Capítulo 2

–Ariana, caramba, ya decídete por uno. Te he sugerido a cientos de chicos, y ninguno te parece lo suficientemente bueno. No tenemos toda la noche para esto– se quejó Dove un tanto irritada.

La castaña se estremeció, y echó otro vistazo a su alrededor con ojos demasiado angustiados.

–Yo...–

–A este paso seguirás siendo virgen hasta el amanecer–

Para Dove era sencillo decirlo. Ella simplemente clasificaba a los chicos con tres etiquetas: "Guapo", "feo" y "ni muy feo ni tan guapo". Pero para Ariana resultaba mucho más complicado que eso.

Sabía quiénes eran algunos de ellos, porque Palm Beach era una ciudad pequeña, así que los conocía lo suficiente como para saber quién era muy inmaduro, quién era un mal estudiante, quién tenía novia, quién era mujeriego, holgazán...

Cuando replicó sobre aquello, su amiga rodó los ojos.

–Eso no importa, recuerda que no volverás a verlo. Será cosa de una noche...– de pronto Dove tuvo un pensamiento dentro de su cabeza que la hizo sonreír. –Aunque pensándolo mejor, tal vez tengas razón. Quizá después de esto se enamoren y formes tu propia historia de amor... ¿Te imaginas?–

Ariana negó de inmediato.

–No tengo tiempo para ningún romance, Dove– dijo, y sin poder evitarlo volvió a pensar en aquello que ya ni siquiera valía la pena lamentar... Había soñado con enamorarse alguna vez, y por ende, entregarse en cuerpo y alma al chico del que se enamorara, hacerlo únicamente por amor. Sin embargo ella bien sabía que era estúpido soñar, o desear que las cosas sucedieran de alguna manera, porque hasta entonces nada en su vida había sido como le hubiese gustado.

Exhaló y luego su mirada se dirigió hacia donde se encontraba su prima.

Ariana sintió pena por ella, y cuando se debatía entre ir o no a evitar que Victoria continuara ridiculizándose, Dove la sacudió del brazo.

–¡Él!– exclamó emocionada. –¡Tiene que ser él!– señaló a un sujeto que recién llegaba al establecimiento.

Los curiosos ojos mielosos se dirigieron al susodicho inevitablemente y el aliento se le cortó.

Lo primero que pensó fue que tenía cara de guerrero, y lo segundo fue que era muy alto y muy grande. Demasiado alto y demasiado grande.

Destacaba entre todos los hombres de ahí, su cabeza oscura sobresalía por encima de las demás debido a su increíble estatura. Era moreno, tenía una expresión intensa, y una sexualidad casi animal que le rezumbaba por cada parte de él. Sus ojos eran muy oscuros, o al menos así se lo parecían desde donde lo miraba. El sujeto era puro músculo bajo su camisa negra.

Ariana se estremeció de inmediato, y sintió una extraña sensación dentro de su pecho que no logró identificar.

–¡Es muy guapo!– escuchó que su emocionada amiga exclamaba, pero ella no lo pensaba así.

Si aquel hombre hubiese sido simplemente muy guapo, podría haberlo ignorado y pasado de él. Pero no era así. Su cara estaba toscamente tallada, con ángulos agudos, y facciones bien marcadas, pómulos altos y masculinos, labios...

¡Santo cielo!

Era el hombre más atractivo y varonil que hubiese podido conocer nunca.

–Pre...preferiría que fuera otro– dijo, y la voz le tembló.

–¿Lo conoces al menos? ¡Es Damien Keegan!–

A ella se le hizo familiar, y entonces recordó que ese era el nombre del famoso soldado del que solían estar enamoradas muchas chicas de la escuela. Había oído hablar de él, pero no lo conocía. Ni siquiera había visto su rostro antes.

–Está en las Fuerzas Armadas aquí en la Base Militar de Boca Ratón, pero vive en Mission Bay con su abuelo. Debe tener veintitantos años, y las personas dicen que pelea, salva vidas, detiene bombas, escala montañas, y salta en paracaídas, ya sabes todo un Action Man

Ariana continuaba mirándolo. No podía evitarlo. Lo vio cruzar por entre todo el lugar hasta llegar a la mesa donde se encontraba un grupo de hombres igual de grandes y fuertes, aunque no tanto como lo era él.

Nunca antes había visto a un espécimen masculino como ese, así que de inmediato lo descartó.

–No– dijo con firmeza.

–¿Por qué no? ¿Nunca te has preguntado qué se sentirá estar con un sujeto de ese tamaño? ¡Debe ser muy divertido!–

¡Por todos los cielos! ¡Dove estaba loca! Ariana ni siquiera se había preguntado qué se sentiría estar con ningún tipo de hombre.

–Olvídalo. Además... yo nunca lograría llamar su atención– y debía ser verdad. Los hombres como él, imponentes y sumamente viriles, con ese aura de peligro que haría a cualquier chica estremecer, se fijaban únicamente en mujeres altas y esculturales, de mundo, experimentadas y sofisticadas, no en pequeñas castañas que lo más arriesgado que habían hecho en sus vidas había sido salir a hurtadillas de su casa para perder la virginidad con un desconocido.

Dove la miró como si la loca fuese ella.

