, que no vea esos ojitos tan preciosos que tienes– volvió a darle otro besito, y la abrazó con todo el amor que sentía por ella. Sí en definitiva extrañaba esa sensación de sentir su cuerpecito contra su pecho y ese olor a bebé, de escucharla reír. Era la cosa más dulce. –Ya debo irme, pero volveré pronto y jugaré contigo, ¿vale?– le sonrió. –Mientras tanto sé buena chica y deja que mami duerma un poco más. Papi la ha dejado... exhausta– rió para sí mismo. Estrechó de nuevo a su pequeña hijita, la depositó con cuidado sobre el colchón de su cuna, y la meció un poco hasta conseguir dejarla dormida. No tardó mucho en hacerlo.
Damien admiró lo bonita que Stella era por unos cuantos segundos más, y luego se marchó esta vez para salir ya de la hacienda y de Mission Bay. Tenía que estar en Honduras en aproximadamente nueve horas.
Bajó escaleras, y se encontró con todo tal y como lo había encontrado cuando llegó.
Dove dormida en el sillón, y Jake en el suelo. Al parecer habían tenido una especie de pijamada con videojuegos, póker y rosetas de maíz.
La televisión se había quedado encendida, y Damien rió por no haberse dado cuenta al llegar. Había estado tan desesperado por ir con Ariana que apenas y se había dado cuenta de la presencia de esos dos en su sala.
Dejó el mando sobre la mesilla de cristal después de apagar el aparato. Luego salió de casa. Abordó la avioneta, que por fortuna tenía silenciador especial utilizado únicamente por la Armada. Encendió el motor, realizó todo los movimientos necesarios, movió controles, jaló palancas, y prontamente empezó a elevarse.
Exhaló.
Seguiría extrañando como loco a su esposa en aquella batalla que le esperaba, pero al menos esa noche que acababan de pasar juntos lo ayudaría un poco a sobrellevarlo y poder resistirlo.
Ya no le sorprendía tanto el poder que Ariana tenía sobre él.
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¿Lo había soñado? ¿Todo había sido parte de sus sueños?
No.
Había sido real. Tan real que su cuerpo todavía llevaba las secuelas.
Ariana se miró al espejo de su baño, y el reflejo le mostró el aspecto de una mujer que había pasado las últimas horas en los brazos de un hombre, de su amante.
Cabello despeinado, labios hinchados, mejillas y cuello sonrosados... Además el escozor entre sus piernas...
Enrojeció aún más.
¡Cielo santo!
En verdad había estado ahí. Había venido de la guerra hasta ella. Se había atrevido a viajar el cielo sabía cuántas horas sólo para estar a su lado.
Cerró sus ojos, y entonces volvió a revivirlo todo en su mente.
Damien haciéndole el amor, haciéndola suya ante cada embestida, besándola lleno de ardor pero tocándola con ternura.
Cómo se habían mirado, cómo se habían besado.
Todo aparecía tan nítido ahí en su cabeza. Incluyendo los sonidos de su unión, los gemidos que él profería al estar en su interior, y también los de ella al sentirlo tan profundamente.
Ariana se llevó de inmediato una de sus manos al pecho, intentando detener los latidos de su corazón.
De inmediato buscó su bata, y se la colocó anudando los cordones en su cintura. Nose molestó en ponerse sandalias, sino que salió descalza de su habitación, bajandoescaleras corriendo.
Ni siquiera se giró para mirar a Dove que acababa de despertarse y limpiaba las rosetas de maíz que habían sido derramadas sobre ella, ni a Jake que todavía dormía en el suelo muy cerquita de un montón de barajas de póker. Ariana tan sólo se pasó de largo, y de inmediato abrió la puerta para salir.
Miró todo a su alrededor, pero lo primero con lo que se encontró fue con Tim que parecía un poco confundido y aliviado a la vez, también algo exaltado.
–Señora Ariana, gracias al cielo– exclamó. –Buenos días–
Ariana intentó bajar un poco el nivel de su emoción, pero no pudo evitar saludar al capataz con una gigantesca sonrisa.
–Buenos días, Tim– de inmediato continuó rebuscando por todo su alrededor con la mirada.
–Debo comentarle algo– de nuevo el hombre atrajo su atención.
–Por supuesto, dime– ella siempre era amable.
–Yo...yo estaba preocupado. Pensé que algo le había ocurrido, y por eso vine aquí de inmediato–
Ariana frunció el ceño.
–¿Ocurrirme algo?–
–Pensé que intrusos habían entrado de nuevo a la hacienda tal y como ocurrió meses atrás–
–¿Intrusos? ¿Pero qué te hace pensar eso?–
–Bueno...– Tim se quitó el sombrero, y mostró vergüenza. –Esta mañana al despertar me di cuenta de algunos rastros en el césped. Parece la evidencia de que algo parecido a un helicóptero o una avioneta fue aterrizada aquí a medianoche... Me resulta un poco extraño porque cualquiera de los dos nos hubiese despertado a todos con el ruido, y nadie parece haberlo escuchado... Pero en fin, el asunto es que el vaquero que se quedó de guardia...– cerró los ojos de nuevo apenado y a la vez molesto. –...se encontraba un poco indispuesto como para poder identificarlo. Ya sabe, es joven, se le hizo fácil matar el tiempo bebiéndose unas cuantas cervezas, y se emborrachó tanto que ahora asegura que quienpiloteaba la avioneta era el señor Damien, y bueno, usted y yo sabemos que eso es imposible... Pero le pido que no se preocupe. Averiguaré qué fue lo que ocurrió, y le prometo que Rudy tendrá su castigo. Usted no volverá a estar desprotegida nunca más–
A medida que Tim continuaba hablando, la sonrisa de Ariana se iba haciendo más y más grande mientras soltaba algunas risitas. De inmediato negó.
–No, Tim, no lo castigues– le dijo sonriendo feliz. –Él tiene razón, fue Damien el que aterrizó aquí esa cosa que dices, así que no hace falta que castigues a nadie, ni que investigues nada–
El capataz dio un respingo de sorpresa.
