Capítulo 17

–¡Aaaaaaaaaaaaah!– el gritó en la noche retumbó en toda la casa. –¡Déjame en paz! ¡Maldita sea, déjame en paz!–

De nuevo estaba teniendo pesadillas, de nuevo estaba siendo víctima, de nuevo estaba siendo débil.

Damien se despertó de golpe cuando no pudo soportarlo más.

Con velocidad de gacela se puso en pie.

Estaba descalzo, y no llevaba camisa, tenía el torso completo humedecido en sudor, y temblaba, todavía temblaba muchísimo.

Sabía que debía salir de ahí antes de que comenzara a sentir que se ahogaba. Necesitaba aire.

¡Mierda! ¡Necesitaba en serio aire!

Salió como poseído de la habitación, y corrió directo a las escaleras, estaba a punto de terminar de bajarlas cuando una cálida voz familiar lo llamó.

–¿Damien?–

El soldado se detuvo, pero cerró los ojos y negó de inmediato.

–Ariana, no te acerques–

Lo mismo le había dicho la vez anterior, y ella no comprendía todavía por qué.

–Damien, espera. Dime qué pasa. Mírame–

Ariana no esperaba que él fuese a obedecer, pero como si algo hubiese sido más fuerte, el soldado alzó la cabeza y la miró fijamente.

Sus ojos... Aquella noche había algo más que el habitual hielo que se reflejaba en aquellas profundidades de color negro. Se percibía una terrible y profunda tristeza. Esto hizo que ella se acercara un paso más.

Había lágrimas, lágrimas que intentaban purificar de la pesadilla que acababa de vivir.

–Quédate donde estás, y déjame ir– susurró él, y la voz le sonó a pura súplica. –Por favor, Ariana...–

La castaña se quedó quieta, pero no podía dejar que se marchara de ese modo, no otra vez.

Damien estaba pidiéndole que no se acercara, pero ella no sentía miedo alguno.

Percibía su dolor, y lo veía. Un terrible dolor que lo acompañaba desde hacía mucho tiempo. Y lo único que la hacía sentir era una necesidad muy fuerte de aliviarlo.

Lo amaba, lo amaba con toda su alma y no había nada que deseara más esa noche que darle ese alivio, el consuelo que parecía necesitar desesperadamente.

–Damien, todo estará bien–

Él negó.

–No, nada va a estar bien–

–Yo te prometo que sí...– susurró suavemente.

Las lágrimas pugnaron en los ojos del moreno luchando por salir, pero él las detuvo cerrándolos desesperado.

Miró a su esposa, y su corazón palpitó de ansia, de anhelo, y de algo más.

Ahí estaba Ariana delante de él, increíblemente hermosa a media noche, con los mechones acaramelados cayéndole hasta la cintura, su pequeño y delgado camisón rosa cubriendo su apetitoso cuerpo. Esa hada mágica que sólo con su presencia lograba calmarlo, que con sus dulces palabras hacía que todo su ser se llenara de paz, como si ella fuese luz.

¡¿Por qué, joder?!

Ariana lo tranquilizaba, y todavía no podía entender la razón. Sabía que no debía ser así, ella no podía ser su consuelo... ¡Pero, mierda, así era!

La vio entonces dar un par de pasos más, y él no fue capaz de volver a pedirle que se alejara. No encontró las fuerzas para ello, porque fue más fuerte su necesidad de tenerla cerca. Completamente derrotado ante su debilidad por ella, Damien cayó de bruces, y tapó su rostro con ambas manos, pero pronto Ariana las tomó y las apartó para poder mirarlo a la cara.

Se miraron fijamente, y el cruce de sus miradas fue electrificante. Se dijeron muchas cosas, y a la vez no se dijeron nada.

Ella se acercó a él, lo tomó del rostro, acarició su cabello, y lo pegó a su vientre abrazándolo con gran fuerza.

Cuando creyó que Damien iba a apartarse, sucedió todo lo contrario. Su marido la rodeó con sus brazos, y respondió al abrazo como si la vida se le fuese en ello, encontrando el perfecto consuelo que tanto había estado buscando.

–Tranquilo... Estás a salvo...– las palabras que repetía estaban llenas de amor por él.

Damien negó y se abrazó todavía más, pero entonces se puso en pie, ahí donde estaba, sin alejarse ni un solo centímetro de ella.

La sobrepasó con toda su altura, y Ariana quedó frente a su inmenso pecho, con la cabeza alzada para poder mirarlo.

Él también la miraba, no podía dejar de hacerlo. Jamás podría, se daba cuenta. Respiraba con dificultad, la cabeza le dio mil vueltas, y entonces sucedió... Bajó su boca y atrapó la suya en un beso que los dejó a los dos sin aliento.

Ninguno hubiese podido evitarlo. La decisión había sido tomada hacía ya muchísimo tiempo.

Impaciente y hambriento, el soldado se abrió paso dentro de su boca invadiendo profundamente para finalmente probar su sabor.

Ah, tan jodidamente dulce...

La pequeña y dulce boca de Ariana debajo de la suya le dio la bienvenida, y él comenzó a volverse loco. Aunque intentó por todos los medios poder controlarse, no pudo hacerlo.

Dejó de besarla pero únicamente para poder mirarla. Su respiración se había hecho cada vez más trabajosa, como si jadeara.

¿De verdad estaba sucediendo? ¿O estaba siendo un sueño? ¿La había besado forzando el contacto, o sólo lo había deseado con tal intensidad que parecía real?

No. Había sido real, y ella lo había besado también. Había esperado que ella empezara a poner resistencia debido a lo ocurrido hacía unos cuantos días, y él había estado dispuesto a detenerse, pero eso no había ocurrido, sino todo lo contrario, Ariana había metido sus manos en su pelo negro y había empezado a acariciarlo.

Ella no estaba asustada de él. Y eso era malditamente bueno. No la quería asustada, la quería excitada.

>¡Hijo de puta! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Detente!<

La realidad le dio un golpe en el rostro.

Tenía que dar media vuelta y marcharse. Tenía que dejarla tranquila, eso fue lo que le dijo su último atisbo de cordura. Tenía que soltarla.

¡Mierda!

¿Soltar a aquella criatura hermosa y delicada? Imposible. Ya no iba a poder hacerlo ni aunque lo mataran.

