Capítulo 26
Estar embarazada era realmente incómodo.
Le dolía la espalda, notaba los pechos hinchados, tenía que hacer pipí cada media hora, y de vez en cuando el bebé se giraba de cierta manera y disparaba un pinchazo de dolor por todo su interior.
Sí, en definitiva incómodo. Los nueve meses eran sin duda los peores.
Ariana había esperado en vano que el bebé se durmiera y la dejara dormir a ella, pero ya era más de medianoche y aquello no había sucedido. Esa noche estaba demasiado inquieto, y hacia que ella también lo estuviera.
–De acuerdo, tú ganas– exclamó con resignación. –¿Qué es lo que quieres? ¿Comida?– a manera de respuesta, recibió una patada que la hizo arquear su espalda. Cerró los ojos tratando de soportarla y gritó levemente. –Te daré comida pero sólo si dejas de patearme por esta noche– la futura madre esperó. La patada no llegó. Entonces sonrió. –Buen chico– se palmeó el vientre, y entonces se giró para sacar las piernas de la cama. De pronto tuvo mucho antojo de algo, aunque no supo de qué. Lo averiguaría cuando llegara a la cocina. Con fortuna el vaivén del camino a la planta baja haría que el niño se durmiera. Colocó sus sandalias de peluche, y pronto salió de la habitación en silencio. Pero al llegar a las escaleras se detuvo.
Bajarlas era ahora lo que más le angustiaba, y el regaño de Damien de semanas atrás no tenía mucho que ver. La panza le había crecido un poco más de manera prominente, y ella tenía que inclinarse ligeramente hacia atrás para no perder el equilibrio en los escalones. Era muy difícil, tanto que a veces optaba por no subir a su habitación en todo el día, o quedarse ahí por el contrario. Sin embargo en esos momentos el antojo dominaba todos sus pensamientos. De pronto supo que deseaba un sándwich de jamón con mostaza... Sí, eso era. Mucha mostaza.
Bajó entonces escalón por escalón con sumo cuidado, y finalmente llegó a la planta baja. Enseguida se dirigió a la cocina en busca de lo anhelado, esperando poder prepararlo y comerse al menos la mitad antes de que el antojo desapareciera.
Intentó no hacer mucho ruido, pues no quería que Damien fuese a despertarse por su culpa. Él trabajaba mucho, y no sería justo interrumpir su sueño.
Abrió la nevera, y sacó el jamón y la mayonesa. Después fue en búsqueda del pan, pero se paró en seco al recordar que solían guardarlo en la alacena. Lugar que ni de broma ella podría alcanzar.
Exhaló porque por más antojo que tuviera, no pensaba exponerse de ninguna manera intentando alcanzarlo. Sin más tomó las cosas de la mesa para volver a guardarlas.
–¿Qué haces?–
La voz de Damien la hizo sobresaltarse, y soltar el tarro de mayonesa. Por fortuna el joven soldado consiguió atraparlo y evitar que cayera.
Enseguida Ariana se giró para mirarlo.
Ahí estaba su esposo, erguido en su metro noventa de altura, con pantalones de algodón, y una camiseta blanca de resaque que permitía la visión de sus fuertes brazos, especialmente en el que llevaba el tatuaje. Sostenía con sus grandes manos aquella mayonesa, y Ariana lo encontró guapísimo a esas horas de la medianoche.
–Lo siento, he intentado no hacer ruido. ¿Te he despertado?–
Él negó, y enseguida colocó el tarro en la mesa.
–No, no me has despertado. He bajado por agua. ¿Tú qué haces despierta?– la miró fijamente, pero entonces se dio cuenta de algo...
Y ella también lo notó.
¡Santo cielo!
Tenía la bata abierta, y su camisón era demasiado delgado. Se sintió de pronto abochornada. El rubor apareció en sus mejillas.
–No... Yo sólo... No podía dormir, y...– Ariana intentó cerrarse la bata, pero fue inútil. La prominencia de su vientre se lo impidió.
