Capítulo 13

¿De nuevo?

¡Oh, mierda!

¡¿Por qué?! ¡¿Por qué volvía a atormentarlo de aquella manera?! ¡¿Por qué no podía dejarlo en paz?!

El soldado se encontraba de nuevo siendo víctima de aquellas terribles pesadillas.

Esas que lo destruían, que lo hacían llorar y sudar, que lo devolvían al pasado.

Se movía violentamente encima de su cama, sudaba y se estremecía con verdadero pánico.

–¡Damien! ¡Damien!– aquella voz lo llamaba, pero él no podía llegar a ella, no podía alcanzarla. ¡Cielo santo, quería alcanzarla! ¡Quería hacerlo pero no podía!

Estaba perdido, sabía que de nuevo estaba siendo derrotado.

Había luchado contra ello, por su vida que había luchado, sin embargo todo había sido en vano. Aquel horror siempre volvía.

Los latigazos de sus recuerdos eran brutales, lo marcaban con fuego.

–¡Damien, despierta!–

Él ansiaba con todas sus fuerzas poder despertar, ansiaba alejar todo ese dolor y todo ese terror.

Lo torturaba, lo quemaba vivo, y no podía escapar, nunca podría hacerlo. Estaba maldito para siempre con esas pesadillas.

Todavía dormía, y ahí dentro de su sueño, tuvo la sensación de que una trampilla se abría bajo sus pies, y sintió entonces cómo caía a través de un agujero negro.

De golpe despertó, y cuando lo hizo lo primero que vio fueron esos ojitos marrones que lo miraban con verdadera consternación.

Su esposa se encontraba ahí, junto a su cama, intentando despertarle.

Automáticamente se arrastró entre las cobijas alejándose de ella. Con rapidez se puso en pie.

Todavía asustada Ariana lo miró sin comprender lo que ocurría con él.

Damien respiraba con dificultad, y su enorme cuerpo se estremecía con el recordado terror.

Él oía sus propios latidos descontrolados de su corazón, su respiración acelerada. La cabeza le martillaba, y dentro de sí nadaba el eco de un grito horrorizado.

Sabía lo que ocurría.

¡Maldición!

Había sido solamente una pesadilla... una como las de antes. Otro de esos regresos al pasado que hacía años no sufría.

El odio que sintió de pronto por sí mismo lo hizo sentirse asqueado y enfermo. Se llevó ambas manos a la cara para ahogar su propia histeria.

Muy quieta y angustiada, Ariana lo observó deseando desesperadamente poder ayudarlo. Había escuchado sus gritos desde su habitación, y no había dudado ni un instante en ir hacia él.

–¿Damien, estás bien?– preguntó, e hizo ademán de acercarse, pero de nueva cuenta él se alejó bruscamente de ella.

–No te acerques– exigió, pero la voz le sonó como en súplica. No quería atemorizarla, pero menos aún quería que lastimarla de ninguna manera. –¡Ariana, maldita sea, no te acerques, joder!–

Esos ojos color miel continuaron mirándolo llenos de duda y angustia.

–Pe...pero, ¿qué tienes? Déjame ayudarte–

–¡No!– gritó él. –¡No puedes ayudarme! ¡Nadie puede hacerlo!–

Aquel dolor volvía a salir a la superficie, y amenazaba con ahogarlo.

Damien se sintió realmente sofocado, y de pronto no hubo nada más importante en el mundo que alejarse de Ariana, protegerla de él y de su maldad, de toda esa oscuridad que parecía absorberlo. Entonces sin más salió corriendo de ahí tomando una sudadera gruesa y pasándosela por la cabeza.

Ariana comprendió entonces que su marido le ocultaba algo... Y sin comprender por qué, supo lo que era. Él tenía miedo. ¿Pero miedo por qué? ¿Miedo de qué?

No pensó en nada más, y de inmediato corrió para seguirlo. Alcanzó a ver que salía de casa y cerraba la puerta con estruendo.

Se quedó entonces a mitad de escalera, y exhaló.

Con carita llena de preocupación la castaña se llevó una mano al vientre, y la apretó con fuerza.

Por su parte Damien caminó hasta los establos, buscando estar solo, sin embargo todos los instintos de su cuerpo le pedían a gritos que regresara a casa, con Ariana. ¿Pero para qué? ¿Para que ella lo abrazara? ¿Para que lo consolara?

