Once

Depresión

Entonces, en un movimiento rápido Minato pego sus labios con los de Shinato y comenzó a besarla de manera desesperada. No pensó un solo segundo en las consecuencias que el acto acarrearía más tarde.

Shinato sorprendida, quiso quitárselo de encima siendo la reacción una esperada, a lo que el rubio respondió dejando sus manos libres para llevar la suya a su cintura, entonces apretó fuerte y la pequeña chica se dejó caer en sus brazos. Apretó los puños en el pecho del muchacho, y ya que como Minato estaba siendo un abusivo con el beso que ella no podía seguir, solamente se dejó besar.

Cuando el rubio se dijo que era suficiente, dejó por fin en libertad los labios de la de cabellos azules. En consecuencia, los dos terminaron por separarse muy agitados. Seguían en el mismo lugar con las mismas posiciones. Minato le buscaba la mirada, pero la muchacha solamente la mantenía centrada en aquel chaleco verde que le hacía ver tan bien.

—¿Ahora te sientes más tranquila? —le preguntó, un tanto avergonzado, pero sin nada más que agregar que fuese listo.

¿Qué si estaba tranquila? Ella quería morir de la vergüenza justo en ese momento. Sus mejillas eran de un color rojo tomate, que recordaban al cabello de Kushina, pero no todo era vergüenza, también le dolía la espalda y la cintura; el rubio se había pasado un poco con la fuerza. Podía jurar que en donde sus manos se encontraban saldrían moretones más tarde.

Minato, al no escuchar respuesta decidió dejarle un poco de espacio y se separó lentamente de ella. Cierto era que no comprendía de donde habían salido aquellas ganas con las que la había besado, pero no se arrepentía, para él había sido un beso perfecto, aun así, cuando la vio arrinconada en la pared con las mejillas rojas comenzó a pensar en que tal vez Shinato no quería aquello, pero daba igual, le había quitado las ganas de ir corriendo detrás de Orochimaru por su propio bien.

En ese momento, convenientemente, la puerta se abrió dejando ver Hiruzen y a Jiraiya. No se habían tardado nada en volver porque Jiraiya había escapado del hospital sin permiso solo para ir a ver a su alumna.

—Es una locura, como puede estar fuera del hospital con esas heridas, Jiraiya-sensei —Minato le reclamó y casi corrió a brindarle apoyo a su maestro.

El hombre reconocido en la aldea como Sannin, al ver a su alumna no lo dudó y corrió a abrazarla. Ella ya se había dado cuenta que habían llegado, solo que aun así no podía levantar el rostro a causa de la vergüenza por el beso anterior.

—Shinato-chan... —Jiraiya comenzó en medio del abrazo—. Lo siento tanto, no pude detenerlo, no sirvo como amigo —confesó, soltando las lágrimas enseguida y sin temor, haciendo que ella le abrazara fuerte.

—Tranquilo, Jiraiya-sensei —le interrumpió dolida—. Ni yo hubiera podido detenerlo —sentenció segura, conociendo que Orochimaru no hubiese aceptado ningún tipo de lastima.

Aunque deseaba llorar a mares porque su maestro se había convertido en un shinobi desertor y la había abandonado, se negó a hacerlo teniendo a su otro maestro en aquel estado en sus brazos. No sería egoísta, aunque lo estuviera siendo con su misma persona, se conformaba con poder consolar a Jiraiya.

Minato al ver aquella escena, supo darse cuenta en un instante de las ganas que Shinato se estaba aguantando por ir a buscar a Orochimaru en ese momento, solo por querer consolar a Jiraiya, y ello se lo agradecía a sobre manera, ya que básicamente compartían el mismo lugar en el corazón del Sannin de la cabellera ceniza.

Dos semanas después:

Eran las dos de la tarde y Shinato no quería despertar en aquel día.

Después de que Orochimaru se fuera de Konoha, lastimosamente la centinela había caído en depresión. Todo comenzó cuando pidió un permiso a Hiruzen para que le dejara descansar unos días por lo sucedido, el que se le fue concedido, pero esos días ya se habían convertido en dos semanas. No salía de casa, comía muy poco y cuando lo hacía era pura comida chatarra. Como ni Tsunade ni Jiraiya se encontraban en la aldea, nadie estaba a cargo de ella. Su cabello estaba despeinado, puesto que antes Orochimaru, quien solía cepillarlo y peinarlo en dos lindas coletas, ya no se encontraba más por ahí. Estaba sola.

Hiruzen estaba preocupado por ella, sabía que no debía descuidarla tanto tiempo, sin embargo, gracias a su trabajo como autoridad máxima de Konoha, no tenía tiempo para ver cómo estaba, así que decidió poner a un individuo de confianza a cargo que luego le llevara el informe.

Alguien se encontraba tocando la puerta y Shinato solo escuchaba manteniendo la calma, porque no tenía ninguna intención de atender; así que, quien quiera que fuese, esperaría a que se marchara y si lo hacía cuanto antes, era mejor.

—Ya es tarde, ¿por lo menos ya desayunaste? —resonó paciente la voz por toda la habitación.

La muchacha se levantó de un salto llevándose las mantas encima por aquella sorpresa. A diferencia del no invitado, ella no era especialista sensorial, por lo que se llevó un buen susto, que por supuesto no esperaba.

—Así que sólo eras tú —expresó con desinterés cuando le miró de pie en la estancia, luego volvió a acomodarse de nuevo en la cama.

Namikaze Minato solo la observó de manera desaprobatoria.

—Estás hecha un desastre —comentó espontaneo mientras se acercaba a la cama. Shinato le estaba dando la espalda.

—Claro, es exactamente lo que una chica quiere escuchar de un chico —respondió apenas.

El muchacho río levemente. Se preguntaba por qué no era tan indiferente como las otras tantas veces en que interactuaron, eso sin contar la última ocasión. ¿Es que ya se había cansado de serlo?

—Hablo en serio, Shinato, ¿qué es lo que estás haciendo? —inquirió preocupado—. Puedo apostar que has estado de esta manera todo este tiempo que te hemos descuidado, seguro que ya ni comes adecuadamente —adivinó.

La afectada se lo pensó muy bien, ya que las palabras de Minato estaban llenas de razón. ¿Qué demonios estaba haciendo con su vida? No obstante, aunque reflexionara sobre ello, su cuerpo se negaba a quitarse las mantas de encima, y así, no servía de nada.

—Vamos, tienes que levantarte y comer algo —el rubio insistió y se dispuso a sacarla de la cama a como diera lugar.

—No, Minato, no me siento bien —confesó desganada y él de inmediato colocó una mano sobre su frente. Descubrió lo que ya imaginaba al ver sus mejillas rojas.

—¡Pero si estás ardiendo en fiebre! —exclamó sorprendido; no podía dejarla así—. Llamaré a un médico para que venga a verte, no te muevas...

Shinato lo observó de mala manera enseguida, pues era evidente que no se movería de la cama, en primera porque de verdad sentía un increíble malestar, y en segunda por llevarle la contraria.

—¡Solo haz lo que digo! —ordenó avergonzado cuando notó que la chica realmente lo estaba tomando por loco.

—¿Qué está pasando aquí?

Alguien más estaba en casa...

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