Capítulo 23
Después de muchísimos meses de descanso, Damien Keegan volvía a la acción.
Su comandante lo había llamado esa misma mañana para informarle que estarían uniendo fuerzas todo el ejército americano en Irak.
En medio de un discurso militar, Crowe había reiterado el hecho de que habían sido premiados estando de descanso más tiempo del estipulado, y que aún con mayor razón tenían que regresar con energías renovadas y con muchísima más pasión por defender el honor del país.
Pero Damien no se había puesto a pensar en eso. Ni siquiera había sido consciente del tiempo. Tampoco había extrañado irse a batalla.
>Irak...< exhaló mentalmente, y de inmediato le disgustó.
Demasiado lejos de Estados Unidos, demasiado lejos de Mission Bay, demasiado lejos de su casa... Y demasiado lejos de Ariana.
¡Joder!
Lo peor de todo era que no podía replicar nada. A eso se dedicaba, ¿o no? Para eso se había entrenado tantos años. Además era lo que más le apasionaba, tuvo que recordarse. Adoraba el peligro y la adrenalina, así que tenía que dejar de ser un imbécil y terminar su equipaje.
Artículos de higiene, y sus uniformes. Las armas siempre les eran entregadas en la Base Militar antes de partir, pero él tenía su propia revolver guardada entre sus cosas.
Con el pecho desbocado recordó entonces aquella vez en el establecimiento de Joey, y el estómago se le revolvió. No quería armas cerca de Ariana, así que guardó aquella bajo llave. Tal vez después la enseñaría a disparar, pero sólo después.
Exhaló, y negó. Tenía que dejar de pensar en Ariana. Tenía que preparar su mente para el campo de guerra. Si la borraba de sus pensamientos, con suerte esas semanas sin verla, harían que se olvidara de la manera en la que ella parecía haberse adueñado de todo su ser. Sí, con un poco de suerte...
Y sin embargo... Sin embargo aún así, Damien estuvo bien seguro de que la visión de esa preciosísima hada mágica lo acompañaría en la batalla, y en todas esas noches vacías por venir.
–Mierda...– siseó, y pronto cerró la maleta. La colgó en su hombro para enseguida salir de la habitación.
Cuando salió de casa, para su maldita fortuna, se topó con Ariana precisamente, y el corazón le dio un vuelco.
Ella lo miró con esos estupendos ojos marrones, haciéndolo sentirse débil e invencible a partes iguales, como cada vez que se miraba en esas gemas preciosas.
Acababa de decirle que tendría que irse por unos cuantos días, justo antes de subir a hacer su equipaje. Ella se había quedado callada, sin decirle nada, y ahora parecía igual.
¡Demonios!
El soldado lamentó grandemente el hecho de que no vería esa preciosa carita en los próximos días.
Ariana reprimió con todas sus fuerzas la tentación de correr hacia él en cuanto lo vio salir, con su uniforme de militar. No pudo evitar pensar que se veía hermoso. Tan majestuoso, tan alto y fortachón, tan dorado que parecía irradiar luz. Y junto con aquellas ganas de abrazarlo, también luchó contra las lágrimas que pugnaban por salir. De inmediato las limpió. No podía ponerse a llorar ahí delante suyo. Iba a creerla una tonta.
El primero en hablar fue Damien.
–Yo... yo...– se aclaró la garganta. –Ha llegado la hora de marcharme–
La castaña permaneció de nuevo en silencio, pero no dejó de mirarlo.
Él pareció de pronto nervioso, y se rascó la cabeza.
–No sé en cuántos días pueda volver, pero mientras tanto te quedarás en la casa grande para que mi abuelo y Meryl puedan cuidarte–
Como Damien vio que Ariana seguía sin decir nada, y él mismo no encontraba algo más para decir, exhaló, y enseguida se dispuso a continuar su camino.
Sin embargo no había dado ni tres pasos, cuando la voz de su esposa lo llamó.
–¡Damien!– enseguida ella avanzó para quedar nuevamente frente a él, tal vez un poco más cerca que antes. Tuvo que alzar la cabeza para poder mirarlo a la cara debido a sus diferencias de estatura. Los ojitos le brillaron con lágrimas no derramadas.
Su marido la miró fijamente esperando que ella dijera lo que iba a decirle.
Finalmente Ariana habló.
–Ten cuidado– susurró suavemente, y el corazón del soldado golpeteó contra su pecho con gran fuerza. Se quedó desbocado, pero consiguió asentir.
–Lo tendré– luego de mirarse una última vez, Damien se giró para continuar su camino y llegar hasta la camioneta que lo llevaría a la base.
Ariana lo miró, y entonces sus ojos se llenaron de lágrimas sin poder detenerlas.
Aquella era la primera vez que ella y Damien se alejarían, la primera vez que no dormirían bajo el mismo techo, y no tendría la seguridad de saber que él estaba cerca. Estaría arriesgando su vida en quién sabe dónde, y eso era peligroso, demasiado peligroso.
Su corazón no soportaba la idea, pero sabía que tenía que aceptarlo. A eso se dedicaba, ese era su trabajo, y ella simplemente no tenía el derecho de interferir.
Entonces ella se giró en dirección a la casa, y sin más entró corriendo porque no quería que nadie ahí la viera llorar.
Después de meter su maleta en el vehículo, Damien alzó su mirada para ver a Ariana, pero se encontró con que ella ya no estaba. La buscó con la mirada por los alrededores de la hacienda, pero entonces a quién encontró fue a su abuelo que se acercaba hacia él.
–¿Listo para el combate, hijo?– le preguntó con orgullo.
–Eso creo– asintió Damien.
El Teniente lo miró con el ceño fruncido.
–No te veo muy entusiasmado– se fijó. –Más bien pareciera que no quieres ir–
Damien no quería decirle que tenía razón, pero tampoco lo negó. Tan solo miró hacia la nada, y echó fuera un suspiro.
–Claro que quiero ir. Ir a batalla es mi vida, lo que mejor sé hacer. ¿Qué te hace pensar lo contrario?–
Su abuelo se hundió de hombros.
–Las cosas han cambiado desde la última vez que fuiste llamado por la Armada. Ahora tienes una joven y bonita esposa que está a punto de darte un hijo–
Damien tragó saliva, pero no fue capaz de decir nada, lo contrario del Teniente que continuó hablando.