Para su tranquilidad Damien decidió ser todo un caballero, y apartar la mirada.
Le costó, pero lo hizo. Y puso todo su control para evitar excitarse. De otro modo resultaría muy evidente por la tela de sus pantalones.
¡Joder!
–¿Tienes hambre?– preguntó al poner de nuevo su atención en la mayonesa, y en el jamón que todavía ella sostenía en sus manos.
–Quería prepararme un sándwich, pero...– miró con angustia hacia la parte alta de la alacena.
La mirada masculina siguió la misma dirección, y sin que ella le dijera, él lo comprendió.
Enseguida caminó hacia ahí, y sacó la barra de pan.
–Por favor cuando necesites algo que no puedas obtener por ti misma, no dudes en pedírmelo–
–No quería despertarte–
El soldado negó.
–No estaba dormido–
Ariana no supo qué excusa decir, así que no mencionó nada más al respecto.
–¿Sabes? Te ayudaré a preparar ese sándwich. Creo que yo también estoy hambriento–
Lo curioso ahí era que Ariana no estaba hambrienta, tan solo era uno de esos antojos que últimamente le pegaban.
–Necesito mostaza– dijo de pronto.
Damien frunció el ceño.
–¿Qué?–
–Mostaza– repitió ella. –No sé si sea el bebé o yo pero muero por mostaza–
Enseguida su marido empezó a buscar en el refrigerador. Hizo una mueca cuando no encontró por ningún lado.
–Creo que no hay. Pero tomaré las llaves de la camioneta...– refiriéndose a la nueva que había comprado. –...e iré a comprar con Joey. Abren las veinticuatro horas así que no habrá problema–
Pero Ariana negó.
–No. Te lo agradezco pero no es necesario–
Damien no sabía nada de embarazos, pero había escuchado decir a Meryl que ninguna mujer que estuviera de encargo debía quedarse con el antojo de algo, así que no pensaba discutir eso con ella.
–Sí que lo es. Sólo espera un momento, no tardaré, y prometo que traeré tu mostaza–
Ariana no quería que Damien saliera a medianoche y condujera por la solitaria carretera sólo por cumplirle uno de sus caprichos. Le resultaba peligroso, además de que no quería quedarse sola en casa.
–De verdad, no hace falta–
–Ariana, no quiero que te quedes con el antojo. Escuché por ahí que... no es bueno–
Sí, Meryl se lo había dicho a Ariana, pero ella creía que eran sólo mitos.
–Es muy noche ya. No me quedaré tranquila si sales a esta hora–
Ella se preocupaba por él. A Damien le dio un vuelco. Recordó la carita de angustia que puso cuando tuvo que marcharse a Irak, y todo su pecho se llenó de anhelo. La anhelaba tanto...
En esos instantes deseaba tomarla de los hombros, acercarla a él, y besar sus labios. Sentirla cerquita, muy cerquita... ¡Maldición! La anhelaba a ella, y anhelaba aquel contacto con todo su ser.
Se veía tan bonita en camisón, con el cabello recogido, y la redondez de su vientre.
Ariana hacía estragos en él, pero debía controlarse.
En un intento de desviar sus pensamientos hacia otra parte, una idea brilló en su cerebro.
–Tengo una idea– le dijo. –Tú prepara los sándwiches, y mientras tanto yo iré a asaltar el refrigerador del abuelo. Ahí seguro encontraré mostaza–
A Ariana le agradó la idea.
–De acuerdo– sonrió.
Preciosa sonrisa con hoyuelitos que dejó a Damien paralizado por unos instantes. Pronto reaccionó.
–Ahora vuelvo–
Tal y como prometió, no tardó más que unos cuantos minutos en volver.
Sin embargo después de que Ariana le diera la primera mordida a su sándwich con mostaza, le pareció la cosa más repugnante del mundo, y se vio obligada a escupirla en el cesto de basura.
–¿Estás bien?– le preguntó Damien verdaderamente preocupado.
