Capítulo 36
Stella era la cosita más hermosa y dulce que pudiese existir. No podía haber en el mundo criatura más perfecta que ella, Damien estaba seguro.
Tendría que ser imposible tanta perfección, pero no lo era. Era real, real y suya.
Y ahí estaba, sentada en sus piernas, mirándolo con esos ojazos color miel, mostrándole sus mejillitas hinchadas y sonrosadas, esa sonrisa tan parecida a la que su madre tenía, con esos mismos hoyuelitos que las hacían verse preciosas a ambas, soltando adorables risitas que para Damien eran la melodía más bonita que sus oídos hubiesen escuchado nunca.
Cada vez que ella sonreía, algo mágico sucedía... ¡Caramba! Y cada vez que él la miraba su pecho se inundaba de amor y de muchas emociones más.
Damien acarició el cabellito lacio y castaño de su pequeña, y la admiró.
Con el pasar de los días crecía más y más, se dijo orgulloso. Tenía cinco meses, y era una niña despierta, curiosa por naturaleza y llena de alegría. Todo el tiempo estaba sonriendo, y eso le llenaba el corazón a cualquiera que la mirara, y después se lo robaba. Así era siempre. No había persona que pudiese resistirse a ese encanto. A su corta edad, Stella Keegan siempre iba por ahí enamorando a las personas con las que se topaba.
De pronto, la bebé se llenó de más energía, y comenzó a moverse frenéticamente sin dejar de reír, haciendo que su padre también riera. Luego con sus manitas regordetas empezó a impulsarse hasta tocar la cara de Damien, y sujetarse para poder ponerse en pie, aunque sin lograrlo, debido a que todavía era muy pequeña para conseguirlo. Cayó de sentón en las piernas de papá, quien prontamente la sujetó, y mostró una expresión de adorable frustración seguido de un tierno puchero que llenó sus ojitos de lágrimas por derramar.
Sí, sin duda la cosita más dulce, se dijo Damien completamente enamorado, y enseguida la ayudó a ponerse en pie, sujetándola él mismo. Después la apretó contra sí y la llenó de besitos. Automáticamente la sonrisa volvió a Stella y también las risitas.
La carcajada del Teniente que se encontraba en el sofá de enfrente observando a padre e hija, se escuchó por toda la sala.
–Cielo santo, es toda una preciosidad– exclamó.
–Sí que lo es– secundó la voz orgullosa de Damien, mientras la sostenía con todo cuidado.
El Teniente los miró de nuevo a ambos, y de pronto comenzó a sentirse muy lleno de emotividad.
Apenas y podía creerse que aquel era su nieto, el mismo de meses atrás, el mismo muchacho resentido y amargado con la vida.
Ya no quedaba casi nada de aquel Damien. Su vida era otra ahora, él era otro.
Y qué razón había tenido el Teniente cuando supo que la llegada de Ariana significaría algo para su nieto, algo importante. No se había equivocado con ese presentimiento. Sólo con verla había sabido que la chica era especial y hecha especialmente para Damien, justo lo que él había estado necesitando para empezar a vivir. Y con el nacimiento de Stella, mucho más.
–Se parece cada día más a ti–
Damien sonrió.
–¿De verdad te lo parece?– todos lo decían, pero a veces a él no se lo parecía. Su hija era delicada y hermosísima, y le parecía increíble que pudiese haber algo suyo ahí entre toda esa perfección.
–Pero por supuesto que sí. ¿No la viste hace unos momentos? Hizo la misma expresión que haces tú cuando no consigues algo que quieres. El mismo ceño fruncido, son idénticos–
Damien fue quien rió esta vez.
–Bien, tal vez se parezca un poco a mí, pero no puedes negar que toda su belleza es herencia de Ariana, y sólo de ella–
El Teniente estuvo más que de acuerdo.
–Y también su encanto. Eso jamás se pondrá en duda–
Damien volvió a mirar a su pequeña.
–Es preciosa...– dijo embobado. –Mucho más que eso, abuelo. Stella es... Caray, ni siquiera han inventado la palabra para describirla–
–Considerando esos genes que tiene, tú, Jake y yo vamos a tener que vigilar a esta niña con metralletas– no bromeaba, y Damien tampoco lo hizo cuando asintió secundando su idea.
–Estoy más que de acuerdo en eso–
Celosos y posesivos, así eran los hombres Keegan. Los cientos y cientos de pretendientes que se enamorarían de la pequeña Stella en el futuro, no la tendrían nada fácil.