–Yo sé lo difícil que es ir a la guerra, y dejar a tu familia en casa–
El joven soldado cerró los ojos y negó.
–Abuelo, iré y vendré con bien. Y Ariana estará bien cuidada en tu casa–
–Eso ni lo dudes– sonrió George Keegan. –¿Sabes? Me hace muy feliz saber que Ariana y tú no van a divorciarse, porque eso significa que mi bisnieto nacerá y crecerá en esta hacienda que algún día va a pertenecerle– miró a su alrededor, y pudo imaginar al pequeño jugando en aquellas tierras.
Y muy a su pesar... Damien tuvo que admitir que él también lo había imaginado muchas veces, aunque aquello siempre le rompía el corazón.
Intentó fingir entonces que no pasaba nada.
–Es hora de marcharme– dijo, y para su fortuna en ese instante Tim apareció.
–La camioneta está lista, patrón. Podemos marcharnos cuando usted lo disponga–
Damien asintió y le agradeció.
–Ahora, Tim. Ya es hora– respondió muy serio.
•••••
Durante todo el trayecto de camino a la base, Damien permaneció callado mirando por la ventana.
Su abuelo había tenido razón en todo. Por primera vez en toda su vida le había costado muchísimo tener que irse, pero no quería ponerse a pensar en los motivos a pesar de que resultaban bastante obvios.
Exhaló, y en un momento se dio cuenta de que habían llegado. Le agradeció a Tim por haberlo llevado, tomó su maleta, y enseguida se despidió de él.
Miró hacia la Base Militar de Florida, y prontamente se decidió a entrar.
Todos sus compañeros preparándose para marcharse y él se pasó de largo directo al campo donde seguro ya estaría el avión que los transportaría esa mañana.
Sin embargo antes de que pudiese entrar se topó de frente con su amigo Chris quien se despedía de su esposa.
Y aquella demostración de afecto que compartían esos dos únicamente logró que Damien se acordara de la mujer que había dejado en casa.
–¡Eh, Keegan! ¿Listo para nuestra nueva aventura?– le preguntó Chris todo sonrisas.
–Siempre, Pine– respondió él secamente.
–¡Soldados a bordo!– escucharon enseguida la orden para subir al transporte.
Chris y Gal compartieron otro amoroso beso después de un cálido abrazo, y entonces se separaron para que él abordara.
Damien se dispuso a hacer lo mismo, pero algo lo hizo detenerse y mirar a Gal.
La esposa de su amigo lo miró con curiosidad.
–¿Qué pasa, Damien? ¿Olvidas algo?– le preguntó.
El moreno carraspeó un poco nervioso.
–Bueno...– empezó. –Yo... yo quería hacerte una pregunta–
–Claro. ¿Sobre qué?–
Los nervios en Damien aumentaron en gran manera.
–Es... es sobre el embarazo de Ariana– dijo por fin.
Gal frunció el ceño.
–¿Qué hay con eso?–
–Sé que tú y Chris han decidido no tener hijos aún, pero bueno, pienso que como mujer puedes tener alguna idea de... Quiero decir, tal vez alguna hermana tuya ya ha estado embarazada antes, y...–
La confusión abarcó por completo la expresión de la mujer.
–¿De qué hablas, Damien? Ve al grano–
Él resopló.
–Sólo quiero saber si el bebé que Ariana espera seguirá creciendo. ¿Sabes algo de eso?–
Gal sonrió intentando comprender.
–Pero claro que lo hará. Está en el séptimo mes, aún le queda dos meses más por seguir creciendo a ese hijito tuyo–
–Pe...pero. ¿No será eso contraproducente para Ariana?–
–¿Contraproducente por qué?–
–Bueno... porque... ya sabes. Ella... ella es muy menuda, y...–
Entonces Gal comprendió el meollo del asunto, y no pudo evitar sentir mucha ternura.
Lo que Damien estaba intentando decirle era que estaba muy preocupado porque si el bebé seguía creciendo, iba a costarle muchísimo más a Ariana darlo a luz.
–Tranquilo. No tienes nada de qué angustiarte. Las mujeres han traído bebés al mundo desde todos los tiempos. Te aseguro que llegado el momento, el cuerpo de Ari estará preparado, la biología hará lo suyo, y tanto ella como el pequeño Keegan estarán bien–
–¿Así lo crees?– preguntó él.
–Claro que sí. Así será, ya lo verás. Despreocúpate, hombre–
Damien se sintió un poco más tranquilo. Se dijo entonces que ya debía marcharse, pero antes debía pedirle un último favor.
–¿Puedo pedirte algo?–
–El que quieras, Damien–
–¿Puedes ir a visitarla algún día de estos? Quiero decir, estará con el abuelo, Jake y Meryl, pero aun así me quedaría más tranquilo de saber que también podrá contar contigo–
A Gal de nuevo la invadió la ternura. Ver al Damien de siempre, hablando de aquello, y pidiéndole ese favor tan especial la hizo darse cuenta de que por más que él deseaba esconderlo, le importaba su esposa. Y le importaba muchísimo.
–Claro que lo haré. Sabes que quiero mucho a Ari–
–Te lo agradezco–
–Puedes irte en paz–
Él asintió, le mostró lo que parecía ser una sonrisa, o el intento de una, y luego se marchó directo a abordar el avión.
•••••
La tristeza continuó tiñendo el rostro de Ariana durante aquel día, y eso fue algo que todos notaron.
Jake la invitó a dar un paseo por la hacienda, pero ella declinó, y del mismo modo el Teniente intentó llamar su atención contándole alguna historia de los nativos americanos, pero a Ariana tampoco le apeteció. Tan solo se quedó ahí, en el inmenso y elegante pórtico de la casa grande, mirando hacia toda la extensión que tenía por delante, y pensando.
El hecho de saber que no vería a Damien trabajando en la hacienda al asomarse muy temprano por la ventana, o jugueteado un poco con Rambo, hacía que la perspectiva de cualquier día por venir pareciese insípido y gris.
–No te preocupes tanto, cariño. Ese muchachote sabe cuidarse. Regresará sano y salvo– Meryl se acercó a ella, y tomó asiento a su lado.
En efecto la mujer había adivinado el motivo de aquella carita triste.
Ariana la miró, y la angustia quedó reflejada en sus pupilas.
Tenía mucho miedo de que su amado soldado fuese a resultar herido en aquella misión. Si algo le pasaba ella iba a morirse. No iba a poder soportarlo.