Ariana asintió. Poco a poco se fue recuperando.
–¿Qué ocurrió?– preguntó entonces sin saber qué demonios había ocurrido. Él había comido exactamente lo mismo que ella, y no parecía haber nada en mal estado.
–El antojo se fue– respondió un poco avergonzada.
–¿Se fue, dices? ¿Es posible eso?– verdaderamente el moreno no tenía ni una maldita idea de embarazos.
Ariana se encogió de hombros.
–Lamento haber hecho que fueras a robar a mostaza a casa del Teniente. Pensé que con un poco de suerte el antojo duraría hasta que regresaras– exhaló.
–No te disculpes por eso– dijo Damien de inmediato. –Pero déjame ver si entendí. ¿Esos antojos tienen caducidad? ¿Ya no se te antoja más ese sándwich de mostaza?–
Ariana miró hacia la mesa donde se encontraba su plato. Ese condenado sándwich que tanto le había apetecido se había convertido ahora en lo último que se acercaría a la boca.
Asintió, y su expresión mostró absoluto desagrado.
–¿Puedes quitarlo de mi vista?– cerró los ojos, y la desvió para no tener que seguir mirándolo.
Damien actuó de inmediato. Metió ambos platos, el suyo y el de Ariana a la nevera. Él no había terminado de comer, pero no quería ocasionarle más náuseas a su esposa.
–Vaya... qué curioso– comentó.
–Yo lo detesto– respondió ella un tanto irritada.
–¿Hay algo que pueda quitarte el mal sabor?– preguntó él.
Ariana estuvo a punto de negar, pero entonces un nuevo antojo la inundó.
–A decir verdad... sí–
–Dilo– le pidió Damien. –Dilo antes de que desaparezca–
La castaña pensó dudativa unos cuantos segundos. Necesitaba estar segura de qué era lo que se le antojaba.
–Azúcar...– murmuró. –Necesito algo dulce–
Enseguida Damien volvió al refrigerador en busca de cosas que pudieran servir. Sacó el tarro de Nutella, y se lo mostró.
Ariana negó. No era chocolate lo que necesitaba.
Damien sacó el tarro de miel.
Ariana arrugó la nariz con asco, y volvió a negar. No le apetecía ningún producto natural. Necesitaba algo más procesado.
Su marido sacó esta vez la mantequilla de maní.
–Eso es salado– mencionó ella.
–Oh, disculpa, soy un bobo– respondió él bromeando.
Ariana casi no se pudo creer que en verdad aquello estuviese sucediendo. Damien nunca bromeaba con ella. Tampoco con nadie más. Era extraño, pero fascinante. De pronto se quedó mirándolo fascinada.
–¿Ariana?– la llamó cuando vio distraerse.
Ella reaccionó al instante, un poco avergonzada.
–Eh...– dudó por unos cuantos segundos, pues olvidó lo que se suponía estaban haciendo.
Damien frunció el ceño.
–Te mostraba la mermelada de durazno–
Oh, claro. Buscaban algo dulce. Enseguida Ariana lo recordó. Y entonces esa mermelada de durazno le pareció lo más delicioso del mundo.
–¡Eso es!– exclamó contenta.
Damien también sonrió.
–Genial– abrió el tarro, y pronto le alcanzó una cuchara. –Toda tuya, nena– le dijo contento cuando se la entregó.
A Ariana le dio un vuelco al escucharlo hablarle así. Muy pocas veces la había llamado con apelativos cariñosos, y en aquel momento había sonado tan natural...
Los dos se miraron, porque él también se dio cuenta de lo que había dicho.
¡Mierda!
Intentó fingir que nada pasaba.
–¿Crees que ahora ya puedas dormir?– le preguntó para desviar el tema.
Ariana se lo pensó antes de responder mientras degustaba de una cucharada de mermelada. El bebé se había calmado, lo sabía porque ya no lo sentía moviéndose de un lado para otro, pero ahora era ella la que no iba a poder dormir. Se sentía demasiado inquieta.