De pronto las expresiones severas de ambos volvieron a transformarse al posar de nuevo sus miradas en la bebé que había encontrado su mordedera, y se encargaba de aplastarla con sus encías y con los dos dientes que le habían salido recientemente.
–Tráela aquí– dijo el Teniente y extendió los brazos. –Déjame cargar a mi bisnieta–
Damien le dio un sonoro beso en el cuellito a su hijita, y enseguida se puso en pie para hacer lo que su abuelo le pedía.
Justo en el momento en que se la entregaba para que la cargara, Ariana bajó escaleras.
Llevaba una faldita blanca que se le ceñía al cuerpo de manera maravillosa, un suéter gris encima, y el cabello recogido en una coleta. Su maquillaje era sencillo, y maldición, se veía divina esa mañana.
La mirada de Damien se perdió entonces en toda ella, y ni siquiera lo disimuló frente a su abuelo, que rió encantado.
–Buenos días, Ariana– la saludó con cariño.
–Buenos días, abuelo–
–¿Saldrás?–
–Tengo algunos recados que hacer– asintió– mientras avanzaba hacia él, y le daba un beso en la mejilla, y luego otro a su pequeña que continuaba jugando con su juguete de goma. –Damien cuidará de Stella–
En ese instante Damien reaccionó. Era cierto, él cuidaría de su hija toda esa mañana porque Ariana tenía algunos pendientes, sin embargo en ese momento ya no le pareció tan buena idea.
–Espera– negó. –¿A dónde dices que vas?– lepregunto graciosamente, aunque lo último que él deseaba era parecer gracioso.
–A Palm Beach, ya te lo dije–
Damien volvió a mirarla de arriba abajo... Sin duda preciosa, la perdición de cualquier hombre que la mirara.
–Voy contigo– dijo sin más.
A Ariana le pareció extraño, pero no tenía inconveniente, sino todo lo contrario, le encantaría pasar todo ese tiempo junto a su marido.
–¿Pero quién cuidará a la niña?– preguntó de pronto.
Damien se hundió de hombros.
–Puede hacerlo el abuelo– lo señaló.
George que estaba aguantándose las ganas de reír, dado que había entendido perfecto la reacción de su nieto, asintió de inmediato.
–Por supuesto que puedo, vayan juntos, yo me quedaré aquí a cuidar a mi princesa– la alzó hacia sí, y la abrazó, Stella rió y se dejó querer por su abuelito.
–Genial– exclamó Ariana contenta. –Vayámonos entonces–
Damien le tendió la mano, y ella la tomó encantada.
–Tárdense todo lo que quieran, oh y Damien, no seas tan celoso, Ariana sólo tiene ojos para ti– le dijo a manera de broma.
El ceño fruncido de Damien apareció de inmediato justo cuando salía de la casa siendo arrastrado por su pequeña esposa.
–¡Yo no soy celoso!– se escuchó que gritó, y la puerta se cerró.
El Teniente soltó otra carcajada.
–Claro que tu padre es un celoso– le dijo a Stella juguetonamente. –Está loco por tu mami, y no puede esconderlo ni un poco– volvió a darle otro besito en la frente, luego dejó de reír para soltar un largo suspiro. –Esto era lo que quería para ti, linda– su tono de voz cambió más suave. –Un hogar con dos padres enamorados, porque te aseguro que los tuyos lo están... Se aman, tal vez no lo hayan admitido pero así será... La tradición familiar nunca falla, Stella. Los hombres soñamos a nuestras mujeres, y esos sueños significan amor verdadero, algo para toda la vida... Y lo que sienten Damien y Ariana es exactamente igual a eso, ya lo verás– sonrió.
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Tal y como dijo Ariana, esa mañana tenía muchos pendientes por hacer.
Damien fue silencioso y quietecito, y la acompañó a todos lados sin replicar.
Iban en el auto de Ariana, ella conduciendo y él de copiloto, algo extraño pero divertido.
Fueron a la costurera de la academia a dejar la tela de los vestuarios que las niñas necesitarían en su próximo recital, al súper a comprar algunos productos de higiene personal, donde se detuvieron en un restaurante a comer algo, y después pasó a la pediatría a recoger los últimos exámenes médicos de revisión general que le habían hecho a Stella unpar de semanas antes.
Mientras Ariana conducía, Damien leía los exámenes médicos.
–Afortunadamente Stella no es una niña enfermiza– comentó Damien contento, pues los papeles decían que su hija crecía con normalidad, sana y fuerte.