–¿Eso crees?–
Meryl asintió.
–Siempre regresa, y ahora tiene un par de poderosos motivos para hacerlo– sonrió.
Ariana pensó en que ojalá realmente fuera de ese modo. Ojalá no hubiese nada más importante en el mundo para Damien que ella y el bebé de ambos, pero no estaba tan segura de eso.
Exhaló.
Meryl comprendió que el tema estaba zanjado.
–Ya he preparado tu habitación. Va a ser muy agradable tenerte viviendo con nosotros por todos estos días–
–Te lo agradezco mucho– sin embargo a Ariana no le gustaba mucho la idea. Ella no hubiese querido dormir nunca en otro lugar que no fuera la casa que compartía con Damien.
–Bien. Ahora, ¿quieres ayudarme a prepararle unos bocadillos al Teniente?–
–Lo siento, Meryl, pero en un rato más tendré mi clase de preparación para el parto. Estaba por levantarme de aquí, y pedirle a Tim que me llevara–
–Es cierto. Es hoy. Lo olvidé por completo, y eso que fui yo quien te consiguió la cita. ¿Quieres que vaya contigo?–
Ariana negó.
–Quédate a atender al abuelo. Me las arreglaré yo sola–
•••••
Y exactamente sola fue cómo Ariana se sintió aquella tarde cuando entró al salón en donde estarían siendo impartidas esas clases a las que Meryl la había inscrito.
Sola y triste, sobre todo cuando vio que todas las demás mujeres embarazadas entraban en compañía de sus esposos, los felices futuros padres.
Eso la hizo extrañar aún más al hombre que había partido a la guerra esa misma mañana, y también resentir aún más el rechazo que él sentía por ella y el bebé.
Con todas sus fuerzas aguantó las ganas de llorar, y prontamente entró.
Sin embargo en el momento en el que lo hizo una rubia bastante parlanchina y simpática la miró, y sonrió abiertamente.
–Oh, cielos. Eres la esposa de Keegan, ¿no?– le preguntó con emoción.
Ariana asintió, pero no comprendió por qué la conocía.
–Te reconocí al instante– continuó hablando la chica. Y luego se giró hacia las demás embarazadas que se encontraban ahí con ella. –¿Recuerdan al soldado que les conté? El que salvó la tienda de mi suegro de un buen atracón– Las mujeres hicieron exclamaciones de que en efecto recordaban. –Bueno, pues ella es su esposa–
–Me llamo Ariana– se presentó tímidamente.
Todas la miraron maravilladas.
–¿De verdad tu esposo es militar?–
–Pues... sí– respondió.
–Claro que lo es. Es Damien Keegan de Mission Bay, y todo mundo lo conoce. Pero dejen que me presente. Ariana, soy Hayden, y mi suegro es Joey. Estoy casada con su hijo, pero no vayas a pensar que es con el bobalicón de Tad, mi esposo es Gordon, el mayor–
–Oh, claro. Es un gusto conocerte–
–Oye, pero cuéntanos más de tu marido– intervino otra de las embarazadas.
–¿Vino contigo?–
–¿Dónde está?–
–Bueno, él... él está de misión en estos instantes– respondió, y las mujeres quedaron aún más sorprendidas.
–Cielos, debe ser fascinante tener de marido a uno de esos–
–Ya lo creo que sí– secundaron las demás.
–Debes estar orgullosa–
–Eres muy afortunada–
Ariana no supo qué responder.
Era cierto. Su esposo estaba cumpliendo una comisión muy importante, arriesgando su vida haciendo el cielo sabía qué, así que no se sentía afortunada en lo más mínimo.
Esas mujeres no sabían la suerte que tenían. Sus maridos no iban a saltar en paracaídas de un avión, ni a tirarse al océano desde un helicóptero a considerable altura para insertarse en territorio enemigo. Sus maridos llevaban maletín, no ametralladoras.ñ ni rifles. Su trabajo no los exponía a riesgos físicos. Sus maridos siempre volvían sanos y salvos al finalizar el día. No había peligro de que volvieran a casa atados a una camilla, sangrando por heridas de bala o peor aún metidos dentro de una caja de madera.
>¡No!< gritó todo su interior. >¡Cielo santo, no!<
Por fortuna en ese momento fueron llamadas por la instructora.
–¡Sean todas bienvenidas, chicas! Me da mucha alegría verlas aquí. Voy a presentarme. Soy la maestra Jessica, y será un gusto estar impartiendo esta clase para ustedes. Recuerden que el objetivo de estar aquí es prepararlas para la próxima llegada de sus bebés. Estaremos practicando las respiraciones, las posturas adecuadas, y un montón de consejos más. Así que comencemos. ¿Todas vienen acompañadas de los padres?– preguntó mirando alrededor. Luego fijó su mirada en Ariana, que parecía ser la única sin acompañante.
–¿Vienes sola?–
Antes de que ella pudiese responder otra se le adelantó.
–Su marido es de la Fuerza Armada, miss, por eso no ha podido estar aquí con ella– intervino Hayden de inmediato.
La instructora mostró una expresión de asombro.
–Eso es admirable. Muy bien...–
–Ariana–
–Muy bien, Ariana. Yo seré tu pareja. Realizaremos los ejercicios, y tú serás mi monitor. Ven aquí– prontamente la invitó a tomar asiento en el tapete de enfrente, ayudándola a hacerlo, por supuesto.
Y entonces la clase comenzó.
•••••
Cuando Ariana volvió a casa, Tim la ayudó a bajar del vehículo, y entonces se encontró con Meryl que la recibió.
–¿Cómo te ha ido, cariño?–
–Bien, Meryl– le respondió.
–¿Aprendiste algo?–
–Eso creo–
Ella sonrió.
–Maravilloso. Ahora ven conmigo para que te prepare de cenar–
Ariana se dispuso a seguirla, pero entonces algo bastante lejano llamó su atención. Se quedó ahí quieta, y fue incapaz de seguir caminando.
Parecía increíble a pesar de la inmensa distancia que había entre la casa grande y la casa donde ella vivía con Damien, pero aun así fue capaz de distinguirlo.
–¿Qué pasa?– le preguntó Meryl sin comprender. –¿Qué es lo que estás mirando?–
Ariana no respondió, sino que continuó con la mirada fija en aquel lejano punto.
Entonces sin más comenzó a caminar directo hasta allí.
