Capítulo 20
Con el pasar de las semanas, Damien se encontraba ya completamente recuperado, sin embargo volver a los entrenamientos en la Base Militar fue algo que sin duda le costó muchísimo.
Los ejercicios de rehabilitación fueron más dolorosos de lo que había esperado. Dichos ejercicios lo habían hecho sudar, maldecir y gruñir de dolor, pero tal y cómo había dicho el médico, eran altamente necesarios si es que pretendía regresar a la acción que conllevaba ser un soldado. Apesar de que le causaban gran molestia, él jamás había desistido, y había cumplido con todos y cada uno de ellos.
Aquella mañana así lo hizo, y el doctor lo felicitó. Mientras Damien mantenía en su mente la imagen de su preciosa esposa. Había adquirido el hábito de pensar en ella para darse ánimos cuando se sentía muy mal, y en ese momento no fue la excepción.
Al finalizar la sesión, se encontraba ya exhausto y empapado en sudor.
–Tu avance ha sido espectacular, muchacho, no se podía esperar menos de ti. Como bien dijeron las pruebas, eres un ser humano con un cuerpo extraordinario–
Lo que el doctor Williams decía no eran simples adulaciones. Hacía ya algunos meses, al iniciar el año, en que Damien había sido sometido a diversos exámenes físicos y pruebas de alto rendimientos en los que expertos en medicina deportiva habían descubierto que poseía habilidades, fuerza y destreza que no podían ser normales en un hombre común, aunque claro, Damien Keegan no tenía nada de común. A sus veintitrés años él era fortaleza, rapidez, agilidad, incluso una vista perfecta y una coordinación increíble, una altura envidiable y un peso asombroso en pura masa muscular. Lo habían descrito como una «obra maestra de la biología», e incluso lo habían invitado a aparecer en la portada de una famosa revista de salud masculina. Él se había negado rotundamente.
–Mañana mismo podrás reincorporarte con tus compañeros, Damien. Estás completamente dado de alta, y listo para regresar a la batalla–
Aquello fue una gran noticia para el soldado que ya había comenzado a exasperarse por su sedentarismo. Además aquello significaba que también podía volver al trabajo en la hacienda.
–Al fin– exclamó contento.
–No vayas a correr prisa en volver a accidentarte, muchacho–
Damien negó.
–Claro que no. Tendré cuidado–
Williams sonrió.
–Con tu profesión de militar todo es probable o improbable, pero cuando estés en modo vaquero, sé más cuidadoso–
–Lo seré, doc– consintió Damien.
–Bien, puedes irte. Por mi parte yo iré a informarle a Crowe que has sido dado de alta esta mañana–
Ambos hombres se despidieron con un saludo militar, y enseguida el joven salió del consultorio.
A la salida se encontró con sus compañeros que aparentemente venían de un pesado entrenamiento en el campo.
–¡Keegan!– lo saludaron todos emocionados.
Aunque Damien fuese muy frío e indiferente con ellos, eso no quitaba lo mucho que lo estimaban y admiraban.
–¿Qué tal, chicos?– murmuró.
–Haces falta aquí, hombre– exclamó Spencer.
–Sí, no es lo mismo sin ti, viejo– le secundó Adam.
–Pero ya te ves muy recuperado. ¿Cuándo te darán permiso de volver?– preguntó Tristan.
–Mañana– respondió Damien, y todos los chicos se alegraron de la respuesta, menos uno de ellos...
Michael.
–No sé por qué le hacen tanta fiesta a este... sujeto–
–Porque es el mejor– le respondió Spencer a la defensiva.
Ninguno de ellos quería a Michael, y por el contrario adoraban a Damien.
–No pierdas saliva con semejante imbécil, Boldman– dijo la voz dura del joven soldado Damien.
El rubio lo miró con rabia.
–Eres un maldito engreído, Keegan–
–No me provoques, Murray– advirtió.
–Es una lástima que mañana tengas que volver. Deberías quedarte mejor en casa jugando al rancherito, aunque tampoco seas tan bueno en eso– sonrió burlón.
Damien enfureció, y estuvo a punto de abalanzarse sobre su compañero, pero Tristan y Bob lo detuvieron, haciendo que mantuviera el control.
Fijó una mirada firme y amenazante en Michael. Sin más se largó de ahí para evitar caer en más provocaciones.
Nunca había entendido cuándo o cómo había surgido esa rivalidad, pero si mal no recordaba siempre había estado ahí. La mayor parte del tiempo Damien solía ignorarlo porque no le gustaba perder tiempo en estupideces como esas, pero a veces ese idiota se pasaba de la raya, y lo único que le hacía desear era partirle la cara.
Al entrar a su camioneta exhaló y se olvidó de él. Realmente no merecía la pena. Encendió el motor, y pronto se marchó de vuelta a Misision Bay.
Al día siguiente volvería, y eso lo tenía muy contento.
•••••
Cuando Damien llegó a la hacienda, lo primero con lo que se encontró fue con Ariana en el patio, y al parecer buscaba a alguien.