–¿Ari, de qué hablas? Eres hermosa, algo pequeña, pero hermosa a final de cuentas. Ve esos ojazos que tienes, ese estupendo cabello... En la escuela todos se mueren porque les dirijas alguna sonrisa, así que no me digas que no eres lo suficientemente linda para atraer a ese tipo. Además esta noche estás especialmente atractiva. Estoy segura de que puedes hacer que ese grandulón no sólo se fije en ti, sino hasta que te pida matrimonio–

Ariana casi se atragantó a  pesar de que en ese momento no estaba bebiendo nada.

¿Matrimonio? ¿Con el grandote de ojos negros? ¡Jamás!

–Si alguna vez me caso, será con un hombre que como mucho se arriesgue a cortar el césped al lado de un avispero, no con un suicida andante, gracias–

La castaña volvió a dirigir su mirada hacia el soldado.

No lo conocía, pero había algo en su ser... Quizá su imponente presencia física, o el aura de arrogancia y poder que lo rodeaba... No sabía qué, pero de lo que sí estaba demasiado segura era que debía mantenerse alejada de él. Ese moreno era más de lo que ella podía manejar. Un tipo duro, atractivo y peligroso...

–Ari, eres una aguafiestas–

–Dije que no, Dove– la voz de Ariana sonó ahora exasperada.

–De acuerdo, de acuerdo. No insistiré, pero relájate. Debes relajarte, si no, no conseguiremos nada. Anda, bebe de tu margarita– tomó la bebida color rosada, y le ofreció la pajita.

La angustiada jovencita comenzó a beber sólo porque sabía que los nervios estaban a punto de acabar con ella. Cuando terminó su bebida, su amiga le ofreció la suya.

–No, no quiero terminar borracha– se quejó.

–Es sólo para que entres en ambiente. Verás cómo empezarás a sentirte mejor– prometió.

–¿Sí?–

–¡Pero claro! Anda, bebe. Esto te dará valor–

Entonces sin replicar más, Ariana se dispuso a bebérsela.

•••••

¡Joder!

Damien no llevaba ni siquiera diez minutos ahí y ya quería largarse cuanto antes.

Aquel no era su ambiente, aquella no era su manera de divertirse... Demonios, él ni siquiera se divertía. Tampoco solía socializar mucho con sus compañeros del ejército, algunos eran demasiado idiotas, otros muy simples, o bastante sensibles.

Mantenían una charla banal y poco entretenida.

–Mi hermano está demasiado obsesionado con el fútbol, tanto que comienza a preocupar a mamá– comentó Tristan.

–¿Por qué? El fútbol es un deporte muy sano– intervino Spencer.

Tristan se hundió de hombros.

–Tiene miedo de que se lo tome demasiado en serio, y al final se desilusione–

–Así son las mamás– se escuchó comentar Damien. O eso suponía. ¿Por qué diablos había dicho aquello? ¿Él qué carajo iba a saber sobre madres? Jamás había tenido una... ¡Mierda!

¿Por qué había accedido a salir?

Se recordó enseguida que había pensado en la posibilidad de que aquel fuese a ser un cumpleaños diferente, algo distinto a años pasados, pero ahora se arrepentía. Había muchísimas cosas qué hacer en su nueva casa. Su abuelo acababa de cedérsela, y todavía no había tenido tiempo de hacerle los arreglos necesarios. La maldita gotera de su habitación, la tubería de la cocina, el jodido rechinido que hacían las maderas de la escalera...

De acuerdo, se tomaría una cerveza más, y luego se marcharía.

–Ustedes son unos tontos demasiado aburridos, así que iré a buscar diversión en otra parte– dijo la voz engreída de Michael, y enseguida se puso en pie. Josh quien era su fiel amigo, trató de ir tras él, pero de inmediato fue detenido. –¿A dónde crees que vas, idiota? No te necesito para eso– le espetó con enojo, y enseguida se marchó.

Josh volvió a sentarse en su silla, y permaneció en silencio.

Damien estuvo tentado a decirle que ya era hora de que dejara de lamerle las pelotas a ese cabrón, pero pronto se dijo que no era asunto suyo.

Desvió la mirada mientras decidía el momento en que se levantaría de su silla, y se marcharía, pero en el instante en que la vio, cualquier pensamiento quedó olvidado...

Fue su risa lo que llamó en primer instante su atención, una risa melodiosa y dulce, el sonido más glorioso que sus oídos hubiesen escuchado nunca.

Lo segundo que llamó su atención fue su cabello. No podía verle la cara porque estaba de espaldas a él, pero esa gloriosa cascada acaramelada, maldición... Largo, largo cabello castaño con destellos claros que caía en preciosos mechones alrededor de su delicada espalda...

De pronto al soldado se le secó la boca, y las manos comenzaron a hormiguearle con el deseo de tocar.

–¡Eh, Keegan!–

–¡Damien!–

Los insistentes llamados de sus compañeros estaban interrumpiendo esos sagrados momentos para admirar a su recién descubrimiento. Estuvo a punto de exigirles que cerraran la boca, y lo dejaran seguir admirándola, cuando cayó en cuenta de la realidad, y regresó a sus cinco sentidos. Miró a los chicos que seguían llamándolo.

–Te decíamos que fuéramos a jugar billar, armaremos parejas– le dijo Spencer.

Damien tardó algunos segundos más en volver totalmente. Se recordó entonces que había estado a punto de marcharse, pero esa idea se fue de pronto al carajo.

–Claro– asintió, y después de ponerse en pie junto con todos los demás, se acercaron a la mesa de billar, sin embargo su mirada volvió a clavarse en aquella chica. Necesitaba verle la cara, y ahí estaba en el ángulo perfecto para hacerlo.