<–Si tu padre era malvado, entonces tú también lo serás–>

No.

Aquella sentencia dejaba de surtir efecto en ese instante. No tenía valor alguno.

Damien supo que no podía ser verdad.

Ella era tan frágil. Apenas le llegaba al pecho, era demasiado pequeña para su imponente altura. Y él sabía que debía lucir descomunalmente enorme a su lado, pero esas diferencias no importaban porque nunca la lastimaría. El instinto de protección se activaba en todo su esplendor cada vez que la miraba, que la tenía cerca.

–No te haré daño...– susurró contra su aliento. –Nunca te haría daño, Ariana. Te lo juro...–

–Ya lo dijiste– fue la suave respuesta de ella. –Y te creí... Te creo–

Aquel hombre la superaba en tamaño y fuerza, pero eso no la hacía temer bajo ningún aspecto. Se sentía segura en sus brazos, tan segura como nunca antes se había sentido.

Entonces él notó su respuesta, las señales de la excitación en el rubor de su cremosa piel femenina, la boca entreabierta, el pulso desbocado latiéndole en el cuello junto a la delicada curva de su oreja... ¡Era tan bonita, maldición! Y lo deseaba casi tan condenadamente como él la deseaba a ella, con una dura fuerza que le arrebataba los sentidos.

Inesperadamente Damien sintió una remota sensación de culpa, pero enseguida la ahuyentó. Ariana era su esposa, y había encendido en él todos los fuegos del infierno. Tenía todo el derecho sobre ella, tenía todo el maldito derecho a tocarla...

Y desde luego Ariana quería que la tocara, quería volver a sentir las ardientes sensaciones que le habían robado la cordura la noche del bar. ¡Cielo santo! Si había alguna posibilidad de tener aunque fuera un par de horas con ese soldado, ella la tomaría con ambas manos. El deseo que la invadía era incontenible, gigantesco.

Su marido era guapísimo, nunca había conocido a un espécimen masculino más atractivo que él. Su pelo negro, sus rasgados ojos oscuros, las cejas pobladas, la dureza de sus facciones, todo en su rostro la hizo darse cuenta de lo joven que él era, del sufrimiento que llevaba en el alma. ¿Pero por qué? ¿Por qué su amado sufría?

Ella deseó con todo su ser tener el poder de sanarlo, salvarlo, pero tan solo se apretó más contra él.

Damien la cogió de la cintura con una mano para acercarla de nuevo, introdujo la otra en la sedosa cabellera color caramelo, y su boca se estampó contra la suya volviéndola a besar con ardor. Ariana gimió cuando su marido comenzó a besarla con más ímpetu, más profundamente, llenando su boca con la lengua mientras el sabor de la pasión masculina y la carne enardecida llenaba sus sentidos.

En medio de aquellos besos el moreno volvió a maldecir.

Necesitaba alivio, necesitaba el cuerpo de una mujer para ello, pero no el de cualquier mujer. Únicamente le valdría ella. Si estaba tan increíblemente duro era por Ariana y sólo por Ariana.

Quería acariciarla por todas partes, quería recorrerle la piel con la lengua, penetrarla hasta lo imposible, que ella reconociera de una maldita vez a quién pertenecía.

Y tenía que ser esa misma noche, no mañana ni después. En ese instante.

Entonces la alzó sin dejar de besarla.

Con los ojos cerrados Ariana se dejó besar y cargar, y lo rodeó con sus piernas sabiendo perfectamente hacia dónde sería llevada.

Damien la llevó a la habitación más cercana, la de ella.

Raras veces él había entrado ahí, pero en ese instante ni siquiera miró a su alrededor. Buscó a tientas la cama, y con total delicadeza la recostó posicionándose encima con todo cuidado de no aplastarla.

Tan pronto como Ariana sintió la suavidad de las colchas debajo de su espalda, sintió también la dureza de él encima de ella. Abrió entonces sus piernas para que el hombretón pudiese acomodarse mejor. Fue instintivo.

Damien la besó y la besó, y la besó. Ella respondió a cada beso apasionado con su propia pasión.

Estaba perdida. Podía percibir todos los matices del cuerpo de guerrero de su marido, porque él se estaba encargando de que ella los notara.

La sensación de sentirle tan cerca le quitó de poco en poco la cordura. Puro músculo, cálido cuando se apretaba contra su cuerpo. Sus brazos le estrecharon la cintura, acariciaron sus brazos, su cuello, cada curva. La cercanía de Damien le encantaba; su tamaño y la forma en que la hacía sentirse pequeña le suscitaban recuerdos de su primera noche juntos.

Los labios masculinos besaron el cuello femenino, Ariana alzó la cabeza y gimió. El sonido lo estimuló más.

>¡Mierda! Si pudiera olvidarla, si pudiera dejar de desearla...<

Pero no podía. Cálida y totalmente entregada en sus brazos, pequeña y femenina, lo estaba volviendo loco de deseo. Ella estaba haciendo que sintiera cosas que ni siquiera podía recordar haber sentido, salvo en sueños. Sueños de ella. Sueños de pasión y placer primitivo, sensaciones que no podía imaginar que realmente existieran.

Damien gruñó y se alzó ante la menuda mujer, le desgarró el camisón en busca de piel desnuda, y antes de devorar ávidamente todo lo que encontró, se dedicó unos cuantos segundos a admirarla.

Tenía cuatro meses de embarazo, y casi no se notaba la pequeña protuberancia en su vientre. ¿Pero por qué? ¿Era normal eso? ¿Se debía a su complexión delgada o era algo que debía preocuparlos?

¡Mierda!

En ese momento no pudo seguir pensando en eso, porque la lujuria fue mucho más fuerte.

–Oh, joder, qué hermosa eres...– susurró. Luego besó sus clavículas y el valle de sus senos, exploró las dos redondeces con los labios, y se deleitó con los gemidos de hembra. Saber que estaba haciéndola sentir tanto placer lo complacía enormemente, y dejó vagar sus caricias por la delicada espalda, por la cintura, mientras su boca seguía prendada de la dulzura que encontró en sus pechos.

