Capítulo 34

La felicidad de Damien Keegan tenía rostro, tenía manitas, tenía piecitos, tenía boquita, y tenía unos ojitos marrones igual de asombrosos que los de su madre.

Stella le hacía inmensamente feliz, tan feliz como él nunca había imaginado que podría llegar a ser.

Esa diminuta personita sacaba lo mejor que él, lo inspiraba a ser mejor hombre, le daba las fuerzas que necesitaba siempre para ponerse en pie.

Ella era su razón de ser, no un pedazo de su alma, sino toda completa.

La pequeña había nacido de su simiente, y había llegado a su vida para darle esperanza y un nuevo comienzo. ¿Cómo no amarla por ello?

Damien estaba determinado a no dejar que Stella pasar por una infancia similar a la suya, eso ni loco. Su bebita no iba a sufrir por nada porque decididamente él iba  crearle todo un mundo perfecto sólo para ella donde nadie pudiese tocarle ni uno solo de sus cabellitos.

Damien despertaba todas las mañanas con aquel pensamiento en su cabeza.

Yo prometo tomar lo que venga, y convertirlo en brillo, y siempre cuidar a tu corazón antes que al mío...♪

La niña iba a crecer con la convicción de que era amada por su padre, y él siempre la protegería y velaría por ella.

Ahí, en ese momento en que la tenía entre sus brazos, Damien la admiró.

Los dos se encontraban dentro de la enorme y azul piscina armable que él mismo había montado esa mañana.

Stella estaba disfrutando muchísimo del agua, y su padre la sujetaba en sus fuertes brazos con todo cuidado, protegiéndola de cualquier peligro.

Al parecer le encantaba el agua, y su hermosísima sonrisita lo demostraba. Se veía contentísima, soltaba gorgoritos y preciosas risitas de bebé, movía sus manitas y piecitos con gran emoción ahí dentro de la piscina, y cada vez que reía, sus sonrosaditas mejillas eran tocadas por las largas pestañas que había heredado de mamá.

Damien se encontraba fascinado mirándola.

Lleno de orgullo, se dijo que su hija era una niña bellísima. La más hermosa de todas las flores.

>Mi pequeña< pensó con mil ilusiones.

Stella jugueteó con el agua, y después alzó su cabecita para mirarlo. Enseguida sonrió divinamente, y aquellos hoyuelitos, también herencia de su madre, aparecieron para quitarle la respiración a Damien.

–¡Mierda! ¡Qué divina que eres!– exclamó antes de alzarla hacia él, y llenarle la carita de tiernos besitos. Luego volvió a mirarla. –No vayas a decirle a mamá que papi ha dicho malas palabras frente a ti. Será nuestro secreto– le guiñó un ojo, y a la bebé pareció gustarle la idea porque volvió a emocionarse soltando tiernos grititos. –Esa es mi chica– Damien le dio otro beso en la cabecita, y enseguida continuaron jugando.

Ariana salió de la casa en aquel preciso momento, lista para comenzar con su día de trabajo. Lo primero que vio fue a su esposo e hija divirtiéndose dentro de la piscina, y su pecho se llenó de amor por ellos dos, hasta el punto en que su corazón casi explotó.

Sus ojos se humedecieron al verlos juntos, pero enseguida los limpió.

Los dos eran tan perfectos para ella que incluso hasta dolía. Los amaba desesperadamente. Damien y Stella eran su mundo entero.

Su corazón dio otro vuelco cuando él la miró, y le dedicó su radiante sonrisa.

Damien sonrió.

–Wow, te ves preciosa, muñeca– le dijo de inmediato.

Ariana se sonrojó porque era inevitable hacerlo ante las miradas y los cumplidos que siempre le dedicaba su marido.

Llevaba un top sin mangas que dejaba al descubierto la delicadeza de su cuello, sus hombros, y esas clavículas que se marcaban en ella haciéndola parecer perfectamente esculpida. Sin duda el ballet le daba a su cuerpo una tonificación espectacular. El cuerpo de Ariana era pequeño pero muy hermoso. Llenaba esos jeans que tenía puestos, de una manera tan malditamente sensual. Llevaba tacones altos, el cabello recogido en una cola de caballo, su cabeza rodeada por una coqueta bandana, y un maquillaje muy suave que embellecía más su rostro.