Se vio tentado a pasarse de largo sin dirigirle la palabra como a veces solía hacer, sin embargo fue más grande su curiosidad. Además quería asegurarse de que no estuviese buscando a Shawn. Sabía que era ridículo, pero detestaba la idea de que algún día ella fuese a enamorarse de él.
–¿A quién buscas?– preguntó.
–A Tim. Necesito que me lleve a Joey's. Tengo que hacer unas compras–
Damien frunció el ceño, y recordó entonces a Tad el hijo del dueño intentando cortejarla, y enfureció.
Ariana no iba a regresar a ese lugar sola nunca más.
–Sube a la camioneta. Yo te llevaré– dijo sin más.
Ella parpadeó sorprendida, pero enseguida se repuso, y obedeció.
Debido a su pequeña pancita ahora le resultaba un poco más difícil intentar subir a aquella monstruosa camioneta.
Damien que lo había notado, se ocupó de inmediato de ayudarla.
–Gracias– murmuró la castaña, y se fijó en que ya estaba completamente recuperado del incidente de hacía unas cuantas semanas.
–De nada– respondió él secamente. Después entró también, y arrancó.
El establecimiento de Joey no estaba muy lejos, así que llegaron en menos de cinco minutos.
De igual manera Damien la ayudó a bajar, y de nuevo Ariana se sorprendió cuando vio que él la acompañaría.
Al entrar ella tomó una pequeña canasta para meter los artículos que llevaría. Su champú de siempre con aroma floral, una bolsa de granos de café, no para ella, sino para Damien que tomaba cada mañana religiosamente un par de tazas, las latas de judías que Meryl le había pedido, y una bolsa de patatas fritas que se le antojaron a ella en ese instante, algo sumamente raro pues comúnmente no solía comer ese tipo de chatarra. Al parecer comenzaban los antojos de los que había hablado la doctora Sarandon.
–Buenas tardes, señor Keegan– escuchó Ariana que decía el chico que atendía el mostrador. El mismo que había intentado jugar al conquistador con ella hacía un mes. Sin embargo su actitud en esos instantes estaba siendo completamente diferente. Se dirigía a Damien con total respeto, y cuando la saludó a ella, procuró en todo momento mantener sus ojos en otra dirección.
Ariana casi sonrió por lo gracioso de la escena, pero se mantuvo seria y discreta mientras se formaba a la fila para pagar.
En ese instante dos sujetos con chaquetas negras entraron al establecimiento, pero nadie pareció prestarles mucha atención.
La atención de Ariana se encontraba en otra parte cuando se dio cuenta de que dichos sujetos se habían acercado al mostrador e intercambiaban unas cuantas palabras con el chico.
Y después, todo sucedió como a cámara lenta, y por el contrario, Damien se movió tan rápido que ella apenas lo vio.
Dio una patada, y algo salió volando al otro lado del local...
Una pistola.
Uno de esos sujetos había introducido una pistola con toda la intención de asaltar, pero en menos de un segundo Damien había conseguido desarmarlo, poniendo el arma fuera de su alcance, antes de que Ariana se diera cuenta siquiera.
–¡Sal de aquí!– le gritó a su esposa mientras tiraba al suelo de un golpe a uno de los hombres, haciendo que el otro tropezara con él.
El primero estaba aturdido, pero el segundo se alejó a rastras, intentando recuperar la pistola perdida. Ariana podía verla, reluciente y mortífera, en el suelo, delante de la máquina expendedora de malteadas.
–¡Maldita sea, Ariana! ¡Vete!– volvió a gritar Damien mientras agarraba al segundo sujeto por la chaqueta.
Ariana se dio cuenta entonces de que estaba hablándole a ella. Quería que se pusiera a salvo, pero no fue capaz de reaccionar todavía.
En ese momento un expositor de galletas cayó al suelo con estrépito mientras el hombre luchaba por escapar de Damien, e intentaba alcanzar la pistola.
Ella siguió observando la escena, congelada por el miedo mientras su esposo continuaba agarrando a aquel hombre sin pararse un instante cuando lanzó una patada a la espalda del otro, que volvió a caer al suelo con un golpe seco.
No había normas, ni cortesías, y tampoco tiempos muertos en aquella pelea. Damien golpeaba la cabeza del hombre de la pistola contra el suelo mientras éste seguía lanzándole golpes. Codos, rodillas, manos, pies, todo le servía para golpear. No había modo de parar al soldado. Siempre volvía a arremeter.
La expresión de su cara lo había transformado, y sus ojos brillaban con una luz impía. Parecía más una bestia que un hombre. Tenía los labios replegados en una aterradora mueca de rabia.
Apartó la pistola con el pie al tiempo que lanzaba al hombre violentamente en dirección contraria. Cajas de ganchitos estallaron por todas partes cuando se abalanzó sobre él y lo golpeó una y otra vez, hasta que no quedó duda de que no iba a levantarse. Al menos, de momento. Sin embargo aún así Damien se acercó rápidamente al arma para quitarle las balas, luego, completamente agitado y con el sudor resbalando por sus sienes, la miró, miró a su esposa.