–Gracias al cielo– secundó Ariana y continuó conduciendo.
–¿Ahora a dónde vamos?– le preguntó.
–¿Quieres que te lleve de vuelta a casa? Yo entro a trabajar en media hora, así que tengo tiempo de llevarte–
–No, no quiero– Damien negó como niño pequeño, y Ariana sonrió con el ceño fruncido. –Quiero ir contigo. ¿Puedo?–
–¿Hablas en serio? ¿No estás aburrido?–
–Contigo nunca voy a aburrirme, Ariana– le respondió. –Además sería interesante ir a verte en tu papel de maestra de ballet. Seguro te ves muy linda y sexy–
Ariana rió.
–De acuerdo, puedes acompañarme–
Damien se recostó sobre el asiento contento de saber que iría al trabajo de su esposa. Siempre recordaba cuando la había visto bailar en aquel recital, y no podía negar que todo el asunto de que fuera bailarina lo tenía fascinado.
Cuando llegaron y Damien entró con ella de la mano, fueron la sensación de todo el lugar. La recepcionista los miró sorprendida y después maravillada, más adelante lo mismo sucedió con las compañeras maestras de Ariana, e incluso con las pequeñas alumnitas. Todas los miraron, y especialmente lo miraron a él, como si se tratara de un actor de cine.
Tal parecía que Damien Keegan era capaz de flechar a chicas y grandes, pero ni siquiera miró a ninguna porque la única que existía para él era la pequeña castaña que llevaba tomada de su mano.
Y se suponía que Ariana debía tener la certeza de aquello, sin embargo no pudo evitar malhumorarse un poco cuando se dio cuenta de que incluso las mamás de las niñas habían caído enamoradas ante los pies de su marido.
Exhaló y mantuvo la calma. No le gustaba, pero podía soportarlo. Que miraran todo lo que quisieran porque a final de cuentas el guapo y caliente soldado era solamente suyo.
Lo condujo de la mano hasta el área de sillas donde los padres de familia solían tomar asiento para observar a sus hijas durante los ensayos abiertos, lo sentó en la primera silla, y antes de pasar a cambiarse tomó su rostro con ambas manos y plantó en sus labios un beso que les dejó a todas bien en claro que el hombre en discordia ya tenía dueña. Después sonrió ante la mirada perpleja de Damien que jamás hubiese esperado que su esposa fuera capaz de besarlo de aquella manera en ese lugar.
–Pórtate bien, bebé... Recuerda siempre que eres mío– después se marchó dejándolo aún sorprendido y confundido.
A los pocos instantes el montón de pequeñas bailarinas se reunió frente a ella, y comenzaron de inmediato con los estiramientos y ejercicios de flexibilidad.
Entonces Damien sonrió cuando comprendió. La adoraba, y adoraba todas esas maneras en las que de vez en cuando su personalidad cambiaba de niña buena a mujer dominante... Qué tesoro.
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Una hora completa se pasó Ariana impartiendo su clase, aportando todos sus conocimientos a todas esas pequeñas niñas que la seguían ciegamente.
Pasos y movimientos que parecían imposibles de realizar, con toda la paciencia del mundo Ariana les enseñaba cómo lograrlos y volverlos completamente posibles. Desde luego la mayoría de ellos podían lograrse únicamente con la práctica y la experiencia, pero en todo momento ella animó a sus alumnas a ser disciplinadas y perseverantes. Después continuaron mejorando la coordinación, y memorizando cada paso.
En todo momento Damien la observó, y lo que veía lo dejó aún más fascinado con aquella faceta de ella.
Ariana demostraba que el ballet no era sólo ponerse un tutú, verse linda y pararse en puntas. Había mucho más allá de eso. Había entrega, había pasión, había disciplina, esfuerzo, sacrificio, sangre, sudor y dolor, mucho dolor físico.
Damien se daba cuenta de que en el pasado había estado equivocado al pensar que el ballet era algo insignificante y fácil de practicar para cualquier mujer, porque sin duda no lo era. El ballet era para mujeres fuertes y valientes así como Ariana.
Ariana...
Volvió a mirarla y su pecho se desbocó.
Ariana que amaba lo que hacía, Ariana que llevaba practicándolo casi desde que usaba pañales, Ariana que dejaba su alma y su vida en ello...
