Capítulo 25
Su carrera militar con la Fuerza Armada conllevaba siempre muchos peligros, pero ninguno había significado nada para Damien hasta que la vida de su esposa se vio amenazada, y también la del bebé.
¡Joder!
Habían pasado ya unos cuantos días, pero cada que lo recordaba sentía que se le revolvía el estómago, y una sensación de vértigo se apoderaba de él.
Esas emociones tan violentas lo habían aterrado, no quería que ella volviera nunca a experimentar ningún peligro, y mierda... Por eso le había gritado.
La había visto bajar las escaleras de la casa corriendo, lo cual de por sí era ya peligroso, y lo era aún más cuando se trataba de una embarazada de casi ocho meses.
Lo peor del asunto es que ahora Ariana estaba haciéndolo sentirse como un canalla mientras lo miraba con esos ojitos llenos de lágrimas.
–Ariana, yo...–
¡Joder!
No había sido su intención gritarle de aquella manera, y menos aún hacerla llorar, pero no había podido reaccionar de otro modo.
¡Corriendo con semejante vientre! ¿Cómo se le pudo haber ocurrido? ¡Qué insensata que era!
El soldado cerró los ojos e intentó tranquilizarse para poder tranquilizarla a ella.
–Escucha, no quise gritarte, ¿de acuerdo? sólo que es peligroso que bajes así las escaleras. ¿Imaginas si te hubieses caído?– le habló con suavidad, pero mirarse en sus ojitos llorosos fue devastador para todo su interior. Tragó saliva.
Ariana no respondió. Sombras de dolor se asomaron a sus preciosas pupilas, haciéndolo darse cuenta de que en verdad había herido sus sentimientos.
De nuevo el soldado se sintió miserable.
Ella sabía que correr en escaleras era exponerse a ella y exponer al bebé a un serio peligro, pero sólo lo había hecho en aquella ocasión porque de verdad había tenido prisa. Se había sujetado del barandal para no caer, y además siempre tenía buena coordinación en los pies gracias al ballet.
Nunca haría nada para dañar a su hijo. Por eso lloraba, por eso y por la manera en que Damien le había gritado.
¡Cielo santo!
Sabía que debía parecer una estúpida, pero por su vida que no podía hacer nada por controlarlo. Sentía las emociones a flor de piel, y cualquier cosa la hacía llorar como una niñita boba.
–Ariana, tu vientre está poniéndose inmenso. Ya no estás tan delgada, y ya no tienes el equilibrio de antes– Damien continuó reprimiéndola.
La joven embarazada detuvo sus lágrimas para mirarlo como sorprendida por lo que él había dicho.
Su marido m pensó que al fin iba a dejar de llorar, pero cuando se dio cuenta de que su labio inferior temblaba, y mantenía la mandíbula apretada, supo que se avecinaba más llanto.
Cuando aquello sucedió, Ariana dio media vuelta para marcharse en un intento desesperado de que él no la viera más llorar. Además de que Dove estaría esperándola
Sin embargo justo antes de que pudiera huir, sintió su agarre que la cogía del brazo impidiéndole que huyera.
–¿A dónde vas?– la cuestionó.
Ella dio un tirón intentando librarse pero no lo consiguió.
–Suéltame– habló modulando los labios muy despacio.
–¿Por qué estás reaccionando así? ¿Qué mierda te ocurre?– él no lo entendía.
De nuevo la castaña se quedó en silencio, y eso lo frustró aún más.
–Ariana, estás portándote como si tuvieras cinco años. No estoy jugando–
Pero ella tampoco lo estaba. Enfureció y consiguió soltarse de su agarre.
–¡Ya sé que estoy poniéndome como una ballena, y no necesitas recordármelo!– le gritó.
Damien no comprendió de inmediato.
–¿Pero qué carajo...?–
Entonces ante la confusión inicial del soldado, Ariana tapó su rostro con ambas manos mientras continuaba llorando.
