Capítulo 24
Había vomitado violentamente.
Al principio, había pensado que había comido algo en mal estado durante el vuelo que lo trajo de regreso desde Irak, pero enseguida se vio obligado a enfrentarse a la verdad...
Era miedo.
Había vomitado debido al pánico que sentía en esos instantes. El pánico por Ariana lo había atenazado y se negaba a soltarlo, había hecho que se le revolvieran las entrañas y que su presión arterial subiera hasta que se había visto obligado a vaciar el estómago.
¡Mierda!
Damien nunca se había sentido así en toda su maldita vida.
Nunca tal miedo, y tal desesperación lo habían golpeado con aquella magnitud. Nunca a ese nivel.
Ahí, en la sala de espera del Hospital de Palm Beach, con las mangas de su uniforme de militar enrolladas alrededor de sus antebrazos, con las manos recargadas en la pared, la cabeza agachada, los ojos cerrados, la enorme masa que era su inmenso cuerpo se hacía un tumulto de temblores, sintiéndose más vulnerable que nunca.
Débil, aterrado. El terror estaba provocándole una parálisis difícil de vencer.
Hacía ya más de una hora que no sabía nada de ella. Desde el momento en que la habían ingresado, no se había aparecido por ahí nadie que pudiese decirle qué mierda era lo que estaba ocurriéndole, qué consecuencias traería...
Iba a tener que seguir esperando.
¡Mierda!
Esperar no era su fuerte.
Estaba conteniéndose para no golpear la maldita pared.
El joven soldado acababa de llegar de una guerra dura y sangrienta, donde había presenciado muchos tipos de horrores a los que ya estaba acostumbrado enfrentar, pero aquello...
Ariana herida, en peligro. Era algo muy distinto. Lo volvía loco de desesperación. Lo hacía querer gritar de furia. Lo hacía querer convertirse en asesino.
Se le ponían los pelos de punta al pensar en su delicada esposa en manos de aquellos malditos hijos de puta. La sangre le hervía de manera voraz sólo al imaginarse lo asustada que debió haber estado, lo frágil, lo indefensa... ¡Joder!
Todo su interior se transformaba en lava ardiente.
Se llevó entonces las manos hasta su cabeza en un intento de controlarse, pero hacerlo fue en vano porque no lo consiguió.
Quería matar. Quería arrancarles la cabeza a esos malnacidos que se habían atrevido, que habían cometido el grandísimo error de dañar a su esposa.
¡Mierda!
Iba a encontrarlos, y los iba a despedazar. No iba a estar tranquilo hasta que pagaran. Por su vida que esos bastardos no iban a seguir respirando por mucho tiempo más.
Damien ni siquiera se explicaba cómo había sucedido todo, cómo habían logrado entrar a su propiedad, y sobre todo, cómo habían llegado tan lejos. Pero enseguida tuvo que recordarse que esas personas siempre llegaban lejos.
De nuevo intentó tranquilizarse.
Ya había dado parte a la Base Militar, ya habían militares encargándose de la seguridad de la hacienda, y en busca de los terroristas.
¡Maldición!
Esos cabrones incluso habían drogado a Rambo.
Eran listos, pero no importaba qué tanto lo fueran. Los iba a encontrar.
Sin embargo en ese momento no podía pensar en nada que no fuese Ariana. La pequeña hada mágica, su preciosa y embarazada hada.
Su trabajo la había puesto en peligro, y no sólo a ella sino también al bebé. Por culpa suya había sucedido todo aquello.
Él cerró los ojos y sintió que no podía soportarlo más.
>Que estén bien< rogó, algo que hacía mucho tiempo no hacía. >Que estén bien, por favor, que nada malo vaya a pasarles porque si es así voy a morirme< casi sollozó.
Tomó asiento, y entrelazó las manos entre las piernas, inclinando su cabeza.
–¿Familiares de Ariana Keegan?–
Aquella voz lo hizo levantar la vista, y despejar la mente por completo.
¡Al fin!
Saltó como resorte, y corrió hasta el recién llegado doctor.
Apenas y tuvo tiempo de limpiarse la humedad de sus ojos.
–¡So...soy su esposo!– exclamó. –¡Dígame que está bien! ¡Por favor hágalo!–
El doctor alzó sus manos pidiéndole que por favor se tranquilizara.
Al soldado le costó todo un mundo, pero consiguió hacerlo.
–Se lo ruego, doctor. Diga algo. ¿Cómo está mi esposa? ¿Cómo está el niño?– los ojos oscuros brillaron llenos de tormento, y más lágrimas por derramar.
Para su tranquilidad el doctor esbozó una tenue sonrisa.
–Mantenga la calma, señor Keegan. Su esposa y su hijo están fuera de peligro–
Nada, absolutamente nada había llenado a Damien de tanto alivio como aquellas ansiadas palabras.
De nuevo cerró los ojos y apretó los puños, esta vez para contenerse y no ponerse a saltar de alegría.
Soltó el aliento, pero aun así no fue capaz de respirar bien. El corazón le latía todavía con devastación.
–¿Está seguro? ¿Está cien porciento seguro, doctor? ¡Quiero que me lo jure!–
Más allá de exaltarse por el tono violento, el doctor volvió a sonreír. Resultaba agradable ser testigo de cómo un hombre como ese, duro y brusco, podía convertirse en el ser más temeroso y vulnerable cuando de su adorable mujer se trataba. Lo comprendía. Él también era casado y estaba muy enamorado.