Entonces sucedió, y aquella visión de su rostro hizo que su pecho palpitara. La imagen que se había hecho ni siquiera se acercaba a cómo era realmente.

Ella sonreía. Su boca era asombrosa; los labios gruesos y perfectos en forma de corazón. Los ojitos claros y hechizantes. Parecía resplandecer, brillar con luz propia. Era un milagro de la naturaleza y estaba allí mismo, en ese maldito bar de pacotilla.

Esa noche, los ojos negros de Damien estaban mirando a la criatura más hermosa de todo el universo, y no podía creérselo.

•••••

Dos margaritas... Ariana se había bebido tan solo dos margaritas, y eso había bastado para que la cabeza comenzara a darle vueltas, y comenzara a encontrar demasiado gracioso todo lo que Dove decía.

–¡Mesero!– gritó. –¡Necesito otra de estas!– alzó la copa vacía que aún llevaba la pajita y la simpática flor de adorno.

–¡No, no, no!– exclamó su amiga mientras la tomaba del brazo, y haciéndole una seña al mesero de que volviera a lo que fuera que estaba haciendo. De inmediato le quitó la copa y la dejó sobre la mesa. –Olvídalo, Ari. No nos servirá para nada que termines ebria, y mira que pareciera como que ya lo estás– dijo bastante preocupada.

–Déjame beber un poco más, Dove. Lo necesito, te juro que lo necesito– suplicó Ariana. El alcohol en su sangre comenzaba a hacer maravillas. Se sentía tan libre como si volara en una nube. La sensación era increíble, y le gustaba demasiado. Además comenzaba a tener menos inhibiciones con respecto a mantener relaciones sexuales esa misma noche con un desconocido.

–Ya bebiste suficiente. Sólo quería que te relajaras un poco, no que te pusieras como una cuba. Ahorita mismo te conseguiré un café– la rubia miró hacia todas partes esperando encontrar de nuevo al mesero para hacerle el pedido.

Mientras Dove permanecía en aquella tarea, Ariana inconscientemente clavó su mirada en aquel sujeto, y descubrió algo que la dejó en shock por un par de segundos.

Damien Keegan miraba directamente hacia su mesa, directamente hacia ella.

¡Cielo santo!

Soltó el aliento que no sabía que había estado conteniendo, y se ruborizó al instante. Fue entonces plenamente consciente de la atracción mutua que vibraba en el aire, a su alrededor.

Enseguida apartó el rostro para no tener que mirarlo más.

Dove exhaló frustrada. Antes de que pudiese decir algo, Freddie se acercó a ellas en la mesa.

¡Gracias al cielo! O de otro modo su amiga habría notado el rubor que bien sabía, ahora cubría sus mejillas.

–¡Dove!– la llamó un tanto exaltado. Ella lo miró. –Linda, necesito que me hagas un favor–

–¿Ahora mismo? Estoy ocupada, Freddie, por si no lo has notado– le dijo irritada.

El chico negó.

–Yo te ayudé a que pudieran entrar, así que ahora necesito que me regreses el favor–

Dove resopló molesta con la interrupción. No era que el chico no le gustara, pero en esos momentos Ariana y su asunto eran la máxima prioridad. Sin embargo él tenía razón. La había ayudado, y no era la primera vez que lo hacía.

–¿Qué es lo que necesitas?–

–Que finjas ser mi novia delante de unos amigos. Por favor, te lo suplico, serán sólo unos cuantos minutos, luego podrás volver con Ariana a lo que sea que están tramando–

Dove se lo pensó unos cuantos segundos. Ya habían perdido demasiado tiempo, pero no podía decirle que no.

–De acuerdo, pero te daré sólo cinco minutos– se puso en pie, y él aplaudió contento. –No tardaré, Ari, aprovecharé y te traeré ese café. Mientras tanto no te muevas de aquí. No estás en condiciones de andar sola por todo este lugar. Intentaré hacer esto lo más rápido posible para continuar con nuestra selección–

Obedientemente la castaña asintió, pero no quería continuar con aquella locura de escoger a un hombre para acostarse con él. Tampoco quería permanecer un segundo más ahí.

Tomó su bolso, y se puso en pie. Necesitaba aire fresco.

•••••

Era pequeña, y descubrirlo lo sorprendió demasiado.

La mujer... bueno, si es que a algo tan diminuto se le podía llamar así, se había puesto en pie permitiendo que Damien pudiera ver lo menuda que era. No debía medir más de un metro cincuenta y cinco, y sin embargo... aquello no logró hacer que él se desinteresara en ella.

Los ojos masculinos la habían seguido a cada segundo, y en el momento en que sus miradas conectaron, el rubor había cubierto esos preciosos pómulos... ¡Joder! No había visto a una mujer ruborizándose en años, y aquel desconcierto lo había hecho beberse otra cerveza más.

Su rostro y su cabello lo habían hechizado, y su tamaño casi lo había hecho sonreír.

De pronto le pareció como si no fuese real, como si hubiese salido de un cuento. La pequeña chica parecía pura magia, pero no como un gnomo, sino como una delicada hada sin alas que estuviera estancada en el mundo de los humanos.

La recorrió completita con la mirada mientras ella intentaba con frustración bajarse en vano el cortito vestido que llevaba puesto, totalmente ajena al poder que su belleza despertaba en muchos de los caballeros ahí presentes.