–El sueño se me ha ido, pero lo intentaré. Muchas gracias, Damien, por... la mostaza y la mermelada– sonrió levemente.
Damien deseó decirle que no tenía nada que agradecerle, que ella era su esposa, y cargaba a su hijo en sus entrañas, que era su deber y su prioridad, que lo hacía con todo el gusto del mundo, pero no mencionó nada.
La vio dirigirse hacia la salida de la cocina, y de pronto le resultó altamente necesario que ella se quedara un poco más. No quería que se marchara todavía, porque se veía tan hermosa, y él deseaba seguir admirándola.
–Ariana– la llamó.
Ella se detuvo, y lo miró.
–¿Qué pasa?–
Damien comenzó a titubear. ¿Qué carajos pensaba decirle? ¿Que todavía no se marchara porque él necesitaba más de la dulce visión de su preciosa carita? ¡Ni hablar!
–Eh... yo... yo...– carraspeó, y enseguida se le ocurrió algo. –Hay un potrillo que nació esta noche en el establo, y me preguntaba si deseabas venir a verlo. Quiero decir, has dicho que se te ha ido el sueño, y bueno... pensé que... Pero si deseas subir a tu habitación, está bien. Tal vez luego puedas conocerlo– se apresuró a añadir. Parecía nervioso.
Los ojitos marrones de Ariana brillaron de pronto, y una bonita sonrisa volvió a aparecer en su rostro.
–Sí quiero–
–¿Sí quieres?– tuvo que preguntar el soldado.
Ariana asintió. Eso lo emocionó bastante.
–Vayamos entonces– le ofreció su mano. Misma mano que Ariana miró por unos cuantos segundos. No dudó en tomarla, tan solo estaba mirándola. Le encantaba.
La tomó, y a Damien le fascinó el contraste. Su mano enorme y morena, la de ella pequeña y delicada.
Tragó saliva.
Nunca antes se habían tomado de las manos, al menos no de ese modo, pero en ese momento parecía lo correcto.
La mirada oscura de Damien se clavó en los suyos marrones, y entonces él se vio reflejado en ellos... Vio a un hombre hipnotizado, un hombre que ardía en deseos de saborear a esa pequeña y menuda mujer, y no sólo saborearla, también tocarla. Se vio a sí mismo. Y lo que vio le asustó, pero no pudo hacer nada por huir. Hacía ya mucho tiempo que había perdido ese poder.
–Andando– le dijo con voz ronca.
Juntos caminaron hasta la puerta de la casa, pero antes de abrir para salir, Damien tomó su chaqueta que permanecía colgada en el perchero. Lo que hizo no fue ponérsela, sino entregársela a su esposa.
–No quiero que vayas a resfriarte– le explicó.
De nuevo Ariana se quedó sin aliento. No replicó y enseguida se la colocó.
Aquella era la segunda vez que se ponía algo que le perteneciera y le encantó porque olía a él, y encima era tan grande que se sentía como si la estuviese abrazando con su enorme cuerpo.
Prontamente salieron de la casa, y caminaron rumbo a los establos.
Ariana nunca había entrado a ese lugar a pesar de los meses que llevaba viviendo en la Hacienda Keegan, y le encantó.
Damien la condujo de inmediato al último compartimiento, el más calientito de todos.
Ahí estaba una yegua hermosísima, era española, y su pelaje blanco era precioso. Lamía y olisqueaba orgullosa a su pequeño recién nacido. Un potrillo oscuro con cabeza pequeña, pura sangre. Aún le temblaban las patitas que parecían demasiado delgadas para sostenerlo.
Ariana se quedó sin palabras por unos cuantos segundos. Miró fijamente la escena, y pudo sentirla desde el fondo de su alma.
Para ella todavía no se había llegado el tiempo de sostener a su bebé en los brazos, pero comprendía a la perfección lo que aquella madre debía estar sintiendo porque era el mismo amor que ella sentía por el hijo de sus entrañas. Los ojos le brillaron con lágrimas, y enseguida las limpió.