–Despreocúpese, no estoy mintiéndole. Le juro que ambos están estables–
De nuevo Damien echó fuera un gran suspiro. Por un par de segundos el aire le faltó, pero enseguida se recuperó. A duras penas consiguió dejar de temblar.
>Gracias< fue todo en lo que pensó, pero enseguida otra cosa abarcó su mente, algo que volvió a llenarlo de tensión.
–¿Qué consecuencias va a tener en el embarazo el hecho de que haya sido drogada?– preguntó, y el miedo volvió a hacerlo colapsar.
El doctor negó.
–Como ya le dije, señor Keegan, no hay nada que deba preocuparnos. La paciente no fue drogada como tal, sino sedada–
Damien frunció el ceño sin comprender, pero el hecho de saber Ariana no había sido drogada estando de siete meses de embarazo le dio una calma indescriptible.
–Pe...pero parecía que eran drogas lo que detecté. ¿Por qué estaba así, entonces?–
–Le inyectaron sedantes. Grandes cantidades, debo añadir–
–¿Qué tipo de sedantes?–
–Un extraño fármaco que adormece, disminuye el juicio crítico, y retarda reflejos. Generalmente es el que usan los violadores para abusar sexualmente de mujeres–
A Damien se le encogió el estómago, y en su pecho se expandió de nuevo ese horror que lo hacía quedarse paralizado.
La garganta se le secó, y sintió de pronto que las rodillas no iban a poder sostenerlo por mucho tiempo más.
¡Mierda! Ni siquiera había pensado en esa posibilidad...
>¡No!< No podía ser cierto. Tenía que controlarse, tenía que... ¡Oh, joder!
–¿Está... está usted diciéndome que mi esposa fue... violada?– su piel morena palideció.
¡No, no y no!
Iba a enloquecer. Definitivamente iba a hacerlo.
El pecho iba a explotarle de dolor y de angustia.
Gracias al cielo el doctor negó de inmediato.
–No, no. Nada de eso. Hemos hecho todo tipo de exámenes correspondientes, y ella no presenta ningún síntoma de violación. Por favor quédese tranquilo. Ya le he dicho que nada malo sucedió–
El alivió embargó a Damien dejándolo debilitado por unos instantes. La vista se le nubló, y tuvo que recargarse en una de las paredes.
Tenía que tranquilizarse. No la habían tocado. Ella estaba bien. Sana, salva. Y el bebé también.
–No pudimos realizar un lavado gástrico debido al embarazo, pero de cualquier manera el efecto pasará pronto. Le aseguro que aunque se trata de sedantes bastante potentes, ninguno alcanzó a llegar al bebé. Su hijo se encuentra ya en su último trimestre de gestación, así que no hay peligro alguno para él tampoco. Justo ahora los dos se encuentran monitorizados, pero es sólo para evitar cualquier otra reacción. No hay nada que temer–
–No sabe cómo le agradezco, doctor–
Sí, el doctor tenía una idea. Lo oía en el tono de su voz. Le sonrió de nuevo.
–Es mi trabajo–
–¿Pu...puedo verla?– preguntó entonces Damien, un tanto inseguro, pero después se armó de valor. No podía esperar a que le diera autorización. Tenía que verla. Necesitaba verla y comprobar con sus propios ojos que ella y el niño estaban bien. Sintió un agujero en el estómago, y supo que este no desaparecería hasta que pudiera ver a su esposa –Se lo ruego, doctor. Deje que entre a verla. Lo necesito–
Al doctor no se le hubiese ocurrido negarse al ver aquella expresión de anhelo y desesperación.
–Por supuesto, señor Keegan. Venga conmigo–
Entonces el pecho de Damien se llenó de emoción.
•••••
Cuando Damien entró a la habitación, no reparó en ningún detalle de aquel frío lugar, tampoco se fijó en el torturante ruido que emitían los aparatos médicos. Lo primero y único que hizo fue dirigir su mirada hacia la cama donde yacía Ariana.
Su cuerpo se encontraba vestido con lo que debía ser una bata médica color celeste opaco. Una delgada sábana la cubría hasta la cintura. Su cabello castaño se encontraba suelto, y esparcido alrededor de su hermosa cara. Y estaba llorando...
¡Oh, joder!
Verla llorar fue un duro golpe para el soldado que de pronto se sintió de nuevo desesperado, desolado. Cada uno de sus sollozos lo atravesó como un puñal.
Al escuchar que alguien entraba, Ariana levantó su mirada, los ojitos rojos y saturados de lágrimas se desbordaron y gotas cristalinas resbalaron sobre sus mejillas húmedas. La sorpresa entreabrió sus labios, que formaron en silencio el nombre de él, su nombre.
–Damien...–
El soldado no soportó ver tal dolor. Anheló poder abrazarla, consolarla, hacer que se fuera todo ese temor. Se moría por hacerlo. Avanzó a paso decidido hasta la cama.
Ella tapó su rostro, y los sollozos se hicieron más agudos.
Él tomó con delicadeza su mentón, y la hizo alzar la cabeza para que lo mirara.
–Ariana...– pronunció su nombre en un susurro dicho con ternura. Nunca antes lo había hecho, pero en esos momentos resultó ser lo más natural.
Su esposa volvió a sollozar, y esos sonidos le desgarraron el pecho.
–Por favor ya no llores– le suplicó.
–Mi bebé...– el sollozo salió meramente de su alma. Ariana lloraba por su hijo, por el hijo de ambos. Eso le partía el corazón.