Se merecía más que eso, se dijo decidido. Se merecía vivir su sueño completo, no sólo la mitad de él. El talento que ella tenía no podía quedarse encerrado para siempre ahí en las cuatro paredes de aquel salón de baile.
Damien pensó entonces en lo que ella había dicho de esa escuela en Nueva York, y el asunto dio vueltas y más vueltas por toda su cabeza, y lo mantuvo ocupado los minutos que restaron para que la clase terminara.
–¿Damien?– Ariana lo llamó cuando llegó hasta él, con su maleta y lista para marcharse, notando que ni siquiera había percibido su presencia. –¿Damien, estás ahí?– agitó su mano frente a su cara.
El soldado que había mantenido la mirada perdida, reaccionó a los instantes.
–Eh... sí, sí, lo siento, estaba... pensando– dijo y luego le sonrió mientras se ponía en pie, y le besaba la mejilla. –Wow, Ariana. Estuviste fantástica, nena... Parecieracomo si te supieras de memoria cada uno de esos pasos, me refiero a que... esobvio que los conoces porque te encargas de enseñarlos, pero... hablo de que enserio los sabes de memoria, sabes perfectamente cuál sigue después del otro, yni siquiera vacilas–
Ariana se hundió de hombros.
–Bueno... eso debe ser porque he hecho El Lago De Los Cisnes cientos y cientos de veces, y ya todo está grabado en mi cerebro–
A Damien le fascinó.
–Eres la mejor, ¿lo sabes?–
Una bonita y cálida sonrisa apareció entonces en el rostro de Ariana, pero enseguida negó.
–No soy la mejor, pero trabajo duro para que algún día alguna de estas niñas lo sean–
Esta vez Damien también sonrió.
–¿Te imaginas cuando Stella esté aquí aprendiendo de ti?–
Sí, Ariana lo había imaginado muchísimas veces, y la idea la llenaba de muchísima ilusión.
–Seré la más feliz si nuestra hija decide seguir mis pasos, pero seré igual de feliz si decide ser doctora, abogada, cocinera... Cualquier cosa, siempre y cuando ella sea feliz–
Damien estuvo de acuerdo.
–Lo sé, también yo. Siempre le daré mi apoyo y estaré orgulloso de ella... Joder, ya la extraño muchísimo. ¿Nos vamos? Muero por verla y llenarla de besitos– alzó su mano para que su esposa la tomara.
Gustosa, Ariana la tomó y juntos caminaron hacia la salida, sin embargo antes de que pudiesen salir, algunas de sus compañeras los detuvieron.
–¿Te vas tan pronto, Ariana?– le preguntó una de ellas. –¿No nos presentas a tu marido? Hemos estado deseando conocerlo desde hace tiempo–
Ariana casi había olvidado lo celosa que se había puesto cuando esas mujeres habían devorado de pies a cabeza a Damien. El humo estuvo a punto de salir de sus oídos, pero en su lugar sonrió falsamente, y se abrazó más del brazo fuerte y musculoso que la sostenía.
–Oh, claro, chicas, disculpen mi grosería. Él es Damien, mi marido, ¿no es encantador?–
Las mujeres lo miraron maravilladas.
–¿Qué tal?– saludó Damien cortésmente, pero enseguida desvió la mirada.
–Muy encantador– asintieron. –Es un gusto, Damien. Hemos oído que perteneces al Ejército, eso suena fascinante–
Ariana enfureció aún más, si todavía cabía. Apretó la mano de Damien, y eso lo hizo sobresaltarse.
>¡Es mío!< deseó gritarles, pero se abstuvo y permaneció serena.
–Sí, sí, claro, es fascinante– convino con ellas. –Pero ahora llevamos prisa– sonrió de nuevo, les guiñó un ojo, y sin decir una sola palabra más, lo alejó de ahí dejándoles bien en claro a todas y cada una de sus compañeras que aquel atractivo y varonil soldado ya tenía dueña.
Damien frunció el ceño sin comprender nada de la actitud que mostraba su pequeña y volátil esposa. Y fue hasta que estuvieron afuera de la academia, que decidió preguntarle.
–¿Qué ha sido eso?– cuestionó deteniendo de pronto su caminar.
Ariana rodó los ojos.
–Nada–
–¿Cómo que nada? ¿Lo del beso frente a todos, y eso que acabas de decirles a esas mujeres, no fue nada?–
No obtuvo respuesta. Ariana miró hacia un lado como ignorándolo.