Y enseguida comprendió por qué la miraban tanto.

Damien no pudo menos que fijarse en lo perfecto, arrebatador y redondo que era su trasero.

Entonces decidió que, aunque fuera diminuta, cada línea de su cuerpo era una delicada perfección.

Hacía años que no lo asaltaba una reacción sexual tan indisciplinada. No entendía el efecto que estaba teniendo en él, porque no era en absoluto su tipo.

Maldita fuera, solían gustarle las mujeres altas y mucho más voluptuosas.

Esta no se le parecía en nada a ellas, y sin embargo...

¡Ah, joder!

En ese momento tuvo que admitir que estaba caliente por ella, y que deseaba conocerla.

Enseguida su mente decidió algo más... Quería follársela.

Su polla se ponía dura por ella mientras la vigilaba y, admitía, más dura de lo normal.

Esa preciosura era resplandeciente, inusual. Tenía un aspecto tan delicado y frágil que hacía estragos en su pecho con una sensación que todavía no sabía cómo explicar.

Se puso de pie, entonces. No iba a permitir que esos idiotas continuaran comiéndosela con la mirada, y mucho menos que alguno de ellos se le adelantara. Él la había visto primero.

–¡Joder, Keegan!– exclamó Bob. –Has estado distraído durante todo el juego, y ahora pretendes irte y dejarme sin pareja–

Damien miró a su compañero, tan desconcertado como si no lo hubiera visto nunca.

–Oye, Lockwood, no lo molestes, ¿qué no ves a la que nos ha robado su atención?– con una sonrisa bobalicona, Spencer señaló a la mujercita castaña que ahora rebuscaba intentando encontrar algo en su bolso.

Damien no pudo más que tensarse al verse descubierto.

–¡Venga, picarón!– exclamó Tristan con ojos entornados, y dándole un amistoso golpe en el hombro.

–¡Eso, tigre, ve por ella!– lo animó Adam.

–Ni siquiera la conozco– fue la respuesta rápida y fría de él.

–Por eso mismo vas a ir ahí y te presentarás, apuesto a que después de esta noche va a conocerte muy bien– le guiñó el ojo Spencer.

–La conozco. Se llama Ariana–

Al escuchar la voz de Josh que hasta entonces había permanecido en silencio, todos lo miraron con sorpresa.

A pesar de que era muy un vano intento, Damien trató de ocultar el gran interés que la chica despertaba en él; si es que podía llamarle sólo interés a la manera en la que esa pequeña belleza lograba endurecerle la entrepierna.

Maldición, era imposible ocultarlo. Se sintió muy estúpido de pronto.

–¿Ariana?– fue inevitable cuestionar.

«Ariana»

El nombre le encantó. Le quedaba. Era muy femenino, y él deseó tanto poder volver a repetirlo en voz alta.

Josh asintió.

–Es sobrina de los Sheen, vecinos de la suegra de mi hermano. Vive con ellos desde hace años, pero yo creía que era menor de edad. No debería estar aquí–

–Pues debe ser ya una adulta, si no sería imposible que pudiera entrar a este lugar– opinó Spencer.

Damien dio otro sorbo a su cerveza. Ya había bebido más de lo acostumbrado, pero no tanto como para perder el control de su mente.

Dejó la botella ahora vacía, en la mesa de billar, y entonces sin decirles nada a sus compañeros, tomó la decisión de ir tras la chica, tras Ariana...

Sin embargo cuando volvió a mirar en la mesa donde ella se había encontrado hacía tan solo unos instantes, no la encontró más.

¡Maldita fuera! ¿A dónde había ido?

Sin pensárselo comenzó a caminar en su busca.

–¡Ve por ella!–

–¡No dejes que se te escape!–

Escuchó los gritos de esos zopencos a su espalda, pero los ignoró.

En los siguientes diez minutos no tuve el éxito de haberla encontrado.
Había pensado que la delicada hada no debía encontrarse demasiado lejos, pero al parecer simplemente había desaparecido.

Comenzó entonces a sentirse frustrado.

¡Maldición!

No tenía tiempo, ni había querido tales complicaciones para esa noche. Tenía trabajo qué hacer en casa, y no incluía a ninguna mujer. Por más preciosa que esta fuera.

Sin embargo no dejó de buscar mientras la furia seguía abarcando gran parte de sus pensamientos.

No era como si hubiese estado sin sexo, en cualquier lugar siempre había mujeres, así que no comprendía por qué estaba tan jodidamente excitado, tan hambriento por devorar el pequeño dulce cuerpo de esa castaña llamada Ariana.

Y la duda más importante de la noche era... ¿Por qué ella?

La pregunta lo acosaba como una canción que no se podía quitar de la cabeza. Nunca se había sentido atraído por las chicas menudas, esas tan delicadas que parecía como si un viento fuese a llevárselas.

Volvió a maldecir por lo bajo.

Estaba a punto de mandarla al infierno, a ella y a todo ese ardor que había despertado en él, cuando de pronto la encontró en uno de los anexos, y lo que vio no le gusto... En absoluto no.

¡Y una mierda!

Ella se encontraba atrapada entre la pared del estrecho y solitario pasillo, y el muro que formaban dos sujetos que evidentemente la mantenían así con todo propósito.

Desde donde estaba Damien descifró varios sentimientos en su lenguaje corporal: miedo, una cantidad nada desdeñable de desconfianza, y penosa desesperación.