–¿Está hablándome en serio?– cuestionó.
Ariana asintió.
–Damien estuvo aquí anoche– respondió.
En ese momento una Dove todavía adormilada salió de la casa, pero al escuchar lo que su amiga había dicho, se despertaron todos sus sentidos.
–Pe...pero...– Tim todavía parecía incrédulo. –¿Está usted segura, señora? Quiero decir, el patrón se encuentra a miles de kilómetros de aquí, y según tengo entendido su regreso será dentro de unas cuantas semanas más–
–Lo sé, lo sé, y estás en lo correcto– asintió ella de inmediato. –Pero él vino sólo por unas cuantas horas durante la noche. Necesitaba... necesitaba estar aquí por algo urgente–
Tim aceptó aquella explicación, y soltó un suspiro sintiéndose muy aliviado de que nada malo hubiese ocurrido mientras su empleado se pasaba de negligente.
–Bien, como ya todo quedó aclarado, yo me retiró a empezar con mi trabajo del día– caló su sombrero de manera caballerosa, y sin más se marchó.
Ariana agitó su mano despidiéndolo todavía con la enorme sonrisa adornando en su cara.
–¿Damien vino anoche?– le preguntó Dove aún con sorpresa.
Contenta, Ariana se giró para asentirle.
–Vino, Dove– la voz le sonó llena de emoción. –Estuvo aquí, vino sólo por mí–
Su amiga rubia sonrió con picardía.
–¿Quieres decir que mientras Jake y yo roncábamos en tu sala, tú estabas arriba follando con tu soldadito recién llegado de la guerra?– abrió la boca de puro asombro. –Esto parece de novela. ¡Me encanta!–
Con un poco de rubor cubriendo sus mejillas, Ariana suspiró.
–Todavía no puedo creer que en serio se haya atrevido a venir hasta aquí sólo por... por estar conmigo–
–¡Yo sí!– añadió Dove de inmediato. –Lo traes loco, Ariana. El pobre hombre no puede estar sin ti. ¿No te das cuenta todavía?–
Sí, Ariana se daba cuenta. Lo hacía.
–Yo tampoco puedo vivir sin él, Dove–
En ese momento uno de los empleados de la hacienda se acercó a ellas.
Llevaba en sus manos un gigantesco arreglo de rosas en colores pastel.
Las expresiones en el rostro de Ariana y de Dove fueron de auténtica sorpresa y emoción.
–Señora Ariana, un mensajero ha traído esto para usted– entró al pórtico y las dejó sobre la mesa de patio, luego se marchó.
–¡Te lo dije!– exclamó Dove contenta. –Lo eres todo para él, Ari, y quiere que lo sepas–
Ariana no mencionó nada, pero la sonrisa y la carita llena de ilusión en su rostro lo dijeron todo.
Sin aliento y con el corazón golpeteando fuertemente, se acercó y con sus manos tomó la nota que venía ahí.
La abrió, ysu corazón dio un vuelco.
Me encontraba desesperado por volver realidad todo lo que únicamente podía revivir en mi mente. Los recuerdos de esta noche me ayudarán a soportar un poquito más. Piensa en mí, porque te juro que yo pensaré en ti a cada instante... D. K.
La ilusión la embargó, y todo el amor que sentía por aquel hombre la inundó de lleno. Pegó la nota a su pecho, y la abrazó contra sí.
Siempre, siempre, a cada segundo, iba a pensar en él.
Aguardaría con ansias su regreso.
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Sin embargo al regreso de Damien, él venía herido.
Y cuando Ariana lo vio, su corazón dolió, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Por fortuna no había sido nada grave. Tan solo un rozón de bala que había conseguido abrirle y quemarle un poco de tejido en el brazo que ahora debía llevar sobre un cabestrillo.
Con paciencia y ternura, Damien se lo explicó y consiguió tranquilizarla y secar sus lágrimas.
–Por favor no te pongas así, preciosa. Ya te dije que no fue nada, ahora ven aquí y dame un beso–
La consternación todavía aparecía en el rostro de su joven esposa, que de inmediato negó.
–No, Damien, no quiero lastimarte–
–¿Lastimarme?– el soldado soltó una carcajada. –Te juro, nena, que un beso tuyo nunca me lastimaría, sino lo contrario. Ayudaría a curar mi dolor, así como en los cuentos–
Ariana no pudo evitar reír.
Cielo santo, en verdad lo había extrañado.
–Eres un tonto– le dijo.
–Si tú lo dices, por supuesto que lo soy, pero no me dejes con estas ganas– pronto la atrajo hacia él, y bajó su cabeza para poder besarla.
Ariana respondió al beso porque ella también había estado ansiando besarlo, sin embargo cuando sintió que se volvía más apasionado, de inmediato colocó ambas manos en su pecho para poder detenerlo.
–Debemos ser cuidadoso, Damien– le dijo ella al momento que desprendía sus labios de los suyos.
Con el brazo libre, él la apretó de la cintura pegándola más a su cuerpo.
–Muero de ganas por ver cuán imaginativos vamos a ser a la hora del sexo– sonrió ocasionando que ella enrojeciera.
–¡Damien!–
Él rió.
–Oh, vamos, muñeca, nadie está oyendo, déjame hablarte sucio– se acercó a ella, y depositó un beso en su sien.
–Lo mejor será que descanses, Damien. Debes venir agotado y encima con esa herida...– enseguida apartó las colchas, y lo ayudó a recostarse.
–No tienes que ayudarme... Eres un cuarto de lo que soy yo, soy demasiado pesado para ti–
Ella negó.
–Podré ser pequeña, pero no soy una debilucha– protestó arqueando una ceja.
Damien soltó una carcajada. Se recostó con todo cuidado sin soltar su mano,
–No quise decir eso, Ari, tan solo pasa que... joder, cuando pienso que podrías correr algún peligro... No sé cómo explicártelo, pero desdeque llegaste a mi vida haces que me sienta como el maldito Conan–
Ella le sonrió dulcemente.