–Es... es hermoso– susurró.
Damien asintió.
–Lo es– secundó. –Y dentro de un par de meses no vas a reconocerlo. Habrá crecido y podrá salir a galopar– la yegua no era la única contenta con el nacimiento de ese potrillo. En la voz de él podía apreciarse la clara emoción.
–Te encantan los animales, ¿verdad?– le preguntó Ariana de pronto, pero ya sabía la respuesta. La sabía porque veía cómo trataba a Rambo, a Odett, a sus vacas y a sus caballos, y ella lo amaba todavía más por eso.
–A ti también te gustan mucho– comentó él, y de nuevo sus ojos admiraron la belleza que era ella, que representaba. Amable, dulce, cálida, compasiva... Mujer perfecta.
–Es fácil quererlos– dijo Ariana mientras acariciaba la cabecita de la cría. –Ellos no te hacen daño...–
–Al contrario de la gente– completó Damien por ella. Y entonces los dos se miraron fijamente.
Ella asintió.
A los dos les habían hecho daño, los dos habían sufrido mucho a manos de otras personas. Pero Damien ya conocía a los que le habían lastimado a Ariana, y sin embargo ella aún no sabía quién le había hecho daño a él. ¿Se lo diría algún día? Lo dudó, y luego exhaló. Bajó su mirada, y volvió a acariciar al animalito que se acercaba más y más a ella, buscando su contacto.
Ariana deseó muchísimo que Damien le permitiera entrar en su alma y en su corazón para sanar sus heridas, así como él había comenzado a sanar las suyas.
•••••
El hecho de no haber podido pegar un ojo la noche anterior había tenido sus consecuencias para Damien tanto en sus tareas ahí en la hacienda como en sus entrenamientos en la Base Militar.
Lo bueno del caso era que el día había terminado y al fin podría descansar esa noche.
Después de estacionarla, bajó de la camioneta que recién había adquirido, una imponente Grand Cheerokee, y se dispuso a caminar hacia la casa. Sin embargo a medida que avanzaba, vio a Jake salir de ahí. El adolescente enseguida corrió hacia él.
–Damien, qué bueno que llegas– le dijo un tanto aliviado. –Ariana está sintiéndose mal...–
Jake no necesitó decir más. Apenas mencionó el nombre de su esposa, y Damien ya se encontraba corriendo hacia la casa. El cansancio se había esfumado como por arte de magia.
Cuando entró, sobresaltado, de inmediato la buscó con su mirada.
La encontró sentada en el sofá de la sala. Ella estaba doblada casi por la mitad, con la cabeza metida entre sus rodillas. Una postura bastante difícil tomando en cuenta el tamaño de su vientre ya entrado en el noveno mes.
De inmediato Damien se sentó a su lado, ocasionando que el colchón se hundiera.
Ariana levantó la mirada al sentirlo.
–¿Hey, qué pasa?– le preguntó el soldado con suavidad, mientras la cogía de la barbilla haciendo que lo mirara a la cara. Ariana parpadeó, pero fue en vano. Sus lágrimas no tenían otro lugar donde ir, sólo al exterior, y se desbordaron de sus ojos para correr por las mejillas.
Él tensó la mandíbula cuando la miró.
Pálida, con el rostro retraído y los parpados pesados. Un enrojecimiento bordeaba sus inflamados ojos color marrón. Las lágrimas caían rodando hasta sus labios, que estaban apretados en una sombría línea. ¿Qué demonios había pasado para que ella se encontrara de ese modo?
Sintió el rápido impulso de abrazarla y consolarla por lo que fuera que le había hecho llorar, pero apretando los puños a ambos lados de su cuerpo se contuvo.
–E...estoy bien, Damien– respondió, pero además de todo, parecía también mareada.
–Pues yo no lo creo– estaba mal, el moreno estaba seguro de eso. –Dime por qué has estado llorando–
–Por nada–
–¿Por nada? Nadie llora por nada– con pesar Damien se recordó que las únicas veces que había visto a Ariana llorar, todas habían sido culpa suya.