Damien estuvo a muy poco de no dejarla ir a ningún lado, pero enseguida se recordó que no estaban en la maldita época de las cavernas.

Suspiró.

–Gracias– sonrió ella todavía con timidez, y eso casi lo volvió loco.

La miró fijamente, y se dijo que en lugar de ponerse celoso debía estar feliz, feliz de que fuera suya, y no de nadie más. De que hubiese sido ella la mujer con la que compartía su vida, y el regalo de la paternidad, y no con ninguna otra.

¡Caramba! Ariana era todo un sueño para él, todo lo que no se había atrevido ni siquiera a soñar.

–¿Sabes? Ahora es mi color favorito– dijo de pronto.

La joven frunció el ceño sin comprender de pronto de qué hablaba él.

–¿De qué hablas? ¿Qué color?–

–El marrón, porque está tanto en ti como en Stella–

Ariana sufrió un vuelco más en su interior. Damien era increíble. Le sonrió.

No dijo nada, no hizo falta. Él respondió a su sonrisa.

–Suerte en tu ensayo de hoy. Espero que hoy consigas que tus niñas hagan esas... pirou... piruetas–

Su esposa rió.

Pirouettes– corrigió divertida.

Damien se hundió de hombros.

–Me entendiste, ¿o no?– bromeó.

Ariana asintió, y lo miró maravillada de ver lo guapo que era cuando sonreía, lo bonitos que eran sus ojos negros cuando brillaban así como en ese instante, y lo condenadamente sexy que era ahí dentro del agua, con el torso mojado, y su pequeña bebé en los brazos.

–Se han esforzado muchísimo, y sé que cuando llegue la hora del recital, lo harán sensacional– Ariana estaba ensayando a sus niñas de la clase para la próxima puesta en escena que sería El Lago De Los Cisnes, una obra que ella había interpretado muchísimas veces a la edad de ellas. De pronto con entusiasmo, imaginó cómo sería cuando su niña empezara a dar sus primeros pasitos dentro del ballet... Aunque claro, sólo si ella así lo deseaba. Nunca la obligaría a nada que ella no deseara ser o hacer.

–Así será, nena, porque tienen a la mejor instructora del mundo– le guiñó un ojo obteniendo a cambio una preciosa sonrisa.

Stella estiró sus bracitos hacia su madre intentando llamar su atención. Ariana se acercó lo más que pudo a la piscina, al momento que Damien alzaba a la pequeña acercándola a ella, y sin importarle que fuese a mojarse, le dio un besito.

–Adiós, mi amor. Pórtate bien con papá, mamá irá a trabajar–

Después de que se despidiera de ella, Damien apretó a Stella contra su pecho en un gesto lleno de ternura, y una vez más Ariana deseó llorar por todo el amor que sentía por los dos.

Se alejó antes de que en serio llorara, y agitando su mano volvió a despedirse de ellos. Enseguida metió su maleta y su bolso al auto, entró ella, y se marchó de la hacienda.

Damien la vio marcharse, repitiéndose lo condenadamente afortunado que era de tener a aquella especial mujer a su lado.

Con pesar se recordó que él no se la merecía ni un poquito.

Ariana era luz, él era oscuridad. Eran como el día y la noche.

Ella era maravillosa, dulce, y tenía el corazón más puro del  mundo. Entonces Damien no pudo evitar pensar en lo que sucedería si algún día él decidiera contarle todo sobre su pasado, de dónde venía...

Sin embargo al pensarlo se le hizo un nudo en el pecho que realmente dolió.

>No<

Se dijo de inmediato.

Damien quería protegerla de todo, y todo significaba protegerla también de él mismo.

No había razón alguna para que ella conociera la brutalidad y la crueldad en la que había sido creado y criado.

¿Lo rechazaría? ¿Se apartaría de él, asqueada?

Seguro estaba de que no. Ariana era tan buena que seguro lo aceptaría e intentaría consolarlo, pero aun así Damien no quería que lo supiera nunca.

Quería cuidarla, quería mantenerla por siempre a su lado, porque antes de que ella apareciera en su camino, en su vida había existido un enorme vacío, un hueco muy profundo que sólo Ariana y Stella conseguían que desapareciera.

Era un maldito cabrón, un hijo de puta egoísta, pero ya no podía vivir sin ellas. Las iba a mantener a su lado costara lo que costara.