–El bebé está bien. Todo está bien. Ya no debes tener miedo– le dijo.
Por unos cuantos segundos Ariana detuvo su llanto, y miró.
–P...pero pudo haberle pasado algo... Pudo...– su garganta no le permitió seguir hablando al cerrársele en un nudo doloroso.
Damien negó y se inclinó para tomarle una mano.
–Pero no fue así– la interrumpió. –Él está bien, está a salvo–
El gesto la sorprendió, y también lo sorprendió a él mismo, pero no hizo nada por retractarse.
La miró, y sus ojos se bañaron con la dulce visión.
Casi no podía creerse que aun con la carita llena de lágrimas, Ariana fuese la cosa más hermosa que hubiese podido ver en toda su maldita vida.
Estaba preciosa, los ojos brillantes y empapados, las largas pestañas húmedas, formando piquitos preciosos, los labios trémulos, rositas, tan jodidamente apetitosos.
¡Y mierda!
Todo dentro de él gritó por ella. Una bomba explotó dentro de su pecho, dentro de su ser. Cada una de sus células viriles enloquecieron ante la necesidad de verla bien, tranquila, feliz.
Prontamente tomó asiento a su lado.
La abrazó porque el deseo de hacerlo fue más fuerte que nada.
Oh, y ella era tan menuda que sus brazos consiguieron rodearla por completo.
La sensación era fantástica. Le fascinó tenerla así de cerca, así de íntimos, como el matrimonio que eran, maldita fuera.
Ariana ni siquiera se cuestionó el hecho, tan solo se dejó abrazar, dejó que su marido fuera más grande, más fuerte, y dejó que esa fortaleza la reconfortara. Hundió su rostro en su pecho, y ahí continuó llorando mientras la esencia viril llenaba todos sus sentidos.
–Ellos quisieron hacerle daño...–
El corazón de Damien dolió. Y ese dolor fue desgarrante. Cerró los ojos, y tragó saliva.
–Shhh... por favor, calma–
Ariana se acurrucó más contra él.
–Tuve mucho miedo– su voz aún temblaba.
Se escuchaba tan frágil, tan indefensa que un rugido interior sacudió el cuerpo entero de Damien.
–No volverán a acercarse a él. Y tampocose acercarán a ti– prometió. –Tranquila, preciosa– susurró contra su cabello mientras con una mano mantenía a su esposa muy cerca de él, y con la otra acariciaba su sedoso cabello acaramelado. –Ya no tienes nada que temer porque aquí estoy contigo. Nunca dejaré que nada malo te ocurra, Ariana, ni a ti ni a... nuestro hijo. Eso te lo juro– sí, aquel era él. El soldado de penetrante mirada oscura, y fama de desgraciado, hablándole con suavidad a la pequeña hada, ofreciéndole consuelo y protección, y no sólo eso, sino jurándoselo también.
De un momento a otro los sollozos femeninos dejaron de escucharse.
Una vez más ella se alzó para mirarlo, aunque esta vez con notoria sorpresa.
El corazón del soldado dio un vuelco. Esos divinos e increíbles ojitos marrones reflejaron los sentimientos más intensos que lo hicieron caer en un abismo.
Los dos notaron lo que había ocurrido. Algo distinto, diferente. Así como si la distancia que siempre había existido entre ambos hubiese desaparecido.
Damien la abrazó con más urgencia.
Con su vida. Iba a protegerla con su vida. A ella y al bebé.
Lo que había ocurrido no iba a repetirse nunca.
Apretó los puños mientras se lo juraba a sí mismo.
•••••
Damien era tan fuerte... tan leal, tan digno de confianza, tan poderoso, tan invencible. Y lo amaba. Ariana lo amaba con toda su alma.
Nunca se había sentido tan segura como en sus brazos, nunca antes había tenido esa convicción de que mientras él estuviera a su lado ella estaría protegida.
Con aquella seguridad se había quedado dormida. Había cerrado sus ojos convencida de que el soldado la cuidaría, y no permitiría que aquellos hombres malvados volvieran a acercársele nunca más.
Y así era.
La figura inmensa de Damien permanecía ahí, junto a su cama. Sus ojos no dejaban de mirarla. Estaba velando su sueño, y no habría poder en el mundo que lo hiciera alejarse de ese lugar.
La observó. Toda la noche. Y a cada minuto que pasaba, él se sentía más culpable.
No iba a volver a dejarla sola. Jamás.
Tenía que mantenerla segura, tenía que encargarse de que aquella amenaza que habían representado esos terroristas, se esfumara porque de otro modo él nunca iba a volver a estar tranquilo.
Cerró los ojos, sintiéndose de nuevo fatigado, y luego exhaló.
Sus pensamientos se encontraban formando tanto escándalo en su cabeza que tuvo miedo de despertar a su esposa.
«Ariana»
Se veía tan hermosa a medianoche, con esas pestañas larguísimas y oscuras que reposaban sobre la cremosidad de sus mejillas. Su respiración tranquila y su semblante pacifico.
La inocencia en su máxima expresión, eso era Ariana, y así, dormida parecía no tener más de quince años. Era una niña, y de nuevo la culpa lo golpeó.
Damien llevó sus manos al rostro, y lo estrujó con fuerza, después la miró de nuevo, y entonces su jodido corazón volvió a romperse en pedazos.
La agonía y la desesperación lo atacaron una vez más, y luchó con la necesidad de volver a la cama, abrazarla y no soltarla en toda la maldita noche.