Ariana estuvo a punto de derrumbarse de alivio. Damien estaba a salvo. Ella no iba a tener que ver cómo lo acribillaban a balazos.
¡Cielo santo!
Las miradas de ambos destellaron, pero antes de que pudiesen decirse algo, se escucharon las sirenas de la policía a lo lejos. El hijo de Joey había hecho sonar la alarma al empezar la pelea.
Afuera, en el aparcamiento, el coche que aguardaba arrancó con un chirrido de neumáticos.
Prontamente el soldado se acercó a ella, y la tomó de los delgados brazos intentando asegurarse de que estaba sana y salva.
–¿Estás bien?– le preguntó aún alterado.
Ariana asintió, todavía estaba un poco en shock.
–¡Joder!– escuchó entonces la voz furiosa de Damien. –¡La próxima vez que te dé una orden, cúmplela, maldita sea!– su pecho subía y bajaba mientras intentaba tomar suficiente aire. Le sangraba el labio, pero no parecía darse cuenta.
–Estoy bien– la escuchó responder.
Él negó.
–¡Pero pudieron haberte hecho algo, maldición! ¡Estaban armados! Y si ese de ahí...– señaló al que le había presentado más batalla. –...hubiera logrado recuperar su pistola, puedes estar segura de que la habría usado, y estando embarazada, resultas ser el blanco perfecto– cerró los ojos, y se estremeció. Intentó tranquilizarse recordándose que todo había pasado. Se alejó pronto de ella, y dejó la pistola descargada sobre el mostrador.
Ariana permanecía todavía sorprendida, y más aún al verlo de ese modo. Nunca lo había visto así. Estaba más furioso que nunca, con ella.
–Damien...– lo llamó, y él se detuvo. Se giró para mirarla.
–¿Qué?–
–No podía irme sin ti– susurró, y aquellas palabras llegaron justo al pecho del soldado.
–¿Keegan?– lo llamó el Comisario que recién llegaba.
Damien y Ariana se miraron unos cuantos segundos más, y después él se encaminó hacia ellos que interrogaban a un Tad bastante pálido y horrorizado.
–Nos ha dicho el hijo de Joey que has sido el héroe de esta tarde, Keegan. Bien hecho, soldado– lo felicitó el Comisario Lange.
–No me agradezca. Sólo hice lo que tenía que hacer– proteger a su esposa, había sido su principal motivación, pero no iba a decirlo.
Los policías lo miraron con admiración, y entonces Tad se acercó a él con total agradecimiento.
–Muchas gracias, Damien–
–Estamos bien, Tad. Lamento los destrozos a tu tienda–
–Descuida, no deben ser de más de veinticinco dólares, en cambio has impedido que esos dos se llevaran toda la ganancia de este día–
En ese instante todos observaron cómo los dos ladrones eran puestos en pie para después ser esposados y conducidos hacia la patrulla de afuera.
–Voy a necesitar que vengan conmigo a la comisaría a declarar– dijo el Comisario llamando su atención.
Tad asintió, y pronto se encaminó.
–Cerraré y le avisaré a mis padres para que vengan conmigo– corrió a su casa que se encontraba ahí junto.
–No tengo ningún problema en ir a declarar, pero no puedo decir lo mismo de mi esposa– le dijo Damien al comisario. No estaba preguntándole, sino informándole. –Está embarazada y se ha llevado un gran susto. Preferiría llevarla a casa para que descanse. Creo que con mi declaración, la de Tad y la de estas personas, no hará falta la de ella–
El Comisario estuvo a punto de replicar, pero a los pocos segundos cedió. Conocía a Damien, y sabía que con él no era aconsejable discutir.
–Claro, Keegan. Lleva a tu mujer a casa, y después alcánzanos en la comisaría– palmeó su hombro, y pronto se alejó.
Damien exhaló, y volvió de nuevo con Ariana. Ella seguía justo donde la había dejado minutos antes.
–Marchémonos– le dijo seriamente.
Ariana lo miró sin comprender.
–¿Pero no es necesario que vayamos a declarar?– preguntó.
–Yo iré. Tú necesitas descanso después de todo esto–
–Pero no me ocurrió nada, Damien. Me siento perfectamente– replicó.
–Pero pudo haberte ocurrido–
–Pero no fue así–
Damien cerró los ojos, irritado.
¡Maldición!
Qué terca que era. Parecía intacta, y nada asustada a como en realidad debería estar.
En cambio él estaba que se desmoronaba por dentro. Tenía aún los nervios de punta, y el corazón seguía palpitándole sin parar. Nunca había conocido un miedo comparable a la punzada de terror que lo había atravesado al ver aquel revólver. ¡Joder! Había tenido una décima de segundo para decidir lo que debía hacer, y en esa fracción, por primera vez en su vida, ese miedo había estado a punto de paralizarlo.