>Jodido imbécil. Estás destinado a sufrir. Deja en paz a la chica. Ni siquiera pienses en ella, sabes que no tienes derecho. No la contamines con tu porquería...<   

Damien cerró los ojos ahí, en la oscuridad de la hacienda, y se negó rotundamente a que las lágrimas fluyeran.

No iba a llorar. Ya había llorado demasiado cuando había sido sólo un niño.

•••••

Damien no durmió aquella noche en casa, pero regresó muy temprano para tomar un baño y comenzar con su día.

Cuando bajó para desayunar algo, se encontró con que Ariana también estaba ahí, con sus enormes ojitos castaños mirándolo precavidamente mientras él tragaba saliva nervioso.

Ninguno de los dos podía decidir qué demonios era lo que ocasionaba la tensión en el ambiente, si se debía a lo que había estado a punto de ocurrir entre ellos hasta antes de que llegaran sus compañeros de la base a interrumpirlos, o si se debía a lo ocurrido más tarde.

El moreno tuvo de pronto un vuelco, pero no apartó la mirada de ella. Daba la impresión de haber dormido tan mal como él esa noche.

–Buenos días, Ariana– fue el primero en hablar.

Entonces ella reaccionó, y miró de pronto a todos lados menos en dirección a su rostro.

No se atrevía a mirarlo, y menos aún a mencionar nada de lo de la noche anterior. Evidentemente él tampoco deseaba hablar de ello.

–Bu...buenos días, Damien– consideró más fácil hablar a los botones de su camisa que a sus ojos. –Yo... yo he hecho el desayuno–

Él se daba cuenta. Había huevos revueltos, tocino, e incluso panqueques con mermelada. También había café. Nunca lo había admitido pero disfrutaba mucho sus comidas. Ariana cocinaba delicioso para ser tan joven.

–Ya veo– tomó un panecillo y devoró la mitad de un enorme bocado. La tensión de su cara se suavizó mientras masticaba.

Algo dentro de Ariana se relajó levemente. Al menos tenía un buen desayuno para él aquella mañana. Al menos podía ofrecerle eso, a pesar de que fuese un obsequio insignificante.

–Todo huele muy bien. ¿Tú no comerás?–

Ella negó haciendo una mueca.

Cierto, Damien olvidaba las náuseas matutinas. Agradeció muchísimo entonces que aún y con esos malestares le hubiese preparado el desayuno. ¿Pero por qué lo hacía? ¿Por qué era tan buena con él que no había dejado de ser un completo hijo de puta con ella? ¡Maldición!

–Ariana...– tenía que agradecérselo al menos.

–Iré con Meryl– lo interrumpió. –Quedé de ir a la casa grande muy temprano... Ella... ella me enseñará a tejer una cobijita para mi bebé– sin más Ariana desapareció de la cocina, y segundos después Damien escuchó la puerta cerrarse.

Exhaló frustrado.

Evidentemente ella había intentado fingir que nada entre ellos había ocurrido, y no estaba refiriéndose a la maldita pesadillas, sino el momento en que casi había vuelto a hacerla suya.

Después de que saliera de casa a medianoche, y se quedara dormido en los establos, no había vuelto a soñar con su pasado, en cambio Ariana se había adueñado una vez más de sus sueños... Sueños calientes y eróticos, desde luego, donde aparecía ella, torturándolo con los recuerdos de la noche en el bar, y con los de horas antes después de que llegaran de la cena.

Aquellos sueños que había tenidos bien podrían haber bastado para prender fuego en toda la hacienda, y probablemente en todo el condenado estado de Florida.

Joder...

Y ahora completamente despierto Damien no podía ser libre de esos lujuriosos pensamientos sobre su esposa.

Habían estado tan cerca de hacerlo, después de tanto tiempo deseándola, había estado a punto de suceder, pero esos cabrones de sus compañeros...

Ariana estaba enloqueciéndolo cada vez más, y el hecho de casi haberla tenido de nuevo entre sus brazos terminaba de desquiciarlo.

Su pequeña esposa era capaz de ponerlo duro simplemente con el aroma de su esencia, con el brillo de sus ojitos, y los hoyuelos de su sonrisa. Así de simple.

Y todo se volvía de pronto más difícil sabiendo que ella también lo deseaba.

La preciosa chica había estado tan caliente, y él también. Tan calientes que habían incendiado la noche.

¿Cómo demonios iba a hacer ahora para no besarla ni tocarla? Necesitaba hacer ambas cosas, tanto como respirar.

¡Demonios!

Mantenerse apartado de ella no iba a ser nada fácil.