Resultó obvio que la tenían en contra de su voluntad, y que ella no quería otra cosa más que alejarse de esos imbéciles, cuando lo que estaban haciendo era acercársele más y más.

Bastardos...

La escena en sí sacó un lado primitivo del soldado que él ni siquiera había sabido que tenía. No se detuvo a cuestionárselo. La sangre le estaba corriendo velozmente por todas sus venas, y cuando menos se dio cuenta su cuerpo ya estaba preparado para el combate.

La mente continuó con aquel único objetivo que estaba impidiéndole pensar en nada más... Machacar a ese par de cabrones.

Entonces a paso decidido se acercó hasta ellos.

–No nos podemos creer la suerte que tenemos de haberte encontrado aquí, bomboncito– le decía el idiota número uno.

–Pero la suertuda eres tú, primor. Mira que toparte con un par de galanes como nosotros, toditos para ti– le sonrió el idiota número dos. Era un imbécil. Ambos lo eran.

Damien deseó estamparles el puño, y destrozarles los dientes para que borraran esa estúpida sonrisa.

Ariana estaba completamente pegada a la pared en su inútil intento de permanecer lo más apartada posible de ellos.

–N...no quiero que se me acerquen. Yo...yo... tengo novio– escuchó la suave voz que temblaba al igual que toda ella.

Los sujetos sonrieron aún más.

–¿Ah sí? ¿Y dónde está? Yo no lo veo por aquí– el idiota número uno lanzó una carcajada, y después fue quien se encargó de realizar el paso decisivo.

En el siguiente par de segundos sucedieron dos cosas, el desgraciado la tomó de los delicados hombros bajando la cabeza para besarla a la fuerza, y Damien se lanzó contra él quitándoselo de encima a la chica, y estampándolo brutal mente contra el muro.

–¿Acaso estás sordo, maldita escoria? ¿No escuchaste lo que ella te ha dicho?– lo apretujó de la camisa con toda la fuerza de sus inmensas manos, y lo miró furioso. –¿Quieres que te lo repita?–

El hombrecillo que estaba siendo víctima de la furia del soldado se encontraba aterrorizado, y también arrepentido de haber incomodado a la chica. Mientras tanto su compañero cobardemente salió huyendo de ahí.

–Lo... lo lamento mucho, a...amigo– se disculpó atropelladamente. No había esperado tener que enfrentarse a un hombre tan grande. Estaba seguro de que lo mataría.

–Yo no soy tu amigo, cabrón–

–¡Perdón, perdón! ¡Señor, quise decir! Le ju... le juro que no volveré a molestar a su novia nunca más. ¡Se lo juro! ¡No me haga nada, por favor!–

Damien decidió que prefería gastar su tiempo conociendo a la chica que sabía se encontraba detrás de él, todavía asustada, que desperdiciarlo con aquel hijo de puta. Iba a darle una oportunidad solamente porque estaba más cachondo que enfadado. Lo soltó. Se vio tentado a obligarlo a que se disculpara con ella, pero aquello también ocuparía segundos de su tiempo, así que lo dejó pasar.

–Lárgate antes de que me arrepienta y te dé tu merecido– la voz no mostraba invitación alguna a hacerle frente. Era una voz que si exigía algo, debía ser obedecida.

Un segundo más tarde el maleante salió corriendo lo más rápido que pudo.

El moreno se quedó de pie observándolo marcharse.
Cuando se giró para mirar a la mujer por la que se había tomado demasiadas molestias esa noche, sucedió algo extremadamente inesperado.

Una fuerza eléctrica lo recorrió dejándolo paralizado. Fue más fuerte que él. Lo controló por completo.

De cerca esa pequeña hada era aún más hermosa, sin embargo lo que lo había hecho perder el pulso había sido el color de sus ojos al mirarla de frente...

Ojitos redondos y enormes del color de la miel, o incluso aún más delicioso, del color del whisky.

¡Mierda! Jamás se había puesto tan duro sólo con una mirada femenina.

Carraspeó la garganta, e hizo todo lo posible por recuperarse del golpe que le había dado el encontrarse con semejante belleza hecha mujer.

Se dio cuenta de que ella no había pronunciado palabra alguna. Pensó en que tal vez tenía miedo de él, y con justas razones, pues se había comportado demasiado violento con los acosadores. Por si fuera poco ahora era quien ahora le bloqueaba el paso y la mantenía acorralada. Se dijo entonces que tenía que ganarse su confianza.

–Hola– le dijo tranquilamente, esperando que su voz grave no la atemorizara como lo había hecho con los idiotas. –Me llamo Damien Keegan–

Sí, ella ya sabía quién era. Era el soldado que había ocasionado que le diera un vuelco al corazón desde el instante en que lo vio llegar.

¡Santo cielo! Era incluso más grande a poca distancia, también más atractivo y peligroso. Sus ojos eran más oscuros.

Se quedó muda sin saber si debía presentarse o no, y entonces él continuó hablando.

–¿Cuál es tu nombre?– Damien ya lo sabía pero no iba a decírselo, seguro eso le causaría desconfianza. Además quería oírselo decir a ella.

Ariana seguía impresionada, y tardó varios segundos más en reaccionar.

–A...Ariana– consiguió decir.

La dulce voz que salió de la apetitosa boquita le fascinó a Damien, que la miró fijamente por prolongados segundos que consiguieron ponerla más nerviosa de lo que ya estaba.