–Ahora yo quiero cuidar de ti–
La mano de Damien le acarició el mentón.
–Ya lo has hecho, muñeca. ¿O ya olvidaste cuando aquel toro me clavó uno de sus cuernos?–
–Me refiero a siempre– le dijo. –Quiero cuidarte, siempre, Damien. No quiero que nada malo vaya a ocurrirte nunca– de nuevo su voz se tornó angustiosa. –Me moriría si algo llegara a pasarte. No sé si vaya a soportar que sigas llegando a casa herido–
Él la miró fijamente, y con su mano tomó las dos suyas para llevarla a su boca, y besarlas.
–Te lo juré– le habló con sinceridad. –Te juré que nunca me pasará nada porque siempre querré volver contigo– se acercó a ella, y volvió a besarla.
Ariana se sintió más en paz porque al fin estaba él ahí en casa, ya no corría más peligro en ninguna selva sudamericana. Sonrió y se abrazó de su inmenso cuerpo que siempre resultaba tan cálido y alentador.
Sin embargo en ese momento les llegó una interrupción.
Era Chris.
–Lamento mucho ser un intruso en su momento tan romántico– bromeó. –Pero has olvidado los medicamentos en la camioneta, y como soy tan buen amigo, los he traído para ti–
Damien rodó los ojos con fastidio. Las había olvidado a propósito.
–Ariana, ¿puedes traer un vaso con agua para que tu esposo se las tome?–
–Por supuesto, Chris– la chica sonrió, y de inmediato salió de ahí.
–Odio los medicamentos– exclamó Damien molesto una vez Ariana hubo salido.
Chris se hundió de hombros.
–Bueno, con respecto a los analgésicos, puedes pasar de ellos, al final es sólo dolor, y como eres tan machote, podrás soportarlo, y sobre los antibióticos... ¿sabes que si no los tomas podrías desarrollar una infección que bien podría terminar gangrenándote todo el brazo y tendrían que amputártelo? ¿Acaso Robin no te lo explicó?–
Sí, sí se lo había explicado pero Damien lo había olvidado. Desde luego le gustaba su brazo tal y como lo tenía.
–Dame eso– exigió de inmediato.
Chris soltó una risilla, sin embargo no tenía muchas ganas de reír. Había algo que lo preocupaba.
–¿Ya pensaste sobre el asunto del que te hablé?– le preguntó al tiempo que le entregaba la bolsa de medicinas.
Damien negó.
–No hay nada que pensar, Chris, te equivocas en tu suposición–
–Pues será el sereno, pero a mí me resulta bastante evidente... Murray lo hizo a propósito, Damien– se refería al incidente de su brazo. Si Damien había estado a punto de ser baleado había sido porque Michael había disparado su arma en dirección contraria justo en medio de su pelea.
Pero Damien negó.
–¿Cómo puedes asegurarlo?–
–El sujeto te odia, te tiene celos, no te soporta, ¿te parece eso poco?–
Damien se hundió de hombros.
–La verdad es que esa no es razón suficiente para querer meterme una bala. Es cierto le caigo mal, él me ve como su rival, pero eso es algo aparte, Chris, trabajamos para el mismo equipo, nunca nos haríamos daño–
Chris exhaló.
–Por cierto, ¿dónde está Ariana? Ya se tardó, iba solamente por un vaso de agua– dijo Damien dándose cuenta de que ya habían transcurrido más de diez minutos. –¿Todavía hay gente abajo?– preguntó.
Chris asintió. Habían llegado todos juntos a dejar a Damien en casa, y también se marcharían juntos. Spencer, Adam, Bob, Tristan, Josh, Michael, todos estaban abajo esperando.
>Murray< recordó entonces Chris internamente.
–¿Sabes? Iré a buscar a Ariana, seguro Boldman está entreteniéndola con una de sus tonterías– le sonrió, y después salió de la habitación. Aunque bien seguro estaba de que no eran las tonterías de Spencer las culpables de aquello.
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Lo odiaba. Ariana no podía entender por qué, pero todo su ser lo detestaba. Así había sido desde el primer momento en que lo conoció, y lo increíble del asunto era que en ese momento todo ese odio y ese desprecio parecían haber aumentado.
¿El motivo? No lo sabía, lo único que sabía con bastante claridad era que ese hombre le causaba la mayor de las repulsiones y lo quería lejos de ella, lo más lejos posible.
Le repugnaba, su cuerpo se estremecía de asco con su sola presencia, y aún más cuando él estaba mirándola tan fijamente como en ese instante.
Esos ojos... Despiadados ojos verdes que la recorrían como dos serpientes, que parecían ser capaces de cualquier cosa. Demasiada crueldad veía en ellos.
No le gustaba cómo la miraba. La miraba como si...
–¿Acaso te has quedado muda?– la voz del hombre la hizo volver.
Ariana parpadeó, e inconscientemente dio un paso hacia atrás.
Michael sonrió, y ella odió muchísimo aquella sonrisa. Era detestable así como todo él. Todo lo que era, lo que irradiaba. Era algo sucio y podrido, Ariana podía sentirlo. Quería salir huyendo, pero maldición, estaba en su propia casa. ¿Cómo era que ese sujeto conseguía intimidarla de aquella manera ahí mismo? ¿Es que acaso no veía la repulsión que le causaba? ¿No se daba cuenta? Le parecía extraño porque a ella nunca se le había dado bien eso de fingir, y segura estaba de que todo el asco que sentía por él debía estar ahí pasmado en todo su rostro. La otra alternativa era queel muy maldito lo supiera muy bien, y aun así se acercara a ella con todopropósito malo.
–Ha...hace mucho que no hay alcohol en esta casa, señor– respondió totalmente tensa.
Michael la miró de nuevo por unos cuantos instantes.