Se preguntó entonces si ella se daría cuenta de lo inquietas que estaban sus manos, del esfuerzo que hacían para acercarla más a él. Ariana tenía una sensualidad inexplorada, y Damien respondía a aquella fuerza sin igual.

Pero ella no se daba cuenta de nada más que su toque, nada más que la sensación de él invadiendo su cuerpo. Él era un guerrero, un conquistador, y le estaba robando el alma.

–Deseas esto, Ariana, lo deseas tanto como yo– sus manos abarcaron cada uno de ellos. Sus dedos podían empequeñecer un balón de baloncesto, y abarcando cada uno de esos delicados hemisferios de carne, parecieron mucho más enormes.

–Sí...– susurró ella, y el monosílabo aguijoneó todavía más las viriles emociones.

La atrajo hacia sí y la besó de nuevo. Esa noche era un lobo, quería correr salvaje.

Ariana subió sus manos, y las colocó en las ásperas mejillas, se apretó contra su enorme cuerpo, desesperada por saciar el ardor tormentoso que él estaba desatando.

Damien volvió a alzarse para terminar de quitarle las prendas, dejándola únicamente en braguitas de seda, sin embargo a los pocos segundos se las quitó también.

Era preciosa...

Esbelta, piel suave y perfecta, y depilada. ¡Joder! Sí, también había estado depilada la primera vez.

Damien supo entonces que moriría si no entraba en ella ya mismo. Bajó el pantalón pijama, que no hacía nada por esconder la fiereza de su deseo, y su pene endurecido y pesado surgió.

Ariana se quedó sin aliento, y lo miró demasiado agitada. Su marido era todo un hombre, y ahí estaba frente a ella. Desnudo, orgulloso e imponente.

Jamás había visto a un hombre de ese modo, y aquella vez en el baño no había tenido oportunidad de verlo a él del todo.

Los músculos de su torso se marcaban ante cada movimiento, e incluso sin esfuerzo. El tatuaje de su brazo la atraía, la hechizaba. Su pecho era inmenso, y el vello negro que lo cubría le daba todo ese toque viril único en él. Descendía poderoso hasta llegar a la suave mata que parecía más oscura, y que rodeaba el pene gordo y largo, con pequeñas venitas que parecían a punto de reventar, el glande brillaba, y parecía reluciente.

Ariana lo deseó más que nunca.

Pero entonces él tuvo que contenerse un poco, aunque le costó. Su miembro estaba tan increíblemente erguido que la hinchada y dolorida cabeza parecía casi roja, sus testículos tan duros que corría el riesgo de no durar mucho tiempo esta vez.

La tomó con fuerza entre sus brazos para subirla un poco más a la cama.

A Ariana le fascinó sentir el vello del pecho masculino contra la suavidad de sus senos. El ritmo de sus corazones pareció de pronto el mismo.

Sus bocas volvieron a unirse con pasión desbordada, y entonces él tomó su pene en su puño, y buscó la entrada femenina entre sus pliegues. Se alzó imponente sobre ella, presionó el glande, y luego bajó la mirada observándola con sus helados ojos negros que se encontraban más oscuros que nunca debido al deseo.

Ariana lo miró fijamente, y de pronto se tensó recordando el horroroso dolor que había sentido la primera vez que él la había hecho suya, pero también recordó el placer que llegó después.

Un segundo después, la boca femenina se abrió en un delicioso grito cuando él se hundió en ella hasta el fondo, y ese grito hizo que Damien sintiera como si la sangre ardiese dentro de sus venas.

El gemido de Ariana retumbó en toda la habitación, seguido del gruñido de hombre que soltó él.

Aunque ya no fuese virgen, y aunque estuviera lo suficientemente húmeda, la joven no pudo evitar sentir dolor debido a lo grande que era. Sin embargo se dijo que no importaba. Nada importaba excepto el placer... Su placer y el placer de Damien.

Él se encargaba de ensancharla, y la sensación de su cuerpo adaptándose al suyo masculino era extraordinaria. Ahora encajaban perfectamente.

Durante una dilatada y silenciosa pausa no ocurrió nada porque el soldado utilizó todas sus fuerzas para contenerse, y lograr así que ella pudiera acostumbrarse a él.

Cuando sintió que lo habían logrado, la cogió por la cintura ciñéndola con el brazo, bien apretada contra sí, logrando levantarla un poco. Luego comenzó a moverse.

La fuerza de sus primeras acometidas obligó a su joven esposa a gemir en suaves y femeninos lloriqueos que fueron gasolina para Damien.

Se movió de nuevo teniendo buen cuidado de no lastimarla.

¡Joder, qué estrecha que era!

Lo oprimía a la perfección cada vez que la embestía. La sensación era deliciosa, la fricción lo volvía loco y más loco.

Ariana estaba aceptándolo de nuevo en su interior, por completo, y sin preservativo. ¡Carajo! Su preciosa vagina, era cálida y resbaladiza, le absorbía como si no pudiera vivir sin él.

–Ariana...– el nombre de ella salió sin que lo pretendiera.

«Su esposa»

Apenas y podía creerse que la tenía entre sus brazos. La niña mujer que había dejado embarazada accidentalmente, y con la que se había visto obligado a casarse. La esposa a la que se había jurado no volver a tocar.

¡Maldita fuera!

Ya no importaba, nada más importaba. De pronto todo había dejado de existir, y lo único importante era lo que sucedía ahí, en aquella habitación, en aquella cama.

La miró, y la pasión primitiva lo envolvió.

Ella era delicada, tierna, diminuta, dulce, tan increíblemente dulce, todo lo que nunca lo había atraído antes.

¡Mierda! Estaba mirándolo también mientras él la follaba.

Esos ojitos marrones lo hechizaron, e hicieron que le dieran mil vuelcos más.

Ariana era diferente, única para él. Todo lo bueno y perfecto que había en el mundo. No como las otras mujeres con las que había estado. Jamás como ellas.

Besó sus labios, bajó a su cuello, y luego volvió a su boca regresando por más.

La sintió estremecerse, y supo que él mismo se estremecía de igual forma.

La posesividad crecía y crecía dentro de su pecho a cada segundo, expandiéndose, reforzándose.

Esa hada mágica era suya. Y había tenido aquel mismo pensamiento aquella noche en ese baño. La chica le pertenecía. No sabía de dónde había surgido esa locura, pero así era.