•••••

Después de sus ensayos del día, Ariana no condujo directo a la hacienda, sino que quedó de verse con Dove en una cafetería cercana a la academia.

Las dos amigas se dieron un abrazo, y luego tomaron asiento en una de las mesillas, y se dedicaron a tomar un café helado.

–Estoy contentísima con la idea de tú y Damien siendo un matrimonio de verdad– exclamó la rubia con una sonrisa enorme. –Yo lo sabía, yo sabía que le encantabas y que se moría por ti. Lo felicito por haberlo admitido, y también por admitir que adora a su hija. Enel fondo ese soldadito de plomo tiene un corazón gigantesco–

Ariana rió divertida ante toda la emoción de su amiga.

–Hablo en serio, Ari. Me da muchísimo gusto verte así de feliz, porque te lo mereces, te mereces toda esa felicidad–

–En verdad lo soy, Dove– aseguró Ariana. –Te juro que sí. Nunca creí que pudiese llegar a serlo con Damien, pero él lo hizo realidad. Quiere que seamos una familia, y ahora lo somos–

Dove tomó la mano de su amiga, y le sonrió.

–Eso suena hermoso. Sé lo mucho que lo amas, pero dime una cosa... ¿él te dijo que también te ama?–

Ariana negó.

–No, no lo hizo, pero no importa. Sé que soy lo más importante para él–

La rubia asintió.

–Lo sé, se le nota en la cara cada vez que te mira, y no puede disimularlo. Eres su mundo, Ariana–

Y precisamente esa forma que tenía él de mirarla era lo que la hacía entregarle todo lo que tenía, todo lo que era. Sabía desde el fondo de su alma que Damien nunca podría mirar a otra mujer así como la miraba a ella. Nunca.

–Creo que te has sacado la lotería con él. Es guapo, rico, te complace, te cuida, es un buen padre con Stella, y encima te regaló un auto estupendo. Creo que se merece que le des un obsequio–

–Lo mismo he pensado yo– dijo Ariana en acuerdo. –Su cumpleaños es en mayo. ¿Pero qué crees que deba darle?–

Dove la miró como si la respuesta fuese muy obvia.

–Dale lo que más le gusta– sonrió. –Dale tu cuerpo–

Las mejillas de Ariana enrojecieron involuntariamente.

–¿Qué? Estás loca– negó. –Además eso se lo doy todas las noches sin necesidad de que sea su cumpleaños– admitió.

Dove soltó una carcajada.

–Sí, pero me refiero a que se lo des de una manera menos convencional, y tú tienes las armas perfectas para eso–

Ariana la miró sin comprender.

–¿De qué hablas?–

–Hablo de las clases de pole dance que tomaste cuando recién entraste a trabajar a la academia–

El café que había estado bebiendo Ariana fue escupido de pronto al suelo. No se había esperado que su amiga recordara aquello.

Había tomado aquellas clases, no porque quisiera, sino porque había sido idea de miss Margot, en uno de esos momentos de locura justo después de llegar a los 40. Ariana ni ninguna de sus compañeras había podido zafarse, aunque de entre todas ella había sido la más joven y recatada, cosa que le había servido de burlas.

Totalmente ruborizada, negó.

–Ni hablar–

–¿Qué? Ariana, por favor hazme caso. Le encantará, lo sé, estoy segura de eso. Con tu imagen de niña buena ya lo tienes babeando y besando el suelo que pisas, pero si le presentas algo más sensual y atrevido, incluso hasta te dirá que te ama–

Pero Ariana volvió a negar.

–Olvídalo. Me moriría de vergüenza. Además ya te dije que no necesito que me hable de amor–

Dove mostró una expresión de aburrimiento.

–Bien. No molestaré con el tema– se rindió.

Ariana volvió a sonreír.

–Bueno, pero hablando de molestar, ahora es tu turno de hablar. Cuéntame de una buena vez qué te traes con Spencer–

Esta vez fue el turno de la rubia de enrojecer.

Ariana escuchó atentamente a su amiga, pero en el fondo sus pensamientos estaban en otro lado. No en el asunto de poner en práctica las habilidades que había adquirido al ser una muy joven aprendiz del arte del tubo, sino en algo más...  En eso que había mencionado del amor.