Ese sentimiento que ella despertaba, esa necesidad de proteger, seguía conduciéndolo a un abismo sin salida, pero en esos instantes ni siquiera se esforzó por encontrarla.
De pronto Ariana se movió bajo las sábanas, un quejido débil se escuchó, y enseguida él se puso en pie para correr hacia ella, y hacia cualquier cosa que pudiera estar necesitando.
–Shh...– trató de hacer que volviera a dormir. Enseguida lo consiguió.
Acarició su cabello, y suspiró.
No le gustaba saber que por más que intentara siempre terminaba haciéndoles daño a las personas que estaban a su alrededor.
•••••
Muy temprano por la mañana, Ariana despertó, miró a su alrededor, miró los cables conectados a los dorsos de sus manos, y el miedo volvió a embargarla cuando recordó la razón por la que estaba ahí, en un cuarto de hospital.
Sin embargo ese miedo duró pocos segundos porque enseguida se dio cuenta de que Damien a su lado.
Al verla por fin despierta, el soldado se puso en pie, y se acercó.
–¿Cómo te sientes?–
Ella lo miró fijamente. ¿Se habría quedado ahí toda la noche? Eso parecía, porque tenía cara de mucho cansancio, y además llevaba todavía su uniforme militar.
Lo recordaba sacándola de la casa en brazos...
–E...estoy bien– logró responder, y de pronto se dio cuenta de que hablar le costaba, así como si su cuerpo se hubiese desacostumbrado a la función.
–¿Estás segura?– él no parecía muy convencido.
Sin decir nada más, Ariana asintió. Lo vio inhalar y exhalar. Además de cansado, parecía nervioso, pero también aliviado.
–Me diste un susto de muerte– admitió. –A todos. Todos en la hacienda están muy preocupados por ti–
La joven tuvo un vuelco en el pecho. Entonces como una ráfaga volvió a recordar todo lo acontecido, y se estremeció. Había sido horrible, lo más aterrador que había vivido hasta entonces, y no quería volver a vivirlo nunca.
Había estado muy asustada. Esos hombres habían dicho cosas horribles de Damien. Además le querían hacer daño.
–Tienes que cuidarte de ellos– dijo de pronto muy alarmada.
El soldado frunció el ceño, y supo de inmediato de lo que hablaba.
–Tranquila. No volverán a acercarse a ti– prometió como ya había prometido muchas veces.
Pero Ariana negó.
–Es que ya no tengo miedo por mí. Tengo miedo por ti– confesó, y las lágrimas volvieron a llenar sus ojitos castaños.
¡Joder!
Damien odiaba verla llorar. Su llanto lo destrozaba. Se volvía loco de necesidad por eliminarlo.
–No tienes que tener miedo por mí. Tampoco dejaré que me hagan nada– ni de coña. Porque si se descuidaba y le hacían algo, ella quedaría desprotegida, y eso nunca.
–Pero, Damien. ¡Hablaban en serio!– el miedo en las facciones de Ariana lo quebró una vez más.
Lo único que él pudo hacer fue tomarla de las manos, y ponerse muy cerquita de ella.
–Ya hay gente buscándolos, y te aseguro que acabaremos con ellos–
Ariana deseó que así fuera. No quería ninguna amenaza sobre Damien, bastante tenía con el hecho de que su trabajo consistiera en ir a la guerra.
De pronto recordó algo, y de nuevo su carita se tornó con angustia.
–Tu... tu camioneta– dijo, y eso lo confundió.
–¿Qué pasa con mi camioneta?– preguntó con el ceño fruncido.
–Ellos se la llevaron– los recordaba buscando las llaves para hacerlo. –Lo lamento mucho, sé que es un vehículo muy costoso, y yo traté de impedirlo, pero estaba tan mareada... ¡Por favor no vayas a enfadarte!–
Un nudo en la garganta de Damien se apretó, y sintió furia consigo mismo al darse cuenta de que en serio Ariana pensaba que para él era más importante una maldita Ranger de mierda. Maldijo para sus adentros, y entonces la silenció.
–No vale tanto como tu vida– declaró. –La camioneta me importa un carajo, Ariana. Lo importante aquí es que estás bien, y también... también el niño–
«Nuestro hijo»
Anoche lo había llamado así, pero no se atrevía a hacerlo de nuevo. No estaba seguro de merecérselo.
Los dos se miraron con esa misma intensidad que siempre compartían sus miradas, pero entonces el momento fue interrumpido por el Comandante Crowe que recién llegaba en compañía de un par de soldados.
–Lamento interrumpir– se disculpó. –Ariana, me da mucho gusto saber que ni usted ni su hijo han sufrido ningún daño–
–Le agradezco mucho, Comandante– ella le sonrió levemente.
Crowe respondió a su sonrisa pero después su expresión se tornó seria.
–Le aseguro que nada de esto quedará impune. Encontraremos a esos delincuentes. Keegan, de eso he venido a hablar contigo–
Damien miró con preocupación a Ariana, y luego exhaló.
–De acuerdo, pero hagámoslo afuera. Mi esposa necesita seguir descansando–
El Comandante no le replicó, y todos salieron al pasillo de la habitación luego de despedirse.
–¿Los han encontrado?– preguntó Damien. –Si es así dígame dónde los tiene porque yo mismo voy a matarlos– no bromeaba, jodidamente no lo hacía.