La pelea no había durado más de tres minutos, pero habían sido tres minutos infernales. Ariana había estado ahí parada, mirándolo. Ni siquiera había intentado cubrirse. Se había quedado expuesta, donde hubieran podido derribarla o acribillarla si aquel malnacido hubiese logrado recuperar su pistola.
Damien había tardado el doble de lo que debería en reducir al enemigo y hacerse con el arma. El terror de que su esposa resultara herida o muriera se había interpuesto en su camino. Por eso estaba tan furioso con ella, y por eso le había gritado cuando lo que en verdad había querido hacer era estrecharla entre sus brazos y besarla.
–Por favor no discutas conmigo, Ariana. Mis manos aún tiemblan por el terror a que resultaras herida–
La castaña lo miró fijamente dándose cuenta maravillada de que era cierto lo que él decía. Parecía muy angustiado, y todo por ella, porque se había preocupado por ella. Le importaba.
Se quedó sin respiración, y deseó que el rubor de sus mejillas no fuese a ser tan evidente. Cambió el tema de inmediato.
–De acuerdo, ¿pero qué se supone que debo hacer con esto?– le mostró la canasta donde llevaba los artículos que no había tenido oportunidad de pagar. –En serio necesito todo–
Damien miró todo lo que había dentro memorizándolo sin dificultad.
–Llévalo. En la comisaría le pagaré a Joey–
Ella asintió, y enseguida salieron del establecimiento.
El soldado no tardó mucho en llegar a la hacienda. Ayudó a que Ariana bajara de la camioneta, y aunque sonara ridículo, no se marchó hasta que no la vio entrar a la casa. Después dio reversa, y se dispuso a conducir hacia la comisaría de Palm Beach.
•••••
Cuando entró, Ariana se recargó en la puerta, y exhaló.
No podía negar que todavía se encontraba dentro de un pequeñísimo estado de conmoción.
Le costaba creer que en verdad había presenciado el intento de un atracón, y que Damien había logrado detenerla.
¡Cielo santo!
Él había estado tan enfadado con ella por no haber corrido a ponerse a salvo, pero lo que sí marido no sabía era que se había sentido horrorizada ante la posibilidad de que esos delincuentes lo mataran.
Comprendía ahora que todo aquello había sido pan comido para aquel apuesto soldado.
Sonrió entonces sintiéndose estúpidamente orgullosa de él, de su fortaleza y de su valentía. Era un hombre increíble, y la había protegido.
Ariana se sentía como si lo hubiese visto escalar un peñón, luchar con un dragón, derrotar a un maestro del combate y atraparla con su peso, su aroma y su musculoso cuerpo.
En la tienda de Joye había tenido que mirar hacia otro lado, porque había estado a punto de hacer una estupidez, como besarlo. ¡Y por todos los cielos! ¡Había deseado tanto besarlo!
Podía imaginarlo ahora, implacable en la batalla.
Alto, moreno, viril...
Cerró los ojos intentando controlarse.
Sus hormonas estaban últimamente bastante descontroladas, y el hecho de que su esposo fuese tan... tan hombre no estaba ayudándola en nada.
Decidió que debía olvidarse de lo ocurrido. Gracias al cielo nada grave había sucedido. Ella estaba ya en casa, y Damien pronto regresaría.
Caminó entonces hasta la sala, y tomó asiento en el sofá. Pensó en ir a la casa grande, y pasar el resto de la tarde con Meryl, contarle todo lo que había pasado, pero de poco en poco el sueño la fue venciendo...
Últimamente dormía mucho más, y se quedaba dormida a todas horas.
•••••
Los toquidos de la puerta la despertaron media hora después.
Cuando despertó por completo Ariana se dijo que no podía ser Damien porque él llevaba sus propias llaves. Pensó en que tal vez podría ser Meryl o incluso el Teniente, así que con rapidez corrió a abrir. Nunca miraba por la mirilla porque no alcanzaba debido a su altura.
Se quedó helada, y el alma cayó a sus pies cuando vio a su tío Charlie de pie frente a su puerta.
–Hola, Arianita. ¿No vas a invitarme a pasar?– sonreía y la miraba malignamente.
La primera reacción al recordarse que estaba sola en casa, fue cerrar la puerta de un tirón, sin embargo su tío fue más veloz, y se lo impidió.
–¿Pensabas azotarme la puerta en las narices? ¿A mí, que soy el tío que más te quiere?– hizo su entrada en la casa, y tras de él, cerró la puerta.
Afuera, Ariana escuchó los ladridos de perro que se acercaron estruendosamente hasta topar con la puerta cerrada. Rambo estaba ahí afuera desesperado por entrar.
>Te tardaste, Rambo< sollozó mentalmente, pero enseguida rezó para que alguien lo viera e intuyera que algo malo ocurría dentro de la casa.
–Da...Damien está arriba– mintió ella, pues fue lo primero que se le ocurrió para protegerse. Sabía que su tío le temía a Damien.
Charlie agrandó su sonrisa.