De un momento a otro las esbeltas y torneadas piernas de Ariana le apretaron fuertemente las caderas, intensificando el placer de la penetración. Damien se regocijó de aquella reacción, y aceleró el ritmo, sin embargo en ningún momento se olvidó de lo más importante... Ella estaba embarazada, no podía lastimarla, y tampoco lastimar al bebé.

–Oh, Damien– la castaña pasó sus manos por su pelo, sus mejillas ásperas, el cuello, su pecho inmenso... Levantó la cabeza en busca de más besos, y desde luego Damien se los dio.

Jadeos guturales, el ritmo sostenido de las embestidas y la in­tensa sensación de que él estaba en su interior hicieron que Ariana se sintiera más mujer que nunca.

Cielo santo, Damien la envolvía por completo, su tamaño era el doble que el de ella, y eso la hacía sentirse segura, protegida. Él parecía invencible y poderoso.

Ya no había escapatoria. La hipnotizaba, la hacía sentirse hambrienta, la hacía necesitarlo.

Damien se apoderaba de su corazón y de su alma, y se los devolvía para después arrebatárselos de nuevo.

Perdida en su calor y protección, Ariana pensó que eso era casi como ser amada, pero no... Él no la amaba, y sólo una tonta podría amarlo... Sólo una tonta.

Sin embargo en esos instantes ella sólo podía pensar en el placer que recorría su cuerpo, no en proteger su corazón.

No la amaba, pero en ese momento, enterrado en lo más profundo dentro de sus entrañas, él era suyo.

«Damien»

Su marido.

Ariana luchó por respirar y pudo sentir su lucha también. Los duros sonidos que rasgaban la garganta de él eran casi bestiales en su hambre, su intensidad.

De nuevo los ojos negros se clavaron en ella justo al tiempo que cerraba los ojos, y jadeaba, dándole la bienvenida más y más adentro.

–No quiero que... ¡Oh, mierda! No quiero que pienses en otro– Quería decir especialmente que no quería que pensara en Shawn, ese chico joven y noble que evidentemente parecía encajar con ella mucho más de lo que él podría hacerlo nunca. ¡Maldición, no!

En medio del dulce tormento Ariana lo miró sin comprender. ¿Qué significaba eso? Logró preguntarse. Lo miró intentando descubrir de qué demonios estaba hablando y por qué lo hacía en ese preciso momento, y entonces comprendió.

Damien volvió a embestirla, ocasionando que gimiera más, pero aun así ella logró responder...

–No veo... ¡Ah! No veo a nadie que no seas tú...– susurró. –Te lo... oh... Te lo juro, Damien– acarició su rostro de manera cálida, y eso sin duda hizo que el pecho del soldado explotara.

La penetró entonces con más intensidad, y Ariana se estremeció en sus brazos cuando el orgasmo estalló dentro de ella.

Damien sintió como las paredes internas de su esposa palpitaban en torno a su polla, y maldijo entre dientes. Comprendió que su propio clímax se avecinaba, y se rindió. La apretó contra su cuerpo, y permitió que todo lo que había dentro de él explotara bañando su vagina de fuego líquido. Entonces el gemido gutural de satisfacción colmada que oyó fue el suyo.

Ahí, todavía encima de ella, se negó rotundamente a abrir los ojos y mirarla, mientras se recuperaba. Le pareció increíble que en realidad hubiese ocurrido lo que acababa de suceder, pero había sucedido, y no había una maldita vuelta atrás.

Deseó gritar de frustración pero en su lugar decidió ser valiente, y enfrentar lo que venía. Sin embargo cuando abrió los ojos, y miró a la mujer que todavía sostenía en sus brazos, se dio cuenta de una cosa... Su preciosa y delicada esposa se había quedado dormida. Los parpados cerrados, las larguísimas pestañas descansando en las sonrosadas mejillas, los labios hinchados por tantos besos, los senos desnudos bajo el manto de su cabello castaño, y mirándose tan jodidamente bonita que de nuevo le quitó la respiración.

Exhaló, salió de ella y de inmediato se alejó.

¡Maldita sea!

No podía mirarla de nuevo, tampoco podía tocarla, porque de lo contrario marcharse de esa habitación iba a resultarle imposible.

Buscó su pantalón pijama, se lo puso, y pronto se acercó a la puerta tomándola de la manija. Sin embargo antes de girarla para salir, alzó sus ojos a la pequeña hada que dormía pacíficamente, y su pecho palpitó de mayor anhelo.

Acababa de correrse en su interior, y deseaba muchísimo volver a hacerlo. ¡Infiernos! ¡Cuánto lo deseaba!

O al menos quedarse y dormir junto a ella. ¿Sería buena idea? Se preguntó, y estuvo seguro de que sería condenadamente agradable hacerlo. Abrazarla toda la noche. Pero no podía.

>Lárgate de aquí, cabrón<

Sí, eso iba a hacer, pero antes... Se acercó de nuevo a ella, y la cubrió con la manta.

No comprendió por qué, pero repentinamente, saber que Ariana dormía bien, se volvió de vital importancia para él.

•••••

Pero Damien sabía que aquella noche, quien no dormiría ni siquiera un poco, sería él.

Entró a su habitación, y cuando cerró la puerta, se recargó sobre la madera con infinita tensión.

>Vuelve. Despiértala a besos. Devórala. Tómala otra vez. Es tu mujer<

Negó para sí e ignoró la voz mientras avanzaba hasta su propia cama. Se dejó caer en ella, y gruñendo, enterró el rostro en la almohada, pero no encontró olvido ahí.

Lo que acababa de hacer con Ariana no había sido suficiente para él. Necesitaba más. ¡Caramba! Tenía la sensación de que podría tomarla durante horas y todavía no tener bastante de ella.

Todavía recordaba su sabor, su dulce aroma, el calor húmedo y resbaladizo que los había rodeado, y los había conducido a ambos al más exquisito éxtasis.

El soldado cerró los ojos lleno de frustración, pero no para dormir, sino para darse cuenta de que aquella iba a ser una larga noche de insomnio.

Las horas transcurrieron, y él continuó siendo atormentado, imaginándose que volvía con su esposa, pensando en cómo habría sido dormir abrazado a ella, envuelto en el perfume de sus cabellos...