–Oh, eso es una pena– contestó con voz comprensiva. –Entonces puedes ofrecerme un vaso de agua– miró el que ella llevaba en la mano.
Ariana también fijó ahí mismo su mirada. Era el vaso que llevaba para Damien. No se lo daría.
–Justo ahí está la jarra, y por allá están los vasos– señaló. –Yo debo volver con Damien–
La situación estaba divirtiéndolo, no había duda de ello. Lo disfrutaba porque en lugar de mostrarse enfadado u ofendido, reía abiertamente.
–No eres muy buena anfitriona, ¿eh, Ariana?– arqueó la ceja.
Ariana que había estado a punto de marcharse, se detuvo.
–Arriba está mi marido herido, comprenderá, señor Murray, que ahora mismo no tengo cabeza para nada que no sea cuidar de él–
Michael asintió.
–Keegan sí que tiene suerte– exclamó. –Además de ser todo un bomboncito también eres sumisa–
Ariana dio un respingo. Había estado furiosa y había conseguido ocultarlo, pero en esos instantes sentía que no podía seguir haciéndolo.
–No vuelva a llamarme de ese modo– sus ojos marrones llamearon con verdadero enfado.
Desde luego Michael sonrió.
–¿Te molesta que te hable con la verdad? Porque lo que digo es cierto, Ariana. Cualquier hombre con sangre caliente en las venas mataría por tener una mujer como tú. Eres...– la miró de arriba abajo. Sus ojos verdes como reptiles. Alzó su mano en lo que parecía ser el gesto de una caricia ahí muy cerca de su rostro.
Ariana sabía que gritaría. Sabía que lo haría si él la tocaba. No iba a soportarlo.
>No le demuestres que te atemoriza. No te muestres débil ante él<
–Casada– lo interrumpió, y enseguida dio un paso más hacia atrás y manoteó para evitar que él le pusiera un dedo encima.
Por fortuna Michael se quedó en su sitio, y no intentó tocarla de nuevo. Metió ambas manos a los bolsillos de su pantalón, y la miró con fijeza.
–El hecho de que seas de Damien no significa que los demás hombres estemos ciegos. Eres hermosa, y lo digo con todo respeto porque ante todo soy un caballero–
Ariana lo miró esta vez fijamente. Podrido y sucio, se repitió. Ese hombre era el mismísimo diablo.
–Déjala en paz, Murray– la voz dura los hizo voltear a ambos.
Para Ariana fue un inmenso alivio ver ahí a Chris, el mejor amigo de Damien. Él iba a salvarla de aquella incómoda situación.
Michael frunció el ceño.
–No estoy haciéndole nada, Pine, sólo charlábamos, ¿no es así, Ariana?–
Ella bajó la mirada. No respondió.
Chris mostraba una expresión severa e inescrutable.
–Creo que ya va siendo hora de que nos marchemos. Damien necesita descansar. Los demás están en la sala. Diles que ya es hora, y espérenme en la camioneta–
Michael miró a su compañero de manera furiosa, deseando gritarle que no tenía por qué seguir sus órdenes, sin embargo fue chico listo, y de inmediato obedeció.
Sólo cuando él se hubo marchado, Ariana pudo respirar con normalidad.
Y Chris que era un hombre observador, se dio cuenta de cómo ella pasaba de la tensión a un estado más relajado, casi aliviado.
–¿Te hizo algo?– cuestionó de inmediato.
Ariana exhaló, y después negó.
–No, no. Tranquilo, Chris. Él dijo la verdad. Sólo... charlábamos–
–Una charla es de dos, Ariana, y tú no parecías muy dispuesta a charlar con él–
La chica desvió un poco la mirada, no supo qué responder a eso porque bien era cierto. No hubiese querido compartir ni siquiera dos palabras con aquel sujeto.
–No te cae bien, ¿verdad?– escuchó que Chris decía.
No iba a negárselo.
–No me inspira confianza, y siento que... que hay algo turbio en él–
–Haces bien en desconfiar de Murray. Yo pienso lo mismo que tú, y más ahora después de lo que sucedió en Honduras–
Ariana frunció el ceño.
–¿Qué sucedió?–
–La bala que casi atravesó a Damien fue disparada por él–
El rostro de Ariana fue golpeado por la angustia.
–¿Qué?–
Chris asintió.
–Se la ha pasado argumentando que fue un accidente, que el arma se disparó por descuido, y todos le creyeron, incluido Damien, pero yo no. Sospecho que lo hizo a propósito–
–Lo sabía– exclamó Ariana consternada. –Yo sabía que era malvado... ¡Tenemos que hacer algo, Chris! ¡Tenemos que denunciarlo! ¡Le hará daño de nuevo!–
–Tranquila, tranquilízate, Ariana. No podemos hacer eso porque no hay pruebas, y como ya te dije, todos creen en él. Pero no te preocupes, confío en que pronto Damien pueda verlo también. Mientras tanto mantente alejada de ese sujeto. No tiene buenas intenciones–
Ariana asintió.
–Créeme que no hay nada que yo desee más que estar lejos de Michael Murray–
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Cuando Ariana subió a su habitación, no encontró a Damien en la cama tal y como lo había dejado. Eso la hizo preocuparse. Miró a su alrededor, e incluso buscó en el baño pero no lo encontró.
–¿Damien?– lo llamó, y a medida que lo llamaba salió y avanzó por el pasillo para entrar a la habitación de Stella.
Ahí fue donde lo encontró.
Ariana no pudo evitar la sonrisa que se formó en su rostro.
Siempre resultaba fascinante verlo en aquella habitación.
Él, un hombre imponente y devastador, dentro de todo un mundo de suaves nubes color rosa, florecitas y unicornios... Sin duda fascinante.
Y ahí estaba de pie ante la cuna, vestido únicamente con pantalones jogger, descalzo y con el torso desnudo. Atractivo, viril y con su pequeña Stella en los brazos.
Ariana sintió a cámara lenta cómo su corazón estalló de amor. Se llevó una mano al pecho para detener el estruendo, y sus ojos se abrieron con profundas emociones.