Era cierto que a pesar de todo, Damien en ningún momento había dicho que la amaba, pero también era verdad todo lo que ella había mencionado... No necesitaba su amor, no necesitaba que dijera esas palabras, porque Ariana lo tenía a él. Era su hombre. Le pertenecía, así como ella también lo hacía.

Entonces sonrió para sus adentros.

•••••

–Desde que llegaste, no has hecho más que sonreír estúpidamente. ¡Concéntrate un poco, hombre! Deja de pensar en Ariana aunque sea cinco minutos– le dijo Spencer entre risas divertidas.

La mente de Damien volvió de donde había estado, y sonrió justo antes de soltar un golpe en el hombro de su compañero.

–Cierra la boca, imbécil– Damien reía, así que no estaba enfadado en lo más mínimo. Puede que en el pasado aquel comentario de Boldman hubiese sido merecedor de una paliza, pero en esos instantes se sentía incapaz de ocultar su felicidad.

–Lo lamento, amigo, pero mi esposa es tan hermosa que no puedo dejar de pensar en ella– mostró sus dientes blancos en una sonrisa.

Spencer lo tomó de los hombros en un movimiento de camaradería brusco y juguetón a partes iguales.

–¡Eso, Keegan!– exclamó Tristan entre risas.

–Te aplaudo, Damien– le dijo Adam. –Has sido cazado por una mujer, y lo dices con orgullo. Sin duda eres mi ídolo, maestro– bromeó.

Damien dejó que todos sus amigos se burlaran de él, no le importaba. En esos momentos nada importaba, porque se sentía el sujeto más feliz de todo el planeta tierra. Tenía para él solito a la preciosa hada mágica de nombre Ariana para disfrutarla, así que podían burlarse todo lo que quisieran.

La felicidad de Damien era evidente, y toda la Brigada estaba feliz también por él. Lo estimaban y admiraban muchísimo, y para muchos era fascinante ver el cambio que sólo una chica y una bebé habían conseguido lograr en él.

Sin embargo no todos ahí compartían aquella dicha para el soldado Keegan, y lo peor del asunto era que Damien no tenía ni idea de lo que estaba detrás de ello.

–Keegan, Crowe quiere verte en su oficina ahora mismo– le avisó uno de los cadetes.

Damien asintió y le agradeció por el aviso. Sin más, se dirigió a la oficina de su superior para conocer el motivo por el que había sido llamado.

–Qué bueno que ya estás aquí, Keegan–

–Estoy a sus órdenes, Comandante– Damien enseguida adoptó postura militar, y esperó a escuchar lo que Crowe tenía que decirle.

–Murray ha sido asignado a una misión– empezó por informarle.

Damien no comprendía en qué lo incumbía eso a él, pero se abstuvo de mencionar algo.

Sin embargo lo siguiente que el Comandante dijo, le dio sentido al asunto.

–Ha pedido que seas tú quien lo acompañe–

–¿Qué?– ¿Era una maldita broma? ¿Murray lo había pedido a él como compañero de misión? No lo creía, maldición. –¿Está seguro de lo que está diciéndome, Comandante?– se vio obligado a preguntar, deseando muchísimo que en verdad hubiese una equivocación. Él no tenía problema en trabajar con Michael, y lo había demostrado muchísimas veces. A diferencia del rubio, Damien sabía separar sus diferencias personales en el campo de batalla, sin embargo no era aquella la razón por la que no deseaba irse de misión en esos momentos.

¡Maldita sea!

Mantuvo la mirada en alto, y su cuerpo completamente erguido. A pesar de que no quería ir, ni siquiera pensó en la posibilidad de declinar. Se había entrenado para ser un soldado completo, y no podía echarse para atrás bajo ninguna circunstancia.

–¿A dónde partiremos a batalla, Comandante?– preguntó de inmediato.

–A Alaska–

–¿Durante cuánto tiempo?–

–Estamos hablando de tres a cuatro semanas–

Todo ese tiempo alejado de Ariana y del calor de su cuerpo, sin poder tocarla ni besarla, ni ver su sonrisa ni el brillo de sus ojitos. Iba a ser todo un infierno.

Damien cerró los ojos, y evitó a toda costa soltar la maldición que casi explotó en sus labios.

–¿Tienes algún inconveniente?– escuchó que su comandante decía.