Sintió un nudo en la garganta, soltó una palabra obscena. Luego, lleno de furia, se levantó de la cama, se colocó una sudadera con buzo, y zapatos deportivos.

Si no podía dormir, al menos podría trabajar.

Enseguida salió de su habitación, y después de la casa.

•••••

Cuando Ariana despertó, y se dio cuenta de que se encontraba desnuda bajo las mantas, de inmediato recordó la razón de ello.

Un vuelco muy grande le abarcó todo su ser.

¿Lo había soñado?

No. Imposible. Tenía los pechos increíblemente sensibles, y además todavía sentía aquel agradable escozor entre sus piernas, prueba innegable de que había pasado la noche con un hombre... Su marido.

Mientras un estremecimiento la abarcaba, intentó refrenar los latidos de su corazón, rodeándose con un brazo, pero no pudo lograrlo. Cerró los ojos, y detrás de sus párpados las imágenes comenzaron a bailar. Damien encima de ella, Damien besándola, Damien tocándola, Damien poseyéndola por completo...

Otro vuelco le dio por dentro y comenzó a sentirse muy consternada.

Después de lo ocurrido la noche pasada no sabía si podría ser capaz de mirarlo a la cara esa mañana.

Es decir...

¿Cómo tendría que actuar? ¿Hablarían de lo sucedido? ¿O tan solo harían como que nada había pasado?

Tal vez a esas horas él ya estaría arrepintiéndose de todo, y eso le dolió muchísimo porque ella no se arrepentía de nada.

Damien era... Cielo santo, Damien era su más profundo anhelo, todo lo que deseaba, y habérsele entregado en cuerpo y alma había sido completamente inevitable, instintivo.

Lo terrible del asunto era que él la detestaba. La deseaba, eso era cierto, y no había manera de negarlo, pero aún más que desearla, la detestaba.

Ella suspiró entonces sintiéndose más desdichada que nunca, y se preguntó cómo podía ser posible que después de haber llegado a conocer un placer que estaba más allá de la imaginación ahora se encontrara súbitamente sumida en la tristeza.

Se dio cuenta de que no quería encontrárselo, pero no porque no deseara verlo, sino porque no quería mirar en su rostro la expresión de furia que seguramente tendría por haber sido tan débil esa noche.

Después de pensárselo unos cuantos instantes Ariana se dijo que no podía ser tan cobarde. No podía pasarse la vida entera escondiéndose en su habitación. Tenía que salir y afrontar fuera cual fuera la reacción de Damien.

Exhaló sintiéndose un poco más tranquila, y entonces decidió que antes que nada debía tomar un baño.

•••••

Ojalá hubiese sido sólo un sueño... Ojalá todo se hubiese quedado ahí... En simples fantasías.

Se dijo Damien esa misma mañana mientras bebía una taza de café negro, con la mirada inescrutable.

Ojalá el deseo no hubiese sido más fuerte que él, porque ahora no podía sacársela de la cabeza, y tampoco del pecho. No podía olvidarse del sabor de sus labios, ni de la suavidad de su piel, de los dulces y suaves gemidos, de sus ojitos marrones mirándolo con excitación y timidez. Tampoco podía olvidar la sensación de tenerla bajo su pecho, diminuta y delicada, tan joven, pero más mujer que cualquiera que él pudiese recordar.

Ahí en esos instantes, Damien sentía un enorme vuelco en su interior que le decía a gritos lo mucho que ahora la necesitaba. Lo malditamente dentro que esa hada mágica había logrado meterse en sus venas.

–Mierda...– sisearon sus labios después de otro largo trago de café.

Los minutos comenzaron a transcurrir. Se dio cuenta entonces de que ya se había pasado la hora en que Ariana solía despertarse y bajar. Pero comenzó a pensar en que tal vez ella no pensaba aparecerse por ahí, y no la culpaba.

Exhaló, y entonces algo captó por completo su atención.

Un pequeño cuerpecito peludo que subía con descaro a la barra para hurtar un trozo de pan tostado.

¡Un condenado ratón!

Damien abrió los ojos con furia, y de inmediato se abalanzó contra el roedor intentando atraparlo, pero lo único que logró fue hacer un desastre con toda la comida, tirando platos al suelo que después se rompieron en cientos de pedazos.

–¡Hijo de puta, ven aquí!–

Hacía apenas el día anterior, se había dado cuenta de que tenía a ese asqueroso huésped en su cocina, y había acordado con Tim que esa misma mañana colocarían las trampas para lograr atraparlo. Sin embargo se dijo que ya no iban a hacer falta porque en ese preciso momento iba a acabar con él.

Tomó entonces la escoba, y con toda intención de matarlo, la alzó para poder hacerlo.

–¡Nooooo!– aquel agudo y femenino grito se escuchó de repente y resonó en toda la cocina.

Damien había estado tan concentrado en acabar con la vida de ese pequeño demonio que tardó en darse cuenta de que tenía a su menuda esposa colgada de su brazo, y trataba de detenerlo.

–¿Ariana, pero qué mierda...? ¡¿Estás loca?! ¡Pude haberte hecho daño!–

–¡No lo mates, Damien!– suplicó ella, y su carita realmente demostraba consternación. Parecía tan desesperada por salvar al ratón.

El soldado supo entonces que nunca sería capaz de partirle el corazón a la bonita hada mágica, matando a ese repugnante bicho. Aquello sólo serviría para abrir otra brecha entre ellos. Exhaló, y entonces soltó la escoba dejándola caer al suelo.

Sabía que a Ariana le gustaban los animales, es decir, adoraba a Rambo, alimentaba a los pajaritos, y a veces solía acariciar a los caballos cuando tenía uno delante, pero no había imaginado que la lista también incluía a los ratones.

–De acuerdo, tranquila. No le haré daño– prometió mientras alzaba las manos en señal de paz.

Ariana creyó en él, y enseguida se tranquilizó.

Ambos miraron cómo aquel ratón que había armado todo ese alboroto volvía a subir de nuevo a la barra para robar ahora un trozo de tocino, y después bajaba de nuevo corriendo a esconderse en el hoyo de la pared que seguramente utilizaba como su guarida.

