Capítulo 10
¡Oh, cielo santo!
Si Ariana había creído que a la luz de la luna Damien Keegan era irresistible, el sol ardiente era diez veces peor. El sol mostraba lo terriblemente apuesto que era en un minucioso y despiadado detalle.
Después de terminar de hacer la comida, habían salido al extenso patio a sentarse unos momentos en una de las bancas, y charlar un poco de nimiedades.
Sin embargo había dejado de prestarle su atención a Meryl que hablaba sin parar de las florecillas que había plantado esa mañana. Su marido que recién llegaba de la Base Militar, todavía con su uniforme de la Armada, al igual que el día anterior cuando le había llevado esos girasoles a la escuela, se encargaba del trabajo rudo de la hacienda, y desde entonces ella no había conseguido dejar de mirarlo.
No se había atrevido a pensarlo, pero ese uniforme le quedaba bien... Condenadamente bien.
Mientras avanzaba hacia ellos, el soldado se ocupó de quitarse la camisa gruesa camuflajeada, quedando en una de resaque en color verde militar, en sincronía con sus pantalones y las botas negras.
De inmediato se ocupó de acarrear a las reses que habían sido adquiridas en días anteriores para el cruce de ganado. Daba órdenes, pero no de manera soberbia, llevaba el control, y lo hacía todo con eficacia y liderazgo, aunque a menudo decía vulgaridades cuyo significado la joven castaña ni siquiera alcanzaba a imaginar...
Suspiró, y continuó mirándolo, ajena a todo lo que Meryl seguía contándole.
Le encantaba que Damien fuera un hombre trabajador, que aunque llegase cansado de la base, estuviera tan dispuesto a trabajar en la hacienda hombro con hombro como si fuese un obrero más, y no el nieto del patrón.
Sudado y mugriento parecía recién salido de la selva, pero Ariana continuó encontrándolo tan guapo como siempre, y posiblemente aún más.
Se veía imponente, y a ella le parecía que su presencia siempre lo cambiaba todo.
¿Pero cómo no iba a serlo si era tan grande?
Todo Damien debía ser al menos cien kilos de sólida masa muscular.
Y la llenaba de intriga.
Ella alzó sus ojos, y miró su rostro, su expresión sería, y sus ojos determinados, pero también vio más allá. Vio un vacío que la sorprendió, y también vio dolor. Entonces sin comprender su reacción, tuvo el repentino e inexplicable deseo de abrazarlo porque de pronto le parecía que él necesitaba de un abrazo. Después se dio cuenta de lo ridículo que era aquel pensamiento, tomando en cuenta su reputación de tipo duro.
–Creo que no has puesto atención a nada de lo que te he estado diciendo, cielo–
Ariana se sobresaltó por las palabras de Meryl. Parpadeó desconcertada, pero luego se recuperó.
–Meryl, lo siento... Me... me distraje–
La mujer sonrió pues bien se había dado cuenta de cuál había sido el motivo de distracción de la joven.
–Ya veo–
Ariana enrojeció al darse cuenta de cómo la miraba a ella y a Damien.
–Oh, no. Yo no...–
El ama de llaves negó.
–Tranquila. Sé lo que pasa entre ustedes–
La castaña la miró con ojos bien abiertos. ¿Lo sabía?
–Sí, y no me mires de ese modo. Tal vez los demás no puedan saberlo, pero yo sí. Soy vieja y he vivido demasiadas cosas. Dos habitaciones he tenido que limpiar en su casa, cuando lo normal sería que sólo fuera una, ¿no te parece? Eso sin contar lo distantes que son el uno con el otro, todo resulta demasiado obvio–
–No pensé que... no pensé que fueses a darte cuenta– Ariana exhaló, y mantuvo la mirada baja. No era que hubiese considerado un secreto el hecho de que ella y Damien no fueran realmente marido y mujer, pero había querido ser al menos discreta con respecto al tema.
Meryl la miró con ojos bondadosos.
–No eran pareja, ¿cierto?–
Ariana negó.
–Ni siquiera nos conocíamos– confesó. –Fue sólo... Quiero decir, nosotros...– ¿Cómo podría explicárselo a Meryl sin enrojecer de vergüenza más de lo que ya lo hacía?