–Cálmate. No, no los hemos encontrado. Por eso he venido. La hacienda está limpia, no dejaron nada–
–Se llevaron mi camioneta. Eso hará más fácil la búsqueda–
–Perfecto. Encontrar tu vehículo será pan comido, pero eso sólo si no se han deshecho de él–
–De cualquier manera nos acercará un poco más–
El Comandante asintió en acuerdo. Pero luego algo más lo hizo pensar.
–¿Estás seguro de que eran terroristas?–
Damien no se había puesto a pensar en la posibilidad de que no lo fueran.
–Ya le he entregado la nota que encontré. Usted mismo la leyó. Estaba en árabe–
–Sí, lo sé, pero es que me parece todo tan extraño... Este no es su modus operandi y lo sabes. Es extraño que la amenaza haya sido dirigida únicamente hacia ti –
Sí, Damien pensaba lo mismo. Pero no encontraba otra explicación.
–¿Tienes algún enemigo?–
La pregunta lo sorprendió.
–Usted mejor que yo sabe que en esta profesión siempre habrá enemigos–
El Comandante asintió.
–Es cierto eso, pero estoy refiriéndome a algo más... personal. Ya sabes, alguien que quisiera hacerte daño golpeándote donde más te duele–
Damien intentó pensar, y no se le ocurría nadie.
–No. No a ese grado–
El Comandante exhaló.
–Entonces no debemos seguir perdiendo tiempo. Hay que seguir buscándolos hasta atraparlos. Keegan, pero antes debo hablar con Ariana– dijo seriamente.
Damien estuvo a punto de replicar pero su superior lo interrumpió.
–Créeme que si no fuese necesario no lo haría. Lo último que quiero es importunar a tu mujer, pero ella fue la única que tuvo contacto con esos agresores. Su testimonio es lo más importante para encontrarlos–
Sí, Damien sabía que el Comandante tenía razón, y aun así la idea de hacer que Ariana tuviera que volver a recordarlo todo le pareció indeseable.
–De acuerdo, pero por favor no vaya a asustarla ni a presionarla. Bastante ha tenido ya que pasar–
Crowe se sintió conmovido al ver a su mejor soldado en el papel de esposo preocupado. Lo comprendió. Además conocía y estimaba a Ariana, y esa chica únicamente inspiraba a tratarla con delicadeza.
–Te doy mi palabra de militar que no la incomodaré en ningún sentido–
Damien pareció aliviado.
–Bien, pero tengo dos condiciones más–
El Comandante asintió esperando escucharlo.
–Yo estaré presente dentro de la interrogación. Y ellos se quedarán aquí– dijo señalando a los dos soldados que acompañaban a Crowe.
–De acuerdo– sonrió. –Entremos entonces–
Ariana lució un poco confundida cuando los vio entrar de vuelta. Los miró a ambos con una tierna expresión de confusión.
Damien fue el primero en hablar.
–El Comandante quiere hacerte preguntas con respecto a lo de anoche, Ariana. ¿Crees poder hacerlo?–
Si ella respondía que no, si se mostraba atemorizada o algo por el estilo, Damien mandaría a la mierda a su Comandante sin importarle lo que él dijera, pero no fue así.
–De acuerdo. Cualquier cosa con tal de que los atrapen pronto– respondió con determinación, y esa respuesta hizo que su marido se maravillara.
–Muy bien, Ariana. Me alegra mucho oír eso– dijo el Comandante en tono suave. No solía hablar de ese modo pero con ella no podría hablar de otro modo. –Necesito qué me diga todo lo que recuerde, cualquier detalle mínimo porque puede llegar a ser de mucha ayuda–
Ambos hombres la vieron cerrar los ojos en algo que pareció ser un esfuerzo por recordarlo todo.
Damien la vio estremecerse, pero también notó su convicción al no echarse para atrás.
Qué valiente que era, pensó. Pequeña y hermosa mujer llena de valentía.
–Después de la cena de Día de Gracias le pedí al Teniente que me dejara dormir en casa... la casa en la que Damien y yo vivimos– aclaró. –Al principio él se mostró reacio a dejarme ir, pero yo lo convencí de que únicamente estaría sola unas cuantas horas. Y a final de cuentas Damien estaba por volver–
–Tal vez George intuía algo–
Ariana suspiró porque de haberlo obedecido nada de aquello habría ocurrido. O tal vez sí, pensó con un nudo en la garganta. Tal vez Damien hubiese sido quien se encontrara con ellos en el momento en que llegara. Volvió a estremecerse con miedo porque no soportaba la sola idea. Logró recuperarse.
–Supongo–
–¿Al entrar vio algo extraño? Sabemos que no entraron por la fuerza, pero algo diferente... Algo que le haya dicho que no estaba sola–
Ariana negó. Cuando Meryl y Jake la despidieron en la puerta después de que ella abriera con sus llaves, todo había sido normal.
El recibidor, la sala, las escaleras, menos su habitación.
De nuevo el miedo la hizo encogerse, pero se dijo que no era momento de ponerse a lloriquear como niña pequeña, sino de ser una mujer. La mujer digna del soldado Keegan.
–Nada, Comandante. Todo estaba como siempre. Intento encontrar algo, lo que sea, pero no encuentro nada. Estoy segura de que la casa estaba tal y como la última vez que estuve ahí–
–Tranquila, Ariana– le dijo el Comandante. –Le creo. Dejemos eso de lado. Ahora quiero que me cuente qué fue lo que sucedió cuando se encontró con esos hombres. ¿En dónde la interceptaron? ¿Lo descubrió usted a ellos o ellos a usted?–
–Estaban en mi habitación–
–Seguramente ya la esperaban–
–¿Pero cómo pudo haber sido eso, si ni siquiera los conozco?– preguntó consternada.