Damien cerró los ojos ahí, sentando en la mesa, devorando la deliciosa comida hecha por sus delicadas manos, mientras recordaba la sensación de su boca besando la suya, su cuello, y sus dedos acariciando por todas sus esbeltas curvas, cubriendo sus senos...

Instantáneamente, la adrenalina que corría por sus venas se canalizó en una erección dura como una barra de acero, y él no pudo hacer nada más que cerrar los ojos frustrado.

•••••

Toda esa mañana en la base Damien estuvo verdaderamente malhumorado, y sus compañeros lo notaron, así que ninguno pensó siquiera en molestarlo por lo ocurrido la noche anterior.

Chicos listos, desde luego.

El soldado debía lidiar en ese momento con el deseo frustrado que su esposa ocasionaba en él, y también con los monstruosos recuerdos de su infancia.

Cuando su Comandante les dijo que irían al campo de tiro a fortalecer sus habilidades con las armas, pensó que aquella sería la manera perfecta para quitarse dicho estrés.

Se colocó los lentes protectores, y también los tampones en los oídos, e intentó no pensar en Ariana.

>¡Joder, no pienses en Ariana!<

La quitó enseguida de sus pensamientos, y apuntando el rifle, se dedicó a dar en el blanco de cada tiro.

Cuando terminaron los entrenamientos, como era de esperarse, Crowe se acercó a felicitarlo.

–Bien hecho, Keegan– se mostró orgulloso en una discreta sonrisa con los resultados, y enseguida se marchó.

Todos los chicos se acercaron a felicitarlo también, ya que no había fallado en uno solo.

–¡Wow, Damien! ¿Cómo haces para que parezca tan sencillo?–

–¡Eres el mejor con el rifle, viejo!–

–¡Felicidades!–

–Pura suerte, si me lo preguntan– todos se giraron para ver quién había dicho aquello, y a nadie le extrañó cuando descubrieron que había sido Michael.

Damien jamás había hecho caso de sus ofensas, pero en esa ocasión lo hizo. Se sentía demasiado irritado como para dejarlo pasar simplemente.

–No recuerdo habértelo preguntado, Murray– respondió, y sin embargo permanecía tranquilo.

Michael mostró una sonrisa burlona.

–Claro–

Pero el moreno perdió la paciencia. Se acercó a él con enojo.

–¿Por qué no me dices de una maldita vez cuál es tu jodido problema? ¿Por qué siempre estás atacándome?–

–Porque tiene celos de ti, Damien, eso es evidente– respondió Spencer mirando con hostilidad al rubio engreído.

La risotada de Michael se escuchó entonces por todo el lugar.

–¿Celos yo? ¿De él? Jamás, ¿lo oyen?–

–Por supuesto que sí, tienes envidia de todo lo que él logra, y también de que el Comandante Crowe le demuestre siempre su admiración–

Michael les sonrió con ironía a los muchachos, pero para hablar miró directamente a Damien.

–¿Sabes algo, Keegan? No hay nada que yo envidie de ti, porque yo he logrado las mismas cosas que tú. La diferencia es que tú tienes un abuelo famoso, y eso te convierte en el favorito de Crowe–

Damien se plantó en sus pies evitando a toda costa no avanzar hasta Murray y partirle la cara. Por más furioso que este consiguiera ponerle, no debía golpearlo, y menos ahí en la base.

Inhaló y exhaló. Apretó los puños, y luego estiró los dedos.

No, no iba a golpearlo, decidió, pero entonces Michael dijo algo que sin duda lo cambiaba todo...

–Aunque pensándolo bien, probablemente haya algo que sí te envidie, Keegan... Ese bomboncito con el que te has casado... ¿Cómo es que se llama? ...Ah, Ariana... Es realmente, bonita, Damien, y tú eres un bastardo demasiado inteligente. No todos tenemos la suerte de conseguirnos a una chica tan joven e inocente, perfectamente moldeable para un hombre duro como tú–

Damien ni siquiera vaciló. Desde el momento en que ese imbécil se había atrevido a mencionar a su esposa, su convicción de siempre respetar a un compañero soldado se había ido a la mierda. Se abalanzó hacía él y consiguió golpearlo en la mandíbula con el puño.

Michael casi cayó al suelo, y se llevó una mano a la boca que ahora sangraba. Evidentemente no pensaba dejar las cosas así, y de inmediato lanzó un puñetazo que alcanzó a golpearlo en la cara.

Furioso, el moreno lo tomó de las solapas y con su asombrosa fuerza lo estrelló contra la pared. Estaba dispuesto a seguir golpeándolo, pero enseguida fueron separados por sus compañeros.