Por fortuna la mujer comprendió.
–Entiendo– le aseguró tomándola de la mano, y sonriéndole tenuemente. –Y no tienes que explicarme nada. Yo también fui joven–
–Pero no tan estúpida como yo–
Meryl soltó una risilla, luego negó.
–Todos tenemos derecho a equivocarnos, linda, creí que ya habíamos hablado de eso–
Era cierto, sin embargo Ariana no podía evitar sentirse como se sentía.
–He aceptado mi destino, y a este bebé, pero Damien...–
–¿Qué pasa con Damien?–
–Me odia por lo que le hice–
–¿Y qué fue lo que le hiciste?–
Ariana la miró como si la respuesta fuese obvia.
–Lo até a una esposa y un hijo a los que para empezar él nunca quiso–
Meryl sopesó sus palabras.
–La mitad de la culpa es suya– señaló. –Y quizá más. Tú eres sólo una niña, él ya es un hombre–
Sin embargo la bailarina negó. Ella no lo veía de aquel modo.
–Da igual de quién fue la culpa, eso no cambiará la manera en la que él me mira–
–¿Y cómo te mira, según tú?–
–¿No has oído lo que dije antes? Me odia, y sólo puede verme con odio y desprecio– durante la noche se había estado convenciendo de que lo sucedido, el beso que casi se habían dado... Todo había sido a causa de la tensión del momento, y probablemente a su alocada imaginación. No podía tratarse de nada más. Su mirada fría lo decía todo.
Meryl rió con ganas.
–Oh, cariño, verdaderamente eres inocente– exclamó con humor. –Damien te mira mucho, eso es cierto, pero te aseguro que no es con odio ni con desprecio, y apuesto a que pronto lo irás comprendiendo– le guiñó un ojo.
Ariana sin embargo no comprendió.
–¿A qué te refieres?–
–Quiero decir que él no te ve como un estorbo en su vida, sino como una amenaza–
–¿Una amenaza?– aquello no pudo sonarle más ridículo a la bailarina.
Meryl asintió convencida.
–¿Pero en qué podría amenazarlo yo? ¿Has visto su tamaño y el mío? Jamás, jamás podré amenazarlo de ningún modo–
–Eso crees tú–
Ariana se quedó aún más confusa. Sin embargo antes de que pudiese pensar en algo más, sucedió algo que en definitiva nadie ahí esperó...
Damien empezó a forcejear con uno de los toros.
Al parecer algo había hecho enfurecer al animal, y antes de que se volviese más loco, y se ensañara con todos los peones, el soldado se había abalanzado contra él intentando domarlo por los cuernos, con viejas técnicas que él bien conocía.
Completamente impresionada, su esposa lo vio todo desde su lugar. Las palabras no salieron de su boca pero el horror se formó en todo su interior. Se sintió desesperada por gritarle que se alejara de la bestia, y que por el cielo santo se pusiese a salvo, sin embargo la voz no le salió. Su garganta se había cerrado hasta tal punto de no poder hablar.
Segundos después, al verlo caer al suelo, la pequeña mujer se esperó sólo lo peor. Supo que no estaba preparada, y que nunca lo estaría, para ver a Damien desangrándose por culpa de uno de los cuernos del toro.
Gracias al cielo nada fue así.
Después de que Damien cayera impulsado por la fuerza del animal, había logrado ponerse en pie, al mismo tiempo que los demás trabajadores se encargaban de capturarlo.
Al final las cosas habían salido bien, pero fue algo tarde para el corazón y las emociones de Ariana.
La sensación de desmayó continuó predominando en ella. Las rodillas no conseguían sostenerla, y sentía que de pronto la oscuridad se cernía a su alrededor. Estuvo a punto de caerse, pero para su fortuna Meryl la detuvo.
–¡Oh, cariño, cielo santo!–
Al escuchar el grito del ama de llaves, todos se giraron para ver lo que había ocurrido, pero fue Damien quien quedó de piedra.
El que al ver a su al punto del desmayo fue más de lo que pudo soportar. Olvidándose de todo lo demás, corrió directamente hacia ella sin que nadie ni nada le importase más.
–¡Ariana!– gritó consternado atravesando el largo trayecto.