Meryl no comprendió nada, pero la siguió de todos modos.
–¿A dónde vas, Ari? ¿Qué es lo que ocurre?–
Cuando llegaron a la casa, Ariana sacó las llaves, y abrió la puerta. Encendió luces, y prontamente subió escaleras.
Lo primero que hizo al llegar a la planta alta fue dirigirse a la habitación del bebé.
Encendió las luces, y de nuevo se quedó sorprendida.
–Ariana, ya dime qué demonios pasa– insistió Meryl.
La joven embarazada se giró para mirarla.
–¿Meryl, tú pusiste las cortinas?– le preguntó.
La ama de llaves negó frunciendo el ceño, todavía sin comprender.
–¿Entonces quién fue?– Ariana señaló hacia las ventanas que ya se encontraban cubiertas con las bonitas cortinas de brillos blancos.
–¿Crees que haya sido Shawn? Hace unos días le comenté que iba a necesitar ayuda, pero le dije que yo le avisaría–
–No lo creo. Shawn no entraría aquí sin la autorización tuya o de Damien, y dudo mucho que tu marido se lo haya permitido, conociendo cómo es de posesivo contigo–
Ariana dejó pasar el comentario porque en ese momento tenía otras cosas en la mente.
–Pero si no fue Shawn, ni yo, ni tú... ¿Quién más podría haber sido? Te aseguro que ayer por la noche no estaban puestas–
–¿Cómo que quién más?– replicó Meryl. –Resulta obvio que fue Damien–
–¿Damien?– Ariana sintió un vuelco en el pecho.
–Claro. Vive aquí. Tiene total acceso a la habitación, y además es tan alto que pudo haberlo hecho en un segundo sin necesidad de traer una escalera–
Pensándolo de aquel modo tenía sentido, y si embargo no dejaba de causar gran impacto dentro de ella.
¿De verdad habría sido él?
La sola idea de ese moreno de ojos oscuros, ahí en aquella habitación hacía que el corazón le latiera como loco.
Ni siquiera podía imaginarlo.
Damien pensando en su bebé, preocupándose por él, ocupándose de aquel detalle para su habitación...
Parecía tan hermoso que no podía ser cierto. Y entonces lo extrañó muchísimo más. Su alma deseó verlo y tenerlo cerca.
>Donde quiera que estés... Vuelve pronto, Damien. Vuelve pronto, mi amor<
•••••
Catorce horas de vuelo fueron necesarias para que el Ejército Americano pisara suelo iraquí, e incluso un par de horas más para que pudiesen cruzar de Bagdad directo a la frontera, camino que fue un auténtico incordio.
Damien fue quien piloteó la avioneta que ya los esperaba.
Al aterrizar, empezaron a recibir las instrucciones vía satélite por parte del Comandante Crowe, quien sabía distinguir las capacidades individuales de cada uno de sus soldados, sacándoles el máximo provecho, y a veces incluso más.
Desde luego Murray no estuvo muy contento cuando nombraron a Keegan cómo el líder del equipo, sin embargo permaneció en silencio.
Enseguida todos fueron equipados con todo lo que necesitarían, además de sus armas, misiles experimentales y sus chips de orientación.
Estaban todos listos para la batalla, pero entonces, como si el tiempo estuviese en su contra, o tal vez a su favor, una fuerte lluvia comenzó a azotar arruinando cualquier plan.
Lo siguiente que hicieron fue resguardarse de los efectos naturales en una pequeña cueva que Spencer y Patrick encontraron, entre una desolada floración de rocas.
Todos se encontraban ahora sucios y cansados. Continuaron obedeciendo cada orden.
–Por ahora descansaremos. Pero mañana no habrá excusa. Tenemos que evitar cualquier otro tipo de atentado, y muy seguramente lo logremos. Vamos a un paso delante, porque ellos no saben que ya estamos aquí–
–¿Entonces esperaremos a que nos descubran o atacaremos primero?– preguntó Bob.
Damien negó.
–Atacaremos. Si esperamos podríamos estar aquí incluso meses– y eso era algo que él no iba a soportar.
¿No ver a Ariana durante meses? ¡Joder, no!
–Bien– asintieron todos en acuerdo.
–Entonces mañana les daremos una sorpresa– sonrió Spencer.
–En efecto, así será– respondió Damien mientras pensaba en la fortuna que tenían al saber hablar distintos dialectos del árabe.
–¿Crees que habrá que evacuar antes la zona? Perderíamos tiempo, y encima eso podría alertarlos– intervino Tristan.
Damien negó.
–Ya se ha advertido a los turistas que no viajen a Oriente Medio. Se ha incluido en zona de riesgo. Si tenemos suerte la plaza principal estará vacía, y ahí será nuestro punto–
–¿Y qué? ¿Lo sabes todo?– cuestionó Michael con enfadó. –¿Por eso debes ser siempre el maldito jefe?– su mirada clara conectó la oscura de Damien, y los dos hombres se miraron en un claro reto.
El moreno evitó caer en la provocación. En momentos como ese necesitaban ser un equipo, no ponerse a discutir con imbéciles, así que lo más sensato que hizo fue ignorarlo. Sin embargo hubo algo en esa última mirada que compartieron, algo en la sonrisa que él mostró que hizo que experimentara una sensación desagradable en sus entrañas revolviéndoselas de manera torturante. No entendió a qué se debió, pero decidió que no podía tratarse de nada malo. Debían ser sólo imaginaciones suyas. Decidió seguir ignorándolo y concentrarse en lo importante.
–Antes de que salga el sol partiremos a batalla. Pero ahora busquen todos donde dormir unas cuantas horas–
Enseguida todos los soldados se dispusieron a recostarse sobre el suelo lodoso. Habían dormido en sitios peores, así que ninguno protestó.
Damien exhaló, y tomó asiento en una de las esquinas, y recargó la espalda mientras escuchaba una estúpida broma de Spencer acerca de que apagaran las luces. Se dispuso a ignorarlos, y dormir un poco, pero entonces algo sucedió, algo que le ahuyentó el sueño de inmediato: Los grandes y preciosos ojitos marrones de Ariana brillaron en su memoria.
Su esposa...
Cerraba los ojos, y la veía. Los abría y seguía mirándola.
El espejismo de esa pequeña hada mágica seguía atormentándolo ahí, a millones de kilómetros de distancia.