–Pero me conocen a mí– contestó Damien con pesar, y de nuevo maldijo todo su existir.
El Comandante miró a Damien y después a Ariana.
–¿Le dijeron algo? ¿Hablaron con usted?–
Ella tragó saliva y asintió.
–¿Hablaban inglés?–
Ariana dudó un poco antes de responder.
–Bueno... sí, pero su acento era extraño. Como si fuesen extranjeros pero no sabría decirle de dónde exactamente–
–¿Les vio la cara?–
Negó.
–¿Qué fue lo que le dijeron? Es primordial que nos lo diga–
Ariana se sonrojó de pies a cabeza, pero luego exhaló, y respondió lo que el Comandante había solicitado.
La sangre de Damien hirvió pero consiguió mantenerse controlado.
–¿Le dijeron algo más además de obscenidades?– preguntó Crowe molesto por la falta de tacto de aquellos infelices.
Ariana asintió.
–No sé si me esperaban a mí o esperaban a Damien, pero ellos dijeron que no me matarían. Sólo querían dejarte un mensaje– lo último lo dijo mirando a Damien.
El soldado y el Comandante se miraron con tensión.
Después de unos momentos Crowe le mostró a Ariana una sonrisa tranquilizadora, se despidió de ella prometiéndole que del resto se encargarían ellos, y que ahora estaba a salvo.
Damien lo acompañó hasta la puerta.
–Tenemos que encontrarlos– dijo bastante tenso.
El Comandante asintió.
–Lo haremos, pero déjanoslo a nosotros. Tú ahora mismo tienes que ocuparte de tu esposa–
Eso no lo discutía. Ariana era lo más importante en esos instantes, pensó Damien.
–Sí, sí. Lo sé, pero le ruego que cuando logren atraparlos me deje a solas con ellos al menos un par de horas–
Crowe sonrió. Los militares, todos sin excepción, solían tener una venita de maldad que se ensañaba con los que hacían daño, y aún más cuando se metían con alguno de sus seres queridos.
–Cuenta con ello, Keegan–
–Encuéntrelos– volvió a pedírselo por milésima ocasión, aunque esa vez sonó más a súplica. El hecho de que aquellos cabrones continuaran libres y en el anonimato, únicamente significaba que todavía había peligro.
–Te pareces mucho a tu abuelo. George también está vuelto loco presionándome para que lo haga. Creo que Ariana es bastante especial para ustedes–
Damien exhaló.
–Es mi esposa– dijo como si aquello lo explicara todo.
–Lo sé, y encima está embarazada de tu primer hijo. Eso la convierte en lo más importante para la familia Keegan–
–Exactamente– siseó Damien, y su pechó se llenó con esa sensación de siempre.
Ahora quien soltó un suspiro fue el Comandante.
–Quédate tranquilo, Keegan. Ariana se ha ganado el afecto de todos en la Base Militar, y te aseguro que haremos lo que sea por atrapar a los bastardos que la han amenazado–
Y Damien deseó mucho aquel momento. Casi no podía esperar para hacerlos pagar.
Nadie podía meterse con la hermosa hada mágica, nadie debía atreverse a tocarle ni uno solo de sus preciosos cabellos, y luego seguir con vida.
•••••
Ariana estaba bien. El bebé también. No había peligro alguno para la salud de ninguno de los dos. Y gracias a ello, el doctor Freser les dio el alta de inmediato.
A Damien le hubiese gustado que ella se quedara por unos cuantos días más, al menos hasta estar completamente seguros de que en efecto nada malo les sucedería, pero Ariana había insistido en que ya deseaba marcharse.
–Tranquilo, señor Keegan. Las veinticuatro horas clave para saber si su esposa o su hijo tendrían alguna reacción negativa ante los efectos de los sedantes, ya han pasado. Le aseguro que no hay porcentaje de equivocación–
–Por favor, ya quiero irme de aquí. Extraño mucho a Meryl, a Jake, al Teniente, a Rambo y a Odett– intervino la castaña de inmediato.
Damien emitió algo muy parecido a una sonrisa.
–Ellos también te extrañan a ti. Están ansiosos por verte–
A diferencia de la suya, la sonrisa de Ariana fue muy luminosa, reluciente.
>Qué bonita es...<
Cuánta luz irradiaba, cuánto encanto.
Era un ángel caído ahí en la tierra, y si le hubiese ocurrido algo...
Se le contrajo el estómago y tuvo que cerrar los ojos. La sola perspectiva le desgarraba las entrañas, retorcía todo su interior, le provocaba emociones enloquecedoras jamás sentidas. Se sentía tan malditamente violento debido a ello.
¡Joder!
–¿Damien?– lo llamó Ariana confundida al verlo de pronto tan extraño.
Él regresó, exhaló intentando tranquilizarse, y prontamente negó.
–Es hora de irnos–
Eso la hizo muy feliz. Sin embargo antes debía vestirse. No podía dejar el hospital vistiendo una de sus batas.
–¿Podrías pasarme la maleta que envió Meryl? Necesito cambiarme–
–Por supuesto, aquí tienes– Damien tomó el bolso, y pronto se lo entregó comprobando que no pesara mucho.