La castaña bajó la mirada, y su esposo exhaló al tiempo que cerraba la suya con algo parecido al desesperó. Sin embargo segundos más tarde los abrió y volvió a mirar a aquella belleza silenciosa frente a él. Ella también lo miraba, y los ojos de ambos brillaron con cada recuerdo nítido de la noche anterior.

Las preciosas mejillas de Ariana se llenaron de un hermoso rubor rojo, y Damien por su parte tensó la nuez de adán.

Casi no podía ser posible que hacía tan solo unas cuantas horas hubieran estado tan unidos, y ahora se encontraran tan distantes.

De pronto él arqueó una ceja oscura y continuó mirándola fijamente, golpeado por la necesidad tan ardiente de estar con ella otra vez, dentro de ella...

Ariana trató desesperadamente de adivinar sus pensamientos. Lo amaba muchísimo, tanto que le oprimía el corazón y le hacía doler el alma.

El silencio comenzó a hacerles daño a los dos, y entonces fue Damien el primero en hablar...

–¿Te... te lastimé anoche?–

La pregunta le cayó por sorpresa, e hizo que la joven se ruborizara aún más.

–Estoy bien– respondió sin saber si debía mirarlo o no. Al final no lo hizo.

–¿Estás segura?– insistió. Él era tan malditamente grande, y ella tan menuda y delicada.

–No me hiciste daño– aseguró, y esta vez lo miró a la cara.

Damien exhaló de alivio.

–Bien– no dijo nada más respecto a lo sucedido, y desde luego Ariana tampoco mencionó ni una sola cosa.

De pronto ambos miraron el desastre ocasionado.

–Yo... yo limpiaré todo esto– dijo Ariana de inmediato. Había estado buscando una excusa para cambiar el tema, y lo había encontrado.

–No, no. Yo lo hice, yo lo limpiaré. Tú debes desayunar algo–

–Desayunaré más tarde– respondió ella.

A Damien no le gustaba que su esposa se negara a desayunar casi a diario, pero no mencionó nada.

–De acuerdo, encárgate de la mesa, y no te acerques a los platos rotos. Yo me ocuparé de eso–

En silencio los dos se dedicaron a poner en orden la cocina.

Ninguno de los dos se dio cuenta de que el Teniente se encontraba ahí en el arco observándolos. Había entrado sin tocar.

No era un fisgón, pero siempre le resultaba curioso la manera en la que esos dos solían tratarse. E incluso ahí, esa mañana en la cocina, los dos juntos, las cosas parecían no cambiar entre ellos.

Sin embargo había algo que no podían ocultar, y el Teniente se daba cuenta.

Damien y Ariana se evitaban el uno al otro incluso cuando estaban en la misma habitación. No se hablaban, no se tocaban ni siquiera por accidente, pero cada vez que sus ojos se encontraban, hasta él podía sentirlo, se sentía como si el cielo hubiese sido llenado súbitamente con fuego y nubes de tormenta.

–Disculpen que haya entrado así. Vi la puerta abierta. Buenos días– les sonrió a ambos.

A Ariana se le iluminó el rostro cuando lo vio, y de inmediato corrió a saludarlo dándole un beso en la arrugada mejilla.

–Buenos días, Teniente–

–Buenos días, abuelo– murmuró Damien secamente.

–¿Qué ocurrió aquí?–

Los dos jóvenes se miraron, y entonces fue su nieto quien respondió.

–Ariana tiene un huésped en casa, y bueno... es un poco desordenado con la comida–

–¿De verdad? ¡Qué maravilla! Díganle que es bienvenido en la Hacienda Keegan. ¿Cuándo lo conoceré?– George sonrió encantado.

La castaña se sonrojó entonces, y desvió inmediatamente la mirada. Damien en cambio decidió salir de ahí cuanto antes.

–Pregúntale a ella– sin más se marchó, y salió de inmediato de la casa.

A pesar de que había pasado gran parte de esa madrugada trabajando, Damien pensaba seguir haciéndolo durante todo ese día, aprovechando que no tendría que ir a la base. Recordó mentalmente cuáles eran las tareas pendientes, y entonces su capataz se acercó hasta él deteniendo su camino.

–Buenos días, joven Damien–

–Buenos días, Tim–

–Ya tengo listas las trampas para esa rata que ha invadido su cocina– informó, pero lo vio negar.

–Olvídalo. Cambio de planes–

El capataz no comprendió.

–¿A qué se refiere?–

–A que la maldita cosa esa se ha hecho amiguito de Ariana, y no podemos matarlo–

Tim casi no se pudo creer lo que sus oídos habían escuchado. ¿Era una maldita broma? Miró a su patrón como si le hubiesen salido dos cabezas. Desde luego Damien lo notó pero lo ignoró.

–Ordénale a un par de chicos que se encarguen de atraparlo, sin hacerle daño– añadió. –Y que después se ocupen de soltarlo lejos de aquí–

–Sí, señor– asintió el capataz consciente de que cualquier señal de burla desataría la ira del soldado. Sin más se alejó de ahí para volver a sus labores.

Cuando se encontró solo, el soldado soltó una palabrota.

Él tampoco podía creerse lo que acababa de ordenar, casi como si fuera un completo imbécil puñetero sentimentalista de mierda.

¡Joder!

•••••

–No sé si sea el embarazo o qué demonios esté ocurriendo contigo pero estás poniéndote más hermosa, Ariana– exclamó la rubia completamente emocionada, y con mirada divertida.

–No seas exagerada, Dove–

–¿Exagerada yo? ¿Cuándo he sido exagerada?– cuestionó fingiendo indignación, pero antes de que Ariana respondiera, la interrumpió. –De acuerdo no digas nada– consintió. –Pero esta vez hablo en serio, Ari. Las caderas se te han redondeado, y mira esas dos, se te ven espectaculares. Si para lucir ese escote tengo que estar embarazada pues tal vez ya va siendo tiempo de que yo me embarace también– bromeó.

Ariana rió porque su amiga era una verdadera demente.

–Estás loca. En verdad lo estás. Si estuvieras embarazada te aseguro que no lo encontrarías tan divertido. Además ese cuerpazo que dices que ahora tengo pronto se esfumará, y pareceré un simpático balón de fútbol– engordar no preocupaba a la castaña en absoluto, pero a Dove sí que lo hacía.