–Son las hormonas. Las lágrimas aparecen sin razón– respondió, y para su sorpresa, él colocó su mano sobre su mejilla para limpiarlas.
Esa mano era tan grande y tan maravillosamente cálida que Ariana sintió la fuerte tentación de ocultarse en ella para que no la viera llorar más. A ese paso su marido iba a pensar que no era más que una niñita llorona, y no quería que él pensara nada de eso. Todavía se avergonzaba por la escenita de las escaleras de un mes atrás. Y aun así... aun así no podía evitarlo. Por alguna razón, eso hizo que deseara llorar con más fuerza. El llanto fluía y seguía fluyendo. Y todo era por dos razones... La primera, Damien no la quería, y la segunda, Nonna no estaba.
De pronto se sentía muy temblorosa, y el único punto sólido de su universo era ese increíble hombre.
–¿Qué es lo que tienes?– volvió a preguntarle.
–Estoy bien, por favor no te preocupes– le dijo.
Damien de nuevo no lo creyó. Siempre había sido un tipo duro, pero esa jovencita que tenía por esposa siempre lograba tocar una fibra íntima de su corazón.
–De acuerdo, si dices que estás bien, iremos con la doctora para que ella nos lo confirme– sin más, y ante la sorpresa de una atónita Ariana, él se puso en pie, y después la tomó entre sus brazos. Tomó del sofá la chaqueta de algodón con brillitos, por si le daba frío, y la colocó entre sus piernas.
–¿Qué haces, Damien? No, bájame–
Él negó.
–Ya te lo dije, iremos a la clínica privada para que tu doctora te revise–
–¿Qué? ¿Pero ya viste la hora que es?–
–Son las nueve, no es tan tarde, además le pagaré lo que sea necesario con tal de que te atienda ahora mismo–
Ariana supo que Damien hablaba muy en serio.
–Pero es que no necesito ir a que me atienda, estoy perfectamente. No es ningún malestar lo que tengo ahora– aseguró.
El soldado detuvo su camino hacia la camioneta.
–¿Entonces que es lo que necesitas para dejar de llorar?– cuestionó. –¿Qué es lo que quieres, Ariana? Dímelo y yo voy a dártelo. Eso no será problema–
La joven lo miró fijamente, sus ojitos aun brillando por el velo de las lágrimas.
>¡A ti! ¡Te quiero a ti!< pensó desesperada, pero desvió la mirada para que no pudiera leerlo en sus ojos.
Él exhaló al no obtener respuesta.
–Bien, entonces llamaré a la doctora de camino– dijo decidido. –Jake, abre la puerta– le pidió a su primo.
Jake corrió a obedecer, y entonces Damien metió a Ariana a la camioneta. Segundos después entró él y arrancó.
•••••
La paciencia nunca había sido una de sus virtudes, pero Ariana había conseguido que Damien sacara a flote aquel atributo en todo su esplendor, y no sólo refiriéndose a esa noche.
El Teniente, Meryl, Jake, Chris, Tim, y todos los peones lo habían notado desde semanas atrás, y a todos les resultaba fascinante ese cambio.
Él prefería ignorarlo. Lo más importante para era que Ariana estuviera bien, y no le importaba lo que los demás opinaran.
Sin embargo ahí en el consultorio de la doctora Sarandon, Damien comenzó a arrepentirse de haber sido tan obstinado.
Quizás no había sido tan necesario llevarla hasta ahí. Ariana le había asegurado que estaba bien.
Se sentía muy incómodo en ese lugar, y deseaba estar en cualquier parte menos ahí.
–Hiciste bien en traerla, Damien– le sonrió la doctora Sarandon. –Por cierto, es un gusto al fin conocer al padre de esta hermosa criaturita que Ariana lleva dentro–
–El gusto es mío, doctora– respondió él secamente.