Por supuesto que los tenía. ¿Pero cómo iba a negarse? ¿Qué excusa podía aducir? La auténtica no, desde luego.

–No, Comandante. ¿Cuándo nos marcharemos?– continuó con su expresión inescrutable, misma que no pudo seguir manteniéndose cuando recibió su respuesta.

–Ahora mismo. Es de urgencia, Keegan. Nos necesitarán en la Brigada de Alaska mañana mismo, así que debemos irnos cuanto antes–

–Bien– consiguió decir. –Iré a casa por mi maleta, y...–

El Comandante negó.

–No lo has entendido. Ni siquiera hay tiempo de que vayas a tu casa. Toma todo lo que necesites de aquí mismo, equípate y arma tus provisiones. Saldremos en veinte minutos.

Aquello fue una patada directo en las bolas para Damien, pero se mantuvo firme.

Esperó la autorización de su superior para poder retirarse de la oficina, y apenas salió al corredor, lo primero que hizo fue sacar su celular para llamar a su esposa.

–¿Damien?– escuchó su delicada y suave voz tras la línea, y él soltó un largo suspiro.

–¿Todo bien, nena?– le preguntó. –¿Necesitas algo? ¿Stella cómo está?–

–Estamos bien. Stella ya se ha dormido, y yo... yo estoy esperándote...–

El tono de voz que ella usó, casi en susurro, casi sin aliento, una clara manera de decirle que no se dormiría hasta que él llegara y la hiciera suya, hizo que Damien sintiera un golpe en las pelotas por segunda vez en menos de diez minutos. El pecho le palpitó de anhelo y de deseo, y casi dio media vuelta de regreso a la oficina de Crowe para decirle que no iría a ningún maldito lado, pero se contuvo.

¡Joder!

Apretó con sus dedos el celular, pero consiguió controlarse.

–Ari...–

–Me gusta mucho que me llames de ese modo– dijo ella de pronto. Así la llamaban todos los que la querían.

Muy a su pesar, él sonrió.

–A mí también me gusta llamarte así, tu nombre es muy lindo–

–¿Por qué te escucho un poco raro? ¿Estás bien?–

–Sí, sí lo estoy, por favor no te preocupes–

–¿Entonces qué ocurre?–

Era buena intuyendo cosas, por más mínimas que estas fueran.

Damien resopló, sabía que no había tiempo que perder.

–He sido asignado a una misión, y el asunto es... que no tengo tiempo de ir a casa a despedirme. Por favor dale un beso a Stella de mi parte, las voy a extrañar muchísimo a ambas–

Ariana se quedó callada por unos cuantos segundos, después habló.

–¿Cuándo volverás?– sonaba decepcionada y triste, y aquello sólo ocasionó que el soldado se sintiera mucho peor.

–Aún no lo sé, pero te llamaré todos los días, te lo prometo–

–Damien, por favor cuídate mucho. No quiero que nada malo vaya a ocurrirte– ahora sonaba angustiada.

–No me pasará nada, tranquila. Pero tú prométeme que obedecerás en lo que voy a pedirte–

–De acuerdo–

–Quiero que durante el tiempo que yo esté de misión, tú y Stella se vayan con el abuelo, Meryl y Jake a la casa grande– de otro modo iba a volverse loco recordando lo que sucedió meses atrás cuando esos cabrones terroristas entraron a su casa.

–Bien– la escuchó decir, y eso lo dejó más tranquilo.

–Es hora de irme. Debo prepararme... Adiós, nena–

–Damien...– ella lo llamó justo cuando él estaba a punto de colgar.

–¿Qué pasa?–

–Me harás mucha falta–

–Tú también me harás falta, Ari... No te imaginas cuánto, muñeca–

•••••

Cuatro horas de vuelo fueron necesarias para que Damien pudiese pisar Alaska.

Él, Michael y el Comandante llegaron en de la medianoche, de inmediato fueron recibidos por la Brigada de la Zona Norte, quienes se ocuparon de llevarlos a lo que estaría siendo su hospedaje hasta que amaneciera. Un hotel tipo cabaña con chimeneas integradas que los ayudaría a entrar un poco en calor entre aquellas bajísimas temperaturas.

Por la mañana estarían despidiéndose de aquella comodidad, pues saldrían a confrontar a un grupo de civiles que se habían levantado en armas contra el gobierno estadounidense.