Su aroma... ¡Maldición! Incluso podía oler su aroma. Ese aroma a niña mujer que lo volvía más y más loco. Escuchaba su risa tan dulce, esa que le llegaba a Damien directito al alma. Su alegría, su bondad, su hermosura, su inocencia. Todo podía sentirlo tan cerca y tan lejos a la vez.
Ahí en medio de la noche, en un país que ni siquiera estaba cerca de ser el suyo, el soldado pensó en Ariana, y todo su ser suplicó por estar cerca de ella. De pronto los recuerdos de las dos veces que la había tenido entre sus brazos lo azotaron fuertemente, y su pecho se hizo estragos.
Se dio cuenta entonces de que ya no había ruido en la cueva, y supo que todos se habían quedado dormidos. Pensó de inmediato en que él debía hacer lo mismo, y alejar aquellos pensamientos de su mente pero ni por asomo lo logró.
No la olvidaría. Nunca podría olvidarla, descubrió.
Tampoco olvidaría la sensación de su perfecta piel pegada a la suya, la sedosidad de su cabello, su delicado y femenino cuerpo bajo el suyo. Imaginó de pronto que la tenía junto a él, que podía tomarla y saborear el néctar de sus labios, sentir los frenéticos latidos de su corazón. Pero enseguida se recordó que no era más que un espejismo.
Ariana estaba lejos... Muy lejos, y Damien no podía hacer nada por cambiar eso.
•••••
Un par de semanas después, el día de Acción de Gracias se llegó. Todas las familias americanas se prepararon para la gran cena, y la familia Keegan no fue la excepción.
Los trabajadores y las empleadas gozaron del día libre, y pudieron marcharse a sus hogares para celebrar con sus familiares.
Aquella mañana Meryl se encargó de preparar el exquisito pavo, la ensalada de patatas, una variedad muy extensa de pastas, y desde luego las respectivas guarniciones, y el infaltable pay de manzana.
Ariana y Jake fueron sus ayudantes estrellas, y al juzgar por el delicioso olor, todo había quedado de maravilla.
Cuando la tarde apareció todos se reunieron en la elegante sala de la casa, vistiendo sus mejores atuendos.
Jake se hizo el payaso colocándose una graciosa corbata que brillaba con lucecitas cuando la prendía. Meryl lució muy hermosa, y el Teniente pareció como un guapo actor de cine de las épocas doradas.
Ariana con su vestido de maternidad, el cabello suelto, un sencillo maquillaje del que no le gustaba abusar, y el enternecedor y redondeado vientre que sobresalía de su cintura, se llevó la admiración de todos esa tarde.
–Si me preguntan a mí, eres más bonita de lo que Damien pueda merecerse– opinó Jake sin pena alguna.
–Ari, estás divina, pero tú siempre lo estás– le sonrió Meryl.
El Teniente la miró con verdadero afecto. Admirando su tierna belleza, su dulzura, la inocencia brillando en todo su esplendor, la bondad, ese ángel, y lo condenadamente bonitos que eran sus ojos y su sonrisa.
>Ojalá Damien la estuviese mirando justo ahora< pensó. >Ojalá fuera capaz de ver el tesoro tan grande que tiene en ella... Lo afortunado que ha sido de haberse cruzado en su camino<
–Ariana, estoy muy feliz de que seas parte de mi familia. Has llegado a darle luz a este hogar. Y el año entrante será por partida doble porque estará con nosotros el nuevo integrante de los Keegan– su voz sonaba llena de orgullo y cariño.
–Eh, abuelo que yo también he llegado a darle luz a esta casa– exclamó Jake con celos fingidos.
Todos sonrieron.
–Tienes razón. El año pasado sólo estuvimos Meryl y yo porque al igual que hoy, Damien estaba de misión, y Jake y sus padres... bueno ellos pasaron el día en Milán si mal no recuerdo–
Jake asintió con tristeza.
–Justo ahora deben estar en Paris– suspiró.
Ariana intentó evitar a toda costa que el chico se deprimiera, y prontamente lo abrazó.
–Hey, pero no debes estar triste. Estoy segura de que el año entrante ellos estarán aquí contigo–
–¿De verdad crees eso?– le preguntó Jake con algo de ilusión en su mirada.
Ariana sonrió y le asintió.
–Si lo deseas con todas tus fuerzas así va a ser–
Jake cambió su expresión, y también mostró una sonrisa.
–No sé qué demonios tienes, Ari, pero siempre haces que las personas se sientan mejor–
–Eso es porque es una chica muy especial– combino el Teniente de inmediato, ocasionando que ella se sonrojara. –Y así como estarán Mark y Blake, y mi bisnieto, también estará Damien, ya lo verán–
Al evocar el nombre de su marido, el corazón de Ariana dio un vuelco muy fuerte.
>Por favor, cielo santo, que Damien esté bien, que esté a salvo< era la silenciosa plegaria que salía de su alma cada vez que pensaba en él.
Sabía que estaba vivo y entero, se lo había comunicado esa misma mañana el Comandante Crowe cuando llamó al Teniente. También le había informado que pronto volverían.
Su marido estaría de vuelta en las próximas veinticuatro horas, y eso hacía que el tiempo para Ariana avanzara más y más lento, sobre todo porque aún seguía existiendo el riesgo de que algo le pasara en aquellas horas que restaban.
>¡No! No lo permitas<
Él regresaría con bien, así lo creía.
Estaba contando cada segundo para volverlo a ver. Se moría porque eso ocurriera. El corazón le palpitaba de anhelo por tenerlo cerca de nuevo.
Exhaló.
En ese momento el timbre de la casa se escuchó, y Meryl prontamente se apresuró a abrir la puerta.
A los pocos segundos apareció en compañía de Gal, la invitada de la celebración.
–Buenas tardes a todos. Teniente muchas gracias por la invitación– lo saludó.
–Es un gusto recibirte aquí. Gal. Eres la esposa del mejor amigo de mi nieto, y juntos están en la frontera de Irak defendiendo a nuestro país. No podía permitir que pasaras este día sola. Mi casa es tu casa–
–Es usted un encanto...– se giró para saludar a los demás. –Hola, Jake, qué guapo estás poniéndote– el niño se sonrojó sin poder evitarlo. –Ari, ¿qué te digo? El embarazo te da un brillo que no sé cómo explicar. Estás radiante–
–Qué gusto que estés aquí, Gal– Ariana la quería muchísimo. Era una gran amiga para ella.