Sin embargo en esos momentos él no pensaba en que no debería incomodarla, sino que admiraba cada detalle que había en ella.

Maldición, era realmente pequeña. Más de lo que había pensado cuando la había observado de lejos. Tenía los hombros estrechos, los brazos delgados, las manos suaves... Toda ella era demasiado frágil. Dudaba que pesara siquiera los cuarenta y cinco kilos con todo y ropa. Aún incluso con los tacones seguía siendo muy bajita, pero así teniéndola de cerca lo hizo olvidar de todo lo demás. Era hermosa con esos ojos que se cargaba, y el estupendo cabello. Además tenía un color de tez fabuloso.

Los ojos de Damien se estrecharon con signos obvios de excitación, que desde luego Ariana no descifró, su polla se hinchó bajo sus pantalones, y su boca comenzó a babear por saborearla de la manera que fuera.

–Gracias por...por defenderme–

Las palabras de agradecimiento lo regresaron a la realidad, pero entonces Damien la vio tan diminuta y vulnerable, y todavía tan asustada que sintió la tentación de rodearla con sus brazos y reconfortarla. Aquel fue un deseo extraño que lo asustó. No recordaba haber querido consolar nunca a ninguna mujer, por más guapa que esta fuera.

–No fue nada. No me gusta que se aprovechen de los más débiles– respondió él de pronto con demasiada seriedad.

Ariana no supo si debía decir algo más. Había esperado que el soldado aceptara sus agradecimientos, y después se marchara, pero seguía ahí de pie, tan inmenso que ella no podría salir si él no se lo permitía.

Damien comenzaba a percibir su prisa por alejarse, y no quería permitírselo. A esas alturas ya la deseaba demasiado como para dejarla ir.

–¿Era verdad lo del novio que tienes?– le cuestionó, y la pregunta la hizo abrir los ojos como platos.

–¿No...novio?– cuestionó sin comprender.

–Ese que mencionaste hace unos momentos–

Oh, entonces ella lo recordó. De pronto sus mejillas volvieron a enrojecer sin pretenderlo.

–Yo...yo mentí sobre eso–

–Bien, porque si decías que sí, estaba a punto de ir a buscarlo y partirle la cara por haberte dejado sola en un lugar como este–

Aquella contestación la dejó mucho más que sorprendida. Desde luego no había esperado que él dijera algo como eso. Aún así lo siguiente que dijo la impactó incluso más.

–Tal vez no deberías salir de tu casa. Eres tan hermosa que bien podrías despertar los instintos más bajos de cualquier hombre, como ya lo comprobamos con esos sujetos–

>Como podrás comprobarlo conmigo<

Ariana levantó la mirada hacia él, y los ojos le parecieron a Damien aún más grandes, tan grandes que podía caer en ellos y perderse. No había malicia alguna en ese precioso marrón líquido.

¡Infiernos!

Ella era diferente en una forma que destacaba. Hermosa, llamativa, misteriosa, única... Y lo ponía caliente. No había vuelta atrás.

–Baila conmigo– le pidió de repente. –Sólo un baile, Ariana–

Allí estaba de nuevo aquella expresión de confusión y perplejidad en sus ojos. Le fascinaba esa marieta de emociones. Era preciosa.

Ariana comenzaba a pensar que se encontraba dentro de un sueño. No le parecía real que un hombre como Damien Keegan la hubiese defendido de esos bravucones, tampoco que él le hubiera dicho que era hermosa, y mucho menos que la invitara a bailar, que su nombre en sus labios sonara tan caliente como nada, sin embargo estaba sucediendo, y ella no sabía siquiera qué pensar.

Las mejillas de Ariana se tiñeron de rubor. No tenía idea de qué debía decir, ni cómo reaccionar.

Miró sus ojos oscuros que brillaban, y sin tener noción del porqué, le fue imposible decirle que no.

Entonces asintió.

Él pareció satisfecho entonces se hizo a un lado para que ella pudiera pasar, y le mostró con su mano el camino.

Ariana titubeó pensando en que tal vez se encontraba demasiado borracha, y lo mejor sería regresar y buscar a Dove para decirle que su plan era una locura, y debían volver a casa. Sin embargo permaneció en silencio mientras se dirigía hacia la pista, y sentía la presencia de su rescatador detrás de ella.

Damien estaba intentando comportarse como un caballero con la pequeña castaña, principalmente porque en definitiva no era como todas esas fulanas con las que se echaba un revolcón de vez en cuando, pero por su maldita vida que no podía. No podía apartar la mirada de su trasero, ese trasero firme y redondo, la minúscula cintura, la larga línea de su columna, la delgada espalda, las gráciles curvas de sus hombros, las largas y sedosas hebras de su cabello que le caían hasta los glúteos... ¡Joder!

Veía la diferencia en ella, claro que lo hacía, pero por esta vez... sólo por esta vez... Iba a saltarse las reglas.

Había algo en esa mujercita que estimulaba todos sus sentidos y la sola idea de tenerla pegada a su cuerpo hizo que el deseo detonara en su interior con la fuerza explosiva de un megatón de dinamita.

Ah, qué razón había tenido Spencer cuando dijo lo que dijo.