Después de despedirse de su Comandante, Damien entró a la habitación que le correspondía, dejó su maleta en el suelo, y después soltó un suspiro. Le habían dicho que descansara y se preparara para en la mañana, pero maldición, apenas y podía pensar en otra cosa que no fuera su esposa...

Habían pasado ya muchísimas horas desde la última vez que la tuvo en sus brazos, pero aun así su subconsciente lo engañaba reteniendo su dulce aroma, recordándosela sin cesar.

Se preguntó qué estaría haciendo en esos instantes. Pero un leve palpitar en sus partes masculinas fue prueba evidente de lo que a él le gustaría estar haciendo con ella.

Sí, habían pasado ya muchas horas, y sentía cada una de esas horas en la dolorosa palpitación de su miembro hambriento.

¡Maldición!

Quería follarla, quería besarla, tocarla, acariciarla, tenerla cerca.

Ariana había entrado a su vida como un remolino chispeante, toda ella lo había derribado en un parpadear hasta tal punto de que ya no deseaba a otra, la deseaba sólo a ella, voraz, anhelante, insaciable.

Damien cerró de pronto sus ojos, y la miró.

Su feminidad que rezumbaba por cada poro de su ser, su espíritu alegre y noble, la inocencia que emanaba de ella. Su magnífico cabello acaramelado, su cara de muñequita, los senos que tanto adoraba tomar con sus labios, la estrecha cintura que tanto le gustaba rodear con sus manos, y aquel perfecto y bien formado trasero que hacía un contraste fascinante con su aspecto de niña buena.

Damien estuvo entonces a punto de reventar la bragueta de sus pantalones, el inmenso tamaño de su pene erecto aparecía bajo la tela de sus pantalones. Estaba muy excitado. Demasiado, y le dolía.

Aquello ya iba más allá de su control, y entonces hizo lo único que se le ocurrió hacer en esos momentos.

Tomó su celular, y la llamó...

Sabía que ella debía estar ya dormida, pero aun así su corazón albergó un rayito de esperanza de que fuera a contestar su llamada.

La línea timbró unas cuantas veces, y él esperó.

Cuando creía que no iba a responder, sucedió. Ariana respondió, y escuchar su bonita voz hizo que su pecho brincara de emoción.

–¿Damien? ¿Eres tú?– la escuchó preguntar. Parecía adormecida. Seguro la había despertado.

Tragó saliva.

–Sí, sí, Ariana, soy yo. ¿Te desperté?–

–No– fue su respuesta. –No podía dormir... ¿Has llegado ya a Alaska?–

–Sí, hace unos minutos que bajamos del helicóptero. ¿Estás en casa del abuelo, como te pedí?–

–Sí, instalaron una habitación para mí y otra para Stella con todo y cuna. Ella justo ahora está durmiendo–

–Genial–

–Sí, y... ¿Qué tal todo por allá?–

–Hace mucho frío– pero él se encontraba malditamente demasiado acalorado.

–Abrígate o podrías enfermarte–

–Te juro que eso es lo que menos me importa ahora– casi la pudo imaginar frunciendo el ceño confundida, sus enormes y brillositos ojos bien abiertos en confusión. ¡Mierda! Lo que daría por tenerla cerca. –¿Qué llevas puesto?– le preguntó, y al hacerlo bajó su mano acariciándose la erección por encima de los pantalones.

La pregunta evidentemente confundió a su joven e inocente esposa.

–¿Por qué?– le preguntó toda inocencia.

Entonces Damien sonrió.

–Ve a la cama– le dijo en tono suave. –Haré videollamada contigo–

Allá muy lejos, a miles y miles de kilómetros en Mission Bay, Boca Ratón, Ariana obedeció lo que su marido le pidió, aunque todavía no podía comprender por qué.

A los pocos segundos se cortó la llamada, y en su lugar apareció su imagen en la pantalla del celular.

A Ariana le brincó el corazón de emoción cuando vio a su esposo tan guapo como era él. Se arrodilló en la cama, y sonrió.

–Te ves preciosa esta noche, Ariana– le dijo. –Joder, no sabes cómo te extraño–

Ella lo vio entonces utilizar una de sus manos para quitarse la chaqueta, y después la camisa. Enseguida apareció ante sus ojos su masculino torso, y fue entonces cuando comenzó a sonrojarse.