Era verdad. Su vientre había crecido aún más en las últimas semanas, tanto que había comenzado a caminar como pato.
Y con ese mismo andar, intentó volverse a ir.
Desde luego Damien la detuvo. Comprendió entonces los motivos de su llanto. Ambos.
–No, espérate, no te vayas así–
La miró fijamente. Ella no lo miró a él.
Una chica joven, dulce, asustada y en avanzado estado de gestación, que no sólo se merecía que la trataran con suavidad, sino que también lo necesitaba.
¡Joder! Era un imbécil.
¡Mil veces imbécil! Estuvo a punto de golpearse en la frente con el dorso de la mano. En lugar de eso la tomó de los hombros, y la hizo que lo mirara.
–No fue eso lo que quise decir, y no estás poniéndote como una ballena. Sólo estás embarazada, lo cual, te recuerdo, no será para siempre–
Ariana negó.
Damien intentó no perder la paciencia. Comprendía por qué ella se sentía así. Seguro que había sido delgada toda su vida por el baile que hacía, y verse ahora tan voluminosa debía resultarle desesperante.
Pero no, no lo comprendía todo. No podía adivinar que todas las inseguridades de su peculiar esposa se debían únicamente a que ansiaba con desesperación que él la viera hermosa.
–Por favor ya no llores– le dijo. ¡Demonios! Y cómo odiaba verla llorar.
Ariana se calmó. Hizo todo un esfuerzo por hacerlo. No quería seguir llorando aunque fuera más fuerte que ella. Inhaló y exhaló varias veces hasta que lo consiguió.
–Ya estoy bien– aseguró, pero su rostro no lo demostraba. Parecía ahora bastante triste, y también avergonzada por su comportamiento. –Yo... yo subiré a mi habitación a descansar hasta la cena– dijo su voz apagada.
Damien frunció el ceño.
–Creí que ibas a salir a alguna parte–
Ella bajó la mirada, y negó.
–Llamaré a Dove, y le diré que se marche a su casa. Se me han quitado las ganas de salir–
–¿Está Dove afuera esperándote?– preguntó.
Ariana asintió con una expresión que demostraba que no era gran cosa.
–¿A dónde planeaban ir?– a él no le agradaba mucho la idea de su esposa embarazada exponiéndose a más peligros en la calle, pero menos aún le agradaba esa carita triste que veía en ella, y esa culpabilidad que sentía al haber arruinado sus planes.
Ariana negó.
–No importa– dijo sin más.
–Sí importa. Dime a dónde ibas– insistió Damien.
Ariana suspiró porque le daba vergüenza decírselo pero no le quedó más opción que contestar.
–Dove iba a llevarme al salón de belleza–
–¿Por qué?–
Ariana lo miró como si la respuesta fuera obvia.
–Para ponerme bonita–
¡Maldición!
Claro. Debió haberlo supuesto.
–¿No te sientes bonita ahora mismo?–
Las mejillas de Ariana se tiñeron con rubor, y sus grandes ojos marrones todavía brillaban a causa de las lágrimas de hacía unos momentos.
De nuevo él la vio como lo que era.
¿Pero cómo era posible? ¿Acaso nunca se miraba al espejo?
Sus grandísimos ojos que siempre lo miraban llenos de inocencia, tan impresionantemente asombrosos en su perfecto color marrón, tan hermosos en el contraste que creaban con su color de tez, su nariz respingona, sus labios y cada delicada facción de ese rostro cincelado. Además su cabello... Glorioso cabello castaño acaramelado.
Era preciosa, era la criatura más perfecta sobre la que Damien había puesto la mirada alguna vez sin excepción alguna.
>Entonces díselo, maldito idiota<
–Ariana...– la voz le salió en un susurro. Casi no se dio cuenta de que todavía no la había soltado de los hombros, y al dar un par de pasos al frente había ocasionado que ella diera dos hacia atrás hasta pegar con la pared. No se restregó contra ella, porque la protuberancia de su vientre los separaba, pero si subió ambas manos a la altura de su cabeza, y las colocó a sus lados. Soltó algo parecido a un áspero suspiro, y los dos se miraron.