–¡Damien, tranquilo!–

–¡Alto, los dos!–

–¡El Comandante los castigará si los ve!–

–¡Michael, tú empezaste!–

Por fortuna entre los nueve o diez que se encontraban ahí presentes, lograron separarlos.

Damien parecía ahora agitado, y llevaba un golpe en la mejilla que comenzaba a ponerse colorado, por el contrario de Michael que escurría sangre por la boca y también de la nariz.

–Ya, ya estoy tranquilo– exclamó, pero todavía parecía lleno de ira. No pretendía seguir golpeando a Murray, pero vaya que le iba a dejar unas cuantas cosas bien en claras. –Jamás vuelvas a mencionar a mi esposa... Si lo haces, que el cielo se apiade de ti porque juro que te despedazaré–

–Pagarás por esto, Keegan– amenazó el rubio que todavía era sujetado por sus compañeros. –Lo pagarás caro, y el que suplicará piedad serás tú–

Damien no hizo más caso, y sin más se largó de ahí.

Los ojos grises de Michael lo siguieron hasta que se marchó, y la convicción quedó grabada en su mente.

Keegan iba a pagar por esa humillación, y también por todas las demás. Eso era un hecho.

–¡Ya suéltenme, imbéciles!– se removió, y logró zafarse.

–¿Michael, estás bien?– le preguntó Josh preocupado, pero Murray lo miró de mal modo.

–¿Qué te importa, idiota?– acomodó su uniforme camuflajeado, y se marchó de ahí.

Los demás soldados se miraron unos con otros sin comprender todavía lo que había ocurrido.

•••••

Ariana se encontraba con Meryl en el patio trasero de la casa grande. La mujer le había prometido que la enseñaría a tejer una cobijita para cuando su bebé llegara, y así lo había hecho. Mientras ambas lidiaban con agujas y estambres, la ama de llaves había estado demasiado adentrada en una plática de los años en los que era joven y bonita, sin embargo de nueva cuenta la castaña apenas y había logrado prestarle atención.

Todavía llevaba en la cabeza lo ocurrido con Damien justo cuando llegaran de la cena de gala.

Apenas y podía creerse lo que había sucedido, o mejor dicho, lo que había estado a punto de suceder.

Damien había estado demasiado excitado, y cielo santo, ella también.

Ariana sintió su pecho apretarse ante la vulnerabilidad. Había sido algo impactante darse cuenta de que aquella noche en el bar obsesionaba a su marido tanto como la obsesionaba a ella. Una noche que se negaba a olvidar.

Sus besos, sus caricias, Ariana no podía olvidarlas.

El recuerdo aún tenía el poder de hacerla ruborizar, allí mismo, frente a Meryl, y eso la hacía sentirse bastante avergonzada.

–Estás muy distraída, cariño, ¿te sientes bien?–

>Algo acalorada, Meryl<

–Eh... sí, estoy bien–

–¿En qué tanto piensas?– sonrió la mujer mayor imaginando la respuesta.

–En nada– contestó Ariana mientras intentaba poner ahora su atención en el pequeño bastidor de madera.

–¿Sabes? Tú y Damien son bastante extraños–

–¿Extraños por qué?–

–Porque se nota a diez cuadras lo que sienten el uno por el otro, pero ninguno quiere reconocerlo–

La chica negó. ¿De qué hablaba Meryl?

–Creo que te equivocas. No hay ningún sentimiento entre Damien y yo–

–Eso dices tú– alzó las cejas la ama de llaves.

–Es la verdad– Ariana intentó convencerse ahora a a sí misma. Evidentemente no lo logró y exhaló resignada. –De acuerdo, quizás... quizás haya un... tipo de atracción entre nosotros– ya no iba a negarlo. –Pero nada más–

Meryl exhaló, luego le sonrió.

–De acuerdo, Ari, no te alteres. Sólo pasa que conozco a Damien desde pequeño, y resulta muy obvio el cambio que produces en él cuando estás cerca–

Ariana dejó pasar el comentario, pero sin duda hubo algo que llamó su atención, y fue el hecho de que lo conocía desde pequeño.

–¿Desde cuándo lo conoces, Meryl?–

–Desde el día en que llegó a vivir a esta hacienda–

Ella asumía que Damien había llegado a vivir ahí desde que sus padres habían muerto.

–¿Acababas tú de empezar a trabajar aquí?–

Meryl negó.