–¿Me crees imbécil? Acabo de verlo en Palm Beach acompañado del Comisario de Mission Bay, parecían muy ocupados. Supuse que estarías aquí solita, y quise venir a hacerte compañía– la maldad fue evidente en su tono de voz, en su expresión, en su postura.
–¿A qué has venido?–
Era increíble que ese asqueroso y detestable hombre no respetara su estado de embarazo, y continuara mirándola tan depravadamente.
–Ya te lo dije. No quiero que pases la tarde entera solita. Estás embarazada, y alguien debe cuidarte. Por cierto, ya comienza a notarse y aún así te ves caliente–
Ariana se cubrió el vientre, intentando de manera inconsciente proteger al niño.
–No estoy sola. Aquí en la hacienda hay muchas personas. En cualquier momento vendrá alguien– intentó sonar firme y valiente, pero valentía era lo último que sentía. Sabía que si su tío Charlie se había atrevido a ir hasta ahí no debía ser para nada bueno.
Las náuseas la embargaron. El asco y el terror que le producía ese hombre eran difíciles de tolerar.
–¿Pero qué hay de malo en que haya venido a visitar a mi sobrina favorita? En casa te extrañamos mucho, ¿sabes? Haces mucha falta, amorcito, vaya que sí. Al menos yo te extraño– se acercó un paso, y Ariana retrocedió.
Charlie sonrió, entonces decidió dejar de jugar, y fue directo por ella...
•••••
Damien estacionó la camioneta en la entrada de la hacienda, y antes de bajar de ella, cerró los ojos con cansancio.
Lo ocurrido en Joey's lo había dejado exhausto mentalmente, y encima todo el asunto de declarar. Al parecer no era el primer asalto ni en Mission Bay, ni en Boca Ratón, y debido a ello había tenido que ir a la delegación de la ciudad para hacer una denuncia formal.
Damien esperaba que esas malditas sanguijuelas pagaran por todas sus fechorías, principalmente por haber sido una amenaza para la vida de Ariana.
Exhaló, y sin más inició su camino directo a su casa.
A mitad de camino pudo percatarse de algo que sin duda le pareció bastante extraño.
Rambo estaba afúrico, golpeaba la puerta cerrada, ladraba como loco y se movía de un lado a otro; y en menos de un segundo el cerebro de Damien comprendió lo que ocurría...
«Peligro»
Ariana corría peligro dentro de la casa, y Rambo lo sabía.
Sus piernas reaccionaron al instante, y de inmediato se movilizaron. El pechó le palpitó de desespero, y su sangre hirvió. Y mientras corría la sensación de terror que había sentido esa tarde en el establecimiento regresó.
•••••
–Tranquila, Arianita. No hace falta que grites ni que llores, primor–
Charlie la mantenía atrapada entre su cuerpo y la pared, con ambas manos a cada lado de su cabeza. No estaba tocándola, pero el simple hecho de tenerlo tan cerca bastaba para hacerla sentir aterrorizada.
–Aléjate- sollozó ella, y el repugnante aliento la hizo girar la mirada y cerrarla con pánico.
–Shhhhhh. ¿Por qué lloras? No estoy haciéndote nada, ¿o sí?– se alejó entonces dos pasos, y alzó las manos en señal de paz. –Como dije, sólo vine a visitarte. Nunca intentaría nada aquí, en casa de tu flamante esposo. Sé esperar, y esperaré ansioso a que vuelvas a casa, estaré esperándote con los brazos bien abiertos, lindura–
Ariana lo odiaba, lo odiaba muchísimo. El miedo que le tenía la paralizaba, y la dejaba indefensa. La promesa que había salido de su boca la tenía ahora presa de la desesperación.
Rezó entonces para que algo ocurriera, para que algo hiciera que ese hombre se alejara para siempre de su vida.
No supo entonces si sus rezos habían sido escuchados, pero en ese momento la puerta se abrió estruendosamente, y pudo divisar entonces a Damien que la había abierto con una patada, y entraba ahora como endemoniado a la casa, junto con Rambo que parecía igual de furioso.
El animalito corrió y se prendió de la pantorrilla de Charlie.
–¡Quítenme a este maldito peludo!– gritó el hombre intentando zafarse, pero sin lograrlo.
Damien se quedó ahí de pie, y observó... ¡Oh, mierda! Observó las lágrimas de terror en la preciosa y delicada carita de Ariana, y también su mirada de alivio al verlo.
No hizo falta nada más para él.
Los profundos deseos de matar lo embargaron. Se sintió de pronto más destructor que nunca.
¡Joder! Que el cielo se apiadase de Charlie Sheen porque él no iba a tener piedad alguna.
–¡Cabrón hijo de puta! ¡¿Cómo te atreves a entrar a mi casa, e intentar hacerle daño a mi esposa?!– avanzó hacia el hombre a paso decidido, con la ira brillando en la oscuridad de sus ojos.
Por el contrario, el temor y la cobardía brillaron en los de Charlie.