–Gracias...–
Los dos se miraron, y el soldado se preguntó por qué de pronto ella se había sonrojado. A los pocos segundos lo comprendió, y rogó porque él mismo no estuviera rojo de la cara.
Qué imbécil era.
–Yo... eh... yo esperaré afuera. Si necesitas algo... Ayuda, o lo que sea... sólo tendrás que llamarme–
>Ayuda. Sí, claro, jugador. Mejor sal de aquí< se burló su yo interior.
Sin más, salió de la habitación para darle la intimidad que necesitaba.
Se recargó en la puerta, y ahí esperó los minutos necesarios.
Enseguida recibió una llamada. Era de la hacienda, y al responder notó que era Meryl. Lo primero que hizo la ama de llaves fue preguntarle si ya le habían dado el alta a Ariana, como le había dicho la última vez que hablaron.
–Sí, Meryl. Por favor avísale al abuelo que en unos minutos más iremos de camino–
–Me alegra mucho oír eso. Tengo muchas ganas de verla– dijo la mujer desde la otra línea.
–¿Has preparado la habitación como te lo pedí?–
–Claro que sí. No hizo falta hacer mucho porque la estuvo ocupando en las últimas semanas, pero ya quedó lista para volver a recibirla–
–Bien– asintió Damien. –Te lo agradezco, Meryl. Nos vemos en un rato más– enseguida colgó cuando se dio cuenta de que la manija de la puerta estaba girándose para poder abrirse.
Al hacerlo se encontró con Ariana ya lista para volver a la hacienda.
Vestía un hoddie rosa palo que disimulaba un poco el volumen de su vientre, leggins oscuros y pegaditos, junto con zapatos de suela baja.
–Ya estoy lista– le dijo, y tuvo que alzar la cabeza para mirarlo. Era demasiado bajita.
Y cada que Damien era consciente de ese hecho, el pecho le revoloteaba con instintos masculinos meramente descontrolados.
Pero en ese momento algo más llamó su atención. Se fijó en que su tono de voz sonaba triste y apagado por alguna razón, y no lo comprendió, puesto que al principio había estado ansiosa por marcharse. Era extraño, pero decidió no preguntar.
–Andando–
Sin embargo al intentar dar el primer paso, algo sucedió. Un mareo muy fuerte la envolvió, y no pudo seguir caminando.
–¡Maldición!– siseó el moreno muy alterado cuando se percató de lo que ocurría, y enseguida la sujetó para evitar que cayera. –¡Llamen al doctor!– exigió mientras la tomaba en brazos llevándola de vuelta a la habitación de la que había salido momentos antes. La recostó con delicadeza sobre la cama, y una vez que la apartó de sí, enfureció totalmente.
En ese instante el doctor Dempsey entró, y toda la furia de Damien fue dirigida únicamente hacia él.
–¡Usted dijo que ya podía llevármela a casa! ¡Me aseguro que ya estaba bien!– exclamó casi furioso pero en realidad estaba lleno de angustia.
El doctor no se inmutó por el tono. En las últimas horas ya había aprendido a lidiar con él.
–Y es verdad– replicó con toda calma.
–¡Pero se ha vuelto a desmayar!–
–Damien, cálmate– escucharon la suave voz de Ariana. Y ambos la miraron. –No es culpa del doctor–
El soldado se tranquilizó un poco al verla de mejor aspecto, sin embargo eso no disminuyó su consternación.
–Pero, Ariana...–
–Señor Keegan, es normal que su mujer sufra de mareos. Está embarazada, ¿recuerda? Aunque estos síntomas son más comunes en el primer trimestre, también llegan a presentarse en el último. Sobre todo cuando la futura mamá ha pasado por algo tan exhaustivo como lo que vivió Ariana en las últimas horas. El hecho de que haya estado en cama, no disminuye en nada su cansancio. Su cuerpo sigue débil–
Entonces Damien lo entendió, y se sintió un poco avergonzado con el doctor. Sin embargo el hombre no parecía ofendido, sino hasta divertido.
–Oh... Lamento haberle hablado así. Por favor discúlpeme, yo solo...–
>Me pongo mal cuando de Ariana se trata< no lo dijo pero el doctor comprendió.
–Despreocúpese. Puede llevársela ya mismo. Sólo sigan las indicaciones que les he dado, y todo marchará perfectamente bien. Y no te olvides, Ariana, de visitar a tu obstetra lo más pronto posible–
–Eso haré, doctor. Gracias– le sonrió.
–Fue un gusto– sin más, salió de la habitación, mientras se preguntaba con curiosidad si alguna vez antes había conocido a un hombre que fuera tan posesivo y protector con su esposa, al grado de cómo Damien Keegan lo era con la suya.
Enseguida Ariana hizo ademán de levantarse de la cama para poder irse de una vez, sin embargo él se lo impidió.
–Ah no. Eso no– soltó decidido.
La castaña lo miró confundida, pero entonces la sorpresa invadió su rostro cuando lo vio inclinarse hacia ella, y levantarla con sus brazos.
–¿Qué haces?– tuvo que preguntarle.
–¿No lo ves? No pienso permitir que camines ni un poco más. Yo te llevaré–
A diferencia de las últimas dos veces en las que su marido la había llevado en brazos, aquella vez Ariana fue muy consciente del sobrepeso que llevaba encima.