Estaba cabreada, y Damien la encontró preciosa. Así cómo estaba lucía condenadamente caliente... Sexy y furiosa mujercita de metro cincuenta y tres. Iba a comérsela a besos. Pero ella no parecía dispuesta a dejar que lo hiciera.
–¿Estás enojada conmigo?– le preguntó.
–¡Pues claro!–
–¿Quieres decirme qué demonios fue lo que hice?–
–¿Cómo puedes siquiera preguntarlo después de que todas esas casi te desnudan con la mirada?–
Damien apenas y podía creérselo. Aguantó la risa. Ariana nunca le había hecho una escenita como aquella.
–Ari, preciosa, no puedo ser culpable de eso, yo ni siquiera las miré–
Oh, pero Ariana no estaba dispuesta a escucharlo.
–Por supuesto que sí, toda la culpa es tuya– replicó todavía enfadada.
Las carcajadas de Damien casi se escaparon, pero sabía o sospechaba que si no las detenía, Ariana enfurecería aún más.
–¿Ah sí? ¿Y quieres decirme por qué tengo yo la culpa?–
–Por ser tan guapo, ¡por eso!– exclamó. –Las mujeres no dejan de mirarte, y eso me enloquece porque eres mío, Damien, ¿lo oyes? De nadie más–
Damien sonrió. Se acercó a ella, la tomó de la cintura y después subió ambas manos a la delicadeza de su rostro para acariciarla.
–Así que al fin comprendes lo que yo siento cuando algún imbécil se queda embobado mirándote...–
Ariana exhaló, y se abrazó de él.
–Yo soy tuya–
La intensidad de los ojos negros de Damien la miraron. Con sus manos aferró más su cintura. Su respiración se agitó, y su voz se hizo más espesa.
–Ya lo sé, muñeca... Y te juro que yo sólo te pertenezco a ti– entonces bajó su boca y apresó sus labios en un beso que los derritió.
Satisfecha de haber escuchado lo que deseaba escuchar en esos instantes, Ariana se alzó de puntas, y rodeó su cuello con sus brazos pegándose completamente a él y a las sensaciones.
Damien la besó con hambre y anhelo, porque eso era siempre lo que ella lo hacía sentir. La apretó más a sí, y la saboreó.
Qué bien se sentía besar a su mujer, qué bueno que era tenerla entre sus brazos, suave y delicada. La abrazó.
El beso hubiese continuado mucho más, pero en esos instantes un sonido los interrumpió.
Era el celular de Damien.
Él exhaló, y buscó recuperar su respiración normal. Luego de unos segundos respondió justo después de ver que se trataba de su Comandante.
–Keegan en la línea–
Ariana observó a su marido hablar por celular, y se mantuvo en silencio esperando a que la llamada terminara. Sin embargo a medida de que esta avanzaba fue notando el cambio de expresión en su rostro. Al parecer su superior le había informado de algo que no le estaba agradando pues sus facciones demostraban una mezcla de irritación y frustración. Eso la confundió un poco.
–De acuerdo, Comandante Crowe. Lo veré ahí más tarde... Sabe que no lo decepcionaremos– colgó, y luego tapó su rostro soltando un suspiro al instante.
Ariana lo miró expectante.
–¿Qué ha ocurrido?– preguntó.
Damien cerró los ojos y miró al cielo.
–Esta noche saldré a Sudamérica... Debo ir a batalla–
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Aquella noche Damien terminó su maleta, y con expresión frustrada se preparó mentalmente para la misión a la que debía marcharse en menos de una hora.
Tomó su chaqueta camuflajeada, y la colgó sobre su hombros, luego colocó en su cabeza una gorra verde militar. Soltó un suspiro, y caminó hacia la puerta de su habitación. Bajó escaleras y llegó hasta la sala.
Ahí se encontró con toda su familia que lo esperaban para despedirlo.
El Teniente permanecía de pie, apoyado sobre su bastón, Jake se encontraba en uno de los sofás recostado mirando hacia el techo y jugueteando con una pelota de tenis, se enderezó cuando lo escuchó llegar. Meryl sostenía a Stella, y la mecía con suavidad.
El ceño de Damien se frunció cuando no vio a Ariana por ninguna parte.
Abrió la boca para preguntar en dónde estaba, pero de inmediato el Teniente respondió adivinando la pregunta que había estado a punto de hacer.
–Salió hace un momento. Dijo que necesitaba un poco de aire fresco– de inmediato se puso en pie para acercarse a él y decirle unas cuantas cosas. –Damien, sabes el orgullo que siento cada vez que te veo salir de aquí portando tu uniforme–
Damien emitió una media sonrisa.