Damien abrazaba a su hijita, la sostenía con un brazo manteniéndola recostadita, le hacía mimos, le daba besitos y le decía cuánto la había extrañado.
Stella balbuceaba contenta y se removía con gran entusiasmo. Resultaba enternecedor ver que a pesar de las semanas transcurridas, y de ser ella tan pequeñita, la imagen de su padre no había sido borrada de su memoria. Lo adoraba y lo había extrañado demasiado. Lo estaba demostrando en esos instantes. Sabía que ese era el hombre de su vida, así como Ariana también estaba segura de ello.
Sin embargo de un momento a otro se giró para ver a su esposa, y entonces ella vio el cabestrillo y su brazo herido recordando el incidente.
De inmediato se acercó a ellos, y cogió a la bebé en sus brazos.
–¿Qué haces levantado y cargando a Stella? Podrías lastimarte, Damien, no debes hacer ningún esfuerzo, te lo dijo el doctor Williams– lo regañó.
El soldado le sonrió, y se inclinó para besarla en los labios, y luego depositar un besito en la cabecita de su hija.
–No te enojes conmigo, nena, estoy feliz de estar en casa y poder estar con mis dos chicas. No sabes cómo me hicieron falta– le dijo él mientras acariciaba su brazo con la mano sana.
Ariana quitó poco a poco su cara de preocupación y mostró una suave sonrisa.
–También nos hiciste falta a nosotras, Damien. Muchísimo– se alzó de puntillas, tomó su nuca para bajarla y se alzó de puntas para poder alcanzarlo mientras cerraba sus ojos y lo besaba con amor. –Vamos a la cama– le dijo cuando el beso terminó.
Damien sonrió y arqueó las cejas.
–¿Ahora?– cuestionó pícaramente.
–No, bobo– respondió Ariana inmediatamente rodando los ojos. –No para eso, sino para que descanses. Las dos te haremos compañía– abrazó a Stella colocándosela a la cadera, y esta sonrió.
El soldado soltó un suspiro de frustración.
–Bien, pero sólo porque mi princesa está despierta y quiero estar con ella un ratito más, pero cuando se duerma, no escaparás de mí, Ariana– la tomó de la cintura, y la pegó a su cuerpo con el brazo no herido.
Ariana sonrió, y acarició su pecho.
–Creo que esta noche será muy divertida tomando en cuenta que sólo tienes una mano libre. Vamos a ver de lo que eres capaz de hacer, campeón– le guiñó el ojo.
Damien mostró una reluciente y blanca sonrisa.
–Te sorprenderás– prometió.
Enseguida los tres se marcharon a la habitación principal.
Con todo cuidado Damien se recostó, y enseguida Ariana colocó a la bebé en el centro de la cama. Luego ella se les unió.
Damien jugaba con la pequeña mostrándole uno de sus peluches de Frozen.
Stella reía a carcajadas e intentaba atraparlo con sus propias manitas.
Ariana exhaló.
–Damien, hay algo de lo que quiero que hablemos– le dijo en un tono diferente. La preocupación de nuevo llenaba su preciosa carita, y eso hizo que Damien frunciera el ceño.
Él le entregó el Olaf de lana a su hija, y pronto le prestó toda atención a su esposa.
–¿Qué pasa? ¿De qué quieres que hablemos?–
–De Michael Murray– respondió ella sin rodeos.
–¿Qué pasa con él?– Damien frunció el ceño.
Ariana resopló molesta.
–¿Acaso no pensabas contarme que fue él quien te hirió en la guerra?–
Damien exhaló. Por lo visto su amigo Chris había andado por ahí de bocón.
–Es algo sin importancia–
–¿Cómo puedes decir eso? Claro que importa, e importa muchísimo–
–Escucha– habló él. –Los accidentes pasan, ¿de acuerdo? Las armas a veces se disparan sin que tengamos la intención de que lo hagan, e incluso podemos fallar en nuestra puntería. A todos nos puede pasar alguna vez, a mí me ha pasado muchas veces–
–Sí pero estoy segura de que tú no has herido a ninguno de tus compañeros de Brigada–
–Bueno, eso es cierto, afortunadamente, pero como ya te dije, son cosas que pasan, son accidentes, Ariana–
–Damien...–
Él negó y la interrumpió.
–Por fortuna lo mío no pasó a mayores, fue sólo un rozón, en dos semanas o menos podré volver a mover el brazo, y nada habrá cambiado. Chris no debió haberte preocupado contándote todo esto–
Ariana soltó un gran suspiro.
–Sólo... sólo ten cuidado con él. No es de confianza, y no me agrada. Nunca me ha agradado–
Entonces Damien cambió de expresión, y sus ojos se fijaron completamente en ella.
–¿Acaso alguna vez te ha hecho algo? ¿Te ha molestado? ¿Te ha ofendido de algún modo?– cuestionó enfadándose verdaderamente. Si descubría que así había sido, Murray podría considerarse hombre muerto.
Ariana negó enseguida.
–No, Damien, tranquilo, no me ha hecho nada. Tan solo pasa eso... No me cae bien, y no lo quiero cerca de ti–
Ya más calmado, Damien le sonrió, tomó un mechón de su cabello y lo pasó tras su oreja en una suave caricia.
–Gracias por preocuparte por mí, y por cuidarme–
–Un día te dije que siempre te cuidaría– dijo ella sonriéndole.
Damien sintió su pecho inundado de cálidas emociones.
–Y yo te respondí que esa era mi frase–
Los dos rieron. Pero luego ella alzó su cabeza para mirarlo con ojos bien brillantes.
–No quiero que nada te pase nunca, Damien– de nuevo su voz sonaba angustiosa.
–Nada me va a pasar, muñeca– con su dedo acarició su bonito, frágil y femenino mentón. –Te lo prometí–
–Entonces ahora prométeme que tendrás cuidado con Michael Murray, y que nunca confiarás en él–
–¿Eso te hará feliz?– le preguntó Damien.