Cuando logró acercarse, se dio cuenta de que ella no estaba del todo inconsciente, sino que comenzaba a recuperarse, y eso lo alivió tremendamente.
–¿Qué ocurrió?– le preguntó a Meryl en tono impaciente.
La mujer lo tranquilizó.
–Sólo se asustó un poco cuando te vio enfrentarte a ese toro loco, pero ya está bien, como podrás ver–
Ariana permanecía bien sujeta de Meryl, con la mirada cabizbaja, intentando que los golpeteos de su corazón se tranquilizaran, y evitando a toda costa mirar a su marido a la cara.
–Pues yo no la veo muy bien– replicó Damien. –Está pálida, y todavía tiembla–
–Tranquilo. Haré que suba a su habitación para que descanse un poco. ¿Tim, puedes llevarnos en camioneta? No quiero que Ariana camine y menos que se asolee–
El capataz asintió de inmediato, y pronto corrió hacia el vehículo para acercarlo hacia las dos damas.
En silencio Damien observó cómo es esposa se marchaba. Después maldijo para sus adentros.
Era un imbécil.
Ella se había asustado, y estaba embarazada.
Aquello no hubiese debido ocurrir. Sabía que era algo malo.
¡Maldición!
Cerró los ojos, y apretó los puños ante el ardiente impulso que lo había dominado... Jamás había deseado nada como en esos momentos lo había atacado el deseo de tomarla entre sus brazos y protegerla hasta la muerte.
•••••
Damien continuó trabajando toda la tarde junto con los demás trabajadores, y no volvió a permitirse ninguna otra distracción.
Sin embargo cuando comenzó a oscurecer, se vio obligado a parar.
Les dijo a los muchachos que la jornada diaria había terminado, y continuarían al día siguiente.
Todos comenzaron a dispersarse ansiosos por irse a descansar, pero él fue el último en marcharse.
Decidió que no iría a su casa inmediatamente. Primero necesitaba deshacerse de toda esa tensión que el trabajo duro no había conseguido quitarle.
Se adentró entonces por el bosquecillo que daba camino al río de la hacienda, ese mismo en el que había jugado innumerables veces cuando no había sido más que un chiquillo.
Se quitó la ropa, y nadó un buen rato.
Nadar siempre le quitaba cualquier tensión y el agua fría también era de gran ayuda.
Luego un prolongado tiempo, cuando se hubo relajado, decidió volver a casa.
Se puso sus pantalones de mezclilla y las botas, pero la camisa sucia la llevó alzada sobre sus hombros mientras esperaba a que su torso húmedo se secase.
El camino hacia la parte donde se encontraba su casa era largo, pero no le importó, o eso se dijo.
No tenía prisa por volver. Intentó convencerse de ello.
Cuando llegó, lo primero con lo que se encontró fue con Meryl que bajaba las escaleras.
–Al fin llegas– dijo la mujer, que desde luego no se inmutó al ver el espléndido y masculino cuerpo de Damien sin camisa. Lo conocía desde niño, y muchísimas veces lo había visto desnudo cuando el jovencito rebelde se había negado a tomar un baño.
–¿Cómo está Ariana?– preguntó sin más.
–Estuvo descansando toda la tarde, pero hace un rato comenzó a tener muchas náuseas. Le dejé un té verde para que se sintiera mejor. Yo tengo que volver a la casa grande a alimentar al Teniente y a Jake, pero tú puedes encargarte de que se lo tome. Oh, ¿y podrías llevarle unas cuantas galletas saladas? A veces logran detenerle esos malestares–
Con pesar él asintió. A su espalda escuchó cuando Meryl se marchó, y cerró la puerta.
Exhaló, y fue a la cocina por las condenadas galletitas. Luego subió, pero no entró de inmediato a la habitación de Ariana, antes pasó a la suya para ponerse una camisa limpia, y otros pantalones.
Cuando estuvo listo, entró sin tocar, en un estúpido intento de demostrar que poco le importaba ser un caballero con ella.
La encontró recostada sobre su cama, con ambas manos en el rostro.
Damien tragó saliva sin darse cuenta.
–¿Necesitas ir al baño?– le preguntó directamente.