–Oh, no, cariño. Llevó trabajando para el Teniente y su familia desde hace más de treinta años. Damien ni siquiera había nacido cuando empecé mis días en esta hacienda–

–¿Entonces por qué no lo conocías de antes? ¿Acaso sus padres nunca lo traían a visitar a su abuelo?–

Meryl sonrió en lo que pareció ser una sonrisa triste.

–Es difícil de explicar, linda, y realmente no me corresponde a mí hablar de ello, pero... Sólo te diré esto... Damien ni siquiera conocía al Teniente, hasta que llegó a vivir aquí–

Ariana no comprendió, sin embargo decidió que no insistiría en el tema, a pesar de que estaba ahora más confundida que nunca con respecto a la vida y la infancia de su esposo.

Por fortuna en ese momento sucedió algo que la hizo olvidarse de ello por unos instantes.

–Hola– las llamó la voz de una pequeña niñita de aproximadamente cinco o seis años. Era muy mona, con ojitos claros y un par de trenzas rubias en su cabeza.

–Hola, cielo– sonrió Meryl. –¿Vienes con alguien?–

Ariana la miró con ternura.

La pequeña negó.

–Busco a mi hermano. Mamá dijo que lo buscara, pero no logro encontrarlo por ninguna parte–

–Oh, ¿y quién es tu hermano?–

–Se llama Ross–

Entonces Meryl comprendió que se trataba de una integrante de la familia vecina, los Lynch.

–Pues él no ha venido por aquí, corazón. ¿Cuál es tu nombre?–

–Mia Lynch, ¿y el tuyo?–

–Soy Meryl, y ella es Ariana–

–Hola, Mia– saludó amistosamente Ariana.

–Pensé que Ross podría estar en este lugar, lo he visto con el chico de pecas que vive aquí, pero ahora debo irme, no quiero que vaya a verme el gigante– dijo con su tierna vocecita llena de angustia.

Meryl y Ariana se miraron sin comprender.

–¿El gigante?– preguntaron las dos al unísono.

–Sí, el gigante, el que a veces se viste de soldado. Lo he visto por la ventana de mi habitación, y siempre me asusta–

Ariana y Meryl comprendieron que la niña hablaba de Damien.

La anciana soltó una carcajada.

–¿Por qué te asusta, Mia?–

–Porque es muy grande, por eso lo llamo así

Ariana no pudo evitar mostrar una sonrisa.

–Oh, pero no va a hacerte daño, te lo juro–

–¿Cómo puedes saberlo? ¿Lo conoces?–

–Es mi esposo. Se llama Damien–

La niña se quedó bastante impresionada.

–Pero eres muy chiquita para él–

Meryl rió aún más.

–Lo mismo pensé yo– bromeó.

La joven se hundió de hombros.

–Die acuerdo, es algo grande, no lo niego, pero no tienes por qué tener miedo. Él no tiene la culpa de su tamaño. ¿Vas a juzgarlo por ello?–

Mia se lo pensó durante un momento, luego se hundió de hombros.

–Supongo que no, pero de todos modos no me gustaría nunca encontrarme con él. El otro día vi cómo le gritaba al chico que a veces está con Ross. Es muy enojón–

En ese momento Shawn apareció por ahí. Buscaba algo, o a alguien, y al ver a la niña pareció haberlo encontrado.

–Oh, ahí estás. La señora Lynch está en la entrada buscándote. ¿Tú eres Mia?–

La rubiecita asintió.

–Adiós, señora Meryl, adiós señora...–

–Sólo Ariana–

–Adiós, Ariana–

–Adiós, Mia. Ven cuando quieras. Te aseguro que ningún gigante te hará daño–

Ella sonrió. Le agradaba la idea. Agitó su manita en despedida, y luego se marchó corriendo.

Shawn exhaló, y luego dirigió su atención a las mujeres.

–¿Tejiendo para el bebé?– les sonrió a ambas.

–Meryl intenta enseñarme, pero soy un fracaso– sonrió Ariana.

–No debes ser tan mala–

–Lo soy– confirmó.

Enseguida Meryl se puso en pie.

–Lo es, te lo aseguro, Shawn, pero lograré convertirla en una experta. Sin embargo tendrá que ser más tarde. Debo llevarle sus medicamentos al Teniente. Ahora vuelvo– sin más la ama de llaves dio media vuelta y entró a la casa.

Shawn y Ariana se quedaron solos, y entonces él tomó el asiento que había estado ocupando Meryl.