Ariana asintió adorablemente.
Damien le sonrió.
–Entonces te lo prometo. Sabes que haré lo que sea por verte feliz–
–Gracias, Damien– ella se acercó para besarlo.
>Te amo< deseó decirle.
No lo hizo.
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Ariana estaba siendo la favorita del jurado. ¿Pero cómo no iba a serlo si era la bailarina con más gracia y más ángel? Sumándole a todo ello el innegable talento que ella poseía.
En días pasados, Miss Margot, la había inscrito a un importante concurso de baile en el centro de Boca Ratón, sin siquiera preguntárselo primero, taly como lo había hecho aquella vez en años pasados cuando la comprometió a tomarlas clases secretas de pole dance.
La noticia le había caído de completa sorpresa a Ariana, pero había aceptado el reto de inmediato. Sabía que su jefa estaba loca, y era muy fiel a seguir sus locos impulsos, así que no la decepcionaría.
Lo suyo siempre había sido, y siempre sería el ballet, pero no negaba que también se le daban bastante bien otros tipos de bailes.
Habían sido semanas de ensayos y más ensayos, horas y horas, y gracias a ello Ariana iba más que preparada.
Junto a su pareja habían presentado ya distintos géneros de música: country, hip hop y ritmos latinos.
En todas y cada una de sus presentaciones, Ariana y su compañero habían conseguido cientos y cientos de aplausos, también ovaciones de pie, y calificaciones bastante elevadas por parte de los jueces.
Damien había estado observándola desde bastidores, quedándose con la boca abierta al darse cuenta de hasta dónde llegaba el talento de su preciosa y pequeña mujercita, y tirando baba por todas partes al ver lo condenadamente hermosa que lucía ahí arriba del escenario.
Vestida de vaquerita sexy al bailar Bring It On de Brokedown Cadillac, con una graciosa gorrita volteada hacia atrás y haciendo piruetas durante Crazy In Love de Beyoncé, y moviendo las caderas al ritmo de Procura Seducirme.
En determinado momento hicieron pasar a todas las parejas de baile para así nombrar a los tres finalistas. Desde luego Ariana y Matt fueron parte.
Damien aplaudió muy contento, y le echó porras desde su lugar.
¿Estaba celoso del compañero de su esposa debido a lo mucho que debía tocarla y estar cerca de ella?
¡Ni hablar!
El chico le agradaba mucho. Era homosexual, y eso había ocasionado de inmediato que a Damien le cayera bien.
Finalmente se llegó el momento del último número de la noche.
Damien no sabía cuál era el género siguiente, pero lo supo al instante cuando las pantallas leds recrearon la escenografía necesaria.
Música disco.
Ariana y Matt se posicionaron en el centro de la pista, y a los pocos segundos la canción comenzó... Knock On Wood de Amii Stewart.
El primer paso de baile fue un giro, y enseguida una marometa que Ariana realizó con la ayuda de su pareja. Después de aquello comenzaron a bailar, y demonios... Lo hacían demasiado bien. Cada uno de sus pasos iba en simetría el uno con el otro. Había agilidad, había tablas, había emotividad, y lo más importante, había pasión y entrega.
Y Ariana se veía preciosa en ese trajecito de lentejuelas.
Damien se quedó sin aliento.
Más tarde, nadie se sorprendió cuando nombraron a la pareja ganadora.
Ariana y Matt recibieron su bien merecido trofeo de primer lugar, recibieron las felicitaciones correspondientes, se tomaron fotografías.
Cuando pasaron a bastidores, Ariana le entregó el trofeo a una muy emocionada Miss Margot, y enseguida corrió hacia Damien, quien la recibió con los brazos abiertos.
Él la cargó, giró con ella, y después la besó.
–Felicidades, preciosa, eres la mejor, y estoy muy orgulloso de ti y de todo lo que logras–
Ariana se abrazó fuertemente a él, y no deseó soltarlo. Lo amaba, y amaba verlo ahí siendo parte de todo conlo que ella soñaba.
–Gracias por estar aquí–
–Siempre, muñeca, siempre– respondió en su oído. Luego se alzó para mirarla. –Todos los de tu academia irán a festejar el triunfo a un restaurante de la ciudad. ¿Quieres que vayamos?– le preguntó.
Con una sonrisa Ariana negó.
–Llévame a casa. Esta noche sólo quiero estar contigo–
Damien también le sonrió. Desde luego él también lo deseaba de aquel modo.
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Planeaban celebrar, aquella noche no había otra cosa que Damien y Ariana desearan hacer.
Durante el camino de vuelta a la hacienda habían ido riendo y besándose, disfrutando de la compañía del uno al otro, y al bajar de la camioneta sus jueguecitos no pararon.
Ariana se había cambiado, llevaba licras que se pegaban a sus piernas de manera maravillosa, y una blusita delgada y jovial. Todavía llevaba el maquillaje con el que había salido a escenario, pero aun así esa noche parecía más joven que nunca, fresca y llena de vida, con su sedoso cabello castaño al aire. Se alzó ante él, y lo besó apasionadamente.
Damien la rodeó con su brazo, y la estrechó contra su cuerpo.
Eran un matrimonio increíble.
Había magia ahí entre ellos dos, pero en ese momento hubo algo que rompió el hechizo del momento...
El celular de Damien.
Cuando él lo sacó del bolsillo de su pantalón y vio de quién se trataba, exhaló.
Era Crowe.
¡Maldición!
Deseaba tanto no responder a la llamada. Ignorarla y seguir con Ariana, comiéndosela a besos, y abrazándola así como la tenía, sin embargo estaba su honor de soldado. No podía darle la espalda a eso, así que respondió.
–Keegan en la línea– habló con voz seria.
Ariana se abrazó a él, esperando pacientemente a que terminara la llamada. Y mientras lo abrazaba, lo sintió tensarse y eso la hizo mirarlo con el ceño fruncido.