–Y...– tartamudeó un tanto insegura. –¿Por qué me has pedido que venga a la cama?–

–Porque te necesito, nena, estoy muy duro por ti... Necesito masturbarme, y sólo tú puedes ayudarme a hacerlo–

Ante aquellas palabras, Ariana se quedó sin respiración, y una exquisita excitación la recorrió de pies a cabeza.

¿En serio era posible aquello?

En definitiva Ariana desconocía todavía muchas cosas sobre el sexo, pero estaba deseosa de aprender sólo porque Damien era su maestro.

En Alaska, el atractivo y viril soldado sonrió cuando descubrió que su esposa no sentía rechazo por la demanda que acababa de hacerle, sino incertidumbre y curiosidad, deliciosa, deliciosa curiosidad.

¡Joder!

Inmediatamente abrió sus pantalones y liberó su hinchada y pesada polla acariciándola y prometiéndole pronto alivio, sacando también sus testículos, duros como dos piedras, de la prisión en la que se encontraban.

Tras la pantalla, Ariana miró el miembro masculino tan erecto en todo su vigor, hambriento y deseoso de ella, y no pudo creerse el nivel de excitación en que consiguió ponerla. Estaba hirviendo de deseo tal y como seguro Damien también lo estaba.

–¿Q...qué tengo que hacer para complacerte?–

Él negó.

–No se trata sólo de mí, Ariana... Sino también de ti. Para que yo pueda obtener mi placer necesito verte alcanzando el tuyo–

De nuevo ella no comprendió del todo, pero Damien estaba más que dispuesto a mostrarle de qué hablaba.

–Damien...–

–Shhh... Desnúdate, nena. Enséñame tus pechos– suplicó.

Ariana vaciló unos cuantos segundos, y sus dedos temblaron. Pero enseguida obedeció. Quitó la blusita que la cubría, y también el pequeño short de satén que le hacía juego.

El perfecto y tonificado cuerpo de Ariana quedó casi desnudo ante Damien. Él gruñó de deseo, y entonces su mano que tenía empuñado su pene comenzó a realizar los movimientos de arriba abajo dibujando un rastro de fuego y provocándole rápidos escalofríos que le subieron por la espalda. Tuvo que contener un estremecimiento.

Sus ojos se desplazaran desde la base de su garganta, donde observó un frenético latido, hasta el valle de sus senos, para descender luego desde el ombligo a las bellísimas piernas.

–También las braguitas, Ariana. Te... te quiero completamente desnuda... ¡Eres hermosa!–

Esta vez con menos vergüenza, ella se deshizo del encaje de sus bragas quedando en completa desnudez.

En cierto momento se quedó muy sorprendida consigo misma.

¿Quién habría pensado que sería capaz de hacer cosas así, tan atrevidas, tan provocativas, tan agresivas sexualmente? Mostrando su cuerpo en una cámara, mientras disfrutaba de la vista que representaba su marido al masturbarse, plenamente consciente del efecto que ejercía sobre él.

Para ella, él era hermoso en la manera en que únicamente un hombre podía serlo.

Damien Keegan no era como los demás, no era de esos sujetos comunes y corrientes, de los que llegaban a casa a las cinco y media, el tipo de hombre que ella habría elegido si hubiese podido decidir usando sólo la razón. Pero el amor era irracional. El amor no se ceñía a un plan. Y lo cierto era que lo amaba, lo amaba tal como era, y por lo que era.

Iba a dárselo todo, todo lo que él le pidiera.

Damien perdió toda cordura al mirar a Ariana desnuda en la pantalla de su celular.

Casi no pudo creerse que incluso ahí, mostrándole su cuerpo ante la cámara, siguiera siendo jodidamente inocente.

Pero él planeaba quitarle toda esa inocencia.

El bastardo cachondo que llevaba en su interior sonrió.

–Tócate, preciosa... Tócate, e imagina que soy yo quien está tocándote–

Completamente extasiada, y ya sin pudor alguno, Ariana llevó sus dedos a su caliente y dulce centro, y apretó las piernas en un gesto delicado mientras soltaba un delicioso gemido.

–Oh...–

Desde la pantalla Damien pudo darse cuenta de lo lubricada que ella estaba, y se le hizo agua la boca por el deseo de saborearla. Ariana se mojaba con demasiada facilidad, quizá era por su poca experiencia y lo joven que era, por lo que fuera, pero a él le encantaba aquel néctar que salía de ella, tan exquisito, tan dulce y cremoso como la azúcar derretida.