–Eres muy bonita– le susurró, y su aliento cálido y viril la envolvió. –Claro que lo eres...– Damien no lo resistió más. Bajó su boca para atrapar la suya, tomando posesión de los deliciosos labios, y la besó con suavidad, conteniendo todo el deseo que ella despertaba en él. Besándola con ternura, porque el soldado sentía en su pecho que así era como ella necesitaba ser besada en esos instantes.
¡Y joder! ¡Cómo le gustó!
Cómo le gustaba el sabor de su boca. Cómo adoraba besarla, y cómo odiaba cuando no se atrevía a hacerlo.
Deseó que Ariana estuviera disfrutándolo tanto como él, y casi sonrió cuando la sintió alzarse de puntillas, y posar sus manos en su nuca, señales innegables de que en efecto ese beso estaba causándole sensaciones placenteras.
El tiempo y lo demás dejaban de existir cada que sus bocas entraban en contacto, sin embargo un fuerte golpe los hizo volver. O varios.
Eran toquidos en la puerta.
Ariana se puso tensa, y entonces apartó la boca dejando de besarlo.
Los dos se miraron, ella a él con sorpresa, y él a ella con frustración por la interrupción. Le hubiese encantado seguir besándola por horas.
–¡Ariana!–
Los dos escucharon la voz desde fuera. Era Dove.
–¡Ariana! ¡¿Vas a salir o no?! ¡¿Estás bien?!–
Ella de inmediato reaccionó.
–¡Ya voy, Dove!– sin mirar al soldado, se separó de él y lo rodeó para poder salir, abrió la puerta, y sin más se marchó.
Lleno de tensión, Damien cerró los ojos y después soltó una palabrota.
Estar casado era una patada en las bolas. No sabía cómo demonios debía tratar a su esposa. Siempre terminaba jodiéndolo todo.
•••••
Al día siguiente Damien despertó directo a realizar las tareas diarias de la hacienda. Y mientras lo hacía, desde luego pensó en su esposa.
El día anterior la había visto llegar después de que su amiga Dove viniera a dejarla. Lo que sea que hubiesen hecho esas personas del salón de belleza había dado resultados que él no había creído posibles.
Ariana era hermosa, eso no podía negarlo nadie sobre la faz de la tierra, pero aquel nuevo estilo de cabello, hacía que se mirara aún más bella de lo que ya era.
Él casi se había atragantado cuando la miró.
>–Te...te ves muy bien–< le había dicho, cuando lo que en realidad había deseado había sido volver a besarla, pero esa vez con más intensidad. Devorarle la boca y acariciar su piel.
Sin embargo eso no había sucedido. Una Ariana bastante sonrojada le había agradecido el cumplido, y después había entrado directo a la casa.
Todavía pensaba en ello cuando de pronto sintió que alguien llamaba a su hombro.
El soldado dejó la pala que utilizaba para desterrar la tierra, y se giró.
Le dio un vuelco al corazón cuando tuvo que bajar la mirada para encontrarse con Ariana...
Ariana, pequeña, preciosa y muy embarazada.
Lo dejó sin respiración.
–Buenos días– la saludó fingiendo que nada pasaba en su interior.
–Hola, Damien– ella sonreía tímidamente, y él ansió comérsela a besos. De nuevo se contuvo.
–¿Ya has almorzado? ¿Tomaste tus vitaminas? ¿Cómo te sientes?– después de lo sucedido con los sedantes y aquellos bastardos que para su fortuna estaban ya muertos, Damien había adoptado la costumbre de preguntarle aquellas tres cosas todas las mañanas.
–Sí, sí y bien– respondió ella rápidamente porque deseaba decirle algo importante. –Yo... yo quiero hablar contigo–
Él la miró, confundido y curioso. Enseguida le prestó toda su atención.