–Quizá– respondió, pero en esos instantes ese quizá significaba un completo sí, porque las náuseas estaban siendo ahora difíciles de tolerar. Se había quedado en la cama tratando de contenerlas. No quería levantarse e ir tambaleándose hasta el cuarto de baño, por el riesgo de caerse.
No hubiese querido pedir ayuda a él nunca, pero menos aún querría vomitar en la cama.
El soldado de inmediato comenzó a actuar. Apartó las sábanas que la cubrían, y con descarada fuerza la tomó en sus brazos y la alzó sacándola de la habitación para llevarla directo al baño del pasillo.
Ahí la puso en pie, pero sin soltarla ni un solo instante. Le sujetó la cintura con uno de sus brazos, y mientras tanto ella vomitó todo lo que tenía que vomitar.
Cuando terminó, Ariana se moría de la vergüenza por el hecho de que su marido la hubiese visto vomitando, sin embargo se sentía tan cansada que a los pocos segundos su cerebro le restó importancia.
A Damien no le había importado aun así. Había visto demasiadas cosas como para que un simple vómito de una pobre chica embarazada le asqueara.
Su mano alisó el largo cabello en una caricia que él no pudo evitar, mientras Ariana se recomponía despacio. De pronto, ella se acercó más al cuerpo viril, y el brazo alrededor de su cintura la apretó más cerca, con buen cuidado de no dañarla. Todo aquello había sido inconscientemente, lo sabía. Sabía que la mujercita no quería ni necesitaba su cercanía, lo utilizaba simplemente como un soporte, y por él estaba bien... ¡Maldita sea! Estaba más que bien.
La escena al completo hacía aflorar todos los instintos protectores de Damien, y no podía hacer nada por controlarlos.
Ariana suave en sus brazos, malditamente delicada, y no pesaba ni siquiera un poco.
De pronto Ariana fue bien consciente de la manera en la que se encontraban, ella pegada a él, y alzó sus ojos para mirar los suyos.
A él le parecía que su esposa era una criatura muy indefensa, y terriblemente vulnerable.
¡Y mierda!
Tan bonita...
Pese a su evidente malestar, estaba especialmente guapa esa noche. Se había recogido el cabello en una trenza, y se le habían escapado algunos mechones que flotaban delicadamente alrededor de su cara seguramente por la almohada en la que había estado durmiendo. Llevaba además una simpática pijama que consistía en un shortcito y una blusita de tirantes. Damien no pudo menos que fijarse en lo bonito que tenía ella todo... Su cuello, sus delicados hombros, los brazos delgados, los muslos, las piernas... ¡Joder! Incluso hasta sus pies eran preciosos, pequeños y delicados, con las uñas pintadas de un gracioso rosa chicle.
>Detente, no vayas de nuevo por ahí<
–¿Te sientes mejor?–
Muda, Ariana asintió.
–¿Deseas volver a la cama?–
Ella de nuevo asintió.
Los rasgos duros y bien definidos de su cara sostuvieron su mirada fija. Él simplemente la hipnotizaba.
El moreno volvió a alzarla, y en silencio la llevó de vuelta a su habitación colocándola con sorprendente delicadeza sobre la cama.
Ni él ni Ariana hubiesen querido que sus miradas volvieran a hacer contacto, pero inevitablemente así fue. Los ojos femeninos, a los que la aprensión hacía enormes, le miraron fijamente.
El negro se fundió en el marrón, y los dos se quedaron de pronto sin aliento.
El corazón de Ariana latió con fuerza, y Damien sintió un vuelco que sacudió todo su interior.
Ninguno habló, y la tensión de pronto fue palpable.
Sin embargo a los pocos instantes desapareció, siendo interrumpida por la voz del Teniente.
–¿Damien? ¿Ariana? Voy a subir– avisaba.
El soldado fue de inmediato a su encuentro.
–Con cuidado, abuelo–
A pesar de usar bastón, el Teniente era perfectamente capaz de subir escaleras, aunque se tardara eternidades en hacerlo. Debido a eso en la casa grande había tenido que cambiar su habitación del segundo piso a otra en la planta baja.
–¿Me crees un inútil? Ya viste que aún tengo energías– dijo orgulloso.
Damien asintió.