–No, Damien, bájame– le pidió. –Puedo andar perfectamente. Los mareos se han ido–
Pero el soldado no estaba dispuesto a separarse de ella. Quería tenerla así como la tenía, todo el tiempo que fuese posible. En sus brazos, contra su pecho, olfateando su dulce y femenino aroma.
–Olvídalo. No podemos arriesgarnos a que vuelvas a desmayarte–
Pero Ariana seguía con expresión insegura.
–Bájame. Peso muchísimo–
Damien comprendió entonces el meollo de sus réplicas.
–¿Qué dices? ¿Bromeas?– la miró fijamente.
No. Ariana no bromeaba. Lo que decía iba en serio, y Damien casi no se lo pudo creer.
Pesaba tan poco, que debería resultarles alarmante, a sus siete meses de gestación. Además encajaba a la perfección en sus brazos...
Ariana con su redondeado vientre era la más preciosa carga que hubiese podido sostener en toda su vida.
El corazón se le desbocó, pero no quiso que ella notara esa reacción. Carraspeó nervioso, y luego intentó disimular.
–¿Estás diciendo que no soy lo suficientemente fuerte para cargarte a ti y al bebé que llevas dentro?–
Ariana lo miró preocupada al darse cuenta de que lo había ofendido.
–Oh, no. No quise decir eso– se apresuró a aclarar.
–Tranquila. Sólo bromeo. Pero es cierto lo que digo. Puedo soportar bien tu peso y hasta más– le aseguró.
Por unos cuantos segundos Ariana se quedó sin poder hablar. Se daba cuenta de que era cierto. Él la sostenía, y ni siquiera parecía estar haciendo gran esfuerzo al hacerlo. En definitiva era un hombre de acero, aunque claro, ¿qué podía decir ella que no era más que una menuda mujer embarazada de cincuenta y cuatro kilos? Con el embarazo sólo había subido cinco.
Exhaló, y dejó que el musculoso y fuerte moreno la llevara fuera. Casi deseó acurrucarse en su cuello, pero no lo hizo.
–¿Damien?– lo llamó.
–¿Sí?– respondió él sin dejar de caminar ni mirar hacia el frente.
–¿Me llevas de vuelta a casa?–
Damien no comprendió la pregunta. Frunció el ceño, pero le respondió.
–Sí, Ariana. ¿A dónde más te llevaría?–
Ella lo miró fijamente, y logró así que él también la mirara. Las miradas de ambos se entrelazaron como cada vez que estaban en pleno contacto.
–¿Me llevas a la casa grande o a... a nuestra casa?–
«Nuestra»
Qué bonito sonaba dicho por sus labios. Era cierto. La casa era de ambos. La compartían. Eran un matrimonio.
Pero Damien no permitió que esa emoción lo dominara. En esos momento habían cosas más importantes.
–A la casa grande, Ariana. Ahí estarás más segura. Después de lo que ha ocurrido todos estaremos más tranquilos si te quedas ahí–
–¿También tú te mudarás?–
–No. Yo me quedaré–
Los ojos de Ariana se llenaron de lágrimas sin pretenderlo. Ya había escuchado que se lo decía a alguien por llamada justo cuando salía de la habitación, pero había esperado que todo fuese una confusión, y ella hubiese escuchado mal. No era así.
Damien no entendió el motivo de sus ojitos llorosos, y se preocupó.
–¿Estás sintiéndote mal de nuevo?– le preguntó.
Ariana negó, y la confusión llenó más a Damien.
–¿Entonces qué ocurre?–
–Quiero quedarme– susurró.
–¿Quieres quedarte? ¿Aquí?–
–¡No!– sollozó. –En la casa pequeña. Contigo–
El pecho de Damien volvió a estallar, y ya no fue capaz de controlar las emociones. La sensación se expandió por todo su ser, y no supo cómo manejarla.
La nuez de adán entró en tensión, y también todo el resto de su cuerpo.
–¿Ha...hablas en serio?– su voz sonó muy baja, como en un hilo.
Sus alientos se mezclaron.
Ariana asintió en respuesta. Pero él negó.
–En la casa grande tendrás todos los lujos y comodidades que no tenemos en donde vivimos–
–Tu abuelo y Meryl son los más consentidores del mundo, y me han tratado muy bien, pero aun así prefiero la casita–
–¿Por qué, Ariana?–
–Porque sí, Damien– fue su contestación, pero no bastaba para él.
–Dime por qué– insistió.
>Porque no quiero volver a separarme de ti< casi salió de sus labios.
La joven titubeó.
–Porque ya estoy acostumbrada a mi otra habitación. No quiero dejarla, y no puedes obligarme–
Damien exhaló.
–Ariana...–
–Por favor quiero quedarme–
Ella se veía tan preciosa mientras insistía.
¿Cómo iba a negarle algo a esos preciosos ojitos que brillaban como el más puro oro?
No era tan hombre como presumía, al parecer.
Exhaló.
–Intentaron hacerte daño ahí. ¿Estás segura de que en verdad quieres quedarte?–
Esta vez fue el corazón de Ariana el que dio un vuelco, pero asintió sin titubear.
–Lo estoy porque sé que si cualquier cosa parecida volviera a ocurrir tú me protegerías. ¿O no es así?–
>Te protegería con mi vida, nena<
Mataría a cualquiera que se volviera a atrever a ponerle las manos encima.
El soldado tragó fuertemente.
–Por supuesto que sí, Ariana–
A su lado siempre iba a estar protegida, porque protegerla ya era algo instintivo en él.
Casi no se lo podía creer, pero así malditamente era.
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