–Habla, soy todo oídos–
La castaña exhaló, pero no habló inmediatamente.
–¿Necesitas algo?–
La vio asentir.
–Bien, pues sea lo que sea dímelo, y yo te lo daré–
Ariana tomó aliento y se animó a darle su petición.
–Quiero un árbol–
Damien dio un respingo de sorpresa. De todas las cosas que se le habían ocurrido que ella pudiera necesitar, ninguna era un árbol.
–¿Qué? ¿Un árbol?–
De nuevo su esposa asintió.
–¿Para qué quieres un árbol, Ariana?– cuestionó todavía sin comprender.
–Un árbol de Navidad–
Era eso...
Damien exhaló.
Diciembre se había llegado. Era costumbre poner un árbol navideño en casa, pero no él. Él detestaba la sola idea. Jamás le había gustado la época navideña, incluso hasta le irritaba bastante.
–Ya hay uno en la casa grande–
Y era precioso, gigante y con muchos adornos, Ariana había ayudado a Meryl a ponerlo, le encantaba, pero ella quería el suyo propio.
–Sí, pero no en nuestra casa. Por favor, Damien, quiero un árbol. No puede ser Navidad si no tenemos árbol. ¿Acaso no te gusta?–
–Pues no– respondió él, y decía la verdad.
Esas fechas traían siempre mucho dolor en las memorias del joven soldado. Odiaba esa celebración, y todo lo que estuviera relacionado con ello. Pero a Ariana le encantaba, por lo que podía ver... ¡Joder! Ella incluso tenía una simpática pijama de la señora Claus.
–¿Te trae malos recuerdos?– preguntó la joven cautelosamente.
¿Cómo había adivinado?
Damien se hundió de hombros.
–Algo así–
–¿Por qué?– quiso saber Ariana.
Pero él no estaba dispuesto a decírselo.
–Digamos que... mi infancia no fue como la de otros niños. Y eso es todo– dijo con seriedad.
Entonces Ariana palideció al imaginar al pequeño niño triste que debió haber sido Damien. El corazón se le rompió de pronto, y ella deseó sanar fuera cual fuera su dolor.
–Damien. Lo lamento, yo...–
Él negó. No iba a hablar de eso. El asunto ahí era el dichoso árbol.
Tenía que concedérselo. Ella nunca antes le había pedido nada. Y con esos divinos ojitos... ¿Cómo iba a poder negárselo?
Como ya había dicho, cuando se trataba de esa preciosa hada mágica, no era tan hijo de puta como presumía ser.
–Olvida lo que te he dicho. Tendrás tu árbol– aceptó. –Yo mismo lo traeré para ti–
El rostro de Ariana se llenó de emoción, y enseguida aplaudió contenta.
–¡Gracias! ¡Gracias, Damien! ¡Iré a contarle a Meryl!– con aquella hermosísima sonrisa, Ariana desapareció de ahí.
El moreno la vio caminar rumbo a la casa grande, de esa manera tan graciosa en que ahora debía caminar debido al peso de su vientre. Su intención era mirarla y disfrutar de la vista hasta que desapareciera, pero fue interrumpido por su capataz.
–Señor, el sistema de seguridad que instalaron para la protección de la hacienda es excelente. Hemos hecho la prueba de intrusos, y es imposible que alguien pueda volver a entrar sin ser invitado–
Damien asintió. Ya lo sabía, él mismo lo había probado. No pensaba volver a arriesgarse.
Al final, después de que dieran de alta a Ariana en el hospital, la Brigada había conseguido dar con los malditos. Lástima que habían estado ya muertos, y él no había podido matarlos con sus propias manos. Al parecer eran auténticos terroristas, porque los muy imbéciles se hicieron volar en pedacitos en una carretera de Florida. Por fortuna no hubo más heridos.
Con las muertes de esos dos, podía decir que estaba más tranquilo, pero nunca más iba a volver a bajar la guardia.