La vio gemir, la vio retorcerse de placer, y los propios movimientos de sus tensos dedos subiendo y bajando de su furiosa erección aumentaron el ritmo, haciendo crecer más y más las llamas.

–Tócate los pechos, juega con tus pezones...–

Oh, tortura celestial. Ella lo hizo. Se tocó los senos acunándolos primero con ambas manos.

–Oh, Damien–

–¡Mierda sí! Muéstrame cómo lo haces, muñeca–

El deseo ardía en su sangre, y ellos ardían de necesidad.

Ariana descubrió sorprendida el inmenso placer que estaba obteniendo al realizar aquellos actos. Era más de lo que hubiese podido llegar a imaginar alguna vez. Se sentía teletransportada a otro mundo, a otra dimensión hasta entonces desconocida.

La intimidad compartida con Damien en esos instantes fue diferente, aunque estaban lejos, más cercana, más especial.

Gimió, pero recordando en un breve momento de lucidez, que no se encontraba en su casa, apretó los labios, y calló lo más que pudo. Solía ser muy gritona, y aquello resultaba ser todo un reto para ella.

Lo fue aún más cuando el orgasmo apareció retumbando todo lo de su interior.

La imagen de la pequeña y sensual Ariana alcanzando el clímax sin duda fue algo que lo torturó casi arrastrándolo hasta el infierno... El gesto en su carita, el rubor de sus mejillas, el gemido ahogado en sus labios, el cabello suelto y esparcido, su respiración agitada, la fina capa de transpiración en su cuerpo...

No, no iba a soportarlo.

Chorros y chorros de semen salieron disparados en toda dirección después de que Damien soltara un grave gruñido.

Sacudió su polla con rapidez, y tomó una toalla para limpiarse. Subió sus pantalones con la misma prisa, y después volvió a colocarse la camisa tomándola de donde la había arrojado.

No le dijo nada, ni siquiera la miró porque ahora tenía una sola cosa en la cabeza.

–¿Damien?– lo llamó Ariana que había tomado la sábana y ahora se encontraba cubierta con ella.

Pero su esposo no respondió, sino que salió disparado de la habitación sin importarle su aspecto ahora desaliñado.

Ariana lo miró confundida, y se dijo que esperaría a que él regresara.

Por su parte Damien pasó a uno de los baños para lavar sus manos, pero luego de ahí fue directo a la habitación del Comandante avanzando en pasos bastante desesperados. No lo encontró ahí, y entonces decidió bajar al vestíbulo de la cabaña. Tenía que encontrarlo.

Para su fortuna lo encontró bebiendo una copa con sus colegas Almirantes, y sin importarle que estuviera alrededor de gente importante, Damien avanzó hasta él.

–Comandante, ¿puede permitirme un momento?–

Crowe asintió, se disculpó con sus acompañantes, y pronto se alejó de ellos para que su soldado pudiese hablar.

–¿Qué es lo que pasa, Keegan?–

¿Qué pasaba? Pasaba que Damien quería gritar de agonía.

Pero por unos segundos, recordó su honor de soldado, y casi retrocedió, sin embargo enseguida la visión del cuerpo femenino y desnudo de Ariana acudió a su mente.

Quería follar con su mujer, quería estar ahí para ella.

¡Tenía que salir de allí!

–Dimito– le dijo entonces al Comandante con toda seguridad. –¿Me ha oído? Dimito, y vuelvo a Florida en este mismo instante–

Por primera vez en toda su vida, Damien tenía a alguien que le importaba mucho más que su trabajo en la Armada.

Meses antes, su objetivo principal habría sido irse de misión todo el tiempo que fuera posible, fueran donde fuesen e hicieran lo que hiciesen. Pero esa noche, su objetivo principal era bien distinto.

Se sorprendió entonces al ver a Crowe soltar una carcajada.

–Tranquilo, Keegan. Me ha informado la Brigada que los civiles han decidido presentar un pacto de paz, y retirarse. No hace falta que nos quedemos más tiempo. A primera hora de la mañana saldrá nuestro avión de regreso–

La sonrisa de Damien fue en ese momento incluso más grande que todo Alaska.

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