Lo vio colgar, y mirarla con esos mismos ojos atormentados con los que la miraba cada vez que... tenía que marcharse.
El corazón de Ariana dio un vuelco, y apareció de inmediato un hueco en su pecho.
–¿Te...te vas?– preguntó con la voz en un hilo.
La mano de Damien tocó con delicadeza el mentón de su esposa, y lo alzó ante él.
¡Maldita sea!
No deseaba volver a dejarla, mucho menos cuando no hacía ni siquiera un mes de que había regresado de Sudamérica.
Algo vibró dentro de todo su ser, cerró los ojos y la tomó por los brazos.
–Sí...– respondió.
El alma de Ariana cayó a sus pies.
–¿A... a dónde?–
–A Afganistán–
Ella negó.
–Pe...pero hace sólo un par de semanas que dejaste de usar el cabestrillo. No puedes ir–
–Ari, nena. Tengo que ir. Es mi deber–
Ariana negó. No entendía por qué de pronto se sentía tan exaltada, tan desesperada. El corazón le latía fuertemente. Tenía un mal presentimiento.
–No vayas– repitió, y las palabras salieron como una súplica de sus labios.
Damien soltó un suspiro, y la acarició de ambos brazos.
–Debo ir–
–No, no, Damien, te lo ruego, no vayas. Diles que estás enfermo, que tu tía abuela murió, que tienes varicela, invéntales lo que sea pero no vayas– suplicó.
–No puedo hacer eso, y lo sabes. Ariana, deja de comportarte como una niña pequeña– le dijo con seriedad.
–¿Te parece que estoy portándome como una niña pequeña?– cuestionó molesta. –¡Estoy preocupada por ti, ¿no lo ves?!– se apartó enseguida de él.
Damien frunció el ceño.
–Claro, claro que lo veo, y me fascina que te preocupes por mí, pero esto es diferente, Ariana– él también empezó a exasperarse. –¡Joder! Es mi trabajo–
Pero ella parecía no escucharlo.
–Algo malo te pasará, Damien, es peligroso, ¡no puedes ir!–
El pecho del soldado inhaló y exhaló.
–Ya te he dicho cientos de veces que eso no sucederá. ¡Te lo juré, maldita sea! ¿Por qué no confías en mí?–
Ariana negó. No se trataba de que no confiara en él, en su fuerza y en su destreza, sino de la sensación en su pecho, esa que la hacía sentir como si fuera a ahogarse en su propio miedo.
–Algo malo te pasará– repitió, y sus ojitos comenzaron a llenarse de lágrimas.
–No– respondió él.
–Sí– insistió con voz lastimosa.
–Mierda...– siseó Damien irritado. –¡No pasará nada, Ariana! ¡Maldición, deja de repetir eso!–
–¡No puedo! ¡No puedo, Damien, porque es la verdad! ¡Tu trabajo de soldado terminará matándote, y yo no podré soportarlo!–
Damien se quedó en profundo silencio. La tensión flotando en el aire junto con mil emociones más.
–Entonces esa noche en el bar debiste haber follado con un maldito contador o con un estúpido cartero, y no conmigo–
Sí, él había dicho aquello. Y lo había dicho con tal acidez que fue como una bofetada en la cara para Ariana. Se arrepintió al segundo.
La pequeña castaña se estremeció ante él, y las lágrimas que ya habían estado ahí brillando en el centro del marrón de sus ojos, fueron derramándose una a una por lo largo de su joven y femenino rostro. Lo miró como si de pronto lo desconociera.
–Ariana...– dijo casi sin aliento. Ver lágrimas en los ojitos de su esposa lo hacía sentirse miserable y tan poca cosa. Más aún cuando él era el causante. Lo que más deseó en ese momento fue dejarse caer de rodillas y suplicarle que lo perdonara. –Ariana, yo no quise decir eso...–
Ella negó y dio un par de pasos hacia atrás.
–Ariana, escúchame– avanzó hacia ella, pero incapaz de seguir ahí, la bailarina dio media vuelta para marcharse corriendo.
Damien no fue tras ella, sino que se quedó ahí mirándola mientras se alejaba más y más de él.
Tragó saliva y algo en su interior dolió. Dolió muchísimo.
–¿Así que eres lo bastante hombrecito para hacer llorar a tu mujer?–
El soldado se giró ante esa voz, y se encontró frente a frente con su abuelo.
George lo miraba con censura en su expresión.
Damien cerró los ojos odiándose a sí mismo.
–Abuelo, yo...– parecía avergonzado, pero enseguida arrugó la frente. –No escuchaste toda la conversación, no sabes por qué dije lo que dije– intentó defenderse.
–Escuché lo suficiente como para entender por qué esa hermosa jovencita se ha marchado llorando con el corazón roto–
Oh, joder. Damien se sintió peor si todavía cabía. Bajó la mirada, y maldijo para sus adentros.
–Lo sé, lo sé, abuelo, soy un jodido cabrón, me pasé de la raya, le dije cosas que en realidad no sentía, cosas que ella no se merecía, maldita sea, ella es tan buena, soy un imbécil– se reprochó con angustia.
El Teniente comprendió entonces lo que había ocurrido.
–No eres nada de eso, Damien. Tan solo eres humano, a veces los humanos nos equivocamos–
Los dos hombres caminaron en dirección a casa de Damien en silencio. Al llegar al pórtico, el joven soldado se sentó en los escaloncillos ocultando la cabeza entre sus rodillas.
El Teniente permaneció de pie apoyándose de su bastón y observando a su nieto.
Luego Damien alzó la cabeza, pero continuó sin mencionar nada.
Ambos observaron la luna que en esos momentos parecía más opaca a como había estado brillando en días pasados.
–Deberías subir a verla–
La mirada de Damien se posó de nuevo en su abuelo.
–Ella no querrá verme–
El Teniente suspiró con nostalgia.