–Lo sé, abuelo–
Pero George negó.
–No, no creo que tengas siquiera una idea, pero así es. Eres mi orgullo– con su mano tomó la mejilla de su nieto y la palmeó en un gesto paternal y a la vez masculino. –Todo un Keegan... Un soldado de honor–
Damien asintió, pero no dijo palabra alguna. Su mirada bajó al suelo, y lo siguiente que escuchó fue el suspiro de su abuelo.
–Cada vez será igual de difícil, Damien– le dijo, y eso hizo que su nieto volviera a mirarlo a la cara. –Jamás resultará sencillo dejar a tu familia para ir a la guerra–
–¿No te acostumbraste?–
El Teniente negó.
–Nunca. Lo único que deseaba era mandar todo al demonio y regresar con tu abuela y los niños–
–Aun así tenías que cumplir con tu obligación–
–Exactamente–
Damien cerró los ojos, y luego negó.
–Sólo... sólo cuídalas, ¿vale? Cuídalas con tu vida, y así podré estar tranquilo–
–Por supuesto, hijo. Mientras tú no estés, yo seré tus ojos, y me encargaré de que Ariana y Stella estén siempre seguras–
–Gracias, abuelo... Yo... las echaré mucho de menos–
–Eso es parte del sacrificio que un soldado debe hacer–
–Supongo– Damien se hundió de hombros.
Su abuelo le sonrió.
–Ellas estarán aquí esperando por ti, siempre ten eso en mente, y te aseguro que tendrás muchas más fuerzas para luchar, y la batalla será más sencilla–
Damien lo sabía, sabía bien que esa sería su motivación. Ellas.
Abrazó a su abuelo, y antes de coger sus maletas, Damien se acercó a Meryl para tomar a Stella entre sus brazos.
La pequeña le sonrió al verlo, y esos ojazos marrones que tenía brillaron llenos de amor por su padre. Agitó sus manitas y sus piecitos, y emitió dulces grititos de emoción.
–Adiós, princesa– le susurró. –No habrá día en que no pensaré en ti– la abrazó contra su pecho sintiendo cómo el cálido y tierno cuerpecito conseguía darle aún más fortaleza. –Papi volverá pronto, linda, te lo prometo– le dio un besito en su cuellito, la abrazó una última vez deseando no tener que soltarla. Luego la regresó con Meryl.
–Que el cielo te acompañe, Damien– le dijo la mujer, cariñosamente.
–Gracias, Meryl– Damien tomó su maleta.
Jake se acercó a él.
–Buen viaje, Damien– le deseó con toda sinceridad. –Acábalos–
Muy a su pesar el joven soldado rió un poco.
–Así será, Jake. Cuida de mis chicas–
Orgulloso de ser parte de algo tan importante como eso, Jake asintió.
–Yo cuidaré de ellas, Damien– los primos chocaron puños.
Damien le revolvió el cabello traviesamente, y después salió de la casa.
Una vez afuera, cerró la puerta tras de sí.
Pudo ver a Ariana que se encontraba de espaldas a él, con las manos sostenidas de los barandales del pórtico. Ella ni siquiera se giró para mirarlo cuando escuchó la puerta cerrarse, sino hasta que él la llamó.
–Ariana...–
Los ojitos de su joven esposa se encontraron entonces con los suyos, y el efecto fue el mismo de siempre. Los dos sintieron un inmenso vuelco en su interior.
–Yo... Debo marcharme ahora–
Ariana asintió.
–Lo sé– respondió suavemente casi en un susurro.
¡Joder!
Su alma dolía sólo de pensar que no vería aquella preciosa carita, quizá en semanas, quizá en meses... No podría disfrutar de su sonrisa, ni escuchar su melodiosa voz. No la abrazaría, tampoco la besaría.
¿Iba a soportarlo?
Tenía que hacerlo, maldita sea. Era su deber con su país, su honor de soldado.
–¿Vas a extrañarme?–
Ariana asintió.
–Por supuesto que sí, Damien. Cada minuto– se acercó a él, y con la suavidad de su mano, acarició el rostro masculino.
–Pues yo te voy a extrañar aún más... No te imaginas cuánto, preciosa–
De pronto algo más brilló ahí justo en el café de los ojos de Ariana. Eran lágrimas, pero ella no las derramó, tan solo se quedaron ahí.
Los dedos de él continuaron acariciaron su embellecido rostro con ternura a pesar de lo toscas que eran.