–Rayos, tienes razón. Pero dudo que tú vayas a ponerte tan gorda. Tienes ya cuatro meses y sigues muy delgada–

Aquello era cierto.

Ariana se hundió de hombros.

–Todavía me cuesta mucho retener la comida, por eso no he podido subir ni un solo kilo–

–¿Y ya lo sabe tu doctora?–

–Lo sabe. Dijo que si para la próxima consulta sigo en el mismo peso, me recetaría más vitaminas y también suplementos alimenticios–

–Creí que me habías dicho que esos malestares sólo durarían hasta el tercer mes–

–Se suponía, pero no tengo ni idea de por qué sigan. Es horrible–

Dove mostró una mueca de pena, pero luego abrazó a su amiga.

–Tranquila. Estoy segura de que pronto se te pasarán. Lo importante es que mi sobrinito crezca sano y fuerte, así que debes hacer mucho más esfuerzo y comer como es debido–

–Sí, tienes razón. Mi bebé es lo más importante, y no importa que me haga vomitar a todas horas. Haré todo por él–

La rubia le sonrió.

–Me alegra ver que a pesar de que en un principio ese pequeñín puso tu mundo de cabeza, ahora estés tan ilusionada esperando su llegada–

–Lo espero con ansias, Dove. Lo es todo para mí–

–Va a ser un niño muy querido, te lo aseguro. Tú lo amas, yo lo amo, su bisabuelo lo ama...–

–Sí, pero no mi familia, y tampoco Damien–

Esta vez Dove negó molesta.

–Los Sheen no son tu familia, así que ni siquiera los menciones, y Damien... bueno, él es muy raro, ¿vale? Pero siente, Ari. Es de carne y hueso, tiene un corazón que bombea sangre, y algún día ese corazón va a tener que ponerse a funcionar, y amará a su hijo, bastará con verlo, te lo aseguro–

El corazón de Ariana se apretó en un nudo, y verdaderamente deseó que así fuera. Lo anheló con toda su alma.

–¿Lo crees así?–

–Claro– asintió su amiga. –Es su hijo, y será imposible que no lo ame. Ya lo verás, y yo querré pagar por ver a ese grandulón derritiéndose de amor por su bebé–

A pesar del dolor Ariana sonrió, porque ella también pudo imaginarlo. Ojalá fuese a ser cierto, se dijo.

–¿Sigue en pie el divorcio?– preguntó de pronto Dove cambiando de tema.

Ariana asintió.

–Por supuesto. No ha ocurrido nada que...– recordó de pronto la noche pasada en la que había estado en brazos de aquel fuerte y varonil soldado, y se estremeció rezando porque el rubor de su cara no fuese a ser tan evidente. –...Nada que cambie las cosas–

–Pero podría suceder– apuntó Dove, y al ver su expresión, exhaló. –Mira, Ari. Disculpa si molesto tanto con el tema, y no es que me muera porque tengas una historia de amor con ese soldadito tuyo, pero realmente prefiero mil veces que te quedes aquí con él, a que vuelvas a casa de tus tíos. De solo pensar que tú y mi sobrino estarán a merced de esos monstruos me pone los pelos de punta. Tal vez deberías decírselo a Damien. Sé que él y el Teniente harían algo...–

Ariana negó de inmediato.

–Creo que nunca podría contárselos–

–Pero, tu bebé...–

–Lo sé, y te aseguro que si vuelvo a casa de mis tíos, no dejaré que se le acerquen ni que le toquen un solo pelo. A mí podrán hacerme lo que les venga en gana, pero no a mi hijo. Podré soportarlo. Sólo tendré que estar con ellos tres años más, y después seré libre–

Dove negó.

–Amiga, pero es que ese no es el caso. No sólo tu hijo debe estar seguro, también tú. Damien puede protegerlos, sólo díselo–

–No, Dove. Yo lo metí en este embrollo, ¿recuerdas? Él no deseaba una esposa y tampoco un hijo. La estúpida fui yo, así que lo menos que puedo hacer es cumplir con la parte del trato y darle el divorcio en el tiempo estipulado–

–¿Y si Damien no quisiera divorciarse?–

–No habrá motivo para que no lo quiera de ese modo– aseguró.

–¿Y tú?–

Ariana miró a su amiga mientras le daba un vuelco en el pecho.

–¿Yo qué?–

–¿Querrás divorciarte de él?–

–Claro que sí, Dove. No me casé porque estuviera enamorada, sino porque no me quedó otra opción. Yo... yo no lo amo–

>¡Mentirosa!<

Dove exhaló.

–Sé que no se aman, pero no puedes negarme que algo pasa entre ustedes. Es evidente para todos los demás, y no vayas a negármelo. Cuando están juntos saltan chispas, y no puedo ni imaginar lo que sucedería si compartieran intimidad. No me mires así. Sólo digo lo que veo, ¿y sabes qué más? Tarde o temprano terminarán cediendo, y tendrán sexo, puedo adivinarlo por sus caras– sonrió.

Pero entonces Ariana sufrió de otro vuelco en su interior, y una vez más el rostro de Damien pasó por sus pensamientos. La oscuridad de sus ojos, la rudeza de sus facciones, su gran tamaño delante de ella deslizándose una y otra vez, el sonido que había hecho cuando alcanzó el clímax... ¡Oh, cielo santo, piedad!

–Dove...– llamó a su amiga.

–Dime–

–¿Podríamos cambiar el tema?–

La rubia exhaló.

–Claro que sí, Ari–

–Bien– la castaña comenzó a sentirse más segura. –¿Cuándo comenzarás las clases en la Universidad de Boca Ratón?–

Dove adivinó que Ariana estaba ocultándole algo. Intuyó que ese algo tenía que ver con Damien. Algo importante había sucedido entre ellos, pero decidió que no iba a presionarla. Le contaría cuando estuviera preparada. Así que sin más comenzó a hablarle de su próxima etapa como universitaria.

•••••

Ariana se sintió mucho más tranquila cuando Dove se marchó, y no porque no quisiera verla, sino porque la conocía a la perfección, comenzaba a sospechar cosas, y encima temía que al final resultara demasiado evidente que la noche anterior había estado íntimamente con Damien hasta casi el amanecer.