A los pocos instantes Meryl volvió a aparecer.
–La mesa se encuentra lista. Por favor no hagan que mi comida se enfríe–
El primero en salir corriendo fue Jake, quien se encontraba en pleno desarrollo y comía como un monstruo.
–¿Dejar enfriar tu comida, Meryl?– inquirió el Teniente. –Eso jamás–
Enseguida todos pasaron al elegante comedor, y con gran apetito empezaron a disfrutar del exquisito banquete mientras charlaban y reían alegremente.
En determinado momento el Teniente y Meryl se pusieron a discutir sobre quién sabía más sobre la cultura greca, algo gracioso, pues los abuelos de Meryl venían de Grecia. Jake fungió como el encargado de hacerles el quiz, y estuvieron entretenidos en eso un buen rato.
Gal sonrió por lo divertidos que eran en esa casa, pero luego cambió su expresión cuando vio que Ariana no estaba divirtiéndose tanto. Después la vio ponerse en pie, e ir rumbo a la cocina. Entonces la siguió.
–¿Qué ocurre, Ari? ¿Te sientes mal?– le preguntó.
Ariana negó de inmediato para despreocuparla.
–Estoy bien. No es nada– intentó sonreírle, pero Gal no se lo creyó del todo.
–Has tenido esa carita durante toda la cena, y no me digas que no es nada. Si te duele algo, dilo y te llevaremos al hospital o a donde haya un doctor trabajando en pleno Acción de Gracias–
–Te juro que no me duele nada. Me siento perfecta–
–¿Entonces por qué no estás sonriendo como eres habitualmente?–
Ariana se hundió de hombros como niña pequeña, y luego exhaló.
–¿Tú cómo lo logras?– preguntó sin más.
Gal frunció el ceño sin comprender.
–¿Lograr qué?–
–Estar tan tranquila sabiendo que tu esposo está en algún lugar en lo más recóndito del mundo, arriesgando su vida de mil maneras peligrosas–
Al comprenderlo Gal sonrió.
–Era eso– dijo para sí, y luego pensó en lo fascinante que resultaba aquel peculiar matrimonio. Enseguida se dispuso a responder su pregunta. –Porque sé que él está bien. Siempre antes de marcharse me promete que volverá, y yo le creo–
–Damien no me prometió a mí nada de eso– respondió, y eso la hizo temer.
–Pero lo hará, volverá. Te lo aseguro, linda. Ese hombre es duro de vencer, y no va a dejar que nada lo venza, sobre todo porque sabe que no puede dejarte sola. Vas a tener a su hijo, y sabe que tiene que regresar por ustedes– señaló el vientre crecido.
Ariana deseó con toda su alma que así fuera. Lo deseó más que nada. Fue el más grande anhelo de su corazón... Que Damien los amara a los dos, a ella y al bebé.
–¿Sabes?– volvió a sonreírle Gal. –Damien también está preocupado por ti–
–¿Por mí? ¿Pero qué podría ocurrirme a mí? Yo no estoy en medio de ninguna guerra–
–Bueno, él tiene otros motivos para preocuparse. Le preocupas mucho tú y tu embarazo–
–¿Él te lo dijo?–
Gal asintió.
–Cree que tendrás dificultades para dar a luz debido a que eres pequeña, pero le aseguré que todo saldrá bien, que eres fuerte y podrás con eso y más–
Ariana sonrió, pero no supo ni qué pensar.
La idea de Damien preocupándose por ella le llenó todos los sentidos, y la hizo feliz en muchas maneras.
Lo extrañó más que nunca.
Ojalá regresara pronto.
•••••
Habían vencido. Damien y toda la brigada americana no podían sentirse más satisfechos con ese hecho.
Habían conseguido detener miles de misiles que habían estado a punto de volar todo un país entero, y además habían logrado detener las amenazas que el estado islámico había soltado contra el consulado.
Aquello no quería decir que la guerra había acabado, pero al menos esa batalla la tenían ganada.
Aviones de lujo provenientes de Estados Unidos habían ido a recogerlos a la embajada para llevarlos de vuelta a sus hogares.
Todos se encontraban cansados, pero felices de volver a casa. Ahí a bordo habían degustado de un delicioso banquete en celebración del Día de Acción de Gracias, pero enseguida la mayoría se habían ido a descansar.
La zona de descanso consistía en un inmenso pasillo de espaciosos y bastante cómodos compartimientos con cama y televisión individuales para hacer del viaje de los soldados más placentero. Después de todo, se lo merecían.
Damien se encontraba ya en el suyo dispuesto a dormir durante las próximas horas de vuelo. Sin embargo no pudo hacerlo.
Colocó ambas manos bajo su cabeza, y luego miró hacia el techo del compartimiento que tenía a pocos metros de distancia.
Hacía ya varios días que había dejado de negárselo. Lo aceptaba. Aceptaba que la verdadera razón de su prisa por volver a Mission Bay era únicamente porque estaba ansioso de ver a Ariana.
Se preguntó que estaría haciendo en esos instantes, y pronto miró su reloj de pulsera. Se suponía que en esos instantes estaban volando cerca de España, así que por a la diferencia de horarios probablemente en Estados Unidos la noche estaría comenzando mientras que ahí faltaban unas cuantas horas para que amaneciera.
Supuso que estarían todos reunidos en la casa grande pasando la noche juntos en familia.
La imaginó sonriendo, ahí, tan preciosa como ella era, una belleza diminuta y embarazada. Toda ternura...
Él todavía no comprendía por qué se sentía de aquel modo cuando pensaba en ella o cuando la imaginaba. Por qué esa ansia y esa desesperación lo invadían hasta casi dejarlo paralizado. O por qué sentía que la necesitaba tanto...
>Porque la amas, pedazo de imbécil<
¿Qué carajo?
Frunció el entrecejo. No. No la amaba.
No era amor, pensó. Amor jamás.
Sólo la deseaba. Sí, la deseaba con un ardor que superaba cualquier pasión que hubiera podido sentir hasta entonces, nada más.
Pero... Cada vez que estaba cerca, cada vez que miraba sus ojos marrones, cada vez que la tocaba...
>No< negó de inmediato. >Deja de pensar estupideces, y duerme, Keegan<
Sin embargo a pesar de que consiguió dormir unas cuantas horas, no logró deshacerse del efecto que producía su esposa en todo su ser.