•••••

A lo largo de los años, Damien había conocido a varias mujeres que podría describir como delicadas, pero incluso éste parecía ser un adjetivo demasiado fuerte para Ariana. En su trabajo cotidiano, muchas veces se veía obligado a forcejear con amenazas que incluso podían llegar a ser diez veces más pesadas que él, y necesitaba siempre recurrir a todas sus fuerzas para poder dominarlos. En cambio con esta pequeña hada, tenía que hacer un esfuerzo consciente para contenerse. El miedo a hacerle daño le impedía apretarla demasiado con sus manos o abrazarla con excesiva fuerza.

Missing You de John Waite sonaba de fondo, una canción romántica y lenta, una canción para quitarse toda tensión, sin embargo Ariana no logró hacerlo. Había comenzado a sospechar que Damien Keegan no sólo era intenso, sino que cruzaba cualquier límite. Se dijo que mientras más pronto se alejara de ese chico, mejor. Sin embargo no veía a Dove por ninguna parte, en cambio a la que fue imposible no ver fue a Victoria que se encontraba vomitando encima de sus propias ropas mientras permanecía en el suelo y las personas a su alrededor la videogrababan.

Ariana retiró la mirada de la penosa situación de su prima, y continuó buscando a Dove, sin embargo todo su cuerpo se puso rígido cuando escuchó que el sujeto con el que bailaba habló.

–Mírame–

La orden provocó un escalofrío en ella como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Una sacudida. Un destello de deseo.

Con ojos bien abiertos lo miró, desde luego que lo miró.

–Te has pasado la canción entera ignorándome– le dijo en el mismo tono.

Ariana lo miró fijamente, y permaneció enmudecida mientras se sentía mareada por su aroma limpio y viril, con un suave toque de alguna colonia.

Él era alto y moreno, con ese aire de arrogancia que tenía un efecto devastador, la piel de sus brazos que la sujetaban estaban cubiertos de vello oscuro, la sensación de su cuerpo musculoso pegado al suyo la hacía más y más consciente de él a cada pequeñísimo movimiento. Percibía su majestad guerrera, la ardiente determinación de su fuerza y su salvaje seguridad, el poder que emanaba de él. En definitiva este no era cualquier chico, era un hombre, y uno muy difícil de ignorar.

–¿Acaso quieres huir de mí? Yo no soy como esos idiotas–

Sí, la diferencia Ariana la tenía clara.

–Lo sé– logró responder. –Y no, no quiero huir de ti– sí que quería, ¿pero por qué había logrado mentir con tanta facilidad cuando ella era la peor mentirosa del mundo? Tal vez porque en el fondo era cierto, y no quería apartarse de él. No todavía.

De nuevo el silencio reinó entre ellos. Ariana bajó el rostro y lo escondió en el brazo que la sostenía.

El sonido de su voz había puesto a Damien no más duro, sino dolorosamente duro. ¡Mierda!

Una chica de cuarenta y tantos kilos, que medía poco más de un metro cincuenta, había producido eso en tan sólo un segundo.

Volvió a fijar sus ojos oscuros en ella, observándola atentamente mientras intentaba decidir qué era lo que lo atraía tanto de su exquisita belleza. ¿La delicadeza de toda ella? ¿Su dulce voz? ¿Los labios entreabiertos y temblorosos que le hacían querer devorarla en esos instantes? ¿El aroma femenino y la sensación que lo conducían inexorablemente hacia el borde? ¿O acaso serían los ojos expresivos y la extraña tristeza combinada con angustia que se asomaba en ellos?

¿Pero por qué? ¿Por qué veía eso en ella? ¿Qué estaría sucediendo en su vida para que fuera tan increíblemente tímida en insegura?

Ariana de pronto enrojeció, y eso casi lo volvió loco. No podía dejar de mirarla, no podía dejar de desearla. Y teniéndola como la tenía, era un caso perdido. Pegadita a él, sujetada de sus brazos, todas esas esbeltas y suaves curvas, junto con aquellos enormes ojos castaños le ponían a cien.

Decidió entonces que le gustaba todo, todo, maldita fuera. Cada parte frágil y femenina de Ariana.

La perfección en miniatura, eso era ella. Hermosa en una manera que eclipsaba a las bellezas más voluptuosas que lo habían atraído en el pasado.

Damien se acercó todavía más a Ariana. Las curvas y depresiones de sus cuerpos encajaron a la perfección y sus músculos se tensaron de deseo.

¡Joder! La erección estaba matándolo, y no le importaba que ella lo notara.

Su cuerpo se estremecía por la necesidad de desnudarla, de follarla, de poseerla por completo.

Podía imaginarse las cosas que podría hacerle. Las maneras en que podría tomarla...

¿Lo desearía ella también a él?

Debía ser así, se dijo de inmediato. De otro modo ya se habría alejado, se habría horrorizado al sentir contra ella, la dureza tras la bragueta.

En efecto él debía tener razón.

Ariana había sentido la protuberancia apretándose contra ella. Por fortuna no podía mirarle la cara. En cualquier otra circunstancia, se habría apartado repugnada por aquella reacción tan masculina, pero en Damien era diferente, en él no era desagradable. Él no era como los demás chicos, él no era como el tío Charlie. Ariana incluso hasta podía decir que sentía... ¿orgullo femenino? Sí. Pero enseguida se dijo que debía ser el alcohol. Seguía tan ebria que estaba calentándola el contacto de un hombre que ni siquiera conocía, así que lo mejor que podía hacer era decirle adiós.

Se soltó de sus brazos, y dio un paso hacia atrás intentando apartarse, pero antes de que pudiera decir algo, Damien la tomó de la cintura logrando rodearla con las dos palmas de sus manos, y volvió a apretarla contra él.