–¿Cómo has estado? Veo que la herida en tu frente ya ni siquiera se nota–

–En realidad no fue nada– Ariana sonrió, aunque luego recordó algo. –No había tenido oportunidad de disculparme contigo por la manera en la que Damien te habló– dijo apenada.

El chico sonrió despreocupándola, luego se hundió de hombros un tanto incómodo.

–No te preocupes. Supongo que él... estaba celoso. Eso es normal–

Ariana desvió la mirada para no tener que responder a eso.

–Esa tarde dijiste que habías estado un semestre en la facultad de medicina–

–Es verdad–

–¿No te gustó la idea de ser doctor?–

–Mi sueño más grande es ser doctor, pero tuve que dejar la escuela–

–¿Por qué?–

–Por dinero, ¿por qué más?– intentó sonar despreocupado pero aquello era algo que verdaderamente lo ponía triste.

Ariana lo miró por unos cuantos segundos, y sonrió en un suspiro. Shawn era joven, apuesto y muy lindo. Ella nunca había conocido a un chico tan sencillo y atento. Le agradaba muchísimo, y le daba mucha pena que no pudiese cumplir su sueño. Lo comprendía porque lo mismo le había ocurrido.

–Algún día lo lograrás–

–¿Tú crees?–

–Claro que sí. Eres muy listo y sé que llegará una oportunidad para ti–

–Dicho por ti me da esperanza. Gracias, Ariana– sonrió en una sonrisa que lo hizo aún más atractivo.

Ella negó.

–No me agradezcas por eso– luego se puso en pie.

–¿Te vas?–

–Quedé de llamar a mi mejor amiga, y quisiera hacerlo en mi habitación–

–Te acompañaré a la casa–

Ariana estuvo de acuerdo pero entonces Tim se apareció por ahí, saludándola cortésmente a ella, y dirigiéndose después hacia su ahijado.

–¿Dónde has estado, Shawn? Hay mucho trabajo aún, y todavía queda el resto de la tarde–

–Padrino, yo...– el chico estaba por pedirle unos cuantos minutos para acompañar a Ariana a su casa, pero ella lo interrumpió.

–No hace falta que me acompañes, Shawn. Nos vemos– se despidió de ellos con una sonrisa, y luego tomó camino.

El joven vaquero suspiró al verla marcharse, y entonces su padrino le dio un golpe en la cabeza.

–¡Auch!–

–Los ojos en otra dirección, jovencito– advirtió.

•••••

A Ariana le gustaba mucho recorrer el trayecto de la casa grande a la casa pequeña en la que vivía. Siempre era fascinante admirar aquella parte de la hacienda.

No tardó más de cinco minutos en llegar. Estaba por entrar, sin embargo antes de que lo hiciera vio que la camioneta de Damien llegaba.

Él se bajó y entonces ella se llevó una tremenda sorpresa cuando miró el golpe que llevaba en la cara.

No pudo evitar preocuparse, y de inmediato se acercó.

–¿Qué te pasó?–

–Entrenamiento– respondió Damien secamente. Esperaba que Ariana lo dejara así. No quería que se enterara de que había golpeado a uno de sus compañeros a causa de ella.

–¿Qué tipo de entrenamiento?– evidentemente no le había creído.

El soldado cerró los ojos con irritación, y sin responderle nada, entró a la casa.

Confundida, su esposa lo siguió.

–Damien, espera. Ese golpe no se ve muy bien– verdaderamente estaba preocupada.

Todavía dándole la espalda, Damien cerró los ojos, y sin poder controlar su furia se volvió hacia ella.

–¡¿Qué mierda importa eso, Ariana?!– le gritó enfurecido. –¡No importa ¿sabes?! ¡No importa un carajo porque justo ahora debo soportar algo peor que un golpe, y eso es una esposa a la que para empezar yo nunca quise tener!– Damien se arrepintió al instante de las palabras que acababan de escaparse de sus labios.

Ariana retrocedió como si la hubiera golpeado, y él tuvo que reprimir el impulso de cogerla y atraerla hacia su pecho. Había tenido que pronunciar aquellas odiosas palabras porque las llevaba recitando todo el día intentando convencerse de ello.

Luego de aquello siguió un agónico silencio.

–¿Qué?– sonrió con amargura. –¿Te duele que lo diga de ese modo? Sabes que es la verdad, sabes que es la maldita verdad... Tú no eres nadie en mi vida, nadie más que la niñita boba a la que me follé en ese sucio baño. ¿Lo recuerdas?– Sus palabras sonaron mucho más amargas de lo que pretendía y, mientras la miraba, los ojos de Ariana se llenaron de lágrimas.