Durmió inquieto, y lo asaltaron diversas visiones... Visiones de Ariana caminando hacia él. Se acercaba lentamente, con sus ojitos brillantes fijos en los suyos, sonriéndole, hechizándolo... Pero no llegaba a él.
Ahí en sus sueños Damien la buscó mirando hacia todas partes. Comenzaba a entrar en pánico al no encontrarla, cuando de repente lo hizo.
–Pequeña traviesa– sonrió él mientras caminaba hacia ella. Con sus dos manos rodeó su cintura, y la acercó a su cuerpo lo más que pudo. Comenzó a acariciarla por todas partes, pero de pronto sintió algo pegajoso entre sus dedos... Era... ¿era sangre?
Entonces se despertó sobresaltado, dándose un fuerte golpe con el techo de su compartimiento.
–¡Joder! ¡Carajo!– gritó enfurecido, y ocasionó que unos cuantos de sus compañeros despertaran.
–¿Qué ocurre?– le preguntó Tristan totalmente adormecido.
Damien intentó tranquilizarse. Lo miró, y también miró a Josh desde su lugar, que esperaba una explicación de su parte por haber gritado de ese modo.
–Yo... yo... No puedo dormir–
–Oh, eso es genial– respondió Tristan con algo de humor y sarcasmo. –Pero te agradeceremos si al menos permaneces en silencio–
Damien asintió nervioso.
–Sí, claro. Lo lamento. Pero oye, antes de que te duermas... ¿Tienes alguna idea de cuánto falta para aterrizar en Florida?–
Tristan rió.
–¿Florida? Aterrizaremos en Washington, amigo. El Presidente nos ha invitado de nuevo a la Casa Blanca–
>Mierda...<
–¿Estás seguro? ¿Quién te lo ha dicho?–
–El Comandante mandó un fax, y luego se comunicó por los monitores. ¿Pues en qué has estado pensando, Keegan?– lo cuestionó.
Damien se quedó en silencio, y después negó.
–Eh... en nada– respondió.
–Bien, pues en ese caso ya duérmete, o intenta hacerlo. Los demás sí que estamos cansados–
Con pesar, Damien volvió a recostarse en su cama.
Iba a tardar en llegar a casa más de lo que había imaginado, y aquello lo hizo sentirse un tanto desesperado.
¿Por qué demonios había tenido esa pesadilla? ¿Qué coño significaba? ¿Estaría Ariana en peligro?
El pecho le palpitó como loco ante esos pensamientos. Cuando pensaba que su esposa corría algún peligro, se sentía como si lo atravesara un cuchillo.
No... no podía ser cierto. Aquella mujercita preciosa y delicada estaba en la hacienda, segura, resguardada de todo peligro.
>Ella está bien< intentó tranquilizarse a sí mismo, convencerse de ello.
Estaba alucinando. El hecho de no verla lo estaba volviendo loco, y esa era la única explicación.
Se metió a las colchas, dispuesto a seguir durmiendo, pero la sensación no desapareció.
Y lo peor del caso era que él conocía bien ese malestar. Era la premonición de una tragedia.
•••••
Cuando la cena de Acción de Gracias terminó, Gal se despidió de todos, y se marchó. Meryl comenzó a limpiar la mesa con la ayuda de Jake que ahora parecía ser un jovencito muy servicial, y mientras tanto el Teniente se acercó a Ariana para preguntarle si se encontraba bien.
–Sí, lo estoy– le sonrió ella levemente. –Es sólo que me siento un poco cansada. Iré a descansar–
–Me parece bien, linda. Tú y mi bisnieto necesitan recargar energías. Anda, sube–
Sin embargo Ariana titubeó un poco.
–Yo... yo quisiera regresarme a casa, Teniente–
–Pero estás en casa, Ari–
–Me refiero a la casa donde vivo con Damien. Donde están mi habitación y mis cosas–
–¿Hay algo en la habitación que te dimos aquí que te incomode? Porque si es así podemos solucionarlo cuanto antes–
Ariana negó.
–Todo aquí es muy lujoso y cómodo, y me encantó mi recámara, es sólo que... extraño dormir en mi verdadero hogar–
–Entiendo eso, pero... no lo sé– no parecía convencido. –Damien no está, y no me parece seguro que estés ahí sola alejada de nosotros–
–Sólo dormiré, por la mañana puedo volver. Por favor– se lo pidió. Y la razón por la que quería tanto volver a esa pequeña y acogedora casita era porque ahí se sentía más cerca de Damien.
–Le prometí a mi nieto que iba a cuidarte–
–Y lo ha hecho muy bien, pero no veo el peligro que puedo correr si paso esta noche sola en casa. Sólo serán unas horas, mañana amanecerá, y Damien estará de regreso–
El Teniente exhaló. Ariana tenía razón, pero aun así no le parecía buena idea.
–No está ninguno de mis trabajadores. ¿Quién irá a tu auxilio si algo malo llega a pasarte?–
Ariana sonrió.
–No me pasará nada. ¿Qué puede pasarme mientras duermo? Además cerraré puertas y ventanas con llave–
Era terca, y encima estaba mirando al Teniente con esos ojitos que tenía, y que hacía imposible que un hombre llegara a negarle algo.
Exhaló.
–De acuerdo, pero Meryl y Jake te acompañarán, y no se irán hasta que termines de cerrarlo todo–
Ariana sonrió llena de alegría, y sin más lo abrazó haciendo que bajara su cuello para plantarle un tierno beso en la mejilla.
El Teniente sonrió encantado.
Minutos más tarde, ya en casa, Ariana se despidió de Meryl y Jake que la habían acompañado hasta la puerta, y les deseó buenas noches.
Cerró, y se recargó en ella antes de subir a su habitación. Pensó entonces que en serio había extrañado estar ahí. Ese era su lugar, y lo amaba.
Con una sonrisa se dispuso a subir, sin embargo en el momento en que entró a su dormitorio, esa sonrisa que le había iluminado el rostro desapareció por completo.
Había un sujeto en su habitación, un sujeto encapuchado y con un arma en sus manos. Sonrió en cuanto la vio.
Y Ariana se quedó entonces más pálida que la grana. Paralizada. Reaccionó al poco instante. Dio un par de pasos hacia atrás, y después se giró dispuesta a huir por donde había entrado, sin embargo antes de que pudiese hacerlo un sujeto más que había estado justo detrás de ella, cerró la puerta, e impidió su escape.