–Una vez...– empezó. –...estaba por ir a una batalla en Corea del Norte, justo después de la Segunda Guerra Mundial, tú abuela se angustió muchísimo, y antes de partir intentó detenerme convenciéndome de que no fuera porque sería peligroso. Recuerdo que le grité, y le exigí que no se entrometiera porque ella me había conocido siendo soldado, y debía aceptarlo. No se lo dije de la mejor manera, tal y como tú lo has hecho con Ariana. El asunto fue que me marché sin arreglar las cosas con ella. Se quedó llorando, y yo no detuve mi camino para decirle todo lo que quería decirle en esos instantes... Que ella era lo más importante que tenía, y que ninguna guerra, ninguna batalla, y tampoco mi carrera en la Armada valían tanto como ella lo valía. Estuve fuera de casa seis meses, y no pude decirle nada de eso sino hasta que volví. ¿Pero te imaginas lo que fue todo ese tiempo para mí? ¿Lo que fue para ella? Cometí un error, Damien, y no quiero que tú cometas ese mismo error. Ve con tu mujer–
–¿Y qué hago si ella se niega a verme?– inquirió Damien con amargura.
El Teniente le sonrió.
–No lo hará–
Damien se puso en pie, y se mantuvo quieto por unos cuantos segundos mirando hacia la nada, probablemente intentando reunir valor.
Iba a necesitarlo. Se necesitaba valor para mirar esa hermosa carita luego de haberle ocasionado un montón de lágrimas.
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Siempre había odiado verla llorar, siempre. El sonido de su llanto siempre le había desgarrado el pecho.
Desde el pasillo escuchó los suaves sollozos de su esposa, y con un gesto de dolor, se apresuró a llegar a la habitación. Sin embargo se detuvo frente a la puerta antes de abrirla y entrar.
Cuando lo hizo, lo primero con lo que se encontró fue con ella.
Ariana permanecía de pie en el medio del dormitorio, con los ojitos color miel empañados por tantas lágrimas.
Como un imán atraído en toda su fuerza, Damien se acercó a ella.
–Lo lamento– le dijo con voz ronca. –Lamento todo lo que dije, Ariana. Yo... yo estaba enfadado, y fui un idiota. Por favor perdóname, muñeca, no soy perfecto, y desde luego estoy feliz de haber sido yo él que se cruzó en tu camino y no cualquier otro. Me llena de maneras que no puedo explicarte, el hecho de que seas mi esposa y la madre de mi hija. Jamás me arrepentiré de esa noche–
Ariana no respondía. Ella seguía llorando, pero lo miraba fijamente, con las emociones flotando en aquel marrón líquido.
Damien también la miró, y toda honestidad se vio reflejada en su viril rostro. Él estaba siendo sincero, y la joven bailarina no lo resistió más. Le rodeó el cuello con sus brazos, se abrazó a él con todas sus fuerzas, y sollozó contra su inmenso y cálido pecho.
El soldado la tomó en sus brazos, y tomó asiento en la cama, con ella sentada en sus piernas. La abrazó también, y deseó nunca soltarla.
–Tengo miedo, Damien... tengo miedo de no regreses algún día–
Los grandes y musculosos brazos del soldado la rodearon manteniéndola bien sujeta a él.
Negó.
–Siempre he regresado, muñeca– le recordó, y besó su cabeza. –No he rotó la promesa que te hice, y no lo haré nunca–
Ella se alzó para poder mirarlo a la cara. Sus preciosos ojitos inundados y casi rojos, las pestañas formando adorables piquitos con las lágrimas. El temblor de su quijada. Damien la acarició.
–Yo... yo sé que este es tu trabajo, y te admiro, admiro todo lo que haces... Pero, Damien esta vez es diferente. Tengo un mal presentimiento–
Él la silenció.
–Quiero que sepas que tú eres lo más importante para mí. Eres lo más preciado que tengo, y si algún día me vería obligado a elegir entre mi carrera militar y tú... Siempre te escogeré a ti, preciosa... Siempre– le sonrió, y acarició su cabello. –Pero por ahora debo cumplir con mi deber. Tú lo sabes. Sabes que tengo que ir–
De nuevo se miraron, de nuevo sus miradas quedaron conectadas. Se dijeron todo y a la vez no se dijeron nada.
Ariana no respondió. Gigantescas lágrimas brotaron de sus enormes y redondos ojos rodando por todas sus mejillas hasta caer por su mentón.
Damien las limpió con las yemas de sus dedos.
En ese momento sus corazones estaban entrelazados, sus almas también. Había algo muy fuerte que los unía. Algo que iba más allá de todo. Intocable. Inexplicable. Pero completamente palpable. Lo sentían.
Seguían mirándose, y ninguno habló.
Sin embargo en ese momento el silenció se quebró.
Los llantos de Stella se escucharon. Al parecer se había despertado y exigía atención.
De inmediato Ariana negó, limpió sus lágrimas, y se puso en pie, apartándose de él. Todavía en silencio salió de ahí para ir por su su pequeña.
Damien permaneció en su sitio, sentado en el borde de la cama. Llevó sus manos a su cabeza, y las enterró en su cabello intentando permanecer tranquilo. Intentando obtener aunque fuera un poco de paz pero sin lograrlo.
En la habitación contigua escuchó los tiernos murmullos maternales de Ariana. Tan dulce, tan amorosa, así como ella era.
–Maldita sea...– susurró con furia. Una furia demasiado intensa.
Ariana era maravillosa. Y aun así la palabra le quedaba corta. Era única. Maravillosa, pequeña y preciosa mujer que no se merecía la vida de desdicha que un soldado como él podía ofrecerle.
La hermosa hada mágica se merecía mucho más. Se merecía todo. Pero él no se la merecía a ella.
>No la merezco< se dijo con pesar. Algo que muchas veces ya se había dicho.
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COMENTEN MUCHOOOO!
Les gustó este cap?
Qué creen que vaya a suceder a partir de ahora?
Fue largo en compensación por no haber actualizado el día que dije que actualizaría, y también para que comenten mucho
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