Profundamente afligida al evocar esa imagen, y también intentando evitar que él la viera llorar, ella miró hacia otro lado.

Damien dio otro paso hacia adelante, pero no la tocó. La joven se quedó muy quieta, temblando.

–Oh, ya veo que lo recuerdas, nena– volvió a sonreír. –Ni siquiera te importó tu virginidad, y dejaste que te la quitara... Eras muy inexperta pero supiste darme tanto placer, y no te quitaré crédito de eso–

Ariana comenzó a sentir las mejillas coloradas, apenas y podía creerse que su marido estuviera diciendo todo aquello.

–Te follé sin un puto condón, y para mi maldita desgracia te dejé preñada. ¿Qué tal, eh? ¿No soy el jodido Damien mala suerte?

Tras sus palabras cargadas de burla, Damien se quedó de piedra al darse cuenta de las lágrimas que comenzaban a caer de la carita de la castaña de manera silenciosa.

Ariana se quedó inmóvil, tratando de borrar la expresión, pero no había manera de ocultar aquel confuso y sublime dolor que atravesaba todo su ser.

En silencio, él continuó observando las lágrimas que rodaban por las femeninas mejillas y se maldijo por su propia estupidez, por su crudeza, por ser un maldito hijo de puta, lamentándose por ser lo que era. Sintió entonces como si le clavaran un cuchillo en las entrañas, como si hubiera pisado a un gatito.

–Ariana...–

Ella negó, herida por descubrir con cuánta facilidad él podía denigrarla. Los ojos llenos de llanto derramado. La boca temblorosa.

Hizo ademán de marcharse, pero él tomó su brazo evitando que lo hiciera. Sin embargo Ariana lo miró de tal manera, que Damien sólo pudo pensar en lo delicada e indefensa que ella era. De pronto su tamaño y su sexo le resultaron acusadores. Se sintió monstruoso, incómodo y culpable, y entonces la soltó dejándola ir.

Sin decir nada, Ariana se marchó.

El soldado la vio subir escaleras sollozando y, sin comprenderlo, el dolor pareció abrirle el pecho. Totalmente furioso consigo mismo, soltó un puñetazo ocasionando una grieta en la pared.

Enseguida subió sin saber exactamente para qué.

No entró a su habitación, pero encontró la puerta abierta.

Ariana había roto a llorar con tanta fuerza que seguramente ella misma podía oír el eco de sus propios sollozos.

Las cálidas lágrimas resbalaban libremente por sus mejillas, y Damien deseó con desesperación poder apagar esos delicados lamentos que taladraba sus oídos. Se sintió de nuevo como una basura.

>Maldito imbécil de mierda<

Odiaba verla llorar. ¿Pero entonces por qué él mismo ocasionaba que llorara?

Negó para sus adentros, y se dio cuenta de que ya era tarde. No podía disculparse. Nada podría borrar lo que había dicho.

Lleno de amargura, Damien bajó, tomó una botella de licor, y salió de casa.

•••••

Ya era casi medianoche, y Damien no había regresado todavía.

Ariana sabía que debía irse a dormir, que a su marido poco le importaba que se preocupara por él, y eso había quedado demostrado esa misma tarde, sin embargo por el cielo santo que no podría irse tan tranquila.

Esa tarde se había marchado furioso, y ella temía que le hubiese ocurrido algo. Sabía que era una tonta, pero no había nada que pudiese hacer.

Exhaló, y cerró su bata con un nudo, luego tomó asiento en uno de los sofás de la sala.

Comenzaba a pensar en cosas horribles que le hubiesen podido suceder, cuando de pronto escuchó que abrían la puerta.

Debía ser él, y eso la llenó muchísimo de alivio, sin embargo enseguida se escuchó que algo caía al suelo.

La castaña se sorprendió muchísimo cuando fue hasta la entrada, y se dio cuenta de que lo que había caído había sido el mismo Damien.

Su esposo se encontraba tirado en el suelo, con el cuerpo mitad adentro de la casa, y mitad de fuera. Sostenía una botella vacía de licor en las manos.

¿Se la habría bebido toda él solo?

–¿E...estás bien?–

Damien no respondió a la pregunta de su pequeña esposa, sino que en su lugar comenzó a reír. Se arrastró por todo el suelo hasta entrar completamente, y luego Ariana se acercó para cerrar la puerta.

–Me due...le– respondió con voz gangosa. Evidentemente se había terminado la botella él solito, y ahora estaba más que ebrio.