Caminó de vuelta a su casa. El sol todavía no se había ocultado pero seguro no tardaría en hacerlo. Tomaría un baño, se relajaría viendo algunos capítulos viejos de F.R.I.E.N.D.S. hasta que el sueño la venciera. Se dijo que ojalá no fuese a toparse con él, cuando de pronto lo vio aparecer en su camioneta, y aparcarla justo frente a ella.

La castaña dudó si debía seguir su camino o no, sin embargo él se bajó rápidamente del inmenso vehículo, y la llamó.

–Ariana, ven aquí– le dijo, y ella sintió mariposas en su estómago. No podía evitarlo. Le encantaba cuando la llamaba.

Damien la miró acercarse, y tragó saliva. Su entrepierna reaccionó con prontitud al exquisito estímulo que la simple presencia de su esposa suponía para él.

¡Joder! No podía ser posible. Pero lo era, y debía estar ya acostumbrado.

–Tengo algo para ti–

–¿Para mí?–

–En realidad es algo que Gal te ha obsequiado, y dado que ella no podía venir hasta aquí a entregártelo, lo envió conmigo– aquella era una mentira enorme. Era cierto, el regalo había pertenecido a Gal, pero en un inicio no había sido exclusiva idea suya el dárselo a Ariana, sino que él mismo se lo había pedido para obsequiárselo.

La carita de la joven brilló con ilusión.

–¿Qué es?– preguntó entusiasmada.

–Espera y verás– volvió a su camioneta, abrió la puerta del copiloto, y entonces tomó con sus brazos lo mencionado.

Debido a la enormidad de su espalda, Ariana no podía mirar nada, pero cuando él se giró, miró a un hermosísimo conejito blanco en sus fuertes brazos.

La emoción volvió a llenarla, y enseguida ella se acercó para tomarlo. Damien se lo entregó gustoso.

–¡Oh, por todos los cielos! ¡Qué hermoso es!– la castaña lo abrazó teniendo cuidado de no aplastarlo. –¡Es tan bonito!–

Bonito era lo que Damien estaba observando, pensó él inevitablemente.

¡Mierda! ¡Cómo adoraba verla sonreír!

Cuando Ariana sonreía, y se le formaban esos hoyuelitos, y los ojos se le hacían chinitos, era la cosita más hermosa que había visto en toda su maldita vida. Tan dulce y tierna, que él sentía un profundo dolor en su pecho ahí de pie observándola en ese instante, haciéndolo tomar consciencia de lo joven e inocente que ella era, y de nuevo ese sentimiento de ternura le recorrió por dentro sorprendiéndolo, y en cierto modo incomodándolo.

–¿De verdad es para mí?– preguntó, y completamente rígido, él asintió.

A Ariana no sólo le gustaban los animales, sino que los adoraba. Continuó jugando con el conejo, y entonces comenzó a reír como una niña. El sonido de aquella risa tan infantil y alegre resonó en los oídos del soldado, y todo fue peor cuando la sonrisa de esa hada mágica fue dirigida hacia él.

–¡Gracias, Damien! ¡Gracias, gracias! ¡Me encanta!–

Aquella era la primera vez que su preciosa sonrisa iba dedicada a él. Fue tal la emoción que lo hizo desear ponerse a saltar de alegría, pero enseguida el sentimiento fue reemplazado por el enfadado. La irritación lo llenó por haber reaccionado como un puñetero idiota simplemente porque su esposa le había sonreído. 

Sin embargo a manera de defensa se dijo entonces que necesitaría tener un corazón de piedra para no conmoverse, y que lo jodieran, pero cuando de aquella chica de ojitos color miel se trataba, era evidente que su corazón no estaba hecho de piedra, que bombeaba sangre, sangre caliente.

¿Qué debía hacer contra ello?

Malditamente nada.

–No me des las gracias a mí. Ya te dije que lo envía Gal– dijo con excesiva frialdad, una frialdad que desde luego no sentía.

Y ese tono frío hizo que los ojitos de Ariana perdieran un poco su alegría haciendo que el pecho del moreno doliera ahora mucho más.

–Oh– musitó su esposa, y abrazó al conejito contra su pecho. –Bien, le agradeceré cuando la vea. Gracias por... traerlo– sin más, dio media vuelta y se marchó de ahí.

Damien la vio alejarse reprimiendo el impulso de ir tras ella, y tomarla entre sus brazos.

•••••

Aquella noche en su habitación, Damien continuó sufriendo de su mismo tormento.

Ariana... La sonrisa de Ariana, los ojitos de Ariana, y lo que esa sonrisa y esos ojitos habían hecho con él.

Ahí, acostado en su cama, mirando hacia el techo, Damien intentaba convencerse de que todo se trataba de sexo, un simple encuentro entre cuerpos. Nada más.

¡Pero maldita fuera!

No había habido nada de simple en lo que había tenido con ella.

Lo había hecho perder la cabeza, no le quedaba ninguna duda de ello.

Deseaba con desesperación poder librarse de todos esos pensamientos lascivos sobre su esposa, pero no podía. 

Deseaba a Ariana, y la deseaba jodidamente en ese instante. 

Dos noches con ella entre sus brazos, no habían bastado. Necesitaba más. Necesitaba y ansiaba estrecharla contra su pecho, sentir su suave piel contra la suya, escuchar la dulzura de su voz, probar ese delicioso sabor a fresas de sus labios y el adulzado néctar que seguro encontraría entre sus piernas... Se le hizo agua la boca.

El soldado necesitó entonces de toda la fuerza de su cuerpo para reprimir el deseo de volver a la habitación de esa pequeña belleza y hacerla suya.

Entonces se lo imaginó. Se vio sumergido en ella, mirando esos ojos marrones mientras sus cuerpos se unían de aquella manera asombrosa. Ariana sujetándose de su cuello, y acariciándole el cabello, deleitándolo con los femeninos gemidos que soltaba ante cada embestida...

Imaginarse todo aquello hizo de pronto que se sintiera menos vacío por dentro. Sin embargo no bastó.

Estaba jodido. Mucho más que jodido; estaba condenado sin remedio.

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Comenten plsss. ¿Qué les pareció lo que ocurrió entre estos dos? ¿Qué piensan que pasará después?

No se pierdan el siguiente.

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