Entonces no sólo sus cuerpos se estrellaron, sino también sus miradas.

Ariana se quedó sin aliento, y una vibrante sensación se abrió paso desde su femineidad hasta los pechos. Jamás había experimentado nada semejante. Notó que sus ojos estaban incluso más oscuros, su expresión pesada, y la sorprendió tanto como ver a Damien mirarla con tal intensidad.

Iba a pedirle que la soltara cuando para su sorpresa él la besó.

La sorpresa fue doble cuando ella se encontró devolviéndole el beso.

Damien la besaba con ansia y desespero, y Ariana increíblemente le respondía con la misma intensidad.

Él la pegó más contra su cuerpo, y el beso se intensificó ahí en el medio de la pista del lugar.

Por un instante el soldado comenzó a sentir que perdería el control por completo.

Ella sabía bien, a cerezas, a inocencia, algo que él nunca antes había conocido, y a puro pecado. Ese sabor lo excitó como nada.

Con un brusco movimiento Damien liberó su boca cuando sintió que ni él ni ella podían respirar más, pero no soltó su cuerpo, sino que las manos que la rodeaban la apretaron más y más.

La miró, miró los expresivos ojos de la joven mujer que reflejaban sorpresa y deseo, y le encantó ver que lo que él sentía en esos momentos era correspondido.

La deseó mucho más.

Ariana poseía la boca más dulce que él había probado. Y sabía besar. ¿Qué más sabría? Se preguntó, y casi se volvió loco en su deseo de averiguarlo.

Maldición. Bajó su mirada, y fue simultáneamente de su boca a sus ojos. Se veía preciosa todavía con la confusión y la excitación en su carita, el pecho subiéndole y bajándole haciendo que las clavículas y el cuello se le delinearan más.

¿Se daría cuenta del aspecto que presentaba ante él?

Ella tenía que ser follada esa noche. Y él quería follarla. ¡Joder! Damien iba a follarla. Sabía que lo haría. Iba a separar sus bonitas piernas y a mirar cada pulgada de su polla desaparecer en la sedosidad de entre sus muslos.

Pero antes debía demostrarle cuán desesperadamente quería ese pequeño cuerpo curvilíneo suyo. La idea lo puso más duro de lo que recordaba haber estado en su vida.

–Vamos al baño– no podía llevarla a otra parte. No podría resistirlo, no alcanzaría a resistirlo. Necesitaba tenerla ya. –Deja que te tenga esta noche, nena... Estás volviéndome loco– susurró con voz caliente. –Me tienes al borde de la desesperación...–

Ariana lo miró consternada, y Damien disfrutó de lo fácil que era leer sus pensamientos a partir de sus expresiones cambiantes. Sabía que quizás no merecía devorar ese delicioso pastelito, pero iba a hacerlo. Infiernos que sí.

La perplejidad abarcó todo el rostro de Ariana que de pronto olvidó cómo hablar. El corazón le dio un vuelco cuando se dio cuenta de que él no bromeaba.

¡Cielo santo! Hablaba en serio. La deseaba. Quería... quería hacer cosas con ella. Cosas que Ariana nunca había hecho antes.

No sabía cómo tomárselo. Le excitaba pero a la vez, la asustaba. A saber lo que un hombre como ese, enorme, musculoso, de rasgos angulosos y viriles, estuviera ahí con ella, pidiéndole que pasaran al baño, que se entregara a él. No podía mentir ni decidir si estaba excitada o... aterrada.

Antes de que pudiese responder él tiró de ella, y la hizo volver a entrar en contacto con toda su dureza. Bajó de nuevo su cabeza pero se detuvo antes de besarla.

–Di que sí, preciosa...– lo escuchó suplicar con voz ronca.

Ella se estremeció en respuesta.

–No te conozco– susurró Ariana sin dejar de mirarlo.

Damien gruñó.

–Pero pronto lo harás– prometió.

–Yo... yo nunca...–

–Shhh...– la silenció. –Lo sé–

La bonita hada no era experimentada, él lo sabía y ella lo sabía. No importaba maldición. No importaba nada esa noche.

Enterró los dedos en el largo cabello de la joven para echarle bruscamente la cabeza hacia atrás, obligándola a arquear el cuerpo, y le separó los labios con los suyos una vez más. La besó con demasiada pasión, y ella a su vez lo besó también.

Damien no la había soltado, no había dejado que se separara de él, pero ella no había aceptado todavía.

Sin embargo a esas alturas Ariana ya no tenía voluntad para ser coherente y negarse. Estaba desesperada por tocarle, por conocerlo y dejar que él la conociera.

La realidad retrocedió, ya no le importaba quién era ese sujeto, cuál era su nombre o qué tenía la intención de hacer con ella después de que la noche terminara. Todo lo que sabía era de la necesidad abrasadora que se extendía de golpe por su sistema, y de su lengua lamiendo caliente como el fuego sobre su carne.

Soltó sus labios, pero se mantuvo a pocos centímetros de su boca.

–Llévame a donde tú quieras– le dijo, y las palabras parecieron acariciarlo.

El moreno la tomó de la mano, y comenzó a abrirse camino por entre todas las personas, mientras a ella le latía fuertemente el corazón.

Ariana ni siquiera volvió a recordar los planes que la habían llevado a ese lugar, pero de cualquier manera estaba a punto de perder la virginidad en ese instante.

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