Eran dos. Y la castaña no creyó realmente que aquello estuviese sucediendo. Cielo santo, hacía unos cuantos minutos había estado completamente a salvo en la casa grande. ¿Por qué ahora ocurría esto?
Lo primero que hizo fue pensar en su bebé, y de inmediato se rodeó el vientre de manera protectora.
–Eres más hermosa de lo que te describieron, es una lástima que ya tengas el bombo relleno–
El tipo hablaba inglés, pero aún en medio de su pánico Ariana alcanzó a darse cuenta de que su acento era extranjero.
–¿Q...qué es lo que quieren?– intentó mantener la calma pero estaba a punto de gritar horrorizada.
–Tranquila, amorcito. Sólo queremos dejarle un mensaje a ese hijo de puta con el que follas todas las noches–
Entonces los dos fueron por ella, y lo último que se escuchó en el medio de la noche fue el grito de Ariana.
•••••
Lo primero en lo que se fijó fue en que su camioneta no estaba. Miró a los alrededores aún en la negrura del anochecer, pero no la visualizó. Sin embargo no le dio mucha importancia. Supuso que Tim la había ocupado y la tenía en alguna otra parte de la hacienda.
Exhaló, y se dispuso a avanzar a casa. Estaba realmente cansado. Durante las horas de vuelo no había podido dormir más que unos cuantos momentos. Había tenido que convencer al piloto de que hiciera una escala en Miami, para que él pudiese bajar, pues ir a Washington estaba completamente descartado. Después había tardado eternidades en encontrar un maldito taxi nocturno que pudiese llevarlo hasta Mission Bay, y finalmente ahí estaba. Lo único malo era que a esas horas Ariana debía estar durmiendo en la casa grande, y él tendría que esperar hasta el amanecer para poder verla.
Intentó sentirse tranquilo de saber que ya estaba en la hacienda, sin embargo por más extraño que pareciera aquello no sucedió. Y a medida que se acercaba más y más a la puerta de su casa, la sensación, esa misma que lo había torturado en el avión, se hizo cada vez más densa y pesada, acompañada ahora de algo muy poco habitual en él: un puño de miedo que le apretaba las entrañas.
No se detuvo siquiera a pensar en nada, y sin perder más tiempo corrió para abrir. No parecía haber nada anormal con la manija de la puerta, así que en ese aspecto no se preocupó, sin embargo cuando entró no todo fue cómo esperaba.
Toda su sala estaba destrozada.
Frunció el ceño sin comprender por qué estaba encontrándose con ese desastre.
Entonces se encontró con una nota escrita en árabe. Y él supo lo que había ocurrido.
Terroristas... Terroristas en su propia casa.
De inmediato la tradujo.
Esto te ha pasado por ser tan imbécil, Damien Keegan. Por cierto, tu esposa es bellísima, mi amigo... Felicidades por la próxima llegada de tu hijo.
–No...– susurró su boca seca, y nunca antes fue capaz de sentir tanto miedo como en ese instante. Entonces los vio, vio los zapatos de Ariana ahí al pie de las escaleras. Unos bonitos Vans blancos que usualmente se ponía con sus vestidos floreados. Ella solía dejarlos ahí y subir descalza, pero lo hacía únicamente cuando... ¡Oh, joder! Cuando iba a dormir.
¿Ariana estaba ahí?
Damien abrió sus ojos con terror, y rezó porque estuviera equivocado, sin embargo mientras subía a zancadas los escalones tuvo la horrible visión de su esposa desangrándose en las habitaciones.
¡Mierda, no!
–¡Noooo!– gritó y la nube de miedo volvió a envolverlo. Lleno de angustia entró directo a la habitación de ella, y lo que encontró lo hizo casi caerse de rodillas completamente debilitado.
Ariana... Su Ariana estaba ahí, en el suelo, herida, o posiblemente muerta.
–¡Ah santo cielo, noooooo!– volvió a gritar. Nunca antes había sentido tal temor, tal dolor, tal desesperación. No se comparaba ni siquiera un poco al asalto en Joey's. –¡Mierda, nooo!–
Eso no estaba pasando. No, no podía estar pasando.
Corrió hacia ella, su delicada figura inerte. La tomó entre sus brazos y la acercó a él todo lo que fue posible.
Respiraba... Fue lo primero que notó, y nunca en toda su maldita vida, recordó haberse sentido tan aliviado. Y lo mismo sucedió cuando descubrió que estaba enterita, sin un solo rasguño, ninguna herida burbujeante de sangre, ni nada de eso. ¿Pero entonces...?
–¡Ariana!– Damien comenzó a llamarla histérico. Tomó su carita, y comenzó a moverla, pero ella no reaccionó. –¡Ariana, despierta, maldición!– de inmediato comprobó sus ojos, y al abrirlos notó que los tenía dilatados.
El descubrimiento lo dejó congelado, y después la irá colapsó en todo su interior como nunca nada más lo había hecho.
Él era malditamente bueno en la detección de drogas, y cerró los ojos intentando no derrumbarse cuando descubrió lo que descubrió.
Habían drogado a Ariana. ¡Maldita sea! Tenía que ser otra pesadilla. Tenía que serlo.
–¿Da...Damien?– ella comenzó a reaccionar, pero aquello no hacía nada contra el efecto que surtían las sustancias que le habían suministrado. Empezó a llorar porque estaba asustada y no comprendía lo que ocurría. –¿Vo...volviste?– incluso en esas circunstancias su voz sonaba a pura dulzura. Y estaba tan débil que luchaba por abrir los ojos, aunque sin conseguirlo.
De inmediato Damien recuperó el control. No podía enloquecer, no en ese momento porque su esposa lo necesitaba. De inmediato la cargó para levantarla alarmado al darse cuenta de lo poco que pesaba incluso con sus siete meses de embarazo.
–Aquí estoy, nena– le susurró poniendo un beso en su frente húmeda mientras ella temblaba en sus brazos. Damien aguantó las lágrimas que ahogaron sus iris negras. –Vas a estar bien, te lo juro... Te lo juro, Ariana. He vuelto, y no dejaré que nada malo te ocurra– entonces salió con ella bajo la protección de su fuerza, bien acurrucada en el inmenso y cálido pecho del soldado, y con la promesa de que ahora estaba a salvo.
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