–Sí, ya veo–
–¿Cómo sigue tu esposa?–
«Tu esposa»
–Creo que mejor–
–Quisiera verla–
Damien se hizo a un lado para que pudiera pasar.
En cuanto Ariana vio al Teniente, la expresión se le iluminó, aunque sonrió tímidamente.
La sonrisa tuvo efecto en ambos hombres.
El Teniente la miró con ternura, mientras el pecho de Damien se quedaba desbocado.
Era preciosa cuando sonreía. Se le hacían dos pequeños hoyuelitos en las mejillas, convirtiéndola en una criatura aún más adorable de lo que ya era.
–Me da gusto verte recuperada, Ariana– le dijo amistosamente.
–A mí me da gusto su visita, Teniente– respondió ella todavía con timidez.
–¿Puedo sentarme?– preguntó señalando el borde de la cama.
–Por supuesto, por favor– asintió ella.
–Nadie me contó lo que te sucedió, hasta hace unos momentos en que Meryl sirvió la cena. Quiero decirte que no debes preocuparte, mi nieto sabe manejar a los animales, es el mejor en ello–
Damien deseó que su abuelo no estuviera adulándolo frente a Ariana. Era vergonzoso. Desvió la mirada.
Ariana se abstuvo de mirar a Damien. La avergonzaba el hecho de que supiera que se había preocupado por él. Debía considerarla una boba.
–¿Sabes? Hace unos momentos Jake intentó hacer lo mismo que hizo Damien con ese toro...– comenzó a contarle.
Los ojitos castaños de Ariana se abrieron sorprendidos, pero antes de que comenzara a sentirse preocupada, el Teniente le aclaró todo.
–Pero con un pequeño lechón. Imagínalo–
Sin poder evitarlo Ariana comenzó a reír.
–¿Bromea?–
–Claro que no. Cuando me vine para acá dejé a Meryl lavándolo con la manguera. Se llenó tanto de lodo que ella se negó dejarlo entrar así a la casa–
De nuevo Ariana comenzó a reír.
Damien se quedó maravillado. Escuchando ese sonido por primera vez, admirando la expresión, y lo bellísimo que era su cuello cuando se inclinaba hacia atrás. Ella era muy dulce, reía y sonría con todos, pero no con él. Nunca con él. Y él bien sabía que no lo merecía.
Empezó entonces a sentirse molesto no con ella, sino consigo mismo. Decidió que debía salir de ahí. Resultaba además muy obvio que él sobraba. Murmuró una disculpa, y se marchó.
Ariana se negó a mirarlo, y continuó prestando toda su atención al Teniente.
–Me da gusto que las tonterías de Jake te hayan alegrado un poco la noche–
–A mí también– secundó ella.
–Cambiando de tema, Ariana... Quisiera saber si estás sintiéndote a gusto en esta hacienda, si comienzas a acostumbrarte, y también si hay alguna cosa que te incomode–
Ariana suspiró.
–Estoy muy bien, Teniente, le agradezco mucho que sea tan amable–
–Yo quisiera que tú y Damien estuvieran en la casa grande...–
Ariana negó con calma.
–Esta casa me agrada mucho. Además yo no estoy acostumbrada a los lujos, no los necesito– a decir verdad, esa casa en la que vivía era mucho más bonita que la de sus tíos, y le gustaba más.
Esta vez fue el Teniente el que negó.
–Eres ahora una Keegan, y tenemos el dinero suficiente para tratarte como reina. Damien debería...–
La castaña tomó sus manos interrumpiéndolo.
–Por favor no siga. Usted sabe que Damien y yo no...–
–Sí, lo sé– consintió él con un suspiro. –Pero eres su esposa de cualquier modo–
A Ariana le causó mucha ternura que el Teniente tuviera tantas consideraciones con ella.
–Estoy bien, de verdad. Aquí no me hace falta nada–
–Hay algo que quisiera preguntarte...–
Ariana lo miró esperando. De pronto el semblante de él había cambiado.
–¿Damien te trata bien?–
Ella se hundió de hombros. No quería recordar el primer día en que su marido le había gritado porque ciertamente no había vuelto a hacerlo.
–Él... él es cortés–
La respuesta no dejó satisfecho al Teniente, pero no insistió. De cualquier manera confiaba en la hombría de su nieto, y sabía que sería incapaz de tocarle un pelo para dañarla, al menos no físicamente.