–¿Qué?– intentó hacerse el inocente. –Pe...pero si yo sólo vine a visitarlos... ¡Somos familia!–
Pero esta vez el soldado no estaba dispuesto a escuchar nada. Lo tomó del cuello de su camisa, y le propinó un puñetazo que sin duda debió fracturarle la quijada al instante.
–¡Cuando termine contigo desearás estar muerto, infeliz!–
El golpe había ocasionado que Charlie cayera al suelo con la nariz ensangrentada. Pero antes de que intentara siquiera ponerse en pie, Damien fue por él, y lo estampó contra la pared.
Ariana lloraba completamente asustada, y sus sollozos se mesclaban con los altísimos ladridos de Rambo que al igual que su amo parecía fuera de control.
Ver a su marido de nuevo peleándose a golpes hizo que Ariana gritara de desesperación.
–¡Damien, no!– su tío Charlie no le importaba en lo más mínimo, pero no deseaba que Damien fuese a matarlo, eso lo hundiría, estaba segura de que tía Penélope se encargaría de ello. Lo que fuera con tal de vengarse y sacar dinero. –¡Damien, detente, por favor!–
Pero el moreno estaba más enfurecido que nunca, y muy dispuesto a matar, estaba fuera de sí mientras machacaba con sus puños la cara de aquel pervertido.
Pronto giraron, y en un breve descuido, Charlie logró ponerse en pie, pero Damien todavía no estaba dispuesto a dejarlo ir.
–¡Te mataré, imbécil!– ya no había control alguno.
Ese sujeto había intentado hacerle daño a Ariana, y eso era algo que no podía soportar, algo que hacía que su sangre hirviera. La determinación de protegerla era incluso más fuerte que él.
–¡Damien, déjalo por favor!– se atravesó entonces la carita suplicante de esa preciosa hada mágica que tenía por esposa, y aquella fue suficiente distracción.
Distracción que Charlie aprovechó para salir huyendo.
Damien se vio tentado a ir tras él, y acabarlo, pero fue más fuerte el anhelo de su pecho, y de inmediato se acercó a Ariana. Le tomó el delicado mentón con sus dedos, y con la otra mano limpió sus lágrimas.
Ella seguía temblando, pero ahora de alivio. Gracias al cielo Damien había llegado. Su héroe. Lo miró, y se dio cuenta de que él también temblaba, pero de simple y pura violencia. Supo que estaba conteniéndose.
–¿Qué fue lo que te hizo ese degenerado?– lo escuchó preguntar. Damien ni siquiera había preguntado antes, tan solo había atacado porque así se lo había ordenado su instinto. Sólo rogaba porque no hubiese sido demasiado tarde. De otro modo, iba a enloquecer. –¿Te tocó? ¿Ese maldito alcanzó a tocarte?–
Ya más tranquila, Ariana negó.
–No...– susurró.
El alivio para su marido fue inmediato, sin embargo aquello no acababa ahí.
–¿Ha intentado tocarte antes?–
Ariana asintió, y la respuesta le hizo trizas el pecho a Damien. Pronto la condujo al sofá, y se arrodillo frente a ella.
¡Maldición! Lo sabía. Lo había intuido desde meses atrás. Por eso siempre se ponía tan nerviosa cuando aquel desgraciado estaba cerca. ¡Mierda! Lo había visto incluso el día de su boda.
–¿Cuánto tiempo lleva acosándote de este modo?–
Desde que le habían crecido los pechos, y había comenzado a convertirse en señorita.
–Hace un par de años, tal vez tres–
–¿Por qué no lo acusaste?–
–Tía Penélope no iba a creerme jamás. Lo adora, y en cambio a mí me detesta–
Damien intentó no enfurecer más, pero no lo consiguió. Automáticamente esa mujer, que para empezar nunca le había agradado, se ganó también su total desprecio.
–¿Todo quedó en intentos?–
Los dos se miraron fijamente. Él y ella sabían que Ariana había sido virgen hasta antes de su noche juntos en el baño del bar, pero después de aquello había transcurrido tiempo.
–Yo... yo no lo esperé...–
La contestación confundió a Damien.
–¿A qué te refieres con que no lo esperaste, Ariana?–
–Él me quería sólo porque era virgen... Pero como ya no lo soy, ahora quiere vengarse de mí– sollozó.
Damien se quedó paralizado.
–¿La noche en que nosotros...?–
Ni siquiera terminó de hacer la pregunta. Ariana asintió. Tenía que decírselo, la necesidad fue más fuerte.
–Yo necesitaba deshacerme de mi virginidad para que él me dejara en paz, por eso tuve sexo contigo... Lo lamento mucho, Damien, yo no deseaba quedar embarazada, eso fue un accidente–
La confesión continuó conmocionando a Damien, y luego hizo que la sangre volviera a hervirle, y la ira le recorriera las venas como veneno letal cuando lo comprendió todo, absolutamente todo.