–¿Qué te duele?– preguntó ella.

Damien se dejó caer por completo al suelo quedando recostado boca abajo.

–Me duele mucho, Ariana–

Sin comprender todavía, la joven se hincó de rodillas en el suelo para poder analizarlo y ver qué demonios era lo que le dolía, pero no pudo ver nada.

–No tienes nada, Damien– argumentó.

Él giró su cabeza, y ahí todavía recostado la miró fijamente.

Se miraron por prolongados instantes y a Ariana le dio un vuelco.

–Qué bonitos son– dijo de pronto desconcertándola.

–¿Qué cosa?– ella no comprendió. Frunció el ceño.

–Tus ojos...–

Esta vez los latidos del corazón de la joven hicieron que se detuviera por un segundo. Ariana se preguntó entonces si él estaba bromeando. Pero no, Damien no reía. La miraba solamente.

–Gra...gracias– fue lo único que consiguió decir. Se sintió de pronto demasiado tímida y tonta.

Entonces el moreno se enderezó hasta quedar sentado junto a ella. Para su sorpresa llevó una mano hasta su mejilla, y la acarició.

–¿Por qué tienes esa carita tan triste? ¿Qué te hizo ese hijo de puta con el que estás casada?...– de pronto dio un respingo de sorpresa y miró hacia la nada.. –Oh, espera... Ese soy yo–

Muy a su pesar Ariana sonrió olvidándose de lo que había pasado entre ellos esa tarde. Damien se veía muy gracioso en completo estado de ebriedad, además parecía inofensivo.

–Estoy bien– le dijo.

–Estás...– él tomó un mechón de su cabello, y lo pasó detrás de su oreja, esa tan linda que tenía un par de aretitos de oro. –...estás preciosa–

Ariana no pudo evitar sonrojarse, pero dudaba que eso fuese cierto. Se había pasado horas llorando, sabía que debía estar horrorosa, con los ojos hinchados y la cara roja. Además su esposo estaba muy borracho.

Damien se quedó de pronto perdido en el marrón de sus ojos. Él soñaba con esos ojos. Soñaba siendo hipnotizado por su color miel, ahogándose en ellos, quemándose en ellos. No podía apartar la mirada. No quería apartarla.

–No me cree...s, ¿ver...rdad?– sonrió Damien en medio de su embriaguez. –Pero es cier...to... Ere..s... eres tan hermosa que... que no puedo pens...ar bien cerca de ti... Pareces un hada m...mágica... A veces pienso que sí lo eres, y que de... pronto te saldrán halas y te irás volan...do–

–Bebiste demasiado– Ariana se negaba a prestar atención a sus palabras. Se repetía constantemente que ese no era el verdadero Damien, que él no estaba en sus cinco sentidos, y por eso deliraba. –Creo que deberías ir a la cama, mañana va a dolerte mucho la cabeza–

Él negó. Quería seguir ahí, con ella.

–No–

–¿No qué?–

–No quiero ir a la ca...ma, quiero quedarme a...quí, y quiero que te quedes con...conmigo– en un movimiento, Damien volvió a recostarse pero se giró quedando de lado. Estiró sus brazos, y rodeó de la cintura de su esposa que seguía ahí arrodillada sobre sus talones. Subió la cabeza a sus piernas, cerró los ojos y fingió dormir.

–Damien– lo llamó ella intentando despertarle. Con sus manos golpeó ligeramente las ásperas mejillas hasta que él abrió de nuevo su mirada, clavándola en ella.

Los segundos transcurrieron y ninguno de los dos habló. Continuaron mirándose, ahí, a medianoche, los dos en el suelo del recibidor. Y entonces la pregunta que salió de los labios de masculinos la tomó por completa sorpresa.

–¿Por qué dejaste que te to...cara esa noche? ¿Por qué, Ari...ana?–

Ariana supo que él no se refería a la noche después de la gala, sino a la de tres meses atrás. La noche del bar.

Abrió la boca para responder, pero nada salió de su boca. El corazón le latió como loco, y deseó llorar de nuevo.

Lo miró, y entonces notó que Damien había vuelto a cerrar los ojos, y esta vez no fingía dormir, sino que en verdad se había quedado dormido, ahí con la cabeza entre sus piernas.

Ariana no controló el movimiento de sus manos, y sin poder evitarlo acarició su atractiva cara y su cabello negro. Con pesadez se dio cuenta entonces de una cosa... Estaba enamorada de él.

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Lo sé, odian a Damien :c

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