Hacía unos cuantos minutos que había terminado de revisar a Ariana, y todo parecía marchar con normalidad.
–Quédense tranquilos, por favor. Querida, únicamente se te bajó un poquito la presión pero con esa barra de caramelo que te he dado, verás cómo empezarás a sentirte mejor–
–Le agradezco mucho– respondió Ariana que permanecía todavía sobre la camilla. –Y lamento haberla molestado a esta hora–
La doctora Sarandon negó.
–Oh, no digas eso. Es importante que ante cualquier malestar extraño, ya sabes, que no sea normal, acudas de inmediato a mí. El asunto de los sedantes en tu sangre me preocupó muchísimo, por eso quiero llevar bien de cerca lo que resta de tu embarazo. Así que, ¿por qué no aprovechamos para ver cómo anda ese pequeño travieso?– preguntó con entusiasmo.
Pero entonces Ariana y Damien sufrieron un vuelco simultáneamente. Los dos se miraron, y ambos supieron porque. Esa iba a ser la primera vez, después de nueve largos meses, que el soldado conocería a su hijo.
¡Santo cielo!
Damien deseó huir, pero se quedó ahí plantado, paralizado.
Los siguientes minutos hicieron que se sintiera con una extraña sensación nada agradable.
Cerró los ojos, y cuando los abrió, encontró a la doctora colocando un gel en el vientre de su esposa y luego pasando un extraño aparato por encima. Se dedicó a observar con atención el monitor, mismo monitor que segundos más tarde, ella misma giró para que ellos pudieran ver.
Lo que Damien miró entonces provocó dentro de él... emociones que no fue capaz de asimilar. La sensación de un puñetazo en su estómago lo dejó sin respiración.
Estaba observando a su hijo.
«Su hijo»
El hijo de su simiente.
Él luchó contra la reacción, pero pudo sentir cómo le latía el corazón inundándole el pecho. El sentimiento lo atravesó de la cabeza a los pies, y se sintió mareado, vulnerable... ¡Joder!
El bebé estaba muy inquieto, se movía muchísimo, impulsaba sus piernitas de un lado a otro, parecía emocionado, así como si supiera que estaba siendo observado por su padre por primera vez.
Cada vez que Ariana lo miraba, la emoción cargada de ilusiones la llenaba porque lo amaba muchísimo. Pero en esa ocasión no fue capaz ni siquiera de sonreír. Miró a Damien fijamente. Quería adivinar algo en su mirada, quería saber si él se sentía igual que ella, o como mínimo algo parecido. Esperó su reacción.
Pero esta no llegó.
Damien permanecía de pie, paralizado y con expresión inescrutable.
–Su bebé está sano y fuerte a sus treinta y ocho semanas. No tienen nada de qué preocuparse– habló la doctora. –¡Oh, y el sexo está claramente visible! Después de no haberse dejado ver, al fin lo está permitiendo– sonrió maravillada. –¿Quieren saber qué será?– les preguntó, pero los jóvenes padres no respondieron.
Damien cerró su mirada, y la apartó, porque dudó que hubiera forma de ocultar lo que estaba ocurriendo en el interior de su alma.
–Yo...– habló. –Esperaré afuera– dijo, y de inmediato salió de ahí. Sabía que no iba a resistir ni un minuto más. No, sabiendo lo que ya sabía... Que no tenía derecho a ser el padre de ese bebé. No lo merecía.
La doctora frunció el ceño al verlo marcharse, y entonces miró a su paciente.
–¿Ariana?–
Los ojitos de la castaña habían vuelto a llenarse de lágrimas de dolor, pero pronto las limpió.
–Prefiero que sea sorpresa– respondió.
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Perdonen si las aburro... He estado con la mente en otro lado. El siguiente estará más emocionante. I swear! 🤚🏻
Se acerca el nacimiento del baby de Ariana y Damien. ¿Qué creen que será?
¿Quién vota niño? 👶🏻🍼⚽️💙
¿Quién vota niña? 👶🏻🎀🌸💞
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