–Bien, pero de cualquier manera quiero que sepas que si necesitas algo, lo que sea, siempre puedes contar conmigo. Y te digo esto porque ya te quiero como a una nieta, ¿sabes?–
Entonces Ariana no se pudo creer lo que sintió. Por primera vez desde la muerte de sus padres, y desde la última vez que se viera con Nonna, experimentó una emoción que sólo pudo describirse a sí misma como la impresión de no estar completamente sola.
–Yo también comienzo a quererlo– respondió con ternura.
–Yo también comienzo a quererlo– respondió con ternura.
–Eso me hace muy feliz– volvió a sonreír.
Ariana se maravilló entonces de que ese anciano hombre fuera tan parecido a Damien, y a la vez tan diferente... Poseían la misma altura, el mismo porte, la piel morena, los ojos oscuros...
Pero el Teniente sonreía, y Damien no. ¿Por qué? Se preguntó.
–¿Cómo va mi bisnieto? Meryl me contó que ayer fuiste con la obstetra. ¿Te dijo que todo marchaba bien?–
–Sí– respondió Ariana ilusionada. –Todo marcha perfecto, según ella. Me dijo que mi hijo va creciendo con normalidad, y también su corazoncito– la voz de la joven se escuchaba contenta, y eso alegró al Teniente.
–Gracias al cielo– volvió a sonreírle. –¿Y lo viste? ¿Qué tal está? ¿Es igual de guapo que su bisabuelo?–
Ariana soltó una suave carcajada. Siempre era tan fácil hablar con el Teniente. Él la hacía sentir cómoda, y... en familia. Como si en verdad fuese su abuelo.
–Lo vi, aunque aún no tiene la forma de un bebé, pero la doctora dijo que en la próxima consulta la tendrá. Por ahora parece algo así como un pececito. ¿Quiere conocerlo?– preguntó.
–¡Claro que quiero!–
Ariana se estiró un poco para poder llegar al cajón de su mesilla de noche, en donde había guardado las fotos del ultrasonido. La doctora se las había dado especialmente para el padre del bebé, pero dado que a Damien le importaba un comino su hijo, ni siquiera se lo había mencionado. Gracias al cielo el pequeño tenía un bisabuelo al que le importaba, y que lo quería, y él disfrutaría de las fotos.
Pronto se las mostró.
George Keegan se quedó maravillado en cuanto vio al más pequeño de su descendencia ahí, guardadito dentro de la matriz de Ariana. Sonrió, y fue la sonrisa más enorme que pudo haber emitido en mucho, mucho tiempo.
–Wow...– se quedó de pronto sin aliento. –Apenas y puedo creer que esta cosita diminuta sea tu hijo y el de Damien... Es increíble lo mucho que ha avanzado la tecnología... Antes jamás me hubiese imaginado que pudiera ser posible ver al hijo de uno desde el vientre de su madre–
–¿Usted tiene hijos?– preguntó Ariana. –Quiero decir... es obvio que los tiene– ¿si no de dónde habían salido sus dos nietos? –¿Pero dónde están ahora? ¿Quiénes son?–
–Tuve dos hijos... Mark y Vanessa. Mark vive en Nueva York con su esposa Blake. Él detesta la vida del campo, por eso decidió vivir en la Gran Manzana, y creo que lo mismo le pasa a Jake porque es obvio que detesta estar aquí– exhaló, luego su mirada suave se transformó un tanto tormentosa y con un atisbo de dolor, pero enseguida la repuso. –Vanessa murió–
Ariana comprendió que Vanessa debía ser la madre de Damien. Comprendió también que era doloroso para él hablar de ello, así que no preguntó más, ni intentó averiguar la identidad de su papá.
–Lo lamento mucho–
El Teniente asintió con resignación.
–A veces hay cosas que deben suceder, aunque no entendamos por qué. La vida siempre será así–
Ariana pensó en sus padres, y sintió de pronto una conexión con Damien.
–Pero no hablemos de cosas tristes, mejor descansa. Ya es tarde y yo también debo dormir. ¿Mañana irás a la escuela?–
Ariana rió.