–Bien, Tim. Me tranquiliza oír eso–
El capataz subió el ala de su sombrero.
–¿Quiere que le ayude a terminar de desterrar todo eso?– le preguntó señalando las palas.
Damien negó.
–No, tengo otra tarea para ti. Necesito que vayas a la ciudad, y compres adornos navideños–
Entonces su empleado lo miró atónito.
–¿Que compre qué?–
–Adornos– repitió Damien. –Esferas, listones, luces, y todas esas mierdas para un árbol de Navidad. Pondré uno en mi casa–
–¿Un árbol de Navidad?– el capataz seguía sin poder creerlo.
El soldado empezó a irritarse.
–¿Acaso te tragaste un loro? Sí, Tim. Un condenado árbol. Ariana quiere uno, e iré a conseguírselo. Mientras tanto tú harás lo que te he ordenado–
Tim asintió, y de inmediato corrió a cumplir con la orden.
Damien se negó a sentirse avergonzado.
Pero fue imposible.
Más tarde, cuando el árbol ya estuvo dentro de su casa, Jake y el abuelo se enteraron, y no dejaron de burlarse de él. Eso lo hizo enfurecer.
Dio media vuelta para volver a casa, decirle a Ariana lo que pensaba de su estúpido árbol y botarlo de inmediato a la basura.
Sin embargo apenas entró, y lo primero con lo que se encontró fue con la preciosa sonrisa de mujer, esa sonrisa llena de alegría e ilusiones, tan rara vez dedicada a él, todo el enojo desapareció.
Lo dejó paralizado por momentos y ni siquiera fue capaz de recordar a qué demonios había ido. Se quedó estático.
–¡Damien, el árbol ha quedado hermoso!– la escuchó decir.
Ah, claro, el jodido árbol de mierda.
Pero entonces Damien no tuvo corazón para decir lo que tenía planeado. A la mierda todos, y todo.
Ariana podía quedarse con su puto árbol, y nadie, mucho menos él, iba a quitárselo. Todo fuera por esa sonrisa con hoyuelitos...
>¡Es que es preciosa!<
¡Maldita sonrisa!
•••••
La cena de Noche Buena se llegó con el pasar de los días.
Ariana ni siquiera recordó las Navidades pasadas atrapada en casa de los Sheen. En cambio sí recordó cuando sus padres aún vivían. Pensó entonces en su abuela, y la tristeza la invadió. Sin embargo prontamente alejó de su mente tales pensamientos.
Nonna había muerto, y eso sólo era parte de supasado. Su vida ahora era otra. Aunque su matrimonio con Damien no fuese lo que ella quisiera, al menos estaban juntos, o eso parecía. Sonrió mientras lo miraba. Además iba a tener a su hijo, y eso la hacía muy feliz. Por otra parte, gracias a ello ahora conocía a personas a las que quería, y que la querían de verdad como Meryl, el Teniente y Jake. Eso también era añadido a su alegría.
Todos habían accedido a pasar la celebración ahí en la casa chica, y eso había ilusionado mucho a Ariana, porque así todos iban a poder ver su árbol. Ese árbol tan hermoso que Damien había comprado para ella.
Le encantaba.
Después de la deliciosa comida que ella y Meryl habían preparado, todos pasaron a la sala para intercambiar regalos.
Ariana recibió muchos obsequios por ser la consentida de todos ahí. Pero había un regalo especial que todavía no había abierto.
El de Damien. Él se lo había dado en privado antes de que la cena comenzara, y le había pedido que no lo abriera hasta que estuviera sola.
A Ariana le dio un vuelco al acordarse de eso. Miró a sus alrededores, y se dio cuenta de que todos parecían adentrados en sus cosas.
Meryl y Jake discutían sobre una película de James Bond, y el Teniente y Damien bebían ponche y charlaban de alguna cosa sobre la Armada. Ariana aprovechó entonces para salir un poco al patio, y abrir la cajita que su esposo le había obsequiado.