–Damien...– Ariana permaneció muy quieta, con la mirada clavada en su pecho, mordiéndose el labio ansiando poder decirle lo mucho que lo amaba pero sintiéndose incapaz de hacerlo. Cerró los ojos, y negó para sí. –Promete que volverás–
–Te lo juré, Ariana– él le tomó el mentón, y la hizo alzar la cara para mirarla a los ojos. –Te juré que siempre iba a volver por ti y por nuestra hija, y así será–
–Ten cuidado, por favor no dejes que nada malo te pase–
–Te lo prometo, muñeca. Volveré sano, salvo y enterito sólo porque sabré que tú estarás aquí esperándome–
Ariana lo abrazó, se abrazó a su cuerpo, y lo aferró con sus brazos.
Damien respiró el dulce aroma femenino, y la apretó contra su cuerpo, acariciando la sedosidad de los mechones de melena castaña.
–Siempre esperaré por ti–
Damien lo sabía, y eso lo hizo sonreír. Ella era siempre su esperanza.
–Dame un beso– le pidió casi en suplica.
Ariana se alzó de puntas para alcanzarlo, tomó su cabeza con ambas manos, y lo besó. Sus labios se enlazaron, sus alientos se mesclaron, y el latido de sus corazones bombearon en el mismo instante.
Cuando separaron sus bocas se abrazaron una vez más. Ella no quería soltarlo, él tampoco deseaba que lo soltara pero así tenía que ser, y los dos sabían que debían soportarlo porque aquella vez no sería la última que les tocaría despedirse de esa manera.
Damien comenzó alejarse, y a medida que lo hacía, no soltó su mano de inmediato, si no que la llevó a sus labios y besó su dorso.
Volvería, se dijo decidido. Ninguna guerra, ninguna batalla, nada en el mundo le impediría volver con ella. Ninguna.
Liberó su mano, y luego se giró para marcharse.
Ariana lo miró abordar su camioneta justo después de meter la maleta. Lo vio encender el motor y dar marcha.
Dolía muchísimo verlo irse porque sabía lo peligroso que era su trabajo, más que el de un policía o un bombero. Luchaba contra adversarios que tenían como objetivo matarlo cada vez que aparecía ante ellos.
Eso la hizo estremecerse.
>Que el cielo te cuide, mi amor<
La enorme Grand Cheerokee desapareció por la entrada de la hacienda, y Ariana se resignó.
En ese momento escuchó un ruido tras su espalda. Era la puerta que se había abierto y después cerrado.
–¿Ya se ha ido?– era el Teniente.
Ariana de inmediato limpió las lágrimas que habían logrado escaparse, e intentó disimular que nada pasaba. Enseguida esbozó una sonrisa y se giró.
–Sí, abuelo, hace unos momentos–
George le sonrió paternalmente.
–No tienes que fingir conmigo, dulzura. Sé que te duele verlo marcharse a batalla. Tienes la misma expresión que tenía Salma mi mujer, cada vez que yo me marchaba–
–Seguro lo quería mucho–
La sonrisa de George respondió por sí sola.
–Ella me amaba tanto como tú amas a mi nieto–
Ariana enrojeció y desvió la mirada al darse cuenta de que su amor por Damien había terminado siendo demasiado evidente. Se sintió avergonzada, pero decidió entonces que no iba a negarlo.
–¿Cómo pudo acostumbrarse a esto?–
El Teniente se apoyó en su bastón, exhaló y después negó.
–Eso fue algo que jamás pudo hacer. Pero yo le prometí que siempre volvería a su lado, y cumplí mi promesa–
–Damien también me ha prometido que volverá. Él dijo... que siempre lo hará–
George no pudo evitar sonreír de medio lado.
Sí, definitivamente esta era la mujer más importante para Damien. Él no se lo hubiese prometido a ninguna otra.
–Y lo cumplirá porque los Keegan tenemos palabra de honor. No estés triste, Damien volverá–
–Lo sé, sé que será así, pero a veces tengo mucho miedo. Es muy riesgoso todo lo que hace ahí en la guerra, y me aterra pensar que algo pueda salírsele de las manos, y resultar herido o...– ¡Cielo santo! –Muerto–
George negó.
–Eso no pasará. Damien es pura fuerza y fortaleza. Antes cada vez que volvía lo hacía sin un motivo, pero ahora tú y Stella lo son. Sabe que debe volver porque aquí estarán esperándolo–
Ariana asintió y sintió todas sus emociones revolotear por su ser.