–Por favor ayúdame, no quiero volver con ellos cuando nazca mi bebé, porque me harán pagar por todo, y también a él. No tengo a nadie más que pueda ayudarme–
Damien sintió de nuevo ese dolor en su interior. Miró la cara de Ariana, inocencia en todo su esplendor fue lo que encontró en sus preciosas facciones, combinada con esa expresión de terror, y las lágrimas, e involuntariamente apretó los puños. De inmediato se puso en pie con la decisión que acababa de tomar, latiendo en su cerebro.
–Enciérrate, y no abras a nadie. Rambo te cuidará– confiaba lo suficiente en su perro para decir eso. –Yo no tardaré– sin decir más, Damien salió de la casa.
Ariana se quedó entonces muy angustiada.
¿Qué pretendía hacer Damien?
•••••
Victoria corrió a abrir cuando escuchó los violentos toquidos en la puerta.
–¡Ya voy!– gritó molesta, pero su expresión cambió al instante cuando se encontró con Damien ahí.
Sin embargo él ni siquiera la miró, sino que se pasó de largo entrando a la casa sin ninguna invitación.
–¡¿Dónde está?!– gritó furioso. –¡Díganle a ese gusano que no se esconda!–
–¿Qué son esos gritos?– apareció Penélope queriendo saber, y cuando vio al marido de su sobrina, se quedó sorprendida, y también confundida. –¿Qué ocurre?–
–¿Dónde está ese cabrón de Charlie?– cuestionó furioso.
–Papá salió temprano y no ha vuelto– respondió Victoria.
–¿Por qué quiere saber? ¿Para qué lo busca?– cuestionó Penélope con absoluta desconfianza.
Damien tenía cero tolerancia en esos momentos, y no se contuvo ni siquiera un poco.
–Bien, cuando vuelva quiero que le den un recado de mi parte... Adviértanle a ese hijo de puta que si vuelve a acercarse a mi mujer le cortaré las bolas y haré que se las trague–
–¿Qué? ¿Pero de qué rayos habla?– Penélope estaba ahora enfadada.
–Hablo de que si su marido, señora Sheen, aprecia aunque sea un poco su miserable y asquerosa vida, entonces no deberá acercarse a Ariana ni siquiera un poco, porque de otro modo no le alcanzarán los años para pagar. No lo quiero cerca de ella, ¡y maldición! ¡Tampoco quiero que piense en ella! Así que déjenselo bien claro–
–¡Está usted loco! ¡Mi marido es incapaz de...!–
–Oh, se ve que no lo conoce– sonrió Damien con furia. –Pero es capaz, señora, claro que lo es. Lleva años acosando a Ariana en plan sexual, y si no me cree pregúnteselo usted misma cuando llegue, aunque claro, primero tendrán que llevarlo a urgencias, cortesía mía–
–¡¿Qué le hizo a mi esposo?! ¡Es usted un animal!–
–No le hice nada que no se mereciera ese pervertido, y créame que le irá mucho peor si no me obedece– Damien dio media vuelta para marcharse, pero antes de salir se detuvo para decir algo más. –Oh, y antes de que me vaya... Pueden irse olvidando de que Ariana vuelva a esta casa–
–¡Pe...pero es mi sobrina!–
–La sobrina a la que siempre ha tratado mal–
Penélope se encogió, pero no quería cederle la batalla todavía.
–Por órdenes de mi hermana, Ariana debe permanecer a mi lado hasta que cumpla los veintiuno–
–Esa mierda ya no importa, porque le recuerdo que ahora ella es mi esposa–
La mujer comenzó a sentirse desesperada. Su plan y su mina de oro estaban yéndose al traste.
–Sí, pe...pero... ¡Dijiste que nos la devolverías! ¡Tú, y tu abuelo dijeron que...!–
–Ya sé lo que dijimos, pero ese trato se ha ido a la mierda. Y estoy hablando muy en serio. Ariana es ahora una Keegan, y como tal hace mucho que dejó de pertenecer a esta familia. Si se pensaban que yo no iba a protegerla de ustedes, estaban muy equivocados, señora Sheen. Nunca más permitiré que le hagan daño–
•••••
La preocupación de Ariana por no saber de Damien la tenía con un nudo en el pecho.
Sabía con perfección dónde debía estar, y eso la preocupaba aún más.
El cielo quisiera que no encontrara a su tío Charlie porque sabía que iba a matarlo.
Ya era tarde, había oscurecido, y eso la tenía más nerviosa.
El día estaba siendo una completa pesadilla, primero el asalto en la tienda, luego la visita de su tío, después la pelea a golpes de él con Damien...
Estaba a punto de volverse loca de preocupación.
Finalmente vio que Rambo, quien había estado recostado en el suelo, alzaba la cabeza como siempre hacía cuando oía llegar a su dueño, y se ponía en pie de inmediato meneando la colita alegremente.
Ariana al fin respiró en paz cuando escuchó el motor de la camioneta. Era él. Exhaló.
A los pocos segundos Damien entró por la puerta, y fue recibido por su mascota que saltó contento a su alrededor.
–Buen chico– le acarició las orejas brevemente, pero enseguida avanzó directo a Ariana. Debía hablar con ella y era importante.