Era una noche fresca, así que antes se puso su bonito abrigo que no conseguía cerrarle debido a su embarazo avanzado.
Prontamente abrió la pequeña cajita color lila, empezando por desanudar el listón.
Frunció el ceño cuando se encontró con un dije de plata. Intentó encontrarle forma.
¿Era un hada?
–Es un hada– la voz áspera a sus espaldas la hizo voltear.
Ariana se quedó sin respiración.
Damien estaba de pie tras de ella.
–La vi, y me recordó a ti–
Porque eso era lo que ella siempre le había parecido. Una fantasiosa hada de los cuentos que se encontraba estancada en el mundo de los humanos. Una criatura mágica, de otro mundo.
Ariana miró de nuevo el dije. Tenía alas, y un lindo vestidito, estaba sentada sobre una media luna. Le encantó, especialmente por lo que había dicho. Él la había escogido especialmente para ella.
–Gracias...– susurró.
–De nada– respondió él, y la miró con fijeza.
Ariana albergaba muchas cosas en su interior, había muchas emociones en las maravillosas luces de sus ojos... Aquellos ojos marrones del mismo maravilloso tono de la miel estival le devolvieron la mirada y una titubeante sonrisa nerviosa se dibujó en sus labios.
El deseo de besarla o de hacerla reír lo inundó.
Pero entonces ella volvió dentro.
Damien frunció el ceño. Le costó creer que su esposa hubiese desaparecido tan de pronto y sin decir nada. Tardó varios segundos en reaccionar, para decidir que debía hacer, seguirla o algo, pero entonces ella volvió cerrando la puerta tras de sí. Traía en sus manos un regalo. ¿Pero para quién era?
–Toma– le dijo.
La sorpresa lo llenó.
–¿Es... es para mí?– preguntó sorprendido.
Ariana asintió.
Allá adentro frente a todos, le había obsequiado un reloj, pero este regalo era mucho más especial. Y ella ansiaba que fuese a gustarle. Empezó a ponerse nerviosa.
El soldado lo colocó sobre la mesa del pórtico, y empezó a desenvolver el papel, rasgándolo y rompiéndolo.
El pecho se le desbocó cuando descubrió lo que era. Un nudo se le hizo en la garganta, y decidió que debía estar dormido y soñando, pero no era así.
Le costó muchísimo hablar, así que no lo logró a la primera.
Era un juguete. Un avión a control remoto. Y él no pudo creerse que fuese el mismo que había deseado cuando era pequeño, ese que había visto en el escaparate, y que parecía inalcanzable. El mismo que nunca habría podido permitirse porque a veces ni siquiera tenía dinero para comer.
¡Oh, joder!
Las lágrimas se asomaron en sus ojos oscuros, pero las detuvo.
¿Cómo es que ella lo había adivinado? ¿Por qué siempre mostraba ese sexto sentido con todo lo que respectaba a él? ¿Qué carajo significaba?
–Ariana...–
Ella se hundió de hombros.
–Tal vez pienses que es tonto... Pero dijiste que no habías tenido una infancia feliz... Yo quisiera poder remediar eso–
Entonces el corazón de Damien latió con fuerza.
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Hola!
YA SÉÉÉ! Súper cortito y de relleno, pero traigo la mente en otra parte... El siguiente será mejor, lo juro.
Por otro lado, sé que muchas piensan que la historia va demasiado lenta, y SÍÍÍÍ! Lo lamento jaja sólo quería dejar bien plasmado el procedimiento de cómo Damien y Ariana van enamorándose día a día, además de que planeaba hacer una segunda temporada, pero al final decidí dejarlo todo en una misma, y debido a eso esta se alargó, pero prometo ir más aprisa, y no andar con tantos rodeos.
Gracias por los votos y sobre todo los comentarios, aprecio mucho su opinión (sea buena o sea mala). Es importantísima, y mantiene viva esta fanfic.
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