–Siempre lo voy a esperar, abuelo. Siempre esperaré por Damien–
George tomó una de sus manos, y la apretó con cariño especial.
–Lo sé, linda. Tus ojos me lo dicen... Esos ojitos tuyos hablan por sí solos, y están diciéndome lo mucho que lo amas–
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Crowe terminó de dar las instrucciones y los planes de ataque ahí en la pista de aterrizaje de la Base Militar, y prontamente el séquito de soldados comenzó a esparcirse, y se prepararon para volar en los próximos cinco minutos.
Habían sido divididos en grupos de seis, y cada uno estaría viajando a Sudamérica en un helicóptero bien equipado. Necesitaban hacerlo de aquella manera porque estarían situándose en diferentes puntos de aquel país al que aterrizarían, y aquello hacía imposible que viajaran todos juntos.
Diez aeronaves se preparaban para ir a batalla, y también los soldados que transportarían.
Damien había sido asignado como jefe de su Brigada, y además sería quien pilotearía laavioneta en la que estarían viajando.
–Ya han autorizado el despegue de esta cosa– le informó Spencer cuando se acercó a él. –Crowe ha dicho que debemos volar cuanto antes. Debemos estar en Perú para antes del amanecer–
Damien que había permanecido un tanto distraído, asintió de inmediato, y se dispuso a entrar.
Había aprendido a pilotear a los dieciocho años, casi enseguida de su entrada a la escuela militar, y desde entonces muchas veces había conducido por los aires, así que la misión designada era pan comido para él.
Colocó los enormes auriculares en su cabeza, ajustó los micrófonos, y prontamente encendió el localizador para comunicarse con la torre de control. Sin más encendió el motor, y las inmensas hélices comenzaron a girar y girar armando todo un revuelo.
El Comandante se acercó entonces a él. Llevaba lentes de sol a pesar de que ya era tarde, y también se había colocado todo lo necesario para protegerse del ruido.
–¡¿Ya has tomado los planos?!– le preguntó gritando debido al alto volumen de las hélices y el motor encendido.
Damien asintió, y se los mostró. Siete tubos de papel que contenían croquis detallados de cada lugar en el que estarían defendiendo.
Crowe asintió.
–¡Bien, Keegan! ¡Es hora de volar! ¡Confío en ti muchacho! ¡Nos vemos allá!– palmeó su hombro, y enseguida se retiró.
Cuando su superior se hubo ido, Damien exhaló, y se recargó en el asiento de piloto esperando a que sus compañeros terminaran de abordar.
Cerró los ojos, y ni siquiera el estruendo que se escuchaba fue capaz de hacer que él no pensara en lo inevitable.
La preciosa hada mágica de ojos castaños.
La vio sonreírle con toda esa dulzura, la vio llamándolo.
Abrió la mirada, y la clavó sobre el cielo donde el sol todavía podía apreciarse, tomándose un descanso en aquella tarde, justo antes de ocultarse.
Si antes había sido difícil alejarse de ella, en esos instantes lo era mucho más.
–Ariana...– pronunció su nombre en un bajo susurro.
Estar sin ella iba a ser todo un infierno.
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Aquella noche Ariana no pudo dormir.
Debía ser ya más de medianoche, y ella todavía no lograba conciliar el sueño.
No podía dejar de pensar en Damien. Hacía apenas unas cuantas horas que él se había marchado, pero a ella le parecían eternidades.
Ya no podía estar sin ese hombre moreno de ojos negros. Se había hecho parte de ella, parte de su ser. Lo llevaba en las venas, en la sangre. Damien Keegan lo era todo.
Y esa era la razón por la que en ese momento toda ella se negaba a dormir.
Se había acostumbrado a dormir con él, a que le hiciera el amor noche tras noche, a escuchar su respiración, a sentir su inmenso cuerpo tras el suyo dándole calor y abrazándola. Se había acostumbrado a acurrucársele, a buscarlo a medianoche y encontrarlo.
Lo extrañaba muchísimo, su alma y su corazón lo anhelaban.
Necesitaba tenerlo cerca, necesitaba que Damien estuviera ahí y la hiciera suya mientras le susurraba al oído cuánto la deseaba y a quién pertenecía.
Ariana cerró los ojos, y su respiración se agitó. Soltó el aliento.
¡Cielo santo!
¿Cómo demonios iba a resistir estar lejos de Damien las siguientes semanas?
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