–¿A... a dónde fuiste?– preguntó todavía consternada.
Él negó.
–Nunca volverás a pisar de nuevo esa casa, Ariana. Y estoy hablando de la casa de los Sheen. La vida que llevabas con ellos se terminó– hablaba en serio, más en serio que en toda su maldita vida.
La castaña no pudo sentirse más agradecida que en ese instante, no por ella, sino por su bebé. Había estado rogando en rezos para que su pequeño no tuviese que vivir con esas personas a lasque se veía obligada a llamar familia. Sin embargo todavía quedaba un cabo suelto.
–¿Pe...pero qué ocurrirá cuando el bebé nazca?–
–Se van a quedar aquí...– contestó, y la respuesta les quitó la respiración a ambos. –...conmigo– añadió. –Y te prometo que Charlie Sheen no volverá a acercarse . Sé que le tienes miedo, pero yo voy a protegerte, te lo juro. Nunca dejaré que ese malnacido intente siquiera respirar cerca de ti– Damien estaba determinado a cumplir esa promesa. Llevaba cinco años defendiendo a su país, y aún con mayor razón defendería a Ariana de todos y contra todos. Se lo juraba a ella, y se lo juraba a sí mismo.
Ariana lo miró, con los ojos marrones inundadas en lágrimas. Amaba a ese hombre con todo su ser, y ahora lo amaba mucho más si podía ser posible.
–Yo... yo...– ¡Cielo santo! Ni siquiera tenía idea de qué era lo que debía decir. –Muchas gracias, Damien... no sé cómo agradecerte...–
Él negó.
–No digas nada. Eres mi esposa, y debo darte seguridad. Es mi deber–
Ella comprendió que su marido no quería palabras de agradecimiento. Asintió, pero entonces algo más brilló en su cerebro... Él había dicho que ella y el bebé iban a quedarse ahí, a su lado. ¿Pero eso qué significaba?
–¿Significa esto que... que tú y yo no nos divorciaremos?– preguntó.
Damien soltó un suspiro, y su corazón comenzó a palpitar como loco. Miró a la hada mágica ahí ante él. Delicada y hermosa, tan joven, y con su pequeño hijo en el vientre. Esa preciosidad hecha niña mujer, que había puesto su mundo patas arriba, que lo hacía pasar horas de desvelo, y después lo atormentaba en sueños...
¡Mierda!
Mientras clavaba sus ojos en ella, deseó con toda su alma no ser lo que era, ser otra cosa, ser un hombre normal, libre de demonios, un hombre con la capacidad de amar y ser amado... Algo que estuviera a la altura de tan preciosa y perfecta criatura, alguien que pudiese merecerla.
–No sé qué significa, Ariana– fue toda la verdad que tuvo en esos instantes.
Entonces Damien salió de casa dando un fuerte portazo. Pero no se alejó. Llegó hasta el pórtico, apoyando ambas manos en los barandales, y dejando caer la cabeza entre sus hombros. Luego alzó la mirada, y ahí en medio de la noche, observó su hacienda, la hacienda de su abuelo, la hacienda de los Keegan...
Ariana iba a quedarse, y algún día el hijo de ambos jugaría ahí... Correría por los prados.
«Su hijo»
¡Oh, joder!
Damien sintió un escalofrío de miedo por la espalda. Intentó controlarse pero ella ya no lo estaba mirando, y tampoco nadie más. Ya no necesitaba fingir que era valiente.
¿Cómo mierda pretendía ser padre? No iba a lograrlo, lo sabía... Y esa certeza le hacía trizas el alma y el corazón.
Era un monstruo, llevaba una maldición en la sangre, en los genes. Era malo. No podía convertirse en papá, no se merecía a ese hijo, y aún menos merecía tenerlo con una chica tan estupenda como lo era Ariana... Tan bonita y dulce.
¡Maldita sea!
En ese instante los recuerdos volvieron y fueron brutales... Más brutales que nunca.
<–Tú... pequeño bastardo desalmado... Tú la hiciste sufrir, la pusiste enferma desde el día en que naciste–> ¡Mierda! La voz era siempre tan real... Él luchó por no escucharla, pero ahí estaba ya. Era como en sus pesadillas, todo revivido, todo nítido. <–¿Qué es lo que sientes, eh? ¿Qué es lo que sientes al saber que fuiste creado y forzado en una mujer indefensa? Ella jamás te lo perdonará, ella te odia, ella desea que sufras y mueras...–>
El joven soldado miró de nuevo hacia la nada, y por primera vez en muchos años las lágrimas resurgieron... Esa noche fría Damien Keegan lloraba, por él, por Ariana, y por su hijo.
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Comenten pls! Me importa mucho su opinión!
¿Qué opinan de lo que hizo Damien y de la decisión que tomó? ¿Qué creen que pasará ahora?
Gracias a las que siempre comentan y votan, mantienen viva mi fanfic.
Aprovecho el espacio para:
Desearles una feliz Navidad a todas y todos ustedes 🎄🎅🏻
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