–Mañana es sábado, Teniente–
–¡Oh, claro! Lo olvidé por un instante. ¿Entonces mañana qué harás?–
Ariana se sorprendió de que le hiciera aquella pregunta.
–Supongo que nada–
–Bien, pues irás a la casa, porque quiero mostrarte mis libros y todo lo que tengo acerca de la Guerra Mundial. Meryl me contó que te encanta la Historia–
Ariana asintió ilusionada.
–¡Será estupendo!–
•••••
Cuando George salió de la casa, Tim bajó de la camioneta donde había estado esperándolo para ir a ayudarlo, sin embargo el Teniente que había visto a su nieto recargado en la madera del pórtico, le hizo una seña de que esperara unos cuantos minutos más.
Se acercó entonces a su nieto tomando asiento en la mecedora.
Damien miraba hacia la nada ahí en lo oscuro de la noche, y bebía una lata de cerveza fría.
–No deberías estar aquí embriagándote mientras tu esposa tuvo un mal día–
–¿Por qué no? A ella no debería importarle una mierda lo que yo haga o deje de hacer–
–¿Por qué crees que se puso de esa manera cuando te vio en peligro? Le importas–
–Pues no debería–
–No hagas esto, Damien–
–¿Que no haga qué?–
–No la hagas sufrir, bastante tiene ya con el hecho de estar embarazada a tan corta edad–
Damien desvió la mirada. De pronto se encontraba furioso. Tensó la mandíbula.
–Pues si no quieres que le haga daño entonces llévala a la casa grande, y aléjala de mí–
–Eso sería muy cómodo para ti, ¿no es cierto?–
–Sería lo mejor para ella. Ahí te tendría a ti y a Meryl y a Jake, con los que parece llevarse muy bien–
–No, Damien, porque Ariana al que necesita es a ti, al padre de su hijo para que le dé apoyo y seguridad–
–Estoy seguro de que estaría mejor si yo no estuviera cerca de ella. Hoy lo comprobamos, ¿no?–
El Teniente comenzó a exasperarse. Hablar con Damien era siempre como hablar con la pared.
–Damien...–
–¿Acaso lo olvidas, abuelo?– dijo lleno de amargura. –¿Acaso olvidas que no soy un buen hombre?– de pronto la mente se le cerró con dolor, y no pudo hacer nada contra los recuerdos, esos recuerdos de hacía bastantísimos años, y que todavía tenían el poder de hacerlo sangrar por dentro. –¿Olvidas la maldad que llevo dentro?–
El dolor ensombreció aún más los ojos oscuros del Teniente.
–No sigas repitiendo lo mismo– murmuró tristemente. –Tú eres bueno– se acercó a él, y lo tomó del rostro. –Tienes un buen corazón, tienes sentimientos. Eres diferente, no hay nada de él en ti–
–Claro que sí... Por eso ella me abandonó–
–No, Damien–
Pero Damien cerró los ojos negándose a seguir escuchándolo. Utilizó todas sus fuerzas para no derramar sus lágrimas, y pronto se apartó.
Sin decirle nada, entró a la casa, y su abuelo volvió a sentirse muy triste. Había criado a ese muchacho con amor, se lo había dado todo desde el primer momento en que lo había llevado ahí a la Hacienda Keegan, pero a pesar de sus intentos no había logrado salvarlo del todo.
Si tan solo él lo escuchara, y le permitiera contarle la verdad de todo lo sucedido...
Exhaló. No importaba ya porque el daño estaba hecho.
•••••
Ariana se pasó la mañana entera de aquel sábado en el estudio del Teniente George Keegan.
Era cierto, le encantaba la Historia, y por eso se encontraba tan emocionada y fascinada.
El Teniente le mostró su colección de enciclopedias, y volúmenes en dónde encontró un sinfín de estupendas lecturas que le hablaban de la cultura china, la mesopotámica, la griega, la nórdica, la latinoamericana, y la estadounidense desde luego.
Le parecía algo increíble, y se lo parecía aún más que el Teniente tuviera tanto conocimiento acerca del tema.
Ella nunca había tenido a alguien cercano con quien compartir todo lo que ella sabía y que había aprendido durante esas tardes de soledad en su antigua habitación en casa de los Sheen, mientras leía cuanto libro le pusieran enfrente.
–Puedes llevarte los libros que quieras, Ariana. Usualmente no comparto con nadie mi gran tesoro, pero contigo haré una excepción–
Aquello emocionó muchísimo más a Ariana. El Teniente era increíble.
Además de todo también había visto álbumes suyos en donde había fotografías de cuando era joven, y aún estaba de servicio. Alto, imponente, atractivo, e idéntico a Damien, tanto como si una réplica exacta de él hubiese nacido cuarenta años después.
Alzó sus ojos, y miró por largo rato al George Keegan de ahora. Así tratarían los años a Damien, reflexionó, pero entonces cerró de golpe el álbum, e intentó borrarlo de sus pensamientos. Enseguida se puso en pie, y caminó hacia la estancia de medallas.
De pronto se quedó sorprendida. Eran decenas de ellas. Medallas e insignias también.
–¿Todas esas son de usted?–
El Teniente negó.
–Las mías las doné al Gobierno como patrimonio nacional. Estas son de Damien– respondió orgulloso.
Ariana exhaló. Tal parecía que aquel soldado siempre volvía a su mente una y otra vez.
•••••
Damien necesitaba su reloj. No iba a ninguna maldita parte sin ese maldito reloj. Llevaba horas buscándolo en todas partes, cuando recordó dónde lo había dejado... En la habitación de Ariana la noche anterior.
Soltó el aire lleno de tensión porque no quería volver a entrar ahí, y mucho menos cuando ella no se encontraba, pero no le quedó más opción.
Subió escaleras y lo hizo.
Al entrar se dio cuenta de lo que había en la cama... Ropa interior, la preciosísima ropa interior de su esposa.
¡Joder!
Damien se dijo que no miraría, así que se pasó de largo, y justo encontró lo que buscaba. El reloj se hallaba en la mesilla de noche. Lo colocó en su muñeca, y luego se dispuso a salir.
Sin embargo fue débil, y antes de hacerlo, se acercó a paso lento, y con la misma cautela con la que se había acercado, su mano tocó algunas de las prendas.
Braguitas pequeñas, y femeninas, algunas de encaje, otras de algodón. Sostenes a juego...
Damien sintió que la polla le pulsaba dentro de los pantalones, y entonces furioso salió de ahí, sin embargo salió para encontrársela justo entrando a la casa.
Y como cada vez, los dos se miraron en absoluto silencio.
Damien deseaba con todas sus fuerzas odiarla. Pero también deseaba con todas sus fuerzas poder besarla... tocarla, tomarla entre sus brazos, y llevarla dentro a la habitación.
Para él esa belleza hecha mujer era lo más hermoso que hubiese podido ver nunca. El cielo no había creado un ángel más hermoso que ella, ni había concedido a otra mujer tal gracia, ni tal belleza.
Ariana era peligrosa sin duda. Ella era peligrosa porque tenía el poder de hechizar.
Enseguida terminó de bajar los escalones, la rodeó y salió de la casa sin siquiera volver a mirarla o decirle algo.
Ariana casi deseó llorar, y ni siquiera supo por qué.
Se pasaba los días enteros intentando ignorarlo así como él la ignoraba a ella, pero que el cielo se apiadara, porque cada día le resultaba más difícil sacárselo de sus pensamientos.
El recuerdo de haber sido suya una sola vez la atormentaba a cada instante, y aún mucho más cuando él se encontraba cerca. Estaba grabado en su mente, con todos y cada uno de sus exquisitos detalles.
Ariana cerró los ojos, y detrás de sus párpados cerrados las imágenes bailaban y se retorcían.
Aquella noche en que había sido procreado ese hijo que ella llevaba en su vientre, nunca podría ser olvidada.
Damien había acariciado más que su cuerpo, besado más que sus labios.
Comenzó a sentirse entonces tremendamente desesperada mientras se decía que jamás debía depender de él, ni necesitarlo. No podía enamorarse de ese soldado... ¡Cielo santo, no podía!
Sin embargo una vocecita en su cabeza le susurró que podría ser ya demasiado tarde.
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Comenten qué les está pareciendo pls!
Ya sé, Damien es un hdp, pero después conocerán más de él.
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